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Bruno Bettelheim considera uno de los mayores temores de la infancia: el miedo a ser
devorados. Lo vemos en Caperucita roja, sin ir más lejos, donde tanto la protagonista
como su abuela son devoradas por el lobo feroz. Pero resulta aún más interesante y
perturbador cuando este deseo voraz por la carne humana se materializa no desde un
animal personificado, sino nada menos que desde otro ser humano.
En Blancanieves, la malvada madrastra no se contenta con ordenar al montero real
que asesine a Blancanieves, sino que le pide como prueba del asesinato que le traiga
los pulmones y el hígado de la joven. Y, aunque finalmente el montero se apiada de
nuestra protagonista y decide engañar a la reina llevándole los órganos internos de un
cachorro de jabalí, observad lo que nos cuentan los hermanos Grimm:
“Y como acertara a pasar por allí un cachorro de jabalí, lo degolló, le sacó los
pulmones y el hígado, y se los llevó a la reina como prueba de haber cumplido
su mandato. La perversa mujer los entregó al cocinero para que se los guisara,
y se los comió convencida de que comía la carne de Blancanieves.”
Asimismo, Pulgarcito sigue fielmente la tradición del villano caníbal con ese ogro que no
solo pretende comer a Pulgarcito y sus hermanos, sino que incluso llega a amenazar a
su propia esposa con comerla cuando esta trata de engañarlo para evitar que se dé un
banquete a costa de los pobres niños.
No quisiera finalizar sin antes sacar a colación uno de los cuentos más sórdidos y
desconocidos de los hermanos Grimm: El enebro. En él una madrastra malvada no solo
decapita a su hijastro, sino que, temerosa de que la descubran, decide cocinar el cadáver
y servírselo a su esposo, quien al sentarse ante un banquete compuesto por el cuerpo
de su propio hijo, esto nos remite al mito de Saturno devorando a sus hijos.