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LA ASOCIACION

1. El concepto de asociación en el Código Civil.


Características de la asociación.
La asociación se encuentra definida por el art. 80 del Código civil como una organización estable de personas
naturales o jurídicas, o de ambas, que a través de una actividad común persiguen un fin no lucrativo.
La definición es importante, pero es necesario explicar algunos de sus elementos caracterizantes para
describirla adecuadamente. Comencemos por decir que todas las personas jurídicas del derecho civil carecen
de fines lucrativos.
La consecución de fines no lucrativos se refleja a través de dos hechos. El primero es que ninguna asociación
(ni la fundación o el comité) distribuye las posibles utilidades que obtenga en su actividad, entre sus
miembros(3). Si existieran excedentes, ellos deben aplicarse en el siguiente ejercicio económico. a los
objetivos de la institución. En segundo lugar, en el caso de disolución de una asociación, el patrimonio neto
resultante de la liquidación tampoco se restituye a los asociados, sino que es destinado a propósitos
análogos, como después se verá.
Los aportes de los asociados, por tanto, no se convierten en un crédito para ellos ni en un débito para la
asociación, mucho menos para exigir el pago de utilidades. Esto marca una importante diferencia con las
sociedades mercantiles, que además se refleja en el balance y la contabilidad de estas últimas.
Los fines no lucrativos son de lo más variado: educativo, cultural, deportivo, religioso, artístico, científico,
recreativos, etc. y son éstos los que deben ser satisfechos por medio de la asociación.
Los objetivos últimos no deben confundirse con las actividades que realicen cualquiera de las organizaciones
sin fines de lucro. Las actividades son medios o vías instrumentales que les permiten a las
asociaciones, fundaciones y comités generar recursos o captarlos para poder cumplir sus fines. En esa
medida, las actividades son, por lo general, económicas, pero estas actividades, por no ser los fines últimos
de estos entes, no los convierten en lucrativos (4) (5). Dada la actual tendencia de considerar que estas
personas jurídicas son formas organizativas de empresas, en la medida que producen bienes y servicios,
parece necesario reconocer esta diferencia (6).
La definición del Código civil hace referencia a una organización estable de personas. La idea de
organización es de suma importancia en la medida que se trata de un grupo de personas, es decir, de seres
humanos, que es el substrato material(7) de cualquier ente personificado (la personificación es el elemento
formal) y que realizan una actividad en conjunto en base a la distribución de roles y responsabilidades(8).
Pero se trata de una organización artificial, creada precisamente para perseguir los fines para los que fue
constituida. No es, por tanto, una organización natural de personas como ocurre, por ejemplo, con la familia.
A la organización se le atribuye el carácter de estable, en decir, de ser permanente en el tiempo. La
calificación responde a la necesidad de la persona jurídica de perpetuarse como un órgano vivo durante el
tiempo que sea requerido para que pueda satisfacer sus propósitos. Sin embargo, no es una nota
que debacumplirse siempre. Nada impide que una asociación realice plenamente sus objetivos sin
que deba tener una vida prolongada. Pese a lo dicho, la nota adjudicada por el legislador responde a lo que
suele ocurrir, por lo general, en la experiencia, y es, adicionalmente, un dato de importancia para distinguir a
la asociación del comité que suele tener una vida efímera(9). Aunque también la estabilidad debería señalarse
respecto de la fundación, dato que no encontramos en el concepto dado por el art. 99 del Código civil.
El aspecto que en la definición del Código caracteriza mejor a la asociación viene constituido por la necesidad
de realizar una actividad en común.
No se trata de que todos y cada uno de los asociados que la integren se ocupen cotidianamente o asuman
tareas de gestión de esta persona jurídica. En rigor de verdad, lo común es la participación en las decisiones
que adopten los asociados, así como en los resultados una vez que la asociación alcance la finalidad que le
dio origen.
Lo común, por otro lado, revela el temperamento asociativo de esta organización. Entre la asociación y los
asociados existe, recíprocamente, una especie de vínculo de “pertenencia” o de “necesidad” en el sentido
de que no puede haber asociación sin la presencia de cuando menos dos asociados (10), lo que supone
pluralidad de personas entre las que existe ánimo de asociarse (affectio societatis)(11), a partir de lo cual es
posible hacer referencia a una organización. Y esta nota señalativa también puede decirse respecto de la
relación que debe mediar entre los asociados, en razón que una sola persona es incapaz de poder dar vida a
una asociación o de permitir que se mantenga como tal. Esta es una diferencia, por ejemplo, con la fundación,
conforme explicaremos en su oportunidad.
A pesar de esta “necesidad”, la asociación no deja de ser un sujeto de derecho distinto de los asociados,
especialmente cuando adquiere personalidad jurídica con su inscripción en el registro.
A este respecto, creo necesario señalar algunas cuestiones adicionales. La idea de “organización” que
caracteriza a la asociación, fundación y comité dentro del Código civil tiene suma importancia en la medida
que éstas no siempre adquieren la condición de persona jurídica. Empero, aun en esta hipótesis, no dejan de
presentar una cierta unitariedad como centro de imputación de derechos y deberes, en razón que el legislador
considera que estas organizaciones no inscritas son también “sujetos de derecho”.
La importancia de que la asociación acceda al registro para convertirse en persona jurídica tiene efectos en
materia de responsabilidad, pues al producirse una radical y definitiva separación de los patrimonios de la
asociación inscrita respecto del patrimonio de sus asociados, éstos (o quienes actúen en nombre de aquéllas)
no responden por las deudas de la organización.
Una característica de la asociación que no se refleja en la definición del Código civil (que incide en “lo común”)
es aquélla según la cual los fines que persigue dicha organización deben beneficiar a sus asociados. Ello no
ocurre, por ejemplo, ni en la fundación ni en el comité, pero sí debe cumplirse en el caso de la asociación. En
relación con este aspecto, debe recordarse que la creación de una de estas organizaciones responde a la
imposibilidad de que las personas naturales puedan, por sí solas, realizar determinadas tareas y obtener
ciertos resultados. La asociación es el expediente con el cual cuentan para aunar esfuerzos (nuevamente nos
asalta la idea de “lo común”), pero no desconoce que la finalidad (no lucrativa) debe ser en provecho de
quienes se sirven de esta figura(12).
Una característica adicional es que la asociación es una organización abierta a la afiliación. En la medida
que cualquier individuo tenga interés en pertenecer a ella, y siempre que cumpla con los requisitos que
elestatuto establezca, la asociación admite la incorporación de nuevos integrantes(13), cuestión que, por
ejemplo, no se presenta en el caso de la fundación.
2. Los órganos de la asociación
La asociación tiene dos órganos principales: la asamblea general de asociados y el Consejo directivo.
2.1. La asamblea general
La asamblea, como bien indica el art. 84 del Código civil, es el órgano supremo de la asociación. Es, como
se ha señalado, el órgano “dominante”, aquél que decide la vida, el destino y todo cuanto tenga que ver con la
actividad y fines de la organización.
Como órgano es el medio de expresión de la voluntad colectiva de los miembros de la asociación y, a su
vez, individual. Lo segundo en la medida que los asociados pueden, en el seno de una asamblea, expresar su
opinión particular respecto de los hechos que se aborden; lo primero en razón que la decisión que adopte la
asamblea es un acuerdo colegiado (por ser un órgano “colegial”(14)) que obliga a todos los miembros del
ente, siempre que se cumpla con el quórum y las mayorías establecidos en el art. 87 para los temas tratados
en ella, pues estamos ante una instancia en la que se aplica el principio mayoritario. (Nada impide la utopía de
la unanimidad, si el estatuto así lo ha contemplado. Empero, la experiencia demuestra que la unanimidad se
puede convertir en la “dictadura” de las minorías).
Es, además, un órgano de control(15). En efecto, la asamblea controla la gestión de sus administradores
reunidos en el denominado Consejo directivo y controla a los propios asociados (sin perjuicio de las
atribuciones a este respecto delegadas al Consejo).
Dada la gravitación que tiene este órgano en las funciones contraloras que ejerce, el legislador no considera
conveniente la creación de un organismo estatal administrativo que se ocupe de su supervigilancia (16), como
ocurre, en cambio, con las fundaciones. Ello, sin embargo, no elimina la posible ingerencia del Estado cuando
los fines o las actividades de la asociación son contrarios al orden público o a las buenas costumbres, en cuyo
caso el Ministerio Público puede solicitar su disolución (art. 96).
Las principales funciones de la asamblea están dadas por la aprobación (o desaprobación) del balance,
cuentas y gestión de los administradores o directivos, la elección de éstos y la modificación del estatuto. En
general, resuelve todos los asuntos que no sean de competencia de otros órganos, como señala el art. 86 del
Código civil. Sin embargo, dada su condición de máxima instancia, puede involucrarse en cualquier aspecto.
2.2. El Consejo directivo
El segundo órgano es el Consejo directivo que reúne a los administradores de la asociación.
Es, también, por esencia, un órgano colegiado y sus decisiones se adoptan por mayoría, salvo que el estatuto
establezca la unanimidad. Usualmente se integra por un número impar de administradores.
El Consejo directivo es el responsable de la gestión y dirección de la asociación, de las labores y actividades
cotidianas de la organización, es decir, cumplen funciones ejecutivas. No dejan de estar subordinados a las
decisiones de la asamblea, sin perjuicio de acatar lo dispuesto por las normas estatutarias. Además,
cumple funciones representativas o, al menos, así debería establecerse de manera inequívoca en el
Código.
No existe ningún impedimento para que quienes ocupen cargos directivos no sean asociados.
Nada impide, tampoco, que en el estatuto se prevean otros órganos como, por ejemplo, una gerencia o varias,
así como comisiones especiales.
3. Los asociados: derechos y deberes
3.1. La condición de asociado
La condición de asociado es personalísima, ya que en línea de principio es inherente a la persona que hace
parte de una asociación y no se transmite, salvo que el estatuto disponga lo contrario (art. 89)(17).
La transmisión puede ser como consecuencia de la sucesión a título universal o bien a título individual, o bien
puede ser producto de un acto inter vivos que esté permitido por la norma estatutaria.
Para ser asociado, el interesado debe ser admitido por el órgano al cual el estatuto haya atribuido la
responsabilidad de evaluar, calificar y afiliar a terceros que se integran en un momento posterior a la
constitución de la asociación.
Los asociados que otorgan el acto constitutivo suelen ser denominados asociados fundadores, en tanto que
los que se incorporan con posterioridad son calificados como activos. La distinción es inútil, pues “activos”
serán todos aquéllos que participen en la vida de la institución y que, de no haber sido inhabilitados o
excluidos, gozan de todos los derechos que se reconocen a los integrantes del sujeto de derecho de
asociación. Además, los asociados fundadores, a diferencia de lo que puede ocurrir con los socios fundadores
de una sociedad anónima, no pueden reservarse derechos preferentes respecto de los que ingresen en un
momento ulterior. Y es que, si alguna persona jurídica goza de mayor aptitud para practicar la democracia
institucional, ella es la asociación.
3.2. Derechos de los asociados
La ingerencia y grado de participación de los asociados en las decisiones que se adopten al interior de esta
persona jurídica no depende, como ocurre con las sociedades mercantiles, de su permanencia en la
organización (salvo que el estatuto establezca un mínimo de tiempo para acceder a cargos directivos, mas no
para adoptar decisiones al interior de la asamblea), ni del mayor o menor número de aportes que hubieren
realizado en favor de la asociación. Sus aportes se consideran “perdidos” en favor de la asociación, pues en
caso de disolución no tienen derecho a ningún reembolso.
Los asociados participan con un solo voto. En nada importa el quantum de sus aportes. Así lo señala el art.
88 del Código civil.
Entre sus prerrogativas se encuentran el derecho a participar en las asambleas para opinar y votar respecto
de los temas para los cuales aquélla es convocada.
En algunos casos, la norma estatutaria prevé la inhabilitación de los miembros de la asociación para que no
participen en la asamblea, fundamentalmente por razones de incompatibilidad, oposición de intereses o
también cuando no se encuentra al día en el pago de un determinado número de aportes.
El asociado, asimismo, tiene derecho a elegir y ser elegido para los cargos que corresponden a los
diversos órganos de la asociación, excepto la asamblea.
También gozan, a pesar que el Código no lo señale, del derecho de solicitar información respecto de las
decisiones de los diversos órganos de la asociación, sobre todo cuando se convoca a asamblea para adoptar
algún acuerdo.
Asimismo, los asociados pueden impugnar los acuerdos de la asamblea si éstos violan las disposiciones
estatutarias o legales(18) (art. 92). Desde la posición opuesta, los miembros de la organización que se
encuentran en favor de la decisión pueden, a su costa, intervenir en el proceso en el que se discute la
impugnación para defender la validez del acuerdo de asamblea (art. 92).
Los miembros de la asociación pueden renunciar a ésta (art. 90), siempre que lo soliciten por escrito. La
formalidad parece ser solemne, consustancial a la solicitud de renuncia. Sin embargo, ello no excusa al
asociado del cumplimiento de las obligaciones que tuviere pendiente frente a la persona jurídica.
3.3. Deberes de los asociados
El deber más resaltante de los asociados es el de pagar los aportes ordinarios y extraordinarios que el
estatuto señale.
También se considera un deber el participar en las elecciones que se realicen para la designación de los
administradores.
4. El patrimonio de la asociación. Su destino en caso de disolución
A diferencia de lo que sucede con la fundación, que no es posible constituirla sin un simultáneo acto de
dotación patrimonial, la asociación puede ser creada, al menos teóricamente, sin un substrato patrimonial
inicial.
Con el desarrollo, con la vida misma de la asociación, ésta irá formándose, de modo paulatino, un patrimonio
propio.
El patrimonio de la asociación está constituido por los aportes ordinarios y extraordinarios de los asociados.
Puede también adquirir otros bienes, ya sea mediante la aplicación del fondo que constituye a partir de los
aportes o por otros medios: endeudamiento, prestación de servicios, especulación bursátil, etc., es decir, a
través de cualquier actividad económica que permita la generación o captación de recursos para que el ente
pueda cumplir sus fines.
Como ya se ha anotado, los aportes de los asociados pasan a ser parte del patrimonio de la asociación y no
son pasibles de restitución, ni aun en caso de disolución.
Tradicionalmente se ha señalado que uno de los elementos de las personas jurídicas es su patrimonio, al
extremo de considerarlo como un requisito de su existencia (p. ej. Giorgi). Empero, como bien se ha dicho al
menos para las asociaciones y comités, no así, en nuestra opinión, para las fundaciones en respuesta a dicha
postura, ello no es verdad(19).
Lo cierto es, sin embargo, que ninguna organización puede sobrevivir ni menos cumplir con sus fines si carece
de medios. Se limitará a languidecer hasta que se disuelva.
Como se ha enfatizado líneas arriba, si una asociación tiene excedentes, ellos deben seguir siendo parte de
su patrimonio y ser utilizados en la consecución de sus objetivos.
Sin importar cuál sea la causa de disolución de la asociación, en caso ella se produzca, debe aplicarse el art.
98 del Código civil, el mismo que dispone que el haber neto que resulte de la liquidación sea entregado a las
personas designadas en el estatuto, con exclusión de los asociados. De no ser posible, será la autoridad
judicial la que ordene su aplicación a fines análogos en interés de la comunidad, dándose preferencia a la
provincia en donde tuvo su sede la asociación.
La flexibilidad de segunda parte de la norma permite que los jueces determinen a qué otros fines se destinará
el patrimonio resultante. No tiene por qué ser, necesariamente otra asociación de propósitos similares. Es
más, si existieran algunas otras organizaciones con características semejantes, pero es posible beneficiar a la
colectividad de una manera diversa, se elegirá a ésta como destinataria. Así, si se disuelve una asociación
educativa, y su haber resultante está dado por una nutrida colección de libros, es más evidente el beneficio de
la comunidad si aquélla se transfiere a una biblioteca municipal antes que a otra asociación de carácter
educativo, que quizá sólo satisfaga el interés de sus integrantes.
LA FUNDACION
5. Concepto y características
De las dos personas jurídicas reguladas en la legislación civil, la fundación es aquélla que ha sufrido mayores
transformaciones(21).
Frente a la laxa y escueta definición del art. 64 del Código Civil de 1936 que la concebía como un patrimonio
afectado a un fin especial se erige una nueva definición que contempla una serie de modificaciones y que, a la
postre, rescata la verdadera naturaleza y propósitos de las fundaciones.
En efecto, el Código derogado concedía, absurdamente, personalidad jurídica a un patrimonio, lo cual
representa un contrasentido en la medida que ese expediente sólo puede ser concedido a los seres humanos
que se organizan para desarrollar una actividad en conjunto(22).
El art. 99 destaca por la referencia a la organización instituida por el fundador a través de la afectación de
bienes para realizar fines de interés social.
En primer lugar, con ello se descarta la concesión de la personalidad a los bienes aportados por el fundador.
En verdad, la fundación es un acto de organización para la administración del patrimonio afectado(23). De
esta manera el patrimonio pasa a tener un fin instrumental y no un papel primordial como se creía(24),
poniéndose énfasis sobre el elemento personal que da vida a este ente(25). Por ello no se puede centrar la
definición de la fundación en la masa patrimonial sino en la concurrencia de los hombres que se encargan de
la gestión y aplicación de los bienes entregados a ella (26) (27) (28) (29).
Otro cambio de suma importancia en la conceptuación de la fundación, y que la caracteriza de modo
adecuado, es la asignación de fines de interés social. Como bien se ha señalado, el Código de 1936 apenas
se limitaba a señalar que cumplía fines especiales, lo cual podía dar pie a que ella cumpliera cualquier fin
particular, del más variado tipo, individual, familiar o social(30) (31).
El art. 99 del Código precisa, sin lugar a dudas, que el fin debe ser de interés social, proscribiendo, en
consecuencia, la consecución de objetivos individuales o familiares, para los cuales el ordenamiento arbitra
otros medios (p. ej. fideicomiso). Ese, por lo demás, fue el sentido de creación de una figura como la
fundación en la historia(32).
Luego veremos los aspectos vinculados con el acto de constitución de la fundación y las características de su
patrimonio. Por ahora nos interesa señalar alguna de sus características.
Una nota importante es que la fundación carece de titulares. En efecto, a diferencia de lo que sucede con la
asociación en la que los asociados son los que, reunidos en asamblea, definen todo lo concerniente a dicha
organización, en el caso de la fundación no existen titulares que puedan disponer de ella o de su patrimonio a
su libre albedrío(33). En estricto, la fundación es un nuevo sujeto de derecho distinto del fundador que
administra, a través de la organización creada, el patrimonio aportado por el fundador y, en consecuencia, se
desvincula de éste, quien queda al margen de ella(34).
Otra característica de la fundación es que carece de miembros(35). En realidad, la fundación tiene órganos
que se encargan de su administración, ya sea individual o colegiadamente, pero no tiene integrantes por
seruna persona jurídica cerrada a la afiliación. Siendo así, es claro que la única integración a ella se da a
través de la asunción de las tareas del administrador.
Con relación a los fines de la fundación, ella se caracteriza por ser una organización que realiza objetivos
que favorecen a terceros que no son ni el fundador ni los administradores. No son concebibles, al menos en
nuestro ordenamiento, fundaciones que persigan objetivos que beneficien a quien la ha creado o a quienes la
administran. Usualmente se ha señalado que se debe conseguir resultados en favor de categorías
indeterminadas de personas, no con otro sentido que el de precisar que los beneficiarios no pueden ser
sujetos individuales o señalados. La fundación, por ser producto de un acto de liberalidad, de
desprendimiento, de preocupación del entorno, de los problemas que afectan a grupos o categorías concretas
de la población, cumple un evidente fin social que no puede disolverse en motivaciones particulares. Como
bien se ha dicho, una razón que puede encontrarse en su creación es realizar una buena acción en beneficio
de los demás, queriendo compartir el bienestar propio con las necesidades de otros, intentando. nivelar así las
desigualdades sociales. Quienes crean fundaciones pueden estar movidos por razones como el amor, la
solidaridad o el deseo de ayudar a los demás(36). Así lo demuestran las actividades en las cuales se
desempeñan estas instituciones(37).
6. El acto constitutivo de la fundación y sus características.(38) Diferencias con la donación
Es interesante anotar que la fundación es una excepción, en el derecho civil, a la regla que exige pluralidad de
seres humanos para constituir una persona jurídica.
La fundación, en este sentido, nace de un negocio jurídico unilateral que puede ser otorgado por uno o más
sujetos. En el caso en que se constituya por más de una persona, dado que los fundadores quedan al margen
de la fundación, entre ellos no se constituye ninguna relación contractual o asociativa(39).
Cuando es así, el acto con el cual se formaliza la creación de esta organización contiene diversas
declaraciones que coinciden en cuanto a su contenido y objetivo (salvo en cuanto al patrimonio que aporta
cada cual), pero todas esas manifestaciones de voluntad no dejan de ser negocios unilaterales.
El acto de creación, además, tiene diversas aristas.
Es, en primer término, y como bien dice Galgano, un acto de creación de un nuevo sujeto de derecho. En
efecto, con la decisión de los fundadores se da vida a un nuevo individuo (formal) distinto a ellos.
Es, adicionalmente, un acto de dotación(40), pues con él se afectan bienes, generalmente de modo
perpetuo, a la consecución de fines sociales. No es concebible una fundación sin un patrimonio inicial(41)
(42), a diferencia de lo que puede ocurrir con la asociación. Por lo demás, la fundación, una vez constituida,
puede realizar todo tipo de actividad que le genere recursos para cumplir con sus objetivos, aun cuando esas
actividades sean económicas o lucrativas (actuando como empresa), pues el fin es distinto al medio y su
obtención no significa que los excedentes deban distribuirse entre sus administradores sino que deben ser
aplicados a los motivos últimos de su creación(43) (44).
Igualmente, el acto constitutivo es un acto de “organización”, en la medida que el fundador asigna a la
administración de los bienes un conjunto de personas que, reunidas de manera colegiada, se encargan de la
aplicación del patrimonio afectado(45).
Finalmente, es importante destacar que el acto de constitución es un acto de asignación a fines de
relevancia social, sin cuya precisión es imposible hablar de una fundación. También se dice que es un acto
de determinación(46). Es más, el patrimonio inicial debe ser adecuado para los fines perseguidos(47).
En cuanto a la forma que debe seguirse, para que ella sea persona jurídica debe la constitución ser otorgada
por escritura pública o por testamento e inscribirse en el registro. No interesa qué clase de testamento sea.
En cuanto a las diferencias entre el acto de constitución de una fundación y la donación, Cocca ha
sentado algunas muy agudas distinciones(48) que reseñamos seguidamente.
En primer lugar, la donación se hace en favor de una persona determinada, en tanto que la fundación
tiene un destinatario general, integrado por sujetos indeterminados. En la donación, por ende, se requiere de
la determinación del donatario, sobre todo porque su individualización reviste interés para el donante.
En segundo término, en la donación se precisa de la aceptación, no así en la fundación(49).
La donación, además, es un acto aislado. La fundación, dado que implica un acto de organización, exige
una esmerada administración permanente, para cumplir con sus fines.
A ello agregamos que la donación es un contrato. La fundación es un negocio jurídico unilateral.
Igualmente añadimos que la donación puede tener fines egoístas. La fundación, no(50).
Finalmente, la donación es revocable por las mismas razones que motivan la indignidad para suceder y la
desheredación. La fundación, una vez inscrita, no(51).
7. Organos de la fundación
Siquiera brevemente debemos precisar que la fundación es dirigida por un grupo de administradores que se
reúnen en una Junta.
Como bien ha dicho Galgano, comparando lo que acontece entre una asociación y una fundación, en esta
última los administradores no son un “órgano dominante”, como en cambio lo es la asamblea de asociados en
la primera de las nombradas.
La Junta de Administradores, al no ser titular de la fundación, pues, solamente, es el órgano que gestiona el
patrimonio aportado por el fundador para el cumplimiento de los fines de la institución, es un “órgano
dependiente” de la voluntad del fundador expresada en el acto constitutivo. A tal grado llega su sujeción que
los administradores no pueden disolver la organización (la que solicita al Poder Judicial el Consejo de
Supervigilancia de Fundaciones, en caso de imposibilidad de cumplimiento de sus fines, art. 109 del Código
civil) ni pueden, tampoco, ampliar o modificar sus fines, pues en este caso, además de la solicitud del órgano
contralor, debe mediar autorización judicial (art. 108 del mismo Código).
La razón de estas limitaciones obedece a que, como regla general, el fundador, una vez creada la fundación,
queda al margen de ella. Los administradores, al ser terceros, y al estar obligados a la prosecución de fines en
favor de otros sujetos, deben quedar sometidos al control de un organismo (estatal) que vele por el
cumplimiento de los fines propuestos por el fundador. Inclusive esta regla es válida en el caso que los
fundadores se reserven la condición de administrador de la fundación, pues tarde o temprano, ya sea con su
alejamiento o con su muerte, la fundación pasará a ser administrada por otros individuos.
Inclusive, a fin de evitar una gestión interesada en la administración de una fundación, la ley contempla que
los administradores, así como sus parientes hasta el cuarto grado de consanguinidad y segundo de afinidad,
no pueden celebrar contratos con aquélla, salvo que medie expresa autorización del Consejo de
Supervigilancia de Fundaciones. La prohibición se hace extensiva a las personas jurídicas de las cuales sean
socios tanto el administrador como sus parientes en los grados señalados (art. 108 del Código civil)(52).
Por otro lado, nada impide que la fundación cuente con otros órganos, como puede ser una gerencia.
En torno a este tema, debo recalcar una propuesta sumamente sugerente de Javier de Belaúnde, que fue
recogida en el Anteproyecto de Ley de Fundaciones elaborado por una Comisión Oficial, integrada por
especialistas(53).
En opinión del autor mencionado, existen casos en que el fundador desea participar en la vida institucional
pero sin asumir tareas propias de un administrador. Para esta posibilidad, de Belaúnde planteó la creación de
una Junta de Fundadores que estaría integrada por los fundadores en vida y que tendrían ingerencia en la
vida de la fundación, especialmente para velar por el cumplimiento de sus fines y controlar la actuación de los
administradores. De aprobarse su propuesta, es evidente que la labor del Consejo de Supervigilancia de
Fundaciones sería, al menos durante el tiempo de vida de los fundadores o mientras integren dicha junta,
mejor cumplida dada la intervención de los propios creadores de la fundación.
8. Control de las fundaciones
Como bien ha sido señalado, en la fundación la administración de los bienes corre a cargo de personas que
no han contribuido a la formación del patrimonio de la organización y que no son beneficiarios de ella. El
fundador, generalmente, no tiene ingerencia en las decisiones. Además, la fundación puede ser creada por
testamento, en cuyo caso se presenta la imposibilidad de la participación del fundador dada su inexistencia al
instituirse la fundación. A ello se añade que los beneficiarios de la fundación no tienen intervención en la
administración de la fundación(54).
Estas razones abonan en pro de la necesidad de la existencia de un organismo que controle las labores
cumplidas por los administradores de las fundaciones.
A este respecto, debe señalarse que desde octubre de 1955 nuestra legislación contempla la presencia del
ahora denominado Consejo de Supervigilancia de Fundaciones, CSF: Esta instancia, actualmente
dependiente del Ministerio de Justicia(55), se encarga de las funciones establecidas tanto en el Código civil
como en los Reglamentos aprobados por Decretos Supremos Nºs 00394JUS y 00494JUS.
Lo fundamental de las atribuciones asignadas al CSF radica en velar por la adecuada aplicación de los
recursos de la fundación a sus fines institucionales.
En esta perspectiva, el CSF toma conocimiento de los planes y presupuestos de las fundaciones, aprueba sus
balances, cuentas y memorias, dispone las auditorías que considere necesarias, puede impugnar los actos o
acuerdos contrarios a la ley o al estatuto de la fundación, etc.(56)
Asimismo, en el caso de las fundaciones constituidas mortis causa, en las que basta el acto de dotación
patrimonial y la determinación de los fines, el CSF puede dar nombre y domicilio a la fundación, designar a
sus administradores, establecer su régimen económico y administrativo, etc. En síntesis, en estos casos
puede otorgar la norma estatutaria de la fundación (ver arts. 103 a 105 del Código civil).
Adicionalmente, dado que los administradores se encuentran sujetos a la voluntad fundacional y no son ni
titulares ni aportantes, y por ende carecen de la capacidad para ampliar o modificar los fines de la fundación,
así como de la atribución de darle término a su existencia, estas vías son sólo posibles si media autorización
judicial obtenida en base a una solicitud del CSF (arts. 108 y 109 del Código civil).
Para concluir, baste señalar que el incumplimiento de cualesquiera de los deberes de los administradores
puede dar lugar a que el CSF solicite su remoción al Poder Judicial (art. 106 del Código civil).
9. Disolución y destino del patrimonio
Como ya hemos anotado, la fundación no puede ser disuelta por los administradores. En verdad tampoco
podría ser extinguida por voluntad del fundador.
Para que se disuelva una fundación es indispensable que ella no pueda cumplir sus fines. Lo contrario sería
atentar contra la estabilidad de las funciones de interés social que aporta a la colectividad.
La disolución, además, es necesariamente judicial y sólo es conocida por el Poder Judicial a instancia del CSF
(art. 109 del Código civil). En no pocos casos la solicitud del CSF es consecuencia del pedido de los
administradores. Para saber si tiene o no sustento, el CSF debe ordenar una auditoría o bien realizar las
indagaciones que corresponda.
Si el Poder Judicial ordena la disolución debe designarse a los liquidadores para que, cubiertas las
obligaciones de la institución, destinen el haber neto resultante al fin previsto en el acto constitutivo. Si ello no
fuera posible, se destina, a propuesta del CSF, a incrementar el patrimonio de otra u otras fundaciones de
finalidad análoga o, en su defecto a la Beneficencia Pública de la localidad en la que la fundación tuvo su
sede, para satisfacer propósitos similares (art. 110 del Código civil).
EL COMITE
10. Definición y características
El artículo 111 del Código civil define al comité como la organización de personas naturales o jurídicas, o de
ambas, dedicada a la recaudación pública de aportes destinados a una finalidad altruista.
El comité es una de las novedades que trajo el Código al ser promulgado. La ley de 1936 no lo contemplaba
como una de las personas jurídicas del derecho civil.
El legislador se inspiró en el Codice civile italiano de 1942 para introducir esta figura; sin embargo, le dio un
alcance distinto dado que en Italia el comité no es una persona jurídica sino un ente no personificado(57). (58)
El Código de 1984 concibe de una manera más amplia al comité, sobre todo porque le acuerda la posibilidad
de adquirir personalidad jurídica. Es más, prevé un régimen especial para los comités no inscritos.
El comité tiene características muy bien definidas. Es, en primer lugar, una organización de temperamento
asociativo, al igual que la asociación. En esa medida, su constitución exige la presencia de cuando menos
dos personas, entre las que se crea, al igual que entre ellas y el comité, un vínculo de “necesidad”. Es, en este
aspecto, tan similar a la asociación que en los países que no tienen un tratamiento especial se denomina a los
comités como asociaciones de hecho o asociaciones temporales.
Sus miembros también realizan actividades en común, pareciéndose, nuevamente, a la asociación. No
obstante, la participación excede ampliamente la actuación de quienes hacen parte de él, pues el fondo de
aportes que se forma es producto de la solidaridad comunitaria, gracias a las contribuciones del público en la
colecta que se lleva a cabo.
También se asemeja a la asociación (y se distingue, por ende, de la fundación) por ser una organización
abierta a la afiliación. Cualquier persona puede integrarse a ella siempre que cumplan con las previsiones
estatutarias para la admisión de nuevos miembros.
El comité se distingue de las demás personas jurídicas por su existencia efímera. Después de la recaudación
de fondos del público y de aplicar los recursos captados a un fin altruista, se disuelve. Se organiza para una
colecta pública y nada más.
Por ello, para facilitar el recurso a este expediente, el legislador ha sido flexible en su forma de
constitución,pues puede ser creado por medio de un documento privado con la firma legalizada por notario,
que es suficiente para su inscripción en el registro. Nada impide que sus fundadores opten por instrumentar el
acto en escritura pública; sin embargo, ello desvirtúa la concesión de la ley.
Los objetivos del comité son caracterizado como fines altruistas. ¿Cómo se diferencian los fines de un
comité con los de una fundación, que son de interés social?. Intentemos una respuesta.
Digamos, en principio, que todo fin altruista es de interés social, pero no siempre los fines de interés social
son altruistas.
El altruismo del propósito se revela a través de acciones de corte humanitario, filantrópico. El comité es una
muestra del interés de quienes se juntan con el objeto de hacer participar a los demás, al público, en un fondo
de aportes, en tómbolas, rifas, etc., que servirán para paliar alguna situación ajena que espera una
demostración de solidaridad, muchas veces con relativa urgencia. Por lo general, quienes se encuentran
atravesando determinadas circunstancias derivadas de su escasez de recursos, de un sismo o hecho fortuito,
no se encuentran en aptitud ni espiritual ni económica de emprender, por sí mismos, la tarea de organizarse y
solicitar ayuda a la colectividad. Inclusive el pedido formulado por los propios afectados suele ser visto,
egoístamente, con desconfianza. Es, entonces, cuando surge la acción solidaria de los demás, de quienes
están dispuesto a entregar su esfuerzo y tiempo para apelar a la cooperación ciudadana(59) (60).
Una fundación que, por ejemplo, se constituye para la investigación de las bondades de una especie vegetal y
su posible aplicación a terapias curativas tiene un fin abiertamente social, mas no filantrópico.
Dadas estas características, es claro que el comité persigue fines en bien de terceros, que no son ni en
favor de sus instituyentes y miembros, ni de aquéllos que lo administran, diferenciándose así de la asociación
y asemejándose a la fundación(61).
11. Patrimonio del comité. Destino del patrimonio en caso de disolución.
Al comité no le importa tanto tener un patrimonio propio formado por los instituyentes (promotores) y
miembros del mismo, cuanto recaudar dinero u otros bienes del público.
En verdad, su patrimonio proviene del público y se destina a un fin altruista, aspecto que lo diferencia de la
asociación por cuanto en ésta es formado en base a los aportes de sus integrantes y es aplicado a satisfacer
fines de ellos mismos(62).
En principio, una vez captada la recaudación prevista y planificada por el comité y aplicados los fondos
obtenidos a la finalidad motivadora, éste debe disolverse por acuerdo de los miembros de la persona jurídica.
Se entiende que los recursos resultantes de la colecta, rifa, tómbola, etc., son enteramente destinados a los
objetivos promocionados. Ocurrido ello, ha de exinguirse el comité haciendo de conocimiento del Ministerio
Público las cuentas finales y balances.
No obstante, puede ocurrir que, después de haber pagado las deudas sociales y aplicado los recursos
entregados por los erogantes, de la liquidación realizada resulte un remanente. En estos raros casos, y en la
medida que el Ministerio Público no objete los balances, el haber neto se adjudica a los erogantes, es decir,
se distribuye entre quienes contribuyeron a la formación del fondo de fin altruista. Dado que ello no es
usualmente posible, el art. 122 del Código civil establece que dicho haber neto resultante de la liquidación ha
de ser entregado a la Beneficencia del lugar en el cual tuvo su sede el comité. La misma solución ha de
aplicarse si el comité se disuelve y liquida por no poder satisfacer sus propósitos, según se desprende del art.
121 del mencionado Código.
12. Organos del comité
El comité presenta algunos rasgos similares con la estructura orgánica de la asociación, en cuanto cuenta con
una asamblea y un Consejo Directivo.
El Código se ha cuidado en no señalar que se trata de una asamblea de “asociados”. Pese a ello se trata del
órgano máximo del comité que está integrado por los promotores y por quienes se integren con posterioridad.
La asamblea del comité no goza de las mismas libertades de las que puede gozar la asamblea de una
asociación. La limitación más importante que colorea y condiciona sus decisiones es que sus integrantes no
tienen, en conjunto, la capacidad para transformar al comité con el objeto que persiga otros fines diversos a
los propuestos (una vez realizada la colecta o la obra prevista), dado que los erogantes o contribuyentes han
destinado parte de su patrimonio al comité, salvo que sea imposible que se pueda alcanzar el objetivo. Y es
que, como bien ha sido señalado, el comité, a través de sus administradores, se convierte en una suerte de
gestor de los fondos recibidos del público para su aplicación al fin anunciado(63). De modo que aunque esta
obligación recaiga fundamentalmente en los administradores, ello impide a la asamblea tomar decisiones que
alteren el sentido de su creación.
En la acertada concepción originaria del Código civil, de la lectura del art. 121 se desprendía que la asamblea
general del comité carecía de la facultad de aprobar las cuentas y balance por la labor realizada por los
administradores(64). Para ello, debían, según dicha norma rendir cuentas judicialmente. Era evidente que se
requería de la intervención de un tercero (distinto a los promotores y gestores del comité, así como de los
beneficiarios) que se encargase de velar por la exacta y fiel asignación de los recursos a los fines
publicitados(65), con conocimiento del Ministerio Público.
Cuando se promulgó el nuevo Código Procesal civil, esta norma introdujo cambios sustanciales en el Código
civil, bajo el insostenible argumento de que sólo modificaría normas de orden procesal contenidas por este
último.
A riesgo de ser considerada una posición intolerante, y exceptuando las reformas de las normas procesales
indebidamente recogidas por el Código civil, debo confesar que quienes convinieron en plantear la
modificación del art. 121 desconocían abiertamente la esencia del comité y la realidad de las cosas.
El nuevo texto del art. 121 eliminó la rendición judicial de las cuentas e introdujo implícitamente la facultad de
la asamblea del comité para aprobar sus resultados. El único paliativo a esta inaceptable solución fue
conceder (también implícitamente, en una serie de errores evidentes de técnica legislativa) al Ministerio
Público la posibilidad de aprobar, con su silencio, las cuentas del comité y, en caso contrario, solicitar la
desaprobación judicial de aquéllas, tal como fluye del también reformado (por obra del Código Procesal civil)
art. 122 del Código civil.
Entre los hombres de derecho sabemos, por duro que parezca, que la intervención del Ministerio Público en
estos menesteres es mínima, por no decir nula. De modo que esperar la posible acción del Ministerio Público
para solicitar la desaprobación judicial de las cuentas del comité se ha convertido en una vana seguridad. El
silencio de este ente después de treinta días de que el comité le hubiere presentado las cuentas se convertirá
en una aprobación inatacable.
A ello se debe añadir que, como luego veremos, en los hechos la mayoría de los comités que se conocen
públicamente son comités no inscritos, respecto de los cuales no se sabe de acción alguna del Ministerio
Público.
Es interesante anotar que la asamblea de los miembros del comité no tiene funciones contraloras que agoten
la fiscalización que se debe poner en torno a la gestión del consejo directivo del mismo. El control
corresponde, más bien, al Ministerio Público. Al menos en la buena intención del legislador (art. 119).
Pasando a otro tema, debemos señalar que el comité es administrado por un Consejo Directivo que, al igual
que el de la asociación, tiene funciones de gestión y de representación.
Pero, debido a que los administradores se encargan de la recaudación de aportes de los erogantes y éstos
son aplicados en favor de terceros, el legislador ha considerado que los gestores responden solidariamente de
la conservación y aplicación de los fondos recaudados, estableciendo una excepción a lo dispuesto por el art.
78 del Código civil(66).
Su responsabilidad, por ende, es mucho más severa que en el caso de la asociación, dados los fines
perseguidos por el comité.
LAS ORGANIZACIONES NO INSCRITAS
13. Consideraciones generales
Una muestra del claro acercamiento del Código de 1984 hacia la experiencia jurídica se da con la novedosa
regulación de las asociaciones, fundaciones y comités no inscritos. La observación de la realidad no podía
tener otro resultado que el de dispensar a estas organizaciones un tratamiento especial.
Es cierto que en ellas la carencia del dato registral impide alcanzar el ropaje dado por la personalidad jurídica.
No son, por ello, personas jurídicas. Sin embargo actúan como tales. A diferencia del Código de 1936, cuyos
autores evadieron conscientemente el tema, la norma vigente contiene un somero tratamiento de sumo interés
para el estudioso.
Al carecer de personalidad jurídica es evidente que no son personas colectivas. Son, en la novedosa
consideración del legislador, organizaciones de personas no inscritas. A éstas les concede la calidad de sujeto
de derecho, lo que supone algunos efectos. En primer término, si bien no se produce la reducción formal de la
pluralidad de individuos que las conforman a una unidad normativa que actúa como centro unificado de
imputación de situaciones jurídicas subjetivas, no se puede negar que poseen capacidad jurídica o también
subjetividad.
El reconocerles subjetividad implica una cierta y relativa unitariedad en la atribución y titularidad de
consecuencias de derecho. A pesar que la imputación de derechos y deberes no se produzca sobre un
elemento formal (que nace de la inscripción, de la cual surge la personalidad jurídica), las situaciones jurídicas
que se derivan de la actuación del sujeto de derecho “organización no inscrita” no inciden en cabeza de
quienes las han creado o de quienes actúan en nombre de ella. En rigor, los efectos jurídicos deducibles de su
actividad se imputan al ente no personificado, es decir, a la organización.
Esa relativa unitariedad a la que nos referimos incide también en el tratamiento del patrimonio del ente. Si es
cierto, como ya lo hemos anotado, que la personalidad jurídica tiene el efecto mágico de separar y no
confundir los patrimonios de la persona colectiva con aquéllos que la conforman, no puede desconocerse que,
igualmente, los entes carentes de la condición de persona jurídica también son capaces para ser titulares de
un patrimonio propio. Ello es, inclusive, de mayor evidencia en la fundación no inscrita, en la medida que en el
trance que atraviesa antes de alcanzar el registro es ya poseedora de una masa patrimonial proveniente de la
dotación contenida en su acto de creación.
El hecho de que la responsabilidad de los gestores de las organizaciones no inscritas se encuentre
claramente agravada obedece a diversas razones, una de las cuales es la imposibilidad en que se encuentran
los terceros de saber qué o cuáles bienes son de propiedad de la organización y cuáles son de los
integrantes. Se trata de una garantía en favor de dichos terceros(67). Pero, reiteramos, ello no niega su
capacidad para que, en tanto sujeto de derecho, pueda adquirir todo tipo de bienes.
Por otro lado, en todos los casos de estas organizaciones no inscritas, el legislador ha contemplado la
regulación de estos entes en base a la disciplina que corresponde a las personas jurídicas asociación,
fundación y comité. Esta manifiesta remisión a la normativa de las tres personas jurídicas revela no sólo el
propósito del codificador de evitar dificultades al intérprete al momento de saber y determinar cuáles son los
parámetros normativos con los que habrá de contar, sobre todo en lo que atañe a la estructura interna de las
organizaciones.
14. La asociación no inscrita
El art. 124 del Código civil establece que el ordenamiento interno y la administración de la asociación no
inscrita se regula por los acuerdos de sus miembros, aplicándose las reglas de los artículos 80 a 98 en cuanto
sean pertinentes.
La norma en cuestión no debe dar a pensar que sólo bastan los acuerdos de los asociados para establecer el
régimen de administración y su estructura interna. La referencia a los “acuerdos” es una forma de dar fuerza al
deseo y compromiso que deriva de haber dado nacimiento a la asociación. Los “acuerdos”, además, no son
cualquier convenio o pacto. Ellos deben ser entendidos como los pactos o decisiones adoptados por los
asociados reunidos en asamblea, ya que el hecho de carecer de la condición de persona jurídica no los exime
de observar las normas sobre la organización (y órganos) que debe tener una asociación.
En todo caso, la expresión “acuerdos” puede comprender otras decisiones que no hayan pasado por el tamiz
de una reunión asamblearia, pero en esa hipótesis será necesario analizar sus alcances y los compromisos
que pueden implicar para quienes no participan de él pero que integran la asociación, lo que sin duda resulta
altamente delicado.
Es interesante anotar que el art. 124 señala que la asociación no inscrita comparece en proceso por el
presidente del consejo directivo o por quien haga sus veces.
La precisión, se ha dicho, tiene como finalidad poner a los terceros que intervienen en el proceso en
condiciones de saber a quién corresponde la representación procesal, a falta de un sistema de publicidad
como aquél propio del régimen normativo de las personas jurídicas(68).
La asociación no inscrita en tanto carece de personalidad jurídica da lugar a que ella cuente con un patrimonio
formado por los aportes de los asociados al cual se califica como fondo común. La denominación, sin
embargo, no debe entenderse como una especie de copropiedad de los miembros sobre dichos bienes, pues
la titular es la asociación. (69) (70)
La calificación, que proviene del Codice civile, se emplea con el propósito de evitar que, al carecer de
personalidad jurídica (y su subsecuente y perfecta separación de responsabilidades patrimoniales frente a
terceros), los asociados entiendan que pueden exigir su restitución, pues esto es imposible, no sólo mientras
se mantenga vigente la asociación (dada la redacción del art. 125 del Código civil), sino inclusive cuando ella
es disuelta y liquidada(71).
El fondo común es el que responde de las deudas sociales, es la garantía de los acreedores de la asociación
no inscrita, de las obligaciones contraídas por quienes actúan en nombre de ella (art. 126).
El propio art. 126 agrava la responsabilidad de quienes actúan en nombre de la asociación, aun cuando no
sean sus representantes, al prescribir que responden solidariamente de las obligaciones que contraigan en
cabeza de la asociación.
Es interesante anotar que al legislador no le importa que sea o no representante quien hubiere actuado en
nombre de la asociación por tratarse de una norma que funge de garantía en favor de los terceros con los
cuales contrata la asociación, quienes, al no estar registrada la organización, carecen de la posibilidad de
comprobar si aquéllos que obran tomando el nombre de la asociación son o no sus verdaderos
representantes. Y es también una norma de tutela en razón que dichos terceros acreedores de la asociación
también están desprovistos de un sistema de publicidad que les permita saber cuáles son los bienes de la
organización y cuáles de quienes actúan por ella.
La responsabilidad antes que solidaria es, en rigor, subsidiaria (pero que entra, de todos modos, en el
esquema de la solidaridad(72)), pues si el fondo común basta para pagar las deudas sociales, el patrimonio
de los gestores no es atacado.
15. La fundación no inscrita
Es infrecuente pero no imposible la existencia de una fundación no inscrita. En todo caso, la previsión del
Código civil reviste suma importancia por ser el primero en la legislación comparada. Ha sido conveniente
adoptar un marco legal en este tema sobre todo para el caso de aquellas fundaciones que inician sus
actividades antes de alcanzar el registro y que, por tanto, no son aún personas jurídicas.
En este caso y en cualquier otro en el que se verifique la falta de inscripción de una fundación, el art. 127
establece que corresponde al Consejo de Supervigilancia de Fundaciones, al Ministerio Público o a quien
tenga legítimo interés realizar las acciones para lograr su inscripción.
Si la fundación ha iniciado sus actividades ese hecho es demostrativo de su actuación real como sujeto de
derecho en la experiencia jurídica y en la trama de relaciones económicas. En este supuesto, pese a que no
se encuentra inscrita como persona jurídica, debe rechazarse la posibilidad de que el fundador tenga
capacidad para revocar el acto constitutivo(73).
El agravamiento de la situación de los administradores de la fundación no inscrita, al hacerlos solidariamente
responsables por la conservación de los bienes afectados a un fin especial y por las obligaciones que
contraigan en nombre de ella, obedece a varios motivos. El primero es instarlos a lograr la obtención del
ropaje de persona jurídica. El segundo argumento es similar al mencionado en sede de asociación no inscrita.
Los terceros no saben cuál es la masa patrimonial con la que se ha dotado a la fundación y no saben si
quienes obran en su nombre son representantes, pues se adolece de publicidad registral.
El Código no establece si su responsabilidad es subsidiaria, en el sentido de si los bienes con los cuales se ha
dotado a la fundación también responden de las obligaciones contraidas. En este caso, es de necesidad
precisar que la masa patrimonial de la fundación no inscrita sí podrá ser atacada por los acreedores de ésta,
siempre que las deudas asumidas no contravengan la voluntad fundacional, aunque esta circunstancia no le
es oponible a los terceros que no pueden acceder a una información completa de la fundación.
16. El comité no inscrito
En la realidad hemos advertido que la iniciativa individual de organizar colectividades para satisfacer fines
altruistas es común, especialmente en el caso de objetivos abiertamente nobles (colectas para niños carentes
de recursos, para beneficiar a personas afectadas por desastres climatológicos, realizar una excursión
científica, construir un puente derribado, etc.)
A tal grado llega el recurso al comité que no llega a ser persona jurídica, que bien puede decirse que es una
práctica que existe desde siempre, y a la cual el legislador de 1984, afortunada e imaginativamente, quiso
adherir a través de un trato particular.
El art. 130 del Código civil tiene alcances similares a los establecidos por el art. 124 para la asociación y por
ello remitimos a lo dicho al respecto.
Por su parte, el art. 131 amplía la responsabilidad solidaria de los administradores a quienes actúan en
nombre del comité no inscrito. Las razones son semejantes a las que hemos anotado en relación al art. 126
para la asociación no inscrita, con el añadido de que se trata de una responsabilidad que debe entenderse
como más severa en la medida que el comité capta y gestiona recursos que provienen de terceros.
También el Ministerio Público se encarga de la vigilancia de los comités no inscritos.
Finalmente, debemos señalar una razón adicional por la que rechazamos los cambios que el Código Procesal
civil introdujo en el comité persona jurídica al modificar los arts. 121 y 122 del Código civil.
Tal como lo expresamos, con la reforma de dichos artículos se cercenó al Poder Judicial la facultad de
aprobar las cuentas de la gestión del comité, confiriendo de manera tácita dicha prerrogativa a los miembros
de la asamblea, con conocimiento del Ministerio Público, cuyo silencio en el lapso de 30 días convierte en
inatacable el balance y gestión de los responsables de la administración del comité y del cumplimiento de sus
fines.
Curiosamente, por haber invadido terrenos que no conocía, el legislador procesal olvidó el texto del art. 132, el
mismo que al mantenerse en su versión original contempla que el Ministerio Público solicita la rendición
judicial de las cuentas cuando el comité se disuelve porque haya cumplido sus fines o no hubiere sido posible
satisfacerlos, proponiendo el haber neto que resulte de la aplicación a fines análogos. Con ello, dentro del
Código civil se ha introducido una innecesaria y desconcertante diversidad de regímenes en materia de
aprobación de cuentas, pues el comité persona jurídica puede aprobarlas por medio de una asamblea de sus
miembros, en tanto que el comité no inscrito no puede ver aprobada su gestión si el Ministerio Público no
exige la rendición judicial de las cuentas de dicha organización. No sabemos si esa diferencia que resultó de
la reforma fue deliberadamente querida por los reformadores del Código Procesal civil que invadieron temas
sustanciales y no sólo procesales al modificar el Código civil. Algún día tendremos una respuesta.

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