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Rosario, 2018
Claudia Araya Ibacache
La locura es nuestra. Profesionalización de la Psiquiatría en Chile. Saberes y prácticas
(1826 -1949). - 1a ed. Rosario : Prohistoria Ediciones, 2018.
252 p.; 23x16 cm. - (Historia & Cultura; 11)
ISBN 978-987-3864-88-9
© de esta edición:
Email: prohistoriaediciones@gmail.com
www.prohistoria.com.ar
Este libro recibió evaluación académica y su publicación ha sido recomendada por re-
conocidos especialistas que asesoran a esta editorial en la selección de los materiales.
ISBN 978-987-3864-88-9
Índice
ABREVIATURAS ...................................................................................... 11
PRESENTACIÓN ........................................................................................ 13
INTRODUCCIÓN
Aspectos teóricos de la profesionalización
Período histórico .......................................................................................... 15
PRIMERA PARTE
Disputa de un “campo de saber” .................................................................. 37
CAPÍTULO I
Medicina y modernidad: José de Passamán y Guillermo Blest ................... 39
CAPÍTULO II
Las enfermedades de la mente: entre filosofía y medicina,
José Juan Bruner .......................................................................................... 49
CAPÍTULO III
¿Endemoniada o histérica? Entre religión y ciencia: el caso de
Carmen Marín .............................................................................................. 55
CAPÍTULO IV
Debates científicos en torno al caso de Carmen Marín: frenología,
biografía e histeria. Manuel Antonio Carmona v/s José Juan Bruner .......... 79
CAPÍTULO V
Cuestionamientos a la teoría anatomo-patológica de la histeria:
la electroanestesia de Ramón Araya Echeverría v/s Carlos Sazié y
Augusto Orrego Luco .................................................................................. 93
SEGUNDA PARTE
Creación de una base cognitiva.................................................................... 107
CAPÍTULO VI
La creación del primer curso de enfermedades nerviosas y mentales.
Ramón Elguero y Carlos Sazié .................................................................... 109
CAPÍTULO VII
La consolidación anatómica de la cátedra de enfermedades nerviosas
y mentales: Augusto Orrego Luco ............................................................... 123
CAPÍTULO VIII
Medicalización de la Casa de Orates de Nuestra Señora de los Ángeles:
informes médicos al Estado ......................................................................... 141
CAPÍTULO IX
Entre la consolidación del camino anatómico y el psicoanálisis.
Oscar Fontecilla, la escuela neuro-anatómica y las estrategias de
consolidación profesional: revistas y congresos .......................................... 159
CAPÍTULO X
El triunfo de la psiquiatría somática: Arturo Vivado y las terapias
biológicas de choque .................................................................................... 201
BIBLIOGRAFÍA.......................................................................................... 217
Para Germán, Irene y Elisa
ABReViATURAS
C
uál es, en mi caso y para este libro, la “particularidad del lugar del que ha-
blo”. Desde qué espacio y a partir de qué dominio me planteo la necesidad
de indagar en la constitución de la psiquiatría chilena como una especiali-
dad médica legítima para el estado y la sociedad. ¿Bastará con decir que soy chile-
na?, ¿que actualmente Chile se encuentra entre los países con mayores índices de
trastornos mentales en América Latina y que la salud pública se encuentra en una
situación crítica hace ya varias décadas?
He tratado de escribir, de moverme, a partir del malestar que produce una
atención en salud mental cada vez más precarizada y la conformación de una es-
pecialidad médica, como la psiquiatría, cada vez más elitista y somatizada. ¿Es el
malestar un dominio válido para un historiador? Desde mi punto de vista sí porque
me ha permitido conectar los distintos lugares desde los que he emprendido esta
investigación: como historiadora, como usuaria del sistema de salud y como ciu-
dadana chilena.
Pero no se entienda este malestar como una queja. Se trata más bien de una
incomodidad que busca ser explicada. No sólo bajo la perspectiva de la historia
institucional de la especialidad, sino también, y especialmente, desde el desafío
que implica hacer historia de Chile desde márgenes que han sido poco considera-
dos para abordar la constitución del estado, de la república o de los grupos socia-
les. Esa es la propuesta de este libro.
Agradezco a Ana María Stuven por su amistad y por ser mi maestra en el
largo y difuso camino de escribir este libro y a mis amigos historiadores César
Leyton Robinson y Marcelo López Campillay, por compartir conmigo este males-
tar urgente y angustioso por entender nuestro presente.
inTROdUcciÓn
A
diferencia del resto de las especialidades médicas, el proceso de definición
y de legitimación del objeto de estudio de la psiquiatría, no solo ha ocu-
pado gran parte de su desarrollo histórico, sino que además ha impreso a
dicho proceso ciertas particularidades que nos interesa evidenciar para el caso chi-
leno. Los avances en la historiografía médica y sanitaria, principalmente a partir
de la década de 1980 han abierto la puerta a la consideración de la enfermedad y
de la salud como procesos socioculturales factibles de estudiar desde esta pers-
pectiva. Si bien los aportes de Michel Foucault abrieron la puerta a la renovación
historiográfica, no es menos cierto que, como señala Marcos Cueto –para Lati-
noamérica– y Rafael Huertas –para Europa– en muchos casos la potencia de los
conceptos introducidos por Foucault, especialmente los relativos a la biopolítica y
el control social disciplinario, ha llevado a una descontextualización de las inves-
tigaciones locales.1
El estudio de la constitución de la psiquiatría como profesión y como saber
supone un interés tanto en los médicos que la encarnan como en las ideas que
éstos admiten y ponen en circulación.2 Interesa en este sentido su constitución en
relación con el Estado y la sociedad civil; su interacción con los otros médicos y
con sus instituciones anexas, como hospitales y facultades universitarias, su parti-
cipación en un campo de saber en disputa con la medicina y con otras disciplinas,
como la psicología y la filosofía y finalmente las estrategias desplegadas por los
médicos para lograr la legitimación de la psiquiatría como una especialidad mé-
dica.
ha asumido una posición predominante en la división del trabajo, de tal modo que
logra control sobre la determinación de la esencia de su propio trabajo” (Freidson,
1978: 15). A diferencia de las ocupaciones, las profesiones son autónomas y auto-
rreguladas, lo que releva la importancia del vínculo entre los grupos profesionales
y el Estado.
Definida como “una posición de control legítimo sobre el trabajo”, la autono-
mía no es absoluta ya que depende de la tolerancia e inclusive de la protección del
Estado y no incluye necesariamente todas las esferas de la actividad profesional.
Define autonomía como “el resultado crítico de la interacción entre el poder po-
lítico y económico y la representación ocupacional, interacción facilitada a veces
por instituciones educacionales y otros dispositivos que convencieron satisfacto-
riamente al Estado de que el trabajo de la ocupación es fiable y valioso” (Freid-
son, 1978: 93). Estudiando contextos políticos diversos, Freidson demostró que
cualquiera sea el sistema ideológico, el Estado deja en manos de los profesionales
el control sobre los aspectos técnicos de su trabajo, que serían por lo demás, la
única esfera de actividad en la que la autonomía debe existir para alcanzar el status
profesional.
Una de las principales continuadoras de la línea de Freidson es la socióloga
Magalli Sarfatti Larson, quien ha estudiado la relación de ciertos grupos profesio-
nales con el Estado, el mercado y el sistema universitario (Sarfatti Larson, 1977).
En su estudio, considerado una renovación de los estudios sobre profesionaliza-
ción, coincide con Perkin en que las profesiones modernas se desarrollaron como
tales a partir de la “gran transformación”, dominada por la reorganización de la
economía y la sociedad en torno al mercado.
El profesionalismo habría surgido en la segunda mitad del siglo XVIII y pri-
mera del XIX, durante la fase competitiva del capitalismo, para posteriormente
convertirse en parte de la ideología dominante del capitalismo avanzado, justi-
ficando las desigualdades en torno al acceso al sistema profesional. Según Sar-
fatti Larson los movimientos de profesionalización del siglo XIX prefiguraron la
reestructuración de la desigualdad social de las sociedades capitalistas contem-
poráneas, esto es, un sistema jerárquico organizado en torno a competencias y
recompensas diferenciadas.
Desde la historiografía se cuestiona que el Estado haya podido asegurar el
monopolio a los grupos profesionales durante la primera mitad del siglo XIX eu-
ropeo, cuando las profesiones comenzaban a organizarse, ya que el esfuerzo del
liberalismo estaba puesto en establecer un sistema de mercado autorregulado. In-
dependiente del carácter que teóricamente se le haya dado al Estado en el proceso
profesionalizante, es innegable la vinculación entre ambos, especialmente en paí-
ses como Chile donde el Estado, como ha demostrado Sol Serrano, fue uno de los
principales impulsores de la profesionalización de la medicina (Serrano, 1994). No
hay que perder de perspectiva que los estudios clásicos sobre profesionalización
La locura es nuestra 19
separada del cuerpo y como una parcela colonizable por la medicina. Es una eta-
pa interesante porque la misma medicina ha iniciado un proceso de legitimación
pública ante el cuestionamiento de su prestigio social. También comprende el aná-
lisis de la conformación de la cátedra universitaria psiquiátrica, las posiciones de
los médicos respecto a las escuelas psiquiátricas europeas, así como las ideas que
sostienen y las que logran imponer.
En la Segunda Parte nos ocuparemos del primer problema identificado por
Freidson en el desarrollo de la profesión médica, esto es, el de la organización y
mantención de la autonomía profesional. Aun cuando no se puede perder de vista
el hecho de que el desarrollo de una base cognitiva unificada que permitiera el
control del mercado y la autorregulación se dio al mismo tiempo que la búsqueda
del apoyo estatal y dependiendo del mayor o menor compromiso de este patroci-
nio los médicos asumieron el despliegue de estrategias diversas para su conquista.
Entre ellas, las de tipo asociativo, tan exitosas que muchos autores las han identi-
ficado con el mismo proceso de profesionalización.
Diversos autores coinciden en que el asociacionismo médico jugó un rol im-
portante en el proceso de profesionalización; sin embargo, también concuerdan
en que dicho proceso no puede asimilarse completamente al fenómeno asociativo
(Huertas, 2002). En el clásico estudio de George Rosen sobre las especialidades
médicas, se señalan dos tipos de factores (científicos y sociales) que intervienen en
ese proceso, y toma como ejemplo el origen y desarrollo de la oftalmología en Es-
tados Unidos. Al comentar la significación que tuvo en ese desarrollo el nacimien-
to de la Sociedad Oftalmológica Americana, señala que su formación marca un
punto decisivo en el desarrollo de esa especialidad. Puede haber un conocimiento
y unas técnicas especializadas que son utilizadas por los médicos, y sin embargo
no haber una especialidad. Un cierto grupo de personas que trabajan en un campo
limitado de la práctica médica no constituyen una especialidad. Su existencia solo
puede ser reconocida cuando, entre esos médicos, se forman vínculos basados en
intereses similares y en problemas comunes (Rosen, 1972). Abordaremos el estu-
dio del asociacionismo a la manera del historiador Rafael Huertas, es decir, como
parte del desarrollo de una “cultura profesional” destinada a favorecer mecanis-
mos de especialización médica y de incorporación de nuevos miembros al colec-
tivo de especialistas y por lo tanto con un papel relevante en la formación de “una
identidad diferenciadora suficientemente reconocible en el ámbito profesional y
social” (Huertas, 2002: 13). El desarrollo de esta identidad se asocia al despliegue
de mecanismos de inclusión y exclusión profesional que operan en torno a grupos
que comparten un mismo estilo de vida y una “conciencia cultural”, y que mantie-
nen relaciones de carácter ritual, por medio de las cuales arriban a concepciones
comunes acerca de sus objetivos, identidad y honor.
Parte importante del esfuerzo de las asociaciones profesionales por la conso-
lidación de su identidad y el logro de la garantía estatal estuvo puesto en lograr su
La locura es nuestra 21
5 Una muestra es la creación de la Revista Chilena de Neuro-psiquiatría, en 1949, con ese carácter y
esos objetivos. También ese año asume como profesor titular de la cátedra de psiquiatría el médico
Ignacio Matte Blanco. Dedicado a la difusión del psicoanálisis en Chile, su labor nos permite eva-
luar el carácter que asumió el enfoque psicodinámico y la práctica psicoanalítica en una escuela
dominada por la psiquiatría somática.
6 Para este objetivo considero ilustradoras las ideas de Jorge Larraín acerca de la modernización
latinoamericana. Definida por su carácter esencialmente fragmentario, dinámico y periférico, la
modernidad encuentra en la razón y la ciencia un sentido de lo universal y necesario, lo que releva
el papel que las profesiones tuvieron en la difusión y en la persistencia del discurso modernizante.
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pecto a los asuntos de la mente o del alma, distinción que aún no era clara, y que
se vincula por cierto a los intentos de modernización política que ciertos sectores
están propiciando desde el Estado. Para Simon Collier, a fines de la década de
1850, la mayoría de la clase política chilena claramente deseaba abrazar la moder-
nidad decimonónica para la cual el liberalismo era el emblema supremo. Pero no
es menos cierto que el liberalismo chileno echó raíces en una sociedad jerárquica
y conservadora, lo que favoreció la imposición del orden por sobre el progreso
(Collier, 2005).
En este temprano escenario de formación de la república y de expansión de
la medicina profesional, surgen las primeras voces en torno al problema de la
locura en la sociedad chilena. En 1828, El Mercurio Chileno publica el ensayo
De la libertad moral del médico español José de Passamán, considerado el primer
escrito psiquiátrico publicado en Chile (Costa [d], 1980). Passamán, traído a Chile
por iniciativa del gobierno liberal de Francisco Antonio Pinto, para modernizar
la medicina, tuvo un largo enfrentamiento con Diego Portales que terminó con
su expulsión del país. La importancia de este asunto para la profesionalización es
que nos permite conocer los discursos iniciales respecto a la naturaleza que debía
tener el estudio de la mente y la influencia que tuvo el Estado en el desarrollo de
estos discursos.
No puede causarnos extrañeza que los primeros debates respecto de los asun-
tos de la mente surgieran en el marco de la consolidación republicana. Basta re-
cordar que la psiquiatría clásica, en la cual se inspiraron las psiquiatrías naciona-
les latinoamericanas, incluida la chilena, surge en el contexto del fin del Antiguo
Régimen, cuando se propiciaba no solo una transformación de la lógica del poder,
sino también una nueva concepción del ser humano, un cambio del estatuto del
individuo que, de la mano del romanticismo, el idealismo y el espiritualismo, pro-
piciaron la introspección y la reflexividad de un yo percibido como problemático.
A pesar de que probablemente fueron médicos londinenses los primeros en
recomendar el aislamiento institucional como cura para los alienados, simbólica-
mente se ha establecido como hito revolucionario y fundacional de la psiquiatría
moderna la liberación de “las cadenas” de los locos del manicomio francés para
varones, Bicêtre de manos del médico Philippe Pinel en 1793, y de su símil para
mujeres, La Salpêtriere, en 1795. Si bien el gesto “liberador” ha cargado a la his-
toria de la psiquiatría francesa de una impronta revolucionaria, se sabe que fue
el director del Hospicio Bicêtre –Jean Baptiste Pussin– quien dio la orden, y que
antes de Pinel, médicos de otras latitudes ya habían desencadenado a sus pacien-
tes. Sobre el caso inglés, se atribuye a William Battie, fundador del Hospital de
St. Luke en Londres, las primeras publicaciones específicas acerca de las virtudes
terapéuticas del manicomio, aproximadamente en 1758. Acerca del papel “libera-
dor” de Pinel, lo que efectivamente hizo el médico francés fue cambiar las cadenas
por camisas de fuerza (Shorter, 1999).
24 Claudia Araya Ibacache
7 Sol Serrano sostiene que la iglesia católica chilena tuvo que aceptar que no era el origen de la legi-
timidad política, incorporándose con éxito a la esfera pública moderna como parte de la sociedad
civil. Su principal terror era quedar relegada a la conciencia individual.
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8 Para Julio Bañados, historiador y cercano colaborador del presidente, Balmaceda fue el estadista
que con mayor perseverancia y audacia emprendió reformas para disminuir las atribuciones del
28 Claudia Araya Ibacache
Jefe de Estado, de independizar los poderes públicos, de descentralizar los servicios administrati-
vos, de constituir la autonomía municipal y de implementar obras de carácter reproductivo, como
ser ferrocarriles, caminos, carreteras, muelles, escuelas, establecimientos especiales de instruc-
ción.
9 Las condiciones expansivas para el conjunto de la economía nacional generadas por el auge sali-
trero, y transmitidas al resto de sistema por la vía del Estado significaron la creación de condicio-
nes favorables para el desarrollo manufacturero. Esas condiciones parecen haber sido aprovecha-
das para dar un fuerte impulso al desarrollo industrial por un nuevo sector empresarial capitalista
que se forma a partir de los empresarios manufactureros pioneros de antes de la Guerra del Pacífico
(Martínez R., 1992). Un fenómeno de expansión y transformación de esta intensidad fue producto
de un proceso más amplio de modernización, que estaba ocurriendo tanto en la agricultura como
en otros sectores, en concordancia con el proceso general de modernización y expansión económi-
ca que estaba experimentando el país (Cariola y Sunkel, 1990).
10 Durante la segunda mitad del siglo XIX la organización de la salud se dejó en manos de la acción
privada de la caridad, en parte debido a la política económica del liberalismo. Pero además la
idea de una salud fundada en la caridad privada se presentaba en esta etapa como una expresión
de laicismo, que la concepción liberal quiso reforzar en un período en que se sucedían los agudos
conflictos laico-religiosos.
La locura es nuestra 29
ciencia positiva, más allá de cualquier tienda política, era una postura filosófica a
la que se sentía llamada la civilización moderna” (Illanes, 2010: 24).
La preocupación creciente de los médicos chilenos por los problemas sani-
tarios a partir de 1870 no se relacionó, como en Europa, con un empleo racional
de la mano de obra, sino que más bien se orientó hacia la moralización de los
sectores populares. Los pobres santiaguinos no fueron vistos por la elite política y
económica como trabajadores potenciales desaprovechados, sino como una masa
peligrosa que amenazaba la sociedad. No se llegó a plasmar en Chile una mirada
de los pobres considerados como fuerza de trabajo, quizá por la endeblez del de-
sarrollo capitalista chileno, en una sociedad que era casi un parásito del enclave
salitrero. La mirada moralizadora no alcanzó a conformar un orden consensual
que religara, en términos modernos, la sociedad, al modo como había ocurrido
en la segunda mitad del siglo pasado en las sociedades europeas (Romero, 2007).
Un ejemplo emblemático es la monografía de Augusto Orrego Luco, La cuestión
social, donde reduce el problema a la incapacidad multifactorial de las clases po-
pulares para formar familias de tipo burgués (Orrego Luco, 1884).11
La preocupación por el carácter benéfico de la salud pública impulsará a los
médicos a presionar al Estado para instalar un nuevo sistema sanitario, científico
y racional, con el eje puesto en la participación médica. Para ellos, la moderniza-
ción pasaba necesariamente por su protagonismo en la organización estatal de la
salud pública. Las históricas soluciones desde la caridad comenzaban a aparecer
como poco democráticas, tradicionales y muy limitadas. Para Jorge Larraín, estas
ambigüedades del proceso modernizador, con sus promesas teóricas y exclusiones
prácticas precipitaron la “primera crisis de la modernidad”. A partir de la Primera
Guerra Mundial se inicia un proceso de readecuación de la modernidad en que la
cuestión social asume una importancia fundamental.
Los principios liberales son sometidos a crítica y se piensa ahora que la crea-
ción de un estado de bienestar para todos los ciudadanos y de una economía de
empleo pleno que lo sostuviera son una labor política y social primordial de todo
estado (Larraín, 1996). El primer impulso de cambio provino desde el gobierno
de Balmaceda. Con el propósito manifiesto de cambiarle la cara a la organización
sanitaria, creó el Consejo Superior de Higiene y el Instituto de Higiene, dejando
ambas instituciones en manos de médicos. Le dio al gremio, por primera vez, re-
presentación en el gobierno al nombrar a Federico Puga Borne como ministro de
Justicia e Instrucción Pública.
Se ha dicho que el mandato de Balmaceda inaugura el siglo XX chileno. La
aseveración puede discutirse, pero lo cierto es que las leyes promulgadas dieron
cuenta del interés estatal por abordar científicamente los problemas sanitarios,
12 Al decir de José Luis Romero, la utopía del progreso fue para Latinoamérica, mejor que un mode-
lo, un espejo donde era imposible no buscar mirarse; importando los productos que eran fruto del
progreso, primero, y constituyendo luego los sistemas para posibilitar esa incorporación de manera
sólida y definitiva.
13 De acuerdo a Jorge Larraín, en América Latina ha existido siempre una conciencia de identidad
articulada con las identidades nacionales. Es muy frecuente que se pase de lo nacional a lo latino-
americano y viceversa. Esta identidad latinoamericana surge como realidad cuando las identidades
nacionales se definen en función de “otros” no latinoamericanos.
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las vicisitudes y debates en torno a las ideas que se impusieron y las figuras en
torno a las cuales se estructuró finalmente una psiquiatría nacional, si es que es
posible hablar en esos términos.
También en la Segunda Parte se analizan las “Estrategias de profesionaliza-
ción”, entendidas como tácticas desplegadas por los médicos –psiquiatras o no–
tendientes primero a la medicalización de los trastornos mentales, a modernizar
los espacios sanitarios y las herramientas terapéuticas y luego a consolidar a la
psiquiatría como una especialidad médica, constituyéndose en un grupo profe-
sional con identidad propia. En este último aspecto, el de la conformación de un
grupo profesional con identidad propia, se incluye las instancias características
del asociacionismo médico como son las publicaciones científicas y los congre-
sos médicos. Como puede apreciarse el estudio no es cronológico sino temático,
pero se pretende que cada parte lo sea. Demás está decir que ambos procesos, la
creación de la base cognitiva y las estrategias de profesionalización no son dimen-
siones susceptibles de dividirse y que lo que así aparece en los resultados es solo
con fines analíticos.
Las tesis principales apuntan en primer lugar a que, si bien el proceso de
profesionalización de la psiquiatría chilena se vincula progresivamente con la idea
de la somatización de la locura, no es menos cierto que en la disputa del campo
cognitivo hubo voces que abogaron por la existencia de factores subjetivos en la
definición de las enfermedades mentales. Posteriormente, a pesar de la inclusión
de la psicología dinámica en el debate, la naturaleza somática que debía tener
la especialidad predominó en los discursos y en las prácticas de los principales
líderes del proceso, al menos hasta mediados de los años 50 del siglo pasado, vin-
culando directamente la faceta racionalista y cientificista de la modernidad con la
profesionalización del alienista. Las voces contrarias fueron apartadas y acusadas
en general de pseudocientíficas.
La creación de la cátedra autónoma de psiquiatría en la Universidad de Chile
en 1927 no logró desprenderse del origen neurológico que tuvo el primer curso
de enfermedades mentales y nerviosas que, a la larga, le dio origen. Este carácter
inicial no se verá cuestionado a pesar de ciertos intentos por reivindicar teorías
psicodinámicas. En este sentido nos atrevemos a decir que la introducción del
psicoanálisis en la academia se realizó, con resistencias, fundamentalmente des-
de una dimensión científica. En este mismo ámbito, la creación de una cátedra
de psiquiatría no se acompañó de la emergencia de una psiquiatría “nacional”,
sino que su organización tuvo inspiración francesa y alemana, sin desmedro de
que en los años 30 del siglo veinte se hicieran intentos por organizar psiquiatrías
latinoamericanas que se posicionaran al mismo nivel que las escuelas europeas o
norteamericana.
El desmedrado desarrollo científico del país y el escaso incentivo desde el
Estado hacia la asistencia de la salud mental, definieron que la organización de la
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