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ALEJANDRINA ESCUDERO
Una obra como el Palacio de Bellas Artes requirió, durante los diferentes periodos
en que se llevó a cabo su construcción, de un numeroso y variado contingente de
arquitectos, dibujantes, ingenieros, albañiles, artistas y funcionarios, entre otros,
por lo que larga sería la lista de las personas a quienes debemos el, hasta hoy,
más importante escenario del arte y la cultura en México. En este capítulo
abordaremos algunos aspectos de la vida de los dos arquitectos, que estuvieron al
frente del proyecto: su artífice original, el italiano Adamo Boari, encargado de la
obra entre 1902 y 1916, y el mexicano Federico E. Mariscal, quien de 1930 a 1934
logró, finalmente, concluir el edificio.
Boari era 18 años mayor que Mariscal, sin embargo, tuvieron varias cosas en
común, además de encargarse de la edificación del Palacio de Bellas Artes.
Ambos dieron clases de arquitectura en la Escuela Nacional de Bellas Artes, Boari
formó parte del jurado en algún concurso en el que Mariscal participó y los dos
asistieron al VII Congreso Internacional de Arquitectos, celebrado en 1908 en
Londres, por no citar una serie larga de actividades en las que los arquitectos
coincidieron. En 1928 Mariscal escribió el artículo “Arquitectos célebres en nuestro
país” y sólo incluye a dos representantes del siglo XX: Ramón Agea y Adamo
Boari.
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ADAMO BOARI: UN ARQUITECTO ITALIANO EN MÉXICO
Hace veinte años, cuando se conmemoró el 50 aniversario de la inauguración del
Palacio de Bellas Artes, empezamos a conocer más a fondo la vida del arquitecto
que lo concibió y construyó casi en su totalidad.
La juventud de un ingeniero
En Marrara, pequeño poblado de Ferrara, el 22 de octubre de 1863 nació Adamo
Oreste Boari, hijo de la pareja formada por Guglielmo Boari y Luigia Bellonzi. Una
fotografía de sus primeros años muestra un niño de ojos soñadores y aspecto
frágil, que aprendió sus primeras letras en un liceo de Ferrara. Concluida la
educación básica, en la Universidad de Ferrara estudió dos años de ingeniería
civil, pero abandonó la carrera porque lo atrajo más la agronomía, que cursó en el
Politécnico de Bolonia.
Sin embargo, a los 23 años, bajo las órdenes del ingeniero Amico Finzi, Adamo
tomó parte en la construcción de una troncal en Oggiono, poblado ubicado en la
frontera entre Italia y Austria. Sólo se ocupó un año de esta actividad ya que tuvo
que regresar a su pueblo natal para cumplir con el servicio militar.
Como muchos italianos quiso “hacer la América” y del puerto de Génova de donde
salían barcos repletos de compatriotas, se embarcó en el invierno de 1889 con
dos amigos: el marqués Ercole Mosti y Arturo Squarzoni. Su destino era el Cono
sur; una vez que recorrieron Argentina y Uruguay, los compañeros de aventura
regresaron a Italia, pero Adamo continuó con dirección a Brasil. En ese país
aprovechó su experiencia y colaboró en la construcción del ferrocarril Santos-
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Campiñas; se sabe también que realizó algunos proyectos para una Exposición
Universal. Desafortunadamente, en Río de Janeiro contrajo la fiebre amarilla, por
lo que se vio obligado a regresar a su país. Se estableció de nuevo en la casa
paterna, y sus estudios de ingeniería agrícola le permitieron impartir una cátedra
en la Universidad de Ferrara. No obstante, su deseo por recorrer mundo era firme
y debido a su estancia como profesor en esa institución consiguió un cargo oficial
con el fin de realizar un trabajo en Chicago.
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italiano dibujaba no eran los del nuevo Teatro Nacional de México sino los que
presentó en el concurso para la edificación del Palacio del Poder Legislativo en
1897.
En Estados Unidos, Boari participó en el Plan for a Municipal Building in the City
of New York, proyectó un edificio público en esa ciudad y realizó varios diseños no
identificados en los que firmó “Boari, Illinois stated. Illinois Licenced architect”.
Asimismo, estableció contactos con la comunidad italiana en México,
especialmente con familias que residían en el estado de Jalisco. El italiano se
encontraba con un pie en nuestro país y otro en Chicago. Entre 1897 y 1900,
realizó algunos proyectos: el Santuario, el altar de la capilla en el Hospital de
Nuestra Señora de los Dolores y la reconstrucción de la cúpula del templo
Parroquial en Atotonilco; El Sagrario y el Templo Expiatorio del Santísimo
Sacramento en Guadalajara. De este último sólo inició la construcción porque fue
terminado en la década de 1920 por el arquitecto Ignacio Díaz Morales.
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seudónimo de S. Georgious Equitum Patronus in Tempestate Seguritas. Antonio
Saborit argumenta que El Mundo Ilustrado declaró este proyecto su preferido:
El proyecto de Boari, por la manera en la que se proponía aprovechar los nuevos
sistemas y materiales constructivos y por la decisión estética que lo llevó a optar por
el eclecticismo arquitectónico, era todo un manifiesto en contra de la pretendida
pureza de la proporción, la simetría y el módulo neoclásicos. Así las cosas, su
fachada presentaba una combinación de las prioridades renacentistas en Italia y en
Francia, aunque dominaban las de esta última en atención al dominio parisino en el
gusto europeo del siglo XIX e incluía al águila mexicana tallada en sus vistosos
capiteles corintios. Y como en el Palacio de Justicia de Bruselas, coronaba el
proyecto un remate prismático en cuyos cuatro ángulos lucía una enorme estatua
ecuestre.
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existen plantas y fachada del “Proyecto de Adiciones y Reformas al Antiguo Teatro
Nacional” fechadas a principios de 1901.
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Mercado, en 1903, cuando éste fue nombrado su director. Casualmente impartían
la misma materia, y cuando Boari realizaba alguno de sus viajes lo sustituía el
mexicano y viceversa. En 1911, Rivas Mercado dejó la dirección de la Escuela y
Boari renunció a su cátedra. El estudiante Ignacio Marquina recordaba a su
maestro de composición: “Él llegaba violentamente a la clase, nos bromeaba y
empezaba a ver los dibujos de cada uno. Desde luego no nos tomaba muy en
serio, pero nos daba material para los concursos.”
En los primeros años del siglo XX, Boari publicó en El Mundo Ilustrado un amplio
artículo en el que mostraba su interés por nuestra arquitectura. Al hacer la reseña
de La arquitectura nacional y la arqueología, que Luis Salazar había presentado al
Congreso de Americanistas mostró su interés por la propuesta del ingeniero, que
se desarrollará más tarde en el nacionalismo de los años veinte: “Si México ha
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visto nacer y morir una arquitectura llena de originalidad, es posible resucitar en
nuestro país formas arquitectónicas eminentemente nacionales”. La disertación se
refería de manera especial a la adaptación de las formas antiguas al gusto
moderno, en lo que toca a los aspectos decorativos; desde la perspectiva de
Boari, de esa forma: “podrán renacer las creaciones exuberantes de los siglos
olvidados y de los primeros ingenieros aborígenes. Y México podrá así
enorgullecerse con justo título de no pedir prestadas inspiraciones para sus
monumentos, sino que tendrá una propia y verdadera arquitectura.” Estas ideas
las retomó tímidamente para algunas decoraciones exteriores del Teatro Nacional,
como el caballero águila, el caballero tigre y las serpientes emplumadas en los
arranques de las alfardas de los pórticos laterales; estos últimos se quedaron en
proyecto.
Desde que salió por segunda vez de su patria, a los 30 años, hasta el momento en
que presentó el proyecto del Teatro Nacional, Boari buscó el éxito profesional.
Parecía que en nuestro país lo encontraría, por lo que decidió construir una casa
en la nueva colonia Roma de la ciudad de México, cuyos palacetes pertenecían a
altos funcionarios, a nuevos y viejos ricos y a inversionistas extranjeros. En la
esquina que forman las calles de Jalisco (hoy Álvaro Obregón) y Monterrey, la
residencia destacaba de los revivals aledaños. Se trataba de un inmueble exento
de ornamentación y, a decir del propio arquitecto, “una casa moderna”.
Lamentablemente fue destruido; primero, en lo que era su jardín se alojó una
gasolinera y más tarde fue completamente demolida. “Su casa fue arrasada de
manera egoísta, torpe e innecesaria” comentó, en alguna ocasión, Francisco de la
Maza. Instalado en la capital, Boari se sentía completamente a sus anchas. No
hay más que ver una fotografía fechada en 1906: aparece un hombre todavía con
rasgos jóvenes, envuelto en un sarape de Saltillo, cómodamente sentado cerca de
una ventana.
Boari / Garita
Otro proyecto encargado a Gonzalo Garita y Adamo Boari en 1900 fue el de
reformas al antiguo Teatro Nacional (1844-1901). El primer año del siglo XX, el
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ingeniero se hizo cargo de la demolición del antiguo teatro, de la ubicación del
nuevo y de la destrucción de las fincas que estaban en pie en el terreno donde
éste se construiría. Sin embargo entre ambos profesionistas había diferentes
puntos de vista. Se trataba de repartir el trabajo; el arquitecto se encargaría
exclusivamente de formular los proyectos y el ingeniero de llevarlos a la práctica.
Hacia 1902 Garita estaba molesto porque Boari no respetaba los acuerdos y
quería intervenir en los asuntos administrativos y en los de carácter técnico;
además argumentaba que el italiano desconocía “los métodos generales de
construcción tanto en el país como en el extranjero”.
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Entre técnicos y artistas
Debido a su interés por contratar a los más importantes artistas y técnicos, Boari
puso gran cuidado en la elección de sus colaboradores, la mayoría extranjeros.
Para ello era necesario ir a sus estudios o despachos con el fin de conocer su
obra de visu, por lo que sus constantes salidas, entre 1906 y 1908 estaban así
justificadas. En Nueva York, en el número 16 de la calle Broadway, visitó la casa
Milliken Brothers, que se encargaría de la ejecución de la armadura metálica del
edificio y que más tarde tendría una sucursal cerca del teatro. En el número 336
de la misma avenida se entrevistó con el ingeniero William Birkmire, quien hizo los
planos, cálculos y especificaciones para la ejecución de la parte constructiva.
También visitó al ingeniero electricista Charles F. Smith, quien se encargaría de la
planta eléctrica y la ventilación. En Colonia, Alemania, contrató a los técnicos que
diseñaron y construyeron la maquinaria escénica con sus accesorios.
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presionarlo para que contratara artistas nacionales, como aquella ocasión en que
para satisfacerlos tuvo que encargar ocho obras para la fachada principal a varios
escultores mexicanos; poco tiempo después el arquitecto las retiró e hizo
desaparecer. Alguna fotografías de la época muestran esculturas femeninas
demasiado rígidas que contrastaban grandemente con el sentido de la forma curva
que privaba en el edificio.
Asimismo, Boari recorrió varias ciudades de Italia. Como los interiores contarían
con un conjunto de hierro ornamental y bronce con cerámica y terracota para
palcos y barandales de la sala y las galerías del hall, de acuerdo con los últimos
dictados de la moda, visitó en Florencia la casa Arte de la Cerámica Manifattura
Fontibuoni y la Fondería Pignone, que se había encargado de la herrería artística
de Correos.
En Italia también trató con la casa Walton Goody and Cripps, que reprodujo en
mármol de Carrara todos los detalles decorativos de las fachadas. Alexandro
Mazzucotelli, que tenía su taller “a la antigua” en la periferia de Milán, diseñó la
herrería del teatro.
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“halló una solución completamente nueva que señala el punto culminante de su
inspiración desenfrenada que era la característica de su mayor genio”. Además de
estos grupos, al escultor español se le encargaron las fuentes monumentales que
flanquearían la entrada del teatro. Apenas hubo terminado los modelos, Querol
murió el 14 de diciembre de 1907 y las fuentes nunca se realizaron.
Muy joven al momento de integrarse al equipo, Maróti fue el artista que más
trabajó para el teatro de Boari; presentó, a lo largo de varios años, múltiples
proyectos y modelos para las decoraciones interiores y exteriores. Se sabe que
visitó México en 1908, un diario capitalino publicó una caricatura de un joven con
una aureola desembarcando en el puerto de Veracruz.
La obra exterior realizada por el húngaro fue el remate de la cúpula. Para la sala
de espectáculos concibió y ejecutó otras dos obras magistrales, el gran plafón de
cristal que muestra a Olimpo con las nueve musas y el mosaico sobre el arco
mural del proscenio, que representa el arte teatral a través de los tiempos.
También preparó varias maquetas para la decoración de la cortina metálica,
basada en la idea de Boari de mostrar el Valle de México con sus volcanes.
Un año antes de cumplirse el plazo para la conclusión del teatro, los presupuestos
aprobados se habían terminado, debido a las pretensiones del arquitecto, ya que
la obra, conforme pasaba el tiempo, crecía en suntuosidad. No obstante, en 1907
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la Tesorería General de la Federación autorizó 2.5 millones de pesos más.
En 1908, año en que el Teatro Nacional debía concluirse se vivió una enorme
fiebre de trabajo pero, una vez más, el dinero se había agotado. Al año siguiente
se autorizó un nuevo presupuesto con la esperanza de ver terminada la obra antes
de los festejos del Centenario de la Independencia. Entre 1908 y 1909 las oficinas
del director, situadas en los terrenos del teatro, se llenaron de maquetas, modelos,
dibujos y fotografías: las fuentes monumentales, la cortina del teatro, el grupo que
remata la cúpula y los pegasos. Ahí recibía a periodistas, a quienes mostraba
orgullosamente los modelos de Bistolfi, Querol y Maróti; los más favorecidos eran
los enviados de El Imparcial. Después de visitar al arquitecto, los fotógrafos subían
a la parte más alta de la construcción para obtener algunas imágenes
panorámicas, ya que en ese entonces era el edificio más alto de la ciudad.
Y llegó la Revolución
El Teatro Nacional, que iba a ser uno de los edificios que engalanarían los festejos
del Centenario en 1910, no estaba terminado; a finales de ese año dio inicio la
Revolución, que llegó al teatro en marzo de 1912, cuando obreros y empleados
formaron un cuerpo de voluntarios para “la defensa de la dignidad nacional”. La
ciudad de México era un caos y Boari extrañaba a su patria y a su familia; envió a
Italia algunas fotografías para demostrarles que se encontraba sano y salvo, pero
tuvo que partir en octubre de 1911.
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El gobierno de Madero no interrumpió las obras iniciadas por el régimen anterior;
se convocó al arquitecto y a su regreso a México, después de una ausencia de
seis meses, tuvo que retirarse momentáneamente de la obra por enfermedad, por
lo cual su contrato sufrió algunas reformas de importancia. Al italiano se le advirtió
que se le reducirían los honorarios cuando, por enfermedad o cualquier otra
circunstancia, tuviera que ausentarse. Se tenía que reportar con un inspector que
fungiría como director interino, que también supervisaría los contratos, los pagos y
las gestiones técnicas y administrativas. De esa manera, Boari perdía poder y
control sobre su creación, por lo cual argumentó: “desde hace cerca de diez años
he trabajado con diligencia rehusando cualquier otro negocio profesional para
dedicarme a este edificio, el cual permítame, Señor Ministro, afirmar, es con
excepción de la Ópera de París, el Teatro más importante que se ha hecho.” Es
cierto que estaba dedicado en cuerpo y alma a la construcción, pero buscaba
cualquier oportunidad para marcharse a Europa.
Las presiones sólo hirieron su orgullo al publicar una convocatoria para buscar un
contratista que ejecutara las obras indispensables para poner el teatro al servicio
del público, a la brevedad, y de terminarlo después totalmente, con materiales y
trabajadores mexicanos. El llamado despertó el interés de capitales extranjeros y
mexicanos y a finales de 1912 la SCOP firmó un contrato, que no llegó a
realizarse, con la casa White de Nueva York para que, por su cuenta, se
encargara de concluir el inmueble; una vez terminado se le cubrirían los gastos
por medio de bonos. Al parecer no fue una propuesta atractiva para los
contratistas de Nueva York y se cancelaron las negociaciones.
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En marzo de 1914 presentó al ministro de Obras Públicas una especie de balance
de su trabajo. El proyecto estaba compuesto de 1072 planos dibujados en tela, sin
incluir las plantillas de tamaño natural ni las de la construcción metálica. Contaba
también con casi el mismo número de fotografías que habían registrado los
trabajos desde el inicio de la construcción. En el informe enumeraba las obras
terminadas y las pendientes y proponía un proyecto preparado por él a partir de
los apuntes y datos que había recogido durante su última estancia en Europa. Con
el fin de recaudar fondos para la conclusión, sugería que el gran vestíbulo se
rentara para una sala de cinematógrafo.
Entre 1913 y 1916 fueron constantes las solicitudes de fondos, sin que hubiese
respuestas favorables; los autorizados por la Tesorería eran mínimos y sólo
permitieron la realización de trabajos que parecían de poca monta pero ayudaban
a que en el interior del edificio se fueran terminando algunos detalles. Los últimos
avances importantes que se hicieron en esos años fueron el telón metálico y la
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pérgola, que unía al teatro con la Alameda. Los gastos originados sumaban un
total de 10 592 083.03 pesos.
Justino Fernández definió a Boari como “un artista con imaginación”, quien no
quiso arriesgar a la modernidad y aglutinó las tendencias arquitectónicas y
estilísticas en las que desarrollaba su trabajo; el italiano había legado a México
una “obra sincera”, cualidad de suma importancia en la arquitectura de esos
momentos.
En Roma, Boari se instaló en la Via Pariole 17, antes de decidir regresar a Ferrara,
donde poco tiempo después se presentaba como un conquistador de la América.
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Hombre maduro y con una familia formada por su esposa y dos hijas, María y
Manuela (Elita), deseaba echar raíces, aunque no dejaba de pensar en la
conclusión de su obra; buscaba establecer contacto con las autoridades
mexicanas o con los encargados de la construcción, pero pocas veces sus misivas
tenían respuesta. Las escasas noticias que recibía las firmaban algunos de sus
paisanos que continuaron trabajando para el teatro.
Boari nunca perdió el interés por terminarlo. Siguió enviando proyectos renovados
para concluir el edificio pero tampoco obtuvo respuestas favorables. En 1918
decidió editar un libro para dar a conocer su magna obra de México. El título fue
La costruzione di un teatro, en el que reprodujo fotografías de Guillermo Kalho y
los planos y dibujos más interesantes del inmueble. En la introducción daba a
conocer su genealogía. Elita, su hija menor, comentaba que la familia provenía de
la nobleza de Ferrara y que su padre se sentía muy orgulloso de sus orígenes. Por
ello no es de extrañar que en la presentación de La costruzione, el arquitecto
argumentara que Ercole I d’Este, duque de Ferrara (1471-1505), gran humanista y
“magnífico ingeniero”, haya sido quien montara el primer espectáculo teatral
nocturno en Italia, un “portento de ingeniería escénica, una maravilla de aparatos y
máquinas con sorpresas”. Además de su aportación a la mecánica teatral, Ercole
supo que un teatro es “un edificio vivo que se transforma, como si fuera una
síntesis construida de la vida humana”. De esa introducción hay que destacar que
Boari quiso dejar huella en el ámbito teatral y fue precisamente en su libro sobre
su gran obra de México donde se presenta como heredero del duque de Ferrara.
Aun así, la publicación no ayudó a impulsar la terminación de la obra.
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espectáculos. Las misivas iban en este tenor: “Yo quisiera servir a esa gran obra -
mi niño predilecto- con recientes energías y muchas facultades nuevas”. A pesar
de que Maróti ya era un artista destacado, la guerra había minado su espíritu y
quería salir de Europa, pero a la muerte de Carranza, se descartó su proyecto.
Además de Boari y Maróti había gente muy fiel al teatro. El portero Vicente vivía
ahí desde hacía muchos años y se encargaba de vigilar las tareas de
conservación cotidianas, recibir material y asesorar a los múltiples encargados de
las obras. Otro empleado, José María, vigilaba como lince el cuarto de maquetas y
se sentía orgulloso de posar para los periodistas cada vez que se lo pedían. Cabe
aclarar que ese lugar no sólo se guardaban materiales de la época de Boari, sino
algunos nuevos, como las maquetas de la sala de espectáculos.
Con la presidencia de Álvaro Obregón se revitalizaron, una vez más, las obras del
Teatro, ya que quería inaugurarlo en 1921, para las fiestas del Centenario de la
Consumación de la Independencia. El único trabajo de importancia que se hizo en
estos años fue la forja de las rejas faltantes, dirigida por el ingeniero mexicano
Luis Romero, quien se guió por los proyectos originales.
Via Pariole 17
Radicado en Roma y residiendo en la Via Pariole, el arquitecto no dejaba de
pensar en su teatro. En 1923 envió a las autoridades mexicanas un proyecto en el
que se proponían algunas modificaciones en la plaza y en 1927 les hizo llegar otro
en el que contemplaba alojar una Cineteca Nacional Mexicana en el inmueble. Al
arquitecto Benjamín Orvañanos, que fungía en 1924 como director de las obras
del teatro y con quien sostenía una constante relación epistolar, le encomendó:
“En tuas manos comiendo Teatrum”. Los más importantes trabajos que se
realizaron ese año fueron una nueva serie de inyecciones para endurecer el
subsuelo, así como la publicación sobre el Teatro Nacional escrita por Orvañanos
y presentada en un congreso de ingenieros.
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Asociación de Ingenieros Italianos, presidente de la Asociación de Arquitectos
Italianos y miembro de la Academia de San Lucas.
Este texto fue producto de su lectura sobre las recientes publicaciones que
circulaban en nuestro país sobre Yucatán y la región maya, a la que Boari definía
como el “Egipto del Nuevo Mundo”. Podría parecer desmedida esta aseveración,
sin embargo, dos años más tarde, un encabezado de El Universal afirmaba: “La
riqueza maya, superior a la de los faraones. Chichén-Itza. Emporio de la
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civilización precortesiana y antigua Meca de América”.
Le Chiese del Messico trata de un proyecto editorial encabezado por el Dr. Atl, en
colaboración con otros estudiosos sobre las iglesias de nuestro país. Seguramente
Boari recibió el plan completo de la obra, que al parecer constaba de cinco tomos,
de los que sólo se editaron dos. El escrito, teñido por la nostalgia, destaca la
riqueza de la arquitectura barroca mexicana, y lo lleva a hacer un paralelismo
entre la cultura italiana y la de nuestro país. “Extrañamente unidas encontraremos
en tales obras conceptos italianos y un sentimiento vivaz y originalísimo que
traspasa, a veces ingenuo, otras refinadísimo, las formas y los ornamentos, y que
emana del antigua alma de un pueblo: el mexicano”.
Así, en 1928 terminó Adamo Boari sus días: con un concurso sin ganador y una
obra inconclusa, la creación de un “artista con imaginación” que la historiografía de
la arquitectura mexicana todavía no valora suficientemente.
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Este escrito fue preparado a partir del acervo propiedad del ingeniero Antonio M. Ruiz Mariscal, a
quien agradezco su generosidad.
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imprimió un particular estilo, preocupado por seguir las pautas del momento y de
la tradición, en el inmueble fusionó el art-déco con motivos prehispánicos.
El hombre
Del matrimonio formado por Alonso Mariscal y Fagoaga, originario de la ciudad
Oaxaca, y Juana Piña y Saviñón, natural de Matamoros, Tamaulipas, nacieron
siete hijos: Mariano, Julián, Alonso, Luz, Nicolás, Carmen y el menor, Federico
Ernesto, que vio la luz el 7 de noviembre de 1881 en la ciudad de Querétaro,
durante la residencia de sus padres en esa ciudad cuando don Alonso trabajaba
como visitador de oficinas del timbre y jefe de Hacienda.
En 1906 Federico Ernesto contrajo matrimonio civil con Eloisa Abascal, joven
guanajuatense, hija de Diego Abascal y Balbina Ocejo. La ceremonia se realizó en
una casa ubicada en la esquina de Carpio y Naranjo, colonia Santa María la
Ribera. De las estrechas relaciones que la familia estableció con hombres públicos
e intelectuales prominentes, dan muestra los invitados y testigos del casamiento,
entre ellos Justo Sierra, secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes; Ramón
Corral, vicepresidente de los Estados Unidos Mexicanos y secretario de
Gobernación; Justino Fernández, secretario de Justicia, y los arquitectos Guillermo
de Heredia y Antonio Rivas Mercado. Los padres de Eloísa eran españoles de
Santander que habían emigrado al Nuevo Mundo. Don Diego se dedicaba al
comercio y con un modesto capital había podido adquirir algunos terrenos y
propiedades en la capital, en lo que serían las colonias Roma y Santa María la
Ribera. El primero de los incontables viajes que Mariscal hizo alrededor del mundo
fue el de su “luna de miel”; con el apoyo de su tío Ignacio y de su hermano
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Nicolás, pudieron Federico y Eloísa recorrer varios países de Europa.
En una casa que tenía la familia en la colonia Roma, en la calle de Colima 292,
vivieron su niñez y juventud los doce hijos que procrearon: Federico, Ernesto,
Alonso, Antonio, Carmen, Manuel, Enrique, Luz María, Eloísa, Diego, Carlos y
María Cristina. A todos los varones les brindó una profesión; a las mujeres no,
porque ellas “se tenían que dedicar al hogar y estar pendientes del marido y los
hijos”.
En 1953, la familia se mudó a una casa del recién urbanizado Pedregal de San
Ángel, en avenida de las Fuentes 247. Cuenta su hija Luz María que “fue la
tercera casa que hubo en el Pedregal, porque había puros terrenos baldíos”.
Después del trabajo, el arquitecto religiosamente llegaba a comer a casa a las tres
de la tarde, ocasión para ver reunidos a todos. La residencia tenía un gran jardín,
donde Mariscal había plantado doce árboles, uno por cada uno de sus hijos, y ahí
acostumbraba pasear después de la comida. Luego que cada uno hizo su vida,
los sábados, por lo regular, iban a comer con él. La casa del Pedregal se llenaba
entonces con sus doce hijos, los cónyuges y los 46 nietos que le dieron.
Mariscal era un hombre incansable. Desde que iniciaba el día comenzaba sus
labores, pues solía comentar “de una casa, lo primero que tiene que salir por la
mañana es el señor y la basura”. Por la tarde subía a su despacho en la parte alta
de la casa del Pedregal, dividido en dos secciones: en la primera se encontraba la
biblioteca con una mesa grande de trabajo y su escritorio; en la habitación
contigua, con vista a los volcanes, había dos restiradores y un mueble de planos.
Su hijo Antonio cuenta que “nunca se sentía cansado, caduco, sino que, cada
mañana, al levantarse con el alba, renacía en su alma, en su corazón y en su
cuerpo, la energía que sembraba durante el día”.
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El trabajo para Mariscal era una virtud, así les enseñó a sus alumnos y a sus hijos;
para Antonio su padre: “No entendía el triunfo profesional sin honradez y
sinceridad. Creía que el trabajo realizado dentro del marco de estas virtudes jamás
era semilla estéril.”
Por su parte, Mariscal escribió una monografía del pintor mexicano en 1918, año
de su muerte. Cuenta su nieto Antonio Ruiz Mariscal, que el retrato estuvo por
muchos años colgado en un extremo del comedor de la última casa que habitó,
que de hecho construyó y donde murió. Tras su muerte, Federico, el hijo mayor, lo
conservó.
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Herrera, arquitectura comparada; Antonio Torres Torija, resistencia y estabilidad
en las construcciones; Ramón Agea, contabilidad y administración de obras, y
Rivas Mercado y Adamo Boari, composición.
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fue el aparecido en el número de junio de 1903, que había obtenido el primer lugar
en un concurso de la Escuela de Bellas Artes.
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Presupuestos y Avalúos; Composición de Elementos de Arquitectura, y Teoría de
la Arquitectura. El arquitecto José Villagrán alguna ocasión comentó que el mérito
de Mariscal fue “inaugurar e implantar en nuestra Escuela y en nuestro gremio el
estudio de nuestra tradición arquitectónica y estimular el amor y la estimación que
hoy le profesamos.” La cruzada que emprendió fue a favor de que los arquitectos
estimaran, amaran y hasta imitaran “las arquitecturas que heredamos en nuestro
suelo: la precortesiana y en particular la virreinal”, afirma Villagrán. Mariscal
mostró gran respeto y cariño por el patrimonio monumental de nuestro pasado,
sentimientos que trató de infundir en las generaciones que formó.
La unión de las formas nuevas con la tradición era una de sus máximas, como lo
expresó en un discurso leído en La Habana en 1950:
…aseguran algunos la necesidad de borrar el pasado, a fin de que se obtenga ese
ideal que todos anhelamos, la forma: la arquitectura de nuestro tiempo. Profundos
filósofos explican cómo el hombre se caracteriza por una mezcla de tradición y de
progreso; porque ese […] progreso no puede ser, si no se basa en el más completo
conocimiento del pasado…
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Este universo bibliográfico es difícil de reunir, contiene muchos inéditos, ahora
perdidos, y ha sido escasamente explorado. La historiografía de la arquitectura
mexicana tiene una deuda con Federico E. Mariscal.
Aquí sólo nos referiremos, grosso modo, a las publicaciones más conocidas, lo
que permitirá ofrecer una idea de sus intereses reflexivos. Un libro que ha
resultado una referencia obligada en la obra escrita de Mariscal son los
resúmenes de las conferencias leídas en la Casa de la Universidad Popular
Mexicana, entre 1913 y 1914, y publicadas en 1915 bajo el título La patria y la
arquitectura nacional. Ilustró las ponencias con 550 proyecciones de fotografías de
Gustavo Silva, porque el arquitecto pretendía “despertar el más vivo interés por
nuestros edificios y dar a conocer y estimar su belleza, a fin de iniciar una
verdadera cruzada en contra de la destrucción.” La gran campaña que había
echado por tierra gran parte del patrimonio monumental del virreinato se había
iniciado poco después de la promulgación de las Leyes de Reforma y continuado
hasta principios del siglo XX, cuando la frase “¡Demoler para construir!” parecía
una consigna. Mariscal se preocupó porque ésta no continuara, emprendió la
batalla en sentido opuesto y promovió el conocimiento del patrimonio monumental
del pasado en sus clases y en sus escritos.
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sobre la Catedral y el Sagrario Metropolitano, y una clasificación de las “obras
arquitectónicas típicas de la capital y sus alrededores”.
Otra obra que aborda el patrimonio monumental de esa época fue La arquitectura
en México. Iglesias, proyecto iniciado en 1907 por Genaro García para
conmemorar el primer centenario de la Independencia; estaría compuesto por
varios tomos, que comprenderían la “Historia de la arquitectura y el mueble en
México, en forma más bien gráfica que escrita, la cual se dividiría en arquitectura
civil y religiosa…” La Revolución vino a interrumpir tan vasta labor editorial y sólo
se publicaron dos tomos: el primero en 1914 y el segundo de 1932, en el que
Mariscal escribió la introducción y las noticias histórico-descriptivas de siete
iglesias, seis del siglo XVIII, ejemplares del churrigueresco, y la séptima, el
Carmen de Celaya. Siguiendo la idea original, se trata más bien de un libro gráfico,
que incorpora 135 fotografías.
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Asimismo llama la atención el volumen Estudio arquitectónico de las ruinas mayas:
Yucatán y Campeche, publicado en 1928, resultado de un viaje que hizo
comisionado por la Dirección de Arqueología. A pesar de los valiosos estudios que
le antecedieron, Mariscal afirmaba:
…no se ha llegado todavía a abarcar el estudio arquitectónico de conjuntos y
detalles con la amplitud, exactitud y método que son necesarios para que los
arquitectos puedan establecer la génesis y evolución de la arquitectura maya,
conociendo los elementos fundamentales, los tipos constructivos, las variadas
formas o partidos decorativos, etc.. Además, se debe resolver de manera definitiva
hasta qué punto pueden aprovecharse esas notables ruinas, en la creación de una
arquitectura americana o nacional en nuestros días.
Arquitecto constructor
A pesar de lo abundante de la obra arquitectónica de Federico E. Mariscal, sus
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trabajos son poco conocidos y valorados. Su currículum reseña más de 130
inmuebles proyectados y construidos, entre iglesias, teatros, edificios públicos y
casas habitación. Algunos de ellos están permeados por este pensamiento: “vivid
la vida de hoy, procurad en vuestras obras hacer patentes los adelantos de la
época […] pero no odiéis el pasado; aprended de él las lecciones eternas que nos
han legado en sus indiscutibles obras arquitectónicas”.
En la década siguiente destaca el Teatro Esperanza Iris. La actriz era muy amiga
de los Mariscal y solicitó al ingeniero Ignacio Capetillo y al arquitecto Federico
Mariscal el proyecto y la construcción de un teatro propio, ante las dificultades
para conseguir escenarios para sus operetas. Al año de haberse empezado las
obras, el 26 de mayo de 1918 se inauguró el recinto, hoy conocido como Teatro de
la Ciudad, con asistencia del presidente Venustiano Carranza, destacadas
personalidades y miembros de las principales familias de la sociedad de la época.
En una nota sobre la inauguración del teatro, El Universal Ilustrado destacaba: “El
Esperanza Iris tiene enorme parecido con el Hipódromo de New York, siguiendo el
mismo sistema de anfiteatros, que resuelve el mayor cupo y la visibilidad de todos
los puntos de la sala. Costó cerca de medio millón. Operarios y materiales han
sido casi todos mexicanos.” La familia Mariscal tuvo palco propio y sus miembros
procuraban no perderse las funciones de la reina de la opereta.
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sus jardines, el cambio del monumento hipsográfico (1925), la construcción del
tercer piso de Palacio Nacional (1926) y la apertura de la avenida 20 de
Noviembre (1934). Pero la obra que completaría la unidad de la Plaza debía
sujetarse al estilo virreinal, según lo establecía el decreto que declaraba a la Plaza
de la Constitución “zona típica” de la ciudad. De la memoria del edificio se extrae
esa idea:
Se procuró continuar con el estilo hispano-mexicano en las fachadas, simplificando y
corrigiendo las disposiciones del antiguo edificio en forma de que no se note
contraste con este, pero tomando en cuenta, en el nuevo, las exigencias modernas y
los preceptos arquitectónicos fundamentales. Así, aunque los elementos empleados
corresponden al estilo hispano-mexicano de nuestro siglo XVIII hay la simplificación
y a la vez la riqueza que requiere un edificio de Gobierno de la época actual.
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de los conocimientos adquiridos, a la altura que le corresponde por sus
antecedentes y por su importancia.” En otras notas periodísticas sobre el
Congreso destacó la participación de Carlos Contreras, que acababa de egresar
de la Columbia University, y quien presentó un proyecto de Planificación de la
República Mexicana, el cual fue transcrito casi en su totalidad en ese diario.
Desgraciadamente, sobre la participación de los otros mexicanos no encontramos
noticias. Esa fue la primera comisión de Mariscal en actividades relativas a la
ciudad, más tarde fue miembro fundador de la Oficina de Catastro de la ciudad de
México y del Plano Regulador.
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de los cuarenta-, destacaban la urgencia de “deshacer esos monstruosos grupos y
crear, por una descentralización, los grupos pequeños que puedan vivir una vida
cómoda, íntima… sin los tormentos de las grandes urbes modernas”.
La carrera de arquitecto
Mariscal participó en la fundación de dos instituciones gremiales mexicanas. A los
25 años fue secretario fundador de la Sociedad de Arquitectos Mexicanos:
A lo largo de su trayectoria profesional alienta la vida de esa Institución, de la que
llega a ser presidente durante dos periodos. Al crearse en México la Ley de
Profesiones, Mariscal lucha denodadamente para enmarcar, dentro de la ley, la
profesión de arquitecto y, una vez más, demuestra su fe en ella al ser electo
Presidente fundador del Colegio de Arquitectos de México (CAM) en el año de 1945.
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relaciona con una cuestión de vital importancia para la carrera de arquitecto en el
arranque del siglo XX; Villagrán lo describió así:
Cuando [Mariscal] entraba como profesor de nuestra centenaria Escuela, contaba
ésta con una treintena de alumnos. Nuestra profesión de arquitecto se confundía
con la de ingeniero. Un eclecticismo anacrónico y exótico hacía seguir, en las
creaciones, formas de otros lugares y tiempos históricos. En 1918, el grupo de
arquitectos que pertenecía a la Sociedad de Ingenieros y Arquitectos renunciaba
para fundar la de Arquitectos; tras una dura lucha que se reflejaba muy poco
después en memorables discusiones tenidas en pleno Consejo Universitario, donde
el maestro Mariscal y uno o dos más sostuvieron el peso de la defensa de nuestra
profesión como diferente a la del ingeniero, y en 1929 pugnaba el grupo por una
reglamentación de las profesiones, lograda al fin muchos años después.
El arquitecto y la palabra
A las facetas diversas de Mariscal hay que añadir su interés por la palabra, otra
forma específica en que se manifiesta la actividad del pensamiento. Además de su
pasión por la poesía, de sus dotes de gran conversador daban fe sus amenas
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clases como profesor y sus infatigables charlas, donde siempre con esa facilidad
que le caracterizó, salpicadas de instructivas, persuasivas y finas ironías, que
siempre eran celebradas y recordadas. Se comentaba que: “La de él era la
conversación enjundiosa y a la vez amena del hombre de vasta cultura para el que
cualquier tema le es familiar.”
Este hombre que manejaba las palabras con arte no estuvo ajeno a aquellos
fragmentos de “sabiduría popular” vertida en los refranes. Lo recuerdan sus hijos y
demás familiares por la prontitud con la que acudía a esta forma para expresar un
pensamiento, una enseñanza, una enmienda, una aseveración, en fin un valor
comprimido: “La amistad no es para definirla, ni compararla, es para sentirla y
disfrutarla”.
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Comenta su nieto, Antonio, que tal vez lo más importante de los refranes fuese
que, en su momento y como parte de la tradición oral que toda familia tiene,
“sirvieron su propósito educando y ayudando a fincar valores que hiciesen de sus
descendientes hombres y mujeres de bien.”
A Sáenz y Pani también se les debe la terminación de las dos obras inconclusas
del porfiriato: el que iba a ser el Teatro Nacional, ahora Palacio de Bellas Artes, y
el aprovechamiento de la estructura cupular del Palacio del Poder Legislativo que
se convertiría en el Monumento a la Revolución. En este proyecto de
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transformación de la capital, Mariscal intervino como arquitecto de la conclusión
del Palacio de Bellas Artes.
En realidad, desde 1921 existía el interés en que se usaran los espacios del
enorme hall, que en el proyecto de Boari iba a ser la sala de fiestas, como salas
de exposiciones, idea que más tarde fue desarrollada por Mariscal, cuando en
1930 fue comisionado por el presidente Pascual Ortiz Rubio para ejecutar un
proyecto para la conclusión de las obras del Teatro Nacional.
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espectáculos y sus dependencias y un “Palacio de Exposiciones”, por lo que
cambiaba radicalmente el programa original.
Entre 1930 y 1931 no se logró iniciar los trabajos por falta de presupuesto. En
1932 el ingeniero Alberto J. Pani revisó cuidadosamente la propuesta de Mariscal,
visitó las obras, y consideró el proyecto incompleto, porque a su parecer no
aprovechaba totalmente el edificio. Esto, aunado a las inquietudes del ingeniero
por reorganizar las instituciones oficiales destinadas al fomento y desarrollo del
arte, lo llevaron a concebir el edificio como un Palacio de Bellas Artes, institución
nacional de servicio social, que fomentara y difundiera el arte de una manera
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directa, “nacida de las aspiraciones y necesidades de la nueva sociedad.” Así,
entre 1932 y 1934 se gestó y realizó el nuevo concepto, teniendo como
antecedentes los proyectos de Antonio Muñoz y Federico E. Mariscal,
El final de la jornada
Múltiples homenajes y reconocimientos le fueron rendidos a Federico E. Mariscal,
en vida y después de que falleció. En todos se señalaron sus grandes méritos
como hombre y profesional de la arquitectura. En 1950 recibió un homenaje de la
Universidad de La Habana, cuando le otorgaron la investidura de “Profesor
Honoris Causa”. En la ceremonia, celebrada el 15 de abril en aquella ciudad, hubo
varios discursos, uno de ellos pronunciado por el decano de la Facultad de
Arquitectura de esa institución y otro del propio Mariscal, que iniciaba así:
Yo no tengo más títulos que el de haber sido profesor de la Facultad de Arquitectura
de la Universidad de México por espacio de 46 años, y haber dedicado todo el resto
de mi tiempo a ejercer la profesión de arquitecto, proyectando y dirigiendo edificios,
estudiando, leyendo y releyendo viejos y nuevos libros, viajando por distintos
continentes para admirar las obras de arquitecturas que han hecho célebres a los
hombres, a los países y a las épocas.
Como era costumbre en él, el discurso continuó con una serie de observaciones a
manera de consejos dirigidos a los jóvenes arquitectos, en los que siempre fijaba
su interés.
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galardón para los miembros del gremio, y un busto de Minerva. Una nota de El
Nacional va acompañada de una fotografía donde aparece Mariscal flanqueado
por Pedro Ramírez Vázquez, presidente de la SAM; Nabor Castillo, rector de la
UNAM, y su hijo Alonso Mariscal, en esos momentos director de la Escuela
Nacional de Arquitectura.
Federico E. Mariscal Piña vivió hasta los 89 años de edad y murió en agosto en
1971 en su casa del Pedregal, rodeado de sus hijos y nietos.
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