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Tal vez el nombre de H.P. Lovecraft –así firmaba sus relatos- no suene a los más jóvenes, o a
los que no están familiarizados con el terror, la fantasía o la ciencia ficción en la literatura, el
cine, la historieta, etc., pero el hecho es que el arte de imaginar otros mundos fue directa o
indirectamente influenciado por su trabajo. Un ejemplo local es el trabajo de Jorge Luis Borges,
donde la influencia lovecraftiana se deja entrever en “El Aleph” o “Las Ruinas Circulares”. La
principal innovación que trajo en principio (Lovecraft) al género del terror fue la creación de
toda una cosmogonía que va más allá de nuestra realidad y el universo conocido. Desde que
aparece en escena H.P.L., las casas encantadas, castillos tenebrosos, páramos tétricos, barcos
fantasma, etc., dejaron de estar habitados por fantasmas y espectros de los muertos. Eran
ahora la morada de “Dioses Primigenios” olvidados (para bien de la Humanidad), demonios y
monstruos, venidos de los “espacios exteriores” (exteriores a nuestra realidad, Lovecraft fue el
primero en jugar con el concepto de otras dimensiones) y de una antigüedad que hacía de la
Historia de nuestro mundo algo reciente y efímero. Entre sus trabajos más elogiados se hallan
los relatos agrupados bajo el título de “Los Mitos de Ctulhu”, de los que se destacan “La
Llamada de Ctulhu” y “La Sombra sobre Innsmouth”, entre otros. Su “creación” más conocida
(paradójicamente) es el Necronomicón, un ficticio grimorio pagano y maldito, escrito hace
siglos por el árabe loco Abdul Al Hazred, cuya existencia se transformó en una leyenda aparte.
Hijo de un comerciante y una dama de la alta sociedad de Providence, Rhode Island, Lovecraft
era un niño de naturaleza frágil y enfermiza, que estudiaba en su casa bajo el halo de su
sobreprotectora madre. Su padre murió demente en un hospital (dato no poco relevante). De
joven comenzó a trabajar por muy poco dinero como corrector para otros autores y vendía por
míseras sumas sus relatos, que tuvieron gran éxito en publicaciones –por aquel entonces- poco
prestigiosas como la legendaria revista “Weird Tales”. Murió joven, pobre y muy lejos del
reconocimiento que obtuvo póstumamente, luego de que algunos amigos recopilaran sus
relatos y los publicaran en forma de libros. Su tumba se encuentra en Providence, bajo una
lápida que reza “I am Providence” y es lugar de peregrinación para admiradores, fanáticos y
lunáticos varios.
Daniel Brassesco.