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No es necesario insistir demasiado sobre lo que es suficiente claro a cada cristiano, es decir, la

importancia que Dios da a guardar la unidad del Espíritu. Es verdad que “esforzándoos” falla en dar
la fuerza real de la palabra empleada por el Espíritu de Dios. “Esforzándoos” es una expresión que en
el lenguaje común es habitualmente aplicado a lo que los hombres tratan de cumplir, aun si ellos no
tienen la esperanza de realizar. Ellos sienten que pueden fallar, pero por alguna razón (ellos) tratan o
se “esfuerzan” en hacer esto o aquello. Tal no es el significado de la palabra aquí, sino más bien poner
celo o atención y realizar lo que ya es verdad, dando diligencia a “guardar la unidad del Espíritu en el
vínculo de la paz”. Como sea, esto muestra que no es un mero esfuerzo en alcanzar, sino que es la
sinceridad en mantener lo que se tiene en vista.

Porque la Unidad del Espíritu es para la fe un hecho que subsiste; y el guardarla es nuestro deber
presente. No es que tengamos que hacer una unidad propia, o que Dios hará esto para nosotros en
el cielo; es aquí y ahora que el Espíritu ha formado esta unidad y el guardarla es claramente nuestra
responsabilidad sobre la tierra.

No dudo que hay mucho que aprender de lo que realmente es, “la unidad del Espíritu”. No es
solamente la unidad de nuestra parte, tampoco es la unidad del cuerpo, sin embargo este es un
resultado del Espíritu Santo, quien bautizó en un cuerpo a todos los creyentes, sean judíos o gentiles,
esclavos o libres. Esto muestra el agente Divino, la fuerza eficiente; y el poder de la unidad, el Espíritu
Santo; pero esto supone e incluye el “un cuerpo”, que en sí mismo es positivo y permanente, una
realidad que a menudo es incorrectamente expresada. Escuchamos en el lenguaje y escritos de los
hombres de “romper el cuerpo”, cosa nunca hallada en la Palabra de Dios. Como un hueso de Cristo
no debía ser quebrado, así el cuerpo de Cristo, la Iglesia, no puede serlo. “Hay un cuerpo y un Espíritu,
y una esperanza de nuestro llamamiento”. Éstas son las verdades vitales, permanentes e invariables
en esa nueva relación. Como seguramente un Espíritu ha sido enviado del cielo, hay sólo un cuerpo
sobre la tierra; pero lo que los miembros del cuerpo son llamados a guardar es la unidad del Espíritu.

No es como algunos interpretan esto, la unidad de nuestros espíritus, donde el Señor guía a uno y
todos en comunión con el Padre y con el Hijo, esta es sin duda, una cosa muy justa, deseable y
bendita en su lugar, enseñada más bien en Juan 17:21-22 que aquí; “Que todos sean uno” en el
evangelio de Juan, se refiere a nuestro levantamiento por gracia sobre todo lo que nos mantendría
aparte, uno en el Padre y en el Hijo. Así el Señor pidió por nosotros al Padre para que podamos ser
caracterizados por esta unidad. Pero en la escritura ante nosotros, como en los escritos de Pablo
generalmente, al menos, donde el “cuerpo” es introducido, ésta es otra verdad ligada a los mismos
objetos, pero a la vez no contrarios, sino el permanente y bendito hecho que Dios ha establecido una
unidad para su propia gloria por la presencia de Su Espíritu, quien nos ha unido a Cristo, nuestra
exaltada cabeza en el cielo.

Desde Pentecostés existe sobre la tierra una unidad divina: no solamente un conjunto de individuos
llamados por gracia, sino que hechos uno por el Espíritu de Dios.

De este modo existe una corporación Divina sobre la tierra, si me es permitido usar esta expresión.
Esta sociedad Divina aquí abajo no es formada por la voluntad de las personas que la componen,
aunque por supuesto, sus corazones, si son justos e inteligentes, responderán a la gracia que les
unió. Pero la Iglesia o Asamblea de Dios está formada por la voluntad de Dios; como fue dispuesto
por Su gracia, es también hecha real por Su poder, siendo el Espíritu Santo el realizador de esta
bendita unidad. Entonces el Espíritu de Dios por esta misma razón tiene el más íntimo y profundo
interés en manifestar esta unidad para gloria de Cristo conforme al consejo del Padre. Ésta es llamada
la unidad del Espíritu; pero nadie imagine que puede inteligentemente guardar la unidad del Espíritu
y olvidar por un momento, en principio o en práctica, el “un cuerpo de Cristo”.

UNA UNIDAD DEMASIADO AMPLIA: RELAJAMIENTO

Hay, ciertamente, varias formas en que los santos pueden fracasar en realizar o guardar esta unidad;
pero dos son las más comunes, sin embargo en direcciones opuestas. La primera es establecer una
unidad más amplia que la del Espíritu; la segunda es hacer una unidad menor. Puede haber
relajamiento mundano de una parte, o mero partidismo por otra; y el peligro es tan grande que sólo el
Espíritu de Dios puede mantenernos mirando a Cristo por su Palabra. Cualquiera que pueda ser el
objeto o excusa; la voluntad del hombre está en el fondo obrando en oposición a la voluntad de Dios.
En el primer caso los hombres son inclinados a hacer una más amplia unidad, pues insisten en juntar
en ella más allá de los miembros del cuerpo de Cristo, reconocen como de Cristo a personas sin el
adecuado fundamento para ello. ¡Que deshonor para Su bendito Nombre! No hablo de la debilidad en
acreditar a alguno si es supuestamente verdadero, sino de la deliberada intención a aceptar y tratar
como perteneciendo al cuerpo de Cristo, a personas que ni ellas mismas profesan ser sus miembros,
y que evidentemente no han pasado de muerte a vida. Roma ha hecho así en su dominio medieval,
los cuerpos orientales Griegos, Nestorianos, etc., no son mejores, ninguno más que la iglesia católica
ante el gran cisma que los separó. Todos ellos han buscado y recibido el mundo por medio de
ordenanzas carnales, aparte de la fe y la recepción del Espíritu. La Reforma, mucho como ésta hizo,
en ninguna forma rectificó este error radical. El Protestantismo rechaza a la mujer gobernando sobre
las naciones, pero, ignorante de la unidad del Espíritu, estableció en cada lugar, donde su influencia
se extendió, su propia e independiente religión establecida por ley.

Tal es el bien conocido principio de los cuerpos nacionales, donde quieran que se encuentren, ya sea
en Inglaterra, Escocia, Alemania, Holanda. Ellos profesan recibir a todas las personas decentes en
los distritos y parroquias. Esto es confesadamente una religión para cada individuo y no tiene la
intención o el deseo de incorporar solamente a los miembros del cuerpo de Cristo. Nacimiento o
conexiones locales son suficientes excepto haya allí un abierto escándalo. No hay exigencia de vida
o fe, todavía menos del don del Espíritu Santo, como antiguamente Hech.11:16-17. Éste es más el
modelo que Israel presenta, no la iglesia donde no hay judío ni gentil, siendo todos uno en Cristo. Esto
es una cuestión de la vida familiar y de límites geográficos y las personas no son israelitas o paganos
si reconocen la religión cristiana; estando en lo que comúnmente se llama una iglesia nacional ¿No
es claro que en una iglesia nacional no se puede guardar la unidad del Espíritu? Uno puede ser un
verdadero cristiano, y un hijo de Dios, pero no está allí el pensamiento, ni la posibilidad para un
miembro de una iglesia nacional guardar la unidad del Espíritu. Ellos hablan de la iglesia de Inglaterra,
no de la iglesia de Dios en Inglaterra: todavía menos contemplan a todos los que son de Cristo sobre
la tierra.

El hecho es que, escapando de Babilonia, ellos han venido al conocimiento de una unidad
completamente diferente y opuesta a la del Espíritu. Ellos han establecido una unidad que, si realizada
con completo éxito comprendería a toda la nación, salvo quizás a estos que evitan toda muestra de
religión. Notoriamente, no obstante, en cada lugar y en casi cada familia, puede haber personas de
más o menos respetabilidad moral, amables, quienes no son nacidos de Dios y evitarían pretender
ser miembros de Cristo, si no son mal guiados a demandar el lugar sobre un fundamento ritual.
Muchos de estos evitarían ser llamados “santos” y no dudarían de aplicar la palabra como un término
de reproche a hijos de Dios que no se avergüenzan de llamarse a sí mismos lo que son.

Los que obran de este modo no son santos, excepto usted pueda honestamente concebir a un
creyente así sumergido en tinieblas para despreciar la designación de Dios para sus hijos. Usted
puede estar seguro que si uno piensa y habla así no anda como conviene a un santo. Ahora si un
hombre no es lo que la Escritura llama un santo, él ciertamente no es un cristiano, excepto para el
juicio de Dios de su vana profesión. ¿No es claro que un cristiano es un santo y una buena parte
más?, hay santos en tiempos del Antiguo Testamento, hay santos antes de la cruz de Cristo, pero
¿Son ellos cristianos así llamados? Un cristiano es un santo después de la redención, uno que es
separado para Dios por la fe del evangelio, en el poder del Espíritu Santo, sobre el fundamento de la
obra de Cristo. Lo que sea que él haya sido naturalmente antes, Dios le ha vivificado juntamente con
Cristo, habiéndole perdonado todas sus ofensas y ahora, traído por la sangre de Cristo, él se acerca
a Dios como un hijo; él es también un miembro del cuerpo de Cristo.

Éstas son las personas que en el vínculo de la paz son llamados a guardar la unidad del Espíritu,
rechazando todo lo que pueda falsificar esa unidad. No es solamente que el espíritu, interiormente, y
la conducta exterior, deban ser convenientes, que de momento es verdadero, pero si las afecciones y
andar son así siempre excelentes, sería una seria cosa anular o pasar por alto la expresión de esa
unidad. ¿No deshonra a cada creyente, reconocer otra unidad que aquella del Espíritu? Si reconoce
la unidad del nacionalismo, iglesias de estado, ¿No está claro que está lejos del fundamento sobre el
que la Escritura pone a los santos? ¿Cómo un nacionalista puede estar guardando la unidad del
Espíritu? Él puede conducirse como un verdadero hijo de Dios, puede en general tener un andar digno
de todo respeto y amor, y ciertamente él debe ser un objeto de tierno interés para cualquier creyente
celoso en guardar la unidad del Espíritu. Porque si es verdadero a su llamamiento, ellos deben orar
por la libertad de todos los hijos de Dios, por quienes no están siguiendo la voluntad, ni la Palabra de
Dios.

Incuestionablemente quienes reconocen una unidad que reconoce a la carne, sobre la base de ritos
disponibles a todo el mundo, están sobre un fundamento más amplio que el del Espíritu, y no pueden
estar andando en acuerdo con esto. La verdadera unidad es exclusiva y excluyente de toda otra
unidad; usted no puede servir a dos maestros, o amos, no puede tener una doble comunión. La unidad
del Espíritu no admite rival.

UNA UNIDAD DEMASIADO ESTRECHA: SECTARISMO

Pero hay otra forma de alejamiento de la verdad que puede estorbar a los hijos de Dios en guardar la
unidad del Espíritu. Ellos pueden hacer mal uso de la doctrina o disciplina, pueden formar una unidad
no sólo en hecho sino en principio y propósito, más estrecha que el cuerpo de Cristo. ¿Están estos
sobre el fundamento de Dios? No. Ellos pueden públicamente realizar su propia forma de gobierno o
pueden privadamente tener un sistema de reglas, sin embargo no escrito, que excluyen a santos tan
piadosos como ellos mismos que no aceptan estas reglas. Aquí tenemos una secta. Sus decretos no
son los mandamientos de Dios, aun así estos han venido a ser tan autoritarios como la Palabra de
Dios, o como es usual, todavía más ¿De qué vale que pretendan que no tienen reglas, cuando
introducen condiciones desconocidas de comunión, aquí rígidamente, allá relajadamente, conforme
al capricho de sus guías o de quienes están bajo su influencia y autoridad? Cualquier cosa de esta
naturaleza toma la forma, no exactamente como la del Nacionalismo, sino del sectarismo, que (en vez
de ampliar sus límites), más bien busca dividir a estos que debiesen estar juntos, haciendo su
comunión como un medio de expresar su diferencia de sus hermanos y de ninguna forma permanecer
juntos sobre esa unidad que es de Dios. Este es el principio del Sectarismo; y si ellos conocen más,
son más culpables que los disidentes comunes.

Bajo este encontramos a los hijos de Dios, a menudo dispersados a través de la presión de disciplinas
equivocadas y cuestionables, o de indebida presión de doctrina, si no de falsa doctrina. Algunos
prefieren una comunión que es claramente Arminia, o decididamente Calvinística. Algunos presionan
vistas particulares en cuanto a la venida y Reino de Cristo; otros en cuanto al ministerio, ancianos,
obispos, otros en cuanto al bautismo, etc. Estos legisladores eclesiásticos parecen no estar
conscientes que con su abuso de estas doctrinas hacen imposible guardar la unidad del Espíritu en
el vínculo de la paz, ellos mismos están equivocados, si no en sus vistas y apreciaciones, lo están en
la forma que ellos las presionan.
Detrás de estas aberraciones públicas de la voluntad de Dios, acerca de Sus hijos, se encontrará que
hay causas predispuestas que entristecen al Espíritu y estorban la verdadera percepción espiritual del
creyente. Los tropiezos más comunes y más personales fluyen del estado del alma, a través de la
ignorancia de un evangelio pleno. El pecado, en estas circunstancias, nunca ha sido plenamente
juzgado ante Dios, y consecuentemente la libertad (Rom.8:2) es sólo parcialmente conocida. Menos
está allí el poder del Espíritu en su aplicación de la muerte de Cristo al yo en la práctica. Quizás el
perdón de pecados como una cosa completa ha sido débilmente comprendida, como es aparente el
sentimiento de la necesidad de un nuevo recurrir a la sangre de Cristo, o (como otros ponen esto) de
un constante proceso de limpieza, que se fundamenta sobre una mala comprensión del tiempo
presente en 1ª Jn.1:7, reduciendo esto, ignorantemente, de su alcance moral, a una cuestión de
tiempo. Otros tienen una completa, superficial y falaz visión del mundo, como si todo en éste fuese
ahora completamente consagrado al cristiano por la cruz de Cristo, por el contrario, el cristiano es
crucificado al mundo como el mundo es crucificado a él.

La carne y el mundo siendo de este modo juzgados inadecuadamente, conforme a la Palabra de Dios,
el corazón no está en comunión con Dios, tocante a todo el ser del cristiano. Aunque puede haber allí
absoluto celo por las almas y la gracia perdonadora de Dios comprendida, y verdadero y ferviente
amor para que Cristo sea honrado, la naturaleza todavía tiene aún un amplio lugar y la Palabra y el
Espíritu de Dios no gobiernan absolutamente el corazón para separarlo a Quien está ahora en los
cielos. En una tal condición ¿Cómo se puede esperar que las almas se formen un sano y espiritual
juicio de la Iglesia? Complicado como está todo ahora a causa de su ruina. Ellos valoran la ciencia, la
filosofía, que exaltan la carne, tanto como las asociaciones que permiten la comodidad y honor del
mundo. De la falta de inteligencia en la palabra de Dios y del débil sentido de comunión con el Padre
y el Hijo, faltan en juzgar el presente siglo malo, y están absorbidos en sus propias cosas, están
consecuentemente en peligro de ser las víctimas de prejuicios. No dan a Cristo su debido y supremo
lugar en una forma práctica; tampoco libremente se levantan sobre el amor fraternal, a la más pura
atmósfera de amor conforme a Dios, en cuanto a preocuparse por la Iglesia como el cuerpo de Cristo,
y esto desinteresadamente. No están preparados para romper plenamente con la vana tradición que
se ha generado bastante en la cristiandad, como fue antiguamente en el judaísmo. Ellos eluden las
seguras consecuencias que, indudablemente y a través de la obediencia de la verdad, deben traer
sobre cada uno que es obediente al Señor. El ojo no es simple, y por lo tanto no está lleno de luz; el
camino es incierto, la palabra parece difícil y el peligro parece estar ligado a la fe que sigue al Señor
a toda costa.
INTELIGENCIA NO ES PRUEBA PARA LA RECEPCIÓN

¿Faltaremos entonces de la prudencia, y requeriremos una medida de inteligencia antes de la


recepción? Éste es justo el peligro que debe ser permanentemente evitado, y tratado como un error
en principio, si, un pecado contra Cristo y la Iglesia. Si hay algo que nos impulsaría a hacer la más
sectaria de las sectas, es exigir, de las almas que vienen y buscan comunión, un justo juicio en cuanto
a verdades poco conocidas por los santos, el misterio de Cristo, o en particular, el “un cuerpo”, más
difícil todavía para ellos, como lo es en la práctica por secciones saliendo de la actual condición caída
de la cristiandad.

Nunca fue tal requerimiento escuchado, ni cuando la iglesia comenzó, y la presencia del Espíritu Santo
era una cosa completamente nueva. Los santos eran recibidos sobre la confesión del nombre de
Cristo, habiendo dado Dios a todos el mismo don, su sello y pasaporte. La inteligencia estuvo sobre
la parte de los que reconocían la dignidad de ese Nombre y el don del Espíritu, en cuanto a ellos
mismos en el comienzo. ¿Demandaron ellos inteligencia de la iglesia como una condición de
comunión? Esto habría probado realmente su propia falta de inteligencia y habría sido contrario a la
causa por la cual Cristo murió, reunir juntos en uno a los hijos de Dios dispersos.

La ruina presente de la iglesia ¿Ha alterado este principio divino? El firme fundamento de Dios
permanece, pero con este sello “Conoce el Señor a los que son suyos; y apártese de iniquidad todo
aquel que invoca el nombre del Señor”. Lo que lleva Su Nombre es semejante a una casa grande con
vasos de deshonor, de los cuales el hombre debe limpiarse para ser un vaso de honor, útil al Señor y
preparado para toda buena obra. Si el estado público es malo el imperativo es ahora una fidelidad
individual a Cristo, la unidad no debe estorbar esto, tampoco obligar al cristiano a unir el nombre del
Señor con la injusticia, la pureza personal debe ser seguida también, y esto no aisladamente, sino
seguirla con aquellos que invocan el nombre del Señor con corazón puro. No hay una sola palabra
acerca de exigir inteligencia eclesiástica, sino que estos que “invocan”, son santos reales en un día
de relajamiento y hueca profesión.

En el último día “la última hora” de Juan, vemos cuán fuertemente el Espíritu de Dios, insiste sobre
los primeros principios “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo es nacido de Dios...”. En presencia
de muchos anticristos, Cristo permanece y es la piedra de toque. El Espíritu mantiene Su persona, la
verdad en cuanto a Él, sin ninguna vacilación. Añadir algo, es quitar de Él, es deshonrar Su santo
Nombre.

Pero iré más lejos. Tomo la esperanza del retorno del Señor Jesús. Ustedes saben cuán importante
es para los cristianos estar esperando en verdad y corazón por Cristo desde el cielo; pero
¿demandaría usted que aquellos que buscan comunión en el nombre del Señor Jesús comprendan y
confiesen esa esperanza antes de que ustedes los reciban en el Señor? ¿No sería esto una secta?
sea que su aserción de la esperanza cristiana sea justa, y que la persona que busca la comunión sea
ignorante de este tema, ¿pero quién lo autoriza a usted o a otros a ponerse en la puerta y prohibir su
entrada? Quizás por mantener un pensamiento errado, él puede pensar que el cristiano, como el
judío, o el gentil en Apoc. 7, tiene que pasar a través de la Gran Tribulación. Admitimos que él
comprende poco el lugar del cristiano por no ver su unión con Cristo en el cielo, que es ha sido dado
a conocer por el Espíritu en este día. Entonces él está en confusión y no sabe que el Señor vendrá y
tomará a los Suyos antes de los días de esa terrible retribución que está viniendo sobre el mundo. Él
puede un compartir los pensamientos de hombres como algunos en Tesalónica y caer en el engaño
de tratar de escapar a la Gran Tribulación. Y también demasiado ocupado con la profecía, ellos han
perdido o nunca han conocido la verdadera esperanza de la venida de Cristo; y donde de quiera que
estamos absorbidos con alguna cosa, sea profecía, o la iglesia, o el evangelio, más que con Cristo,
¿qué sino la gracia puede impedir que nos alejemos y extraviemos?

¿Entonces es innecesario el conocimiento de la verdad o el crecimiento en la inteligencia espiritual?


De ninguna manera; pero es falso y vano requerir esto como una condición preliminar, que los santos
que buscan comunión conforme a Dios deban cumplir. Ayudarles, instruirles, guiarles es un verdadero
servicio aunque difícil y arduo; lo otro es sectario y equivocado.

CRISTO EL ÚNICO CENTRO (DEMANDAS OPUESTAS)

Si hay alguno que aboga por tan gran alejamiento de la Escritura y especialmente de la verdad
característica de la Iglesia de Dios, que muestre su nueva invención en oposición al Señor, para que
otros también puedan temer. Cristo siempre permanece como la prueba, el sólo Centro, a quién el
Espíritu nos reúne. Lo que el Señor declaró justo antes que la Asamblea comenzara queda más
verdaderamente manifiesto, ahora que Él es deshonrado en la casa de sus nuevos amigos, no menos
que en la de sus antiguos: “el que no está por mí, es contra mí, y el que conmigo no recoge
desparrama” Mt.12:30. Es imperativo para el alma de uno estar con Cristo, de manera de agradar a
Dios y no deshonrar a su Hijo; ahora es el momento, privilegio y deber de reunir, tanto como el deber
y obediencia individual; y quien no reúne con Él, sólo dispersa cualquiera que sean las apariencias
que puedan indicar lo contrario.

Él, el rechazado, una vez muerto, ahora levantado y glorificado, Cristo quien es el sólo centro de
atracción; ahora entonces, la señal de Su muerte en el partimiento del pan es igualmente la señal del
“un solo cuerpo”; que en efecto niegan quienes, restringen esto a pocos, rechazando a los muchos,
es decir, todos a quienes Cristo contempla y recibe. Él no ha perdido esto, tampoco Él aprueba tal
cosa en su Palabra, y si no es autorizado por Él, esto no es más que un partido, y una restricción
arbitraria, que no rechaza sólo lo vil, sino que también lo precioso.

De este modo la tendencia directa es forzar y desmoralizar a los creyentes; porque lo que se busca
no está de acuerdo con la Escritura y donde no hay esa convicción, existe una ciega sujeción a un, a
menudo, infeliz consentimiento, una apariencia de comunión, que no es más viva, sino muerta. El
Espíritu que hemos recibido no es, de temor, sino de poder y de amor y dominio propio; y en ninguna
forma endosa, apoya o recomienda, lo que es de este modo realizado, bajo la presión o influencia
humana. La consecuencia es terrible: un premio a los más cerrados y ambiciosos espíritus, quienes
ahora más que nunca quisieran mantener las riendas. La destrucción del principio moral en tales (y
ellos son muchos) que buscan silenciar su desaprobación del movimiento como un todo, ya sea por
ligarse a los líderes, o al adherirse al mayor número, que ellos libremente llaman “unidad”. Proteste
(dicen, pero quédese, no se separe) es decir ¡Proteste!, pero solamente en palabra. Esto nosotros lo
consideramos como el penoso compromiso de sinceros evangélicos; ¿No los vemos en una posición
donde no deberían estar? Esto es cualquier cosa, menos verdad y justicia; y es llamada ¡Unidad!

Allí está toda la diferencia entre la verdad y el error; por un lado, entre la consistencia de la unidad del
Espíritu para la gloria de Cristo, realizada en santidad y gracia conforme a su Palabra; y por el otro el
equivocado abuso de la unidad de partido empeñado en la división con violencia, que rehúsa la
humillación y ruego para detener el mal y declara la Escritura innecesaria para sus demandas y
justificación.

Ningún santo inteligente pediría una carta de mandamientos, eso sería ser semejante a un judío;
ninguno espera ahora que circunstancias modernas y pasajeras sean nombradas en las Escrituras;
hablar como si algo semejante debiese buscarse, es evadir y condenarse uno mismo más todavía.
¿Dónde está el principio escritural para volver una diferencia local como una cuña, para producir una
división universal? Más allá de cualquier controversia, cuando una cuestión es levantada, con una
dispersión a través de todo el mundo como la penalidad, todos quienes aman la iglesia están obligados
a asegurarse que la cosa es de Dios y conforme a su Palabra.

Algunos de nosotros podemos recordar tal prueba más o menos 30 años atrás, en 1845. Pero
entonces la cuestión era si consentíamos en hacer de un verdadero o falso Cristo una cuestión libre,
abierta al juicio de la conciencia individual. Esto lo rechazamos con horror, cuando una compañía de
santos se adhirió a sus líderes (aún cuando ellos ignoraron el juicio de la asamblea donde el mal
ocurrió), recibiendo a conocidos adherentes de un probado maestro anticristiano, entonces los tales
negaron formalmente su responsabilidad a juzgar solemnemente esto por sí mismos.

Esta no fue una prueba humana. Somos divinamente mandados a rechazar a cualquiera que no
trajese la doctrina de Cristo (2 Jn.) Esto va más allá del trato debido a quienes actúan
independientemente o forman una secta. No es un error eclesiástico, sea este real o grave, lo que
podría justificar tal rigor.

Pero la verdad fundamental en cuanto a Cristo demanda esto. Debemos esto a quien es nuestro
Señor, quien murió por nosotros, cuya gloria es guardada en Su Palabra como ninguna otra cosa.
Decir que entonces fue una cuestión de la cabeza, Cristo, ahora del cuerpo, en vista de poner ambas
cosas sobre un mismo nivel, es falta de fe en Él, y falta de inteligencia en la Palabra. Esto es indebida
e impía exaltación de la iglesia y no sólo una equivocación espiritual, sino una evidente excusa para
producir sectarismo. Nosotros nunca habríamos estado autorizados a haber actuado como lo hicimos
en 1948-49, si Cristo no hubiese sido blasfemado.
OBSTÁCULOS HUMANOS A LA UNIDAD DEL ESPÍRITU

Esto me lleva al punto principal, que ahora deseo enfatizar. La Unidad del Espíritu abarca no sólo al
inteligente sino al más ignorante de los hijos de Dios; ésta contempla el cuerpo de Cristo y todos los
miembros en particular. Porque quienes creen en el evangelio de salvación, tienen el Espíritu Santo
en ellos y son miembros del cuerpo de Cristo. Ellos por tanto son responsables de andar en esas
relaciones que la gracia les ha dado a todos. Como miembros del cuerpo de Cristo, ellos están
obligados a guardar diligentemente la unidad del Espíritu. Hay cuerpos nacionales y sociedades
disidentes que tienen dentro de ellas muchos, por no decir, la gran mayoría de los hijos de Dios; y
estos sistemas, por demandar ser iglesias, son una gran perplejidad al creyente. El mal de partidismo
que se mostró en los primeros días, no sólo se repite, sino que obra con creciente agravación. No
obstante, la gracia fortalecerá a quienes buscan hacer la voluntad de Dios conforme a sus verdaderas
relaciones. Éste es el hombre impulsado por el enemigo, que pone grandes dificultades y estorbos,
en apariencia insuperables, para que los hijos de Dios puedan ser tentados a abandonar la verdadera
voluntad. De hecho, cada fiel siervo del Señor debe buscar, sino por eliminación de estos obstáculos
al mínimo, ayudar a los hijos de Dios a vencerlos. En un día de creciente confusión, el constante
esfuerzo del enemigo es engañar, y hacer parecer desesperanzador el guardar la unidad del Espíritu.

Debemos considerar si estamos usando diligencia en guardar esa unidad en paz. No dudo que hay
disposiciones internas o requisitos para realizar ésta en justicia. Algunos dicen que el misterio debe
ser conocido. No dudo de la importancia de tal inteligencia, esto tiene su tiempo y lugar, pero de esto
el apóstol no dice una palabra. ¿Qué es lo que dice él? “Con toda humildad y mansedumbre”. Tales
son las dignas cualidades que el apóstol busca en quienes deben o debieran guardar esta unidad.
¿No es bueno probar nuestras almas, para ver si nuestra confianza está en las palabras del apóstol
o en teorías humanas? Que podamos cultivar tales formas de gracia en nosotros mismos, dándoles
un lugar de importancia sobre otros en vista a un andar digno de nuestro llamamiento.

No podemos dudar que es sólo en esta condición, podemos guardar debidamente la unidad; no en
prisas ni duramente, tampoco en impaciencia hacia otros o en confianza y complacencia propia, sino
con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, perdonándoos los unos a los otros en amor, hay
necesidad de todo esto; ¿Es esto menos indispensable ahora que estamos en mayores dificultades?
Entonces no hubo perplejidad a través de rivales, tampoco competidores por ser la asamblea de Dios
sobre la tierra. El principal estorbo estuvo adentro, ahora están éstos y otros obstáculos ¿Estoy
conectado con alguna asociación que ignora el un cuerpo y el un Espíritu? ¿Estoy ligado a algo que
sistemáticamente se opone a esta unidad? No es cuestión solamente de que algunos se hallan
deslizado encubiertamente; porque lo fatal no es que el mal entre, sino que éste sea conocido y
permitido ¿Qué cosas malas no entraron en la asamblea en los días de los apóstoles? Pero Dios
reconoce la unidad como el Espíritu en tanto haya allí el verdadero propósito de corazón, en
dependencia del Señor y conforme a su Palabra, de limpiarse del mal. No es la entrada o cantidad del
mal, que destruye la asamblea, sino la continua aceptación de éste, bajo el nombre del Señor, a pesar
que éste es conocido.

Pero Dios no aprobará en Su asamblea la toleración de algún mal; y más todavía, no importa cuál sea
su forma o medida, debe ser juzgado como inconsistente con Su presencia. La Asamblea es columna
y baluarte de la verdad ¿Cómo puede entonces la falsedad ser una materia de indiferencia en la casa
de Dios? Cristo es la verdad, y sin controversia, grande es el misterio de la piedad. Esa debe ser la
causa de la intolerancia en la iglesia de lo que deshonra a Cristo. La levadura no debe ser tolerada
donde la fiesta de Cristo, el Cordero pascual, es guardada. Un poco de levadura, leuda toda la masa
y ésta no debe ser tolerada; sea moral, como en 1ª Cor.5, o doctrinal, como en Gál.5. Si un hermano
se caracteriza por corrupción o insolencia, por actos completamente opuestos a la verdad y carácter
de Cristo y la misma naturaleza de Dios, él debe ser excluido de Su asamblea.

PACIENCIA Y FIDELIDAD

¿Qué debe hacerse entonces si encontramos juicios y principios obrando que abren, estrechan y
realmente contrarrestan la unidad del Espíritu? ¿Qué hacer si pruebas no escriturales son presionadas
en cuanto a dejar fuera deliberadamente a las almas, al menos tan piadosas como ellos mismos?
¿Qué si la conciencia hacia Dios no es respetada, si no hay más lugar para la libertad del Espíritu y
la responsabilidad al Señor Jesús? Fuese esto solamente la opinión de una o más, la que fuese
sostenida sin forzar ésta sobre otros, no habría allí suficiente fundamento para resistir. Sería triste ver
a los santos preocupados con sus pequeñas teorías en la presencia de Cristo y su Palabra que
permanece para siempre. Ordinariamente bastaría expresar lamentos y protestas contra, lo que uno
puede creer inconveniente entre cristianos; porque somos llamados a la paz y a la paciencia, como
también a la fidelidad. Si Ud. encuentra en otros lo que no puede aprobar ¿No nos aconseja la
Escritura paciencia mirando a la vez a Cristo?

A los hijos de Dios, llamados sin embargo, al goce y expresión de Cristo, habitualmente se les
demanda el ejercicio de una larga paciencia y gracia; como usted mismo necesita también
ampliamente la paciencia de sus hermanos. No puede esperarse seriamente que quienes componen
la iglesia de Dios pierdan el carácter de una familia, con sus padres, jóvenes y niños, para imitar un
ejército bajo ley marcial. Ordenes de regimiento está lejos de lo que la Escritura prescribe a la iglesia
de Dios, donde, en vez de un estándar de regulaciones, la absoluta variedad prevalece, grandes y
pequeños, débiles y fuertes 1ª Cor.12.

La Escritura nos dirige, en la forma en la cual los elementos extraños, si entran deben ser tratados;
como hay multiformes males que pueden buscar un fundamento, así hay Escrituras a aplicar a cada
caso, desde una privada reprensión a una censura pública, o como último recurso poner fuera de
comunión. Quienes causan divisiones y tropiezos deben ser evitados; los facciosos, después de una
segunda advertencia, deben ser rechazados; los desordenados puestos a un lado; los que pecan,
reprendidos ante todos; el malo, puesto afuera. Reserva y reprensión tienen su aplicación, no menos
que la sentencia extrema de poner fuera. Tampoco uno negaría la justa práctica de declarar fuera a
quienes se han retirado obstinadamente rechazando toda advertencia, o a quienes audazmente
desprecian y niegan una asamblea reconocida y establecen otra reunión y hacen así de la advertencia
difícilmente más que una forma. La menor excomunión no fue todavía inventada, es decir, el declarar
fuera extendido de manera a abarcar hermanos que no tenían intención de ir fuera: una conveniente,
pero inescritural forma de librarse de aquellos sobre quienes se tiene resentimiento. Seguramente
cualquier cosa que sea hecha conforme a la clara enseñanza de la Palabra de Dios si es el
mandamiento del Señor, la iglesia tiene sólo que obedecer. Tomo por hecho que me dirijo a cristianos
que creen en la suficiencia de la Palabra escrita; como en la suprema autoridad de Quien la escribió
para nuestra guía por el Espíritu de Dios. El desarrollo es la incredulidad en la voluntad del hombre.
Dios no ha dejado nada para ser añadido. La iglesia está bajo las órdenes del Señor. Si la iglesia
reconoce a alguno, es porque el Señor ya le ha reconocido; si la iglesia pone fuera a alguien, lo hace
simplemente como haciendo la voluntad del Señor. La iglesia no tiene autoridad independiente para
legislar, sino que es llamada a creer, pronunciar y ejecutar la Palabra. Por esto mismo, en todos los
casos la iglesia tiene que recordar que ella debe estar sujeta al Señor. Él debe ordenar, ella obedecer,
este es su lugar, de privilegio y deber. Desde el momento que la iglesia coloca argumentos o pruebas
inescriturales, ella toma el lugar del Señor, hay una práctica asunción, si, una virtual negación de Su
autoridad. El resultado es formar una secta en alejamiento de la unidad del Espíritu.
Los apóstoles, establecidos primero en la iglesia, son modelos de humildad cristiana. ¡Cuánto más
entonces debe cada verdadero siervo de Cristo cultivar esto en estos días! Si alguno piensa ser profeta
o espiritual, reconozca que las cosas escritas son mandamientos del Señor. Su misma sujeción a la
Palabra del Señor probará la realidad de su misión. Es de primera importancia para nuestras almas
ahora; porque los peligros y perplejidades están constantemente brotando y afectan a los santos
donde quiera que ellos puedan estar, no menos a quienes están reunidos a su Nombre.

Ninguno piense que esto es menospreciar a estos admirables hombres a quienes el Señor usó en
días pasados. Tengo sincero respeto por hombres como Lutero, Calvino, Farel, etc. A pesar de las
debilidades de cada uno. Sería niñería encontrar faltas en Tyndale, Crammer, e idealizar a Melancthon
y Knox. Todos ellos eran de semejantes pasiones como nosotros mismos y si estamos dispuestos a
estudiar sus vidas y trabajos, hay amplios materiales para criticarlos y así como con otros hombres
de Dios en nuestros días. Pero ¿Es de Cristo velar por lo que pueda no ser de Cristo? Las faltas son
fácilmente vistas; se necesita el poder del Espíritu para andar, no en sus tradiciones, sino en su fe.
Raramente ha habido un tiempo cuando la fe se ha sumergido a tan bajo nivel entre quienes podía
suponerse largamente experimentados como en el presente. Es muy común encontrar a santos que
gimen en un curso absolutamente equivocado, todavía perseverando en éste por causa de la
compañía ¡Cuán a menudo ellos han insistido, sobre otros, el antiguo oráculo: “cesad de hacer el mal,
aprended a hacer el bien”! Ellos creen en esto sin duda: ¿Por qué, pues, no dar toda diligencia y añadir
a la fe virtud? ¿Han perdido todo coraje y valor en Cristo y para Cristo? Hablo de lo que nos está
sucediendo para nuestra vergüenza común, a través de todo el mundo. El compromiso que usted
difícilmente esperaría en bebés recién nacidos caracteriza a hombres que han conocido largo tiempo
al Señor, y han sufrido no poco en un tiempo u otro por causa de la verdad.

NUESTRO URGENTE DEBER: GUARDAR LA UNIDAD DEL ESPÍRITU

Amados amigos, es de la más grande importancia que probemos nuestros caminos, para ver si no
nos engañamos a nosotros mismos, o estamos de hecho guardando la unidad del Espíritu. No pongo
frente a esto, como excusa que la iglesia está en ruina, la cuestión es ¿No debemos ser siempre
obedientes? No es el punto, cuántos son los que quieren, como miembros, actuar juntos conforme a
la Palabra del Señor. ¿No reconocemos el deber de ser fieles? La unidad del Espíritu es una
responsabilidad constante para los hijos de Dios a guardar con diligencia tan largamente como ellos
estén en la tierra. Él permanece con nosotros por siempre. Guardar ésta es, pues, un deber supremo.

Tome una ilustración práctica, hay una congregación en este lugar, una compañía de miembros del
cuerpo de Cristo, quienes rechazan los amplios caminos del nacionalismo, como los estrechos
callejones del sectarismo. Ellos desean por sobre todas las cosas andar juntos de manera de agradar
al Señor. ¿Cuál debe entonces ser su posición? ¿Qué posición eclesiástica deben tomar si ellos
quisieran actuar con inteligencia espiritual y fidelidad? Si alguno en esta ciudad está ya reunido a Su
nombre sobre el fundamento del “un cuerpo”, estos no deben ser ignorados. Sería independencia, no
la unidad del Espíritu, no tomar en cuenta tal reunión. Un miembro del cuerpo de Cristo que busca
comunión, donde están los cristianos reunidos en Su nombre. Supongamos que él encuentra que hay
algunos reuniéndose en este lugar, y desea estar con ellos sobre el bendito fundamento de Cristo. Si
ellos allí prueban su fe, no es por falta de amor hacia él, sino a causa de la preocupación por la gloria
de Cristo. Ellos no le reciben porque él dice que es un miembro del cuerpo de Cristo. Ellos requieren
un testimonio adecuado, ellos no tienen un conocimiento personal. Ninguno debe ser reconocido por
su propia palabra; igual el apóstol Pablo no lo fue al principio. Dios tomó preocupación de dar un
extraordinario testimonio a través de un discípulo llamado Ananías, un devoto hombre conforme a la
ley, teniendo buen reporte de los judíos que moraban en Damasco, como en Jerusalén a través de
Bernabé. La Palabra es clara y el peligro grande, ningún cristiano que verdaderamente reflexiona con
un corazón y una conciencia verdadera hacia Dios, deseará ser acreditado solamente por su palabra.
Las almas pueden engañarse a sí mismas, aún si fuesen rectas; si usted y yo fuésemos acreditados
así ¿Dónde terminaría esto?

Otra vez, un cristiano es llevado ante ellos, que desea recordar al Señor con ellos. Quizás él
pertenece, como ellos dicen, a una sociedad disidente, o a alguna de las tantas denominaciones. Pero
él es conocido como un hijo de Dios, andando conforme a la medida de luz recibida. ¿Qué debe
hacerse? ¿Rechazar este miembro, sin el fundamento de pecado conocido? ¿No sería esto
avergonzarle no sólo a él, sino también al Señor, esto sería negar el verdadero centro de reunión? La
membrecía de Cristo probada por una vida piadosa es suficiente, el sólo y justo fundamento sobre el
que un cristiano puede ser recibido.

FUNDAMENTOS ESCRITURALES DE EXCLUSIÓN


¿No hay excepciones entonces? ¿No hay razones válidas para prohibir a un acreditado miembro del
cuerpo de Cristo? Ciertamente que las hay como la Escritura lo muestra. La levadura de malicia y
maldad es intolerable 1Cor.5; levadura de heterodoxia en cuanto a los fundamentos Gál.5, es todavía
peor; y la palabra es: “limpiaos de la vieja levadura, para que seáis nueva masa como sois”. Éstas son
incuestionables barreras levantadas en la Palabra de Dios, y debidas al Señor Jesús, si alguno
llamándose hermano es impuro en hechos o palabras, somos mandados a no comer con él. Y también
si fuese más grave el pecado, si alguno no trajere la doctrina de Cristo o negase el castigo eterno.
Dios seguramente nunca permitirá que la profesión del nombre de Cristo sea un pasaporte para el
que deshonra a Cristo. Aquí, más que en todo, el Espíritu es celoso, si la Palabra de Dios es nuestra
regla.

Toda verdad es sin duda importante en su lugar y tiempo, pero es peor que ignorancia colocar al
mismo nivel la cabeza con el cuerpo. Error eclesiástico, en cuanto a lo que es la iglesia, aún si real o
serio, nunca se acerca a la negación de la doctrina de Cristo. Considere, cómo el apóstol de amor, el
anciano, solemnemente nos advierte a estar en guardia en tal caso. No somos libres en recibir, aun
privadamente, mucho menos públicamente a quienes no traen la doctrina de Cristo. Estamos
obligados no sólo a desconocer la heterodoxia, en general, sino en particular, rechazar lo que es, y a
quienes son una mentira contra Cristo; si, y a tratar a quienes reciben a tales, como partícipes de los
mismos malos hechos. Pero no estamos autorizados a igualar la iglesia con Cristo, como un
Romanista, o colocar el error eclesiástico, en el mismo nivel, que el mal en contra de la persona de
Cristo. Esto no es fe, sino fanatismo; ¿Qué podemos pensar de éstos que piensan o actúan así?

Todavía, al guardar la unidad del Espíritu debemos aceptar la responsabilidad escritural de limpiarnos
de la levadura. Y como hemos visto, el Espíritu de Dios, escribe directo a una mujer y sus hijos a
causa de tal cuestión, el deber a Cristo es inmediato y perentorio. Años atrás, teniendo que tratar con
un falso maestro, esa epístola estuvo ante nosotros una buena parte del tiempo. Se argumentaba
entonces que ella sólo era una hermana y que no era su responsabilidad hacer esto o aquello, se
recordó que la Epístola no fue dirigida a una asamblea, tampoco a un Timoteo o Tito, sino a una mujer
y sus hijos que el Espíritu Santo escribió insistiendo sobre su personal e inevitable responsabilidad.
Podemos estar seguros que el Espíritu de Dios no inspiró esta carta a una mujer, sin la más urgente
necesidad, en vista de hacer frente, a una excusa como a la que nos hemos referido, y eludir así lo
que es debido a Cristo. Todos saben que la mujer, particularmente está expuesta a error a causa de
sus afecciones, siendo más naturalmente dispuesta a actuar motivada por sus sentimientos, más que
por su juicio. La Escritura afirma esto al reprimirles ordinariamente en 1ª Tim.2 y especialmente en
Juan 2. Su actividad siempre ha de ser temida, un deshonor a ellas mismas y a los hombres que ellas
mismas extravían. La verdad puede no ser siempre agradable pero siempre útil y buena; y es la verdad
la que uno desea infundir sobre las almas. Estamos obligados a ver que la iglesia de Dios no venga a
ser un escondite para algún mal conocido, y sobre todo un albergue para lo que deshonra y a aquellos
que deshonran a Cristo. Pero las mujeres son malos líderes, salvo en aquello que la Escritura la
autoriza.

Distingamos entre las cosas que difieren. La iglesia Anglicana a pesar de muchos y serios extravíos,
tuvo un santo objeto en su origen, volviendo la espalda, como lo hizo, a una abominable y siempre
engreída impostura. Sin embargo fue muy estorbada, especialmente por el rey, en su obra de
limpiarse a sí misma de empedernidas supersticiones, honestamente puso su rostro contra lo que fue
un conocido mal. Pero después volvió atrás, hasta sus ritualísticas observancias, siendo esto una
prueba que forzó a muchos piadosos fuera, cuyos orígenes fueron moralmente respetables. No fue
fácil en esos días mantener una buena conciencia y permanecer opuestos a quienes les estaban
arrastrando dentro del formalismo. No necesitamos hablar de Wesley y Whitfield, que fueron
principalmente movimientos misioneros y no eclesiásticos. Sabemos cómo Dios obró poderosamente
en despertar a sus hijos más de 50 años atrás a un sentido de alejamiento que ha tomado lugar del
original fundamento de guardar la unidad del Espíritu. En tales días no fue poca cosa la realidad de la
presencia del Espíritu Santo sobre la tierra y consecuentemente en el cuerpo de Cristo. Entonces, si
somos miembros de este cuerpo es nuestro ineludible deber guardar esa unidad en su verdadero
carácter, mientras sujetos a las condiciones que el Señor ha puesto en su Palabra, y a ninguna otra.
El Espíritu ha creado esa unidad que contempla a todos los miembros de ese cuerpo, exceptuando a
aquellos que están bajo disciplina conforme a la Palabra

Puede ser de interés saber que, en el año 1828, una gran importancia y testimonio fue dado respecto
a este tema, un escrito llamado: “Consideraciones sobre la naturaleza y unidad de la iglesia de Cristo”
J.N.D. El punto principal fue mostrar cuán imposible es para los santos que quisieran honrar al Señor,
ir con el mundo, en vez de andar (fueran ellos dos o tres) en esa unidad que es de Dios, mostrar que
en las denominaciones el vínculo que las une no es su unión o unidad, sino de hecho sus diferencias,
y en ningún caso, por lo tanto, la comunión de la iglesia de Dios, en fe, contemplando, como cada
verdadera asamblea hace y debe hacer, a todos los hijos de Dios. Quienes llaman a esto relajamiento
no conocen el fundamento divino, y han caído involuntariamente dentro de una secta.
GRACIA Y LIBERTAD

El hecho es que somos rápidos para olvidar nuestros propios comienzos, y los misericordiosos tratos
del Señor con nosotros mismos la primera vez que partimos el pan, conocíamos poco de esto como
cualquiera. Algunos hermanos son ahora de los más firmes e inteligentes en la comunión, quienes
entonces veían oscuramente la iglesia y además el evangelio de salvación, ellos entonces encontraron
en el nombre del Señor un inmediato pasaporte a Su cena. Ellos no estaban esclarecidos en cuanto
a su camino a seguir, sin embargo atraídos por la gracia que los saludó como hermanos y gozando la
fe simple que se inclina ante la Palabra de Dios en una forma o medida más allá de su previa
experiencia. Cuán imprudente e inconveniente para los tales ahora es demandar, de tales hermanos
buscando comunión, un conocimiento de la iglesia más allá del propio estándar de su partida, y de
hecho, que debe obtenerse sólo dentro de la asamblea donde el Espíritu guía a toda la verdad. A
estos creciendo de este modo el denominacionalismo y catolicismo es juzgado por la Palabra, como
siendo del hombre y no de Dios. ¿Qué dio estas nuevas y fuertes convicciones? No fue la influencia
humana, ni perjuicios, tampoco los argumentos o imaginación, sino la verdad apreciada por el poder
del Espíritu de Dios.

¿Debemos nosotros juzgar al tira y afloja con la verdad Divina? No, pero esta es una cuestión del trato
del Señor con quienes son Suyos y tienen todavía que aprender: ¿Es esto estar en esclavitud o
libertad? Sin duda cada cristiano debe guardar la unidad del Espíritu, como reuniendo al nombre del
Señor y a ningún otro. Un santo no puede legítimamente tener dos comuniones ¿No es la comunión
del cuerpo de Cristo exclusiva? Siga con toda el alma al Señor Jesús, reconozca el un cuerpo y un
Espíritu, reciba a cada miembro de su cuerpo en su Nombre. En esto no hay relajación ni sectarismo.
Como la Palabra de Dios es clara, así la presencia del Espíritu permanece; tampoco concedo que el
guardar tal unidad es vano. Como Él permanece, así lo hace su unidad: y quienes han recibido el
Espíritu Santo están obligados a andar en esa unidad, y en ninguna otra. Ellos han sido añadidos al
Señor, miembros de la asamblea que Dios ha formado para Él mismo en este mundo; niego el derecho
a cualquiera a establecer otra unidad rival o sustituta. Si usted tiene al Espíritu, pertenece a este
cuerpo y está llamado a realizar ésta a exclusión de toda otra.
No es una sociedad voluntaria la que tenemos que hacer. No es cuestión de hacer algo mejor que el
nacionalismo (iglesias de estado), o de los disidentes, o denominacionalismo, tampoco de las
alianzas, que mientras ostensiblemente condenan tales cosas, como divisiones, realmente aprueban
las existentes denominaciones del Protestantismo ortodoxo. La verdad, sin embargo, estos intentos
por parte del hombre, Dios mismo ha formado a Su iglesia sobre la tierra, y los que tienen Su Espíritu
son miembros responsables de actuar conforme a esto. Si nos inclinamos ante la Escritura, la levadura
de práctica o de doctrina es intolerable en su iglesia. Cada cristiano está obligado, a rechazar la
falsedad e impiedad y esto individual como colectivamente. Porque la ruina de la iglesia no nos libra
de nuestra responsabilidad individual. Si seguimos la justicia, fe y amor, paz con los que invocan el
nombre del Señor con limpio corazón. Buscar aislarse es un pecado, pues es una negación de la
comunión. La iglesia de Dios incluye a todos los que son Suyos. Porque aunque siendo muchos,
somos un pan y un cuerpo, la cena del Señor es la señal exterior de esta unidad, y es indigno de
creyentes lamentarse de la mucha importancia que se da a la cena o mesa; porque es Dios quien la
llama así, nosotros sólo nos adherimos a Su Palabra y confiamos en Su voluntad. Sin duda que
necesitamos tener a Cristo ante nuestros ojos; sino, estamos en peligro de moldear Su cena conforme
a nuestra propia voluntad y capricho. Si por gracia de Dios tenemos al Señor ante nosotros, nuestros
corazones estarán hacia todos los suyos que andan piadosamente.

Por un largo tiempo Satanás ha estado esforzándose en falsificar el testimonio de Cristo entre los
mismos, profesadamente, reunidos al nombre del Señor. Uno de sus ardides ha sido, bajo la
pretensión de luz y justicia, minar la gracia y verdad al reconocer libremente los miembros del cuerpo
de Cristo. Interpretando equivocadamente la posición contra la neutralidad, ellos no reciben
cristianamente a la mesa del Señor a quienes no juzgan su antigua posición por más o menos
inteligencia del un cuerpo y un Espíritu, es decir, sin un virtual compromiso a nunca volver otra vez a
entrar a una de las así llamadas “iglesias”. Esto es, a mi juicio, no sólo incredulidad, sino un mal
principio. Es una forma oculta de hacer una secta de quienes conocen la iglesia, pero realmente
prueban cuán poco ellos mismos aprecian el “un cuerpo”: de otro modo ellos no permitirían que el
conocimiento sea sobre valorado con referencia a las relaciones a Cristo, como ellos hacen. Nunca
es la iglesia justa o verdaderamente comprendida salvo dentro, conforme a la Palabra, donde usted
debe dejar lugar para el crecimiento en la verdad por fe y la gracia de Dios.

Existe entonces el peligro de negar virtualmente la membrecía de Cristo al esperar un antecedente


inteligente acerca del cuerpo de Cristo, que es errado e imprudente esperar, ya que esta misma
inteligencia existe débilmente en muchos quienes por años han estado en comunión, donde la
demanda de verdad y justicia es presionada sin la gracia.

Pero además, puede también encontrarse la dificultad y el peligro entre los ya recibidos, donde la
demanda de verdad y justicia son presionadas sin la debida gracia. Y quienes están más equivocados
son propensos a hablar altamente de eso que realmente ponen en peligro o anulan involuntariamente.

No hay muchos que recuerdan la división de Plymouth en 1845-46. Cargas morales no faltaron, pero
esto giró alrededor más bien a un esfuerzo de una amplia e influyente parte que perdió la fe en la
presencia del Señor y la libre acción del Espíritu en la asamblea, buscando, además, la independencia
con sus líderes. Es innecesario decir que el carácter celestial y la unidad de la iglesia se perdieron,
también la espera del Señor Jesús como una esperanza inmediata. Dios no soportaría en medio
nuestro tal falta de fe e infidelidad. Pero la mayoría de los santos estaban extraviados por el error, y
fueron sordos a las advertencias; y sólo pocos se separaron, estos fueron señalados como cismáticos,
por quienes se jactaban de sus números, dones y felicidad.

¿Cuál fue la relación de quienes por causa del Señor y la verdad fueron forzados en conciencia a
separarse? La minoría se encontró privadamente, primero, en casas sólo para humillarse y orar,
después de un tiempo a partir el pan. Pero ellos nunca pensaron en rechazar a las pobres hambrientas
ovejas que ocasionalmente buscaban partir el pan con ellos, sin separarse de su conexión de
Ebrington Street. Porque ellos realmente estaban no sólo atados allí por muchos lazos, sino también
bajo gran temor a través de las crecientes palabras y actos persecutorios de sus antiguos líderes y
amigos. Ellos tuvieron su salvaguardia moral en que ninguno se había entregado de voluntad a los
errores de Plymouth, especialmente los que no eran líderes, sino solamente los despreciados. Sólo
los simples vinieron y porque vinieron fueron puestos fuera del partido por Ebrington Street, pero
nosotros los recibimos libremente en el nombre del Señor, aunque fuesen tan débiles para desear aún
la comunión todavía con sus antiguos amigos.

Pero desde el momento que la blasfema heterodoxia en cuanto a Cristo apareció, hubo un fin a toda
esta paciencia. La puerta fue cerrada a todos quienes continuaban con un grupo anticristiano. Cuando
se trata de un error eclesiástico, aunque rechazado firmemente por nosotros y del cual nosotros nos
separamos, hubo paciencia con quienes fallaron en discernir y juzgar en práctica. Conocidos santos
de Ebrington Street fueron cordialmente recibidos; ¿Quién escuchó alguna vez que alguno de estos
fue rechazado? Por el contrario, cuando la falsa doctrina en cuanto a Cristo fue conocida, desde
entonces nadie fue recibido, que no se limpió a sí mismo de la asociación con un tal mortal insulto al
Padre y al Hijo. Con adherentes de ese mal Bethesda se identificó y provocó una división a través de
todo el mundo en 1848.

¿Qué puede entonces deducirse o juzgarse de quienes confunden dos cosas fundamentalmente
distintas, el error eclesiástico y la falsa doctrina en cuanto a Cristo y sus relaciones con Dios, y los
tratos a seguir en cada caso?

El partido divisionista de hoy (1881-82) me parece culpable de independencia y clericalismo como ese
de Ebrington Street en 1845. Y creo que son falsos a la verdad del un Espíritu y un cuerpo, no puedo
sino sentir gratitud a Dios y Su gracia en medio de la aflicción. Porque la intolerancia de otros ha
tomado la iniciativa; y ellos han ido fuera, o echado fuera (a menudo por indignas maniobras) a sus
hermanos cuyo único deseo es permanecer reunidos, como lo hemos hecho hasta aquí, al nombre
de Cristo. Pero ellos han probado su ignorancia en la más clara forma y a un sorprendente grado, por
parlotear maliciosas palabras acerca del Betesdaismo, cuando ellos pueden saber, si no están
cegados por apresuramientos y malos sentimientos, que no hay ahora en esto, una sola forma de
parecido con los así llamados neutrales.

Guárdense ellos de que comenzando con error eclesiástico igual que Ebrington Street, puedan caer
dentro de la misma heterodoxia. Ruego que en las misericordias de Dios nuestros hermanos puedan
ser librados de tal pecado y deshonor al Señor. Pero calumnias y el descuido de las Escrituras y de
los hechos, tanto como la inconsistencia con todo lo que hasta aquí hemos aprendido y hecho ante el
Señor, son un camino resbaladizo del cual sería un gran gozo y gracia del Señor verlos alejarse.
W. KELLY (1882)

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