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Podemos señalar que existen, a nivel mundial, dos grandes sistema de control constitucional,
entre ellos: el europeo o de Justicia Constitucional concentrada, generalizado a partir de la
constitución austríaca de 1920 y de la obra de Hans Kelsen, en el que un órgano autónomo
especializado y constitucionalmente designado para ello tiene la potestad de revisar la
constitucionalidad de las normas legales y los actos de poder, estableciendo al respecto,
declaraciones generales ERGA OMNES de plenos efectos derogatorios. El segundo sistema es el
americano o de control difuso (también denominado de la Judicial Review), permite que sea el
mismo órgano jurisdiccional ordinario el que desarrolle la función de control de la
constitucionalidad inaplicando una norma que contraviene la constitución para el caso en
concreto, manteniendo la norma en cuestión en el ordenamiento.[3]
Podemos observar que el primer sistema nos ofrece un control más efectivo a efectos que la
norma cuestionada puede ser retirada del ordenamiento jurídico previa pronunciación del órgano
colegiado respectivo, teniendo efectos generales. En cambio, el segundo sistema nos ofrece una
forma de control distinta ya que cabe la posibilidad de inaplicarse una norma de inferior nivel
alegándose su inconstitucionalidad para el caso en concreto, es decir, en la causa vista por el juez
y sólo para ella, siendo los efectos vinculantes sólo para las partes
Es así que el ordenamiento jurídico peruano en materia de control constitucional nos ofrece un
sistema dual o mixto debido a que ambas formas han sido recogidas. En materia de control
concentrado tenemos al Tribunal Constitucional que es un órgano colegiado reconocido
constitucionalmente, encargado de analizar la constitucionalidad de las diversas normas legales.
Por otro lado, tenemos también al control difuso el cual es ejercido tanto por los órganos
judiciales como los administrativos.
EL CONTROL DIFUSO.
a. Naturaleza Incidental:
Esto es, se origina a partir de un proceso existente en el cual se están dilucidando pretensiones o
cuestiones con relevancia jurídica.
En sus orígenes ambas instituciones difieren en el tiempo y en el espacio, es decir en los lugares
donde primigeniamente, al menos según concluyen algunos estudios, han sido aplicados.
El llamado Sistema Difuso como sistema de la revisión de la Constitución conocido también como
Judicial Review remonta sus inicios a lo resuelto por el Juez Marshall en el caso Marbury vs.
Madison en el año 1803 en los Estados Unidos de América, y en donde se resolvió que todos los
jueces y todos los tribunales deben decidir en los casos concretos que le son sometidos de
conformidad con la constitución inaplicando le ley inconstitucional, resaltando en lo resuelto que
dicha labor corresponde a todos los tribunales y jueces, no limitándose a uno en especial. El
Sistema Concentrado, abstracto o simplemente europeo, remonta sus orígenes a la obra creadora
de Hans Kelsen en 1920, y cuya característica mayor es que deja el control de la constitucionalidad
en manos de un solo órgano o tribunal ad hoc.
Estos dos grandes modelos puros de control de la constitucionalidad a través del tiempo se fueron
dispersando en los diferentes países, manteniéndose puramente concentrados, o puramente
difusos, pero también cierto es que en muchos otros países se fue desarrollando un modelo mixto
u fusionado por los dos sistemas puros materia de comentario. Y en América Latina de manera
peculiar y a partir de la segunda mitad del siglo XX se fue desarrollando la fusión de ambos
sistemas puros, llegando a aplicarse este modelo dual en países tales como Bolivia, México, Brasil,
y el Perú entre otros.
Aprendimos con la sentencia Marbury vs. Madison –dictada en 1803 por la Corte Suprema de
Justicia de los EE.UU.- que el juez debe ser el primer defensor de la Constitución. De tal manera
que en caso de incompatibilidad, formal o material, entre ella y una norma de inferior jerarquía los
jueces siempre deben preferir la primera.
La recepción peruana del control difuso no se hizo esperar: la Constitución de 1856, dada por el
mariscal Ramón Castilla (en esa época presidente provisorio de la República), señalaba en su art.
10 que “Es nula y sin efecto cualquiera ley en cuanto se oponga a la Constitución”. Sin embargo,
una disposición similar no fue contemplada por la siguiente Carta de 1860 (también promulgada
por Castilla, en esa época ya Presidente Constitucional).
Ochenta años después, el Código Civil de 1936, en el art. XXII de su Tít. Prel. preveía que: “Cuando
hay incompatibilidad entre una disposición constitucional y una legal, se prefiera la primera”. El
que esta disposición estuviese plasmada en una norma de rango legal y no constitucional obró en
contra de sus alcances, y hubo quienes la restringieron solo al ámbito del Derecho Civil.
El control difuso supone, pues, la inaplicación de una norma legal o infralegal, por parte de todo
juez en cualquier proceso, al estimarla inconstitucional. Su pleno reconocimiento constitucional se
dio tiempo después con la Carta de 1979 (art. 236). La Constitución de 1993 recoge dicha previsión
en el art. 138, 2do. párrafo.
Nuestro modelo prevé, además, la figura de la consulta para el ejercicio de control difuso de
normas legales (no es necesario para el caso de la inaplicación de normas infralegales). Las
sentencia de primer grado no impugnadas como las de segundo grado donde se haya ejercido
dicha potestad jurisdiccional son elevadas en consulta a la Sala Constitucional y Social de la Corte
Suprema (art. 14 del TUO de la Ley Orgánica del Poder Judicial-LOPJ). Esta disposición alcanza a
todos los procesos, como por ejemplo a los casos de amparo contra normas autoaplicativas (art. 3
del Código Procesal Constituciona-CPCt).
Asimismo, el CPCt (art. VI del Tít. Prel.) establece dos precisiones y una limitación. El ejercicio del
control difuso tendría que darse solo en el caso de que ello sea relevante para resolver la
controversia y no sea posible obtener una interpretación conforme a la Constitución; en tanto que
los Jueces no pueden dejar de aplicar una norma cuya constitucionalidad haya sido confirmada en
un proceso de inconstitucionalidad o de acción popular. No sin desconocer que es una postura
discutible, que excede a los límites de este breve texto, esto último podría reconocer, estimo,
algunas razonables excepciones.
En el plano legislativo, el TUO de la Ley que regula el Proceso Contencioso Administrativo, Ley
27584, recoge esta potestad jurisdiccional en el inciso 1 de su art. 9. Es interesante anotar que
Igual potestad se reconoce para el caso de algunos órganos colegiados administrativos; de modo
explícito, como en el caso del Tribunal de la Conasev (Estatuto del Tribunal Administrativo de la
CONASEV – 030-2007-EF-94.10, art. 8, literal t); o no, como en el de la Comisión de Eliminación de
Barreras Burocráticas (Decreto Legislativo 1033, art. 23).
Para el TC, no solamente corresponde el control difuso respecto de normas de alcance general, de
leyes en sentido amplio, sino inclusive también sobre normas estatutarias de carácter privado
(Exp. 6730-2006-AA/TC, FJ 10-18). Esto último bajo la consideración de la eficacia horizontal de los
derechos fundamentales.
Finalmente, es importante recordar que el control difuso entraña en sí mismo una potestad
jurisdiccional del mayor valor, pues otorga al juez el no pequeño poder de inaplicar una norma
dada por el Congreso o el Poder Ejecutivo, y que en principio, según el principio de separación de
poderes, debiera aplicarse sin obstáculos. Ello sitúa, pues, a la Judicatura en aquello que algunos
autores denominan con exactitud el Poder Moderador.
CONTROL DIFUSO EN LATINO AMÉRICA.
· Venezuela:
· Ecuador:
“La Corte Suprema de Justicia y los tribunales de última instancia tienen
competencias para declarar inaplicable un precepto legal contrario a las
normas de la Constitución, no teniendo dicha declaración fuerza
obligatoria sino las causas en que se pronunciare” (Art. 141°, Constitución
Política de Ecuador de 1996).
· Colombia:
· Bolivia:
· Guatemala:
· Honduras:
Así podríamos mencionar también a otros países. Pues como se podrá observar el sistema
norteamericano de control constitucional de las leyes influenció en gran partes de países
latinoamericanos, los cuales terminaron adoptándolo de una u otra forma (Argentina 1860;
México 1857; Venezuela 1858; Brasil 1890; República Dominicana 1884; Colombia 1850),
orientándose incluso algunos hacia un sistema mixto o integral, sea agregándole al método
difuso el método concentrado del constitucionalidad como en Brasil o México, o adoptando
el sistema mixto o integral desde el principio, como fue el caso de Venezuela, Colombia,
Guatemala y nuestro país (Perú). En cambio, el sistema argentino sigue siendo el más
parecido al modelo norteamericano.
EL CONTROL CONCENTRADO
El Control Concentrado de constitucionalidad de las leyes recae en un órgano especializado, único
y de carácter general, “ … un Tribunal Constitucional que asume en exclusiva la competencia de
control de la constitucionalidad, competencia que actualiza a través de un proceso concreto, no
vinculado a ningún proceso ordinario cuyo objeto directo es la denuncia de una
inconstitucionalidad abstracta de la ley …” (Javier Valle Riestra y otros, Código Procesal
Constitucional, Ediciones Jurídicas, Lima Perú).
Cuando se afirma que el Tribunal Constitucional realiza un examen abstracto, se quiere indicar
que se resuelve sin referencia a un caso concreto alguno en donde esté en disputa derecho
subjetivo ninguno, y en donde se ha de examinar si la norma cuestionada es o no incompatible con
la constitución, derogándose de modo directo por el poder constituido o regresando al sistema
jurídico, en plena vigencia y constitucionalizada.
La derogación de la ley por el Tribunal Constitucional es un suceso bastante grave, que antes que
ello se debe preferir cualquier interpretación posible que haga compatible el texto legal con el
texto constitucional; derogada o “extirpara” la norma se crea un vacio constitucional que generará
inevitablemente inseguridad jurídica, porque el legislador no tendrá la habilidad necesaria como
para cubrir inmediatamente el lugar que deja la norma derogada al ser declarada inconstitucional;
es por ello que en puridad lo que se peticiona en una demanda de inconstitucionalidad no es otra
cosa que una “iniciativa legislativa negativa”, es decir, el Tribunal Constitucional al emitir sus
sentencias declarando inconstitucional una norma legal actúa como un legislador negativo, con las
consecuencias jurídicas antes notada.
Pero la función del Tribunal Constitucional no queda solo como una legislador negativo, sino que
también puede realizar el rol de legislador positivo, cuando emite sus sentencias interpretativas o
aditivas en las que sin “extirpar” la norma legal del ordenamiento jurídico realiza una
interpretación o, en su caso, una adición, completando el sentido de la norma examinada y
salvada en su constitucionalidad, al respecto un buen sector de la doctrina critica esta última
capacidad del Tribunal Constitucional, sin embargo muchas otras razones argumentan a su favor,
tales como el que se evite los vacios legales, prefiriéndose salvar la norma mediante una
interpretación que la haga compatible con el texto constitucional, en otros casos se prefiere que el
Tribunal complete el texto legal de tal forma que se salve la norma examinada.