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El Carisma del Capellán Castrense

I Introducción

Nos encontramos aún transitando el Año de la Misericordia, donde recordamos


como el Dios clemente y bondadoso sale a nuestro encuentro en orden a nuestra
Redención, donde la humanidad entera viene a ser como esa oveja perdida del
Evangelio ante la cual el Padre envía a su Hijo para rescatarla. Hemos sido
especialmente convocados a vivir este año de gracia. 1 Se nos concede, pues, vivir un
tiempo precioso de conversión y santificación teniendo “nuestros ojos fijos en Jesús
iniciador y consumador de nuestra Fe”;2 contemplándolo a él “lleno de gracia y verdad”3
y “de cuya plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia.”4

Se nos ha invitado a cruzar la Puerta Santa siendo esta una ocasión para dejar
atrás al hombre viejo y dar lugar al hombre nuevo, constituyendo este un momento
propicio para dejar atrás el pecado y pueda así resurgir en nosotros la gracia. Invitación
a sepultar y enterrar los vicios, invitación, en definitiva, para edificar nuestras vidas en
el magnífico despliegue de las virtudes.

En este Año Santo a la vez que podemos con humildad acogernos al perdón del
Dios indulgente, a nuestro alcance está también el llegar a ser instrumentos de esa
misericordia divina ante los demás, ante aquellas personas que se nos han confiado en
nuestras extensas jurisdicciones castrenses y de seguridad, siendo nosotros mismos
activos en la práctica de las obras de misericordia tanto corporales como espirituales.
Vivimos este tiempo con toda la Iglesia velando por la asistencia espiritual de los
militares dadas “las condiciones peculiares de su vida”.5

Es en este contexto donde deseo desarrollar el tema de esta ponencia buscando


explicitar el título de la misma: El carisma del capellán castrense.

1
Cf. MISERICORDIAE VULTUS, Bula de Convocatoria del Jubileo Extraordinario, Francisco, 2015.
2
HB 11,2.
3
JN 1,15.
4
JN 1,17.
5
SPIRITUALI MILITUM CURAE, Juan Pablo II, 1986, n°1.
2

II El Carisma del Capellán Castrense

Ciertamente nosotros como capellanes en el ámbito castrense y de seguridad,


ejercemos nuestro ministerio entre personas que están encuadradas en un marco
institucional y reglamentario.

Sin necesidad de hacer el extenso recorrido de la gracia en las Sagradas


Escrituras, advertimos que en el interior mismo de la palabra “carisma”, se encuentra
aquella palabra griega “Járis” que no es otra cosa sino la “gracia”.

Viviendo el presente año de la misericordia, ¡qué es lo que somos nosotros sino


instrumentos de la gracia de Dios enseñando al que no sabe, corrigiendo al que se
equivoca, visitando a los enfermos y presos, enterrando a nuestros difuntos! ¡Qué es la
misericordia de Dios para nosotros sino el permitir que los hombres de armas se
encuentren con el Dios bondadoso que bendice sus vidas santificándolos con su gracia!
¡Cuántas gracias el mismo Señor nos concede a nosotros para poder ser de veras
ministros suyos, para que su pueblo fiel pueda abrevar en aquellos pastos que dan vida
y vida eterna, y no por nosotros, sino sólo por Él!

Adentrándonos incluso más allá de la etimología de “carisma”, o mejor dicho,


insertándonos aún más adentro de la misma palabra sabemos que el carisma es una
“gratia gratis datae,” es decir una gracia que se da para la edificación de los demás, en
nítida distinción de la “gratia gratum faciens” que es la que nos santifica a nosotros
mismos.6

¡Cuán importante es recordar esta distinción elemental en nuestro ámbito


castrense y de seguridad!

¡Cuántas veces hemos visto uniformados abnegados que saben entregarse por los
demás con verdadera vocación de servicio, que saben velar por el bien de todos y a la
hora de exigirse son ellos mismos quienes con su austeridad y sacrificio nos mueven a
nosotros, los sacerdotes, a una exigencia aún mayor en la tarea de ayudarlos a ellos a
llenar su ya pesada responsabilidad con la luz y fuerza que aportan la Palabra y la
Gracia.

Así acompañamos a quienes ya tienen su vocación incorporada, a la vez que


podremos orientar a quienes se detengan sólo en el mero cumplimiento de un horario y
de la realización de determinadas funciones y acciones, recordándoles a todos, que esta
6
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I-II, 111, art.1.
3

vocación militar viene de Dios principalmente y que a Él se dirige, sabiendo que


conjuntamente es la Patria la que nos llama a su servicio y la que puede también
reclamarnos algo si no la servimos como es debido.

Es allí, en la esencia y corazón de nuestro carisma como capellanes castrenses,


donde estaremos presurosos para servir a los hombres de armas iluminándolos y
fortaleciéndolos siempre con la Palabra de Dios que es “viva y eficaz, más penetrante
que espada de doble filo”,7 amando esa Palabra que es la “verdad y la luz de mis ojos”.8

¡Cuántas veces una simple reflexión nuestra, o de algún capellán, en cuántas


ocasiones alguna alusión realizada a veces al pasar en el desempeño de nuestro
ministerio son valoradas por nuestros hombres y recordadas aún con el paso del tiempo!

Es en esta actitud donde hemos de ser infatigables con la siembra de la Palabra


Divina en todos los terrenos que se nos ofrezcan, y si bien es cierto que muchas veces
caerá en medio del camino, entre piedras o espinas, no es menos verdadero que la
Palabra que es de suyo fecunda y no vuelve a Dios vacía, sino luego de haber dado
fruto, “una treinta, otra sesenta, otra cien”.9 Como sembradores insistentes del Verbo
que se hizo carne sabemos que esa semilla crece por sí sola muchas veces y que en esta
tarea laboriosa obramos mancomunadamente con los demás ya que “Pablo plantó,
Apolo regó pero es Dios quien dio el crecimiento”.10

En nuestro ministerio ofrendado por los demás, junto con la Palabra de Dios
acompañamos a tantas personas desde la cuna hasta la sepultura con la gracia propia de
los sacramentos, teniendo ocasión de engendrar a la vida divina en las aguas del
bautismo, de asistir al crecimiento de esa vida sagrada en compromisos como la
confirmación y el matrimonio, donde podemos asistir a los enfermos y heridos y
acompañar a aquellos cuando llegan los momentos finales de la vida aquí en la tierra.
Cuánto valoran los hombres de armas y sus familias que nosotros hayamos estado cerca
de ellos cuando llegaron los momentos de sufrimiento y dolor.

Sin duda que nuestro servicio eclesial es comparable a un hospital de campaña


donde podemos asistir a personas llagadas en el cuerpo y en el alma, personas que

7
HB 4,12.
8
SAL 18, 5.
9
MC 4, 8.
10
I COR 3,6.
4

muchas veces se ven atropelladas y aplastadas por un mundo y una época problemáticos
y conflictivos, pero también es cierto que en tal hospital de campaña podremos asistirlos
con la lumbre gozosa de la Palabra revelada y la fuerza regeneradora de la Gracia.

Nosotros no tenemos que ir muy lejos para imitar el ejemplo de Buen


Samaritano mientras bajaba hacia el camino de Jericó. En nuestras mismas unidades
donde a diarios vamos y venimos hallamos muchos hombres y mujeres ulcerados y
lacerados en sus almas y conciencias que necesitan de nuestra ayuda sacerdotal, para
que podamos ser instrumentos de la gracia que siempre regenera y vivifica.

Y en esta dimensión qué inconmensurables son los bienes que brinda siempre el
sacramento de la reconciliación que nos ayuda a amigar a los hombres con Dios y a los
hombres entre sí.

También es cierto que en la medida en que nosotros mismos aprendemos a


recibir tal misericordia y estamos prestos a dejarnos reconciliar con Dios, eso mismo
nos posiciona y sitúa para poder entender al hombre y a la mujer pecadores, porque
también nosotros estamos envueltos de debilidad y podemos compadecernos del que
sufre y ayudar así a aquellos que ha sucumbido ante la debilidad y la fragilidad.

III Algunas Consideraciones e Indicaciones

Los capellanes castrenses somos, entonces, en nuestro carisma específico


sacerdotes católicos que ponemos todo nuestro ministerio al servicio de los demás,
iluminando con la Palabra, santificando con la Gracia de la que también somos
ministros, acompañando a los soldados donde la misión lo requiera.

En el desempeño de nuestro carisma hemos de ser fieles a lo que Dios ha


revelado y la Iglesia nos ha enseñado, hemos de ser respetuosos y cuidadosos de esa
larga y rica Tradición que nos ha precedido, y que se ha ido forjando a lo largo de los
siglos bajo la guía e impulso del Espíritu Santo.

A la vez que nos corresponde siempre exhortar a esta fidelidad hacia los
principios de suyo permanentes, nos incumbe con la misma solicitud recordar la
importancia de la prudencia en la aplicación de los mismos, y es a esto donde la Iglesia
nos encarece en este último tiempo bajo el pontificado de Francisco.11
11
Todo el Pontificado de Francisco, con sus palabras y gestos, puede verse bajo este prima del intento de
llegar al hombre contemporáneo herido y golpeado para ayudarlo; en lo general de esta temática podemos
5

¿De qué nos serviría una predicación fogosa de la Palabra Eterna si a la vez no
somos prudentes para que esa misma Palabra llegue adecuadamente al hombre herido,
golpeado y desorientado que tengo delante y que muchas veces yace ante nosotros?

¿De qué me serviría y de qué serviría a los demás si ante el sufrimiento y el


dolor por las situaciones más variadas, no soy capaz de abajarme y descender hasta la
realidad humana tantas veces degradada, para que siendo un ministro fiel le ayude a dar
a esa persona sufriente que está cerca de mí, aunque sea un paso hacia la luz y la
verdad.

¡Cuánto le deben nuestros Ordinariatos Militares a San Juan Pablo II quien nos
ha insistido tanto en la importancia de ser “agentes de paz”, de ejercer el“ministerium
pacis inter arma”, de encontrar nuevos modos de ayudar a los demás en medio de
grandes catástrofes desarrollando la ingerencia humanitaria!12

¡Qué otra cosa pueda ser nuestro ministerio sino llevar la paz a los corazones de
los hombres curándolos del pecado que quiebra nuestro vínculo con Dios y debilita
nuestra relación con los hermanos!

Cristo nos dijo luego de la última Cena: “Les doy mi paz, les dejo mi paz, no
como la da el mundo”,13 y luego el mismo Señor resucitado se aparecería a los apóstoles
para decirles: “La paz esté con ustedes”.14

Cómo no detenernos en este segundo momento y ver allí al Cristo victorioso que
ya ha triunfado sobre el pecado, la muerte y el mundo, al Cristo triunfante que nos está
invitando también a nosotros a asociarnos a su victoria gloriosa a través del triunfo
sobre el pecado por medio de la gracia, al triunfo sobre la muerte, cada vez que
resucitamos espiritualmente y ayudamos a otros a pasar de la muerte a la vida en el
orden de la gracia. También cada vez que celebramos la Misa comulgamos a aquel que
nos “resucitará en el último día”.15 Que nos invita a vencer al mundo edificados en su
Palabra, ya que “esta es la victoria que vence al mundo: nuestra Fe”.16

mencionar su documento programático EVANGELII GAUDIUM, 2013, y en lo particular de la misma


orientada hacia la peculiar situación familiar y matrimonia de nuestra época mencionamos la Exhortación
Post-sinodal AMORIS LAETICIA, 2016.
12
DISCURSO A LOS OBISPOS CASTRENSES, cit. En Obispado Castrense de la República Argentina, boletín
99, enero 1995, p. 23.24.
13
JN 14,21.
14
JN 21, 21.
15
JN 6, 54.
16
I JN 5,4.
6

Ni qué decir de la importancia de la catequesis que ayudados muchas veces por


los laicos, nos sirve de un valioso medio para que las inteligencias de los soldados y de
sus familiares sea iluminada y esclarecida, para que ellos puedan ante el anuncio claro
del Evangelio y de la verdad siempre proclamada por la Iglesia, inclinarse hacia el bien
y obrarlo efectivamente. A veces tal enseñanza catequística podrá parecer acotada y
acortada por ceñirnos prudencialmente a los escasos tiempos castrenses, sin embargo,
redoblamos nuestra confianza en el Señor que está a la puerta y llama y en el momento
menos pensado se obra la conversión, y el retorno al Señor.

No podría en esta enumeración y ponderación de diversos recursos espirituales,


dejar de mencionar la Misa, la Santa Misa, donde la Iglesia nos invita a acercarnos a la
doble Mesa de la Palabra y de la Eucaristía, donde la Palabra recibida, meditada y
proclamada nos conduce a reconocerlo a Él en la fracción del pan y a comulgarlo con
devoción. Nunca nos cansaremos de ofrecer por este medio no sólo la gracia sino al
mismísimo Autor de la Gracia, nunca cejaremos de partir el pan a los pequeños
acercándolos a las fuentes de la gracia.

En relación a esto, por las condiciones propias de nuestro ministerio entre los
militares muchas veces celebramos la Misa con pocos fieles, y muchas veces la
celebramos solos, lo cual nos tiene que incentivar a no dejar esta celebración incluso en
esas circunstancias porque allí ofrecemos el sacrificio en la persona de Cristo en
comunión con toda la Iglesia y rezando por aquellos hombres que tenemos confiados en
nuestras capellanías.

En esta dirección nunca podremos abandonar la oración por nuestro pueblo,


siempre hablaremos a Dios de los hombres con rostro concreto que han acudido a
nosotros y que sabemos que requieren de nuestra intercesión, y también siempre
hablaremos a los hombres de Dios, tratando de insertarlos en el misterio de la
Redención.

En Argentina, una antigua oración compuesta por la jerarquía para las Fuerzas
Armadas, hacía rezar de la siguiente manera a los hombres de armas de mi Nación:

“Oh soberano Señor, Dios de los Ejércitos, ante cuyo solio altísimo los
escuadrones de los ángeles cantan perpetuamente un himno de gloria, nosotros los
soldados argentinos que en el cielo, en la tierra y en el mar hacemos buena guardia
7

en las fronteras de la nación, velamos a fin de que no sea alterado el imperio de la


ley y la justicia y aseguramos el orden y la paz, que son indispensables para que la
Patria viva tranquila, trabaje confiada y prospere sin interrupción, venimos hoy a
tu augusta presencia para implorar tu protección y ofrecerte nuestros servicios.
Como soldados cristianos, te pedimos la fortaleza invicta, la fidelidad
inquebrantable y el espíritu de sacrificio, llevado si fuera necesario hasta el
heroísmo”.17

Si bien la oración citada es más extensa y completa, sin embargo, he querido


detenerme en la parte citada para mostrar lo siguiente. Si eso era lo que pedía un
soldado a Dios, cuanto más nosotros, sacerdotes del Altísimo, hemos de rezar por
nuestros hombres de armas y por todas sus familias, cuanto más hemos de interceder
por ellos como Moisés con los brazos extendidos en el combate contra los amalecitas,
cuánto más hemos de bregar en esta oración de intercesión por los hombres que se nos
han confiado para que los ayudemos en el orden de su salvación.18 Cuánto nos inspira
aquí la oración sacerdotal del Señor en Jn 17 intercediendo por los hombres ante el
Padre antes de su partida a Getsemaní a ofrecerse por nosotros.

Y en este rumbo de cuánta utilidad resulta toda Misa que celebremos, y de


cuanta utilizad apostólica resulta ese breviario o liturgia de las Horas rezado también en
el silencio contemplativo.

Todo lo anterior quizás tenga que ver con la relación entre nosotros y el pueblo
que se nos ha confiado en el respectivo marco castrense o de seguridad, y hemos
mencionado así las fuentes de la gracia a través de las cuales nuestro ministerio será
fecundo.

Pero esta exposición del carisma del capellán castrense quedaría inconclusa si no
dijera algo sobre la fraternidad sacerdotal. Nunca nos cansaremos desde las curias
militares de convocar a los sacerdotes a encuentros y jornadas que sean útiles tanto para
la formación como para confraternizar amistosamente; nuestra época es de suyo
individualista y estos encuentros ayudan a reunir a los hermanos y a hacerlos compartir
sus proyectos, ilusiones, como también a alentarlos en medio de las dificultades.

17
MANUAL DE DOCUMENTACIÓN PARA EL CLERO CASTRENSE DE LA NACIÓN ARGENTINA, Buenos Aires,
1958, p. 13.
18
Ex 17,11
8

Nunca debemos escatimar esfuerzos para la concreción de estas actividades por


más que algunos la juzguen de reiterativas o de pérdida de tiempo. Jamás podrá ser
tiempo perdido el que se pasa entre los hermanos, y la reiteración de las verdades y
cosas ya sabidas es pedagogía de la Iglesia desde el comienzo de la predicación
apostólica.

Por otra parte, además de los encuentros antedichos siempre será bueno que
entre los mismos capellanes se fomenten aquellos momentos de confraternidad y de
oración en común que sirvan no sólo para alejar los peligros de cierto individualismo y
de ciertas soledades, sino también para que entre los mismos sacerdotes que comparten
un espacio apostólico común, se alienten y motiven mutuamente para toda obra buena.

En estas consideraciones e indicaciones varios elementos fueron señalados y en


ellos luego de haber mencionado a los pontífices Francisco y Juan Pablo II, querría
mencionar ahora a Juan XXIII, el papa que convocó al Concilio Vaticano II, ese magno
acontecimiento eclesial que signa y marca el rumbo de la Iglesia toda que ya surca el
tercer milenio luego de Cristo; ese papa llamado Giuseppe Angelo Roncalli que había
sido capellán militar durante la Primera Guerra Mundial a quien en 1960 cuando se
fundó en Italia la Asociación de los capellanes Militares, le fue obsequiado por los
dirigentes de la misma el carnet de socio número 1 de modo honorífico claro está, y en
dicho carnet luego de su nombre él colocó con su propia letra “Servus Servorum Dei”
para llenar el espacio que decía “Título”. 19 Valga la evocación de la conocida anécdota
para citar a este papa santo quien con palabras sencillas nos recordarán la quintaesencia
del carisma al que deberíamos tender y que deberíamos encarnar y plasmar como
capellanes castrenses:

“La eficacia del ministerio de los capellanes castrenses no depende de medios


humanos, de simpatías ganadas artificiosamente, a veces a costas de compromisos
con la propia conciencia; sino solamente de la ayuda de Dios, y del espíritu
sacerdotal, que es lo que siempre ha de ponerse como cúspide en la jerarquía de los
valores.”

“Queridos hijos, acérquense siempre a sus hermanos como sacerdotes. Ellos


esperan ante todo la luz de vuestro ejemplo y de vuestro sacrificio; anhelan consuelo
19
VICARIATO CASTRENSE PARA LAS FUERZAS ARMADAS, Dignidad del Capellán, Documentos, Buenos
Aires, 1981, p. 2-3.
9

en las pruebas, firmeza en la dirección de las almas, claridad y celo en la enseñanza.


En una palabra, en ustedes ellos quieren ver siempre y en todo a los ministros de
Cristo, a los administradores de los misterios de Dios. No dejen pasar ocasión sin
inculcarles amor a la vida de la gracia, concediéndoles frecuentes oportunidades
para que puedan acercarse a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía.
Sólo así vuestra acción será fructuosa y vuestro recuerdo indeleble…”20

IV Conclusión

Hemos querido delinear aquellos aspectos que consideramos indispensables a la


hora de caracterizar el carisma del capellán castrense, objeto de la presente ponencia,
sabiendo que vivimos en contextos sumamente complejos y conflictivos, donde nuestra
capacidad y talento deben procurar la transformación de las dificultades por graves que
se presenten y parezcan, en desafíos a superar y vencer.

“Este es el tiempo propicio, este es el día de salvación” (II Cor 6,2). Hemos sido
elegidos por Dios para vivir en esta época y en este tiempo que muchas veces nos
desorienta y confunde, y en reiteradas oportunidades nos desborda y desilusiona. Pero
allí una vez más la Escritura nos ilumina: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la
gracia” (Rm 5,20).

El Señor nos ha llamado para vivir plenamente nuestro carisma de capellanes


castrenses, ayudando a la familia militar a orientarse hacia la novedad de la gracia.

Podemos vivir como nuevas creaturas gracias a la Gracia, valga la redundancia;


nosotros vivimos en tiempos de la Nueva Alianza o Nuevo Testamento, nosotros
estamos insertos en la economía de la salvación que la Ley Nueva o gracia del Espíritu
Santo, llamados a vivir el mandamiento nuevo que es el mandamiento del amor.

En definitiva, podremos llenar de sentido, significado y eficacia nuestras


capellanías gracias al Señor que nos dice: “He aquí que yo hago nuevas todas las
cosas”.21

Confiados en él nuestra Misión se torna atractiva y apasionante, desde esta


perspectiva podremos encarar nuestro carisma propio de capellanes castrenses con

20
Ibid. P.3.
21
AP 21,5.
10

nuevo método, con nuevo ardor y con nuevas expresiones como corresponde a la
nueva evangelización de nuestro tiempo.

En esta dirección y siguiendo Spirituali Militum Curae en el instructivo Pastoral


del Obispado Castrense de la República Argentina nos hemos propuesto como objetivo
para el trienio 2014-2016: “Transformar la capellanía castrense en una comunidad de
discípulos-misioneros al modo de una parroquia personal”.22 Somos concientes que
dicho objetivo novedoso a partir de la erección de los Ordinariatos Militares requiere de
los sacerdotes un notable desafío y esfuerzo al momento de encarar la plasmación del
carisma propio de capellán castrense en orden a la evangelización en el seno del mundo
militar.

22
INSTRUCTIVO PASTORAL, trienio 2014-2016, Obispado de la Nación Argentina.

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