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En 2004 pronuncié un discurso ante la Kneset —el Parlamento israelí— en el que hablé
de la Declaración de Independencia del Estado de Israel. La califiqué de “fuente de
inspiración para creer en los ideales que nos hicieron dejar de ser judíos y nos
transformaron en israelíes”, y proseguí diciendo que “este documento extraordinario
expresaba este compromiso: ‘El Estado de Israel se consagrará al desarrollo de este país
en beneficio de todos sus pueblos; se fundamentará en los principios de libertad, justicia
y paz, guiado por las visiones de los profetas de Israel; reconocerá la plena igualdad de
derechos sociales y políticos a todos sus ciudadanos, con independencia de su religión,
raza o sexo; garantizará la libertad religiosa, de conciencia, idioma, educación y
cultura”.
Los padres fundadores del Estado de Israel que firmaron la Declaración veían en el
principio de igualdad la piedra angular de la sociedad que estaban construyendo.
También adquirieron el compromiso —tanto ellos como nosotros— de “procurar la paz
y las buenas relaciones con todos los países y pueblos vecinos”.
Setenta años después, el Gobierno israelí acaba de aprobar una nueva ley que sustituye
el principio de igualdad y valores universales por el nacionalismo y el racismo.
Me llena de profundo pesar tener que repetir exactamente las mismas preguntas que
planteé hace 14 años cuando me dirigí a la Kneset: ¿Podemos pasar por alto la distancia
intolerable que separa la Declaración de Independencia prometida de los hechos, la
distancia entre la idea y la realidad de Israel?
Catorce años después, sigo creyendo que, a pesar de todas las dificultades objetivas y
subjetivas, el futuro de Israel y su puesto en la familia de los países ilustrados dependerá
de su capacidad para cumplir la promesa de los padres fundadores tal como la
consagraron en la Declaración de Independencia.
Sin embargo, nada ha cambiado verdaderamente desde 2004. Por el contrario, ahora
tenemos una ley que confirma la condición de la población árabe como ciudadanos de
segunda clase. Por consiguiente, se trata de una forma muy evidente de apartheid. No
creo que el pueblo judío haya vivido 20 siglos, la mayor parte de ellos sufriendo
persecución y soportando crueldades sin fin, para ahora convertirse en el opresor que
somete a los demás a sus crueldades. Precisamente esto es lo que hace la nueva ley. Por
eso, hoy me avergüenzo de ser israelí.