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¿CUÁLES SON LAS PRINCIPALES MANIFESTACIONES DE LA

VIOLENCIA COMO CONSECUENCIA DE LAS RELACIONES


MALTRATANTES CON LOS PADRES?

Miller permite que cualquier lector interiorice las relaciones paternales o maternales
como centros de ley, todas basadas en un mandamiento que pide reciprocidad por parte
de los hijos. “Honraras a tu padre y a tu madre”, este mandamiento circundante de la
religión cristiana impuesto por moisés en los 10 mandamientos es en sí un mandamiento
que rige la búsqueda de la represión del niño, ocultando una amenaza, el niño debe
seguirlo pese a haber sido despreciado o maltratado por sus padres sólo podrá hacerlo
reprimiendo sus verdaderas emociones. Sin embargo, el cuerpo a menudo se rebela, con
graves enfermedades, contra esta negación y esta falta de reconocimiento de los traumas
infantiles no superados.
Como es de conocimiento en sus obras, Miller aporta una cierta cantidad de evidencia
que muestra que el niño reprimido del odio a sus padres puede manifestar una estrecha
calidad de conductas (con calidad nos referimos a intensidad y fuerza) que se
manifestaran de acuerdo con el cuerpo.
El cuerpo nunca miente, porque el cuerpo no puede esconder lo reprimido, cuando
existen relaciones parentales donde el maltrato es objeto claro de agresividad, esta
intolerancia que se reprime en lo más profundo del ser intenta evacuarse mediante
conductas similares o iguales ante otro objeto. El objeto transicional ya sea de amor o
hacia los hijos, representara una señal para que el cuerpo deposite toda la acción
reprimida y de forma encubierta, porque el ser puede no estar consciente de sus
conductas, pero sin embargo el cuerpo es la manifestación de este enmascaramiento de
pulsiones provenientes del interior. Claro estaba cuando Freud asemejo la histeria con el
síntoma de conversión, se daba como parte clara de esta, es decir, la histeria se
configuraba como la conversión de un síntoma exteriorizado en el mismo cuerpo, de
repente instaurado en el actuando como una supuesta defensa del contenido tensionante
mas interno.

Existe un conflicto entre lo que sentimos y sabemos, porque está almacenado en nuestro
cuerpo, y lo que nos gustaría sentir para cumplir con las normas morales que muy
tempranamente interiorizamos. Nuestro cuerpo guarda memoria de absolutamente todo
lo que ha vivido alguna vez.

Un niño, cuando nace, necesita el amor de sus padres, es decir, necesita que éstos le den
su afecto, su atención, su protección, su cariño, sus cuidados, su disposición y
principalmente comunicarse con él. Equipado para la vida con estas virtudes, el cuerpo
conserva un buen recuerdo y, más adelante, el adulto podrá dar a sus hijos el mismo
amor. Pero cuando todo esto falta, el que entonces era niño mantiene de por vida el
anhelo de satisfacer sus primeras funciones vitales; un anhelo que de adulto proyectará
sobre otras personas.

A todos los dictadores les daba tanto miedo la realidad de sus infancias que prefirieron
destruir pueblos enteros y dejar que murieran millones de personas a sentir su verdad.
La moral puede dictar lo que debemos y no debemos hacer, pero no lo que debemos
sentir. Porque no podemos producir ni eliminar sentimientos auténticos, lo único que
podemos hacer es disociarlos, mentirnos a nosotros mismos y engañar a nuestros
cuerpos.

El cuerpo habla el lenguaje de las enfermedades, que difícilmente entenderemos hasta


que comprendamos la negación de los sentimientos reales de nuestra infancia.

Las necesidades naturales no satisfechas del niño en el pasado las trasladamos más
adelante a los terapeutas, los cónyuges y a nuestros propios hijos. No acabamos de
creernos que nuestros padres realmente las ignorasen o incluso las torpedearan de tal
modo que tuviéramos que reprimirlas. Esperamos que ahora sean otras personas, con la
que entablamos relación, las que colmen por fin nuestros deseos, nos entiendan, nos
apoyen nos respeten y nos descarguen de las decisiones difíciles de la vida.

Entre las principales emociones reprimidas (contenidas o disociadas) en nuestra


infancia, y que se hallan almacenadas en las células de nuestro cuerpo, está el miedo.

Pegar a un niño es siempre un maltrato de consecuencias graves que a menudo duran


toda una vida. La violencia padecida se almacena en el cuerpo del niño, y más tarde, el
adulto la dirigirá hacia otras personas o incluso hacia pueblos enteros, o bien contra sí
mismo, lo que le llevará a grandes depresiones o a serias enfermedades, a la
drogadicción, al suicidio o a la muerte temprana.

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