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43 El propio García Moreno se preocupó por la suerte de los huérfanos, delincuentes, mendigos y
mujeres descarriadas. A más de una preocupación moral había un interés por el saneamiento de
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las ciudades. La Ley de Régimen Municipal de 1863 encargaba a los concejos municipales “la orga-
nización, administración, inspección de los hospitales, casas de refugio, alamedas, carnicerías y
demás establecimientos públicos que existan dentro del Municipio” (De la Torre, P. 1999: 167).
El tipo de preocupaciones implícitas en esta disposición son más bien de orden normativo
44 En 1887 se creó la Junta de Beneficencia de Guayaquil, que estaba dirigida por un grupo de nota-
bles pero contaba con un cuerpo médico que se orientaba en la línea de la medicina social (De la
Torre, P. 1999).
Capítulo VII: La idea de ornato, los higienistas y la planificación urbana 303
provenientes tanto del mundo rural como del marginal urbano, aunque
-al contrario de lo que sucedía con el ornato- no eran los criterios de exclu-
sión y distinción su punto de partida explícito. En todo caso, aquí cabe
hacer una diferenciación entre lo que podríamos calificar como dos gene-
raciones distintas dentro del higienismo. La preocupación de Jijón Bello,
uno de los primeros higienistas, era la salud, pero en sus textos se entre-
mezclaban criterios médicos con jurídicos, morales y de embellecimiento
urbano45. Pablo Arturo Suárez, por el contrario, se movía dentro de los
parámetros de la medicina social, constituida como campo aparentemente
autónomo. Su punto de partida era la observación de las condiciones socia-
les de vida, mientras que Jijón Bello tomaba como eje las ordenanzas y
medidas administrativas municipales.
Quizás exista, además, una razón de fondo para estas diferencias, y es
que los trabajos de Jijón Bello y de Suárez se desarrollaron en momentos
distintos. En el primer caso, no se había agudizado aún una conflictividad
social como resultado de una diferenciación, de modo que lo que interesa-
ba era la generación de un orden a partir de una normativa; mientras que
en el segundo caso, se vivían los efectos de la crisis de los años treinta y,
como parte de esto, un proceso de depauperación creciente de los sectores
populares y medios y un deterioro de sus condiciones de vida.
Para los salubristas de la generación más reciente, no se trataba ya tanto
de estorbos sociales o de faltas morales, como de desórdenes en el seno del
cuerpo social. Antes que de exclusión habría que hablar de higienización:
de inculcar hábitos distintos en el pueblo (en un sector de éste) que dieran
lugar a su “urbanización”, y su mayor capacitación para el trabajo.
Todas estas acciones eran presentadas como requerimientos sociales: el
deber de la sociedad era evitar que los males se multiplicaran. Se veían ava-
ladas por una opinión pública ciudadana que se iba generando a través de
la prensa, aunque no necesariamente coincidían con ella46. Los puntos de
vista del salubrismo eran esgrimidos a partir de criterios positivistas que se
45 Manuel Jijón Bello (1903: 26) se refiere a Diderot para quien “toda cuestión moral lo es también
de higiene”.
46 Así, por ejemplo, se hablaba de la falta de cultura e higiene entre la plebe y se proponía “organi-
zar la acción social para cimentar los hábitos de aseo” (AHM/Q, Gaceta Municipal, 1912, p. 872).
El establecimiento de instituciones colectivas creadoras de baños, duchas y lavaderos públicos,
baratos, “sumamente baratos para que el aseo sea fácil y esté al alcance de las masas populares” (El
Comercio, 5 de octubre, 1923, p. 9).
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51 Estas diferencias eran elásticas: se las remarcaba en determinadas circunstancias y se las dejaba de
lado en otras. La “chusma” fue un término peyorativo utilizado para nombrar a la plebe urbana,
hasta que fuera reinventado por el discurso populista de Velasco Ibarra (cinco veces presidente del
Ecuador) como forma de oposición a la “oligarquía”. La “chusma”, en los años cuarenta y cin-
cuenta del siglo pasado, incluía, sobre todo, a las capas populares no obreras, jornaleros, servi-
dumbre, subproletarios. Actualmente el término “chusma” ha retomado su significado original.
52 Boletín Sanitario, Órgano de la Dirección de Sanidad del Distrito Norte, s/e, 1925, p. 10.
53 Boletín Sanitario, Órgano de la Dirección de Sanidad del Distrito Norte, s/e, 1925, , p. 11.
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Fausto Cárdenas:
Padre mecánico, da 20 sucres mensuales. Vive con la abuela; no tiene
madre. La abuela es comerciante y gana 150 sucres mensuales.
Alimentación: desayuno: café en agua con pan de diez centavos.
Almuerzo: un plato de sopa.
Merienda: café en agua con pan de diez centavos.
Habitación: un cuarto.
Jorge Garcés:
Apoyo del padre ocasionalmente. La madre trabaja y gana 40 sucres men-
suales. Son 5 de familia.
Alimentación: desayuno-un pan de cinco centavos.
Almuerzo: una colada de sal.
Merienda: una colada de dulce.
Habitación: un solo cuarto sin cocina. No pagan arriendo.
Alberto Cornejo:
Padre: muerto.
Madre: cocinera gana 40 sucres. Número de familia 11
Alimentación: café con agua con pan de 5 centavos.
Almuerzo: no tienen.
Merienda: un plato de colada de sal.
Todo hace pensar que son los propios organismos estatales y municipales
los que se atribuyen una función que antes estuvo reservada a la familia54.
Algo parecido sucedió en los comedores populares municipales en los
cuales se enseñaba el uso del mantel blanco y los cubiertos y el consumo de
una dieta balanceada e higiénica, pero en este caso se trata de personas mayo-
res que, de un modo u otro, se ven “infantilizadas” (Goetschel 1992: 338).
Ya en 1926, Pablo Arturo Suárez había propuesto la creación de estos
comedores. Después de hacer un estudio minucioso de las condiciones
miserables de alimentación de las familias obreras concluye que no es sólo
el costo lo que impide alimentarse de modo normal, sino al alcoholismo “y
especialmente la falta de un alojamiento apropiado”. La familia popular
está en incapacidad de organizar de modo adecuado su alimentación. Es un
problema de tiempo, de espacio, de hábitos y conocimientos alimenticios
adecuados. “Tanto como se enseña al niño a leer es preciso enseñarle a ali-
mentarse” afirma Suárez (1934: 72). “De eso depende el rendimiento físi-
co y moral del motor humano”.
Otras instituciones son llevadas por el mismo principio: el del mejora-
miento de los hábitos alimenticios. La institución de la Gota de Leche fun-
ciona desde la década de los veinte y da atención a unos ciento veinte niños
del Sur y el Norte de la ciudad. Estos son atendidos por un grupo de mon-
jas y de sirvientes. En alguna parte se dice que la esterilización de la leche
está encomendada a una sirvienta que no tiene ningún conocimiento de la
materia; se lleva a cabo en un recipiente inadecuado y no se utiliza ni
siquiera un termómetro. Otros publicistas reconocen la labor de la Gota de
Leche. Son años en los que se desarrolla un intenso debate sobre la utiliza-
ción de la leche materna en la crianza de los niños. Existe una fuerte preo-
cupación porque la alimentación de la infancia se deje en manos de nodri-
zas. Esto constituye además, un problema cultural, ya que se trata de gente
54 “Cuando se miran los hechos tales como son y como siempre han sido, salta a la vista que toda
educación consiste en un esfuerzo continuo para imponer a los niños maneras de ver, de sentir y
de obrar, a las cuales no habrían llegado espontáneamente. Desde los primeros momentos de su
vida los obligamos a comer, a beber, a dormir en horas regulares, a la limpieza, al sosiego, a la obe-
diencia; más tarde les hacemos fuerza para que tengan en cuenta a los demás, para que respeten
los usos, conveniencias; los coaccionamos para que trabajen, etc. Si con el tiempo dejan de sentir
esta coacción es que poco a poco origina hábitos y tendencias internas que la hacen inútil, pero
que solo la reemplazan porque deriva de ella (...) Esta presión de todos los momentos que sufre el
niño es la presión misma del medio social que tiende a moldearlo a su imagen y de la cual los
padres y los maestros no son más que los representantes y los intermediarios (Durkheim 1988: 49).
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Previsión Social incluía en las décadas del veinte y treinta algunos estudios
basados en la estadística, entre los cuales se destacan los del doctor Pablo
Arturo Suárez. También los informes de la Dirección de Higiene Munici-
pal se inscriben dentro de esta óptica, aún cuando se limitan al registro
estadístico de las actividades realizadas, sin incluir comentarios. Lo más
importante, en este caso, era ordenar sobre la base de la estadística la labor
desarrollada con el fin de darle un cuerpo, hacerla visible. La estadística
constituía un instrumento eficaz de integración de actividades y de gene-
ración y consolidación de mecanismos y aparatos.
El control de las pestes, el registro de las condiciones de salubridad,
posibilitaron un manejo cada vez más especializado de esta tecnología pero,
a su vez, la práctica de la estadística contribuyó a la formación de aparatos
de control de la población.
estado civil, raza, profesión, residencia actual, enfermedad, estado del trata-
miento (“curado, en curación, complicaciones, muerte”) y una columna
dedicada a observaciones varias. Pero todo esto no constituía, en realidad,
un manejo estadístico: se daba un registro de información pero no un juego
con la información, una elaboración de ella. Los criterios para hacer este
tipo de registros eran los del sentido práctico (así, la ubicación por profesión
o razas o de acuerdo a al tipo de enfermedades que eran descritas con base
en síntomas y a partir de las narraciones de los pacientes)57. Tampoco se ela-
boraban cuadros demostrativos, ni la información pasaba a formar parte de
un discurso médico. Es posible que se tratara de una fase inicial dentro de
un proceso de producción estadístico que no llegó a completarse y que, a fin
de cuentas, no pasó de ser una práctica rutinaria; pero sólo el hecho de la
organización de este tipo de rutina constituía, en sí, un fenómeno intere-
sante. Algo parecido se hacía en las escuelas con los registros antropométri-
cos. Rara vez conducían a una elaboración, pero avalaban una práctica.
Algo que aún no ha sido estudiado es cómo las prácticas de medición
y clasificación demográfica, sicológica y físico-social pasaron a ser parte de
la administración de las poblaciones. Se trataba de un tipo de prácticas
incorporadas al funcionamiento de los centros asistenciales, educativos y de
reclusión, a partir de las cuales se iban formando criterios de autoridad.
Desarrollada como tecnología de control del delito, la antropometría
coincide con el criterio de que el comportamiento violento y antisocial no
es el resultado de un acto consciente y libre de voluntad malvada, sino que
está ligado a una determinada estructura psíquica y física radicalmente
diferente a la normal y que se manifiesta en sus mismos caracteres fisonó-
micos (Ferratori 1975: 120)58. Las mediciones antropométricas utilizadas
tempranamente en Ecuador, en la fabricación de la figura del delincuente
(Goetschel 1993: 92) fueron aplicadas posteriormente, en la década de los
57 Algo parecido sucedía con las historias clínicas y los registros estadísticos que se llevaron a cabo en
el Hospital San Juan de Dios. Retomo esta idea en otro trabajo.
58 El uso de medidas antropométricas como sistema clasificatorio parece haber sido utilizado en el
ámbito empresarial. Hemos podido acceder a protocolos empresariales de la década de los años 20
en que se utilizaban estas medidas como criterio de selección de personal. Aunque la introducción
en los Andes del pensamiento criminológico, deudor de la Escuela Positivista italiana, no está estu-
diada, su llegada a Colombia está confirmada, a través del abogado y líder político populista Elié-
cer Gaitán, quien estudió en Italia y fue discípulo de Enrico Ferri, uno de los seguidores de Cesa-
re Lombroso.
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60 Informe del Director General de Estadística al Ministerio del Ramo (1906). Quito, Imprenta de
El Comercio.
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prejuicios del vulgo que impiden que las declaraciones hechas sean exactas
en todas sus partes. A esta mala voluntad se reúne el inconveniente de que
una parte de la población no sabe leer ni escribir: muchos hacen indica-
ciones falsas, llevados del temor de que el material respectivo pueda servir
para el objeto del servicio militar o para las contribuciones61.
63 APL/Q. Informe de la Jefatura de Estadística, en Informe del Ministro del Interior y Policía al
Congreso de 1899.
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las aulas. Gran parte de los estudios fueron realizados con grupos de estu-
diantes de la Universidad Central, que contaron para ello con recursos
escasos. Suárez fue uno de los primeros en utilizar información cuantitati-
va, obtenida directamente, como principio de autoridad de sus observa-
ciones. La realidad era concebida en términos de un “laboratorio social”
sujeto a mediciones y comprobaciones médicas y sociales:
65 Esto será tratado con mayor detalle en otra publicación sobre la Caridad y la Beneficencia en
Quito, de próxima aparición.
Capítulo VII: La idea de ornato, los higienistas y la planificación urbana 319
Para Pablo Arturo Suárez había pasado la hora de lamentarse por la suerte
del indio y del obrero y de especular sobre su situación; de lo que se trata-
ba era de “meditar y en especial de obrar, pero sobre bases reales”. En con-
diciones de crisis en donde, tanto el mundo rural como el urbano habían
entrado en un proceso de reconstitución y redefinición, los distintos secto-
res sociales, y de manera particular los populares, necesitaban ser redescu-
biertos; además, ahora eso era posible, gracias a las perspectivas abiertas por
la ciencia positiva:
66 No se ha reflexionado aún sobre las distintas vertientes a partir de las cuales se crea un imaginario
del obrero en los años treinta. No sólo la que proviene de las organizaciones de izquierda y sindi-
cales sino de los sectores católicos y de las necesidades del Estado.
67 El Día, 26 de febrero de 1926.
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Todo lo que se haga por ofrecer al obrero de hoy una habitación sana,
debe considerarse como de incalculable trascendencia para el progreso de
un País, cuyas bases son capital humano sano y de mentalidad normal y
trabajo de rendimiento eficiente (Suárez s/f: 17).
miento al mundo urbano. Los obreros industriales se ubicaban en el nivel más alto de la clase obre-
ra, mientras que la ubicación de los artesanos variaba de acuerdo a la complejidad de sus activida-
des y el tipo de capital económico y cultural acumulado, e incluso al grado de “limpieza” de sus
actividades (así, los joyeros eran más valorados que los talabarteros). Los albañiles ocupaban un
lugar intermedio entre la ciudad y el campo, y por tanto, entre la civilización y la barbarie.
71 Los trabajadores hicieron su propia relectura de la “cultura obrera”, así como del papel de la “fami-
lia obrera”. Aunque se inscribieron dentro de la ideología estatal, lo hicieron desde sus parámetros.
Eso es lo que colijo de mis entrevistas al Gremio de Albañiles de Quito.
72 El propio Gonzalo Zaldumbide como representante de una tendencia aristocrática poseedora de
un capital cultural y no sólo de un capital de prestigio, criticaba ese reduccionismo.
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El ornato era una institución que modelaba los sentidos, las formas de
percepción condicionaba los gustos. El ornato público de una ciudad, así
como proporcionaba comodidades a sus habitantes, podía servir para
medir su grado de cultura y para establecer distancias con respecto a lo “no-
culto”. El ornato era, a su vez, parte importante de la “arquitectura social”,
ya que normaba el comportamiento y las relaciones de las élites, así como
sus criterios de distinción, diferenciación y separación con respecto a los
otros. Las ideas de reordenamiento y de separación eran los patrones que
marcaban las relaciones urbanas en ese entonces. Durante el siglo XIX no
se desarrollaba aún una preocupación por el cuerpo individual y social
como fuerza productiva, tampoco por una racionalización del espacio de la
ciudad en función productiva. ¿En qué medida se modificó esto con el
desarrollo de relaciones salariales, y hasta qué punto el higienismo consti-
tuyó una forma moderna de preocupación por lo urbano, sustitutiva del
ornato, en el contexto de estas nuevas relaciones?
¿Cuáles eran las vinculaciones entre higienismo y ornato? ¿Se trataba de
lenguajes paralelos yuxtapuestos o de dos formas radicalmente distintas de
percibir las relaciones sociales? Cuando hablo de higienismo me refiero a
una corriente médico-social que buscaba ordenar el funcionamiento del
espacio social y físico a partir de criterios positivistas, como la salud y el
bienestar de las poblaciones. Sin embargo, cuando intento relacionar el
higienismo con el “clima moral” de la sociedad quiteña en esa época, me
surge la sospecha de que en la vida cotidiana, las enseñanzas de la moder-
na medicina social se intercalaban con los sentidos incorporados de la
decencia, el ornato y el adecentamiento urbanos. Si en “cada cultura existe
una serie coherente de líneas divisorias” o “actos de demarcación”, en el
sentido foucaultiano (Foucault 1990:13), habría que ver en qué medida las
propuestas supuestamente objetivas del higienismo eran incorporadas a las
“demarcaciones ciudadanas” hasta pasar a ser parte de su sentido común.
Me atrevería a afirmar, de modo tentativo, que la diferencia funda-
mental entre las prácticas del ornato y las del higienismo radica en que
mientras el primero separa, el segundo desarrolla prácticas de urbanización
y de ciudadanización, modela los habitus, intenta civilizar el cuerpo de los
individuos y el cuerpo social. Este carácter creativo no era, por cierto, ajeno
a la posibilidad de desarrollar acciones en el campo de la eugenesia.
Muchos médicos higienistas fueron partidarios del mejoramiento de la raza
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73 Conozco, por testimonios, que los médicos norteamericanos de las minas de oro de Zaruma, en el
sur del Ecuador, practicaron la eugenesia entre los obreros que contraían enfermedades laborales.
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74 Las enfermedades de la piel eran las que más preocupaban, éstas debían ser erradicadas con
“medios sanitarios” y con una reordenación de las costumbres. Existía una preocupación cotidia-
na, que se veía corroborada por la opinión de los médicos, por los factores de contagio: el contac-
to con los cuerpos de los virulentos, mendigos y gente del campo, “el roce de los vestidos toscos
infectados”, la manipulación de billetes de banco, las peluquerías, la confusión de la ropa en el
lavado: “en nuestro país, no se lava aún en agua hirviente ni con substancias químicas: primax,
bórax, sosa o potasa; y en la misma piedra en la que lavó ayer una mujer de cuartel, se lava hoy
ropa que va a casas sanas y cuidadosas” (El Día, 31 de julio de 1925, p. 1).
75 Como dice Vallejo de Llobert con respecto a los positivistas argentinos: “estas prácticas directivas,
realizadas en un registro léxico nacionalista y avaladas por la condición de autoridad intelectual
que otorga la palabra científica a su enunciador, convierten al discurso en un instrumento políti-
co al servicio de la clase dominante a la que el autor pertenece” (Vallejo de Llobert 2002:103).
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76 Ya con anterioridad Gualberto Pérez había realizado un catastro de la ciudad y un mapa bastante
detallado que serviría de base a algunas de las acciones municipales, pero se trataba de una pro-
puesta parcial, con fines específicos, no de un diseño de la ciudad en su conjunto. Manuel Jijón
Bello, por su parte, hizo en su Reseña Higiénica de Quito (1902-1903) un intento de ordena-
miento de la ciudad a partir de aspectos normativos, relacionados con la higiene y el ornato, en el
que estaban ausentes aspectos relacionados con la urbanística.
330 Eduardo Kingman Garcés
77 Este tipo de racionalidad legitimante ha sido retomado por las administraciones municipales en
los últimos años. Se trata de una suerte de “razón de Estado” que justifica las acciones y las políti-
cas.
78 Max Weber diferencia entre una “administración municipal en el sentido moderno, con sus ofici-
nas y ayuntamientos” en donde existe una separación formal entre lo público y lo privado, de un
tipo de gobierno en donde “lo decisivo son las relaciones e influencias personales y la unión per-
sonal de múltiples funciones”(Weber 1964: 970).
79 La autoridad municipal se basaba, hasta ese momento, en criterios subjetivos relacionados con la
condición de notables de sus dignatarios como la honorarabilidad o la decencia.
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Odriozola partía de la idea cautivante de que Quito era un cuerpo sano (en
eso se diferenciaba de otras corrientes urbanísticas como la escuela de Chi-
cago80), una ciudad que aún no había sufrido los embates de la modernidad,
y en la que había que apuntar a su desarrollo normal, al “querer de la gente”.
El “querer de la gente” se expresaba en la búsqueda de un desarrollo dife-
renciado de la urbe, en la tendencia a la formación de “barrios separados”
tanto hacia el Sur como hacia el Norte81. Lo que interesaba era cómo admi-
nistrar esa tendencia espontánea: de qué manera orientar e incentivar el
desarrollo de barrios obreros “cerca de las zonas industriales pero no en exce-
so”, cómo conservar una armonía entre las zonas residenciales y el medio
ambiente. Las nuevas zonas residenciales seguían el modelo de la “ciudad
jardín” cuyos orígenes deben buscarse en Europa y Estados Unidos en las
últimas décadas del siglo XIX, como respuesta al proceso de densificación
de las ciudades. Según Howard, uno de sus impulsores, el hombre debía dis-
frutar, a la vez, de la vida ciudadana y de las bellezas de la naturaleza (Capel
2002: 353). En el caso de Quito los jardines no tuvieron un carácter utópi-
co, en el sentido de búsqueda de una armonía entre un pasado preindustrial
y un presente industrial, o entre formas de vida opuestas - la propia ciudad
tenía bosques y campos colindantes, de modo que no era necesario alejarse
mucho para encontrarlos - sino que se convirtieron en signos de distinción
y separación. Inclusive las pequeñas casas de las capas medias eran concebi-
80 No debemos olvidar tampoco que uno de los puntos de partida de las reformas de Haussmann,
hacia 1870, fue el detener las barricadas mediante el ensanchamiento de las calles.
81 Para Carrión (1987) y Bustos (1992) el Plan inaugura un proceso de segregación espacial y resi-
dencial; en realidad lo que hace es expresar –como lo dice Odriozola explícitamente – una ten-
dencia inaugurada algunos años antes. En la descripción que hace de Quito Franklin, en los años
cuarenta, uno puede ver la formación de una ciudad diferenciada, en la cual la población “vive en
barrios separados”. En “las calles llenas de barro de San Juan no hay automóviles ni caballos –regis-
tra Franklin– la mayoría de la gente que allí habita proviene del campo y “vive como los campesi-
nos de todas partes, salvo que aquí, con una población tan densa y sin espacio para sembrar nada,
tienen que trabajar de jornaleros o en algún oficio, antes que en la agricultura”. Por toda la ciudad,
mucho más arriba de donde llegan las aguas corrientes en la estación seca, están los otros barrios
donde vive el pueblo. Y hacia abajo, a lo largo del ferrocarril, en Chimbacalle, está Quito indus-
trial”. Los trabajadores del ferrocarril son, de acuerdo a lo que observa Franklin, un anacronismo:
“felices y tiznados, no son aduladores ni serviles, sus palabras no están interrumpidas por el apolo-
gético señor. Son como los trabajadores industriales de todas partes”. Si el pueblo vive en las calles
empinadas o en el Centro, en zonas tugurizadas, la gente de mejores ingresos busca ubicarse en “un
trapezoide limitado por el parque de Mayo y las avenidas Dieciocho de Septiembre, Colón y Doce
de Octubre” en donde el rasgo común es la fastuosidad y en donde “hasta las casitas construidas
por la Caja del Seguro se han contagiado de la fiebre de grandeza”(Franklin 1945: 47).
332 Eduardo Kingman Garcés
das dentro del esquema de la “ciudad –jardín”. Claro que esto no quita valor
a la preocupación de Odriozola por los espacios verdes, que se hizo extensi-
va a los barrios obreros. Un obrero, al igual que un empleado público, debía
tener un jardín, aunque no fuese más que un espacio pequeño, pero algo
distinto a los sembríos o huertas como las todavía existentes en la periferia,
entre la población urbana pero de origen campesino.
En el caso de Odriozola, como de otros urbanistas influidos por el
racional–funcionalismo, se partía del criterio de que la ciudad respondía al
cuerpo social y que la labor urbanística podía servir para reafirmar las ten-
dencias naturales o, si fuera necesario, reorientarlas:
Quito es una ciudad pura, a la que aún no han llegado con toda la fuer-
za de su alteración diversos fenómenos de la vida moderna en su trans-
mutación de elementos, de costumbres, y que así ha conservado sus prin-
cipales cualidades intrínsecas (Odriozola 1949: 5).
82 La zonificación propuesta por Odriozola pretendía seguir la tendencia natural de la urbe concebi-
da como cuerpo en crecimiento: esta zonificación incluía un centro cívico de gobierno, un centro
cultural, un centro histórico, un centro universitario, la zona obrera e industrial, la zona residen-
cial (Odriozola 1949: 26-44). En junio de 1946, el alcalde Jacinto Jijón y Caamaño presentó al
Concejo una propuesta de zonificación basada en el Plan Odriozola. Ésta contemplaba las siguien-
tes zonas: a) Quito Histórico (comprendido entre el monumento del Libertador por el norte, la
Plaza de la Recoleta al sur, la calle Fermín Cevallos por el oriente, prolongándose hasta la plaza
Mejía y la calle Chimborazo por el occidente); b) zona residencial de primera clase (la compren-
dida entre la calle Ante y las avenidas América y al norte el puente de la Carolina); d) zona obre-
ra e industrial; e) espacios verdes (dentro de éstos se incluye a los parques y jardines).
83 “El deber del urbanista, al formular un Plan Regulador, no debe ser solamente el de tener en cuen-
ta todo el futuro de la urbe, sino que, apoyándose en todo un pasado consistente en hechos urba-
nos, llegar a formular una armonía con el desarrollo del porvenir. La zona colonial, la ciudad anti-
gua, debe dar el ritmo de desarrollo, debe velar por ese nuevo movimiento que ella misma inicia
en su afán de perpetuarse hacia un futuro de vida, y por lo mismo esa ciudad colonial, cuando
llega a poseer el valor extraordinario en sus joyas arquitectónicas, debe ser, no solamente incorpo-
rado el volumen por una comunicación más o menos directa, sino remodelada para conservar más
puramente sus calidades añejas”. Y más adelante: “Siempre hemos destacado que la parte más
importantes de la ciudad de Quito corresponde a las leyendas y tradiciones o estudios que se
remontan hasta las fuentes de la vida de la ciudad, y estos se han manifestado en cristalizaciones
constructivas. La ciudad colonial representa un valor de toda una época y un valor de muy alta
calidad” que debe ser conservado y mantenido (Odriozola 1949:12).
84 Mucho tiempo antes los ensanches, tal como se dieron en ciudades como Barcelona y Madrid,
intentaron responder a condiciones de desbordamiento natural, más allá de los límites de las anti-
guas urbes (Gonzáles Ordovás 2000: 146; López Sánchez 1993).
334 Eduardo Kingman Garcés
85 “No podemos perder de vista, además, que toda zonificación contribuye a la mercantilización del
suelo urbano por vía especulativa: organiza el territorio urbano sobre la base de criterios técnicos
y determina, al establecer usos especializados del suelo, las áreas de uso residencia a ser urbaniza-
das” (Ledgard 1991: 91).
86 La evaluación que hizo Emilio Harth-Terré del Plan Regulador de la ciudad es bastante ilustrati-
va: “Encierra el casco antiguo de la ciudad, monumento de arte virreinal, de verdadero mérito.
Estos son los testimonios de la cultura pasada, de la riqueza de la ciudad. Son abolengo tradicio-
nal y títulos nobiliarios de más rancio mérito. Deben no sólo cuidarse y conservarse, sino también
destacarse, no solo por el prurito del ‘turismo’, que bien puede aportar ventajas económicas, sino
yendo más allá de lo material: al símbolo histórico y artístico que representa en la vida ciudadana
y ser el perenne recordatorio de sus virtudes y de su fe, al mismo tiempo que de su riqueza y de su
arte. Los proyectos definitivos establecerán el enlace que unos a otros han de tener para formar así,
un encadenamiento que mejor destaque el conjunto de todos ellos” (Odriozola 1949: 56-57).
Harth-Teré fue uno de los responsables de la renovación urbana de Lima y del desarrollo del esti-
lo neocolonial en arquitectura. De acuerdo a Ortega “la utopía de este arquitecto optimista es un
espacio de concertación: aquel que permite en la racionalidad geométrica y médica, optar a las vir-
tudes del desarrollo como virtud común” (Ortega 1986: 20).
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