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Los síntomas del aparato musculoesquelético causan multiples consultas externas cada año.
Muchos de éstos son problemas autolimitados que necesitan una evaluación mínima y tratamiento
sintomático y en algunos casos anuncian la presencia de otra enfermedad más grave.
El objetivo de la evaluación es formular un diagnóstico diferencial para establecer el diagnóstico
preciso y el tratamiento oportuno, evitando los estudios excesivos y el tratamiento innecesario
(cuadro 325-1).
Los diagnósticos de "alarma" son artritis séptica, artritis aguda inducida por cristales (gota) y
fracturas. Todas ellas se deben sospechar si existe una molestia monoarticular o focal de comienzo
agudo.
En la primera visita se debe determinar si las molestias musculoesqueléticas son:
1) Articular o extraarticular.
2) Naturaleza inflamatoria o no inflamatoria
3) Agudas o crónicas.
4) Localizadas o diseminadas (sistémicas).
Muchos trastornos musculoesqueléticos se parecen entre sí y algunos tardan semanas o meses en
evolucionar hacia una entidad diagnóstica fácilmente identificable, pero se debe procurar un
diagnóstico definitivo en la primera visita.
Antecedentes personales
Algunas entidades son más frecuentes en distintos grupos por edades (fig. 325-2). El LES y la
artritis reactiva aparecen con mayor frecuencia en personas jóvenes, la fibromialgia y la AR afectan
individuos en la etapa media de la vida y la osteoartrosis y la polimialgia reumática son más
prevalentes en ancianos.
La gota y las espondiloartropatías (espondilitis anquilosante) son más frecuentes en varones, en
tanto que patologías como AR, fibromialgias y LES muestran mayor predilección por mujeres. En
esta situación pudieran influir las predilecciones raciales, la polimialgia reumática, la arteritis de
células gigantes y la granulomatosis de Wegener son más frecuentes en los individuos de raza
blanca, mientras que la sarcoidosis y el LES son más comunes entre los afroestadounidenses.
Otras enfermedades muestran cierta agregación familiar, como espondilitis anquilosante, gota, AR
y nodulos de Heberden de la artrosis.
La cronología de los síntomas es un rasgo importante para el diagnóstico que puede dividirse en
inicio, evolución y duración.
El inicio de ciertos trastornos como artritis séptica o gota tiende a ser repentino, mientras que
artrosis, AR y fibromialgia comienzan en forma más insidiosa. Los síntomas pueden mostrar una
evolución diferente y se clasifican en crónicos (OA), intermitentes (artritis por cristales o de Lyme),
migratorios (fiebre reumática, artritis gonocócica o vírica), o aditivos (RA, artritis psoriásica).
La clasificación según la duración de algún síntoma en agudos o crónicos, que sea menor o
mayor de 6 semanas, respectivamente. Las artropatías agudas tienden a ser infecciosas, inducidas
por cristales o reactivas. Los cuadros crónicos incluyen artritis no inflamatorias o de origen
inmunitario (como OA, RA) y trastornos no articulares (fibromialgia).
La magnitud o extensión del ataque articular se clasifican con base en el número de
articulaciones afectadas, en monoarticulares,
oligoarticulares (dos o tres articulaciones) artritis por cristales y la infecciosa o poliarticulares (>3
articulaciones) osteoartrsis y AR.
Los trastornos no articulares se clasifican en focales o diseminados. Las molestias secundarias
a un traumatismo y a la gota son focales o monoarticulares, mientras que otras, como las de
polimiositis, AR y fibromialgia son más difusas o poliarticulares. La lesión articular en la AR tiende a
ser simétrica y en espondiloartropatías y gota son asimétricas y oligoarticulares. La AR y la
osteoartrosis a menudo abarcan las extremidades superiores, en tanto que la artritis de las
extremidades inferiores es característica de la artritis reactiva y la gota en sus etapas iniciales.
Tanto la artrosis como la espondilitis anquilosante suelen extenderse hasta el esqueleto axial.
La historia clínica también permite identificar los eventos precipitantes como traumatismos,
medicamentos (cuadro 325-2) o enfermedades previas o concomitantes que contribuyen a las
molestias del paciente.
Pueden acompañarse de manifestaciones generales como fiebre (SLE, infección); erupciones
(SLE, artritis psoriásica), anormalidades de uñas (artritis psoriásica o reactiva); mialgias
(fibromialgia, miopatía), o debilidad (polimiositis, neuropatía). Además, algunas patologías se
acompañan de ataque de otros órganos y sistemas, incluidos los ojos (enfermedad de Behcet,
sarcoidosis, espondiloartritis), aparato gastrointestinal (esclerodermia, enteropatías inflamatorias),
aparato genitourinario (artritis reactiva, gonococemia), sistema nervioso (enfermedad de Lyme,
vasculitis).
Como último punto, evaluar la intensidad del dolor y la limitación física que acompaña a tal
síntoma. Es posible cuantificar la intensidad del dolor, la rigidez o la debilidad, en una escala del 0
al 10, en forma verbal o con el empleo de una escala analógica visual de 10 cm (el 0 corresponde a
la ausencia del dolor y el 10 al peor dolor). Se cuenta con algunos índices funcionales validados
que son fáciles de incorporar en la evaluación del aparato musculoesquelético, como el llamado
Cuestionario Modificado de Evaluación Funcional (fig. 325-3).
Exploración física
El objetivo consiste en determinar cuáles son las estructuras afectadas, la naturaleza de la
enfermedad subyacente, la magnitud y las consecuencias funcionales del proceso, así como la
presencia de manifestaciones generalizadas o extraarticulares. La exploración depende en gran
medida de una inspección y palpación y de distintas maniobras físicas específicas que ponen al
descubierto signos diagnósticos (cuadro 325-3).
La exploración de las articulaciones dañadas y sanas definirá si existe dolor, calor, eritema o
edema. Se debe establecer la ubicación el grado de dolor que se provoca con la palpación o los
movimientos.
En forma semejante, hay que contar y dejar constancia escrita del número de articulaciones
inflamadas (0 a 28). Es necesario diferenciar entre el verdadero edema articular (causado por
derrame o proliferación sinovial) y el ataque extraarticular.
El derrame sinovial se distingue de la hipertrofia sinovial o la hipertrofia ósea por medio de
palpación o realizando ciertas maniobras. Por ejemplo, un derrame pequeño o moderado de la
rodilla se identifica por medio del "signo del abultamiento" o "peloteo de la rótula". Los derrames
bursales (esto es, derrames del olecranon o la bolsa prerrotuliana) se ubican sobre las
prominencias óseas y son fluctuantes con bordes bien definidos. La estabilidad articular se valora
por medio de la palpación y aplicando tensión manual.
El edema o volumen articular se define por medio de la palpación. La distensión de la cápsula
articular produce dolor y tumefacción evidente. Es por esta causa que los derrames inflamatorios
pueden originar contracturas en flexión. Desde el punto de vista clínico, este problema se
manifiesta por edema evidente, deformidad voluntaria o fija en flexión o reducción del arco de
movimiento, en especial en extensión, cuando los volúmenes articulares se reducen. Los arcos de
movimiento tanto activos como pasivos se valoran en todos los planos, con comparación
contralateral. La motilidad articular se evalúa en forma seriada con un goniómetro para medir el
arco de movimiento. Cada articulación se examina a lo largo de todo su arco de movimiento
(incluyendo, cuando corresponda, flexión, extensión, rotación, abducción, aducción, inclinación
lateral, inversión, eversión, supinación, pronación, desviación medial o lateral, flexión plantar o
inclinación). Los movimientos suelen limitarse por derrames, dolor, deformidad o contractura.
Cuando el movimiento pasivo excede al movimiento activo se debe pensar en la posibilidad de un
trastorno periarticular (p. ej., rotura de un tendón o miopatía). Las contracturas reflejan a menudo
inflamación o traumatismo sinovial previo. Durante la palpación algunas veces se percibe
crepitación articular, que en la artrosis es prominente. Las deformidades articulares indican un
proceso patológico agresivo o prolongado.
Al explorar los músculos se evaluará su fuerza, atrofia, dolor o espasmo. La debilidad de los
músculos apendiculares debe definirse en proximal o distal. La potencia muscular se valora al
observar las actividades de la persona (como caminar, levantarse de una silla, tomar con la mano o
escribir). La fuerza muscular se califica en una escala de cinco puntos: cero para la ausencia de
movimiento; uno para movimientos mínimos; dos para movimientos eliminando la gravedad; tres
para movimientos únicamente en contra de la gravedad; cuatro para movimientos en contra de la
gravedad y con resistencia, y cinco para la fuerza normal. El explorador debe buscar
cuidadosamente la afección no articular, sobre todo en ausencia de datos objetivos referidos a las
cápsulas articulares que justifiquen las molestias. La identificación del dolor se origina en los tejidos
blandos (dolor no articular) evitará estudios adicionales no justificados.
Dolor de mano: El dolor focal o unilateral de una mano puede ser consecuencia de traumatismo,
sobreuso, infección y artritis reactiva o por cristales. Por el contrario, el dolor bilateral sugiere un
trastorno degenerativo (artrosis), generalizado o inflamatorio-inmunitario (AR). La distribución o el
patrón del daño articular sugiere fuertemente ciertas enfermedades (fig. 325-4). Así, la artrosis se
manifesta como dolor articular interfalángico distal o proximal con una hipertrofia ósea suficiente
para producir, respectivamente, nodulos de Heberden o de Bouchard. El dolor (con o sin
tumefacción ósea) que afecta la base del pulgar es también muy típico de la artrosis. Por el
contrario, la RA tiende a afectar las articulaciones interfalángicas proximales, las
metacarpofalángicas, las intercarpianas y las carpometacarpianas (muñeca), con dolor, rigidez
prolongada e hipertrofia palpable del tejido sinovial. La artritis psoriásica puede remedar el ataque
articular propio de la osteoartrosis, pero es posible diferenciarla por la presencia de signos
inflamatorios, con ataque del carpo o sin él, depresiones ungueales u onicólisis.
Es posible que la tumefacción del tejido blando afecte el dorso de la mano y la muñeca, e indique
una tenosinovitis del tendón extensor causada, posiblemente, por infección gonocócica, gota o
artritis inflamatoria (RA).
El calor y el edema locales sugieren el diagnóstico de tenosinovitis, que se confirma provocando
dolor cuando se mantiene la muñeca en una posición neutra fija y se flexionan los dedos por las
articulaciones distales a las metacarpofalángicas, de modo que se distiendan las vainas de los
tendones extensores.
El dolor focal en la muñeca localizado en la cara radial puede deberse a una tenosinovitis de De
Quervain secundaria a la inflamación de las vainas de los tendones y que afecta el abductor largo y
el extensor corto del pulgar (fig. 325-4). Este cuadro suele ser consecuencia de uso excesivo o se
desarrolla después de un embarazo, y puede diagnosticarse con la prueba de Finkelstein, es
positiva cuando el dolor local de la muñeca aparece tras flexionar el pulgar sobre la palma de la
mano y colocarlo dentro del puño cerrado mientras el paciente mueve la mano hacia abajo con la
muñeca en desviación cubital. El síndrome de túnel carpiano es otro trastorno frecuente de la
extremidad superior y se debe a la compresión del nervio mediano en el interior del túnel carpiano,
lo que se traduce en parestesias del pulgar, de los dedos 2° y 3° y de la mitad radial del 4°, así
como, a veces, atrofia de la musculatura tenar, suele asociarse a embarazo, edema, traumatismos,
artrosis, artritis inflamatoria y trastornos infiltrativos (amiloidosis). La positividad de los signos de
Tinel (el golpeteo repetido con el pulgar de la cara palmar de la muñeca) o Phalen (presión sobre
las superficies extensoras de las dos muñecas flexionadas una contra otra) corrobora este
diagnóstico. Ambas pruebas provocan o aumentan las parestesias de distribución mediana.
Dolor de rodilla: La historia clínica detallada permitirá establecer la cronología del dolor de rodilla
y la presencia de algún factor predisponente, traumatismo o medicamento que pudiera ser la causa
de la molestia. Así, un trastorno rotuliano femoral (artrosis) puede originar dolor en la cara anterior
de la rodilla que aumenta al subir escaleras, observar la marcha, alineación viciosa de la rodilla son
el genu varo (piernas en paréntesis) y el genu valgo (piernas en X). La tumefacción ósea de la
articulación causada por la hipertrofia de las estructuras intrasinoviales puede manifestarse con
fluctuación, peloteo o como un aumento del tejido blando en la bolsa suprarrotuliana. Los derrames
articulares pueden detectarse también por el peloteo de la rótula hacia abajo por el surco femoral, o
explorando el "signo del bulto". Con la rodilla extendida, el examinador comprime manualmente, u
"ordeña", el líquido sinovial en sentido inferior desde la bolsa suprarrotuliana a un lado de la rótula.
Al aplicar presión manual lateral a la rótula se puede observar la desviación de líquido sinovial
(abultamiento) hacia la cara medial, es eficaz en derrame pequeño o moderado (<100 ml). Muchos
trastornos inflamatorios como artritis reumatoide, gota, seudogota y artritis reactiva se extienden
hasta la articulación de la rodilla originando dolor, rigidez, tumefacción o calor.
Las alteraciones internas de la rodilla pueden ser debidas a traumatismos o a procesos
degenerativos. La lesión del cartílago del menisco (interno o externo) suele manifestarse con dolor
crónico o intermitente en la rodilla, en pacientes con antecedente traumático o actividad deportiva y
cuando el paciente relata síntomas de bloqueo, chasquidos o sensación de que la articulación
"cede". El dolor puede detectarse durante la palpación directa sobre la línea articular interna o
externa, debe pensarse en este diagnóstico cuando el dolor aparece sobre la línea articular
homolateral al someter a tensión interna o externa la articulación.
La prueba de McMurray positiva puede indicar un desgarro del menisco. Para realizarla, se fija la
rodilla en flexión de 90° y entonces se extiende la pierna, al mismo tiempo que se rota hacia dentro
o afuera. Un chasquido doloroso durante la rotación interna puede indicar rotura del menisco
externo, y el dolor durante la rotación externa, rotura del menisco interno. Por último, si el paciente
tiene un dolor de aparición brusca, posiblemente con tumefacción, antecedentes de traumatismo o
un aspirado de líquido sinovial macroscópicamente hemático, deberá sospecharse una lesión de
los ligamentos cruzados. La exploración de estos ligamentos consiste en provocar el signo del
cajón. Con el paciente en decúbito supino se flexiona parcialmente la rodilla y se estabiliza el pie
sobre una superficie. El médico debe intentar desplazar manualmente la tibia hacia delante o atrás
en relación con el fémur. Si se detecta un movimiento anterior es probable que la lesión afecte el
ligamento cruzado anterior. Por el contrario, un movimiento significativo hacia atrás indica lesión del
ligamento cruzado posterior. La comparación con el lado opuesto ayuda a valorar el significado del
desplazamiento anterior o posterior.
Dolor de cadera: La mejor forma de valorar la cadera es observando la marcha del paciente y
explorando la amplitud de sus movimientos. La inmensa mayoría de enfermos que se quejan de
"dolor de cadera" lo localizan en un solo lado y en la parte posterior, o en la musculatura glútea (fig.
325-5). Dicho dolor puede asociarse o no a dolor lumbar y tiende a irradiar hacia abajo, por la cara
posterolateral del muslo. Esta presentación suele ser secundaria a una artritis degenerativa de la
columna lumbosacra y habitualmente sigue una distribución por dermatomas, con afección de las
raíces nerviosas que nacen entre L5 y S I. Otros pacientes localizan el "dolor de cadera"
lateralmente al área que cubre la bolsa trocantérica. Debido a la profundidad de esta bolsa, no
suelen encontrarse tumefacción ni calor. El diagnóstico de bursitis trocantérica puede confirmarse
comprobando la sensibilidad al dolor en un punto sobre aquélla. El dolor glúteo y trocantérico
también puede indicar fibromialgia subyacente. Es posible que el dolor limite el arco de
movimiento. El dolor en la articulación de la cadera es menos frecuente y tiende a localizarse por
delante, sobre el ligamento inguinal; puede irradiarse hacia dentro, en dirección a la ingle, o a lo
largo de la cara anteromedial del muslo.
Una historia de traumatismo o de artritis inflamatoria permite sugerir el diagnóstico de bursitis del
iliopsoas. El dolor asociado a este tipo de bursitis tiende a empeorar con la hiperextensión de la
cadera, y muchos pacientes prefieren flexionar y rotar externamente la cadera para reducir el dolor
provocado por una bolsa distendida.
Pruebas de laboratorio
La amplitud y naturaleza de las pruebas adicionales deben estar guiadas por las manifestaciones
clínicas y por la sospecha diagnóstica inicial
Junto con una biometría hemática completa con fórmula leucocítica, el estudio sistemático debe
incluir la determinación de un indicador de fase aguda, como la tasa de eritrosedimentación (VSG)
o la proteína C reactiva, sus valores suelen aumentar en infecciones, inflamación, trastornos
autoinmunitarios, neoplasias, embarazo, insuficiencia renal y edad avanzada.
Las determinaciones de ácido úrico en el suero sólo es útil para el diagnóstico de gota. Sus
valores séricos varían de 4.0 a 8.6 mg/100 ml en varones; y 3.0 a 5.9 mg/100 ml en mujeres
(efectos uricosúricos de estrógenos). La concentración en orina normalmente es menor de 750
mg/24 h.
La concentración de ácido úrico (y el peligro de gota) puede aumentar por errores innatos del
metabolismo (síndrome de Lesch-Nyhan), cuadros patológicos (insuficiencia renal, enfermedades
mieloproliferativas o psoriasis) o drogas-fármacos (alcohol, citotóxicos o tiazídicos). Casi todos los
gotosos en algún momento de su enfermedad presentarán hiperuricemia, pero incluso 40% de
individuos durante un ataque agudo con concentración normal de ácido úrico en suero.
Las pruebas serológicas de factor reumatoide (FR), anticuerpos contra péptido citrulinado cíclico (
CCP), anticuerpos antinucleares (ANA), concentración de complemento, anticuerpos
anticitoplasma de neutrófilos (ANCA) o anti-Lyme y la concentración de antiestreptolisina O (ASO)
únicamente se realizan cuando existen datos clínicos que sugieren un diagnóstico pertinente. Si
bien entre 4 y 5% de la población sana tendrá resultados positivos en las pruebas de factor
reumatoide y ANA, sólo 1% y <0.4% de la población padecerán AR o LES, respectivamente. La
IgM de factor reumatoide se observa en 80% de los pacientes con AR; otras enfermedades
autoinmunitarias (LES, síndrome de Sjogren) y enfermedades crónicas pulmonares, hepáticas o
renales. Si se piensa en AR, los anticuerpos contra CCP tienen una sensibilidad similar a la del
factor reumatoide, pero son más específicos.
En casi todos los individuos con LES se identifican ANA y también pueden detectarse en sujetos
con otras enfermedades autoinmunitarias (polimiositis, esclerodermia, síndrome antifosfolípidos);
lupus farmacoinducido (consecuencia del consumo de hidralazina,
procainamida, quinidina, tetraciclinas o inhibidores del FNT); hepatopatías o nefropatías crónicas y
senectud. La detección de dicho anticuerpo es muy sensible pero poco específica para la detección
de lupus, La interpretación de una prueba positiva de ANA pudiera depender de la magnitud del
título y de las características observadas en la microscopía de inmunofluorescencia (cuadro 325-4).
Las imágenes difusas y "moteadas" son menos específicas, en tanto que la imagen periférica o de
"aureola" (vinculada con autoanticuerpos contra DNA nativo de doble cordón) es muy específica y
sugerente de lupus. Las imágenes centroméricas se identifican en individuos con esclerodermia
limitada (síndrome CREST, calcinosis cutánea, fenómeno de Raynaud, trastorno de la motilidad
esofágica, esclerodactilia y telangiectasia) o esclerosis primaria de vías biliares y las imágenes
nucleolares se observan en individuos con esclerosis sistémica difusa o miositis inflamatoria.
La aspiración y el análisis de líquido sinovial siempre están indicados en la monoartritis aguda o si
se sospecha una artropatía infecciosa o inducida por cristales. Las características de dicho líquido
permitirán diferenciar entre cuadros no inflamatorios e inflamatorios, por el análisis de su aspecto,
viscosidad y número de células. El líquido sinovial normal es claro, de color pajizo pálido y viscoso,
fundamentalmente por los altos valores de hialuronato. El líquido sinovial no inflamatorio es claro,
viscoso y de color ámbar, con recuento leucocítico <2 000/pl en el que predominan células
mononucleares. La viscosidad del líquido sinovial se valora haciendo que drene de la jeringa gota a
gota; normalmente se observa un efecto de filancia, ya que la gota deja una larga cola tras de sí.
Por el contrario, el líquido inflamatorio es turbio y amarillento, con aumento del número de
leucocitos (2 000 a 50 000 células/pl) y predominio de polimorfonucleares; su viscosidad es menor,
su concentración de hialuronato es baja. Los derrames de ese tipo se observan en la AR la gota y
otras artritis inflamatorias. El líquido séptico es opaco y purulento y el número de leucocitos por lo
común es mayor de 50 000 células/pl con predominio de polimorfonucleares (>75%) y poca
viscosidad.
El líquido sinovial hemorrágico puede surgir en traumatismos, hemartrosis o artritis neuropática. En
la figura 325-6 se incluye un algoritmo para la aspiración y el análisis del líquido sinovial.
Los cristales de urato monosódico (propios de la gota) se identifican por microscopio polarizado,
son largos, acuiformes, con birrefringencia negativa y por lo común intracelulares. En la
condrocalcinosis y la seudogota los cristales de pirofosfato calcico dihidratado por lo común son
cortos, romboidales y con birrefringencia positiva. Siempre que se sospeche una infección deberán
hacerse una tinción de Gram y un cultivo del líquido sinovial. Si la sospecha es de artritis
gonocócica, lo indicado es sembrar inmediatamente el líquido en un medio de cultivo adecuado. En
el líquido de las monoartritis crónicas deben hacerse cultivos para M. tuberculosis y hongos.
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