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LA INMENSA SOLEDAD DEL SER HUMANO. Ramiro A.

Calle

Siempre se ha dicho: nacemos solos, morimos solos. También se ha dicho: Mil


personas caminando por una senda, mil soledades caminando juntas.
Podemos compartir y departir, comunicarnos, pero el precio a pagar por la
individuación es la soledad. Pero hay que distinguir entre la soledad forzosa y
espacial, la de esas personas mayores e indefensas que están solas,
atrozmente solas, y la soledad como ese eco del alma casi permanente, que
vibra en lo más hondo de la persona, que es como un sentimiento de
separatividad que a veces se experimenta con angustia difusa; un sentimiento
de separatividad que conduce al místico a sentir ese conmovedor "muero
porque no muero" o ese inspirador "vivo sin vivir en mí". Esa separatividad que
el recién nacido, sin duda, experimenta, al ser desgajado del seno materno;
esa separatividad que sentimos en lo profundo como si nos hubiéramos
distanciado de nuestro Origen, como si hubiéramos sido exilados de nuestro
reino.

Por un lado está la soledad y por otro el sentimiento de soledad. A esa soledad
profunda que a veces sentimos, incluso aunque estemos rodeados de seres
queridos, le denomino "la soledad del ser" y es una constante en todos mis
relatos espirituales. No es solo la vivencia lúcida del propio desamparo o
desvalimiento del ser humano, sino la íntima y a veces abrumadora sensación
de la propia impotencia y finitud o de la falta de estar completo en uno mismo.
Es también el vacío existencial. De acuerdo a un leyenda, al nacer colocan un
cuenco vacío dentro de nosotros y cuando sentimos esa vaciedad, esa
incompletud, ansiamos, por un enfoque equivocado, a llenarnos y completarnos
de lo exterior, de lo ajeno, sin darnos cuenta de que solo podemos cubrir ese
cuenco con nosotros mismos. Unos se percatan de ello y comienzan a trabajar
sobre sí mismos, otros siguen toda la vida corriendo hacia ninguna parte y
pronunciando el vacío.

Hay que aprender a afrontar y atravesar la soledad y a instrumentalizar el


sentimiento de soledad para acentuar el crecimiento interior.

Si queremos escapar de la soledad, la fortalecemos; si queremos huir de ella,


más la encontramos. No se trata de encubrirla elevando al máximo el nivel de
actividad ni buscando toda clase de subterfugios y escapismos. Aunque todas
las noches durmamos con una persona, seguimos solos: ella entra en su sueño
y nosotros en el nuestro. La soledad no cesa. En tanto un ser humano no se
realiza y manifiesta en sí mismo el sentimiento de unidad con el Todo, la
soledad persiste y a veces muerde implacable las entrañas. Nadie puede saltar
fuera de su propia sombra; nadie puede ahuyentar la soledad. Hay que
reconciliarse con ella y servirse de ella creativamente. En soledad pienso, en
soledad medito, en soledad me siento y en soledad me soy. Sin resistencias,
sin fricción, en recogimiento inspirador, secuestrado en este cuerpo-mente que
me separa del Origen, pero sabiendo que en la soledad puedo vivir y realizar
ese Origen. No se trata de huir de uno mismo ni de seguir jugando al escondite
con uno mismo.

Cuanto más vivamos y revelemos esa soledad del ser, más nos iremos
completando, rindiendo el ego y siendo humildes. A veces vendrá el llanto; a
veces la risa. A veces nos sentiremos como niños inmermes, otras como el
vendabal vigoroso. Un día moriremos solos, aunque haya mil personas
alrededor, porque es la propia muerte. El ego siempre se siente separado y
solo; en el Ser, en la Presencia, el sentimiento de soledad comienza a ceder. A
veces la soledad espanta, pero hay que conciliar con ella y ponerla de nuestro
lado. Porque estoy insatisfecho, busco la satisfacción; porque estoa
descontento, busco la alegría interior. En la soledad me puedo desencontrar,
pero también hallar. Siempre me lo he preguntado: ¿Se siente solo mi gato
Emile? ¿Se siente sola una flor, un árbol, una mariposa?.

Solo el que alcanza un estado de consciencia de unidad, va más allá de la


soledad. Es la vuelta al Hogar. El

camino del retorno ha concluído. El amor suple al sentimiento de soledad. El a-


mor (a-mon: sin-muerte) aproxima y une. Un impulso sagrado que se despierta
en algunas personas las conduce hacia su Ser. Mientras el Ser no es abrazado,
la soledad de la separatividad persiste. Pero para aquel que logra entrar en el
Ser y no dejarse atrapar por la máscara de la personalidad y la cárcel del ego,
la soledad llega a convertirse en Plenitud. ¿Por qué le llamo "la soledad del
ser"?.

Porque el ser nos llama, nos reclama, nos invita a emprender el viaje de
retorno hacia el Origen, y esta, sin duda, es una de sus maneras de hacerlo.
En el sentimiento de lo Uno hay plenitud, en la dualidad hay soledad. Me gusta,
por ello, recordar tan a menudo como puedo unas palabras del Yoga Vasishtha
que aconsejan:

"Sumérge en la profundidad de la Unidad y aléjate de las olas saladas de la


dualidad y de las aguas salobres de la diversidad".

Y vuelvo a preguntarme: ¿se sentirá solo mi gato Emile, y una flor, y un árbol, y
una mariposa? >

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