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Revista de Psicología

ISSN: 0716-8039
revista.psicologia@facso.cl
Universidad de Chile
Chile

Aceituno M., Roberto


El síntoma psicoanalítico: clínica y cultura
Revista de Psicología, vol. X, núm. 1, 2001, pp. 111-130
Universidad de Chile
Santiago, Chile

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=26410109

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El Síntoma Psicoanalítico: Clínica y Cultura 1

The Psychoanalytic Symptom: Clinic and Culture

Roberto Aceituno M.2

Resumen
Se discute el problema de la historicidad de la clínica psicoanalítica, a la luz de su rela-
ción con el saber psiquiátrico y con las exigencias de su ubicación en la cultura. Tomando
como referencia un análisis histórico-conceptual, se revisa la teoría freudiana para abordar
críticamente el problema de la actualidad de la clínica y sus impases culturales. El análisis se
centra específicamente en los trastornos limítrofes de la personalidad, en la cientificidad del
psicoanálisis y en las consecuencias de una lectura contemporánea de la praxis freudiana.
Palabras claves: Discurso psiquiátrico, discurso psicoanalítico, subjetividad, cultura,
época contemporánea.

Abstract
The article discusses the discoursive historicity of the psychiatric and psychoanalytic
disciplines from two standpoints: the first, refers to the history of psychiatric and
psychoanalytic discours; the second, refers to the “present” of psychiatric and psychoanalytic
kwnowledge, in its relation to the problem analyzed before. The place of “borderlines” is
analyzed specifically, considered as an expresion of both a disciplinary constancy and
contemporary subjectivity in its social-cultural dimension. .
Key words: Psychiatric discours, psychoanalytical discours, subjectivity, culture,
contemporary times.

1 Este trabajo se basa en la Tesis de Doctorado (2000) “Elements historiques du discours psychiatrique et psychanalytique.Ver l´historicité
de leurs limites” Laboratorio de Psicopatología Fundamental y Psicoanálisis Universidad Denis Diderot Paris VII Aceituno R.
2 Psicólogo, Psicoanalísta Académico Dpto de Psicología Universidad de Chile, dptopsic@uchile.cl

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El Problema: Clínica Psicoanalítica 4. Desafíos para el psicoanálisis contem-


y Lazo Social poráneo: clínica y escritura.

La praxis freudiana supone una interro-


gación crítica sobre el sujeto en la cultura.
Ya sea que se plantee en una perspectiva Antecedentes Teóricos e Históricos
metapsicológica, antropológica o nosológica,
La praxis psicoanalítica, ya sea entendi-
la clínica psicoanalítica implica una aproxi-
da en su dimensión teórica o como una prác-
mación a lo que en cada sujeto, y en el con-
tica clínica particular (oposición, por lo de-
texto socio-cultural donde éste existe, se pro-
más, relativa), surge en un contexto cultural
duce como discurso. Este estatuto, a la vez
específico. La relación a la ciencia, invocada
singular y social de la práctica del análisis,
por Freud a lo largo de toda su obra, define
ha sido retomado por diversos autores
parte importante de ese contexto, en la me-
postfreudianos, y alcanza una expresión es-
dida que el discurso científico es, paradóji-
pecífica en el privilegio otorgado por Jacques
camente tal vez, tanto el ideal al cual intenta
Lacan a la función de la palabra en la es-
aproximarse, como el reverso de la racionali-
tructura inconsciente, así como al carácter
dad en la que Freud se situó para definir al
discursivo de la relación al Otro –relación
sujeto, como sujeto del inconsciente. Dicha
definida como búsqueda de un saber que
dependencia/diferencia de la teoría
encuentra ahí sus propios límites. Decir que
freudiana con respecto al ideal científico –y
la teoría psicoanalítica es una teoría critica
a la práctica médica que es, para este caso,
sobre el sujeto en su alteridad fundamental,
su representante particular- es visible en la
acarrea consecuencias para la manera como
relación que Freud establece con la histeria:
puede ser considerado el trabajo clínico, que
ésta representa –y encarna- la búsqueda de
es su soporte específico.
un saber que nombre sus síntomas (particu-
Las reflexiones que siguen, intentan de- larmente corporales), pero a costa de un fra-
sarrollar algunas hipótesis teóricas relativas caso; fracaso que compromete al saber mis-
al lugar de la clínica psicoanalítica en la ciu- mo. La resistencia del síntoma a dejarse lle-
dad, lugar que supone la historicidad de sus var por un saber centrado en la racionali-
apuestas, a la par que la historicidad del su- dad médica de la época de nacimiento del
jeto (o del síntoma) comprometido en dicha psicoanálisis, es paradójicamente la condi-
experiencia. ción de posibilidad del discurso analítico
Específicamente, se abordarán a continua- mismo. La sexualidad de la histeria repre-
ción los siguientes aspectos del problema senta entonces ese territorio enigmático que
enunciado: produce síntomas, porque la sexualidad es
1. Historicidad de la clínica, historicidad sintomática en si misma. La teoría freudiana
del psicoanálisis, historicidad del su- es heredera de esa búsqueda de saber (en ese
jeto. sentido, podríamos decir que el psicoanálisis
2. Psicoanálisis versus Psiquiatría?: lími- le debe a la histeria su carta de nacimiento),
tes de la psiquiatría, fronteras del psi- pero a costa de encontrarse con lo que el pro-
coanálisis. pio saber “clásico” no podía nombrar sino
como déficit, como sombra o como vicio. Así,
3. Un ejemplo paradigmático: los “tras-
entre una teoría sobre la relación del sujeto
tornos limítrofes de la personalidad”.
al lenguaje, y una teoria sobre lo que hace de
Hipótesis para una crítica actual.
límite a esa misma relación (la dimensión

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pulsional de la experiencia subjetiva), circu- teoría y la práctica freudiana no sería sino la


la la producción del concepto del inconscien- prolongación de una vieja historia: aquella
te a la luz de las condiciones socio-históricas que separó al alienado de sus ataduras
que lo hicieron formulable “científicamente”. ancestrales –las que lo ligaban al pensamiento
En este marco, podría pensarse que la teo- mágico y al poder de una época que lo hacía
ría freudiana sobre el sujeto del inconscien- extranjero absoluto de la Razón- para defi-
te es completamente ajena a los desarrollos nir en cambio la alienación como constitu-
que precedieron a la invención del psicoa- yente de la racionalidad misma. Así, de ser
nálisis, los cuales, como se sabe, estuvieron una exiliada de las ciudades del mundo, de
marcados por la entrada del vasto campo de ser una viajante extraviada en su propia in-
las neurosis al “templo de la ciencia” en la sensatez (Foucault 1996), la locura –luego la
medicina decimonónica (Trillat, 1986). Tal enfermedad mental, finalmente la neurosis
diferencia, incluso rivalidad, entre ambos y el hombre común- pasó a definirse enton-
dominios (medicina/psicoanálisis), es per- ces como un “revelador antropológico”
ceptible en la relación que Freud estableció (Gauchet 1984) que decía más del hombre
con el discurso psiquiátrico de su época, del que la propia razón que lo miraba desde le-
cual puede decirse que operó como uno de jos. Desde este punto de vista, la invención
sus adversarios teórico-prácticos (Certeau, del psicoanálisis sería heredera de este “nue-
1986; Aceituno, 1999). Es posible rastrear en vo régimen de la alteridad” (Gauchet y
los textos freudianos este intento por soste- Swain1984): desde entonces, la alienación no
ner su especificidad discursiva al margen de sería pura distancia, pura diferencia o puro
los desarrollos nosológicos y nosográficos que exilio subjetivo, sino que sería parte consti-
le fueron contemporáneos. Más que una teo- tutiva de la razón misma.
ría del síntoma, entendido como una rela- Las dos versiones que hemos introducido
ción médica a los “signos” de la enfermedad, hasta aquí, con respecto a la “novedad” de la
el discurso de Freud supuso una aproxima- invención freudiana, dicen, en su tensión mis-
ción a lo que hace síntoma en el sujeto mis- ma, algo de la verdad del lugar del psicoaná-
mo, en su conflictiva entrada al mundo de lisis en la cultura, y es en este sentido que el
la sexualidad y de la diferencia. La teoría psicoanálisis opera él mismo como un “sínto-
freudiana hizo del síntoma un asunto subje- ma”, como un conflicto a ser descifrado en su
tivo, desplazando la relación puramente textualidad, es decir según como es leído.
epistémica al cuerpo o a la conciencia hacia Como veremos más adelante, estas lecturas del
un territorio de otro orden, donde ambos – psicoanálisis, en los impases de la clínica ac-
cuerpo y conciencia- mostraban sus límites tual, pueden subrayar uno u otro polo de las
naturales para ofrecerse como territorios de dos versiones señaladas precedentemente.
lenguaje y de pulsión (Birman1999). Pero antes de entrar en ese debate, es de-
Sin embargo, es preciso reconocer que tal cir, el lugar del psicoanálisis en la cultura hoy
diferencia, o tal rivalidad, hay que leerla te- en día, y antes de retomar el problema de su
niendo como contrapartida una hipótesis eventual matrimonio o de su eventual riva-
inversa: según ésta, el psicoanálisis habría lidad con el discurso psiquiátrico, es necesa-
surgido a partir de las condiciones estableci- rio tramitar la contradicción señalada a par-
das durante el recorrido disciplinario que tir de una tercera posibilidad crítica; preci-
parte de Pinel y que se prolonga en la psi- samente aquella que hace de la tensión del
quiatría de fines del siglo XIX (Swain y discurso freudiano a la historia (a su histo-
Gauchet 1997). Desde esta perspectiva, la ria) una vía para pensar, a la vez, su especi-

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ficidad y su continuidad con respecto a la la psiquiatría del siglo XIX, evidencia esa
deriva psiquiátrica del siglo antepasado. búsqueda a través de los dispositivos disci-
plinario-normativos, ya sea en la construc-
ción de figuras nosológicas o nosográficas
2.1. La historicidad de la clínica a la luz de
que expresaban un nuevo estatuto de la
la historicidad del psicoanálisis
alteridad, del conflicto y de la extrañeza (por
Un camino para entender de otro modo ejemplo, a través de las figuras “limítrofes”
la contradicción antes señalada, hace alu- de salud y locura, de normalidad y de cri-
sión a la manera como el discurso analítico men), como también en el propio lugar de
inaugurado por Freud, opera en la tensión las disciplinas (aquí la psiquiatría) en lo que
entre lo que aporta como “novedad” crítica se ha denominado, con Foucault y otros, la
y las condiciones históricas que lo hicieron “sociedad de la normalización”
posible. Dicha tensión se expresa en la ma- (Foucault1997; Castel 1976). En este contex-
nera como Freud introduce una perspectiva to, la continuidad que hemos mencionado
histórica para iluminar algo de los impases entre la psiquiatría decimonónica y el discurso
de su actualidad, tal como en otro registro la psicoanalítico freudiano releva de una con-
dinámica misma del síntoma neurótico re- tinuidad de problemas culturales, para lo cual
quiere desde esta perspectiva freudiana un el inventor del psicoanálisis debió situarse en
tiempo precedente para ejercer su eficacia el centro de dicha problemática identitaria,
retroactiva. En este sentido, la historicidad pero para tramitarla de manera diversa.
del texto freudiano, análogo en cierto modo
Un ejemplo de esta tensión por la cual
a la historicidad del síntoma (del sujeto), re-
Freud es tributario de una “vasta cultura clá-
presenta una via para superar la contradic-
sica”, pero introduciendo ahí mismo una sub-
ción simple de una “novedad” o de una “con-
versión de sus puntos de apoyo doctrinarios,
tinuidad” enunciativa en el discurso analíti-
se expresa en la relación de Freud a las gran-
co mismo. Como veremos más adelante, es
des producciones culturales (arte, literatura,
este mismo problema el que se plantea cuan-
etc.) y, de modo más específico, en su relativo
do se discute la “novedad” de las patologías
parentesco a los problemas y apuestas del ro-
psíquicas de hoy (Narot, F., 1990), en tanto
manticismo decimonónico. Tal como ha sido
éstas pueden entenderse como diciendo algo
señalado por Michel Foucault (1997), la me-
de la manera como el sujeto –correlativa-
dicina del siglo XIX es tributaria de la emer-
mente a sus “síntomas”- expresa las condi-
gencia del individuo como objeto de conoci-
ciones siempre “actuales” de su lugar en la
miento y de producción literaria, individuali-
cultura, pero donde dicha “actualidad”
dad que se define sin embargo en estrecha
recapitula un tiempo precedente.
dependencia a la evidencia de la muerte como
En este sentido, y más específicamente, límite y condición de posibilidad de esa expe-
podemos decir que el discurso psicoanalítico riencia “trágica”. Freud se hace parte de esta
“hereda” de la cultura decimonónica uno de “nueva conciencia de la finitud” (Foucault
sus problemas fundamentales, esto es la bús- 1996), pero para tramitarla más allá de las
queda de una “identidad” remecida por el referencias al cuerpo y su anatomía, a la muer-
relativo derrumbe de sus referencias clásicas te como destino y a la conciencia como pa-
(la religión, por ejemplo) en lo que se ha de- trón de medida, hasta entonces, de lo “psí-
nominado, con Weber, “el desencantamien- quico por excelencia”.
to del mundo” propio a la cultura burguesa
Podemos decir entonces que no es casual
(Weber 1964). Gran parte del desarrollo de
que Freud se vuelva hacia un tiempo prece-

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dente (la cultura romántica, o más Ahora bien, no es ciertamente en el plano


lejanamente las producciones artísticas de un de la identidad disciplinaria donde se puede
Leonardo o de un Miguel Angel) pero para hallar la relación conflictiva de la clínica
instalar desde ahí una reflexión sobre lo que freudiana respecto a los antecedentes que
dicha producción muestra de la dependen- hemos descrito precedentemente. El propio
cia del sujeto a un discurso que lo condicio- Freud mostró a ese respecto una posición
na en su “alteridad fundamental”. De ahí, ambigua: por una parte, señalando que en-
finalmente, que Freud deba en otro plano tre una (la psiquiatría) y otro (el psicoanáli-
“volverse” hacia la religión de sus ancestros sis) no podía haber sino continuidad, basa-
(Freud 1986) –con toda la conflictiva propia da en la naturaleza de sus “objetos” (Freud
a Freud mismo- para establecer a través de 1990ª) y subrayando que “es el psiquiatra y
los mitos originarios de la cultura los puntos no la psiquiatría quien se opone al psicoaná-
de apoyo de su propio presente. Presente que, lisis”. Pero, por otra parte, Freud no dejó de
como es reconocible históricamente, estaba plantear sus dudas más o menos irónicamen-
marcado por el destino trágico de esa misma te acerca de la cientificidad de la primera, la
cultura de la que formaba parte, aun con su misma que no cesó de reclamar para la otra:
resistencia a dejarse llevar por una transmi- “en el marco mismo de la medicina, la psi-
sión ciega de una religiosidad que cuestionó quiatría, ..., se ocupa de describir los desor-
recurrentemente. denes psíquicos que observa y de reunirlos
En resumen, podemos decir hasta aquí que en cuadros clínicos, pero en sus buenos mo-
el discurso freudiano es un síntoma. En tanto mentos, ¿se han preguntado los psiquiatras
hecho de cultura, y organizado a partir de mismos si sus arreglos puramente descripti-
una textualidad a veces literaria y a veces es- vos merecen el nombre de ciencia?”
trictamente científica, el síntoma psicoanalí- (Freud1990ª; Decourt 1996).
tico expresa un conflicto que es propio al hom- En otro plano, es evidente que las inter-
bre de su época, que busca salvar su identi- venciones (o incluso las rupturas) de Freud al
dad a costa de la orfandad de sus referencias. interior del saber psiquiátrico no podían sino
El concepto de inconsciente, como los meca- utilizar las categorías nosológicas de su épo-
nismos específicos que lo encarnan ca, aun cuando habilitaran ahí mismo modi-
subjetivamente (por ejemplo, a través de la ficaciones conceptuales de amplio alcance clí-
represión como pilar de su doctrina, o a tra- nico (las psicosis, la separación de las neuro-
vés de la sexualidad infantil como otro de sus sis, etc.). Ciertamente la clínica freudiana se
principios fundadores), es un efecto y causa a sitúa en el campo psicopatológico de su épo-
la vez de este nuevo régimen de la alteridad/ ca, aun cuando progresivamente ese esfuer-
identidad en la cultura occidental. zo “descriptivo” que le asignaba al rol del
psiquiatra pudiera ser superado (o al menos
complementado) con una teorización de al-
2.2. ¿Psiquiatría versus psicoanálisis?
cance mucho mayor: sea en cuanto podía re-
Si la relación del discurso psicoanalítico a clamar para la naciente “ciencia” un estatuto
las bases histórico-culturales que son sus con- particular, basado en la especificidad de su
diciones de aparición muestra esta tensión objeto –el inconsciente-, sea porque el carác-
entre su eventual ruptura y su posible conti- ter puramente sintomatológico de las distri-
nuidad enunciativa, es en su relación al dis- buciones nosográficas debía dar paso a una
curso psiquiátrico donde dicha tensión se reflexión sobre los “mecanismos” de la for-
puede expresar más específicamente. mación de síntomas y alcanzar, por esta vía,

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una dimensión “antropológica” que desbor- psicopatológico debía entenderse a la par de


daría los limites psicopatológicos al interior de un malestar propio a la cultura. Este paso
los cuales había fundado sus aproximaciones del sintoma al sujeto (o de una versión res-
inaugurales (particularmente, como se sabe, tringida del síntoma hacia una
a propósito de la clínica de la histeria). En este problematización de lo que hay de sintomáti-
sentido, el trabajo freudiano tendió progresi- co en el sujeto mismo) adquiere sentido enton-
vamente a hacer uso de los enunciados –y de ces para nosotros no solamente en la rela-
las prácticas- psicopatológicas de su época, ción más o menos “diplomática” o más o
pero para elaborar desde ahí una interroga- menos crítica que pudo establecer con la clí-
ción sobre el sujeto que desbordaría comple- nica psiquiátrica, de la cual se hizo parte ine-
tamente las fronteras de su identidad discipli- vitablemente; también –y sobre todo- porque
naria (o profesional). Lo atestiguan: la elabo- este movimiento se establece en los reitera-
ración de las apuestas metapsicológicas –que dos giros y reformulaciones al interior de su
descansaban por lo demás en los límites y propio ejercicio teórico y clínico. Esto último
enigmas que le proponía la clínica-; la cons- es perceptible, por realizar sólo una lectura
trucción de una teoría que ligaba afectos superficial, en los momentos claves de las
(pulsiones) y representaciones (lenguaje) para inflexiones freudianas:
fundar una “estilistica de la existencia” - Problemas de causalidad : en la
(Birman 1999) y donde el sujeto sólo podía reformulación fantasmática de la hipó-
ubicarse en la relacion de ambos dominios, en tesis sobre el trauma psíquico (Freud
la tensión que se planteaban mutuamente; en 1974; Chiland 1990; Laplanche y
fin, para ir más lejos, en los alcances de su Pontalis 1985)
“interpretacion de la cultura”. En todo ello,
- Problemas técnicos –en el privilegio
Freud operó una progresiva re-definición de
otorgado al análisis de la resistencia
sus apuestas a la vez clínicas y antropológicas,
(Freud 1990c; Freud 1984) como fun-
desplazando los dominios iniciales de la des-
ción donde el carácter dinámico de la
cripción –incluso de la etiología- hacia una
formación de síntomas –y su
interrogación sobre la manera como una teo-
develamiento- debía considerar la ten-
ría del síntoma o de la neurosis –o sobre el
sión que el propio sujeto le planteaba a
inconsciente mismo- debía incluir necesaria-
la produccion del “material”; es decir,
mente al sujeto –aun en su excéntrica deter-
donde el sujeto se hacía parte, mediante
minación- como momento necesario para es-
su afirmacion o su silencio, de los ma-
tablecer el valor a la vez conceptual, clínico y,
teriales que ofrecía como texto a des-
en cierto modo político, de su doctrina. Más
cifrar.
que una clínica del síntoma, el freudismo su-
puso una teoría sobre el sujeto. O, dicho de - Problemas metapsicológicos : en el paso
otro modo, el sujeto se hizo síntoma. de la tópica centrada en el privilegio
otorgado, aun críticamente, a la con-
Esta revalorización del sujeto marca ya
ciencia para establecer el lugar y el fun-
un giro respecto a las aventuras de la clínica
cionamiento de la vida psíquica, hacia
psiquiátrica. No porque en ella aquél estu-
una tópica donde los “atributos” de lo
viera ausente del todo, o que se hubiera re-
psíquico, o incluso su “realidad” , da-
chazado completamente, sino porque de
rían paso a una configuración de un
una manera más fundamental es el sujeto
modelo a la vez “trágico” (personajes,
mismo el que aparece interrogado progresi-
escenas) y de un funcionamiento en un
vamente en su división y donde el carácter

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“aparato” definido subjetivamente (Yo, Freud y sus Alrededores


Ello, Superyó).
En un sentido más preciso, nos interesa
- Dimensión “económica” del funciona-
ahora subrayar algunos aspectos de la dife-
miento psíquico, en el paso de las doc-
rencia –de estilo, de método- por la cual Freud
trinas pulsionales: del primado del
toma distancia, ya desde sus primeras pro-
principio del placer a la teoria sobre la
ducciones teorico-clínicas, de sus anteceden-
pulsion de muerte y la repeticion;
tes y de sus primeras alianzas de formación
- en fin, en el retorno de la problemática y de trabajo (Andersson 1997) Dichas dife-
de los orígenes, que la clínica la le ha- rencias operan de manera explícita en la re-
bía planteado “histéricamente”, hacia lación que Freud estableció con su maestro
la interrogación sobre el “origen” de Charcot (Porge 1984; Assoun 1990), así como
la civilización o de la religión de sus con uno de sus contemporáneos, en el caso
antecesores –aquí donde la construc- de Janet (1894).
ción del mito fantasmático de un co-
Charcot fundaba su clínica en dos
mienzo, aquél que le había permitido en
premisas fundamentales: por una parte, en
la singularidad de la cura relevar la
el privilegio otorgado a la mirada en la deter-
construcción imaginaria y retroactiva
minación de los signos visibles de la enfer-
de una “verdad” tomada como causa,
medad, para fundar una clínica donde en la
se desplazaría hacia la trans-subjetivi-
amplitud de los fenómenos mórbidos pudie-
dad de una historia cultural marcada
ra reconocerse una unidad nosológica; don-
por la producción sintomática (es de-
de el “caos” multiforme de las apariencias
cir, en la división misma del sujeto) de
pudiera ser “ordenado” en función de una
ese origen repetitivo.
ley unificadora. En este sentido, Charcot se
ha hacía parte de toda una tradición clínica:
En todo ello, Freud desborda los alcances en particular, el acceso a lo real de la enfer-
puramente clínicos de sus aproximaciones medad para construir una tipología que le
teóricas para avanzar en una permitiera ubicar en el campo formal de las
problematización del sujeto que no coincide especies mórbidas. Charcot dirá entonces que
con su estatuto de “objeto” de conocimiento su labor no es sino “fotográfica” (Charcot
(“científico”) y que implica en cambio –des- 1888; Didi-Huberman 1994). Así, Charcot
de ahí- una interrogación explícita o implíci- incluía en un mismo gesto el rigor de las des-
ta sobre su dimensión antropológica. Si la cripciones clínicas con este primado de lo
base de la intervención freudiana fue la psi- visual que lo acercaba, en palabras de Freud,
quiatría, su instalación cultural depende en al trabajo de un “artista” (Assoun 1990). Pero
gran parte del abandono de los estrechos lí- este “arte” estaba destinado, en la pintura
mites de su identidad disciplinaria. del “cuadro” clínico, a un trabajo de “ilus-
Proponemos entonces que es a pesar y no tración”, es decir se dirigía a un destinatario
necesariamente debido a su ubicación clínica (el público de sus famosas presentaciones)
que el psicoanálisis se mostró en su valor de ávidos de reconocer ahí el saber del maes-
índice cultural. Pero también, es lo que que- tro. Menos que interrogar la verdad ofreci-
remos destacar, esta tensión ocurrió en su da en el sufrimiento del enfermo, menos que
propia deriva teórica y clínica: no sólo a cos- elaborar desde ahí una teoría que permitiera
ta de la psiquiatría, sino también a costa de avanzar en el “sentido” o en la “causa” de
si mismo. su destino o de su “funcionamiento”, la la-

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bor de Charcot apuntaba más bien a elabo- 1990). Pero esta actitud que suponía, por ejem-
rar ese cuadro razonado de distinciones plo respecto a las “historias de casos”, menos
nosológicas a las que se habían dedicado los la ilustración de la teoría que la introducción
primeros alienistas, pero mediante el deve- en ésta de los limites de su cobertura explica-
nir de una presencia: así, en la representación tiva, y permitiendo que avanzara a expensas
escénica (teatral) del diálogo del maestro con de sus lagunas, no implicaba solamente una
el enfermo (o con la enfermedad más bien), petición de principios generales, sino que se
podía aparecer lo “nuevo” de la enfermedad desarrollaba al interior de su propio movi-
ofrecida a la mirada, pero cuya función –en miento discursivo. Así, lo real en cuestión no
Charcot- no era otra cosa que integrarse (y residía en aquello que la cientificidad busca-
producir) un ordenamiento que el “caos” de da pudiera alcanzar asintóticamente, insta-
las apariencias ocultaba en su desorden: “No lada en el orden de una tipología clínica, sino
es una novela, la histeria tiene sus leyes” en aquello que insiste en la tensión de la teo-
(Didi-Huberman 1994). ría frente a su otro; es decir, en los limites im-
En paralelo a esta primacía de la imagen puestos por el caso a la teoría misma. Cues-
y de la mirada en la escena de Charcot, su tión, por lo demás, que alimentará la dialécti-
clínica buscará las construcciones de tipos ca por la cual el desarrollo de la teoría, en
ideales, es decir, la delimitación de una esen- Freud, se irá formando por lo que ella ya no
cia mórbida de la cual los síntomas y los fe- comprende. Un real entonces que no opera
nómenos psicopatológicos serían su expre- como el límite último de una verdad inaccesi-
sión contingente y, por cierto, deformada. En ble, administrada por la universalidad del
este sentido, el método anatomo-clínico de orden (o de la Ley), sino como una insistencia
larga historia, aparecía reflejado en el nue- que sólo la ficción teórica podrá utilizar y ha-
vo espacio abierto por las enfermedades del cer enunciable (Assoun 1995). Un real que es
alma. Por otra parte, el carácter psicológico parte, para decirlo mas radicalmente, de la
(o más bien “moral”) de las alteraciones, intervención del sujeto (tanto Freud, en este
constituía mas bien el adjetivo secundario de caso, como sus interlocutores) en lo incons-
una enfermedad en última instancia orgáni- ciente que su “sufrimiento” hace emerger
ca. De ahí que para Charcot la psicología, como síntoma o como palabra.
para los efectos de sus problemas, pertenecie- Lo real de la clínica se sitúa entonces, para
ra a la medicina y que no fuera “al menos Freud, en virtud de las “resistencias” que el
en su mayor parte, sino la fisiología de las caso le ofrece a su trabajo develador. Cues-
partes superiores o nobles del cerebro” tión que acarreará alcances no solamente al
(Gauchet y Swain1997). interior de su práctica (aquí divorciada de la
Freud hereda entonces de Charcot -y de actitud del maestro Charcot), sino que im-
toda una tradición clínica- la necesidad de si- pulsará una interrogación de más amplia
tuarse frente a lo real del sufrimiento del en- cobertura: desde su desencanto frente a la
fermo, en el ofrecimiento de éste a un saber hipótesis traumática entendida como acon-
médico. Pero este real, más allá de presentar- tecimiento en la realidad “historica” del pa-
se como la expresión visible –o deducible- de ciente -para habilitar precisamente un con-
las “imágenes de la enfermedad”, operaba cepto de realidad (fantasmática, ficcional) y
para Freud en función de una experiencia de historia (en acción diferida) que las sitúa
irreductible a un saber dado por descontado a ambas de manera problemática respecto a
y, en este sentido, alimentaba su valor de la causalidad que buscaba infatigablemente
“enigma” a resolver indefinidamente (Assoun el saber medico- hasta que en sus últimos días

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la búsqueda imposible –y necesaria- del ori- tasma y, en definitiva, por la articulación de


gen lo impulse a deconstruir el mito indivi- una “estructura” respecto a la configuración
dual de un comienzo definitivo (del padre trágica del Edipo.
seductor de la histeria hasta el padre primor- Pero, por otra parte, y volviendo a nues-
dial, devenido asunto de escritura en el de- tra discusión sobre la relación de Freud a la
seo freudiano de ir mas allá de una ley anó- clínica de su época inicial (en particular res-
nima y sin tiempo). pecto a Charcot), esta reivindicación del su-
De manera que es el movimiento de nega- jeto en virtud de lo real de su sufrimiento o
ción permanente de las hipótesis construidas de sus síntomas, opera en Freud mediante
a lo largo de su obra, a la par de la afirmación su propia participación en ese límite –y posi-
recurrente de una posición de autoridad (en bilidad- “real” que le ofrece esa alteridad y
el sentido mas de autor que de autoritarismo), que introduce, via “caso”, un tope activo a
se constituye en Freud como parte integrante la seria cientificidad de su abordaje clínico.
de su lógica misma. Ahí donde la clínica de Dicha participación opera, para lo que nos
su época no podía sino ejercer el rol clásico de interesa, en la implicación del autor (Freud)
la ilustración o bien encaminarse hacia la bús- frente a la incomodidad de sus certezas,
queda de una eficacia -comandada por el pro- devenidas el motor de su reformulación per-
gresivo lugar de la psicoterapia-, Freud intro- manente. Implicación que ocurre, en Freud,
dujo la posición del sujeto (tanto en el clínico mediante el desasosiego frente a una obra
como en paciente) aun (y debido a ) su deter- siempre “inconclusa” y que llevar a ejercer
minación como sujeto de deseo. en su propia escritura ese efecto retroactivo
Sin embargo, este movimiento no impli- que reclamaba para la eficacia sintomática.
ca, para Freud, un mero subjetivismo. Si hay Freud hereda entonces de Charcot y de
interrogación sobre el sujeto, es en tanto éste su “vasta cultura clásica”, más un espíritu
se muestra en la determinación que recibe (científico) que un método, más una actitud
de una “realidad” que no puede ser identifi- que una forma de conocimiento. Es en este
cada a la realidad psiquica (al menos a la sentido que se inscribe la relación de Freud
conciencia que constituía por entonces el al caso clínico, devenido para él un asunto
patrón de medida de lo psíquico en general) mas de narración que de explicación o de
ni tampoco a una realidad en ultima instan- descripción; una narratividad sometida a las
cia “material” (o corporal) (Freud 1990d). exigencias de una novela cuya función po-
Pero tampoco se trata, en Freud, de una pers- día alimentar el rodeo fantasmático de un
pectiva que apunte a señalar en el “indivi- real que se escondía y se mostraba en él.
duo” la sede única de su verdad como suje- Desde este punto de vista, teoría y clínica,
to. Se trata en cambio de una realidad que lejos de funcionar como dos dominios extra-
necesita, al menos, del devenir de una histo- ños el uno al otro (donde la segunda podía
ria para ejercer sus “efectos” sintomáticos, ilustrar a la primera, o donde ésta podía ofre-
es decir subjetivos, en la transindividualidad cer el marco explicativo de aquella), partici-
de sus determinaciones. Esto vendrá a ser pan, en Freud de un mismo proceso escritural:
sancionado teóricamente por la construcción ambas se sostienen en la narratividad
de la segunda tópica, por el concepto diná- fantasmática de una ficción que rodea las “co-
mico de represión (vs. de inconsciente) –o su sas últimas” haciendo intervenir al autor en
equivalente técnico en la resistencia-, por el sus propios límites y, con ello, en su posibili-
progresivo desarrollo de las hipótesis del fan- dad de sentido. Pero una narratividad que

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Revista de Psicología de la Universidad de Chile, Vol. X, Nº 1, 2001

supone el alejamiento de una mera descrip- derar para nuestros fines como un exponen-
ción impresionista del “cuadro” y que impli- te de la lógica que Freud dejó, al menos en
ca un movimiento temporal que, en el trans- parte, atrás. Se trata de Pierre Janet. Aquí
curso de una vida (o de una cura) pueda a las diferencias son mas explícitas, dado que
posteriori revelar el secreto de su origen. la posición del maestro no opera ya. Si la crí-
Si la hipótesis del fantasma introduce en tica de Freud a Janet suponían que en las
la naturaleza misma del síntoma el estatuto duplicidades de la conciencia o de la organi-
subjetivo de su ficción y de su deseo; si la ne- zación de la personalidad el elemento sexual
cesidad de un tiempo primero, aparentemen- aparecía descuidado y, en un sentido más
te destinado a fijar los orígenes de la Ley y de extendido, implicaban un concepto de apa-
la transmisión (Totem y Tabú) una vez que lo rato psíquico que no reconocía una realidad
acontecido de las escenas primordiales (El “otra” que los fenómenos de la conciencia –
Hombre de los lobos) implicara una partici- aún como sub-consciencia-, la crítica de Janet
pación activa del sujeto en su producción a Freud descansaba precisamente en esa apa-
como testigo y personaje; si, en fin, el trauma rente obsesión por llevar los fenómenos his-
deviene efecto a posteriori de una tensión que téricos a la causa “única” de la sexualidad.
es “universal” (la naturaleza pulsional) y con- Así, por ejemplo, la histeria para Janet es
tingente a la vez (el recorrido histórico de los una enfermedad causada por representacio-
avatares de la sexualidad en la introducción nes pero, sobre todo, donde se han debilitado
del Otro en su constitución subjetiva); todo las capacidades unificadoras (de “sintesis”)
ello corre a la par de un movimiento de escri- de su Yo. Se trata de la clásica evocación de la
tura por el cual es la propia teoría, el propio Unidad y de las Funciones, donde el recorri-
Freud como autor el lugar temporal donde do “de Pinel a Freud”, se había encaminado
deviene acto de enunciación. para tramitar –expurgando- la tragedia y el
Ahora bien, si respecto a Charcot, estas conflicto de un “nuevo” sujeto. Esto adquiri-
diferencias permiten situar la “novedad” rá formulación explícita cuando la neurosis
freudiana en relación al estatuto (la histeria) sea entendida como un trastorno
metodológico de sus apuestas clínicas, y con de personalidad. Esta noción, que será clave
ello operando como en tensión frente a ese para entender algo de nuestras actuales figu-
tiempo donde la ciencia médica podía hacer ras limítrofes, precisamente en la medida que
ingresar lo aborrecible o lo enigmático de la éstas subrayan mas o menos los mismos crite-
vida cotidiana en las figuras de La Enferme- rios de Janet acerca de la histeria, supone : a)
dad, a partir de una subjetivación creciente que el sujeto es un individuo, b) cuya vida
del síntoma en la alteridad de lo que se lla- psíquica está organizada por un conjunto de
mará transferencia, es posible también reco- representaciones que tiene a la conciencia
nocer en los contenidos mismos de sus apues- como su expresión fenoménica más precisa y
tas teóricas –particularmente acerca de la d) que se estructura mediante un sistema de-
naturaleza del síntoma histérico- una pers- finido como una entidad (el Yo) compleja.
pectiva igualmente heterogénea. Ahora bien, no es muy difícil señalar
Así, otra lectura mediante la cual el tra- cómo Freud cuestiona punto por punto es-
bajo freudiano muestra su heterogeneidad tos supuestos.
respecto al espíritu psicopatológico de su a) el sujeto no es un individuo (solamen-
época, se refiere ya no a la relación con uno te). Es de hecho en el límite de su uni-
de sus maestros, sino a un contemporáneo dad (conciente o no) donde su poder
cronológicamente, pero que podemos consi- (de “síntesis”) se muestra como deter-

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El Síntoma Psicoanalítico: Clínica y Cultura

minado por un tipo de realidad “mientras que la psiquiatría para dar


cualitativamente diferente a la concien- cuenta de las pulsiones extrañas al yo
cia o a la organización yoica. dice ‘degenerescencia, disposición he-
b) La vida psíquica no está constituida so- reditaria, inferioridad constitucional’,
lamente por representaciones, ni siquie- el psicoanálisis dice fuerzas internas y
ra por representaciones y afectos, sino conflictivas, de las cuales el paciente
por la tensión (por la exigencia de tra- debe asumir su responsabilidad”
bajo) que lo corporal (o en cierto modo (Freud 1990ª, p. 184-185).
lo afectivo) le impone a lo psíquico (ver-
tiente pulsional), pero donde lo psíqui- Una concepción “dinámica” que introdu-
co (lo representacional, en el sentido de ce el elemento sexual (descuidado por Janet)
Janet) le otorga a la pulsión una vía de como necesario a esa conflictiva y que llena-
tramitación subjetiva. rá de “contenido” el estatuto traumático del
c) La conciencia no es el criterio central síntoma. Más tarde, lo sexual en cuestión
de lo psíquico, ni siquiera cuando se in- permanecerá “indefinida” o
corpore lo “sub-conciente” como no- “repetitivamente” al interior de la teoría, aun
ción “psicodinámica” y menos aún con cuando sus contenidos de “realidad” vayan
los correlatos psicofisiológicos de un superando las metáforas biológicas o, inclu-
estado de tensión psíquica sobre la cual so, los datos de la experiencia. Habrá algo
operaría la formación de síntomas; traumático en la realidad misma ... para un
d) Y, sobre todo, “el yo no es amo en su sujeto. Por otra parte, será en la elaboración
propia casa”. de la segunda tópica donde se podrán san-
cionar más o menos definitivamente las an-
tiguas alianzas de formación freudianas: así,
El parentesco entonces de las hipótesis de el esfuerzo metapsicológico comandado por
Janet acerca de la histeria en relación al (“pri- una necesidad de construir una representa-
mer”) Freud es solo aparente o parcial. Por- ción a la vez tópica, económica y dinámica
que si bien podía reconocer –y subrayar- cuán- del aparato psíquico, será el terreno donde
to había de historia en la actualidad del sínto- las apuestas “descriptivas” que sostenían sus
ma o del “accidente” histérico, subrayando antecedentes “filosóficos” (es así como Freud
que la aparente versatilidad de las aparien- remite al concepto descriptivo de inconscien-
cias sintomáticas escondía una cierta estabili- te que su elaboración metapsicológica des-
dad “repetitiva”, al mismo tiempo el viejo re- montará teóricamente) den paso a una “fic-
curso a la constitución, a las “debilidades”, ción” teórica que haga del descubrimiento
no permitía introducir un concepto “dinámi- del inconsciente un asunto de sujeto.
co” por el cual esa ligazón a acontecimientos
anteriores, esa quieta movilidad de los sínto- Todo esto para decir que Freud no es sólo
mas, introdujera el conflicto como parte inte- el heredero o la continuación de esa vieja his-
grante de su “funcionamiento”, y más bien toria donde la razón, luego la ciencia, aquí la
permanecía en el clásico recurso a las “ten- psiquiatría, se habrían encaminado a disol-
dencias” (al “desdoblamiento de la persona- ver la verdad trágica del sujeto, mediante su
lidad”). Freud opone entonces a esta visión definición como objeto y mediante la fijación
“constitucional” una vía “dinámica” para “sintética” de su vocación unificadora. La
subrayar el estatuto conflictivo del síntoma y intervención freudiana en el seno de esa cul-
del sujeto: tura, ocurre a expensas del saber psiquiátri-
co, pero para disolver sus promesas en otra

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Revista de Psicología de la Universidad de Chile, Vol. X, Nº 1, 2001

versión de la tragedia que aquél había olvi- puede representar para analizar la
dado como un mal recuerdo. Y lo ha hecho historicidad de las categorías nosológicas (a
no sólo al interior de la lógica clínica misma; la par que la historicidad del sujeto que las
aquélla que hacía del síntoma un texto, el su- sostiene), como una necesaria evaluación de
frimiento una experiencia del sujeto en su di- lo que ellas pueden tener de recurso sinto-
visión y en sus conflictos, y donde la implica- mático, es decir, que describen dicha
ción de su propia subjetividad se hacía parte historicidad, pero a costa del préstamo de
de lo que podía reconocer en la palabra de otro tiempo: precisamente aquel que marcó
sus pacientes –incluso a costa de sus fracasos. la diferencia de Freud respecto a la clínica
Ahora bien, los dos aspectos que hemos de su época. El problema que se plantea aquí
introducido como antecedentes para una lec- es saber si tales construcciones son efectiva-
tura “actual” de la clínica psicoanalítica, mente “actuales” o si no hacen más que re-
entendida como una de las maneras de nom- verberar en las antiguas definiciones que
brar el lazo social que la define, esto es, la marcaron la antesala del freudismo de prin-
relación psiquiatría/psicoanálisis en Freud, cipios del siglo XX. Nos parece que en torno
por un lado, y la historicidad del “síntoma a este problema se juega la cuestión de la
psicoanalítico”, por otro, nos permiten sen- historicidad del psicoanálisis en función de
tar las bases para analizar en específico una sus compromisos institucionales –incluso
de las maneras como tales antecedentes se ideológicos- cuando es leída en virtud de su
expresan contemporáneamente. lugar en la ciudad. Compromisos que, en este
caso, se expresan en la relación psiquiatría/
En efecto, se trata ahora de poner en juego
psicoanálisis.
ese marco teórico/histórico para abordar – a
la manera de un “síntoma”- el problema de
la relevancia actual de la clínica psicoanalítica, 3.1. Una vieja historia
a la luz de sus impases contemporáneos. Aquí El tema de los “borderlines” en la
donde la relación psiquiatría-psicoanálisis nosología psicoanalítica, ha implicado un
opera como un nuevo conflicto y donde la intento por reformular los criterios por los
relación de la doctrina psicoanalítica a la his- cuales la clínica freudiana estableció la ya
toria revela sus compromisos actuales. Por clásica distinción de neurosis/psicosis, a la
ello, nos interesa discutir, a la manera de un luz de los desafíos que presenta el estatuto
ejemplo preciso, cómo operan las hipótesis actual del síntoma, así como las consecuen-
sugeridas precedentemente. cias que tiene su presencia contemporánea
en las llamadas “nuevas enfermedades del
alma” (Kristeva 1993). Los trastornos limí-
Análisis: Los “Trastornos trofes de la personalidad, o los estados-limi-
tes si utilizamos la nomenclatura francesa
Limítrofes de la Personalidad” y la
(Bergeret 1996), evidencian parte importan-
Clínica Psicoanalítica Actual te de los impases a los cuales se enfrentan los
El problema de los llamados “trastornos clínicos de hoy, cuando tienen que vérselas
limítrofes de la Personalidad” (Kernberg, con las provocaciones transferenciales, las
1993) nos ofrece un material específico don- resistencias al tratamiento y las dificultades
de se manifiestan los impases y las posibili- que estos pacientes presentan al trabajo aso-
dades de una clínica de “lo actual”. Ello con- ciativo y a su propia historia de relaciones.
siderando tanto los aportes que dicha noción La tendencia al “acting”, las dificultades
para ser ubicados en las categorías

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El Síntoma Psicoanalítico: Clínica y Cultura

nosográficas tradicionales, y los no menos se prolonga en la nosología del alienismo


difíciles rasgos de su carácter (por ejemplo, francés (Esquirol), que se continúa en las
“la dificultad de enamorarse”)(Kernberg apuestas relativas a las psicosis-histéricas
1995), parecen indicar tanto un obstáculo (Bercherie 1983), incluso en las perversiones
para el tratamiento y la nosología cercanas a los alrededores freudianos, y que
psicoanalítica, como una posibilidad que si- acaba por formularse en ese territorio híbri-
túe a la clínica en su relación a los desafíos do que las nomenclaturas de la psiquiatría
que presenta una experiencia, siempre mó- de principios del siglo XIX definieron a par-
vil (Stryckman 1996). tir de una perspectiva “psicodinámica”. Es
En este sentido, la clínica de los “límites” posible encontrar en las exigencias a la clasi-
constituye un territorio privilegiado para ficación, en las provocaciones histéricas, en
analizar la posición del psicoanálisis en sus las atribuciones caracterológicas –o incluso
desafíos contemporáneos, para lo cual ha “morales”- de la psiquiatría del siglo XIX y
debido asociarse más o menos directamente de parte importante del XX, toda una pre-
a la clínica psiquiátrica -sobre todo en el historia de las categorias por las cuales son
medio hospitalario. Tales desafíos acarrean definidas nuestras actuales limitaciones
preguntas que atañen no solamente a discu- diagnósticas.
siones técnicas (setting, diagnóstico, posibi- La pregunta que surge entonces es: ¿a qué
lidades interpretativas, etc.), sino que se di- obedece esta aparente novedad de los “lími-
rigen a problematizar nuevamente el rol del tes” de hoy, cuando parecen tener toda una
clínico (psiquiatra, psicoanalista o psicólogo) historia?¿A qué responde la necesidad de
frente a las exigencias que le plantea la reali- incorporar los “aportes de la ciencia” actual
dad de su experiencia, a la luz de la realidad (cognitivismo, neurociencia, teorias de
del contexto socio-cultural donde ésta ope- sistemas,etc.) en las estrategias nosológicas
ra. Se puede pensar que la discusión sobre el y nosográficas actuales para definir estas
estatuto actual del síntoma, cuando es pen- nuevas patologias del espíritu? Finalmente,
sada a partir de las condiciones culturales ¿qué consecuencias implican estas aparen-
del sujeto de hoy, encuentra en el problema tes novedades si las leemos en función del
de los “límites” un lugar donde formularse lugar institucional de los compromisos polí-
críticamente. ticos y culturales del psicoanálisis en este
Ahora bien, un análisis detenido de esta tiempo?
noción, que tiene por lo demás una historia
que cruza parte importante de los desarro- 3.2. Sobre las decadencias del espíritu
llos postfreudianos (Kouretas 1996), eviden-
En el intento de desplegar algunas hipó-
cia un hecho indesmentible: la mayoría de
tesis que nos permitan avanzar en la discu-
los rasgos que le son atribuidos a este tipo de
sión de estas preguntas, es posible plantear,
pacientes, incluso las dinámicas psíquicas
tal vez polémicamente, las siguientes propo-
que le serían propias, no esperaron nuestro
siciones:
tiempo para ser formulados, y si podemos
ser más radicales aún, no esperaron a Freud 3.2.1. La recurrente necesidad por
para plantearse como novedades de la reformular las categorías nosológicas y
estructuración subjetiva. En este sentido, es nosográficas en psicoanálisis y psiquiatría,
posible rastrear toda una genealogía concep- forma parte de su propia naturaleza
tual que parte desde las primeras intuicio- discursiva y de sus propios compromisos his-
nes de Pinel, a principios del siglo XIX, que tóricos. Esta discursividad implica, directa o

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Revista de Psicología de la Universidad de Chile, Vol. X, Nº 1, 2001

indirectamente, lo que llamaremos una cier- pobreza de los vínculos, sea que anterior-
ta nostalgia. Cada vez que la sociedad o la mente se plantearan como obstáculos que
cultura en la cual estos discursos operan se ciertos pacientes ofrecían a los clínicos en sus
halla sometida a la necesidad de fundar sus engaños transferenciales. Es el caso también
referencias identitarias (tales como la revo- de las referencias cognitivas para definir lo
lución cientifico-teconológicas del siglo XIX que antes se presentaba en el teatro privado
o la revolución informática del siglo XX), es- de las histerias (Janet, Charcot, Freud) y que
tos mismos discursos se encargan de trami- hoy día se propone como un salto
tar dichas referencias mediante la invetera- epistemológico hacia la construcción de las
da apelación a una “decadencia”. Sea que realidades y a la definición de las identida-
ésta tome la forma de un ocaso de las repre- des. Es el caso, también, de las apelaciones
sentaciones, de un fin del relato, de una morales a los “límites” de hoy, que
apocalíptica enunciación del “fin de la his- recapitulan en parte importante la higiene
toria”, o que se exprese apelando a la deca- de otras “debilidades” psíquicas o sociales.
dencia de las antiguas referencias familiares Finalmente –aunque la lista podría seguir-
o “simbólicas” (la familia, el padre, la reli- es el caso de las apelaciones a la “personali-
gión, el encantamiento del mundo), lo cierto dad”, ahí donde la clínica de Janet o de
es que una constante de los discursos disci- Charcot quisieron formular el escenario de
plinarios, incluidos aquí el discurso psiquiá- las conciencias en la clínica de las neurosis,
trico y psicoanalítico, supone apelar a un y que hoy en día se plantea a propósito de
tiempo anterior para fundar una cierta “no- las unificaciones más o menos (es general-
vedad”. mente el caso) logradas de las alternancias
Sin embargo, es posible reconocer que de la representación de si mismo, en las “nue-
mediante estas aparentes actualizaciones vas” tecnologías del Yo.
opera una paradoja central para analizar el 3.2.2. La existencia de estas “nuevas
lugar de tales discursos en el marco de la patologias” hay que leerla a partir de ciertos
historicidad del sujeto en la cultura. Porque compromisos institucionales por parte de los
a través de ellas no sólo se niega lo que efec- agentes que las formulan teóricamente y que
tivamente puede haber de actual en las vici- proponen tramitarlas en el espacio cada vez
situdes de la clínica, sino que se propone una más amplio de ls clínica psicológica –o psi-
novedad que es parte de aquello que preci- quiátrica. En este sentido, el matrimonio psi-
samente se quiere superar o relativizar his- quiatría-psicoanálisis, cuya historia bosque-
tórica y teóricamente. En este contexto, las jamos críticamente en nuestra primera sec-
formulaciones relativas a los “bordes” en la ción de este trabajo, vuelve a aparecer en
clínica de hoy sirven como un ejemplo espe- escena para dar cuenta de las aparentes no-
cialmente ilustrativo. Por una parte, debido vedades de la clínica actual. En este caso, la
a que podemos encontrar en los enunciados especificidad crítica del psicoanálisis freudia-
que las representan, toda una referencia im- no, como el de algunos de sus desarrollos
plícita a otras escrituras del síntoma, preci- posteriores, tiende a perderse en la galería
samente aquellas que formaron parte del de recursos tecnológicos que permiten, pa-
tiempo que se quisiera reconocer como radójicamente, que el discurso normalizador
“otro”. Es el caso, a modo de ejemplo, de las de la clínica decimonónica adquiera una
apelaciones a lo no-analizables de ciertos nueva versión, con lo cual la influencia de
pacientes; sea que se planteen hoy dia aso- estas nuevas nomenclaturas no hace sino
ciadas a la decadencia de la palabra y a la profundizar las estrategias disciplinarias

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El Síntoma Psicoanalítico: Clínica y Cultura

(por ejemplo, la clasificación psiquiátrica o nica psicológica –o psiquiátrica- es correla-


la teconologia farmacológica) (Lanteri-Laura tiva a una discusión sobre el sujeto en la cul-
1984; Zarifian1986, 1994) que sirvieron de tura y a la función que desempeñan ahí las
antesala o de reverso al psicoanálisis en Freud diferentes versiones de la disciplina psiquiá-
para tramitarse críticamente de otro modo trica y/o psicoanalítica. Hemos señalado que
(en Freud mismo). Desde este punto de vis- este tema concierne a la relación psiquiatría/
ta, no parece casual que una nueva higiene psicoanálisis en cuanto a las condiciones de
científico-psicológico-moral venga a relevar su aparición como discursos. Por otra parte,
los antiguos dispositivos por los cuales la hemos indicado el sentido de una reflexión
enfermedad mental adquirió cartas de ciu- histórica acerca de esta discursividad diver-
dadanía, pero para habilitar otros excesos de sa, apuntando a reconocer en la obra
poder. Paradójicamente, hemos dicho, los freudiana un intento por hacer suyas las di-
ecos de esa vieja práctica segregativa que mensiones subjetivo-culturales de la época
constituyó el nacimiento y despliegue de la que la vio nacer, pero para formularlas de
psiquiatría decimonónica alcanzan –esta otro modo. Hemos dicho, finalmente, que la
vez mediante los más sutiles ejercicios de la radicalidad de la crítica freudiana, así como
medicalización- nuevos efectos, de los cua- los conceptos que le son propios –y que per-
les la renuncia a pensar teóricamente los miten mostrar ya en su época sus diferen-
aportes más críticos de Freud no es sino una cias con respecto a la racionalidad
de sus versiones. psicopatológica de la medicina de lo mental-
3.2.3. En resumen, hoy más que nunca es apunta precisamente a deconstruir la lógica
necesario tomar en serio la necesidad de la por la cual los problemas clínicos han sido
historia, tanto para reconocer en qué medi- formulados clásicamente, y que alcanzan en
da los dispositivos disciplinarios actuales no nuestro tiempo una renovada –y negada-
hacen sino recapitular otra época –sin saber- actualidad.
lo-, como para enfrentar creativamente la Nos interesa, para concluir, avanzar en
historicidad del sujeto en lo que tiene de ver- una discusión que, apoyándose en las hipó-
daderamente actual. Para ello, sin ser más tesis precedentes, permita aportar al debate
que una de las posibilidades críticas en el sobre la clínica psicoanalítica entendida en
dominio de la clínica contemporánea, la ori- función del lazo social del que forma parte
ginalidad del psicoanálisis en nuestra época inevitablemente.
-y su eventual “decadencia”- debe analizar-
se a partir de lo que ofrece como posibilidad
4.1. Etica versus epistemología
crítica de la historia del presente.
Pensar los aportes que ofrece el discurso
psicoanalítico para discutir la historicidad del
sujeto, compromete la lectura que podemos
Discusión hacer, a posteriori, de la revolución freudiana.
Ello debido a que, como toda praxis huma-
Clínica y escritura o el psicoanalisis en la na, el psicoanálisis representa en sus propios
cultura compromisos discursivos –es decir, tanto teó-
Hemos discutido en los antecedentes teó- ricos como clínicos- el lado disciplinario de
rico-históricos de este trabajo la manera como lo que el sujeto –o el paciente- se encarga de
una discusión sobre la historicidad de la clí- mostrar y de padecer con su sufrimiento y
su alienación. Discutir el lugar “actual” del

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Revista de Psicología de la Universidad de Chile, Vol. X, Nº 1, 2001

síntoma o de las “nuevas” formas de subje- es que es tal- de la invención psicoanalítica,


tividad, es de hecho análogo a discutir lo que no reside en ser una teoría abstracta sobre el
el saber que la nombra (en este caso, psiquia- sujeto sobre el cual opera conceptualmente;
tría y/o psicoanálisis) tiene de ese mismo es mucho menos una teoría orientada
sufrimiento y de esa misma alienación histó- epistemológicamente, que una práctica defi-
rica. Es por eso que hablamos de discursos, nida por los compromisos siempre “éticos”
porque este concepto compromete tanto al del sujeto-analista y del sujeto-paciente.
saber como a los “objetos” que pretende Cuestión, por lo demás, que acarrea conse-
ilusoriamente administrar como ajenos a él. cuencias para el concepto de inconsciente
En este contexto, es necesario superar una mismo, definido entonces como “ético” en
tentación contemporánea, que propone dis- su propia estructura de discurso.
cutir el lugar de las disciplinas en la cultura, Decir entonces que el problema del psi-
a través de sus compromisos epistemológicos. coanálisis como clínica en el lazo social, im-
El problema del lazo social que la clínica plica una ética, supone plantear que su va-
psicoanalítica establece con respecto a la sub- lor como apuesta crítica del sujeto moderno
jetividad actual, es menos pensable en fun- releva de la manera como el clínico (psicoa-
ción de los “mapas” epistemológicos que nalista) se hace parte de la alienación que lo
puede oponer a otras formas de entender la constituye tanto a él como a “su” analizante.
psicopatología –o al sujeto mismo- (por ejem- Toda la cuestión de la ética analítica reside
plo, en virtud de las diferencias con una clí- en que se trata de una alienación que debe
nica de la experiencia o una clínica de las ser analizada. Es decir, si la clínica
representaciones), que en función de la ma- psicoanalítica nos dice algo de la alienación
nera como las apuestas clínicas y teóricas tra- del sujeto actual, es mucho menos debido a
mitan sus propios límites, sus propios enig- que ofrezca un marco intepretativo de las
mas, en el ejercicio de sus intervenciones, dependencias del sujeto a un discurso que lo
de sus saberes y de sus poderes. En este sen- antecede, que una praxis por la cual tanto
tido, es pensable que las virtudes de la clíni- uno como otro (el psicoanalista y el pacien-
ca freudiana se basan precisamente en el re- te) desdoblan sus dependencias para inten-
conocimiento de sus propias limitaciones, de tar ir más allá de ellas. Si bien no existe ga-
su propio no-saber, pero sin descuidar el ejer- rantía de que tal proceso se lleve a cabo, al
cicio teórico que es el resorte de su audacia y menos es pensable que las condiciones que
de su crítica. Tal como lo diría Jacques Lacan, lo permitirían tienen aquí (con el psicoanáli-
la cuestión del inconsciente no tiene nada de sis) una posibilidad de experimentarse
pre-conceptual, es decir de estructurado clínicamente (y críticamente).
como discurso y teniendo como fundamen-
to el lenguaje que lo determina humanamen-
4.2. Hacia una desmedicalización del aná-
te; y sin embargo ese carácter estructurado
lisis
del “inconsciente como lenguaje” no impide
que éste sea considerado como lo que se pone Pensadas así las cosas, es la ubicación
an acto en la singularidad de la historia de misma del psicoanálisis en los saberes y prác-
cada cual y en la manera como dicha singu- ticas de nuestro tiempo la que debe ser ana-
laridad se desdobla en el análisis de la trans- lizada recurrentemente. Lejos de pensarla
ferencia. como siendo parte de la medicina (o de la
psiquiatría), es necesario considerarla en el
Lo anterior implica, para nuestros propó-
marco de una teoría crítica sobre el sujeto en
sitos, que el problema de la originalidad –si

126
El Síntoma Psicoanalítico: Clínica y Cultura

su alienación y en su sufrimiento. Por ello, tragedia, es también el lugar donde los desti-
un desafío que se le plantea al psicoanálisis nos de la palabra y de las acciones pueden
(a los psicoanalistas más bien) es pensar su formularse críticamente en tanto prácticas de
“identidad” más allá de las fronteras escritura. De ahí, finalmente, que el famoso
institucionales a las cuales generalmente se problema de las “decadencias” en nuestra
le asocia. Es sólo en el diálogo con otras dis- cultura, deben ser pensadas en lo que anun-
ciplinas, incluido ahí el discurso médico tam- cian de nuevos desafíos para la psicología,
bién, que el psicoanálisis puede pensarse el psicoanálisis, la psiquiatría o las ciencias
como otra cosa (otra escena, decía Freud a sociales, pero también como síntomas de una
propósito del inconsciente) y que no descui- época que se niega a ser otra. No es esto otra
de sin embargo su dependencia a esos mis- cosa que aquello que nuestras subjetividades
mos saberes de los que podría desprenderse expresan con su desconsuelo, pero también
en parte. con su esperanza. Aquí donde el trabajo de
Esta cuestión institucional, incluso políti- autor –mucho más que de autoritarismo-
ca del lugar del psicoanálisis en nuestra cul- permita avanzar en una perspectiva crítica
tura, es particularmente relevante cuando las que hable realmente de otro tiempo.
sirenas de una cientificidad ciega, de una
tecnología miope, llaman a descuidar el tra-
bajo teórico para proponer en cambio una
Conclusiones
nueva lógica de la adaptación, en el marco
de nuestras nuevas o renovadas Tecnologias La teoría y la práctica del psicoanálisis
del Yo, por utilizar la expresión de Michel puede leerse como síntoma cultural. Ella in-
Foucault. terroga, en su quehacer mismo, los límites y
las posibilidades de una psicología (o de una
4.3. La escritura y el tiempo experiencia de pensamiento en general)
cuando se enfrenta a las exigencias de su
El trabajo freudiano es un trabajo en el ubicación en la cultura. Son sus contradic-
tiempo y con el tiempo. Su escritura releva ciones internas, su doble dependencia/recha-
de un ejercicio de pensamiento que no niega zo al saber médico, del cual recibe su carta
las referencias (simbólicas, identitarias, cul- de nacimiento, los aspectos que hacen de esta
turales, etc.), pero que las traduce en la ex- experiencia un asunto conflictivo. Conflicti-
periencia singular y social del sujeto enfren- vo no solamente en función de los saberes
tado a sus determinaciones, para decirlas de más validados “científicamente” en el seno
otro modo y tal vez poder cuestionarlas de la modernidad, sino al interior de su pro-
creativamente. Decimos que se trata de una pio territorio enunciativo.
escritura en tanto práctica de lenguaje en la
historia. En tanto práctica en la cultura, el psicoa-
nálisis debe entenderse en su dimensión so-
Es en este contexto que las actuales discu- cial, histórica e incluso institucional. Y es en
siones sobre el “paciente de hoy” o, más ex- la crítica que habilita, incluso en el rechazo
tensamente, “la subjetividad contemporá- más radical del que es objetio, por donde ilu-
nea”, merecen ser examinadas como prácti- mina algo de los desafíos de la época actual.
cas actuales, pero que recorren sin saberse Lejos de constituirse como una perspectiva
del todo la genealogía de otros discursos y clínica más, el psicoanálisis se nos presenta
de otras culturas. El sujeto llamado “actual” en su dimensión antropológica en tanto pone
no es solamente el triste efecto de una nueva

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Revista de Psicología de la Universidad de Chile, Vol. X, Nº 1, 2001

en juego las exigencias que a la subjetividad A SSOUN , P.L. (1995). L’imaginaire


le plantean los discursos y las modalidades métpasychologique. Théorie et fantasme chez
sociales del intercambio humano. E intenta Freud, En: Texte, p. 219 y ss.
–sin que nada asegure que lo logre- insistir BERCHERIE , PAUL (1988). Géographie du
en el carácter fundamentalmente conflicti- champ psychanalytique, Paris: Navarin.
vo –trágico, diremos- de la experiencia sub-
BERCHERIE, PAUL (1983). Le concept de
jetiva y social. Los conceptos que son produ-
folie hystérique avant Charcot
cidos en este contexto, la utilidad o la inefi-
Rev.Int.Hist.Psychiatr.,1; 207-228.
cacia de su práctica, deben leerse en función
de estos límites, que son también la posibili- BERGERET, J. (1996). L’incertaine subtitilité
dad de una apertura de sentido. des limites nosologiques. Une écoute
psychanalytique de la psychopathologie de
De ahí que la ubicación epistemológica,
l’adulte. Revue Française de Psychanalyse. 2;
ética, institucional e incluso política del psi-
299-316.
coanálisis, representan un dominio de re-
flexión a partir del cual la posibilidad del su- BIRMAN,J. (1999). Psicoanálisis y nuevas for-
jeto –su insistencia misma- puede ser interro- mas de malestar en la civilización.¿Tiene porve-
gada como asunto de cultura y de experien- nir el psicoanálisis?. En: R. Aceituno &
cia. Pero para ello es necesario someter al pro- M.Rosas (Eds.): Psicoanálisis: sujeto, discur-
pio psicoanálisis a la crítica que, explícita o so, cultura (107-122). Santiago de Chile: Ed.
implícitamente, habilita como producción de Universidad Diego Portales. (Orig.1996)
pensamiento y de lenguaje. Sólo entonces, en CASTEL, R. (1976). L’ordre psychiatrique.
esa necesaria reflexión –histórica, teórica, téc- Paris: Minuit.
nica- acerca de sus compromisos y de sus ce- C ERTEAU , M. (1986). Histoire et
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3 Dado el origen de este texto, las referencias utilizadas corresponden en su mayoría a la traducción francesa de las Obras de S. Freud.
Se señala una traducción libre de tales títulos para facilitar la lectura. Las citas son traducidas al español por el autor.

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