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IBÁÑEZ, Tomás (2014).

El Anarquismo es Movimiento: anarquismo, neoanarquismo &


postanarquismo. Virus Editorial. Barcelona.

Sobre la actualidad del anarquismo. En los albores del siglo XXI, el anarquismo ha venido
experimentando una profunda renovación, un nuevo ritmo, una ampliación de sus líneas y de sus temas de
intervención. De acuerdo con esto, el movimiento libertario asiste a una fuerte diversificación de sus formas
ante los cambios sociales, culturales, políticos y tecnológicos que se vienen sucediendo; sobre todo por estos
cambios son los que le han permitido desplegarse por todo el mundo: símbolos y acciones anarquistas se encuentran
hoy difuminadas globalmente, dando expresión a movimientos sociales insospechados. De acuerdo con este panorama,
podemos pensar que asistimos a un clima de «revuelta» e «insumisión» contra la dominación y la explotación
de los seres humanos. Sin embargo, es preciso que no nos engañemos y reconozcamos que -pese a todo este
rebrotar del movimiento anarquista- el advenimiento de una sociedad «libertaria» e «igualitaria» sigue siendo
para nosotros una aspiración… los anarquistas siguen siendo una minoría. Son todavía muchas las personas
que prefieren someterse a la dominación, explotación y alienación del sistema antes que insubordinarse ante el
orden que ha sido establecido. Es por ello que el resurgimiento del anarquismo no puede más que favorecer a
todas las luchas, prácticas y modos de ser que combaten o se resisten al sistema. Aquí y ahora, ahí donde cada
uno se encuentre, hacemos “mella en la realidad”, más acá y más allá del anarquismo, en el encuentro con las
distintas luchas, transformando nuestras costumbres, emancipando nuestras existencias. Quizá sea debido a
esta apertura que el anarquismo ha podido volver a ocupar un lugar significativo en la escena política. Pero
atención, es necesario que reconozcamos que si esto ha sido así no es por causa de alguna necesidad histórica
pues no hay nada más contrario a la libertad que considerar la existencia de una necesidad semejante. Quizá
por ello lo que sí parece ser una necesidad es el indagar por las circunstancias históricas en las que el resurgimiento del
anarquismo ha sido posible, así como la contingencia que caracteriza el conjunto de esas circunstancias con el objetivo de
comprender los alcances y los límites actuales de esa reaparición. Además, si asumimos que la vuelta del anarquismo a la
escena política obedece solo a una contingencia, debemos asumir también lo inútil que resultaría pretender
“fosilizar” el significado de esa actualidad; como si el anarquismo -después de todo- siguiera siendo lo que era
antes de su largo eclipse.

Resurgir del anarquismo. “(...) el actual resurgir del anarquismo es portador de


excelentes perspectivas para todas las prácticas de resistencia, de subversión y de insumisión que se
enfrentan a las imposiciones del sistema social vigente. La expansión del anarquismo abre, en efecto,
la posibilidad de multiplicar e intensificar las luchas contra los dispositivos de dominación, de poner
más a menudo en jaque los ataques a la dignidad y a las condiciones de vida de las personas, de
subvertir las relaciones sociales moldeadas por la lógica mercantilista, de arrancar espacios para vivir
de otro modo, de transformar nuestras subjetividades, de disminuir las desigualdades sociales y de
ampliar el espacio abierta al ejercicio de las prácticas de libertad (…) Y todo esto, no para mañana o
pasado mañana; no para después del gran estallido que todo lo cambiará, sino para hoy mismo, en el
día a día, en lo cotidiano. Porque es, en el aquí y ahora, donde se lleva a cabo la única revolución que
existe y que vive realmente, en nuestras prácticas, en nuestras luchas y en nuestro modo de ser.”
(Ibáñez, 2014, p. 6)

Contingencia del resurgir anarquista. “Ninguna necesidad histórica preside su


resurgimiento, como tampoco torna ineluctable cualquier otro fenómeno social. Nada está escrito
desde siempre y para siempre y esto es una gran suerte, porque este es el precio de la posibilidad
misma de la libertad. Contra las imágenes idealizadas, debemos reconocer que si la anarquía formase
parte de las aspiraciones más profundas del ser humano, si estuviese inscrita de alguna forma en la
naturaleza humana o, también, si la humanidad caminase necesariamente hacia un horizonte de
anarquía, a pesar de las zancadillas de la historia, quedaría muy poco espacio para la idea de libertad,
lo que no dejaría de ser bastante paradójico.” (Ibáñez, 2014, p. 10)

Historia y libertad. “Hay que elegir, por tanto, entre, por una parte, una
concepción de la realidad histórica que privilegia la posibilidad de la libertad, aunque eso
ponga en riesgo la perennidad del anarquismo y, por otra parte, una concepción de esa
realidad que puede garantizar, eventualmente, la permanencia de una anarquismo que
estaría preinscrito en su seno, pero que recorta considerablemente el campo de la libertad.”
(Ibáñez, 2014, p. 10)

Reinvención del anarquismo. “(...) no se trata tan sólo de dar cuenta del anarquismo tal y
como lo viene dibujando su actual resurgimiento sino de contribuir a impulsar su renovación en el
plano de sus prácticas y de su pensamiento (…) Decir que el anarquismo está resurgiendo en la
actualidad es afirmar, simultáneamente, que se encontraba más o menos desaparecido desde hacía algún
tiempo. Asimismo, cuando se constata que se está reinventando se sugiere, análogamente, que no se
trata de una mera reproducción del anarquismo anteriormente existente, sino que incorpora aspectos
innovadores.” (Ibáñez, 2014, p. 10-11)

Anarquía vs Anarquismo. Tomás Ibáñez nos describe algunos escenarios sobre la relación entre
«anarquía» y «anarquismo». El primero de ellos tiene que ver con el tomar la anarquía –que no el anarquismo-
para definirla como un “estado de cosas” inscrito en el corazón de la realidad. A propósito de ello nos dice
que la anarquía sería:

Un estado de cosas cuya característica definitoria consistiría en excluir la dominación y donde


la diversidad y la singularidad podrían manifestarse libremente. En efecto, la anarquía, tomada como
una entidad ontológicamente distinguible, puede ser considerada como una de las múltiples
modalidades posibles de la realidad. (Ibáñez, 2014, p. 12)

Como se lee en estas palabras, la anarquía puede ser considerada como si se tratase de una entidad
ontológica en cuyo “estado de cosas” el ser se resiste a la dominación; pero no en el sentido de un puro
rechazo de la dominación en cuanto dominación, sino en el sentido en el que lo odioso de la dominación es
que ella representa la negación de la diversidad y de la singularidad existencial de los seres. He ahí por qué se
suele hermanar la anarquía con la libertad y por qué la libertad puede ser también considerada como un estado
anárquico. De ahí también que resuene el eco bakuninista según el cual la vida misma se manifiesta como un
libre flujo de la pluralidad, de lo diverso, de lo singular; el ser del bios o la potencia vital del ser no puede ser
sino en estado de anarquía. Sin embargo, Ibáñez hace una precisión a propósito de lo que implica considerar la
anarquía como un “estado de cosas” cuyo aspecto decisivo estaba ya inscrito en el enunciado anterior, a saber,
que:

(…) la anarquía está directamente inscrita en la vida, así como en otros ámbitos de la
realidad, lo que hace que no desaparezca nunca totalmente; sobre todo, si lejos de hacer de ella un
estado de cosas que sólo se expresa en términos de todo o nada se considera, de modo gradualista, que
ciertos segmentos de la realidad comportan mayores o menores grados de anarquía. (Ibáñez, 2014, p. 12)

Según entiendo, con estas palabras el intelectual anarquista nos propone concebir la anarquía como
un atributo de la realidad que no englobaría a la totalidad del ser sino que, a lo sumo, determinaría un
momento particular en él; de ahí que antes se haya referido a la anarquía como a una “modalidad posible de la
realidad”. Pienso que la importancia de esta precisión radica en que con ella Ibáñez intenta desembarazarse de
cualquier esencialismo con el que la práctica y el discurso de los anarquistas puedan, finalmente, dogmatizarse.
Pienso además que si consideramos la anarquía como una entidad ontológica –por tanto, como un
“estado de cosas” inscrito en la realidad del ser- ello traería consigo la aceptación de su nadidad potencial, es
decir, la conciencia de que ella –la anarquía- podría estar expuesta a la nada como destino. Tomás Ibáñez es
perfectamente consciente de eso al no considerar la anarquía como un atributo inalienable del ser sino como
un reflejo de su actividad y del esfuerzo que esa actividad requiere para permanecer, por lo tanto, como una
manifestación concreta de la praxis humana en el ser social que hace que la anarquía no pueda ser concebida
como su atributo esencial sino como su situación existencial:

(…) contra el dogma esencialista hay que admitir que, en la medida en que el ser no excede el
conjunto de sus formas de existencia, no puede haber a su lado o además de sus formas de existencia algo
que sería su esencia. En este sentido, la anarquía no puede ser esto o aquello en sí, sino que es el
producto circunstancial de un conjunto de relaciones; y sólo adquiere sentido en el contexto de una
cultura, de una sociedad y de una época determinada (…) para que la anarquía acceda a la existencia,
para que se construya como una entidad diferenciada y específica, no sólo deben existir dispositivos
de dominación y resistencias frente a estos dispositivos sino que, además, la dominación y la
resistencia deben entrar en el campo de la experiencia posible de los sujetos. (Ibáñez, 2014, p. 13)

Contra toda determinación esencial de la anarquía, su sentido de ser ha de ser, ante todo, considerado
como existencia que se resiste a la dominación; pero también como la formación de una autoconciencia ante
la cual la resistencia deviene proceso de liberación; siendo así, la anarquía no nos es inteligible sino como
praxis. Es por esta razón que aquello que Ibáñez llama la “experiencia posible de los sujetos” enuncia la
historicidad de la anarquía, es decir, su determinación existencial en un momento histórico concreto. De ahí
que la «anarquía» y el «anarquismo» no sean la misma cosa aunque, de cualquier modo, sean “dos fenómenos
intrínsecamente conectados”; por un lado, el anarquismo es una experiencia histórica del ser en su resistencia a
la dominación, por otro, la anarquía es el concepto con el que se ha teorizado el sentido filosófico y político de
esa experiencia.
Por supuesto, la consecuencia lógica de esta puntualización sobre la relación entre pensamiento y
experiencia histórica es sin duda la afectación que sobre el sentido de cada uno produce el movimiento; si el
pensamiento anarquista reflexiona sobre las experiencias del movimiento anarquista, entonces el sentido con
el que se nos revela el ser del pensamiento y el ser del movimiento anarquistas ha de permanecer en constante
transformación:

(…) en la medida en que la anarquía es un producto teórico-práctico que emana del


movimiento anarquista no está definida de una vez por todas sino que puede variar con las eventuales
fluctuaciones del movimiento anarquista y puede, incluso, desaparecer si este hace otro tanto porque,
en la ausencia del concepto de anarquía, esta sería totalmente indetectable en el seno de la realidad y
su eventual existencia entraría de lleno en la categoría de lo no-pensable, o en la de los simples
vestigios históricos que tan sólo tienen una realidad pretérita. (Ibáñez, 2014, p. 14)

En efecto, de las palabras de Tomás Ibáñez podemos inferir que el movimiento ha determinado a la
conciencia y que, al mismo tiempo, la conciencia ha devenido condición para la permanencia del movimiento;
esta amalgama entre conciencia y movimiento es lo que determina a la anarquía y al anarquismo –según
entiendo- como elementos de una praxis histórica de resistencia a la dominación y que –como toda praxis- ella
señala una co-implicación entre discurso y acción, entre teoría y práctica.

Movimiento anarquista & teoría anarquista. En realidad, no tendría sentido que el anarquismo
fuese considerado como algo que posee -a la manera de Piort Kropotkin- una existencia milenaria; esta idea
no sólo impide que reconozcamos el largo eclipse por el cual el anarquismo ha pasado sino que, además, nos
impide pensar las claves de su reaparición. Si de manera contraria consideramos el anarquismo como algo que
es, a la vez, una expresión del pensamiento humano y un movimiento histórico concreto, entonces podemos
pensar tanto lo que le es esencial como el sentido de su desaparición-reaparición en la historia humana. Como
es sabido, el anarquismo apareció en la historia europea, a mediados del siglo XIX, y no sacaríamos nada con
empeñarnos en encontrar sus orígenes en la antigüedad o en sociedades primitivas. Teóricamente hablando, el
anarquismo tuvo sus primeras formulaciones en las ideas políticas de Anselme Bellegarrigue y, sobre todo, en
las obras de Pierre-Joseph Proudhon. Pero con el proceso histórico de industrialización el movimiento obrero
daría origen a la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) en 1864; en el marco de las luchas obreras -
en la Comuna de París de 1871 y el Congreso de Saint Imier de 1872-, los nombres de Bakunin, Guillaume,
Kropotkin, Reclus, Malatesta, Anselmo Lorenzo y Ricardo Mella, entre otros, van a ejercer un protagonismo
fundamental durante el ciclo de las luchas sociales y políticas que se extendió desde finales del siglo XIX hasta
la guerra civil española de 1936. A lo largo de estos años, el anarquismo tuvo vida como pensamiento ya que
de él se nutrió el movimiento, incidiendo sobre la realidad de países como España, Italia, Francia, Alemania,
Inglaterra, Rusia o Ucrania en Europa y en países de América como Argentina, México, Brasil y los Estados
Unidos. Sin embargo, después de haber gozado de una vitalidad cultural, social y política durante el período
1860-1940, el anarquismo se replegó y se contrajo hasta casi desaparecer de la escena cultural, social y política mundial. Una
larga travesía por el desierto y los rumores de su deceso contribuyeron decisivamente al estancamiento de sus
realidades prácticas y de su creatividad teórica. Después de la derrota durante la guerra del 36, su participación
en la resistencia antifranquista en España y antifascista en Italia, en los reclamos civiles por el desarme nuclear
en países como Inglaterra, Suecia y Argentina durante las décadas de los 50’s y 60’s los anarquistas cesaron de
manera clara su actividad para quedar cuasi-sepultados durante los treinta años siguientes. Esta desaparición
parcial del movimiento anarquista tuvo consecuencias para la reactualización y evolución del pensamiento
(fosilización de la praxis tras una esterilizante de la repetición auto-conservadora).

Pensamiento anarquista. “Lo que va a constituir poco a poco el pensamiento anarquista


y lo que va a establecerlo como un pensamiento político diferenciado que se reconocerá, a partir de
cierto momento y no antes, bajo la dominación del anarquismo, no es separable de un pensamiento
social que se fragua en el seno de condiciones políticas, económicas, culturales y sociales muy
determinadas, y a partir de luchas sociales muy precisas.” (Ibáñez, 2014, p. 15)

Sobre el eclipse del anarquismo. “(…) el anarquismo se fue fosilizando desde principios
de 1940 hasta casi el final de 1960. Esta especie de suspensión de sus funciones vitales se produjo por
una razón sobre la que no cesaré de insistir y que no es otra que la siguiente: el anarquismo se forja
constantemente en las prácticas de lucha contra la dominación; fuera de ellas, se marchita y periclita (…) Colocado
sobre el trance de no poder evolucionar, el anarquismo dejó de ser propiamente anarquismo y pasó a
ser cualquier otra cosa. Esto no encierra ningún misterio, no se trata de alquimia ni de transmutación
de los cuerpos, sino, simplemente, de que si, como pretendo, lo propio del anarquismo radica en ser
constitutivamente cambiante, entonces la ausencia de cambio significa, lisa y llanamente, que ya no puede
tratarse de anarquismo.” (Ibáñez, 2014, p. 19)

Resurgimiento del anarquismo. En la década de los años 60’s los movimientos de oposición a la
Guerra de Vietnam, la agitación en los campus universitarios de los Estados Unidos, Alemania, Italia o Francia,
el inconformismo de las juventudes –el sentimiento de rebelión en contra de la autoridad y el abierto desafío a
las convenciones sociales- inauguró el resurgimiento del movimiento anarquista. Con el Mayo del 68 fue el resurgir
de un movimiento que no se hará completamente explícito hasta los acontecimientos de Seattle en 1999. Este
resurgimiento es denominado por Tomás Ibáñez como anarquismo extramuros en la medida en que constituye o
ha constituido un movimiento akrata por fuera del anarquismo propiamente dicho, por lo tanto, al margen de
cualquier referencia explícita al anarquismo. Para Todd May, una figura intelectual del llamado postanarquismo,
este movimiento privilegió la perspectiva táctica por encima de las orientaciones estratégicas contribuyendo
de esta manera a la prefiguración o incitación de un nuevo ethos libertario. Las grandes manifestaciones alter-
mundistas del nuevo milenio propiciaron una conversión espectacular del movimiento akrata. En cuanto al
ámbito cultural-universitario, en el año 2005 la universidad inglesa de Loughborough inauguró una densa red
académica denominada Anarchist Studies Network (red de estudios anarquistas), seguida por la creación en 2009
de la American Anarchist Studies (Estudios Anarquistas de América del Norte).

Sobre el eclipse del anarquismo. “Por supuesto, aunque resonaron en su seno


fuertes tonalidades libertarias, Mayo del 68 no fue anarquista, pero inauguró, sin embargo,
una nueva radicalidad política que sintonizaba con la tozuda obsesión del anarquismo de no
reducir al sólo ámbito de la economía y de las relaciones de producción la lucha contra los
dispositivos de la dominación, contra las prácticas de exclusión o contra los efectos de al
estigmatización y de discriminación.” (Ibáñez, 2014, p. 19-20)

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