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FILOSOFÍA

ANTROPOLÓGICA

Mg. Jorge Luis Rodríguez Chávez

TARAPOTO - PERÙ

2 017 - II
FG
PROGRAMA DE
FORMACIÓN GENERAL

FILOSOFÍA ANTROPOLÓGICA

1º. SITUACIÓN PROBLEMÁTICA / RECOJO DE SABERES

CAPACIDAD
Analiza los fundamentos de las
concepciones acerca del origen
del hombre, naturaleza
humana, problema mente-
cerebro y sentido de la vida.

REFLEXIONA Y COMPARTE...

¿Qué concepción del ser humano nos muestra el dibujo?


¿Es posible que el cuerpo se separe de algo llamado alma?
¿Puedes diferenciar tu cuerpo de tu alma?

2º. INFORMACIÒN BÁSICA

1. INTRODUCCIÓN
La ciencia moderna ha hecho desaparecer la supuesta
superioridad biológica del ser humano con respecto a los
animales, nos ha hecho ver que tenemos el mismo origen que
ellos y que materialmente tenemos la misma naturaleza. Sin
embargo nos vemos obligados a sentirnos diferentes, a
sentirnos algo especial; ya desde los albores de la humanidad
lo hemos hecho, nuestros mitos religiosos recogen tales ideas,
como el Génesis cuando Dios dice:
“Creced, y multiplicaos, y henchid la tierra, y enseñoreaos de
ella, y dominad a los peces del mar, y a las aves del cielo, y a
todos los animales, que se mueven sobre la tierra. Y añadió
Dios: Ved que os he dado todas las yerbas, las cuales
producen simiente sobre la tierra, y todos los árboles, los
cuales tienen en sí mismos simiente de su especie, para que
os sirvan de alimento a vosotros, y a todos los animales de la
tierra, y a todas las aves del cielo, y a todos cuantos animales
vivientes se mueven sobre la tierra, a fin de que tengan que
comer.”
Es posible que nos veamos obligados a diferenciarnos de los
animales por el uso que los damos: los comemos, sus pieles
nos sirven de abrigo, utilizamos su energía, etc.
Por lo tanto el problema de lo que nos diferencia de los demás seres en filosofía se le conoce como el problema sobre la
esencia humana, que se puede formular de la siguiente manera: ¿cuál es la característica distintiva propia del ser humano
que no poseen los animales?, en otra palabras ¿cuál es la esencia humana?
Desde el inicio de la filosofía se han desarrollado dos concepciones contrapuestas: el naturalismo y el espiritualismo
antropológico. Aunque ha habido intentos de conciliarlos, de juntarlos, los intentos han sido vanos, ya que sus postulados
ontológicos son totalmente diferentes. El naturalismo parte del supuesto que sólo existe lo natural y que por lo tanto lo
espiritual tiene una explicación natural, la mente o espíritu es un epifenómeno emergente de lo biológico. En cambio el
espiritualismo, a diferencia del naturalismo que es monista (sólo existe lo natural), es dualista, postula la existencia de dos
sustancias: la natural o material y lo espiritual que sería inmaterial.

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La tesis del espiritualismo se ha mantenido a través de los siglos en la doctrina religiosa cristiana de occidente gracias a
dos grande filósofos: Agustín de Hipona (platónico) y Thomas de Aquino
(aristotélico). En cambio el naturalismo se ha desarrollado vigorosamente en la ciencia actual dando origen al
evolucionismo. A continuación estudiaremos tanto el espiritualismo como el naturalismo antropológico.

2. CONCEPCIONES TRADICIONALES
a. EL ESPIRITUALISMO
Platón desarrolla una teoría muy compleja sobre el ser humano y su naturaleza, cuyo influjo en toda la
antropología occidental y, sobre todo, en la cristiana, persiste hasta hoy.
El dualismo platónico; puesto que su concepción sobre el mundo es dualista (lo divide en dos: Mundo de las
Ideas y Mundo de las cosas), también lo es su concepción del ser humano, en el que distingue claramente alma y
cuerpo. La superioridad del Mundo de las Ideas sobre el de las cosas se traduce en el contexto antropológico en
una prioridad absoluta del alma sobre el cuerpo, hasta el punto de afirmar que «el hombre es su alma». Alma y
cuerpo forman una unidad accidental, precaria, en un sentido parecido a como afirmamos que un jinete está unido
a su caballo.

El cuerpo: Es la cárcel del alma, algo así como el caparazón que lleva dentro a la ostra.
 Supone un lastre negativo para el alma, pues le crea necesidades, enfermedades, deseos, temores, pasiones y
sensaciones que le obstaculizan la búsqueda de la verdad.
 Es un estorbo del que el alma tiene que liberarse poco a poco, del que tiene que purificarse para poder acceder
a la contemplación de las Ideas.
 El cuerpo inclina al alma a poseer cada vez más, a ser ambiciosa, al comportamiento violento y a la guerra, a
los placeres sensibles (Fedón, 250 D y 66).
 No debe extrañar, por tanto, que Platón estuviera convencido de que "morir es lo mejor que le puede pasar al
filósofo" y de que la filosofía sea una "preparación para la muerte". En el Fedro, Platón sostiene que el alma se
halla unida accidentalmente al cuerpo como castigo por algún pecado. Pero en el Timeo afirma que el alma
puede estar en perfecta armonía con el cuerpo.

El alma: Es muy superior al cuerpo. Es la que constituye nuestro yo.


 Representa lo más auténtico del ser humano, y al lado de ella el cuerpo es sólo una sombra, una apariencia.
 El alma racional es una creación directa del Demiurgo, tomando como modelo las Ideas eternas (Timeo, 41).
 El alma obtuvo sus conocimientos mientras estuvo en contacto con las Ideas, en su primera existencia (Fedro,
245).
El alma, creada directamente por los dioses, desciende en un carro alado a la tierra, donde se une
accidentalmente a un cuerpo y queda instalada en el mundo sensible. Pero el cuerpo sigue manteniendo su
naturaleza más o menos depravada después de esta unión. Por eso, más que de unión hay que hablar división o
dicotomía entre cuerpo y alma. El elemento material, el cuerpo, está cargado de connotaciones negativas y es un
obstáculo para la búsqueda de la verdad. El alma es el elemento espiritual, bueno y positivo, interesado en
purificarse y hallar la verdad.
Con esta concepción, Platón deja abierto un profundo abismo entre el mundo material -el mundo de lo sensible, de
lo físico- y el mundo de lo espiritual, de las Ideas y de lo mental. Esta oposición tajante entre materialismo y
espiritualismo hará del hombre un ser escindido, imperfecto, incapaz de conseguir unidad y auténtica armonía.
Las partes del alma; Platón habla de tres partes, que en algunos textos parecen almas independientes más que
partes de un alma única.
 Alma racional (noûs, lógos), de naturaleza divina y situada en el cerebro, es inmortal e inteligente. Se dedica al
pensamiento puro y busca la contemplación de la verdad.
 Alma irascible (thymós), fuente de pasiones nobles, situada en el tórax e inseparable del cuerpo, mortal.
 Alma concupiscible o apetitiva (epithymía), situada en el abdomen y mortal. De ella proceden las pasiones más
bajas y los sentimientos innobles.
La inmortalidad del alma; Fue una de las doctrinas filosóficas importantes de Platón más novedosas en su
momento. El alma no es inmortal por naturaleza, sino únicamente por la voluntad del Demiurgo que la formó.

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La transmigración y el destino del alma; Platón dedicó alguno de sus mitos más bellos al destino del alma (en
el Fedro, el de la caída y ascensión del alma, donde compara el alma con un carro tirado por dos caballos; en el
Gorgias, el Fedón y la República los mitos del juicio final, donde incluye la doctrina pitagórica de las sucesivas
reencarnaciones del alma). En síntesis, Platón afirma que las almas salen de las manos del Demiurgo, todas
iguales, eternas y atemporales; después se encarnan espaciotemporalmente en cuerpos materiales concretos.
Se trata de la primera encarnación.
Después de la muerte, el alma permanece peregrina durante unos mil años, encarnándose sucesivamente en
diferentes cuerpos, eligiendo su destino. Cada vez que se encarna en un cuerpo nuevo elige también un nuevo
género de vida, y esta elección encierra muchos peligros, porque muchos eligen destinos aparentemente ideales
que luego se revelan terribles. No son los dioses, sino nosotros, los que elegimos nuestro destino. Los dioses no
son responsables de que algunos hombres elijan destinos que les aparten de la verdad. Pero lo importante es
que la parte racional del alma domine y controle sus tendencias irracionales, sus pasiones, sus deseos y
sentimientos, para que tras sucesivas reencarnaciones pueda llegar a la contemplación de la verdad (así lo
explica con el mito del carro alado en el Fedro, 386).
En el «mito de Er» (República) Platón establece una jerarquía de valores a escoger para las sucesivas
transmigraciones, eligiendo uno u otro personaje según el grado de virtud que desee: 1º. Filósofo; 2º. Rey; 3º.
Hombre de Estado, padre de familia o comerciante; 4º. Gimnasta, artista o médico; 5º. Profeta o sacerdote; 6º.
Poeta; 7º. Obrero artesano o labrador; 8º. Sofista o demagogo; 9º. Tirano. Con este mito probablemente
pretendía destacar la importancia de la libertad y la responsabilidad como claves para realizar todas las
elecciones en la vida humana. Presenta el destino como resultado de la decisión personal, y no como una
imposición fatalista de los dioses. Su escala de valores, sin embargo, refleja la concepción clasista que tenía
Platón de la sociedad. Platón no oculta sus preferencias por la aristocrática, su nostalgia por la actividad política
y su desprecio por los trabajadores.

b. EL NATURALISMO.
Esta Concepción se hace más evidente en la teoría aristotélica sobre el alma. En un primer período Aristóteles
defiende una visión dualista del ser humano, compuesto de alma racional inmortal y de naturaleza muy parecida
a las Ideas. En un segundo período abandona el dualismo y adopta una especie de instrumentalismo
mecanicista. Aunque todavía habla de cuerpo y alma como dos cosas distintas, ya no son antagónicas, sino
perfectamente adaptadas la una a la otra. En el tercer período aplica su teoría hilemórfica (materia-forma) al ser
humano y considera la psicología como parte de la física. Ahora es
cuando escribe su famoso tratado “Sobre el alma”, donde se contienen sus nociones antropológicas más
importantes. Parte del estudio del ser humano como un organismo vivo completo, porque las actividades que
normalmente se atribuyen al alma no podría realizarlas sin el cuerpo. Por lo tanto, rechaza considerar el alma
como algo separado del cuerpo. Cualquier ser vivo (animal o vegetal) debe ser estudiado como un todo
completo.
«Hay que considerar sustancias sobre todo a los cuerpos naturales, algunos de los cuales están vivos (se
alimentan, crecen y perecen por sí mismos) y otros son inanimados. Por eso todo cuerpo natural vivo es una
sustancia compuesta [de materia y forma]. Puesto que se trata de un cuerpo vivo, el cuerpo será el sustrato o la
materia, y el alma la forma de ese cuerpo natural que posee la vida en potencia. Por lo tanto, si hay que formular
una definición general del alma, que se aplique a toda especie de alma, diremos que el alma es el acto
[enteléchia] primero de un cuerpo natural organizado. Así, ya no es necesario preguntarse si el alma y el cuerpo
son una misma cosa, como tampoco se hace en el caso de la cera y el sello sobre ella. El animal es el alma
unida al cuerpo. El alma, por tanto, no es separable del cuerpo.

Todos los vegetales parecen poseer en sí mismos una facultad o un principio gracias al cual pueden crecer. El
alma es el principio de las funciones, y se define por ellas, a saber, por las facultades motriz, sensitiva y de
pensamiento. Así el alma es, en sentido primordial, aquello por lo que vivimos, percibimos y pensamos. Es
esencia y forma, no materia o sustrato. No puede existir sin un cuerpo, pero no es un cuerpo: no es cuerpo, sino
algo del cuerpo» (De Anima, II, 1 y 2).
Por lo tanto, cuerpo y alma constituyen una única sustancia, y guardan entre sí la misma relación que la
materia y la forma. El alma es la forma del cuerpo, pero de un cuerpo organizado (un «organismo estructurado
de un modo muy particular»). Esto le lleva a considerar absurda la doctrina de la reencarnación: el alma no
puede ser forma de cualquier cuerpo. Puesto que el alma es el principio de toda la actividad del ser vivo, no es
nada distinto de esas funciones. «Si el ojo fuera un animal, la vista sería su alma». Es decir: cuerpo y alma no
son separables. Un cuerpo sin alma dejaría de ser un animal o un organismo vivo. Y un alma sin cuerpo no sería
nada. Queda excluida, por tanto, la preexistencia del alma o su existencia más allá de la muerte.

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Mientras Platón distinguía tres partes en el alma, Aristóteles defiende la unidad del alma y la sitúa por todo el
cuerpo, no en partes concretas. La insistencia en la unidad total del ser vivo implica que no es el alma la que
siente o piensa, sino todo el ser humano gracias al alma. Pero sí le asigna funciones al alma: [1] Función nutritiva
o vegetativa (incluye las funciones de crecimiento, nutrición y reproducción); [2] Función sensitiva (superior, de la
que derivan la función apetitiva, los deseos, las percepciones y la función motriz); [3] Función pensante (tiene la
capacidad de pensar y entender. Incluye dos principios, uno activo [entendimiento agente] y otro pasivo
[entendimiento paciente]. El alma vegetal posee sólo la primera, el animal también la segunda, y el alma
intelectiva humana las tres. En Aristóteles, el conocimiento es «humano»: es toda la persona -cuerpo y alma- la
que conoce, no sólo su alma. No existe conocimiento independiente del cuerpo. Además, todo conocimiento
humano será mezcla de conocimiento sensible (viene del cuerpo, de los sentidos) y conocimiento intelectual
(procede del alma racional). Esta reflexión implica una visión jerárquica de los seres vivos y de sus almas
correspondientes.
La negación de la inmortalidad es una consecuencia obvia de la doctrina aristotélica sobre el alma humana, en
línea con el pensamiento mayoritario de la época (dentro del cual Platón y los pitagóricos constituían una
excepción). Sin embargo, del intelecto agente afirma Aristóteles que es una función especial del alma, separada,
inmortal y eterna. Esta idea dio muchos quebraderos de cabeza a los intérpretes. Algunos afirman que se
identifica con Dios (Alejandro de Afrodisia, s. III d.C.) y otros que es la razón divina presente en el hombre
(Avicena, s. XI). Pudo ser también un resto del platonismo inicial de Aristóteles.

3. CONCEPCIONES ACTUALES
a. LA NEUROCIENCIA
Los avances científicos que se han producido durante los últimos ciento cincuenta años sobre la estructura y
el funcionamiento del sistema nervioso han puesto de manifiesto el papel rector que el cerebro ejerce
respecto del resto del organismo. Todas las funciones orgánicas están reguladas por el cerebro y hay un
permanente flujo de información entre los órganos y el cerebro.
En los últimos años se han desarrollado una serie de técnicas que han permitido un avance espectacular del
estudio del cerebro:
1) Se han delimitado distintas áreas de la corteza cerebral especializadas en recibir y procesar las
informaciones sensoriales y controlar las reacciones musculares: áreas auditivas, visuales, motoras, etc.
2) Sin embargo, estas áreas especializadas no representan apenas una cuarta parte de la corteza cerebral; el
resto, las denominadas áreas de asociación, no cumplen ninguna función específica y parecen estar
encargadas de interpretar, integrar y coordinar las informaciones procesadas por las áreas sensoriales y
motoras. Las áreas de asociación serían responsables así de nuestras funciones mentales superiores:
lenguaje, pensamiento, razonamiento, memoria, planificación de la acción, creatividad, etc.
3) Cada uno de los hemisferios controla y ejecuta funciones diferentes o aspectos diferentes de una misma
función. En términos generales, parece que en la mayor parte de las personas el hemisferio izquierdo
controla la habilidad lingüística, numérica y de pensamiento analítico, mientras que el hemisferio derecho
controla las habilidades espaciales complejas, como la percepción de patrones y aspectos de ejecución
artística y musical.
4) Sin embargo, las actividades complejas requieren de la interrelación de los dos hemisferios. Así, por
ejemplo, cuando leemos un relato, el hemisferio izquierdo entiende el significado de las palabras, pero es el
hemisferio derecho el que capta el contenido emotivo y las imágenes utilizadas.
5) Por otra parte, hay muchas funciones, principalmente de las áreas primarias sensoriales y motoras que
parecen idénticas en ambos hemisferios. En definitiva, hay una especialización funcional pero la actividad
conjunta de ambos hemisferios es necesaria para el funcionamiento integral del cerebro. La participación de
los dos hemisferios en las actividades psicoorgánicas es variable según los individuos: las reglas a que esto
obedece y las razones que la determinan (genéticas, sociales) son todavía poco conocidas.
6) Por consiguiente, aunque ciertas funciones de la mente están localizadas en determinadas regiones
cerebrales, el cerebro se comporta como un todo unificado.
Estos descubrimientos ponen de manifiesto ante todo lo mucho que queda por conocer en torno al cerebro
humano, pero han sido suficientes para replantear el problema clásico de la relación entre el cuerpo y la
mente o alma en términos de la relación entre el cerebro, en cuanto centro que recibe los estímulos del
medio, los integra con la experiencia acumulada y diversas estructuras, produciendo las respuestas
correspondientes, y la mente, como conjunto de los procesos de recepción y procesamiento de información y
de la ejecución o inhibición de las respuestas.

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La estructura del problema, sin embargo, sigue siendo básicamente la misma: ¿Son los procesos
mentales distintos o idénticos a los procesos cerebrales? Si son idénticos, ¿cómo los procesos cerebrales
producen los procesos mentales? Si mente y cerebro son realidades distintas, ¿cómo interactúan entre sí?

b. LA PSICOLOGÍA HISTÓRICO - CULTURAL


LA ACTIVIDAD CONSCIENTE DEL HOMBRE Y SUS RAÍCES SOCIO-HISTÓRICAS
Por sus peculiaridades fundamentales, la actividad consciente del hombre se distingue radicalmente del
comportamiento individualmente variable de los animales.
Las diferencias de la actividad consciente del hombre se condensan en tres rasgos fundamentales,
diametralmente opuestos a aquellos con los que acabamos de caracterizar la conducta del animal.
La primera de esas particularidades consiste en que la actividad consciente del hombre no está
forzosamente relacionada con motivaciones biológicas. Es más, la inmensa mayoría de nuestros actos no
tiene como base inclinaciones o necesidades biológicas de ninguna índole. Como regla, la actividad del
hombre se guía por complejos imperativos que a menudo llaman «superiores» o «espirituales». Entre ellos
figuran las necesidades cognoscitivas, que impulsan al hombre a la adquisición de nuevos conocimientos; la
necesidad de comunicación; la necesidad de ser útil a la sociedad y ocupar en ella determinada posición y así
sucesivamente.
A menudo nos tropezamos con situaciones en las que la actividad consciente del hombre no sólo deja de
subordinarse a los influjos y necesidades biológicas, sino que entra en conflicto con ellos y hasta los reprime.
Son bien conocidos los casos de heroísmo, en los que el hombre, movido por las elevadas motivaciones del
patriotismo, cubre con su cuerpo los cañones de las armas y se lanza bajo un tanque y perece, hechos
ejemplares de la independencia del comportamiento humano con respecto a las motivaciones biológicas.
Formas similares de conducta «desinteresada», a las que no subyacen motivos biológicos, no existen entre
los animales.

El segundo rasgo distintivo de la actividad consciente del hombre radica en que -a diferencia del
comportamiento del animal- ella no está determinada en absoluto ni forzosamente por impresiones vivas
recibidas del entorno o por las pautas de la experiencia individual directa.
Sabemos que el hombre puede reflejar las condiciones del medio con una profundidad incomparablemente
mayor que el animal. Él puede abstraerse de la impresión directa, penetrar en los profundos nexos y
relaciones de las cosas, conocer la dependencia causal de los acontecimientos y, una vez desentrañados
éstos, orientarse no a las impresiones externas, sino a regularidades más profundas. Así, pues, al salir en un
día claro de otoño a dar un paseo, el hombre puede llevar consigo el impermeable, pues sabe que la estación
otoñal es inestable. Aquí se supedita al hondo conocimiento de las leyes de la naturaleza, y en modo alguno
a la impresión directa que le causa el tiempo, claro y soleado. Cuando el hombre sabe que el agua de un
pozo está envenenada, jamás beberá de ella, aunque sufra ardiente sed; en este caso se guía al fijar su
comportamiento no por la impresión directa del agua, que le atrae, sino por un conocimiento más profundo de
la situación en que él se encuentra.
La actividad consciente del hombre puede guiarse no por la impresión directa de la situación externa, sino por
un conocimiento más profundo de las leyes intrínsecas que hay tras ella; de ahí que haya todas las razones
para decir que la conducta del hombre basada en el conocimiento de la necesidad es libre.
Finalmente, hay una tercera peculiaridad que distingue la actividad consciente del hombre respecto al
comportamiento del animal. A diferencia del animal, cuyo proceder tiene sólo dos fuentes: 1) los programas
hereditarios de comportamiento inherentes al genotipo, y 2) los resultados de la experiencia individual,
particular; la actividad consciente del hombre tiene además una tercera fuente: una inmensa proporción de
los conocimientos y de las artes del hombre se forma por vía de asimilación de la experiencia del género
humano, acumulada en el proceso de la historia social y que se transmite en el proceso de la enseñanza.
Ya desde su nacimiento, el niño conforma su proceder bajo el influjo de cosas que han ido formándose a lo
largo de la historia: se sienta a la mesa, come con cuchara, bebe de una taza, y luego corta el pan con un
cuchillo. Asimila los hábitos que fueron creándose en el transcurso de la historia social durante milenios. A
través del habla le transmiten los conocimientos más elementales, y después, con ayuda del lenguaje,
aprende en la escuela las más trascendentales adquisiciones de la humanidad. La inmensa mayoría de los
conocimientos, artes y modos de comportamiento de que dispone el hombre no son el resultado de su propia
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experiencia, sino que se adquieren mediante la asimilación de la experiencia socio-histórica de las


generaciones. Este rasgo distingue radicalmente la actividad consciente del hombre frente al comportamiento
del animal.

¿Cómo explicarse las singularidades de la actividad consciente del hombre que acabamos de enumerar?
Hace ya tiempo que esta pregunta atrajo la atención de la filosofía y la psicología.

c. FILOSOFÍA: EL HOMBRE COMO ANIMAL SIMBÓLICO1


Cada organismo, hasta el más ínfimo, no sólo se halla adaptado en un sentido vago sino enteramente
coordinado con su ambiente. A tenor de su estructura anatómica posee un determinado sistema "receptor" y
un determinado sistema "efector." El organismo no podría sobrevivir sin la cooperación y equilibrio de estos
dos sistemas. El receptor por el cual una especie biológica recibe los estímulos externos y el efector por el
cual reacciona ante los mismos se hallan siempre estrechamente entrelazados.
¿Es posible emplear el esquema propuesto (…) para una descripción y caracterización del mundo humano?
Es obvio que este mundo no constituye una excepción de esas leyes biológicas que gobiernan la vida de
todos los demás organismos. Sin embargo, en el mundo humano encontramos una característica nueva que
parece constituir la marca distintiva de la vida del hombre. Su círculo funcional no sólo se ha ampliado
cuantitativamente sino que ha sufrido también un cambio cualitativo. El hombre, como si dijéramos, ha
descubierto un nuevo método para adaptarse a su ambiente. Entre el sistema receptor y el efector, que se
encuentran en todas las especies animales, hallamos en él como eslabón intermedio algo que podemos
señalar como sistema "simbólico". Esta nueva adquisición transforma la totalidad de la vida humana.
Comparado con los demás animales el hombre no sólo vive en una realidad más amplia sino, por decirlo así,
en una nueva dimensión de la realidad. Existe una diferencia innegable entre las reacciones orgánicas y las
respuestas humanas. En el caso primero, una respuesta directa e inmediata sigue al estímulo externo, en el
segundo la respuesta es demorada, es interrumpida y retardada por un proceso lento y complicado de
pensamiento. A primera vista semejante demora podría parecer una ventaja bastante equívoca; algunos
filósofos han puesto sobre aviso al hombre acerca de este pretendido progreso. El hombre que medita, dice
Rousseau, "es un animal depravado": sobrepasar los límites de la vida orgánica no representa una mejora de
la naturaleza humana sino su deterioro. Sin embargo, ya no hay salida de esta reversión del orden natural. El
hombre no puede escapar de su propio logro, no le queda más remedio que adoptar las condiciones de su
propia vida; ya no vive solamente en un puro universo físico sino en un universo simbólico. El lenguaje, el
mito, el arte y la religión constituyen partes de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red
simbólica, la urdimbre complicada de la experiencia humana. Todo progreso en pensamiento y experiencia
afina y refuerza esta red. El hombre no puede enfrentarse ya con la realidad de un modo inmediato; no puede
verla, como si dijéramos, cara a cara. La realidad física parece retroceder en la misma proporción que avanza
su actividad simbólica. En lugar de tratar con las cosas mismas, en cierto sentido, conversa constantemente
consigo mismo. Se ha envuelto en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos míticos o en ritos
religiosos, en tal forma que no puede ver o conocer nada sino a través de la interposición de este medio
artificial. Su situación es la misma en la esfera teórica que en la práctica. Tampoco en ésta vive en un mundo
de crudos hechos o a tenor de sus necesidades y deseos inmediatos. Vive, más bien, en medio de
emociones, esperanzas y temores, ilusiones y desilusiones imaginarias, en medio de sus fantasías y de sus
sueños.
Desde el punto de vista al que acabamos de llegar podemos corregir y ampliar la definición clásica del
hombre. A pesar de todos los esfuerzos del irracionalismo moderno, la definición del hombre como animal
racional no ha perdido su fuerza. La racionalidad es un rasgo inherente a todas las actividades humanas. La
misma mitología no es una masa bruta de supersticiones o de grandes ilusiones, no es puramente caótica,
pues posee una forma sistemática o conceptual; pero, por otra parte, sería imposible caracterizar la
estructura del mito como racional. (…) Con esta definición expresaban, más bien, un imperativo ético
fundamental. La razón es un término verdaderamente inadecuado para abarcar las formas de la vida cultural
humana en toda su riqueza y diversidad, pero todas estas formas son formas simbólicas. Por lo tanto, en
lugar de definir al hombre como un animal racional lo definiremos como un animal simbólico. De este
modo podemos designar su diferencia específica y podemos comprender el nuevo camino
abierto al hombre: el camino de la civilización.

1 Casserier, Ernest. Antropología Filosófica.


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III- CONOCIMIENTO DE FUENTES

El fantasma de la máquina
(Gilbert Ryle)

Cuando Galileo mostró que su método de investigación científica era apto para proporcionar una teoría mecánica aplicable
a todo cuerpo espacial, Descartes se encontró en una situación conflictual. Como hombre de ciencia no podía dejar de
apoyar las pretensiones de la mecánica, pero como hombre religioso y de convicciones morales no podía aceptar —como
decía Hobbes— la consecuencia de que la naturaleza humana difiere de la de un reloj únicamente en grado de
complejidad. Lo mental no podía ser una mera variedad de lo mecánico.
Erróneamente, Descartes y otros filósofos optaron por la siguiente escapatoria. Como el vocabulario acerca de lo mental
no puede interpretarse significando el acaecimiento de procesos mecánicos, debemos entenderlo significando el
acaecimiento de procesos no-mecánicos. Dado que las leyes mecánicas explican movimientos en el espacio como efectos
de otros movimientos en el espacio, las leyes de lo mental deben explicar las operaciones no espaciales de la mente como
efecto de otras operaciones no espaciales. La diferencia entre el comportamiento humano que caracterizamos de
inteligente y el que describimos como mecánico, es de causación. Mientras que algunos movimientos de la lengua y de los
miembros humanos son efectos de causas mecánicas, el resto debe ser efecto de causas no-mecánicas. Algunos se
originan en movimientos de partículas materiales, mientras que otros tienen su principio en operaciones mentales.

De esta manera, las diferencias entre lo físico y lo mental fueron representadas como diferencias existentes dentro del
marco común de las categorías de "cosa", "atributo", "estado", "cambio", "causa" y "efecto". Las mentes son cosas, aunque
de un tipo distinto de los cuerpos. Los procesos mentales son causas y efectos, pero de tipo diferente al de las causas y
efectos de los movimientos corporales.
(…) ¿Cómo es que un proceso mental, como querer algo, puede causar movimientos de la lengua? ¿Cómo es que un
cambio físico en el nervio óptico puede producir, entre otros efectos, la percepción de un destello luminoso? El problema
muestra, por sí mismo, el molde lógico en el que Descartes volcó su teoría de la mente. Es el mismo en el que él y Galileo
conformaron sus teorías mecánicas. Y aunque adhirió, sin quererlo, al lenguaje de la mecánica, trató de evitar el desastre
consiguiente describiendo la mente con un vocabulario puramente negativo. Las operaciones mentales tuvieron que ser
descritas negando las características atribuidas a los cuerpos: no están en el espacio, no son movimientos, no son
modificaciones de la materia, no son accesibles a la observación pública. Las mentes no son trozos de un mecanismo de
relojería. Son, simplemente, trozos de un no-mecanismo.

Representada de esta manera, la mente humana es un fantasma dentro del cuerpo humano, el que —sin
embargo— no es una máquina común debido a que algunas de sus operaciones son regidas por esta otra máquina,
invisible, inaudible y que obedece a leyes desconocidas por los ingenieros, que existe en él. Nada se sabe, además,
sobre la manera en que gobierna a la máquina corporal.

IV- ACTIVIDAD DE APLICACIÒN

Elabora un cuadro comparativo de las distintas concepciones sobre la esencia humana, y explica la
función que cumple en la actitud de los creyentes en cada una de dichas concepciones.

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