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a. Homenaje y saludo
Santísimo Padre: al empezar estos ejercicios espirituales, que tengo el honor de predicar ante
Vos y vuestros ilustrísimos colaboradores, quisiera expresar mi más profundo homenaje y
amor a la persona de su Santidad. Debo decir, no obstante, que éste no es solo mi saludo
personal. Incluye también a todos aquellos con quienes estoy unido de modo particular y que
su recuerdo, con sus plegarias y con sus sacrificios se han comprometido a apoyar
espiritualmente mi humilde servicio de la Palabra en estos días de ejercicios espirituales, y
no solo a mí, sino también a todo mi ilustre auditorio, con Vos, Santísimo Padre, en primer
lugar, con los señores cardenales de la Santa Iglesia romana, los reverendísimos arzobispos,
obispos y carísimos hermanos en el sacerdocio.
Bien sabemos que la oración de toda la Iglesia cada día y siempre se concentra en
torno a la persona de Pablo, como en otro tiempo, en los albores de la Iglesia, se concentraba
en torno a la persona de Pedro (Hech. 12, 12-17)
En los próximos días nos acompañará de manera particular la oración de la Iglesia de
Polonia, de la que Yo traigo aquí las expresiones de la más profunda comunión de fe, de
esperanza y de amor, como un invisible fundamento, mediante el cual estamos siempre
unidos al sucesor de Pedro.
De modo especial traigo aquí el corazón de la Iglesia de Cracovia, de la que,
Santísimo Padre, el Espíritu Santo (Hech. 20,28) por vuestra voluntad me hizo obispo y
pastor.
Con el homenaje, pues, de la antigua Iglesia de Cracovia –la cual está viviendo en
este tiempo el noveno centenario del servicio pastoral de san Estanislao en aquella sede
episcopal- y en el nombre de Dios y bajo los auspicios de la Virgen Inmaculada, Madre de la
Iglesia, honrada por nosotros como Virgen Negra de Czestochowa, de san José, de los santos
apóstoles Pedro y Pablo y de nuestros santos patronos, comienzo –según vuestro deseo,
Santísimo Padre- estos ejercicios cuaresmales.
b. Salmo 139 (138)
¡Oh Yavé!, tú me has examinado y me conoces,
Tú conoces cuándo me siento y cuándo me levanto,
Y de lejos entiendes mi pensamiento.
Disciernes cuándo camino y cuándo descanso,
Te son familiares todas mis sendas.
Pues aún no está la palabra en mi lengua,
Y ya tú, Yavé, lo sabes todo.
Me envuelves por detrás y por delante
Y pones sobre mí tu mano.
Sobremanera admirable es para mí esta ciencia,
Demasiado sublime para poder comprenderla.
¿dónde podría alejarme de tu espíritu?
¿adónde huir de tu faz?”
(Sal 139 (138), 1-7.)
1
Dios, déjame conocerte
2
Intercambio maravilloso
“¡Pruébame, ¡Señor, y conoce mis inquietudes!” La existencia humana es una
preocupación –escribe Martin Heideggr-. La más profunda de todas y la más noble, y también
la que más concuerda con la atmosfera de los ejercicios espirituales, es justamente la que nos
indica el salmista: “Mira si mi camino es torcido y condúceme por las sendas de la
eternidad.”
El “Noverim me”3 de Agustín, junto con el “Noverim te”, traza la estructura
fundamental de los servicios espirituales, la naturaleza propia de ese particular “impulso
hacia…” que se hace sentir en cada uno de nosotros y que es obra de ese motor escondido –
“Deus absconditus4” (Is 45,15)- al que tan a menudo nos dirigimos: “Sine tuo Numine nihil
est in homine, nihil est innoxium…”5.
En estas semanas en la iglesia polaca se organizan numerosos ejercicios espirituales:
no solo los parroquiales con ocasión de la cuaresma, sino también ejercicios dirigidos
exclusivamente a la juventud, que manifiesta la necesidad de ellos. A menudo el número de
quienes desean participar en los ejercicios supera nuestras muy modestas posibilidades de
organización, como ha ocurrido, por ejemplo, este año en mi archidiócesis con los alumnos
del último curso de bachillerato. Las plazas eran solamente dos mil, pero las solicitudes las
superaban con mucho. Lo mismo ocurre en verano con el movimiento de los Oasis. Muchas
veces hablo con estos jóvenes, escuchando con gran interés sus experiencias, y debo decir
que todas gravitan en torno a una comprobación fundamental: los ejercicios son para ellos en
primer lugar una experiencia del encentro con Dios y a sí mismos, que comporta el nuevo
descubrimiento del sentido de la vida. Y esos jóvenes de los que estoy hablando proceden
muy frecuentemente de las “grandes tinieblas” que los rodean, tinieblas construidas por todo
el sistema laicizante y antirreligioso de la educación oficial.
3
Déjame conocerte
4
Dios se oculta
5
Sin ti no hay nada inocente
El cántico de Simeón
“Han visto mis ojos tu salud…” con esta frase concluimos nuestra jornada, pensando en la
Luz que Él es para nosotros. Y damos gracias y expresamos nuestro gozo de poder caminar en esta
Luz, de poder ver nuestra vida y la de los demás en esta Luz, y en ella plasmarla siempre de nuevo,
servirla sin escatimar fuerzas y vivir para ella sola.
También hoy damos gracias así, porque confiamos en que los ejercicios espirituales nos
permitirán en el ámbito aún más luminosos de esa luz, que iluminó los ojos del anciano Simeón.
Recitando, sin embargo, las palabras de su cántico, no podemos perder de vista las palabras
siguientes que dirigió a la madre del Niño:
"Este está puesto para caída y elevación de muchos en
Israel, y para ser señal de contradicción -. ¡y a ti misma una
espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al
descubierto las intenciones de muchos corazones." (Lc 2,
34-35)
He relacionado estas palabras de Simeón con su maravilloso canto profético, aunque no las
recitemos en completas; y lo he hecho porque quiero ponerlas aquí de relieve. Veo en ellas el hilo
conductor de nuestras meditaciones. ¿No incluyen en una síntesis maravillosa estas palabras,
pronunciadas ante el Niño Jesús, lo que nos afecta profundamente y tan de continuo nos preocupa?
¿no son un signo particular de nuestros tiempos, o, al menos, la clave para entender los diversos
síntomas de la vida moderna, de los cuales se ocuparon el concilio Vat. II, el sínodo de los Obispos
y continuamente se ocupan la santa sede y todos los obispos junto con el Pueblo de Dios? ¿No son
acaso estas palabras una particular definición de Cristo y de su Iglesia? SIGNO DE
CONTRADICCION…
Es preciso observar que de este signo de contradicción Simeón pasa directamente a la Madre
y se dirige a su corazón, vinculando la contradicción, que se refiere al Hijo, con la experiencia interior
de la Madre: “Y una espada atravesará tu alma” Simeón concluye su discurso profético con una frase
un tanto enigmática, pero al mismo tiempo llena de contenidos: “… para que se descubran los
pensamientos de muchos corazones”
Durante todos estos días trataremos de salir al encuentro de todas estas palabras, al encuentro
de la verdad que ellas encierran. Que la “luz para iluminación de las gentes” nos acompañe en este
nuestro empeño espiritual. Que esta luz nos haga fuertes y capaces de aceptar y amar la entera Verdad
de Cristo, de amarla tanto más cuanto más la contradice el mundo.