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Mis queridos hermanos y hermanas, cuando yo tenía doce años, mi familia vivía en
Gotemburgo, una ciudad costera en el sur de Suecia. Como referencia, es la ciudad natal
de nuestro querido colega el élder Per G. Malm1, que falleció este verano. Lo
extrañamos. Estamos agradecidos por su nobleza, su noble servicio y por el ejemplo de
su adorable familia; sin duda oramos para que reciban las más ricas bendiciones de
Dios.
El petardo explotó, y el humo con azufre llenó la zona de ampliación y la capilla. Nos
apresuramos a juntar los restos del petardo y abrimos las ventanas para tratar de
eliminar el olor, esperando ingenuamente que nadie lo notara. Afortunadamente, nadie
resultó herido ni hubo daños.
Cuando los miembros llegaron a la reunión, sí notaron el intenso olor; era imposible no
notarlo. El olor fue una distracción de la naturaleza sagrada de la reunión. Debido a que
había tan pocos poseedores del Sacerdocio Aarónico, y en lo que solo podría describirse
como un pensamiento disociado, repartí la Santa Cena, pero no me sentí digno de
tomarla. Cuando se me ofreció la bandeja de la Santa Cena, no tomé el pan ni el agua.
Me sentía horrible; estaba avergonzado, y sabía que lo que había hecho había ofendido a
Dios.
“He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los
recuerdo más.
“Por esto podréis saber si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los
confesará y los abandonará”3.
Nunca olvidaré la sonrisa compasiva del presidente Lindberg cuando levanté la vista
después de haber terminado de leer. Con algo de emoción, me dijo que sentía que estaba
bien que yo volviera a tomar la Santa Cena. Cuando salí de su oficina, sentía un gozo
indescriptible.
Él continuó:
“La Expiación, que puede rescatar a cada uno de nosotros, no deja cicatrices. Eso
significa que no importa lo que hayamos hecho, ni dónde hayamos estado ni cómo haya
ocurrido, si verdaderamente nos arrepentimos, [el Salvador] prometió que lo expiaría; y
al hacerlo, queda resuelto…
“… La Expiación… puede limpiar toda mancha, sin importar cuán difícil sea, ni cuánto
haya durado ni cuántas veces se haya repetido”10.
El alcance de la expiación del Salvador es infinita en amplitud y profundidad, para
ustedes y para mí; pero nunca se nos impondrá. Como explicó el profeta Lehi, después
de que seamos “suficientemente instruidos” para “discernir el bien del mal”11, somos
“libres para escoger la libertad y la vida eterna, por medio del gran Mediador de todos
los hombres, o escoger la cautividad y la muerte”12. En otras palabras, el
arrepentimiento es una elección.
Podemos tomar —y a veces tomamos— diferentes decisiones. Tales elecciones tal vez
no parezcan intrínsecamente incorrectas, pero nos impiden llegar a arrepentirnos de
verdad y detienen nuestra búsqueda del verdadero arrepentimiento. Por ejemplo,
podemos elegir culpar a los demás. Cuando era un joven de doce años en Gotemburgo,
podía haber culpado a Steffan. Al fin y al cabo, él fue quien trajo el gran petardo y los
fósforos a la Iglesia,; pero culpar a los demás, aun cuando sea razonable, nos permite
justificar nuestro comportamiento. Al hacerlo, traspasamos a los demás la
responsabilidad de nuestras acciones. Cuando se traspasa la responsabilidad,
minimizamos tanto la necesidad como la capacidad de actuar. Nos convertimos en las
víctimas desafortunadas, en lugar de ser agentes capaces de actuar de forma
independiente13.
Incluso otra manera es creer que nuestros pecados no importan porque Dios nos ama
independientemente de lo que hagamos. Es tentador creer lo que el engañoso Nehor
enseñó a la gente de Zarahemla: “… que todo el género humano se salvaría en el postrer
día, y que no tenían por qué temer ni temblar… y al fin todos los hombres tendrían vida
eterna”14. Pero esa idea seductora es falsa. Dios sí nos ama, sin embargo, a Él le importa
lo que hagamos y a nosotros también. Nos ha dado directrices claras sobre cómo
debemos comportarnos; los llamamos mandamientos. Su aprobación y nuestra vida
eterna dependen de nuestro comportamiento, incluso nuestra disposición de buscar con
humildad el arrepentimiento verdadero15.
Además, nos privamos del verdadero arrepentimiento cuando elegimos separar a Dios
de Sus mandamientos. Después de todo, si la Santa Cena no fuese sagrada, no
importaría que el olor de un petardo perjudicara esa reunión sacramental en
Gotemburgo. Debemos tener cuidado de ignorar un comportamiento pecaminoso al
desautorizar o desestimar la autoría de Dios sobre los mandamientos. El verdadero
arrepentimiento requiere que se reconozca la divinidad del Salvador y la veracidad de
Su obra de los últimos días.
Nuestro Salvador desea perdonar porque ese es uno de Sus atributos divinos.
Además, como el Buen Pastor que Él es, está gozoso cuando elegimos arrepentirnos20.
Aun al sentir la tristeza que es según Dios por nuestras acciones21, cuando elegimos
arrepentirnos, de inmediato invitamos al Salvador a nuestra vida. Como enseñó
Amulek: “Sí, quisiera que vinieseis y no endurecieseis más vuestros corazones; porque
he aquí, hoy es el tiempo y el día de vuestra salvación; y por tanto, si os arrepentís y no
endurecéis vuestros corazones, inmediatamente obrará para vosotros el gran plan de
redención”22. Podemos sentir la tristeza que es según Dios por nuestras acciones y, al
mismo tiempo, experimentar el gozo de tener la ayuda del Salvador.
El hecho de que podamos arrepentirnos ¡son las buenas nuevas del Evangelio!23. La
culpa se puede “expurgar”24. Podemos ser llenos de gozo, recibir la remisión de
nuestros pecados y tener “paz de conciencia”25. Podemos ser liberados de los
sentimientos de desesperación y de la esclavitud del pecado. Podemos estar llenos de la
maravillosa luz de Dios y “no [sentir] más dolor”26. El arrepentimiento no solo es
posible, sino que también es gozoso, gracias a nuestro Salvador. Todavía recuerdo los
sentimientos que experimenté en la oficina del presidente de rama, después del episodio
del petardo. Sabía que había sido perdonado; mis sentimientos de culpa desaparecieron,
mi ánimo sombrío se borró y mi corazón sintió la luz.
Hermanos y hermanas, al concluir esta conferencia, los invito a sentir más gozo en su
vida: gozo en el conocimiento de que la expiación de Jesucristo es verdadera; gozo en la
capacidad, disposición y deseo de perdonar del Salvador; y gozo al elegir arrepentirse.
Sigamos la instrucción del Salvador de “… [sacar] aguas con gozo de las fuentes de la
salvación”27. Es mi ruego que elijamos arrepentirnos, abandonar nuestros pecados,
cambiar completamente el corazón y la voluntad para seguir a nuestro Salvador.
Testifico de Su realidad viviente; Soy testigo y receptor reiterado de Su compasión,
misericordia y amor incomparables. Ruego que reciban las bendiciones redentoras de Su
expiación ahora —y otra vez, otra vez y otra vez a lo largo de su vida28—, como me ha
sucedido a mí. En el nombre de Jesucristo. Amén.