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Los niveles cada vez más altos de complejidad social y económica presentan diversos desafíos para la
formulación de políticas en el mundo globalizado de hoy. La intensificación de la mundialización de la
economía produce modelos de crecimiento del subempleo, del desempleo juvenil y del empleo precario.
Aunque las tendencias apuntan a una desconexión creciente entre la educación y el mundo laboral, sometido
a rápidos cambios, también representan una oportunidad de reconsiderar el nexo
entre la educación y el desarrollo de la sociedad. Además, el aumento de la movilidad de estudiantes y
trabajadores a través de las fronteras nacionales y los nuevos modelos de conocimiento y de transferencia
de aptitudes requieren formas nuevas de reconocer, validar y evaluar el aprendizaje. En cuanto a la
ciudadanía, la gran dificultad para los sistemas nacionales de educación consiste en formar identidades y
fomentar la conciencia y el sentido de responsabilidad de los demás en un mundo cada vez más
interconectado y más interdependiente. (Fuente: Replantear la educación)
La educación para la ciudadanía es pilar de la calidad de vida de una sociedad y termómetro de su democracia.
Implica transitar desde creer que es una asignatura que aisladamente forma en aspectos cívicos – esenciales
por cierto y necesarios de ser fortalecidos – a transformarla en el norte de referencia de todas las asignaturas
para justamente armar el rompecabezas de una formación ciudadana que sirva para actuar
competentemente en sociedades con referencias glolocales. (Fuente: Claves Agenda Educativa 2030).
El cambio de perspectiva de una ciudadanía local, circunscrita a su estatus formal dentro de un Estado a una
ciudadanía global radica en la capacidad de entender el mundo, sentirse parte de él y comprometerse con lo
que afecta a otras personas en sociedades diferentes a la propia. De esta manera, la ciudadanía global parte
de un sentido de pertenencia a la comunidad humana a nivel mundial, en donde se es consciente que lo que
le sucede a otras personas atravesando las fronteras afecta de alguna manera a uno mismo.
Para lograr este cambio de perspectiva hacia una ciudadanía global deben considerarse diversos aspectos
políticos, sociales y legales que permitan el cambio de una ciudadanía que ejercen unos cuantos hacia una
que se extienda a todas las personas. Una de las áreas de trabajo es la educación. Sin dejar de lado la
necesidad de trabajar conjuntamente con las diferentes áreas que implica el cambio de perspectiva hacia
una ciudadanía global, desde el ámbito educativo se forman a los individuos en las capacidades, valores y
conocimientos necesarios para dicho cambio.
Una educación para la ciudadanía es una educación inclusiva que tiene como base la participación
de las personas.
La educación para la ciudadanía que se lleva a cabo en los ámbitos educativos formales mantiene
estructuras organizativas flexibles que responden al interés del alumnado, a sus motivaciones y al
desarrollo de sus capacidades.
Los entornos locales y mundiales son parte de la educación y sirven no sólo como referente para
desarrollar aprendizajes cognitivos sino que conforman elementos medulares en el desarrollo de
capacidades reflexivas y críticas, así como en la formación de valores como la solidaridad, la
cooperación y la lucha contra las injusticias
1) A FAVOR
La globalización ha sido definida como un fenómeno en el que los procesos económicos, sociales y
culturales son cada vez más interdependientes (CASTLES, 1997; CASTELLS, 2001), de tal manera que
los acontecimientos que ocurren en una parte del mundo tienen consecuencias en otras regiones,
afectando de manera inmediata la vida de las personas. Sus principals características se destacan en
cuatro aspectos fundamentalmente: la revolución tecnológica, la extensión de los mercados, la
ampliación de las fronteras y la hegemonía del modelo neoliberal como marco regulador de las
relaciones económicas y sociales (RAMÍREZ, 2011).
De esta manera, el panorama actual es el de un mundo tecnológicamente más conectado, con una
fluidez inmediata en las relaciones personales y comerciales, y con las ventajas de realizar
transformaciones a nivel global a partir de los actos que se generen desde cualquier parte del mundo.
Las posibilidades de interconexión mundial existentes ofrecen oportunidades de desarrollo
económico y social sin precedentes. Sin embargo, estas posibilidades quedan en manos de unos
cuantos.
La ciudadanía se desarrolla a partir de la participación activa en la cuestión pública, por lo que se
trata de una forma de vida política y democrática compartida por aquellas personas que tienen un
reconocimiento formal de ciudadano en un determinado Estado (ANCHUSTEGUI, 2012).
Por lo tanto, un primer aspecto a tener en cuenta sobre la ciudadanía dentro de la era global es que
la posibilidad de su ejercicio rebasa su aspecto formal dentro de un orden político o un territorio
determinado (ANCHUSTEGUI, 2012; NIEDERBERGER, 2012; FLORENTINO, 2014), debido a las
exigencias de justicia social que demanda la realidad actualmente. De este modo, no es suficiente
tener el estatus de ciudadano dentro de un Estado sino que se es necesario contar con unas
condiciones mínimas de vida como lo es disponer de ciertos bienes, servicios o elecciones para ser
parte de una sociedad y no estar fuera de ella. Con base en este supuesto, “la ciudadanía debe
significar que todos están en situación de participar en la política democrática y tienen determinados
derechos […]” (NIERDERBERGER, 2012:144)
Además de ampliar la visión de la ciudadanía más allá de un estatus legal, se requiere visualizar el
resto de factores que se asocian a ella y que abren otras opciones para ejercerla a pesar de las
brechas sociales existentes. De esta manera, la ciudadanía se refiere al sentido de pertenencia a la
humanidad, lo cual hace que las personas experimenten sentimientos de solidaridad y
responsabilidad colectiva a nivel global (UNESCO, 2013). Asimismo, se define como una forma de
entender cómo funciona el mundo y cómo relacionarse con otras personas para actuar en él
(BRIGHAM, 2011). De este modo, la ciudadanía global remite a un sentido comunitario, en el que la
acción colectiva posibilita la comprensión mutua, la defensa de los derechos humanos de ser, hacer
y pertenecer, así como participar en las decisiones que afectan a todos para transformar aquellos
aspectos que impiden el ejercicio de los derechos más fundamentales. Entonces, la ciudadanía global
“no solamente es un concepto legal, sino moral, desde el momento en que todas las cosas
en el mundo actual dependen una de otra.” (ZAHABIOUN, et. al., 2013).
Por consiguiente, el cambio de perspectiva de una ciudadanía circunscrita a su estatus formal dentro
de un Estado a una ciudadanía global radica en la capacidad de entender el mundo, sentirse parte de
él y comprometerse con lo que afecta a otras personas en sociedades diferentes a la propia. De esta
manera, la ciudadanía global parte de un sentido de pertenencia a la comunidad humana a nivel
mundial, en donde se es consciente que lo que le sucede a otras personas atravesando las fronteras
afecta de alguna manera a uno mismo.
Para lograr este cambio de perspectiva hacia una ciudadanía global deben considerarse diversos
aspectos políticos, sociales y legales que permitan el cambio de una ciudadanía que ejercen unos
cuantos hacia una que se extienda a todas las personas. Una de las áreas de trabajo es la educación.
Sin dejar de lado la necesidad de trabajar conjuntamente con las diferentes áreas que implica el
cambio de perspectiva hacia una ciudadanía global, desde el ámbito educativo se forman a los
individuos en las capacidades, valores y conocimientos necesarios para dicho cambio.
Un concepto de ciudadanía que relacionado con el ejercicio de los derechos fundamentales
de todas las personas involucra procesos educativos inclusivos. Se trata de una educación
basada en diversidad cultural y social y que se lleva a cabo con la participación de todos los
involucrados, dentro del centro educativo y en el entorno. De este modo, la educación para
la ciudadanía no es solamente una asignatura que se enseña sino que se trata de una
perspectiva educativa que contempla diversas metodologías y contenidos que pueden ser abordados
de manera transdisciplinaria dentro de la educación formal y no formal
(FRICKE y GATHERCOLE, 2015; UNESCO, 2016). De acuerdo con esta perspectiva, la educación tiene
las siguientes características (FLORENTINO, 2004; ZAHABIOUN, et. al., 2013; UNESCO, 2013, 2015,
2016).
o Se propone transformar los procesos formativos para contribuir al logro de sociedades más
sustentables, justas e igualitarias en cuanto al disfrute de los derechos humanos.
o Involucra enfoques pedagógicos flexibles y orientados al conocimiento, comprensión,
análisis y resolución de problemas sobre acontecimientos globales en relación con las
culturas y experiencias locales.
o Se basa en una educación intercultural que fomenta la reducción de los prejuicios y la
capacidad para trabajar con personas de diferentes orígenes y culturas.
o Enfatiza los valores de respeto mutuo, convivencia pacífica y diálogo.
o Se basa en la participación de diferentes agentes sociales, y en la vinculación de las acciones
desde los ámbitos de la educación formal y no formal.
Uno de los aspectos fundamentales a considerar en la educación para la ciudadanía y la
inclusión social es el contenido curricular. Al respecto, se destacan contenidos relacionados
con la formación en valores, actitudes y habilidades de comunicación (UNESCO, 2013). La
característica de flexibilidad propia de los enfoques pedagógicos orientados a la educación
para la ciudadanía involucran una revisión constante de los contenidos y las estrategias que
se utilizan en relación con los objetivos de formación deseados (FLORENTINO, 2014). Por
lo tanto, se trata de proyectos curriculares contextualizados a las vivencias de los estudiantes, a las
dinámicas escolares y a las de su entorno inmediato, así como a los acontecimientos locales,
nacionales y mundiales.
Estas propuestas educativas son proyectos que se concretan en las realidades sociales donde se
insertan, adaptándose a las mismas. Sin embargo, existen contenidos generales a considerar en
relación con el propósito principal de contribuir a la construcción de sociedades más justas y
democráticas. Estos contenidos se refieren al conocimiento sobre la diversidad cultural, religiosa y
étnica; los valores universales de justicia, igualdad, dignidad y respeto; las competencias para pensar
de manera crítica, sistemática y creative desde diferentes perspectivas; las competencias no
cognoscitivas vinculadas con la resolución de conflictos, así como el trabajo en red y con diferentes
personas de manera colaborativa en búsqueda del bien común (UNESCO, 2016). Básicamente, se
trata de contenidos que pueden abordarse en diferentes disciplinas científicas o humanísticas de
cualquier nivel educativo, aunque se reconoce su importancia en los niveles básicos de formación
(UNESCO, 2013).
De esta manera, las actividades escolares enmarcadas en la educación para ciudadanía tienen la
finalidad de desarrollar competencias de pensamiento crítico, de diálogo y de convivencia; formar
en valores que fomenten la comprensión y el ejercicio de los derechos humanos en la propia sociedad
y en otras, así como estimular el conocimiento de la diversidad y sus aportaciones para el
enriquecimiento personal y social.
Así, educar para la ciudadanía en la era global requiere de la participación de las organizaciones
sociales, familiares, asociaciones civiles y culturales, tomando en cuenta que se trata de un proceso
de formación con contenidos transversales, contextualizado e integral basado en la acción conjunta
desde diferentes áreas que impactan en el desarrollo de las personas. Aludiendo a su dimensión
global, educar para la ciudadanía significa formar para la convivencia, desde la diversidad y con los
recursos locales con los que se cuenta, pero considerando que las personas no solamente tienen un
sentido vital dentro de sus ambientes sociales más próximos sino que son parte del resto de la
humanidad.
La construcción de una ciudadanía incluyente en contextos de desigualdad social implica la puesta
en práctica de acciones educativas que igualmente tomen en cuenta las características y condiciones
de vida de las personas. Con base en ello, se destacan cuatro aspectos de una educación inclusiva
para una ciudadanía incluyente. Estos aspectos son:
o la participación de todo el alumnado,
o la flexibilidad y adaptación de las propuestas educativas,
o el compromise del profesorado,
o la relación con la comunidad local e internacional.
Es preciso pues reconsiderar la finalidad de la educación a la luz de una concepción renovada del
desarrollo humano y social que sea a la vez justa y viable. Esta concepción de la sostenibilidad debe
tener en cuenta las dimensiones sociales, medioambientales y económicas del desarrollo humano y
las diferentes formas en que se relacionan con la educación: ‘Una auténtica educación es aquella que
forma los recursos humanos que necesitamos para ser productivos, seguir aprendiendo, resolver
problemas, ser creativos y vivir juntos y con la naturaleza en paz y armonía. Cuando las naciones
toman medidas para que una educación así sea accesible a todos a lo largo de toda su vida, se pone
en marcha una revolución tranquila: la educación se convierte en el motor del desarrollo sostenible
y la clave de un mundo mejor.’ La educación puede y debe contribuir a un desarrollo sostenible
mundial.
REPLANTEAR LA EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA EN UN MUNDO DIVERSO E INTERCONECTADO:
o Nuevas expresiones de la ciudadanía. La educación pública ha cumplido siempre una
importante función social, cívica y política, emparentada con la identidad nacional, la
creación de un sentimiento de comunidad de destino y la formación de la ciudadanía.
El concepto de ciudadanía alude a la pertenencia de un individuo a una comunidad política
definida dentro de un estado-nación. La ciudadanía como tal puede ser un concepto
discutido y susceptible de diversas interpretaciones, sobre todo en sociedades divididas.
Los derechos fundamentales derivados de la ciudadanía pueden serles rehusados a
grupos minoritarios, como los migrantes y los refugiados. En la actualidad, la definición
de ciudadanía sigue centrada en el estado-nación, pero el concepto y su práctica se están
transformando por la influencia de la mundialización. Las comunidades sociales y
políticas transnacionales, la sociedad civil y el activismo son manifestaciones de formas
emergentes ‘post-nacionales’ de ciudadanía. Al crear nuevos espacios económicos,
sociales y culturales más allá de los estados-nación, la mundialización contribuye al
advenimiento de nuevos modos de identificación y movilización fuera de los límites del
estado nacional.
o Fomentar la ciudadanía responsible y la solidaridad en un mundo globalizado. Corresponde
a la educación un cometido primordial del fomento del conocimiento que hemos de adquirir:
en primer lugar, un sentido de destino común con el entorno social, cultural y político, local
y nacional, así como con la humanidad en su conjunto; en segundo lugar, conciencia de las
dificultades que tiene planteadas el desarrollo de las comunidades gracias al entendimiento
de la interdependencia de los modelos que rigen el cambio social, económico y ambiental en
el plano local y en el mundial; y, en tercer lugar, el compromiso de participar en la acción
cívica y social en base al sentido de responsabilidad individual en relación con la comunidad,
a nivel local, nacional y mundial.
2) EN CONTRA
En la era de la globalización, la brecha social entre quienes están dentro y los que están fuera es cada
vez más amplia y crece a ritmos acelerados. Esto quiere decir que la cantidad de personas que viven
en la pobreza, la vulnerabilidad social, la corrupción, la acumulación de peligros, la humillación y la
negación a la dignidad es cada vez mayor ante los grupos de individuos que gozan de movilidad,
libertad de elección y múltiples opciones (BAUMAN, 2011). Al contrario de las ventajas que las
consecuencias de la globalización parecían tener para todos, se ha producido una nueva geografía
de la centralidad y la marginalidad (SASSEN, 2007) en el que los niveles de desempleo y pobreza se
incrementan (ANCHUSTEGUI, 2012), y en donde la asimetría estructural entre el Norte y el Sur, entre
los países más pobres y los más ricos tiene un notable protagonismo (GUERRA, 2012; ROMERO y
ROMERO, 2013). Por lo tanto, lo que se observa es la pérdida de derechos de las personas más
empobrecidas y con bajos salarios (SASSEN, 2016), así como las fracturas de la reglamentación que
anteriormente regulaba los derechos de los trabajadores, fomentando dinámicas de explotación y
precariedad (SASSEN, 2007). Este panorama de desigualdad tiene fuertes impactos en la cohesión
social y en las dinámicas de las sociedades, donde los perdedores de la globalización (PAUSCH, 2016)
no sólo quedan al margen del bienestar sino que son vulnerables a grupos extremistas o a la
delincuencia organizada, acrecentando la ruptura en el tejido social.
La principal consecuencia de la globalización ha sido el incremento de la desigualdad a nivel mundial,
lo cual ha impactado en las dinámicas sociales en todo el planeta. Las principales evidencias de esta
desigualdad se expresan en los siguientes puntos (SASSEN, 2007; BAUMAN, 2011; ANCHUSTEGUI,
2012, FLORENTINO, 2014):
o Concentraciones de poder económico en grupos minoritarios y focalizados, lo cual deviene
en el aumento del desempleo a gran escala y en mercados de trabajo fragmentados, donde
los bajos salarios para gran parte de los trabajadores es una constante. Por lo tanto, se ha
incrementado el sector no estructurado de la economía donde la flexibilidad y la
incertidumbre laboral y salarial es más frecuente.
o Aumento de la precariedad tanto laboral en aspectos como la vivienda, la salud, la educación
o la energía eléctrica. Una característica del modelo neoliberal que se ha adoptado en el
mundo global es la privatización. En ésta, los aspectos mencionados dejan de ser derechos
básicos y se convierten en bienes de consumo. Por lo tanto, su alcance depende del poder
adquisitivo de las personas.
o Inestabilidad e incertidumbre como una constante. La volatilidad de los mercados hace que
estos sean inciertos. Así, aquellos que son económicamente competentes luchan por no
perder su lugar, mientras que el resto se ocupa en vivir con los recursos disponibles. En este
contexto, los más empobrecidos son los que padecen en mayor medida la constante
inseguridad.
En el caso de la región de América Latina cabe destacar que ésta ha sido definida como la más
desigual del planeta (BLANCO y DUK, 2011; GENTILI, 2011). Al respecto, CEPAL y OXFAM declararon
que entre los años 2002 y 2015 las fortunas de los multimillonarios latinoamericanos crecieron un
21% anual, representando un aumento seis veces mayor de toda la región (RUÍZ, et., al., 2016), de
tal manera que para el año 2014, el 10% más rico de América Latina poseía 71% de la riqueza de la
región. Por otro lado, en el año 2014, la CEPAL estimó que 28,2% de la población latinoamericana
estaba en la pobreza y 11,8% en la indigencia. Asimismo, en 2013 estimó que los jóvenes de 20 a 24
años de edad con mayores ingresos habían concluido la secundaria, mientras que aquellos que no la
había concluido (34%) sólo contaban con la primaria concluida (ABRAMO, 2015).
La profunda desigualdad que se vive en la actualidad a nivel mundial evidencia las dificultades de
millones de personas para hacer efectiva su ciudadanía en las sociedades en las que se desenvuelven.