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Carlos García: Cristo me encontró en la


universidad
Devoto católico y milítate socialista, oyó la voz de cristo en el torbellino de la
cuatricentenaria universidad limeña, Revisita certeza número 40, 1970.

Efectivamente fue así, Cristo me encontró en la Universidad, y no se trata de un


simple título llamativo, es un hecho que corresponde a la experiencia más grande de
mi vida, aunque los medios que Jesús utilizo para hacerlo puedan parecer extraños.
Y después de quince años de habernos encontrado tengo la seguridad suficiente para
firmar que los caminos de Dios son inescrutables y siempre nos llevan al
cumplimiento de sus sabios propósitos.
¡No puede ser! ¡No es posible!, si él ha sido siempre un buen católico, miembro de
la Hermandad de la Virgen del Perpetuo Socorro, acolito, “¿cómo puede cambiar
tanto?”. Con estas palabras reacciono mi madre cuando supo lo de mi conversión.
En cambio, mi padre no le dio mayor importancia, simplemente dijo: “ya se le pasara,
son cosas d estudiante”. Cuán lejos estaban ellos de imaginar la realidad de mi
profunda experiencia con Jesucristo y todo lo que esto significaba para mí. La verdad
es que yo mismo no alcanzaba a comprender la tremenda transcendencia que mi fe
en Cristo tendría para mi futuro, ni la forma como iba a cambiar y dirigir mi vida
por caminos inesperados.
Habiendo nacido en un hogar católico, lógicamente durante la niñez asistía fielmente
al catecismo; gran parte de la instrucción primaria la estudie en una escuela cuyo
propietario y director era sacerdote. Siendo adolecente me confesaba y comulgaba el
primer domingo de cada mes; era parte de mi deber como miembro de una cofradía
o hermandad religiosa. Durante los seis años de la instrucción secundaria también
recibí la enseñanza del curso de religión. Pero vino la juventud con todas sus
inversiones, muy propias de quietudes, problemas, y mi errado concepto de “gozar
la vida”. Toda la formación religiosa que había recibido no fue suficiente para darme
una sólida base moral y espiritual capaz de resistir esas presiones muy típicas del
medio y dela manera en que desenvolvía mi vida, ni tampoco una perspectiva correcta
de la misma, así que toda mi actividad religiosa se redujo a asistir regularmente a la
misa.
Por razones económicas tuve que trabajar durante el día y estudiar la secundaria
durante las noches, sin embargo, me las arreglaba para dedicarme a las actividades
políticas. Por aquella época mi mente y lealtad fueron atraídas por ideas socialistas
y participe activamente en la juventud del Partido Socialista, uno de cuyos fuertes
bastiones era mi ciudad natal, Piura, en el norte peruano.
Al terminar los estudios secundarios viaje a lima, la capital de mi país, e ingrese a la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos con el propósito de cursar estudios en
la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas. ¡Que nobleza ideal al comenzar los
estudios superiores! Pensaba en defender a los pobres y a los débiles, luchar contra
la injusticia y abogar por las causas nobles. Hasta ahora recuerdo con que pasión
discutíamos los estudiantes sobre la inhumana condición de los indios y la
explotación de los campesinos en nuestra patria. Aunque la verdad es que muchos
de los que hablábamos nunca habíamos vivido ni compartido personalmente la
miseria de ellos. ¡Puras palabras! Pero habíamos sido impactados por las frases de
clise, comunes en esos tiempos.
A medida que pasaban los años en la Universidad mi mente se fue enriqueciendo
con nuevos conocimientos, preparándome cada vez más para mi futura profesión.
Pero mi vida espiritual era vacía, no la cultivaba, estaba atrofiándose. Algo semejante
sucedió con los nobles ideales con que empecé los estudios superiores. Ahora era
más practico- o algo parecido-, debido, posiblemente, a la cercana perspectiva de
culminar mis estudios, el anhelo más grande de mi vida. Mis deseos más inmediatos
eran graduarme lo más pronto, establecerme en un buen trabajo jurídico, ganar todo
el dinero posible, y sobre todo ganar fama y prestigio profesional.
Era el mes de setiembre de 1955 y cursaba ya el quinto año de universidad, cuando
una compañera de estudios me invito a unas reuniones de estudio bíblico. Después
de reiteradas invitaciones asistí a una der las citadas reuniones en casa de una maestra
entusiasta y dinámica: Ruth Siemens, donde me encontré con un pequeño grupo de
alegres y amables universitarios.
Hasta hora recuerdo que en la primera reunión tuvieron que ayudarme a localizar la
cita bíblica ya que yo no sabía cómo hacerlo. ¡Increíble! Educado religiosamente
desde mi primera infancia; luego la primaria en escuela religiosa; posteriormente
estudie religión durante toda la segundaria, ¡casi veinte años instruido en religión y
sin embargo no conocía la Biblia! En los estudios universitarios tampoco tuve
ocasión de tener contacto con las sagradas escrituras. Recuerdo muy bien que la
única referencia que escuche acerca de Jesucristo fue hecha por un catedrático de
Historia Universal, mencionándolo justamente con Buda, Confucio, Mahoma y
otros fundadores de religiones.
Es decir, una referencia tangencial, fría, sin convicción, propia de un profesor
marxista. Así que para mí este primer contacto con la Biblia significo un gran
descubrimiento. Además, la atmosfera de compañerismo y amistad del grupo
contribuyeron a reforzar mi naciente interés por los estudios bíblicos.
Uno de los estudiantes, también compañero de estudios - cuyo nombre es más
conocido por ser hoy director de Certeza- me invito a las reuniones de su iglesia, a
lo cual accedí gustoso. Después de unas semanas de asistir y escuchar la predicación
de la biblia, llegue a la convicción de que ese mensaje era un llamado a la
reconciliación con Dios. Lo acepte y me entregue a él con toda fe de que era capaz
entrando así a una vida de comunión íntima con Jesucristo, a quien acepte como mi
Señor y Salvador.
Debo decir, en homenaje a la verdad que mi conversión no estuvo acompañaba de
hechos extraordinarios, ni el cambio de mi vida fue instantáneo. Fue más bien algo
gradual, silencioso y persuasivo. Fue grande eso sí, la batalla de los primeros días
contra los hábitos, las costumbres, el sistema de vida establecido. El señor en su
providencia tenía preparado algo especial que iba a ayudarme de manera decisiva,
afirmándome en la incipiente fe a la cual acababa de nacer, En enero de 1956, la
Peña Bíblica Universitaria de Buenos Aires, Argentina, organizo un campamento
internacional para estudiantes en la ciudad de Córdoba y tuve el privilegio de asistir
con otros tres peruanos.
Las experiencias vividas durante aquellos días fueron tremendas, tanto por la calidad
de los estudios y la vida devocional como por la amistad y el compañerismo con
estudiantes de otros países. Es decir, la influencia que recibí resulto definitiva para
mi vida y crecimiento espiritual. Al regresar a mi patria me parecía que las cosas, los
hombres y la vida misma habían adquirido una dimensión y un valor nuestro. No
cabía duda. Dios había comenzado su obra en mí, aunque yo no sabía hasta donde
iba a llevarme esta entrega, esta nueva lealtad.
A mediados de ese mismo año fui bautizado y tuve el privilegio de servir en diversas
funciones en mi iglesia. En tiempo de graduarme se aproximaba y ya hacia planes
para el futuro. En esos planes contaba ahora con Dios a quien deseaba servir, lo
mismo que a mis semejantes, mediante la profesión legal. Pero había otros planes
para mí. A fines de 1957, cuando ya terminaba mis estudios, durante unas reuniones
juveniles. Dios puso ante mí la terrible necesidad moral y espiritual que tienen
millones de personas en mi propio país y en todo el mundo: viven sin Dios, sin
esperanza, sin conocer y gozar la nueva y abundante vida que yo había encontrado.
Esta necesidad vino a ser como un enorme peso sobre mi conciencia. Dios me estaba
llamando para un servicio especial, tenía que dedicarme por entero a la proclamación
de las Buenas Nuevas.
Durante varios meses estuve tratando de resistir a ese llamado. Pensaba demasiado
en mí mismo: el brillo del título universitario que estaba por conseguir, los años de
esfuerzo y sacrificio que había costado, el atractivo económico de la profesión. Ello
contribuía a que no me fuera fácil dejar todo por un futuro que yo veía incierto.
Pensaba en medio de mis dudas en que muchos otros podrían dedicarse a la
predicación y yo sería más útil en la actividad secular. Pero el llamado era urgente y
era para mí. Finalmente, en un campamento, en julio de 1958, deje de poner
obstáculos y renunciando a cuanto no había querido dejar, entregue mi vida a la
causa del Señor, poniéndome en sus manos con las palabras del profeta Isaías: “heme
aquí, Señor, envíame a mi”
Para defender la justicia y la ley de los hombres me había preparado durante siete
largos años. Ahora ´para predicar el Evangelio de la rendición y servir mejor a
Jesucristo necesitaba también una buena preparación, por lo cual era necesario cursar
algunos estudios teológicos.
En dos escasos meses tuve que llevar a cabo la sustentación de mi tesis para
graduarme, los trámites para casarme y las gestiones para salir del país. Gracias a
Dios la señorita con quien estaba de novio era de mi misma iglesia y compartía los
mismos anhelos de servir a Cristo, Dos semanas después de habernos casado salimos
de viaje hacia la ciudad de Cali, Colombia, e ingresamos como alumnos del
Seminario Teológico Bautista Internacional.
Después de graduarme como licenciado en Teología, regrese a mi país en 1962 y
aquí actualmente sirvo como pastor de una iglesia de la capital peruana. Tengo
también tareas docentes en la universidad y procuro apoyar la labor de los Círculos
Bíblicos Universitarios, pues creo firmemente que es necesario presentar el mensaje
de Cristo a los estudiantes y profesionales de mi país.

Mucho ha hecho el Señor con aquel joven estudiante que en los patios de la vieja
universidad limeña fue invitado a un estudio bíblico. ¡Y pensar que muchas veces
nos falta valor para hablar de Jesucristo y visión para mirar a los demás no como lo
que son sino como lo que pueden llegar a ser en las manos de Dios! Doy gracias a
Dios por la compañera que me invito a los estudios bíblicos, por el grupo de
estudiantes con quienes tuve mi primer contacto, por el amigo que me llevo a su
iglesia, por los que hicieron posible mi asistencia al campamento argentino. Por
todos los que en una u otra forma Dios uso para hacerme llegar donde estoy ahora.
Así fue como Cristo me encontró en la Universidad. Y creo que no existe privilegio
más grande que ser un colaborador en la gloriosa tarea que Jesucristo mismo vino a
comenzar: reconciliar a los hombres con Dios, Al participar en esta labor mi vida
tiene dimensiones eternas, Percibo que cuanto más me entrego a él y a mis
semejantes, más recibo de Él y de los demás y así mi vida se enriquece cada día. Mi
anhelo supremo es llegar a experimentar y decir lo que el Apóstol Pablo.” Por eso
ya no soy yo el que vive; es Cristo el que vive en mí. La vida que yo vivo en el cuerpo,
la vivo por medio de mi fe en el hijo de Dios que me amo y se entregó a la muerte
por mi”

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