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Captura de Atahualpa

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Batalla de Cajamarca

Conquista del Perú

Óleo de Juan Lepiani que representa la captura de Atahualpa


en Cajamarca.

Fecha 16 de noviembre, 1532

Lugar Cajamarca, Imperio


Incaico (actualmente Perú).

Coordenadas 7°09′52″S 78°30′38″OCoordenadas:


7°09′52″S 78°30′38″O (mapa)

Resultado Victoria estratégica española.


Captura de Atahualpa.

Beligerantes

Imperio Español Imperio Incaico

 Conquistadores españoles

Comandantes

Francisco Pizarro Atahualpa


Hernando Pizarro Señor de Chincha†
Gonzalo Pizarro Señor de Cajamarca†
Juan Pizarro
Hernando de Soto

Fuerzas en combate
106 soldados, 62 caballeros, Estimación antigua:
4 cañones y 12 arcabuces1 30.000-40.0002
Estimación moderna:
6.000-10.0002
(probablemente 7.000)3

Bajas
1 esclavo muerto y 1 español Estimación antigua:
herido4 6.000-7.000 muertos5
Estimación moderna:
2.000 muertos y 5.000
prisioneros

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La captura de Atahualpa6 o batalla de Cajamarca78 fue un ataque sorpresa al monarca


del Imperio Incaico realizada por Francisco Pizarro y sus tropas. Ocurrió en la tarde del 16
de noviembre de 1532, en la plaza mayor de Cajamarca, logrando su objetivo de capturar
al inca Atahualpa.9

Índice
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 1Antecedentes
 2La visita a Pultumarca
 3Desarrollo
 4Captura
 5Véase también
 6Referencias
 7Bibliografía
 8Enlaces externos

Antecedentes[editar]
Véase también: Guerra civil inca

El conquistador español Francisco Pizarro, junto con sus cuatro hermanos, encabezaba
una pequeña expedición de 168 hombres y 62 caballos, la misma que había partido
de Panamá en diciembre de 1531.10 Atahualpa acababa de resultar victorioso en una
larga guerra civil por la sucesión al trono contra su medio hermano Huáscar. Durante el
viaje de la expedición española, Atahualpa envió varios mensajeros con regalos para los
españoles, algunos de ellos de oro, lo que aumentó las esperanzas de Pizarro de hallar
grandes tesoros.10
Cuando Pizarro llegó a Cajamarca, esta se encontraba desierta y el ejército inca de
alrededor de 30 000 guerreros se encontraba acampado en las afueras,11 en Pultumarca
(hoy llamado Baños del Inca), a una legua de la ciudad.
Francisco Pizarro encomendó a Hernando de Soto la misión de ir donde el Inca para
invitarle a que viniera a cenar con él en Cajamarca. Pizarro fue muy insistente en el
sentido de que la invitación debía ser transmitida de manera cortés y pacífica, para evitar
malentendidos. Soto partió acompañado de veinte jinetes entre los que se
encontraba Diego Garcia de Paredes. Cuando la avanzadilla se hallaba ya a medio
camino, Pizarro viendo desde lo alto de una de las “torres” de Cajamarca las numerosas
tiendas de campaña que conformaban el campamento del Inca, temió que sus hombres
pudieran sufrir una emboscada y envió a su hermano Hernando Pizarro con otros veinte
encabalgados más.12
La visita a Pultumarca[editar]
Soto y sus hombres llegaron a Pultumarca, a través de una calzada de piedra que corría
entre dos canales de agua y terminaba en un río, a partir del cual comenzaba el
campamento del Inca. Mientras que Hernando Pizarro y su grupo iban ya casi al alcance
de Soto. Éste llevaba al intérprete Felipillo de Tumbes, mientras que Hernando Pizarro
llevaba al intérprete Martinillo, el sobrino del curaca Maizavilca de Poechos
El Inca descansaba en un palacete situado en medio de un pradillo cultivado, situado un
poco más atrás del campamento inca. Unos cuatrocientos guerreros incas, desplegado en
el pradillo, custodiaban la residencia del Inca. Soto y sus hombres, después de cruzar el
campamento, llegaron ante la puerta del palacete y, sin bajar de sus caballos, enviaron a
Felipillo para que solicitase la presencia del Inca. Un orejón o noble inca fue donde su
señor con el mensaje y los españoles quedaron a la espera de alguna respuesta. Sin
embargo, transcurría el tiempo, sin que nadie saliera dando una respuesta y en eso llegó
Hernando Pizarro, junto con cuatro españoles, todos a caballo (el resto de los jinetes se
había quedado a las puertas del campamento, a la expectativa de lo que sucediera). Sin
bajarse del animal, Pizarro se dirigió a Soto preguntándole por el motivo de su demora, a
lo que éste respondió «aquí me tienen diciendo ya sale Atabalipa... y no sale». Hernando
Pizarro, muy molesto, le ordenó a Martinillo que llamara al Inca, pero como nadie salía, se
encolerizó aún más y dijo «¡Decidle al perro que salga...!»12
Tras el agravio de Hernando Pizarro, el orejón Ciquinchara salió del palacete a observar la
situación y luego volvió al interior, informando a Atahualpa que se hallaba afuera el mismo
español que lo había descalabrado en Poechos (sede del curacazgo de Maizavilca,
en Piura), cuando se hallaba espiando el campamento español. Fue entonces cuando,
Atahualpa se animó a salir, caminando hacia la puerta del palacete y procediendo a
sentarse sobre un banco colorado, siempre tras una cortina que únicamente dejaba ver su
silueta. De éste modo, podía observar al enemigo sin ser visto.12
De inmediato, Soto se acercó a la cortina, aún encabalgado, y le presentó la invitación a
Atahualpa, aunque éste ni siquiera lo miró. Más bien, se dirigió a uno de sus orejones y le
susurró algunas cosas. Hernando Pizarro se molestó nuevamente y comenzó a vociferar
una serie de cosas que acabaron por llamar la atención del Inca, quien ordenó que le
retirasen la cortina. Su mirada se dirigió muy particularmente al osado que lo había
llamado «perro». Sin embargo, optó por responder a Soto, diciéndole que avisara a su jefe
que al día siguiente iría a verlo donde ellos estaban y que ahí deberían pagarle todo lo que
habían tomado durante su estancia en sus tierras.12
Hernando Pizarro, sintiéndose desplazado, le dijo a Martinillo que le comunicara al Inca
que entre él y el capitán Soto no había diferencia, porque ambos eran capitanes de Su
Majestad. Pero Atahualpa no se inmutó, mientras cogía dos vasos de oro, llenos de licor
de maíz, que le alcanzaron dos mujeres. Sin embargo, Soto le comentó al Inca que su
compañero era hermano del Gobernador. El Inca siguió mostrándose indiferente ante
Hernando Pizarro, pero finalmente se dirigió a él, entablándose un diálogo durante el cual
el español se jactó de la superioridad bélica de sus hombres.12
Luego, el Inca ofreció a los españoles los vasos de licor, pero aquellos, temerosos de que
la bebida estuviera envenenada, se excusaron de tomarla, diciendo que estaban en ayuno.
A lo que el Inca replicó diciendo que él también estaba ayunando y que el licor de ningún
modo hacía romper el ayuno. Para que se disipara cualquier temor, el Inca probó un sorbo
de cada uno de los vasos, lo que tranquilizó a los españoles, que bebieron entonces el
licor. Soto, montado en su caballo, quiso enseguida lucirse y comenzó a galopar, haciendo
cabriolas ante el Inca; de repente avanzó sobre el monarca como queriendo atropellarle,
pero paró en seco. Soto quedó asombrado al ver que el Inca había permanecido
inmutable, sin hacer el menor gesto de miedo. Atahualpa ordenó luego traer más bebida y
todos bebieron. Finalizó la entrevista con la promesa de Atahualpa de ir al día siguiente a
encontrarse con Francisco Pizarro.12
Los españoles convencieron al Inca de solo llevar sirvientes y no soldados al encuentro
como gesto de buena voluntad, aunque de igual modo Atahualpa llevó a su lado a algunos
cientos de soldados de su guardia imperial. Le seguían 30.000 a 40.00013 sirvientes y
guerreros desarmados por orden suya (porque pensaba capturar a los españoles como a
animales: solo con las manos, y de ser necesario, usando boleadoras). Pizarro los
esperaba con 180 españoles y 37 caballos más indios auxiliares.14

Desarrollo[editar]

Dibujo de Guamán Poma de Ayala que representa a Atahualpa en Cajamarca, sentado en su trono o
usno y acompañado de sus guerreros. Delante de él están Francisco Pizarro y el padre Vicente de
Valverde.

Atahualpa aceptó la invitación y presidió una lenta y ceremoniosa marcha de miles de sus
súbditos, mayormente bailarines, músicos y cargadores de servicio. El desplazamiento le
tomó buena parte del día, causando desesperación en Francisco Pizarro y sus soldados,
porque no querían pelear de noche. Esto es notable porque a estas alturas de la campaña
de conquista del Tahuantinsuyo, los españoles ignoraban que los incas no combatían de
noche por motivos rituales.
Dentro de Cajamarca, los españoles habían hecho ya los preparativos para tender la
celada al Inca. Pizarro dividió a sus jinetes en dos grupos, uno al mando de Hernando
Pizarro y otro al mando de Hernando de Soto. A los caballos se les colocó cascabeles para
que hicieran más ruido al momento de galopar. Los infantes fueron también divididos en
dos grupos, uno al mando del mismo Francisco Pizarro y otro al mando de Juan Pizarro.
Todas estas tropas fueron desplegadas de manera estratégica. En la cima de una torre
situada en la plaza, se instaló el artillero Pedro de Candía, acompañado por tres soldados
y dos trompetas, junto con la artillería, compuesta por dos falconetes o cañones pequeños,
dispuestos para disparar cuando se diese la señal convenida.15
Escondidos dentro de la ciudad, las tropas españolas presenciaron el ingreso del Inca a la
plaza mayor, ya cerca de la hora del crepúsculo. Atahualpa cometió el error de subestimar
el peligro que el pequeño grupo de españoles representaba y acudió escoltado únicamente
por un grupo de entre 3.000 y 6000 servidores,1016 mientras que el resto de su ejército
quedó fuera de la muralla de la ciudad, delante de la portada de levante.17
El Inca, cargado en andas, se condujo hasta el centro de la plaza, donde ordenó a sus
portadores que se detuvieran. Se sorprendió al no ver a ningún español y preguntó a su
espía Ciquinchara dónde estaban todos ellos. Algunos de sus capitanes le respondieron
que los españoles estaban escondidos de miedo. De pronto, avanzó hacia Atahualpa un
hombre barbado y vestido con un hábito blanquinegro: era el fraile Vicente de Valverde,
acompañado de un intérprete indígena (Felipillo, según cronistas como Cieza y Garcilaso,
o Martinillo, según los soldados-cronistas Pedro Pizarro y Miguel de Estete, testigos de los
hechos) y del soldado español Hernando de Aldana, el único de la hueste hispana que
entendía ligeramente el idioma de los incas.1819202122 Valverde, portando una cruz y un
breviario, inició el llamado Requerimiento, ordenando a Atahualpa que renunciara a su
religión pagana y que aceptara en cambio al catolicismo como su fe y a Carlos I de
España, como soberano. Atahualpa se sintió insultado y confundido por estas demandas
de los españoles. Si bien seguramente Atahualpa no tenía intenciones de acceder a las
demandas de los españoles, según las crónicas de Garcilaso de la Vega, el Inca intentó
algún tipo de discusión sobre la fe de los españoles y su rey, pero los hombres de Pizarro
se comenzaron a poner impacientes.23

Captura[editar]

Grabado del siglo XVII que representa la captura de Atahualpa en la plaza de Cajamarca. El Inca
aparece en pie sobre su litera ante Pizarro y el padre Valverde; a la izquierda aparecen los jinetes
españoles atacando a unos indios semidesnudos. Todo ello está erróneamente representado;
tampoco se ajusta al relato histórico la presencia de cañones en la plaza. Esta representación de los
incas se inspira en los nativos de la zona caribeña o norteamericana; en realidad, los hombres
andinos eran los mejores vestidos de entre todos los indígenas de América.

El Inca notó que Valverde miraba su breviario antes de pronunciar las frases
del Requerimiento y con curiosidad se la pidió. El cura le explicó que allí se encontraba el
designio divino de su religión y que de allí salía la palabra de Dios. Atahualpa cogió el libro,
lo revisó y se lo acercó al oído, indignándose porque no oía nada ni sentía que ese objeto
fuera así de poderoso, por lo que lo lanzó muy lejos con furia, gritando que él no se
sometería ante nadie por ser el hijo del sol, y que no conocía la religión de la que el cura le
hablaba; asimismo exigió que los españoles pagaran por los desmanes que habían
cometido desde su llegada a suelo de su reino. Martinillo recogió el libro y lo alcanzó a
Valverde, quien corrió hacia donde Pizarro, gritándole: «¡Qué hace Vuestra Merced, que
Atabalipa está hecho un Lucifer!», para luego dirigirse hacia los soldados españoles,
contándoles que el Inca había arrojado los Evangelios por tierra y rechazado
el Requerimiento, por lo que les incitó a que salieran a combatir al “idólatra”, que tendrían
la absolución. Fue así que Pizarro ordenó a sus hombres a que entraran en acción;
sonaron las trompetas y simultáneamente, el artillero Pedro de Candía disparó uno de
los falconetes que estaban en la cima de la torre (el otro se averió), impactando el disparo
en medio de la masa humana, matando y mutilando a los que en su línea de fuego
encontró. Y antes de que los sorprendidos indios se recuperasen, los españoles de a
caballo, al grito de «¡Santiago, Santiago!», salieron estrepitosamente barriendo todo lo que
tenían delante, seguidos de una tropilla de negros e indios con corazas, estoques y lanzas.
Simultáneamente, el otro escuadrón de españoles abría fuego con sus mosquetes desde
larga distancia. Se produjo un gran caos pues los pocos guerreros armados no tuvieron
tiempo de sacar sus porras, las cuales tampoco eran de mucha ayuda contra los tiros
lejanos españoles y los caballos, la mayoría de la masa india trató de salir del complejo
para alejarse de la masacre, y como la única puerta principal estaba abarrotada cargaron
contra uno de los muros haciendo un forado en este y salieron del complejo.24
El principal blanco del ataque español era Atahualpa y sus comandantes. Pizarro se dirigió
a caballo hacia donde estaba Atahualpa, pero el Inca no se movió. Los españoles cortaron
las manos o brazos de los asistentes que portaban la litera de Atahualpa para obligarlos a
dejarla caer y poder alcanzarlo. Los españoles estaban sorprendidos porque los asistentes
ignorando sus heridas, y con sus miembros todavía sanos, sostuvieron la litera hasta que
varios de ellos fueron matados y la litera volcó. Atahualpa permaneció sentado en la litera
mientras que un gran número de asistentes se apresuraron a colocarse entre la litera y los
españoles, dejando que los españoles los mataran. Mientras sus hombres mataban a los
indios, Pizarro cabalgó entre ellos hasta donde un soldado español de a pie había extraído
a Atahualpa de la litera. Mientras que sucedía esto, otros soldados también alcanzaron la
litera y uno de ellos intentó matar a Atahualpa. Reconociendo el valor de Atahualpa como
prisionero, Pizarro lo defendió y fue herido en una mano con una espada.2526
Como resultado del encuentro entre 4.000 a 5.000 personas murieron (entre sirvientes y
guardias atahualpistas junto a terceros que allí se encontraban, como los pobladores de
Cajamarca y varios orejones huascaristas enviados con ofrecimientos de parte del Inca
cautivo), otros 7.000 fueron heridos o capturados, según los cronistas los españoles
tuvieron solo un muerto (un esclavo negro)4 y varios heridos.
La esposa de Atahualpa, Cuxirimay Ocllo (que por entonces tendría entre 13 y 15 años de
edad), estaba con el ejército y acompañó a Atahualpa mientras estuvo prisionero. Luego
de su ejecución fue llevada a Cuzco y adoptó el nombre de Doña Angelina. Hacia 1538 era
la concubina de Francisco Pizarro, con quien tuvo dos hijos, Juan y Francisco. Luego que
Pizarro fuera asesinado en 1541, ella se casó con el intérprete Juan de Betanzos quien
escribió posteriormente "Suma y Narración de los Incas", cuya parte primera cubre la
historia de los Incas hasta la llegada de los españoles y la segunda parte abarca la
conquista hasta 1557, principalmente desde el punto de vista de los incas e incluye
menciones a entrevistas con guardias del Inca que se encontraban cerca de la litera de
Atahualpa cuando fue capturado. Hasta 1987 solo se conocían los primeros 18 capítulos
de la parte primera hasta que en 1987 se encontró y publicó el manuscrito completo.27

Véase también[editar]
 Cuarto del Rescate

Referencias[editar]
1. Volver arriba↑ Kim MacQuarrie (2007). The Last Days of The Incas, pág 70.
2. ↑ Saltar a:a b Spencer C. Tucker (2010). Battles That Changed History: An Encyclopedia of
World Conflict. Santa Bárbara: ABC CLIO, pp. 171. ISBN 978-1-59884-429-0.
3. Volver arriba↑ Samuel Willard Crompton (1997). 100 Battles That Shaped World History.
San Mateo, California: Bluewood Books, pp. 47. ISBN 978-0-91251-727-8. Sirvientes y
guardias con armamento ceremonial.
4. ↑ Saltar a:a b Kim MacQuarrie (2007). The Last Days of The Incas, pág 84.
5. Volver arriba↑ Gonzalo Portocarrero Maisch (1993). Racismo y mestizaje. Lima: Sur Casa
de Estudios del Socialismo, pp. 47
6. Volver arriba↑ Lavallé, Bernard (2005). Francisco Pizarro: Biografía de una conquista.
Instituto de Estudios Peruanos. p. 116. ISBN 9789972623363.
7. Volver arriba↑ Varios (1957). Seminario Sudamericano de Informacion de Extension
Agricola Y Economia Comestica. p. 85.
8. Volver arriba↑ José María González-Ochoa. Breve historia de los conquistadores. ISBN 978-
8499675619.
9. Volver arriba↑ MacQuarrie, Kim (2012). The Last Days of The Incas. Hachette.
p. 70. ISBN 9781405526074.

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