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“Desplegar el mapa: teología política de la reforma del papado”
Resumen
El primer Papa latinoamericano lanzó en su documento programático “La alegría del
Evangelio” (2013) una llamada a la “conversión del papado”. Esta ponencia propone
precisar cuáles son los alcances de esta reforma, indagando en la compleja teología
política de la misma. Para esto se vuelve necesario reparar en caracterizaciones y
acciones realizadas ya en tiempos del Concilio Vaticano II, como así también en las
décadas posteriores, focalizando particularmente en el proceso de características
inéditas que culminó con la llegada de Francisco al Vaticano y las iniciativas más
relevantes que lanzó en el sentido indicado. Todo esto nos permite señalar que la
reforma del papado refiere a un proyecto de por sí ambicioso y de alcance global, que
va incluso mucho más allá de lo usualmente comprendido como una necesaria
modificación de las estructuras de gobierno de la Iglesia Católica o de un esquema de
políticas hemisféricas. Desde un horizonte más amplio, donde teología y política se
cruzan y complementan, el panorama religioso internacional y algunos temas candentes
de la globalización quedan también comprendidos en la agenda de la reforma, al tiempo
que la reconfiguración institucional encuentra su sentido.
1. Introducción
En una coyuntura especial de la Iglesia Católica, el primer Papa proveniente de
Latinoamérica propone en su documento “programático” Evangelii Gaudium1 avanzar
hacia la “conversión del papado” (EG, nº 25 y 32). En la repercusión mediática que tuvo
este texto de características peculiares, se ha destacado la propuesta de Francisco de
poner a la Iglesia “en salida” y sus afirmaciones respecto a la cuestión social a nivel
global, destacando, por ejemplo, la contundente defensa de la opción preferencial por
los pobres (EG, nº 186 a 201). Todo esto se ha presentado más o menos accesible a la
comprensión general. Sin embargo, cómo se propone el pontificado enfrentar los
objetivos inmediatos de misión y reforma que distinguirían a esta nueva etapa (Galli,
2014), es algo que, por lo complejo y lejano de la materia, puede hacer deslizar los
análisis hacia miradas reduccionistas que acentúan el peso de una dimensión, dejando
de lado las implicancias de tales cambios en el contexto internacional.
En este sentido, y adelantando lo que buscaremos precisar en esta ponencia con más
detalle, aunque sin la pretensión de agotar aquí una temática que precisa de más
abordajes y diálogo, señalamos que la reforma del papado (o del “ministerio petrino”,
según el lenguaje eclesiológico) supone contemplar un horizonte mucho más amplio
que la mera reforma administrativa del gobierno central de la Iglesia, al punto que nos
remite a modificaciones en uno de las componentes sobresalientes del “simbolismo
cristiano” (Tavard, 1998). Así, veremos que los cambios en relación al ministerio
petrino van mucho más allá que la modificación de las competencias de éste o aquel
organismo de la Curia Romana, si bien es de señalar que con la asunción de Francisco
estamos ingresando a un nuevo ciclo de reforma integral del gobierno eclesial, el
tercero en casi un siglo 2 y el cuarto en 500 años3.
En atención a lo señalado, proponemos la metáfora del mapa, pues nos sugiere la
posibilidad de ubicar los caminos ya recorridos –avanzando o retrocediendo- en materia
de la reforma. También, por supuesto, indica que se puede seguir por esos senderos o
tomar nuevos, de acuerdo a quién es –como postula la reflexión teológico política- el
autor mismo de toda reforma eclesial: el Espíritu Santo4. Es en él donde se halla “el
centro mismo de todo el poder de la Iglesia” y ésta debe a aquel su “existencia”
1
En adelante, EG.
2
Luego de la reforma de Pío X (1908), vinieron las de Pablo VI (1967) y Juan Pablo II (1988).
3
Con posterioridad a la de Sixto V (1588).
4
Sobre esto, es elocuente el artículo “El Reformador de la Iglesia” (en alusión al Espíritu Santo), de
Hermann Geissler, miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe (Geissler, en L’OR,
03/06/2012).
(Ludueña Romandini, 2011: 158-159). Utilizado tanto en geografía como en
astronomía, el mapa remite también a la relación entre cielo y tierra, juego de
coordenadas en las que se ve inscripta la Iglesia y con ella, el papado (Cfr. Mt. 16,19).
A partir de los lúcidos análisis de Schickendantz (2001 y 2005) en relación a las
expectativas abiertas con la encíclica Ut Unum Sint5 (1995) de Juan Pablo II, señalamos
que la reforma del papado implica considerar distintos niveles: a) el pluralismo
religioso, comprendiendo el ecumenismo (la unidad plena y visible de los cristianos) y
el diálogo interreligioso; b) el institucional, los llamados “instrumentos de comunión”,
tales como la Curia Romana, el Sínodo de Obispos, las Conferencias Episcopales; c) la
relación con una determinada situación cultural (globalización, secularización), “con sus
correspondientes modelos políticos y teorías de la sociedad y de la autoridad”, lo que a
su vez se vincula con la “evangelización de la cultura”, la credibilidad de la Iglesia y
“los derechos humanos”; y d) la “auténtica interpretación y fiel aplicación” del Concilio
Vaticano II (1962-1965) (Schickendantz, 2001: 9-53).
Junto a estos niveles, agregamos otros no menos importantes: la reforma del papado
supone tanto la (auto) crítica -pues ésta, en palabras del obispo Quinn, es “la matriz de
la reforma” (Quinn, 1999, en Schickendantz, 2001: 86)-, como el “resurgimiento
escatológico” (Zízola, 2005: 8; Cfr. Agamben, 2013).
De esta manera, y adaptando para nuestro objeto de estudio el esquema analítico de
Acuña y Chudnovski (2013), vemos cómo dicha reforma se inscribe dentro del mapa
cognitivo y normativo de la conducción eclesiástica, de la dimensión político
institucional de la Iglesia y de las características estructurales de la situación mundial.
Teniendo presente tales señalamientos, advertimos también que en la propia concepción
de los actores eclesiásticos, se distingue un nivel esencial o principal del ministerio
petrino, a saber: “presidir en la caridad” (según la célebre expresión de San Ignacio de
Antioquía, tomada en UUS, nº 97), “servicio a la unidad de la fe en libertad cristiana”
(Kasper, 1980: 11). Tal dimensión se relaciona primeramente con el ecumenismo pero
también con el diálogo interreligioso, de ahí que, como decía Zízola (2005: 2):
Hay por tanto en este proyecto (de cambio) una vinculación indivisible entre
reforma del papado, acercamiento ecuménico y diálogo entre las religiones. Ésta
fue ya una dimensión (…) en la edad fundacional del cristianismo, cuando se
tuvo que integrar el hebraísmo de su lugar de origen con la diáspora posterior en
una cultura grecorromana.
5
En adelante, UUS.
Es enmarcado en esos objetivos fundamentados teológicamente donde aparece el nivel
secundario del papado, es decir, las instituciones y organizaciones puestas (se supone)
al servicio de aquellos: estructuras de gobierno –como la Curia Romana– susceptibles
de modificación, según las necesidades de cada época y en diálogo (no acrítico) con el
modelo predominante de régimen político (Santagada, 2000; Schickendantz, 2001;
Reese, 2009).
Al comprender el papado desde esos niveles, se visualiza entonces por qué su reforma
comprende tanto elementos teológicos como políticos que interactúan entre sí. Si lo
primero alude a expresiones que ya referimos, precisamos que lo segundo remite
entonces al modelo institucional de gobierno eclesial y la teoría política a la que se halla
relacionado (Tavard, 1998; Schikendantz, 2001), a la función de representación que
ejerce el Obispo de Roma (Schmitt, 2009), al “problema político de quién o qué sector
de la Iglesia tiene la máxima autoridad” (Tavard, 1998: 1) y a la preservación de la
memoria y la búsqueda de justicia, paz y libertad (Ruz, 2010), componentes políticos
del monoteísmo bíblico (Metz, 2007; Taub, 2013).
A raíz de lo señalado, son muy pertinentes las palabras de Schickendantz, aludiendo
implícitamente al carácter teológico político y explícitamente a la magnitud de la
reforma del papado:
…es conveniente advertir que la reformulación del ejercicio del primado
representa un ambicioso proyecto cuya amplitud, significado y dificultades no
deberían pasar desapercibidas. Como afirma K. Schatz, el papado constituye un
hecho único en la experiencia histórica religiosa universal. En él se concreta una
vinculación entre religión e institución que, en esa intensidad, no tiene parangón
en ninguna comunidad semejante desde el punto de vista de su magnitud. (Pues)
[e]l Califa en el Islam o el Dalai Lama en el budismo tibetano, por ejemplo, no
poseen el mismo relieve en orden a construir la unidad como autoridades
supranacionales (Schickendantz; 2005: 70, cursiva nuestra).
En sentido similar, es muy interesante la cita que recoge el mismo autor, donde se
muestra el cruzamiento entre aspectos teológicos y políticos, entre lo esencial y lo
secundario del papado. En relación al componente organizacional, a la Iglesia como un
“global player” (Maier, 2001, en Schickendantz, 2001: 92), a “la complexio
oppositorum” de alcance universal y su elevada densidad burocrática (Schmitt, 2009:
52-53), al elemento estatal del catolicismo (Mallimaci, 2008), Reese señala la relevancia
internacional de la Santa Sede, afirmando con ejemplos que allí alguien
puede mirar dentro de las oficinas donde embajadores discuten documentos de la
ONU, donde teólogos esperan ser examinados, donde millones de dólares son
transferidos del primero al tercer mundo, donde se decide el nombramiento de un
nuevo arzobispo norteamericano, donde se discute la ética de la venta de armas
(Reese, 1998, en Schickendantz, 2005: 19).
Entre los posicionamientos adoptados a partir de las deliberaciones del Concilio y que
se relacionan con la reforma del papado, podemos señalar: el abandono de la
concepción de la Iglesia como societas perfecta y su reemplazo por la noción de
“pueblo santo de Dios”, “pueblo mesiánico” y la colegialidad episcopal (el Papa
comprendido en comunión con los demás obispos) (Constitución Lumen gentium, Cap.
II y III), la valoración positiva del ecumenismo y la reforma eclesial (Decreto Unitatis
redintegratio, nº 6), del diálogo con las religiones no cristianas (Declaración Nostra
aetate) y la reformulación del vínculo con el mundo, incluida la relación con el poder
político (Constitución Gaudium et Spes, nº 76 y Declaración Dignitatis Humanae). Para
contribuir a hacer efectiva esta reorientación doctrinal, los padres conciliares pidieron
también reformar la Curia Romana (Decreto Christus Dominus, nº 9-10).
Con este tipo de pronunciamientos se daba el “paso adelante” al que había hecho
referencia Juan XXIII en su discurso de inauguración del Concilio y la Iglesia ingresaba
así a una nueva fase histórica: dejar de ser “occidental” para ser “mundial” (Rahner,
1979, en Shickendantz, 2012: 77). En coincidencia con esto, cabe destacar que Pablo VI
realizó un gesto de gran significancia y que influyó en los trabajos conciliares, nos
referimos a su peregrinación a Tierra Santa en 1964, algo inédito en la historia del
papado. Tal como lo percibió el propio Pontífice, con ese viaje a las fuentes del
cristianismo y el encuentro con el Patriarca Atenágoras se abrían las puertas a una nueva
forma de concebir el ministerio petrino (Pablo VI, 1964, en L’OR, 10/01/2014).
En atención a todo esto, el Papa Montini debió implementar y alinear los cambios que el
Concilio fijaba en los niveles principal y secundario. Por esto, encaró una profunda
reforma de la Curia, plasmada con el documento Regimini Ecclesiae Universae (1967).
Con éste se modificaba el gobierno central de la Iglesia, que llevaba casi 60 años sin ser
reformado sustancialmente. A medidas como la promoción de la internacionalización y
el acceso de los laicos a los cargos, se agregó una contención del “carrerismo” mediante
la regla de designaciones por cinco años (Sánchez, 1967).
Entre los organismos creados por Pablo VI dentro de la Curia y en atención al mandato
conciliar, cabe destacar aquellos que hacen a la relación del papado con el contexto
geopolítico mundial. Primeramente señalamos el Sínodo de los Obispos (1965) y la
Pontificia Comisión Justicia y Paz (1967). En lo que hace específicamente al panorama
religioso internacional, por un lado se confirmó (1966) como dicasterio permanente el
Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (creado en 1960 por Juan
XXIII). Esta atención hacia el ecumenismo se plasmó además en algunos hechos
trascendentes respecto a las Iglesias de Oriente y de Occidente: el levantamiento de las
excomuniones mutuas con los ortodoxos y las palabras de Pablo VI en abril de 1967
reconociendo que “[e]l Papa, como bien sabemos, es indudablemente el más grave
obstáculo en el camino del ecumenismo” (Kasper, 1980; Ricca, 1999; Schickendantz,
2001). En relación directa con este Secretariado, se institucionalizó el diálogo que se
venía teniendo con referentes judíos, creándose la Comisión para las Relaciones
Religiosas con el Judaísmo (1974). Por el otro lado, la apertura al diálogo interreligioso
que supuso la Declaración Nostra aetate llevó a la creación del Secretariado para los no
Creyentes (1964). Ambos Secretariados luego fueron jerarquizados como Pontificios
Consejos.
Con Juan Pablo II se dieron modificaciones –no sin ambigüedades y contradicciones-
tanto en el aspecto principal como en el secundario que hemos indicado para referirnos
a la reforma del papado. En atención al orden cronológico, señalamos primeramente lo
concerniente al segundo aspecto. En este sentido, y pese a los intentos realizados por el
Papa Montini para reformar la Curia Romana, a poco de publicarse la Regimini… se
percibió la necesidad de introducir nuevos cambios. Fue así que luego de varios años de
trabajo, en 1988 aparece la Constitución Pastor Bonus de reforma integral del gobierno
curial (Arrieta, 1989).
Ya en la última década del siglo XX, Juan Pablo II concentró más su atención en la
preparación del ingreso del cristianismo al tercer milenio y la celebración del Jubileo
del año 2000. En este sentido, un punto importante lo marcó la carta apostólica
Tertio Millennio Adveniente (1994), donde Wojtyla llamaba a la renovación de “las
instituciones, las mentalidades, el corazón” (Gera, 2007: 629), al tiempo que relanzaba
la aplicación “lo más fiel posible” de los lineamientos reformistas del Concilio (nº 19,
20 y 34). Fue dentro de esa amplia perspectiva donde publicó en 1995 la encíclica sobre
ecumenismo Ut Unum Sint (“Para que todos sean uno”), marcando un hito de gran
relevancia en lo que hace a la reforma del papado, texto que sería retomado por sus
sucesores. Particularmente provocaron gran repercusión los números 95 y 96. Allí el
Papa decía:
(nº 95) (…) Lo que afecta a la unidad de todas las comunidades cristianas
forma parte obviamente del ámbito de preocupaciones del primado. Como
Obispo de Roma soy consciente (...) que la comunión plena y visible de
todas las comunidades, en las que gracias a la fidelidad de Dios habita su
Espíritu, es el deseo ardiente de Cristo. Estoy convencido de tener al
respecto una responsabilidad particular, sobre todo al constatar la
aspiración ecuménica de la mayor parte de las comunidades cristianas y al
escuchar la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio
del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión,
se abra a una situación nueva… (nº 96) Tarea ingente que no podemos
rechazar y que no puedo llevar a término solo. La comunión real, aunque
imperfecta, que existe entre todos nosotros, ¿no podría llevar a los
responsables eclesiales y a sus teólogos a establecer conmigo y sobre esta
cuestión un diálogo fraterno, paciente, en el que podríamos escucharnos
más allá de estériles polémicas, teniendo presente sólo la voluntad de Cristo
para su Iglesia, dejándonos impactar por su grito «que ellos también sean
uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,
21)? (cursiva nuestra).
En relación a esto, Juan Pablo II percibía que ante la globalización y sus problemas,
aquellos “que afectan la libertad, la justicia, la paz y el futuro del mundo”, generando
incluso nuevas formas de “violación de los derechos humanos”, se hacía cada vez más
necesario impulsar una amplia alianza, pues se daba cuenta que “la voz común de los
cristianos tiene más impacto que una voz aislada” (UUS, nº 43). Al recordar la jornada
mundial de oración interreligiosa por la paz (Asís, 1986) y señalar que la unidad de la
humanidad es querida por Dios, se infiere que en la concepción del Papa la
conformación de tal coalición debía quedar abierta a todas las religiones (UUS, nº 6 y
76). Dentro de este proyecto planetario quedaban comprendidos la desactivación de los
clivajes religiosos que en algunas zonas del mundo llevaban a conflictos armados
(Schickendantz, 2001) y la reconstrucción de una “memoria autorizada”, una
“concepción de la humanidad” y una “comunidad política partidaria” (Mallimaci, 2008:
digital).
El impacto generalmente positivo que tuvo la UUS (Madrigal, 1998; Schickendantz
2001 y 2005; Kasper, 2010), hicieron que el teólogo valdense Ricca dijera:
¡Hay algo nuevo bajo el sol de Roma! (…) la novedad absoluta viene de la otra
ribera del Tíber: la Encíclica Ut Unum Sint. En ella por primera vez, al menos en
la historia reciente, un Papa ha puesto, de alguna manera, a debate, si no su
función, al menos las modalidades de su ejercicio, o sea, algo de sí mismo (…)
sólo un Papa puede cambiar el papado (Ricca, 1999: 31).
Continuando con el interés que había mostrado en UUS por la cuestión del papado en
un nuevo contexto mundial, Wojtyla hizo una reforma electoral (Universi Dominici
Gregis, 1996). Si bien mantuvo el sistema de elección con varias vueltas, de larga data
en la Iglesia y que facilita la gobernabilidad (Cox, 2004), modificó la mayoría necesaria
para la elección de su sucesor, introduciendo la mayoría absoluta (pero al cabo de varias
vueltas). Además, siguiendo “las orientaciones de la cultura moderna”, hizo expresa la
modalidad del voto secreto y la supresión de la elección por aclamación o por
compromiso, así como la excomunión ante la compra de sufragios. El colegio de
cardenales (y no el Sínodo de Obispos) fue ratificado en su función de colegio electoral,
lo que ha provocado críticas (Santagada, 2000; Schickendantz, 2001).
Entre otros pasos dados por Juan Pablo II en línea con UUS, se reconoce el haber puesto
a la Iglesia (incluyendo al Papa) en una actitud de “arrepentimiento y humildad
institucional” (Laboa, 2013: 56). En este sentido, Zízola resalta la histórica jornada del
perdón (12 de marzo de 2000), que había sido precedida por importantes documentos
como Memoria y reconciliación. La Iglesia y las culpas del pasado (2000), vistos
también como un llamado a “prever correctivos contra el abuso de poder” dentro de la
propia Iglesia (Schickendantz, 2005: 156).
Con una fuerte carga simbólica, la ceremonia estuvo presidida por un crucifijo románico
y un candelabro hebreo (la menorah) que se iba encendiendo a medida que siete altos
miembros de la Curia Romana (entre ellos el Cardenal Ratzinger) hacían por parte la
confesión pública de distintos pecados6. Por fuera de lo que estaba pautado, Juan Pablo
II agregó cinco “¡Nunca más!”:
¡Nunca más negaciones de la caridad en el servicio a la verdad; nunca más gestos
contra la unidad de la Iglesia; nunca más ofensas a otros pueblos; nunca más el
recurso a la violencia; nunca más discriminaciones, exclusiones, opresiones,
desprecio de los pobres y de los últimos! (Juan Pablo II, en Zízola, 2005: 8)
Como señala Zízola, desde la perspectiva de la reforma del papado estas palabras del
Obispo de Roma son de gran importancia, pues así como resultan “vinculantes” para los
sucesores de Wojtyla, en la jornada del perdón el “integrismo” quedó oficialmente
denunciado como un pecado (Zízola, 2005: 9).
Así como estos gestos significativos marcaban la intensión de avanzar hacia una
reformulación importante en la comprensión y ejercicio del ministerio petrino, resurgían
las voces que, ante el crecimiento de la Curia (en detrimento de las Conferencias
Episcopales y del Sínodo) pedían que para hacer más creíbles esos pronunciamientos
resultaba necesaria una adecuación en el nivel de las organizaciones eclesiales, cuyo
diseño institucional, en opinión de varios autores, llevaba la impronta del régimen
político monárquico (Santagada, 2000; Schickendantz, 2001 y 2005; Zízola, 2005;
Reese, 2009). Hacia el cambio de milenio, se señalaba que el papado debía incorporar
6
Así, se pidió perdón por: “los pecados en general”, “las culpas en el servicio a la verdad”, los pecados
contra la unidad de los cristianos, “las culpas en relación con Israel”, “las culpas cometidas con
comportamientos contra el amor, la paz, los derechos de los pueblos, el respeto de las culturas y de las
religiones”, “los pecados que han herido la dignidad de la mujer y la unidad del género humano” y “los
pecados en el campo de los derechos fundamentales de la persona” (www.vatican.va).
en sus estructuras “transparencia, procedimientos acordados, gestión de crisis
diferenciadas local y temporalmente” (Maier, en Schickendantz, 2001: 92).
Esta crítica más general también alcanzaba al propio ministerio petrino, reparando en su
aspecto doble de roca firme y piedra de escándalo. En el día de los apóstoles Pedro y
Pablo, Benedicto XVI trazó desde su perspectiva teológica la fuerza y el drama del
papado:
El discípulo (Pedro) que, por un don de Dios, puede llegar a ser roca firme, se
manifiesta en su debilidad humana como lo que es: una piedra en el camino, una
piedra con la que se puede tropezar – en griego skandalon. Así se manifiesta la
tensión que existe entre el don que proviene del Señor y la capacidad humana; y
en esta escena entre Jesús y Simón Pedro vemos de alguna manera anticipado el
drama de la historia del mismo papado, que se caracteriza por la coexistencia
de estos dos elementos: por una parte, gracias a la luz y la fuerza que viene de lo
alto, el papado constituye el fundamento de la Iglesia peregrina en el tiempo; por
otra, emergen también, a lo largo de los siglos, la debilidad de los hombres, que
sólo la apertura a la acción de Dios puede transformar (L’OR, 08/07/2012).
9
Expresión de Karl Rahner para referirse a la época previa al Vaticano II, con los Papas que llevaron el
nombre Pío. Tal denominación alude a una Iglesia monolítica y triunfalista pero también sufrida por las
guerras.
XXI, tal la definición de Juan Pablo II (Novo Millennio Ineunte, nº 57), ratificada por su
sucesor (Porta Fidei, nº 5) (Schickendantz, 2012: 76).
Si la reforma interna de la Iglesia fue aludida varias veces por Benedicto XVI en ese
período10, cabe destacar que respecto al ministerio petrino, se percibía que el Papa venía
ejerciendo ya –algo novedoso- un “primado de comunión” entre todas las confesiones
cristianas (Koch, 2012), dado los avances en los diálogos bilaterales, por ejemplo, con
las confesiones surgidas de la Reforma. Aquí Kasper destacaba en 2009 que faltaba
mucho por hacer, aunque “puede decirse que las antiguas polémicas sobre el ministerio
petrino han sido superadas” (Kasper, 2010: 171). Emulando a su admirado Celestino V,
Ratzinger decidió dar un paso que iba todavía más allá, al renunciar en el marco de la
celebración del aniversario del Vaticano II.
10
Por ejemplo, señaló la necesidad de “recomenzar desde Dios” (L’OR, 03/06/2012) y propuso recuperar
el “aggiornamento” puesto en marcha por Juan XXIII (12/10/2012, www.vatican.va).
Reino Unido (2010) y destacó la vigencia de sus enseñanzas en materia de ecumenismo
(17/09/2010, www.vatican.va).
Además, el texto de la renuncia papal ha permitido ver a este gesto como plenamente
inserto en el legado del Vaticano II (Femminis, en L’OR, 15/03/2013). Es de destacar
que dentro de la propia Curia no faltaron expresiones a través de las cuales se
transparentaba que la abdicación de Benedicto XVI estaba sacudiendo a la Iglesia y al
propio papado. Así como el Decano del Colegio cardenalicio evocó en esos días el fin
de la misión de la Iglesia en la perspectiva apocalíptica (Sodano, en L’OR, 03/03/2013),
Kasper habló de un “terremoto” y de un cambio (una pérdida) en “el aura sagrada”
alrededor del pontificado (Kasper, en Aleteia, 21/02/2013: digital), de forma que la
renuncia de Ratzinger “desautoriza” cierto espiritualismo y “desmitifica el papado”
(Vide, 2013: 100 y 102).
Por otra parte, se ha advertido que la abdicación de Benedicto XVI tiene un significado
relevante en el contexto de la globalización, rebasando así los límites de la propia
Iglesia.
En este sentido, Agamben sostiene que la renuncia del Papa actualiza –en lo
específicamente teológico- el drama histórico del pontificado y –en lo estrictamente
político- “atrae con fuerza la atención a la distinción entre dos principios esenciales de
nuestra tradición ético-política, de la cual nuestras sociedades parecen haber perdido
toda conciencia: la legitimidad y la legalidad” (Agamben, 2013: 12, cursiva nuestra).
Respecto a lo primero, y junto con el mencionado autor, es posible ver en la renuncia de
Papa –según gestos y reflexiones teológicas del propio Ratzinger- “algo así como una
discessio, una separación de la Iglesia decora (justa, santa) respecto de la Iglesia fusca
(pecadora, negra)”, según la doctrina de Ticonio -un teólogo del siglo IV estudiado por
Ratzinger- del cuerpo eclesial bipartito, a partir del cual el mysterium iniquitatis, el
misterio del mal, no sería ajeno a la Iglesia (Agamben, 2013: 26). En este sentido, su
renuncia “sacó a la luz el misterio escatológico en toda su fuerza disruptiva”,
constituyendo así una decisión de “un coraje que hoy adquiere un sentido y un valor
ejemplares” (Agamben, 2013: 11 y 30).
Por otra parte, y a raíz de que el teólogo Metz señaló que la renuncia del Papa
demostraba “la temporalidad del ministerio”, Reyes Mate sostiene que dicho gesto
significa la recuperación del tiempo en el cristianismo, en tanto tiempo bíblico de
salvación, caracterizado como apocalíptico y escatológico. Esto implica “reivindicar el
espíritu de Israel” y recuperar la “justicia mesiánica” plasmada en el “aquí y ahora” de
las bienaventuranzas (Reyes Mate, 2013: 146-147). Con su abdicación, Ratzinger
estaría marcando una “interrupción”, entendiendo por ésta tanto un quiebre en la forma
“atemporal” o “eternizante” de cierto “vocabulario eclesiástico”, como una recuperación
de la memoria, acabando con la lógica “que construye la historia sobre la base del
sufrimiento ajeno”, para ponerse -dice Reyes Mate- en la perspectiva de pensadores
como Rosenzweig, para quien “tomar en serio el tiempo es necesitar al otro” (Reyes
Mate, 2013: 163-164, 167) y es posible el diálogo entre judíos, cristianos y musulmanes
(Taub, 2013).
4. La reforma según Francisco: derribar los muros para que el mensaje llegue
La palabra cón-clave supone el pensamiento de las ‘llaves’, de la herencia de las
llaves entregadas a Pedro. Poner estas llaves en las manos justas: ésta es la
inmensa responsabilidades de estos días: Así recordamos el legado de Jesús, el
‘Ay’ que ha dirigido a los doctores de la Ley: ‘Os habéis apoderado de la llave
de la ciencia’ (Lc 11, 52). No llevarse la llave, sino usarla para abrir con el fin de
que se pueda entrar por la puerta: a esto nos exhorta Miguel Ángel.
(J. Ratzinger, en “Tríptico Romano”, 2003)
Como se desprende de esas palabras, toca a Francisco realizar una reforma del papado
en clave de salida misionera y en el doble sentido que referimos: apertura ecuménica y
diálogo interreligioso y reforma del gobierno central de la Iglesia. En la exhortación
Evangelii Gaudium (2013) el Papa reúne ambos componentes al recordar la UUS de
Juan Pablo II, trazando además un diagnóstico crítico de lo que se ha avanzado desde
1995 hasta el momento:
Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en
una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar
abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo
vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales
de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar
«una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo
esencial de su misión, se abra a una situación nueva». Hemos avanzado poco en
ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia
universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral (EG, nº 32,
cursiva nuestra).
11
Esto lo ha sostenido en diferentes entrevistas, como la concedida a Henrique Cymerman de “La
Vanguardia” (L’OR, 20/06/2014).
globalización, en particular lograr la paz12. En un encuentro interreligioso organizado el
30 de septiembre por la Comunidad de San Egidio, Francisco recordó las jornadas
interreligiosas de Asís (1986 y 2011) señalando el necesario accionar de los líderes
religiosos en favor de “una red de paz”: “nunca más unos contra otros, sino unos junto a
otros” (L’OR, 4/10/2013). Por otra parte, varios apartados de EG van en el sentido de
cimentar esta amplia coalición (EG, nº 244 a 257).
En lo que hace específicamente al ecumenismo, en distintas ocasiones Francisco ha
venido manifestado el compromiso de impulsarlo. Ante una delegación del Consejo
Mundial de las Iglesias se presentó como “siervo de la unidad” (L’OR, 21/03/2014) y al
concluir la tradicional semana de oración por la unidad de los cristianos señaló que el
diálogo ecuménico se ha vuelto “una dimensión esencial del ministerio del Obispo de
Roma, hasta el punto de que hoy no se entendería plenamente el servicio petrino sin
incluir en él esta apertura al diálogo con todos los creyentes en Cristo” (25/01/2014).
Así como en EG le dedica varios apartados a profundizar el ecumenismo, es
significativo que realizara una nueva alusión expresa a UUS en el viaje a Tierra Santa.
Allí, en la conmemoración del 50º aniversario del encuentro entre Pablo VI y el
Patriarca Atenágoras, Francisco dijo ante Bartolomé I:
Siempre que pensamos el futuro de la Iglesia a partir de su vocación a la unidad,
brilla la luz de la mañana de Pascua. A este respecto, deseo renovar la voluntad
ya expresada por mis predecesores, de mantener un diálogo con todos los
hermanos en Cristo para encontrar una forma de ejercicio del ministerio propio
del Obispo de Roma que, en conformidad con su misión, se abra a una situación
nueva y pueda ser, en el contexto actual, un servicio de amor y de comunión
reconocido por todos (Cfr. Juan Pablo II, Enc. Ut unum sint, 95-96) (L’OR,
30/05/2014).
Como ha señalado el titular del Pontificio Consejo para la unidad de los Cristianos, el
Obispo de Roma ejerce ya un “primado ecuménico” dentro de un panorama cristiano
que se va configurando con cuatro grupos principales: católicos, protestantes, ortodoxos
y pentecostales (Koch, en L’OR, 24/07/14). Ya señalamos que la misma oficina tiene a
su cargo las relaciones con el judaísmo, entendiendo que una primera herida en la
unidad es la oposición sinagoga-iglesia. En este sentido, Francisco da un paso más en el
acercamiento promovido desde el Concilio, al punto de introducir en EG importantes
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A poco de asumir, el 20 de marzo de 2013 señaló ante los líderes religiosos: “La Iglesia católica es
consciente de la importancia que tiene la promoción de la amistad y el respeto entre hombres y mujeres
de diferentes tradiciones religiosas (…) Y podemos hacer mucho por el bien de quien es más pobre, débil
o sufre, para fomentar la justicia, promover la reconciliación y construir la paz (L’OR, 22/03/2013).
innovaciones (Fernández, 2014). La propuesta que hace allí es cercana a quienes
postulan que “los cristianos ya no pueden comprenderse y definirse a sí mismos en su
identidad al margen de los judíos, y mucho menos por contraposición a ellos”, al punto
de hablar de un “ecumenismo entre cristianos y judíos” (Metz, 2007: 51), quienes “en el
amor al prójimo” tienen “la suma de todos los mandamientos” (Taub, 2013: 255).
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Esto lo podemos ver en áreas estratégicas de la Curia Romana. Así como mantuvo a Kurt Koch (Pont.
Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos) y Gerhard Ludwig Müller (Congregación para
la Doctrina de la Fe), desplazó a Bertone (Secretaría de Estado).
(L’OR, 31/01/2014). A cargo de un Vaticano cuya densidad organizacional le permite
tener actualmente relaciones diplomáticas con el mayor número de Estados (180) y
organizaciones internacionales (globales y regionales) que en toda su historia, Francisco
señaló a la Academia Eclesiástica Pontifica –donde se forman los nuncios apostólicos-
la dimensión “profética” y de búsqueda de la “utopía del bien” que deben tener los
diplomáticos de la Santa Sede (L’OR, 9/05/2014).
Además de la creación del Consejo de Cardenales, las innovaciones más importantes
que el Papa Bergoglio ha realizado hasta ahora en el ámbito de la Curia Romana son
tres y responden a cuestiones candentes en las que se juega la credibilidad hacia adentro
y hacia afuera de la Iglesia: la creación del Consejo y la Secretaría de Asuntos
Económicos como un dicasterio de la Curia Romana (mediante el motu proprio Fidelis
dispensator et prudens, L’OR, 28/02/2014) y la Pontificia Comisión para la Tutela de
Menores (News.Va, 22/03/2014), siguiendo la línea de “tolerancia cero” con la
pederastia, trazada por Benedicto XVI. Respecto al Sínodo de Obispos, cuyas marchas y
contramarchas habían levantado críticas dentro de la Iglesia, el Papa manifestó su
valoración positiva por esa herencia conciliar y lo expresó jerarquizando la
Subsecretaría del área (L’OR, 01/04/2014), decisión de cara al Sínodo de la Familia.
También trasunta la aplicación de los lineamientos del Concilio Vaticano II cuando
expresó su apoyo a la labor del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso (L’OR,
23/05/2014), cuando a la Congregación para el Culto Divino le pidió el relanzamiento
de la renovación litúrgica (L’OR, 28/02/2014) y cuando recordó cuáles son los
“principios” rectores que habilitan la reforma de las estructuras de gobierno:
Confirmando una tradición que tiene siglos de antigüedad, el último Concilio
Vaticano II reafirmó la necesidad de conformar la organización de la Santa
Sede a las necesidades de los tiempos, adecuando sobre todo la estructura de los
dicasterios de la Curia Romana, su número, su denominación y competencia, así
como sus formas de procedimiento y su coordinación mutua a las necesidades
reales de la Iglesia en todo momento (Motu proprio, LʼOR, 11/07/2014, cursiva
nuestra).
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Documentos:
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-Pablo VI: Regimini Ecclesiae Universae (1967)
-Juan Pablo II: Pastor Bonus (1989); Tertio Millennio Adveniente (1994); Ut Unum
Sint; Universi Dominici Gregis (1996); Novo Millennio Ineunte (2000)
-Benedicto XVI: Porta Fidei (2011)
-Francisco: Evangelii Gaudium (2013)
-Comisión Teológica Internacional: Memoria y reconciliación. La Iglesia y las culpas
del pasado (2000)
Artículos y discursos tomados de:
-L`Osservatore Romano (L’OR), edición semanal en lengua española.
-Sitio oficial de la Santa Sede, www.vatican.va
-Aleteia, www.aleteia.org/es
-News.Va, www.news.va/es
-Zenit, www.zenit.org/es