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Lo que sabía Aristóteles

Marta González Caballero

Pocos autores hay en el ámbito de la narrativa más acertados y, por tanto, mas citados que
Aristóteles. Considerado como el referente esencial en la construcción dramática, debido
fundamentalmente a las enseñanzas recogidas en su obra La Poética, Aristóteles es quizá
quien más y mejor ha reflexionado sobre la naturaleza de la comedia y del drama, quien
mejor ha logrado explicar lo intrínseco de la estructura narrativa y, por tanto, quien mejor
se ha dejado entender.

En muchas ocasiones hemos oído aquello de que "la realidad supera a la ficción", expresión
que en sí misma no tiene ningún sentido, puesto que si fuera así no existiría ficción, pero
dejando a un lado las paradojas, se entiende que con esta expresión se pretende expresar
que en ocasiones la vida puede resultar tan absurda, rara, compleja o enrevesada como lo
es la ficción. Esto es así, porque como bien dijo Aristóteles, la ficción imita a la realidad,
pues la finalidad principal del arte es, fundamentalmente, la imitación de la naturaleza, la
mímesis.

Por tanto, en toda obra dramática los personajes imitan a personas que protagonizan
acciones. Aristóteles dejó claro que no es interesante para nadie la imitación per se, puesto
que imitar a las personas es algo que no genera en sí mismo ningún interés dramático. Lo
que se imita, lo que se copia son los hechos de esas personas, los acontecimientos que han
vivido, su ventura y desventura, su éxito y su fracaso, su ascensión y caída. Se imita pues lo
que acontece al ser humano.

Por otro lado, otra de las grandes verdades aristotélicas es que las historias en sí resultan
mucho más interesantes cuando lo que se cuenta no son las cosas exactas a como han

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ocurrido, sino como pudieran haber sido, como "naturalmente" pudieran haber sucedido.
Esto es lo que diferencia al historiador (el que cuenta los hechos tal y como fueron) del
narrador (el que los cuenta bajo su peculiar punto de vista).

De esta máxima se deduce otra fundamental para la escritura dramática: los historiadores
hablan en pasado, hablan de "lo que pasó"; pero los narradores hablan siempre en
presente, hablan de de "lo que pasa", incluso aunque esos hechos hayan ocurrido en el
pasado, puesto que al convertirlos en narración se vuelven presente. Por tanto,
narrativamente hablando, las historias se escriben y se cuentan siempre en presente.

Decía también Aristóteles que toda buena historia debe comenzar por el principio y
terminar en el final.

Cuando explico esto en clase, muchos alumnos se ríen, delatando con ello su
desconocimiento absoluto de las normas dramáticas. ¿Acaso no conocemos personas que
para contarnos algo necesitan siempre dar un rodeo previo, necesitan aclarar algo o hacer
una especie de introducción? ¿Acaso no conocemos personas que cuando cuentan algo lo
adornan de tal manera que le acaban poniendo siempre "una cereza al pastel" para tratar
de aclararlo todo al final? Pues entonces vemos muy claramente como, en ocasiones, las
historias no comienzan con el principio y/o no terminan en el final. Cuando una historia
necesita una aclaración previa, se inicia con lo que comúnmente se llama "prólogo". Cuando
una historia se re-explica a sí misma al final, se construye lo que se denomina "epílogo".
Luego, lo que queda en el medio entre el prólogo y el epílogo, es la historia pura y dura, lo
que realmente se quiere contar. Y eso es lo que Aristóteles indica con esa norma tan básica:
que, en la medida de lo posible, las historias empiecen en el principio y terminen en el final.

Quizá, el mejor y más universal principio dramático que estableció Aristóteles es aquel que
indica que todo discurso dramático debe responder al principio de unidad y debe resultar
completo. Esto sólo puede lograrse si dicho discurso se construye bajo una estructura en la
que tiene que haber un principio, un medio y un final. Para Aristóteles, la estructura
narrativa era como un andamiaje, era lo que sustentaba la historia y le permitía crecer, de

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forma que sin ella no se puede conseguir una acción total, una acción que arranca
adecuadamente, que se desarrolla vinculando personajes y acontecimientos entre sí en la
parte intermedia, para acabar constituyendo un todo en su resolución o final. Se entiende
pues que "el inicio" es aquel suceso primero que no deriva de otro anterior, pero que
necesariamente creará otros sucesos tras de sí. El "medio" es lo que está encadenado a un
suceso anterior y que será seguido de otro/s suceso/s. Y el "final" es lo que va tras un suceso
medio, pero que no admite ya un suceso tras él. O lo que es lo mismo: empezar en el
principio y terminar en el final.

Para Aristóteles, las obras dramáticas deben también ceñirse al principio de complejidad,
es decir, deben existir varias acciones, que provoquen varios cambios de fortuna en el
devenir de la historia y de los personajes. Sin modificaciones, sin variaciones en una historia,
sin evolución, no hay construcción dramática, puesto que a nadie le importa la historia de
alguien a quien los hechos que vive no le cambian en nada, no le afectan o no producen
ningún otro hecho posterior. Eso no es narrativa. De esta forma, Aristóteles definió que
toda fábula narrativa debe tener unos soportes fundamentales, que son:

- Revolución: Es la conversión de los sucesos en su contrario, es decir, que quien se inicie


en la aventura buscando la fortuna, se encuentre de bruces con la desventura; que quien
arranque su historia odiando a su padre, se convierta en uno; que aquel que todo lo posee
y para quien su riqueza sea la esencia de la vida, se vea desposeído de todo cuanto tiene.
Esto es lo que se conoce por revolución, y sin ella no hay forma de contar una historia.

La revolución de Scarlett O'Hara en Lo que el viento se llevó (Victor


Fleming) la arrastra del todo a la nada, en uno de los filmes mas complejos
a nivel narrativo que existen.

- Reconocimiento: Es la conversión de una persona desconocida en alguien conocido, o el


descubrimiento de algo que creíamos conocer y que ha mutado gracias a una "revolución"
en otra completamente distinta. Siguiendo los ejemplos anteriores, quien descubre
desventura partiendo de la fortuna, puede alcanzar el reconocimiento de que "no se puede
perseguir la fortuna, pues esta es azarosa y sólo se presenta cuando quiere"; del mismo
modo, quien odia a su padre acabará reconociendo el amor paternal cuando se vea
sorprendido por esta circunstancia; y quien todo lo tuvo y todo lo perdió, reconocerá con
su pérdida el valor de las cosas.

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- Pasión: Para Aristóteles, la pasión es un sentimiento desbordado que siempre lleva
vinculado el dolor, unas veces más acusado y otras menos, pero la pasión va
intrínsecamente ligada al dolor. Es pues un sentimiento doloroso, como el de la muerte, la
angustia, la tortura física o mental, el amor no correspondido, o cualquier otro. La pasión
es lo que hace que los personajes tomen decisiones, es lo que les lleva a actuar, por eso es
tan importante, porque no hay revolución ni reconocimiento sin pasión.

Una gran pasión-dolor lleva a Scottie a convertir


a Judy en Madelaine. Una vez logrado, ya solo le
quedará el dolor. (Vértigo, Alfred Hitckcock)

Finalmente, Aristóteles estableció que toda obra dramática debería contar con un doble
cambio de fortuna, que puede llevarse a cabo bien por un metabolé, o bien por una
peripeia. Se entiende por metabolé un cambio de fortuna que afecta a la esencia del relato,
al hecho principal, modificándolo y encaminándolo por un nuevo derrotero. Es un cambio
que abre un nuevo camino en la historia y que, por tanto, cambiará también al personaje.

En Regreso al futuro (1985, Robert Zemekis) el cambio de


fortuna de Marty McFly le lleva a convertirse en "su padre".

En cuanto a la peripeia, es una forma especial de metabolé por la cual la acción gira, pero
lo hace hacia su opuesto, es decir, es un cambio a lo contrario. La peripeia debe ocurrir
siempre antes de llegar al desenlace. Y cuando esto se produce, el personaje ve como su
mundo cambia radicalmente, de forma que para poder solucionar las cosas necesariamente
debe darse otra circunstancia narrativa fundamental: la anagnórisis o revelación.

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El principio de la anagnórisis es fundamental en toda construcción dramática, puesto que
los personajes que han pasado por una serie de hechos, que han realizado una serie de
acciones y que han sufrido una serie de consecuencias, necesariamente descubrirán en
algún momento el porqué de todo ello.
Un giro en la fortuna, el reconocimiento de algo desconocido, la revelación de lo oculto, es
lo que puede dar paso a que el personaje de el último paso narrativo, es lo que le encamina
al desenlace o resolución de la historia.

Buzz Lightyear descubre la verdad: es un juguete. Esta


anagnórisis le hará tomar una decisión que abrirá el
tercer acto narrativo, y por tanto, el desenlace.
(Toy Story, 1995. John Lasseter)

Si algo hay que aprender es que no hay nada como saberse bien las reglas, para luego, poder
investigar, probar, descubrir y reinventar las historias bajo nuevas ideas que subviertan lo
conocido, que se cuestionen las normas o que las adopten buscando lo no convencional. Y
que conste que esto, no se puede hacer sin el conocimiento profundo de las reglas.

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