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Los héroes de la rebelión han

conseguido escapar de la mortífera


emboscada tendida por Darth Vader
en la ciudad de las nubes. Todos
excepto Han Solo.
El intrépido piloto ha sido congelado
en carbonita y entregado a Jabba el
Hutt, un peligroso criminal que tenía
algunos asuntos pendientes con
Solo, a quien traslada a un suntuoso
palacio en las arenas de Tatooine
con propósitos siniestros.
Luke, la princesa Leia y Chewie
están dispuestos a rescatar a su
amigo a cualquier precio, aun
arriesgando sus propias vidas.
Así, el palacio de Jabba empieza a
recibir a extraños visitantes…
Sin embargo, los peligros
personales se empequeñecen ante
el resurgir de una vieja amenaza. En
órbita, sobre la luna de Endor, una
nueva Estrella de la Muerte está
empezando a tomar forma. Su
diseño es aún más mortífero que el
de la primera, y conforme avanza su
construcción, van tomando forma los
traicioneros planes del Emperador,
que busca convertir al Lado Oscuro
de la Fuerza al último y más
poderoso de los caballeros Jedi:
Luke Skywalker.
James Kahn

Episodio VI: El
retorno del Jedi
Star Wars Episodio VI

ePub r1.0
iBrain 23.12.14
Título original: The return of the Jedi
James Kahn, 1983
Dirección Editorial: R.B.A. Proyectos
Editoriales S.A.
Digitalización y Corrección: Mercedes
Balda Valenzuela
© Lucasfilm Ltda. (LFL), 1983
© Editorial Planeta, S.A.
© Por la presente edición, Editorial La
Oveja Negra Ltda., 1984
Traducción cedida por Editorial Planeta
Traducción: Ernesto Alba
ISBN: 84-8280-900-8 (Obra completa)
ISBN: 84-8280-911-3

Editor digital: iBrain


ePub base r1.2
Hace mucho tiempo en una galaxia
lejana, muy lejana…
Prólogo
La inmensa profundidad del
espacio. Las tres dimensiones se
curvaban sobre sí mismas en pos de la
negrura del infinito, una distancia sólo
mensurable por las miríadas de
centelleantes estrellas que se
precipitaban en la sima. Extendiéndose
hacia los límites. Hasta el mismísimo
abismo.
Las estrellas resumían la historia
del Universo. Existían viejos astros
anaranjados, enanas azules,
amarillentas y gigantescas estrellas
gemelas. Existían estrellas de
neutrones en destrucción y furiosas
supernovas que siseaban en el helado
vacío. Existían estrellas nacientes,
estrellas pulsantes y estrellas
moribundas. Y estaba la Estrella de la
Muerte.
En el confín de la galaxia, la
Estrella de la Muerte flotaba en órbita
estacionaria sobre la verde luna de
Endor —una luna cuyo planeta
materno hacía tiempo que un
cataclismo desconocido lo destruyó—.
La Estrella de la Muerte era la
estación de combate, erizada de armas,
del Imperio. Casi dos veces mayor que
su predecesora, destruida años antes
por las fuerzas Rebeldes, pero más del
doble de poderosa. Sin embargo, aún
estaba incompleta. Una semiesfera
acerada y lóbrega suspendida sobre el
feraz mundo de Endor, los tentáculos
de su inacabada superestructura
curvándose hacia su viviente
compañero como patas de una enorme
y mortal araña.
Un Destructor Estelar Imperial se
aproximaba a velocidad de crucero a la
gigantesca estación espacial. A pesar
de su gran tamaño —una ciudad en sí
mismo—, se movía con pausada gracia,
como un enorme dragón marino. Lo
acompañaban docenas de cazas de
motores iónicos dobles; aparatos con
forma de insectos zumbando entorno a
la nave guerrera: explorando,
vigilando, aterrizando, reagrupándose.
Silenciosamente se abrió la
compuerta principal de la nave. Una
pequeña llamarada anunció el salto de
una lanzadera Imperial desde las
sombras de su silo a la nebulosidad del
espacio. Con decidido propósito, la
lanzadera se dirigió hacia la
inacabada Estrella de la Muerte.
En la cabina de pilotaje, el capitán
de la lanzadera y su copiloto
efectuaban las últimas comprobaciones
y controlaban el descenso. Miles de
veces habían realizado las mismas
operaciones y, sin embargo, una
extraña tensión flotaba en el ambiente.
El capitán conectó la radio y habló por
el intercomunicador:
—Estación de Control, aquí ST321,
clave de espacio Azul. Comenzamos la
aproximación, desactiven el escudo
protector.
Ruidos parásitos brotaron del
receptor, luego sonó la voz del
controlador del puerto:
—El escudo protector se
desactivará una vez comprobemos su
clave de transmisión. Permanezcan a la
espera…
En la cabina se hizo de nuevo el
silencio. El capitán se mordió los
labios, sonrió nerviosamente al
copiloto y murmuró ante el
intercomunicador:
—Dense la mayor prisa posible,
¡por favor! No se demoren. Él no tiene
paciencia alguna…
Evitaron volver la cabeza hacia la
cámara de pasajeros, iluminada
tenuemente para el aterrizaje. De la
zona en penumbra de la cámara
provenía un enervante e inconfundible
sonido de respiración mecánica.
En la sala de control de la Estrella
de la Muerte, los operarios se movían
entre consolas y paneles que
controlaban todo el tráfico espacial del
área, autorizaban planes de vuelo y
permitían sólo a ciertos vehículos el
acceso a determinadas zonas.
El controlador del escudo miró con
alarma su panel. La pantalla mostraba
la luna de Endor, la propia estación de
combate y el flujo de energía —el
escudo protector— procedente de la
luna y que rodeaba a la Estrella de la
Muerte. En ese preciso instante se
abrió una brecha en el flujo energético
y se formó un canal por el que la
lanzadera Imperial voló, sin
impedimentos, hacia la masiva estación
espacial.
El controlador del escudo, no
sabiendo cómo proceder, llamó en
seguida al oficial de control.
— ¿Qué sucede? —preguntó el
oficial
—Esa lanzadera posee un rango de
alta prioridad. —El controlador
intentaba disimular el temor en su voz
adoptando un tono escéptico.
El oficial observó un instante la
pantalla antes de darse cuenta de quién
viajaba en la lanzadera.
¡Vader! —se dijo.
A grandes pasos, el oficial fue
hacia los ventanales de observación y
volvió apresuradamente. La lanzadera
efectuaba la última maniobra de
aproximación. Se giró hacia el
controlador.
—Informe al comandante que la
lanzadera de lord Vader acaba de
llegar.
La lanzadera se posó suavemente,
empequeñecida por los cavernosos
límites del muelle de embarque.
Cientos de soldados formaban
alineados en torno a la rampa de
descenso. Tropas de asalto Imperiales
con sus blancas armaduras, oficiales
vestidos de gris y la élite —uniformada
de rojo— de la Guardia Imperial.
Todos se pusieron firmes al entrar Moff
Jerjerrod.
Jerjerrod, alto, delgado, arrogante,
era el comandante de la Estrella de la
Muerte. Anduvo lentamente a través de
las filas de soldados hasta la rampa de
la lanzadera. Jerjerrod jamás se
apresuraba, ya que la prisa implica el
deseo de estar en otra parte y él era un
hombre que, de forma inequívoca,
estaba exactamente donde quería estar.
Los grandes hombres jamás se
apresuran —solía decir—; los grandes
hombres hacen que otros lo hagan.
Pero a Jerjerrod no le cegaba la
vanidad, y una visita, como la del
Señor Oscuro, no era ninguna futesa.
Por tanto, se inmovilizó frente a la
puerta de la lanzadera. Expectante,
pero calmo.
Repentinamente, la escotilla de la
lanzadera se abrió y los soldados se
cuadraron marcialmente. Una espesa
negrura fluía de la escotilla, luego
retumbaron unos pasos y vibró el
inconfundible sonido del respirar
eléctrico de una máquina. Por último,
Darth Vader, Señor del Reverso Oscuro,
apareció en el umbral.
Vader bajó la rampa a grandes
zancadas, echando un vistazo a los
reunidos, y se plantó frente a Jerjerrod.
El comandante saludó inclinando la
cabeza y sonrió.
—Lord Vader, éste es un placer
inesperado. Nos sentimos honrados por
su presencia.
—Evítese los cumplidos,
comandante—. Las palabras de Vader
resonaban como el eco en el fondo de
un pozo—. El Emperador está muy
preocupado con sus progresos. Estoy
aquí para que usted aplique el ritmo de
trabajo adecuado.
Jerjerrod palideció. No esperaba
tales nuevas.
—Le aseguro, lord Vader, que mis
hombres trabajan todo lo aprisa que
pueden.
—Quizá pueda estimular sus
progresos con métodos que usted no ha
tenido en cuenta —gruño Vader. Por
supuesto que tenía sus métodos, todo el
mundo lo sabía: métodos y
procedimientos escalofriantes.
Jerjerrod mantuvo la voz
imperturbable, pero en su ínterin, el
fantasma de la prisa pugnaba en su
garganta.
—No será necesario, mi Señor. Sin
lugar a dudas, la estación será
operacional en el plazo previsto.
—Me temo que el Emperador no
comparte su optimista valoración del
asunto.
—Pero ¡nos pide imposibles! —
exclamó el comandante.
—Quizá quiera usted explicárselo
cuando él llegue. —El rostro de Vader
permanecía oculto tras la letal
máscara negra protectora, pero su voz
—electrónicamente modulada—
rezumaba malignidad.
La palidez de Jerjerrod se
intensificó.
—¿Va a venir el Emperador?
—Sí, comandante. Y se disgustará
sobremanera si percibe algún retraso
en sus planes cuando arribe. —Habló
con fuerte voz, propagando la amenaza
a todos los que podían oírle.
—Redoblaremos nuestros esfuerzos,
lord Vader. —Y, realmente, así lo sentía,
porque, en caso de extrema necesidad,
¿no se apresuran incluso los grandes
hombres?
Vader disminuyó el volumen de su
voz.
—Lo espero, comandante, por su
propio bien. El Emperador no tolerará
ninguna demora en la aniquilación
final de la insurrección Rebelde. Y
ahora poseemos informes secretos —
añadió, dirigiéndose sólo a Jerjerrod
—. La flota Rebelde ha concentrado
todas sus fuerzas en una gran y única
armada. Es el momento de aplastarlos,
sin piedad, de un solo golpe.
Durante un brevísimo instante, la
respiración de Vader pareció
acelerarse, luego reanudó su ritmo
normal. Cómo si se hubiera alzado un
viento sepulcral.
Capítulo 1
Fuera de la minúscula casucha de
adobe, la tormenta de arena gemía como
una bestia agónica que rechazara la
muerte. Dentro, el fragor enmudecía.
Hacía mucho frío en el refugio. Frío,
silencio y penumbra. Mientras afuera
aullaba la bestia, una silueta velada
trabajaba entre las cambiantes sombras.
Unas manos morenas que sujetaban
misteriosas herramientas sobresalían de
las mangas de una túnica. La silueta
trabajaba acuclillada en el suelo. Ante
ella yacía un aparato discoidal de
extraño diseño. Una maraña de cables
sobresalía en un extremo y su chata
superficie estaba recubierta de símbolos
grabados. Conectó el extremo con
cables a una tersa empuñadura tubular,
la enhebró a través de un conector de
aspecto orgánico, y la afirmó con otra
herramienta. Hizo señas a una sombra,
inmóvil en una esquina, y otra silueta
avanzó hacia ella.
Tanteando, la confusa forma rodó
cerca de la figura con túnica.
—¿Vrr-dit truit? —preguntó
tímidamente el pequeño R2 mientras se
acercaba; se paró a corta distancia del
hombre de la túnica y su extraño
aparato.
El hombre mandó acercarse aún más
al robot. R2-D2 recorrió, lanzando
destellos, el corto trayecto, mientras las
manos de la silueta velada se alzaban
hacia su pequeña cabeza cupular.
La finísima arena se aventaba con
fuerza sobre las dunas de Tattoine. El
viento parecía soplar desde todos los
ángulos a la vez, arremolinándose aquí,
huracanándose allá, inmovilizándose a
trechos, sin propósito ni fin.
Una carretera hería la desértica
planicie. Sus contornos cambiaban
constantemente. Ora se entenebrecían al
paso de una ocre nube de arena —que al
instante siguiente desaparecía—, ora el
vibrante aire cálido combaba y
distorsionaba su superficie. Era una
carretera más precaria que transitable y,
sin embargo, el único camino a seguir,
ya que ningún otro conducía al palacio
de Jabba el Hutt.
Jabba era el gánster más vil de toda
la galaxia. Implicado en contrabando,
tráfico de esclavos y todo tipo de
asesinatos; con secuaces esparcidos por
todas las constelaciones. Tanto
coleccionaba como inventaba nuevas
atrocidades y su corte constituía un cubil
de incomparable decadencia. Se decía
que Jabba escogió Tattoine como lugar
de residencia porque sólo en ese
planeta, árido como un crisol, podría
evitar que su alma se corrompiera
totalmente. Quizá el sol abrasador
conservara su espíritu como en salmuera
amarga.
En cualquier caso, éste era un sitio
que pocos conocían y muchos menos
visitaban. Era un lugar demoniaco,
donde incluso los más valientes sentían
vaporizarse sus fuerzas ante la visión
turbadora del putrefacto Jabba.
—Pintt-WIIt-biDUUUgring-uble
Diip —silboteó R2-D2
—Por supuesto que estoy
preocupado —protestó C-3PO—. Y tú
también debieras estarlo. El pobre
Lando Calrissian jamás volvió de este
lugar. ¿Puedes imaginar lo que le habrán
hecho?
R2 silbó tímidamente.
El dorado androide vadeó con
rigidez una duna en movimiento y se
detuvo en seco. A poca distancia se
erguía el palacio de Jabba, tan pronto
visible como oculto por la tormenta de
arena. R2 casi se estrella contra él y
derrapó hasta el margen contrario de la
carretera. —Fíjate a dónde vas, R2 —
dijo 3PO, reiniciando la marcha, más
lentamente, a la par que su pequeño
amigo trotaba a su lado. Mientras
andaban, parloteaba sin cesar:
—¿Por qué no entregaría
Chewbacca este mensaje? No; cuando
hay alguna misión imposible, siempre
nos la otorgan a nosotros. Nadie se
preocupa de los robots. A veces me
preguntó cómo lo aguantamos.
Caminaron y caminaron sobre el
último y desolado tramo de la carretera
hasta que arribaron a las puertas del
palacio; pesadas puertas de metal,
mayores de lo que 3PO podía alcanzar a
ver. Las puertas eran parte de una serie
de muros de piedra y metal que
constituían varias y gigantescas torres
cilíndricas que se elevaban sobre el mar
de arena.
Los dos robots observaron el
ominoso portón buscando algún indicio
de vida, alguna seña de bienvenida o
quizá, algún artilugio que les permitiera
anunciar su presencia. Nada de eso
había. 3PO comprobó su determinación
—previamente programada— y golpeó
tres veces en la gruesa puerta metálica.
Se volvió con rapidez y avisó a R2:
—Parece que aquí no hay nadie.
Volvamos y contémoselo al amo Luke.
De improviso, una pequeña escotilla
se abrió en el centro de la puerta. Un
delgado brazo metálico emergió
aferrando un gran ojo electrónico que
observó con descaro a los dos robots. El
ojo habló:
—¡Tee chuta fahat yudd!
3PO permaneció orgullosamente
inmóvil, pese a que sus circuitos
zumbaban. Se encaró al ojo, señaló a R2
y luego a sí mismo.
—R2 Dedoska bos Trespeosha ey
toota odd rais chka Jabba du Hutt.
El ojo enfocó rápidamente a uno y
otro robot, se retiró por la pequeña
abertura y cerró de golpe la portezuela.
—Bu-Diip-gaNUUng —susurró el
preocupado R2.
3PO asintió con la cabeza.
—No creo que nos dejen entrar, R2.
Mejor vámonos —dijo preparándose
para irse, mientras R2 emitía una
desganada protesta en cuatro tonos.
En ese preciso instante se oyó un
horrible y chirriante crujido y las
macizas puertas comenzaron a elevarse.
Los dos robots se miraron, recelosos
y luego observaron la negra cavidad que
se abría frente a ellos. Esperaron sin
moverse, temerosos de entrar y
temerosos de retroceder.
Desde las sombras, la extraña voz
del ojo electrónico les chilló:
—¡Nudd chaa!
R2, profiriendo ruiditos eléctricos,
cruzó el umbral de la puerta. 3PO vaciló
un segundo y corrió tras su chaparro
compañero.
—¡R2, espérame!
Ambos se detuvieron a mitad del
pasadizo, mientras 3PO refunfuñaba:
—¡Te perderás!
Tras ellos, el enorme portón se cerró
de golpe, levantando ecos cavernosos.
Durante unos instantes, los asustados
robots permanecieron inmóviles. Acto
seguido, vacilantes, reemprendieron la
marcha.
Al fondo se les unieron tres
colosales guardias Gamorreanos. Unas
vigorosas bestias con aspecto de cerdos
que, como todo el mundo sabía, odiaban
a los robots. Sin mover un solo músculo
de sus rostros, los guardias empujaron a
los robots a lo largo del tenebroso
pasaje. Al llegar a la primera galería
iluminada, R2 siseó nerviosamente a
3PO.
—No tienes por qué saber nada más
—replicó con recelo el dorado androide
—. Sólo emite el mensaje del amo Luke
y larguémonos de aquí.
Apenas habían dado otro paso
cuando, en una encrucijada, les vino al
encuentro un extraño ser, Bib Fortuna, el
tosco mayordomo de la degenerada
corte de Jabba. Era una criatura de
aspecto humanoide, con una túnica que
cubría su elevada estatura y unos ojos
que observaban sólo lo que fuera
necesario ver. De su espalda —a la
altura de la nuca— surgían dos gruesos
apéndices tentaculares con los que
ejercía las funciones sensitivas,
prensiles y cognitivas. Por coquetería,
solía llevar los tentáculos colgando de
sus hombros salvo cuando los extendía
hacia atrás, como si fueran dos colas
gemelas, para mejorar su equilibrio.
Bib sonrió levemente al detenerse
frente a la pareja de robots.
—Die wanna wanga —dijo.
3PO adoptó un tono oficial:
—Die wanna wanga. Traemos un
mensaje para tu señor, Jabba el Hutt.
R2 emitió una posdata y 3PO
asintiendo con la cabeza, añadió:
—Y un regalo. —Meditó un instante
con aspecto desconcertado (todo lo
desconcertado que puede parecer un
robot) y cuchicheó a R2—: ¿Regalo, qué
regalo?
Bib sacudió enfáticamente la cabeza.
—Nee Jabba no badda. Michaade su
regalo —dijo, extendiendo su mano
hacia R2.
El pequeño robot retrocedió, pero su
protesta fue intensa:
—bBDdo-III-NGwrrr-Op4bduu-
Biiopi
—R2, ¡dáselo! —insistió 3PO. A
veces R2 era tan binario…
Pero R2, desafiante, pitaba y
chirriaba mirando a Fortuna y a 3PO
como si tuvieran sus programas
borrados.
3PO, aunque descontento, asintió
finalmente, comprendiendo la respuesta
de R2. Sonrió a Bib en plan de disculpa.
—Dice que las instrucciones de
nuestro jefe exigen que se lo
entreguemos al propio Jabba.
Bib consideró el problema mientras
3PO se deshacía en explicaciones:
—Lo siento mucho. Me temo que R2
es un cabezota, sobre todo en ciertos
casos. —Se las arregló para dar un tono
amable, aunque despreciativo, a sus
palabras mientras se inclinaba hacia su
pequeño socio.
Bib, con un ademán imperativo,
ordenó que le siguieran.
—Nudd chaa —dijo, adentrándose
en las sombras seguido de cerca por los
robots y los tres guardias Gamorreanos,
que cerraban la marcha.
A medida que se internaban por los
oscuros pasadizos, 3PO susurró
suavemente a la unidad R2:
—R2, tengo un mal presentimiento…
C-3PO y R2-D2 hicieron un alto a la
entrada del salón del trono.
—Estamos condenados —gimoteó
3PO, deseando poder cerrar los ojos.
El salón estaba repleto —en toda la
extensión comprendida entre sus
cavernosos muros— de toda la hez
viviente de la galaxia. Grotescas
criaturas procedentes de los más ínfimos
sistemas solares, embriagados por
especiados licores y por sus propios y
fétidos efluvios. Gamorreanos, hombres
gibosos y mal encarados, Jawas…,
todos deleitándose en los más bajos
placeres o fanfarroneando sobre
grandiosas hazañas. Al frente del salón,
reclinándose en un estrado situado por
encima del corrupto maremágnum, se
hallaba Jabba el Hutt.
Su cabeza era tres veces mayor que
la de un hombre, quizá cuatro. Sus ojos,
amarillos y reptilescos; la piel como de
serpiente grasienta. No tenía cuello, sino
una serie creciente de papadas que se
expandían hasta conformar un enorme
cuerpo abotargado, henchido hasta
reventar por miles de manjares robados.
Unos brazos atrofiados, casi inútiles,
brotaban del torso y los viscosos dedos
de su mano izquierda sostenían la
boquilla de una pipa de agua. No tenía
un solo pelo, todos se habían caído
víctimas de una mezcolanza de
enfermedades. Tampoco tenía piernas
simplemente su tronco se ahusaba hasta
rematarse en una fofa cola de serpiente
que se extendía por la plataforma como
una tubería mucilaginosa. La boca, sin
labios, cruzaba su cara de oreja a oreja
y babeaba continuamente. Era un ser
completamente repugnante.
Una bella y triste danzarina estaba
encadenada a su cuello. De la misma
raza de Bib Fortuna, sus dos enjutos y
bien formados tentáculos colgaban
sugestivamente por la espalda desnuda y
musculosa. Se llamaba Oola y parecía
enormemente desdichada, sentada lo
más lejos que le permitía la cadena, al
extremo del estrado.
Cerca de la panza de Jabba estaba
sentado un pequeño y simiesco reptil
que respondía al nombre de Migaja
Salaz, porque recogía todas las
partículas de comida que caían de las
manos y boca de Jabba, engulléndolas
con nauseabunda risita.
Unos haces de luz provenientes del
techo iluminaban parcialmente a los
embriagados cortesanos, cuando Bib
Fortuna cruzó el salón hasta llegar al
estrado. La sala estaba formada por
habitáculos repletos de concavidades,
de modo que la mayoría de los
personajes eran visibles sólo como
sombras en movimiento.
Cuando Fortuna arribó hasta el
trono, se inclinó ceremoniosamente y
susurró algo en la deforme oreja del
monarca. Los ojos de Jabba se redujeron
a dos ranuras y, luego, con risa
maniática, mandó traer a la pareja de
robots.
—Bo shuda —siseó el Hutt,
evitando un arranque de tos. Aunque
sabía varios idiomas hablaba, como
punto de honor, tan solo Huttés. Era su
único punto honorable.
Los robots, temblando, apresuraron
el paso hasta quedar frente al repulsivo
monarca, violentando sus más íntimas y
programadas sensibilidades.
—El mensaje, R2, el mensaje —
apremió 3PO.
R2 silbó una vez y proyectó un rayo
de luz desde su cabeza cupular, creando
un holograma de Luke Skywalker frente
a ellos en el suelo. Inmediatamente, la
imagen creció hasta medir tres metros,
dominando a la multitud reunida. Se hizo
el silencio en el salón al sentir todos la
presencia del joven guerrero Jedi.
—¡Saludos, oh tú el Encumbrado! —
dijo el holograma a Jabba—. Permíteme
que me presente: soy Luke Skywalker,
Caballero Jedi y amigo del Capitán
Solo. Pido una audiencia con Su
Majestad para negociar su vida.
En ese punto, el salón entero estalló
en carcajadas, que Jabba cortó con un
ademán perentorio. La pausa de Luke no
duró mucho.
—Sé que eres poderoso, gran Jabba,
y que tu ira en contra de Solo será
igualmente intensa. Pero estoy seguro de
que lograremos un pacto beneficioso
para ambos. Como muestra de mi buena
voluntad te entrego un regalo: estos dos
robots.
—¡Qué! ¿Qué es lo que ha dicho? —
saltó 3PO como si lo hubieran
aguijoneado.
—Ambos son trabajadores y te
servirán bien —continuó Luke. Con esta
frase, el holograma se desvaneció.
3PO meneó la cabeza
desesperadamente.
—¡Oh, no! Esto no puede ser así,
R2. Has debido de emitir un mensaje
erróneo.
Jabba reía a la par que babeaba, Bib
Fortuna habló en Huttés:
—¿Un trato en lugar de pelear? Él
no es un Jedi.
Jabba asintió, mostrando su acuerdo.
Sonriendo aún; se dirigió a 3PO:
—No habrá trato. No tengo la más
mínima intención de quedarme sin mi
adorno favorito.
Lanzando una risita repulsiva, miró
hacia una cavidad sombría que estaba
situada a un lado del trono; allí, colgado
en la pared, estaba el cuerpo
carbonitizado de Han Solo; cara y
manos sobresaliendo del frío y duro
bloque, como una estatua que emergiera
de un mar de piedra.
R2 y 3PO marchaban, cabizbajos,
por el húmedo pasadizo empujados por
un guardia Gamorreano.
Las mazmorras se alineaban en
ambos costados. Sobrecogedores
lamentos de angustia brotaban de las
celdas —a medida que los robots
avanzaban— y resonaban en las pétreas
e inacabables catacumbas. De vez en
cuando una mano, una garra o un
tentáculo despuntaban entre los barrotes
de las celdas, intentando aferrar a los
desventurados robots.
R2 emitió unos ruiditos lastimeros.
3PO tan sólo sacudió la cabeza
enérgicamente.
—¿Qué mosca le habrá picado al
amo Luke? ¿Será algo que hice? Nunca
estuvo descontento de mí…
Se aproximaron a una puerta al final
del corredor. Automáticamente se abrió
y el Gamorreano los introdujo de un
empujón. Dentro, sus oídos fueron
atacados por un estruendo ensordecedor:
ruedas chirriantes, explosiones de
innumerables motores, martillazos,
rugidos de extrañas máquinas y unas
constantes vaharadas de vapor que
nublaban la visión. Aquello era un
inmenso cocedero o bien el propio
infierno programado.
Un agónico quejido electrónico,
comparable al chirrido de un metal
sometido a tremenda presión, atrajo sus
miradas hacia una esquina de la
habitación. Entre la ardiente neblina
circulaba EV-9D9, un delgado robot de
apariencia tan humana que incluso
reflejaba en su rostro las bajas pasiones
de los hombres. En la zona en sombra,
tras 9D9, 3PO pudo ver cómo le
arrancaban las piernas a un robot en un
potro de tortura, mientras que a un
segundo robot —colgado cabeza abajo
— le aplicaban hierros candentes en los
pies. Este robot había sido el autor del
terrible aullido electrónico que 3PO oyó
antes, cuando se fundieron los circuitos
sensores de su metálica piel. 3PO se
bajó los efectos del sonido y sus
circuitos crujieron, por empatía, con los
del torturado robot.
9D9 se plantó frente a 3PO alzando
efusivamente las pinzas que constituían
sus manos.
—¡Ah, Nuevas adquisiciones! —
dijo con gran satisfacción—. Yo soy EV-
9D9, Jefe de Operaciones Cyborg. Tú
eres un robot de Protocolo, ¿no es
cierto?
—Yo soy C-3PO, especializado en
Relaciones Cibernéticas Huma…
—Sí o no, es suficiente —dijo
secamente 9D9.
—De acuerdo, si —replicó 3PO.
Ese robot, obviamente, iba a constituir
un problema; era uno de esos tipos que
han de demostrar que son más robots
que ningún otro.
—¿Cuántos idiomas hablas? —
prosiguió 9D9.
Bien: se necesitan dos para
participar en este juego, pensó 3PO.
Buscó en sus archivos la secuencia
introductora que resultara más oficial y
significativa.
—Domino con fluidez seis millones
de formas de comunicación y puedo…
—¡Magnífico! —interrumpió,
jubiloso, 9D9—. No tenemos un robot
de Protocolo desde que nuestro Amo se
enfadó por algo que hizo el último y lo
desintegró.
—¡Desintegrado! —gimió 3PO,
mientras le abandonaba todo su aire
ceremonioso y protocolario.
9D9 parlamentó con un cerduno
guardia que apareció de improviso.
—Este nos será bastante útil; ponle
unos grilletes y llévatelo al salón
principal de audiencias.
El guardia gruñó y empujó
rudamente a 3PO hacia la puerta.
—¡R2, no me abandones! —chilló
3PO, mientras el guardia, aferrándolo,
lo sacaba a rastras.
R2 profirió un largo quejido al ver
cómo sacaban a su amigo; Luego se
volvió hacia 9D9 y expresó con furia su
indignación. 9D9 se rió.
—Eres un pequeñajo bien ruidoso;
pronto aprenderás modales. Te
necesitaré para la Barcaza Velera del
Amo. Recientemente han desaparecido
algunos de nuestros robots pilotos,
supongo que robados para ser utilizados
como piezas de recambio. Creo que
servirás perfectamente.
El robot del potro de torturas emitió
un chirrido de alta frecuencia,
chisporroteó brevemente y enmudeció.
La corte de Jabba el Hutt vibraba
con maligno éxtasis. Oola, la bella
criatura encadenada a Jabba, bailaba en
el centro del salón mientras los
embriagados monstruos entorpecían la
danza con sus carcajadas. 3PO
permaneció cautelosamente inmóvil,
cerca del respaldo del trono, intentando
pasar inadvertido. De cuando en cuando
tenía que agacharse para esquivar los
frutos que le arrojaban, o bien saltar
evitando algún cuerpo que rodaba por el
suelo. Más que nada, permanecía a la
expectativa, semiapagado. ¿Qué otra
cosa podía hacer un robot de Protocolo
en un lugar donde existía tan poco?
Jabba miraba lascivamente tras el
humo de su narguile y, por señas, llamó
a la bailarina para que se sentara a su
lado. Oola, bruscamente, dejó de bailar
y se negó con la cabeza —el miedo
asomó en sus ojos—. No era la primera
vez que Jabba la requería.
Jabba se enfureció y, señalando un
punto del estrado a sus pies, gruñó:
—¡Da eitha!
Oola negó con vehemencia, con el
terror reflejándose en su rostro.
—Na chuba negatorie. ¡Na! ¡Na!
¡Natoota…! Jabba, lívido de rabia,
señaló a Oola y ladró una sola palabra.
—¡Boscka!
Apretó un botón mientras soltaba la
cadena que le unía con la danzarina.
Antes de que Oola pudiera escapar, una
trampilla enrejada se abrió a sus pies y
cayó a un foso inferior. La reja se cerró
de golpe. Hubo un breve silencio,
seguido por un rugido retumbante y
grave. Al poco, un grito de terror
invadió la sala y, de nuevo, se hizo el
silencio.
Jabba rió y rió hasta babear. Una
docena de secuaces suyos se
precipitaron a mirar por el
emparrillado, y observaron la muerte de
la núbil danzarina.
3PO se encogió aún más y miró
desconsolado a la carbonitizada forma
de Han Solo, suspendida sobre el suelo
como un bajorrelieve. Él sí que era un
humano sin sentido del protocolo, pensó
melancólicamente 3PO.
Sus meditaciones fueron
interrumpidas por un extraño silencio
que, repentinamente, descendió sobre la
sala. Alzó el rostro y vio a Bib Fortuna
avanzar entre la multitud, acompañado
por dos guardias Gamorreanos y seguido
por un Cazador de Recompensas de
temible aspecto —con su casco y
armadura— que arrastraba con una
traílla a su presa: Chewbacca el
Wookiee.
3PO asombrado sofocó un grito:
—¡Oh no! ¡Chewbacca! —El futuro,
en verdad, se presentaba tenebroso.
Bib musitó unas palabras en la oreja
de Jabba señalando al Caza-
recompensas y a su prisionero. Jabba
escuchó con atención. El Cazador de
Recompensas era un humanoide pequeño
y delgado; una canana repleta de
proyectiles se ceñía a su torso y la
pequeña ranura ocular de su casco
parecía conferirle el poder de ver a
través de las cosas. Hizo una reverencia
y habló en fluido Ubes.
—Saludos, ¡oh, Majestad! Yo soy
Boushh. Era un lenguaje metálico, bien
adaptado a la rarificada atmósfera del
planeta de dónde provenía su raza
nómada.
Jabba respondió en el mismo
idioma, aunque su Ubes era lento y
vacilante.
—Por fin alguien me trae al
poderoso Chewbacca…
Intentó continuar, pero no halló las
palabras necesarias. Riendo
sonoramente se volvió hacia 3PO.
—¿Dónde está mi robot intérprete?
—tronó exigiendo que 3PO se acercara.
De mala gana, el robot cortesano
obedeció.
Jabba, de buen humor, ordenó:
—Da la bienvenida a nuestro
mercenario amigo y pregúntale cuál es
su precio por el Wookiee.
3PO tradujo el mensaje al Cazador
de Recompensas. Boushh escuchó
atentamente mientras estudiaba a quienes
le rodeaban, las posibles vías de
escape, los posibles rehenes y los
puntos vulnerables. En particular, se fijó
en Boba Fett —el enmascarado
mercenario que capturó a Han Solo—,
que estaba situado cerca de la puerta de
salida.
Boushh valoró todo esto; en una
fracción de segundo, luego habló
calmosamente en su lengua nativa,
dirigiéndose a 3PO.
—Aceptaré cincuenta mil, no menos.
3PO tradujo la respuesta a Jabba,
quien inmediatamente se encolerizó y,
con un golpe de su maciza cola, arrojó a
3PO fuera del estrado. 3PO cayó con
estruendo al suelo en confuso montón y
permaneció inmóvil, inseguro de qué
había de hacer en tal situación.
Jabba desvarió en un Huttés gutural;
Boushh acercó su arma preparándose
para usarla. 3PO suspiró, se recompuso
y volvió al trono, traduciendo a Buoshh,
aproximadamente, el confuso tropel de
palabras que salían de la boca de Jabba.
—No pagará más de veinticinco mil
—instruyó 3PO.
Jabba mandó que sus cerdunos
guardias apresaran a Chewbacca,
mientras dos Jawas cubrían a Boushh.
Boba Fett también alzó su arma. Jabba
añadió a la traducción de 3PO:
—Veinticinco mil y su vida.
3PO tradujo. Un tenso silencio
descendió sobre el salón. Por fin,
Boushh, suavemente, replicó a 3PO:
—Dile a esa basura fermentada que
habrá de proponerme algo mejor o
tendrán que recoger sus podridos
trocitos de todos los rincones de la sala.
Tengo en la mano una bomba termal.
3PO enfocó con rapidez la pequeña
bola plateada oculta parcialmente por la
mano izquierda de Boushh.
Se podía oír una débil pero ominosa
vibración. 3PO miró nerviosamente,
primero, a Jabba y, luego, a Boushh.
Jabba ladró al robot:
—¿Bien? ¿Qué es lo que ha dicho?
3PO aclaró su garganta.
—Su Alteza, él…, bueno…, él…
—¡Suéltalo ya, robot! —rugió
Jabba.
—¡Oh, cielos! —dijo el apurado
robot. En su ínterin, se preparó para lo
peor, mientras respondía a Jabba en
perfecto Huttés—: Con todos los
respetos, Boushh no está de acuerdo con
su Elevada Persona y le ruega que
reconsidere el precio…, o arrojará la
bomba termal que está sosteniendo.
Un murmullo de desconcierto aleteó
por el salón. Todo el mundo retrocedió
unos pasos, como si con ello conjuraran
el peligro. Jabba miraba fijamente la
esfera en manos del Cazador de
Recompensas. Comenzaba a brillar. De
nuevo se hizo un silencio mortal.
Jabba clavó, con malevolencia, sus
ojos sobre el cazador durante breves
segundos. Luego, lentamente, una mueca
de satisfacción cruzó su enorme y fea
boca. Desde la biliosa sima de su
estómago ascendió una risa burbujeante
como el gas en un pantano.
—Este Cazador de Recompensas
pertenece al tipo de carroña que me
gusta. Arrojado e inventivo. Dile que
treinta y cinco mil, ni uno más, y
adviértele que no abuse de su suerte.
3PO suspiró aliviado al advertir el
giro de la situación. Tradujo para
Boushh, mientras todo el mundo, con las
armas preparadas, esperaba su reacción.
Boushh pulsó un interruptor de la
bomba termal y ésta se apagó.
—Zeebuss —asintió.
—Está de acuerdo —dijo 3PO a
Jabba.
Los presentes se regocijaron y Jabba
se relajó.
—Acércate, amigo, únete a la fiesta.
Quizá encuentre otra tarea para ti.
3PO lo comunicó al Caza-
recompensas y el festín continuó su
ritmo frenético y depravado.
Chewbacca gruñó entre dientes
mientras los guardias Gamorreanos le
sacaban del salón. Podría partirles la
cabeza por ser tan feos, o para recordar
a todos los presentes de qué madera
están hechos los Wookiees, pero cerca
de la puerta localizó un rostro familiar.
Escondido tras una pequeña máscara
con colmillos de jabalí, se ocultaba un
humano vestido con el uniforme de los
guardias de las lanchas: Lando
Calrissian. Chewbacca no dio muestras
de haberlo reconocido y tampoco opuso
resistencia al guardia que le escoltaba.
Lando se las había compuesto para
introducirse en ese nido de gusanos
meses antes, estudiando la posibilidad
de liberar a Solo de las garras de Jabba.
Y lo hacía por varias razones.
Primero porque sentía —con toda
razón— que Han Solo se hallaba en tal
situación por su culpa, y él quería
subsanarla; siempre y cuando —por
supuesto— no corriera peligro su
integridad física. Deambular por la
siniestra corte como si fuera un pirata
más, no era ningún problema para
Lando, habituado como estaba a usurpar
distintas identidades.
En segundo lugar, quería unirse a los
compañeros de Han, que eran los
máximos dirigentes de la Alianza
Rebelde. Luchaban, para derruir el
Imperio y él no podía estar más de
acuerdo con ello. La policía Imperial le
había causado infinidad de problemas y
quería devolverles los golpes. Además,
a Lando le agradaba formar parte del
grupo de Solo, ya que eran la vanguardia
de la reacción contra el Imperio y
adoraba hallarse en primera fila.
En tercer lugar, la Princesa Leía
había solicitado su ayuda y él jamás
podría negarse ante una princesa en
apuros. Aparte de que uno jamás podía
saber cómo lo agradecería en su día.
Finalmente, Lando apostaría,
cualquier cosa en contra de la
posibilidad de que Han fuera rescatado
de un lugar como ése. Y Lando podría
resistirlo todo, salvo el atractivo de una
apuesta.
De ese modo empleó su tiempo
observándolo todo. Observando y
calculando. Tal como ahora hacía
mientras se llevaban a Chewbacca.
Observó y luego se deslizó por entre los
muros.
La orquesta comenzó a tocar,
dirigida por un gimiente ser de orejas
caídas y cuerpo azul llamado Max Rebo.
El salón se llenó de danzarinas, los
cortesanos ulularon con regocijo y
alcoholizaron aún más sus neuronas.
Boushh giró levemente, cambiando
de postura, mientras acariciaba su arma
como si fuese un bien inapreciable.
Boba Fett permaneció inmóvil,
arrogante y burlesco tras su máscara
siniestra.
Los guardias Gamorreanos
condujeron a Chewbacca a través del
oscuro corredor repleto de mazmorras.
Un tentáculo sobresalió de una puerta
intentando asir al meditabundo Wookiee.
—Rheeeaaar —rugió. El tentáculo
retrocedió de inmediato.
La siguiente puerta estaba abierta y,
antes que Chewie pudiera reaccionar,
fue empujado violentamente por los
guardias. La puerta se cerró
bruscamente, dejándolo en completa
oscuridad.
Alzó la cabeza y profirió un largo y
lastimero aullido que atravesó la entera
montaña de hierro, elevándose como una
saeta hacia el paciente infinito estelar.
El salón del trono estaba silencioso,
lóbrego y vacío de guardias. La noche se
extendía por sus mugrientos rincones.
Sangre, vino y esputos manchaban el
suelo; andrajosas tiras de ropa
festoneaban el mobiliario; cuerpos
inconscientes yacían bajo mesas rotas.
La bacanal había finalizado.
Una tenue silueta se deslizaba en
silencio entre las sombras, ocultándose
ora tras una columna, ora tras una
estatua. Caminó subrepticiamente a lo
largo del perímetro del salón,
deteniéndose un instante casi encima de
la cara roncante de un Yak. En ningún
momento hizo el menor ruido. Era
Boushh, el Cazador de Recompensas.
Alcanzó la alcoba con cortinajes a cuyo
lado estaba la losa de Han Solo,
colgando de la pared suspendida
mediante un campo energético. Boushh
echó una furtiva ojeada a su alrededor y
luego pulsó un interruptor contiguo al
ataúd de carbonita. El zumbido del
campo de energía disminuyó y el pesado
monolito descendió lentamente hasta el
suelo.
Boushh se irguió y estudió la
congelada faz del pirata del espacio.
Tocó con suavidad la mejilla
carbonitizada, como si fuera una piedra
preciosa, y la halló dura y fría como el
diamante.
Durante unos segundos estudió los
controles laterales de la losa; luego
accionó una serie de interruptores y, por
último, lanzando una dubitativa mirada a
la estatua viviente, bajó la palanca de
descarbonitización hasta situarla en su
punto inferior.
La carcasa comenzó a emitir un
sonido extremadamente agudo. Con
ansiedad, Boushh escrutó las sombras a
su alrededor, asegurándose de que nadie
escuchaba. Poco a poco, la dura costra
que recubría la cara de Solo empezó a
fundirse. Instantes después la capa se
retiró de todo el cuerpo de Solo,
liberando sus alzadas manos —tanto
tiempo congeladas en muda protesta—
hasta que cayeron flojamente a sus
costados. Su rostro, distendido, parecía
una máscara mortuoria. Boushh extrajo
del molde el cuerpo inanimado y lo
depositó con delicadeza sobre el suelo.
Acercó su macabro casco al rostro
de Solo, intentando percibir algún signo
vital. No respiraba. No tenía pulso. De
pronto, los ojos de Han se abrieron y
comenzó a toser. Boushh lo sujetó
intentando calmarlo. Muchos guardias
—ahora yacientes— podrían oírlos.
—¡Tranquilo! —susurró—. Tan sólo
relájate.
Han miró con ojos estrábicos a la
silueta velada situada encima de él.
—No puedo ver… ¿Qué es lo que
pasa?
Comprensivamente, estaba
desorientado tras haber vivido en
suspensión animada seis meses en ese
desértico planeta. Un período, para él,
en el que el tiempo no había
transcurrido. Era una sensación extraña
y macabra, como si durante una
eternidad hubiera intentado respirar,
moverse, gritar; consciente en todo
momento, dolorosamente sofocado. Y
ahora, de forma repentina, caía por una
fosa profunda, negra y fría.
Todos sus sentidos despertaron a la
vez. El aire mordía su piel con mil
dientecillos helados; el velo que
nublaba su visión era impenetrable; el
viento acariciando sus oídos poseía el
volumen de un huracán; no distinguía
entre arriba y abajo; miles de olores
asaltaron su olfato mareándolo, no podía
controlar su salivación, le dolían todos
los huesos…, y entonces comenzaron las
visiones.
Visiones de su infancia, de su último
desayuno, de sus mil correrías…, como
si todos los recuerdos e imágenes de su
vida se condensaran en un globo y ese
globo estallase vertiéndolas al unísono
—en un microsegundo— sobre él.
Era casi abrumador. Una sobrecarga
sensorial o, mejor dicho, una sobrecarga
de la memoria. Muchos hombres habían
enloquecido en esos primeros minutos
posteriores a la descarbonitización.
Completa, inexorablemente
enloquecidos. Incapaces ya de
reorganizar los diez billones de
imágenes individuales que abarcan una
vida, dentro de algún tipo de orden
coherente y selectivo.
Pero Solo no era tan impresionable.
Cabalgó la cresta de la ola de sus
impresiones hasta que se apaciguó la
resaca, sumergiendo la masa de sus
recuerdos y dejando solamente que
flotaran en la superficie los restos más
recientes: la traición de Lando
Calrissian, al que antaño llamó amigo;
su achacosa nave; la última visión de
Leía; su captura a manos de Boba Fett,
el Caza-recompensas con su acerada
máscara a quien…
Mas… ¿Dónde se hallaba ahora?
¿Qué había pasado?
Su última imagen era aquella de
Boba Fett viéndole convertirse en
carbonita. ¿Le habría descongelado
Boba Fett para seguir vejándolo? El aire
rugía en sus oídos. Su respiración era
desacompasada y anormal. Golpeó con
la mano el espacio a la altura de su cara.
Boushh intentó tranquilizarlo.
—Te has liberado de la carbonita y
padeces el síndrome de la hibernación.
Tu vista se recobrará con el tiempo.
Vamos; hemos de apresurarnos en
abandonar este lugar.
Reflexionando, Han aferró al
Cazador de Recompensas y palpó la fría
rejilla de su máscara. Entonces lo soltó.
—No voy a ninguna parte, ni siquiera sé
dónde estoy —dijo, mientras comenzaba
a transpirar profusamente a medida que
su corazón bombeaba sangre nuevamente
y la mente le bullía con mil
interrogantes.
—De todos modos, ¿quién eres tú?
—preguntó con desconfianza. Quizá,
pese a todo, era el propio Fett.
El Cazador de Recompensas,
acercándose, se quitó el casco,
revelando bajo él el rostro
inconfundible de la Princesa Leia.
—Alguien que te ama —susurró,
acariciando tiernamente la cara de Han
con sus manos enguantadas y besándole
largamente en los labios.
Capítulo 2
Han forzó la vista intentando
distinguir el rostro de la Princesa, pero
su visión era semejante a la de un recién
nacido.
—¡Leia! ¿Dónde estamos? —dijo.
—En el palacio de Jabba. Tengo que
sacarte de aquí en seguida —contestó
ella.
Han se sentó, temblando.
—Todo es tan difuso… No voy a
serte de gran ayuda.
Leia observó largo rato a Han, su
gran amor. Había viajado decenas de
años luz para encontrarlo; había
arriesgado su vida y perdido un tiempo
vital para la causa Rebelde. Un tiempo
que no debiera emplearse en cuestiones
personales e intereses privados…, pero
lo amaba. Sus ojos se empañaron de
lágrimas.
—Lo conseguiremos —susurró Leia.
Apasionadamente, le abrazó y besó
de nuevo. La emoción embargó a Han.
Volvía de la muerte para hallarse entre
unos cálidos brazos, los mismos que le
sustrajeron de las garras del negro
vacío. Se sintió abrumado de felicidad,
incapaz de moverse y de hablar,
mientras la estrechaba con firmeza,
cerrando sus ojos a todas las sórdidas
realidades que pronto —bien lo sabía—
se precipitarían sobre ellos.
¡Y tan pronto! Mucho antes de lo que
imaginara Han, los acontecimientos
vinieron a su encuentro.
Un inesperado y repelente zumbido
brotó tras ellos. Han abrió de par en par
los ojos, enfrentándose a un mar de
negrura. Leia, girando con rapidez, lanzó
una horrorizada mirada al habitáculo
contiguo. La cortina se había alzado,
dejando al descubierto una compacta
reunión formada por los más
repugnantes secuaces de Jabba; todos
gruñendo, babeando, haciendo muecas
burlonas.
Leia se tapó la boca con la mano
para ahogar un gemido.
—¿Qué es lo que pasa? —dijo Han,
asiéndose la Princesa. Algo debía de ir
tremendamente mal y él no podía
siquiera perforar sus tinieblas.
Un cloqueo agudo y obsceno resonó
al extremo de la habitación. Un cloqueo
Huttés. Han inclinó la cabeza y cerró de
nuevo los ojos, como si pudiera apartar
de sí, por un momento, lo inevitable. —
Conozco esa risa —dijo.
El extremo de la cortina se alzó de
improviso y mostró a Jabba, Ishi Tit,
Bib, Boba y a varios guardias
Gamorreanos riéndose y mofándose
hasta el escarnio.
—¡Vaya, vaya! ¡Qué escena tan
romántica! —ronroneó Jabba—. Han,
camarada, han mejorado mucho tus
gustos, aunque tu suerte no siga igual
camino.
Aun ciego, Solo era capaz de
fanfarronear con más volubilidad que un
papagayo.
—Escucha, Jabba: yo venía hacia
aquí para pagarte mi deuda, cuando me
surgieron unos asuntillos…, pero estoy
seguro de que podremos solucionar el
problema…
Jabba ahogó una auténtica carcajada.
—Demasiado tarde, Solo. Quizá
hayas sido el mejor contrabandista de la
galaxia, pero ahora no vales ni como
forraje para un Bantha. —Borró de
golpe su sonrisa y ordenó a los guardias
con gesto imperioso—. ¡Cogedlo!
Los guardias apresaron a Leia y Han
y sacaron a rastras al pirata Corelliano,
mientras Leia quedaba forcejeando en el
sitio.
—Más tarde decidiré cómo matarlo
—musitó Jabba
—Te pagaré el triple —chilló Solo
—. Jabba, estás tirando una fortuna, no
seas estúpido. Con esto, Han fue
arrastrado fuera de escena.
Saliendo de la fila de los guardias,
Lando avanzó sobre Leia con rapidez e
intentó llevársela aparte, pero Jabba los
detuvo.
—¡Espera! ¡Tráemela! —ordenó.
Lando y Leia se detuvieron a mitad
de camino. Lando estaba en tensión,
inseguro de cómo proceder. Aún no era
el momento oportuno para actuar. Los
pronósticos no eran los adecuados:
Sabía que su posición era idéntica a la
de un as en la manga, y un as en la
manga es una baza que hay que saber
utilizar en el momento oportuno.
—No me pasará nada —susurró
Leia.
—No estoy tan seguro —replicó él.
La ocasión ya había pasado; ya nada se
podía hacer. Él e Ishi Tib, el pájaro-
lagarto, empujaron a Leia hasta situarla
frente a Jabba.
3PO, que había seguido la escena
desde su punto de observación detrás de
Jabba, fue incapaz de seguir mirando y
se dio la vuelta acongojado.
Sin embargo, Leia permaneció
orgullosamente firme, encarándose al
odioso monarca. Su cólera era extrema.
Toda la galaxia estaba en guerra, y estar
detenida en ese diminuto y polvoriento
planeta por un tratante de escoria, era
más ultrajante de lo que podía tolerar.
Pese a todo, mantuvo serena la voz
porque ella era, en el fondo, una
princesa.
—Tenemos poderosos aliados,
Jabba. Pronto lamentarás tu actitud —
amenazó.
—Seguro, seguro —el viejo gánster
bullía de júbilo—. Pero mientras tanto
disfrutaré plenamente del placer de tu
compañía.
Jabba asió con lujuria a la princesa,
y tiró de ella hasta aproximar su rostro
al de él, mientras que su aceitosa piel de
serpiente comprimía el esbelto talle de
Leia.
Ella quiso matarlo de un golpe, allí
mismo y en ese preciso momento. Pero
contuvo su rabia porque sabía que las
restantes sabandijas la harían pedazos
antes de que pudiera escapar con Han.
Más adelante tendrían mejores
oportunidades. Tragando saliva, aguantó
lo mejor que pudo el contacto con la
enorme babosa.
3PO lanzó una mirada furtiva e
inmediatamente retiró la cabeza de
nuevo.
—¡Oh no! No soy capaz de ver esto
—-dijo avergonzado.
La asquerosa bestia, sacando su
gruesa lengua viscosa, imprimió un
brutal beso en los labios de la princesa.
Han fue arrojado con rudeza a una
mazmorra y la puerta se cerró con
estruendo tras él. Cayó al suelo en plena
oscuridad, se recobró lentamente y se
sentó reclinado contra la pared. Durante
unos instantes, desesperado, golpeó el
suelo con los puños. Luego se apaciguo
y trató de ordenar sus pensamientos.
Las Tinieblas. Bueno: ¡al diablo con
ellas! La ceguera es la ceguera. De nada
sirve buscar rocío en un meteorito…,
pero era tan frustrante… revivir de la
hibernación, ser salvado por la persona
que…
¡Leia! El estómago del capitán
estelar se encogió ante la idea de qué
podría estarle sucediendo. Si tan sólo
supiera dónde demonios se encontraba
él ahora. Tanteando, golpeó la pared
donde se apoyaba. Era de roca sólida.
¿Qué es lo que podía hacer? ¿Un
trato? Quizá. Pero ¿con qué iba a hacer
un trato? «Pregunta estúpida —pensó—.
¿Cuándo tuve jamás necesidad de poseer
algo para negociar con ello?»
Y, de todos modos, ¿qué? ¿Dinero?
Jabba tenía más del que podía contar.
¿Placeres? Nada complacería tanto a
Jabba como profanar a la princesa y
matarle a él. No, las cosas estaban tan
mal que, de hecho, no podían ir peor.
Y entonces oyó el gruñido. Un
bufido grave y terrorífico que surgía de
las densas tinieblas en el extremo
opuesto de la celda. El gruñido de una
enorme y furiosa bestia. Todos los pelos
de Solo se erizaron. Rápidamente se
levantó, dando la espalda a la pared.
—Parece que tengo compañía —
musitó.
La salvaje criatura bramó con
demencial rugido: «Groawwrrgrr», y
saltó sobre Solo, al que alzó por los
aires al tiempo que le abrazaba
violentamente cortando su respiración.
Han se quedó paralizado durante
largos segundos. Apenas daba crédito a
sus oídos.
—Chewie ¿eres tú? —exclamó.
El gigantesco Wookiee ladró
jubiloso. Por segunda vez en una hora, la
felicidad embargó a Han, aunque esta
vez por muy distinto motivo.
—Muy bien, muy bien. Espera un
segundo: ¡me estás aplastando! —
protestó.
Chewbacca depositó en el suelo a su
amigo y Han se irguió para rascar el
pecho de la peluda criatura. Chewie
ronroneó como un gatito.
—Okey, ¿qué ha pasado por ahí
durante mi ausencia?
Prontamente fue puesto al día. Podía
considerarse extremadamente
afortunado; estaba con alguien con quien
poder desarrollar un buen plan de fuga,
y ese alguien sea nada menos que el
amigo más fiel de la galaxia. Chewie
continuó informándole sin parar:
—Arf arararg graoor rrorg rrowa
auowvargs groprasp —ladró.
—¿Que Lando planea algo? ¿Qué
demonios hace él aquí? —se asombró
Han. Chewbacca ladró un buen rato.
—¡Luke está loco! —dijo, meneando
la cabeza—. ¿Por qué le escuchaste?
Ese chico apenas sabe cuidar de sí
mismo; luego mucho menos rescatar a
nadie.
—Rowr arrgr grooarr rrárwar grrff
—porfió Chewbacca.
—¿Un caballero Jedi? ¡Venga ya!
Salgo un rato y la gente comienza a
hacerse ilusiones… exclamo escéptico,
Han.
Chewbacca rugió con insistencia y
Han, en la oscuridad, asintió
dubitativamente.
—Me lo creeré cuando lo vea —
comentó mientras andaba hacia la pared
—. Si me permites la expresión.
El metálico portón principal del
palacio de Jabba, engrasado sólo por el
tiempo y la arena, chirrió con estrépito
al abrirse. De pie, en medio del
vendaval de arena, con la vista fija en la
cavernosa entrada, estaba Luke
Skywalker.
Iba envuelto con el traje de los
Caballeros Jedi —una sotana en
realidad—, pero no llevaba ni pistola ni
espada de láser. Permaneció inmóvil,
sin precipitarse, estudiando el lugar
antes de entrar. Ahora era, en verdad, un
hombre. Más sabio y más adulto.
Envejecido no tanto por el transcurso de
los años como por las pérdidas sufridas.
Había perdido ilusiones y amigos en la
guerra. Había perdido sus posesiones.
Le faltaban el sueño y los motivos de
regocijo. Había perdido también su
mano. Pero de todas sus pérdidas, la
mayor radicaba en su conciencia: le era
imposible olvidar cuanto sabía. Deseaba
no haber aprendido tanto; había
envejecido con el peso de sus
conocimientos.
Mas el Conocimiento produce
beneficios, por supuesto. Ahora era
menos impulsivo. La madurez le
confería una mayor perspectiva; una
estructura dónde fijar los eventos de su
vida. Esto es: una cuadrícula de
coordenadas que abarcaban toda su
existencia, desde sus primeros
recuerdos hasta sus cien posibles
futuros. Un enrejado repleto de huecos,
acertijos e intersticios a través de los
cuales Luke podía curiosear cada
instante de su vida, observando con justa
perspectiva. Una cuadrícula compuesta
por sombras y rincones que se extendía
hasta el límite del horizonte de la mente
de Luke. Y eran sombrías retículas las
que, precisamente otorgaban perspectiva
a las cosas…, aunque también cierta
lobreguez a su vida.
No una lobreguez terrible, por
supuesto. Cualquiera podría decir que
estos aspectos sombríos conferían
profundidad a su personalidad
precisamente ahí donde poseía menor
relieve. Pero una reflexión semejante
seguramente provendría de algún crítico
desencantado que reflejara una época
igualmente desencantada. Pese a todo,
ahora sí que existía cierta oscuridad en
la galaxia.
También existían otras cualidades
que era necesario adquirir: la
racionalidad, la elegancia y la
capacidad de elegir. De las tres, la
última era la más importante, aunque
fuera una espada de doble filo.
Ahora, Luke estaba más preparado.
Su precocidad inicial se había
transformado en dominio casi completo
de la disciplina Jedi.
Todos estos atributos eran realmente
codiciables; además, Luke sabía que
habrían de desarrollarse como sucede
con todo lo viviente. Pese a ello,
arrastraba cierta tristeza, cierto
sentimiento de lástima. Mas, ¿quién
soportaría ser como un niño en los
tiempos que corrían?
Resueltamente, Luke entró en el
arcado vestíbulo.
Casi inmediatamente, dos guardias
Gamorreanos le interceptaron el camino
y uno de ellos vociferó en tono que no
admitía réplica:
—¡No chuba!
Luke alzó la mano señalando a los
guardias. Antes que ninguno pudiera
desenfundar la pistola, cayeron de
rodillas boqueando, asfixiándose,
sujetándose la garganta con las manos.
Luke bajó la mano y continuó su
camino. Los guardias, capaces de
respirar de nuevo, se desplomaron sobre
los enarenados escalones sin intentar
perseguir a Luke.
Antes de llegar al siguiente cruce,
Bib Fortuna se dirigió hacia Luke
lanzando un confuso tropel de palabras.
El joven Jedi, impasible, siguió
andando. Bib, quedándose con la
palabra en la boca, hubo de volver tras
sus pasos para poder alcanzar a Luke y
proseguir su monserga.
—Tú debes de ser el llamado
Skywalker. Su Excelencia no quiere
verte —advirtió Bib.
—Hablaré con Jabba ahora mismo.
—Luke habló quedamente y sin detener
su marcha. Adelantaron a varios
guardias que estaban en un corredor y
éstos comenzaron a seguirlos.
—El gran Jabba está dormido —
explicó Bib—. Me instruyó para que te
diga que no acepta ningún trato.
Luke se detuvo bruscamente y miró,
con fijeza, a Bib. Alzó apenas la mano
mientras giraba levemente la muñeca.
—Me conducirás a Jabba en seguida
—ordenó.
Bib hizo una pausa, inclinando la
cabeza. ¿Cuáles eran sus instrucciones?
¡Oh, sí! Ahora recordaba.
—Te llevaré inmediatamente a
presencia de Jabba —asintió.
Se dio la vuelta y recorrió el
zigzagueante pasillo, que conducía a la
cámara del trono. Luke lo siguió,
adentrándose en la oscuridad.
—Eres un buen siervo de tu amo —
susurró en el oído
—Soy un buen siervo de mi amo —
afirmo Bib, muy convencido.
—Seguro que te recompensarán por
ello —añadió Luke.
—Seguro que seré recompensado —
sonrió satisfecho Bib.
Cuando Luke y Bib entraron en el
salón de la corte de Jabba, el ruidoso
tumulto se acalló súbitamente al sentir la
presencia de Luke. Todo el mundo
percibió el cambio.
El lugarteniente de Jabba y el
Caballero Jedi se acercaron al trono.
Luke vio que Leia estaba sentada junto a
la voluminosa panza de Jabba,
encadenada por el cuello y vestida con
la diminuta prenda de las danzarinas.
Podía detectar su sufrimiento, incluso a
través del salón, pero su rostro no
registró ningún cambio; ni siquiera la
miró, procurando borrar la angustia de
su mente. Necesitaba concentrar todas
sus energías en Jabba.
Leia, a su vez, advirtió el problema
al instante y cerró su mente a Luke para
evitar distraerlo, a la par que dejaba un
resquicio abierto, listo para recibir
cualquier señal que la impulsara a
actuar. Se sentía pletórica de
posibilidades.
3PO atisbo, tras el trono, la
aproximación de Bib.
Por vez primera en muchos días,
repasó su programa de esperanzas.
—¡Ah! Por fin, el amo Luke viene a
rescatarme de aquí —se alegró.
Bib se plantó orgullosamente frente
a Jabba y dijo:
—Amo, le presento a Luke
Skywalker, Caballero Jedi.
—Te dije que no lo recibieras —
mugió en Huttés la gansteril babosa.
—Ha de concedérseme la palabra.
—Luke habló quedamente, pero su voz
fue oída en toda la sala.
—Se le debe conceder la palabra —
asintió, pensativo, Bib.
Jabba, furioso, golpeó a Bib en la
cara y le arrojó al suelo.
—¡Idiota! ¡Débil mental! ¡Está
sirviéndose de un viejo truco Jedi! —
rabió.
Luke dejó que la abigarrada horda
que le rodeaba se desvaneciera en lo
más recóndito de su consciencia para
lograr que Jabba ocupara por completo
su mente.
—Traerás a mi presencia al Capitán
Solo y al Wookiee —ordenó a Jabba.
—Tus poderes mentales no me
afectan —sonrió, inexorable, Jabba. —
Los esquemas de pensamiento humanos
no tienen ningún efecto sobre mí.
Además, ya mataba a los de tu clase en
la época en que ser Jedi significaba
algo.
Luke modificó su actitud, tanto
interna como externamente.
—No importa: me llevaré al Capitán
Solo y sus amigos. Puedes beneficiarte
por ello o… ser destruido. Te toca
elegir, pero te advierto que no
subestimes mis poderes, habló en su
propio idioma, que Jabba bien
comprendía.
Jabba estalló en carcajadas propias
de un león al que lo amenaza un ratón.
3PO, que había seguido el diálogo
atentamente, se inclinó hacia adelante y
susurró a Luke:
—Amo, te estás imponiendo… —
Bruscamente, un guardia detuvo al
atribulado robot y, de un empujón, lo
devolvió a su sitio.
—No habrá ningún trato, joven Jedi
—dijo Jabba, cortando sus risas y
frunciendo el ceño—. Disfrutaré
viéndote morir.
Luke alzó su mano derecha. Una
pistola saltó fuera de la funda del
guardia más próximo y aterrizó
limpiamente en la palma de la mano del
Jedi. Luke apuntó a Jabba con el arma.
Jabba escupió una sola palabra:
—¡Boscka!
El suelo repentinamente desapareció
bajo los pies de Luke, enviándole, junto
con el guardia al foso inferior. La
trampilla enrejada se cerró al momento
y todos los brutales cortesanos se
abalanzaron para no perderse el
espectáculo.
—¡Luke! —chilló Leia. Una parte de
sí misma pareció desgajarse y caer al
foso con él. Intentó saltar hacia delante,
pero se lo impidió la cadena del cuello.
Estridentes carcajadas atronaron la sala
clavándose en Leia como espinas. Sin
embargo, agudizó su atención
disponiéndose para huir.
Un guardia humano le tocó en el
hombro y ella lo miró. Era Lando, que,
con gesto apenas perceptible negó con la
cabeza. Leia se relajó y abandonó la
idea de la huida. No era el momento
oportuno. Lando lo sabía, pero ahora sí
que tenían una buena mano. Todas las
mejores cartas estaban ya allí: Luke,
Han, Leia, Chewbacca… y la vieja y
bravía carta del propio Lando. Por ello,
no convenía que Leia revelara el juego
antes de que finalizaran las apuestas.
Los intereses eran demasiado elevados.
Abajo, en la fosa, Luke se levantó
del suelo. Estaba en una enorme y
cavernosa mazmorra con peñascos que
sobresalían de las agrietadas paredes.
Esparcidos por el suelo se veían los
huesos a medio roer de incontables
animales. Olía a carne putrefacta y
terror condensado.
Ocho metros por encima de él, en el
techo, vio la rejilla metálica a través de
la cual atisbaban los repugnantes
cortesanos de Jabba.
El guardia, a su lado, prorrumpió a
chillar desaforadamente al abrirse, con
sordo retumbo, una puerta lateral de la
caverna. Con infinita calma, Luke
inspeccionó los alrededores mientras se
quitaba el manto que cubría la túnica de
Jedi, liberando así sus movimientos. Se
acuclilló pegado a la pared, observando.
Por el pasadizo lateral surgió el
gigantesco Rancor. Del tamaño de un
elefante, era un ser en cierto modo
reptilesco y en cierto modo informe
como una pesadilla. Su enorme boca,
chirriante, recorría asimétricamente la
cabeza; sus fauces y garras
sobrepasaban toda proporción.
Claramente era un mutante, salvaje como
la locura.
El guardián recogió la pistola de
entre la basura donde había caído y
disparó varias andanadas de láser al
horrible monstruo. Sólo logró enfurecer
a la bestia que se abalanzó sobre el
guardia.
El guardia siguió disparando, mas la
bestia, ignorando las ráfagas de láser,
agarró al histérico guardia, lo aplastó
con sus babeantes mandíbulas y lo
engulló de un solo golpe. Los
espectadores, allá arriba, aplaudieron y
rieron con entusiasmo arrojando luego
algunas monedas.
El monstruo se giró y arrancó hacia
Luke. El Caballero Jedi saltó los ocho
metros que le separaban del techo y se
asió a la enrejada trampilla. La
muchedumbre abucheó la hazaña. Mano
tras mano, Luke comenzó a recorrer la
reja, dirigiéndose al rincón de la cueva,
luchando por no soltarse, mientras la
audiencia chillaba y protestaba. Una
mano resbaló de su grasiento asidero y
el joven Jedi se balanceó precariamente
justo encima del bramante monstruo.
Dos Jawas corrieron sobre la reja y
machacaron los dedos de Luke con la
culata de sus rifles; la muchedumbre
rugió de nuevo mostrando su acuerdo.
El Rancor lanzaba zarpazos a las
piernas de Luke sin lograr alcanzarlo.
De improviso, Luke se soltó de la reja y
cayó directamente sobre el ojo del
mutante y de ahí saltó al suelo.
El Rancor rugió de dolor, mientras
daba traspiés y se golpeaba la cara para
aliviar la agonía. Corrió en círculo
varias veces hasta que localizó a Luke y
se abalanzó contra él. Luke se agachó
para recoger un hueso de alguna enorme
víctima precedente, y lo blandió contra
el enfurecido mutante. La tribuna de
espectadores, divertida, aullaba de risa.
El monstruo aferró a Luke y lo atrajo
hacia su boca salivante. En el último
instante, Luke calzó el hueso dentro de
las fauces del Rancor y saltó al suelo.
La bestia, bramando y debatiéndose,
corrió hasta chocar de cabeza contra la
pared. Varias rocas se desmoronaron,
iniciando un alud que casi entierra a
Luke, mientras se introducía en una
grieta. La muchedumbre allá arriba
aplaudió al unísono.
Luke intentó aclarar su mente. El
miedo es una espesa nube, solía decirte
Ben. Convierte el frío en hielo y la
oscuridad en tinieblas, pero deja que se
alce esa nube y se disolverá. Así, Luke
permitió que ascendiera por encima del
clamor de la bestia y analizó las formas
en que podría utilizar en provecho
propio la furia de la triste criatura.
No era una bestia demoniaca: eso
era evidente. Si hubiera sido totalmente
maligna, su perversidad se podría
volver contra sí misma fácilmente;
porque la maldad pura —como Ben
decía— al final siempre es
autodestructiva. Pero este monstruo no
era malvado, sino sólo estúpido y
maltratado; Hambriento y dolorido,
destrozaba cuanto se ponía a su alcance.
Considerarlo como algo malvado sería
sólo una proyección de las facetas
sombrías del propio Luke. Además sería
una falsedad y, ciertamente, no le
ayudaría a salir de esa situación.
No, tenía que mantener despejada la
mente, eso era todo, y, de ese modo,
derrotar en ingenio al salvaje bruto y
sacarlo de su miseria. Lo ideal sería
dejarlo suelto por la corte de Jabba,
pero no parecía factible. Consideró,
entonces, dar a la criatura los medios
para que pusiera fin a su sufrimiento.
Desgraciadamente, la bestia estaba
demasiado furiosa como para percibir el
consuelo que la muerte le otorgaría.
Luke comenzó a examinar los contornos
de la cueva intentando madurar algún
plan específico.
Mientras tanto, el Rancor había
logrado arrojar el hueso de su boca y,
enrabietado, escarbaba furiosamente
entre los escombros buscando a Luke.
Luke, aunque los cascotes dificultaban
su visión, divisó una concavidad al
fondo de la cueva y, tras ella, una puerta
de servicio. ¡Si pudiera llegar hasta allí!
El Rancor desplazó un pedrusco y
localizó a Luke que reculaba por la
grieta. Vorazmente, introdujo una zarpa,
intentando extraer al muchacho: Luke
asió un pedrusco y golpeó con todas sus
fuerzas el dedo de la criatura. Al brincar
el Rancor, aullando de dolor una vez
más, Luke corrió hacia el hueco.
Alcanzó el pasillo que conducía a la
puerta y se metió por él. A su frente, una
verja de fuertes barrotes bloqueaba el
camino; tras la verja, a un lado, dos
guardias estaban sentados cenando:
Alzaron la vista cuando entró Luke, se
levantaron de sus asientos y se
aproximaron a la verja.
Luke se giró a tiempo de ver cómo el
Rancor se acercaba pleno de furia.
Aferró la verja y trató de abrirla. Los
guardianes enarbolaron sus puntiagudas
lanzas y le aguijonearon a través de los
barrotes, mientras se reían y continuaban
mascando su comida. El Rancor estaba
cada vez más próximo al joven Jedi.
Luke se aplastó contra la pared
cuando el Rancor comenzó a penetrar en
la concavidad anterior. De repente, en la
pared opuesta, tras las rejas, vio un
panel de control. Mientras el Rancor le
buscaba con ánimos más que asesinos,
Luke levantó una esquirla del suelo y la
arrojó con todas sus fuerzas contra el
panel.
El tablero estalló, produciendo una
cascada de chispas. La gran reja de
hierro del techo cayó crujiendo sobre la
cabeza del Rancor, a la que aplastó
como si fuera un melón maduro.
Los espectadores boquearon al
unísono y se quedaron silenciosos,
asombrados por el increíble giro de la
situación. Todos miraron a Jabba, que
estaba a punto de estallar de rabia.
Nunca había sentido tal furia. Leia
intentó ocultar su deleite, pero no pudo
evitar una sonrisa que aumentó, si ello
era posible, la cólera de Jabba.
—Sacadlo de ahí —vociferó a los
guardias—. Y traerme a Solo y al
Wookiee. Pagarán todos esta afrenta.
En el foso, Luke aguardó
tranquilamente en pie a que los secuaces
de Jabba, corriendo le maniataran y
sacaran de allí.
El guardián que cuidaba del Rancor
lloró profusamente sobre el cadáver de
su mascota. La vida para él iba a ser una
proposición solitaria desde entonces.
Han y Chewie fueron conducidos a
presencia de un Jabba hirviente de ira.
Han avanzaba, con los ojos aún medio
cerrados, dando traspiés. 3PO
enormemente inquieto, estaba de pie,
escudándose tras el Hutt. Jabba mantenía
a Leia atada muy cerca de sí,
acariciando su pelo en un intento de
calmarse. Un constante murmullo
llenaba el salón al preguntarse la
canallada que iba a suceder y quiénes
serían los afectados.
Con un revuelo, varios guardias —
incluido Lando Calrissian—
introdujeron a Luke en el salón. Los
cortesanos, retrocediendo en revueltas
oleadas, formaron un pasillo.
Al llegar Luke frente al trono, saludó
a Solo con una sonrisa.
—Me alegra verte aquí, viejo amigo
—exclamó.
La faz de Solo brilló de alegría.
Parecía no haber fin en el número de
amigos que aterrizaban de improviso.
—¡Luke! ¿Estás tú también metido
en este lío? —preguntó.
—No quería perdérmelo —sonrió
Skywalker. Durante un instante se sintió
rejuvenecido.
—Bueno: ¿cómo nos va? —preguntó
Han, alzando las cejas,
—Igual que siempre —replicó Luke.
¡Oh, oh! —dijo para su coleto Han.
Se sentía ciento por ciento relajado.
¡Igual que en los viejos tiempos! Pero,
instantes después, un pensamiento le
heló el corazón—. ¿Dónde está Leia?
¿Está…?
Los ojos de Leia habían estado
pendientes de Han desde el momento en
que entró en el salón, sintonizando su
espíritu con el de él. Cuando ahora
preguntó por ella respondió al instante
desde su puesto en el trono de Jabba:
—Estoy perfectamente, pero no sé
por cuanto tiempo soportaré al babeante
amigo tuyo que está a mi lado.
Leia habló en tono ligero para no
preocupar a Solo. Además, ver a todos
sus amigos reunidos le hacía sentirse
casi invencible. Han, Chewie, Luke,
Lando, incluso 3PO, que estaba
remoloneando por ahí en un intento de
pasar inadvertido. Leia deseaba reír,
abrazarlos a todos y darle a Jabba un
buen puñetazo en la nariz.
De pronto, Jabba bramó, acallando a
todos los presentes.
—¡Robot Intérprete!
Tímidamente, 3PO dio un paso al
frente embarazado y, con gesto remiso,
se dirigía a los cautivos:
—Su Excelencia, el gran Jabba el
Hutt, ha decretado que habéis de ser
exterminados inmediatamente…
—Eso está bien —interrumpió Solo
—. Detesto que me hagan esperar.
—Vuestra extrema ofensa a Su
Majestad —continuo 3PO— exige que
muráis del modo más terrible…
—Sería ridículo hacer las cosas a
medias —cloqueo Solo, interrumpiendo
de nuevo. Jabba llegaba en ocasiones a
ser enormemente fatuo y pomposo; más
aún con los discursitos del viejo Lingote
de Oro.
3PO podía soportar cualquier cosa,
excepto que lo interrumpieran.
Sencillamente lo odiaba. Sin embargo,
se contuvo y prosiguió:
—Seréis llevados al Mar de las
Dunas, donde os arrojarán al Gran Hoyo
de Carkoon…
—No me parece mal la cosa —dijo
Han, encogiéndose de hombros y
dirigiéndose a Luke.
3PO ignoró el inciso.
—…donde mora el Todopoderoso
Sarlaccc. En su estómago descubriréis
una nueva definición del dolor y el
sufrimiento, mientras sois digeridos
durante mil años.
—Mejor evitar la segunda parte —
reconsideró Solo. Mil años era un poco
excesivo.
Chewie ladró su más completo
acuerdo.
—Debieras haber pactado, Jabba —
dijo Luke, sonriendo levemente—: éste
es el último error de tu vida.
Luke no podía ocultar la satisfacción
que embargaba su voz. Jabba era, para
él, despreciable: una sanguijuela que
absorbía la vida de cuanto tocaba. Luke
deseaba poder reducirlo a cenizas y se
alegraba, en el fondo, de que no hubiera
negociado porque ahora le arrebataría la
vida; Por supuesto, el primer objetivo
consistía en liberar a sus amigos, a
quienes apreciaba de todo corazón;
ahora le guiaba esa preocupación por
encima de todo. Pero eliminar de paso a
la gansteril babosa era un proyecto que
añadía una sombría satisfacción a sus
propósitos.
—¡Llevároslos! —tronó Jabba
diabólicamente. Al fin, una nota
placentera en un día triste, porque
alimentar al Sarlacc le ocasionaba tanto
regocijo como alimentar al Rancor.
¡Pobre Rancor!
Un rugido de aprobación se elevó de
la reunión cuando se llevaron a los
prisioneros. Leia, enormemente
preocupada, los siguió con la mirada y
sorprendió una amplia y genuina sonrisa
iluminando el rostro de Luke. Suspiró
profundamente, expeliendo sus dudas.
La enorme Barcaza Velera
antigravitacional de Jabba se deslizaba
lentamente sobre el interminable Mar de
las Dunas. Su casco metálico,
erosionado por la arena, crujía bajo la
ligera brisa que apenas henchía las dos
grandes velas, como si incluso la
naturaleza enfermara en presencia de
Jabba. Bajo la cubierta, rodeado por su
corte, Jabba escondía su decadente
espíritu de los depuradores rayos
solares.
A los costados de la barcaza, dos
pequeñas lanchas flotaban en formación.
Una era una lancha de escolta, con seis
piojosos soldados a bordo; la otra, una
lancha armada con un cañón y que
contenía a los prisioneros. Han, Chewie,
Luke, todos atados y custodiados por
guardias armados: Barada, dos
Weequays y Lando Calrissian.
Barada era el tipo de individuo con
el que no se podía siquiera bromear.
Siempre al acecho, sujetaba el rifle
como si no deseara otra cosa que
utilizarlo.
Los Weequays formaban una extraña
pareja. Eran dos curtidos hermanos,
completamente calvos, salvo por un
mechón de pelo trenzado que colgaba a
un lado, a la usanza de su tribu. Nadie
estaba seguro de si Weequay era el
nombre de la tribu o el nombre de su
especie, ni de si todos los de la tribu
eran hermanos y se llamaban por igual,
Weequays. Sólo se sabía que esta pareja
respondía a ese nombre y que trataban al
resto de las criaturas con la mayor
indiferencia. Entre ellos eran delicados
y amables, casi tiernos, pero, al igual
que Barada, esperaban con ansia que los
prisioneros les proporcionaran una
excusa para acribillarlos.
Y Lando, por supuesto, silencioso y
preparado, aguardando que se
presentara la oportunidad. La situación
le recordaba aquella estratagema que
empleó en Pesmenben IV, cuando
rociaron sus dunas con carbonato de
litio para obligar al gobernador Imperial
a que les arrendara el planeta. Lando,
disfrazado de guardia minero autónomo,
hizo que el gobernador yaciera boca
abajo en el fondo de la lancha y arrojó
por la borda su tesoro cuando los
oficiales del sindicato les abordaron.
No le sucedió nada aquella vez y ahora
esperaba repetir su suerte, salvo que
esta vez habría de arrojar por la borda a
los guardias.
Han agudizaba el oído, ya que sus
ojos aún le eran inútiles. Hablaba con
temeraria volubilidad para acostumbrar
a los guardias a su charla y sus
movimientos así, cuando llegara el
momento de moverse de verdad los
guardias reaccionarían con un leve
retraso. Y por supuesto, también hablaba
para escucharse a sí mismo.
—Creo que mi vista está mejorando
—dijo, mientras bizqueaba enfocando a
la arena—. En lugar de un borrón oscuro
veo un gran borrón brillante.
—Créeme: no te estás perdiendo
nada —dijo Luke—. Yo crecí aquí.
Luke pensó en su infancia en
Tattoine, cuando vivía en la granja de su
tío y navegaba veloz sobre la llanura,
con un pequeño deslizador terrestre y
alguno de sus pocos amigos —hijos de
otros colonos asentados en el desierto
—. No había en realidad más quehacer,
tanto para los hombres como para los
chicos, que navegar sobre las monótonas
dunas y evitar encuentros con irritables
jinetes Tusken, los Moradores de las
arenas, que atesoraban la arena como si
fuera oro en polvo. Luke conocía bien el
lugar.
Aquí conoció a Obi-Wan Kenobi, el
viejo Ben, el ermitaño que moraba tan
en el corazón del desierto que nadie le
conocía. El primer hombre que mostró a
Luke cuál era el camino del Jedi.
Luke pensaba ahora en él con
profundo amor y gran pesar. Porque Ben
fue, más que nadie, el agente de los
descubrimientos y pérdidas de Luke y,
también, de los descubrimientos de las
pérdidas.
Ben llevó a Luke a Mos Eisley, la
ciudad pirata en la cara oeste de
Tattoine, a la cantina donde encontró por
vez primera a Han Solo y Chewbacca el
Wookiee. Ben viajó con él a la ciudad
cuando las tropas de asalto Imperiales
mataron al tío Owen y a la tía Beru,
buscando a los robots fugitivos R2 y
3PO.
Así fue como todo comenzó para
Luke, aquí en Tattoine. Conocía este
lugar como si fuera un sueño que se
repitiera y, además, había jurado que
nunca volvería.
—Crecí aquí —repitió suavemente.
—Y ahora vas a morir aquí —
replicó Solo.
—No pienso hacer tal cosa —dijo
Luke, saliendo de su ensueño.
—Si ése es tu gran plan, hasta ahora
no me vuelve loco de alegría —
respondió, escéptico. Solo.
—El palacio de Jabba estaba
demasiado bien custodiado —explicó
Luke—. Tenía que sacarte de allí. Tan
sólo permanece junto a Chewie y Lando,
nosotros nos ocuparemos de todo.
—Apenas puedo esperar. —Solo se
desmoralizó al pensar que toda la huida
dependía de la confianza de Luke en sus
poderes de Jedi. Una premisa muy
cuestionable, considerando que los Jedis
eran una hermandad extinta y que
utilizaban una Fuerza en la que, de todos
modos, él no creía en absoluto. Él creía
en una nave veloz y unos buenos
explosivos, y todo lo que deseaba era
tenerlos en ese momento.
Jabba estaba sentado en el camarote
principal de la Barcaza Velera, rodeado
por todo su séquito. La fiesta del
Palacio simplemente continuaba, salvo
que ahora los jaraneros se bamboleaban
más violentamente y se mascaba el tipo
de atmósfera que precede a un
linchamiento. El deseo de sangre y la
beligerancia alcanzaban nuevas cotas.
Trespeo estaba inmerso en el
ambiente hasta el cuello. En ése
momento se veía forzado a traducir una
discusión entre Ephant Mon y Ree-Yees
sobre algún tema guerrero
incomprensible para él. Ephant Mon, un
carnoso paquidermo con un feo hocico
colmilludo, mantenía —para el modo de
pensar de 3PO— una postura
insostenible. Sin embargo, Migaja Salaz,
el reptilesco y demente mono, sentado
sobre el hombro de Ephant, repetía todo
cuanto éste decía y, por tanto, redoblaba
el peso de los argumentos de Ephant.
Ephant concluyó su parrafada con
una incitación típicamente belicosa:
—¡Wooossie jawamba boog! —
tronó el macizo paquidermo.
3PO no tenía, en principio, ninguna
intención de traducir esa frase a Ree-
Yees, el de la cabeza con tres ojos que
ya estaba borracho como una cuba. No
quería, pero lo hizo.
—¡Backawa! ¡Backawa! —replicó
el de los tres ojos, dilatándose éstos por
la furia.
Y, sin más preámbulos, descargó un
puñetazo tal en los morros de Ephant
Mon que lo envió volando sobre un
grupo de Cabezas de Calamar.
C-3PO creyó que esa respuesta no
necesitaba, traducción y aprovechó la
confusión para deslizarse a un lado
cuando, de pronto, chocó con un
pequeño robot que servía bebidas. Las
bebidas volaron salpicándolo todo.
El terco y pequeño robot prorrumpió
en una cascada de bips, bocinazos y
silbidos reconocibles al instante por
3PO. Miró hacia abajo con tremendo
alivio.
—¡R2! ¿Qué haces tú aquí? —
exclamó con alegría.
—duuuWEEp ehWhrRrree bedzhng
—silboteó R2
—Ya veo que estás sirviendo
bebidas, pero este lugar es muy
peligroso. ¡Van a ejecutar al amo Luke y,
si nos descuidamos, a nosotros también!
R2 silbó con aparente indiferencia.
—Me gustaría poder confiar en ti —
replicó sombríamente 3PO.
Jabba rió entre dientes al ver
derrumbarse a Ephant Mon. Le
encantaban los buenos puñetazos.
Especialmente adoraba ver cómo se
desmoronaban los fuertes, como su
orgullo rodaba por tierra.
Con sus abotargados dedos dio unos
tironcitos a la cadena atada al cuello de
la Princesa Leia. Cuanta más resistencia
ofrecía, más babeaba de placer, hasta
que al fin atrajo hacia sí de nuevo a la
escasamente vestida princesa.
—No te apartes demasiado, encanto.
Pronto empezaras a apreciarme —dijo,
mientras, aproximándola aún más, la
forzaba a beber de su vaso.
Leia abrió la boca, evitando pensar
en nada. Era, en efecto, repugnante, pero
había cosas mucho peores y, de todos
modos, esto no podía durar mucho.
Bien conocía otros sufrimientos más
terribles. Su punto de comparación era
la noche en que fue torturada por Darth
Vader. Casi se derrumbó. El Señor
Oscuro nunca supo lo cerca que estuvo
de sonsacar toda la información que
quería: la ubicación de la base Rebelde.
Vader la capturó justo cuando se las
había arreglado para enviar a R2 y 3PO
en busca de ayuda. La capturó,
llevándola a la Estrella de la Muerte,
donde le inyectó drogas debilitadoras de
la mente y la torturó.
Atormentó primero su cuerpo,
mediante sus eficientes robots
especialistas en tortura: Agujas,
cuchillos de fuego, electropinchazos,
agudas presiones en ciertos puntos. Ella
soportó todos los dolores como ahora
soportaba el abominable contacto con
Jabba: con una fortaleza propia e
interna.
Se deslizó medio metro apartándose
de Jabba —ahora que estaba distraído—
para atisbar entre los intersticios de las
mugrientas ventanas y los polvorientos
rayos solares, a la lancha que
transportaba a sus rescatadores.
La lancha se estaba deteniendo.
El convoy entero estaba, de hecho,
inmovilizándose sobre una enorme fosa
de arena. La Barcaza Velera se hizo a un
lado de la gigantesca depresión junto a
la lancha de escolta. La de los
prisioneros navegó hasta situarse
indirectamente sobre la fosa, flotando a
unos diez metros de altura del centro de
la depresión.
En la base del cono de arena se
abría, repulsiva, una cavidad rosácea
formada por una membrana que
segregaba un espeso mucus y se fruncía
levemente, casi inmóvil. El agujero tenía
tres metros de diámetro y sus paredes
estaban festoneadas por tres filas de
dientes agudos, como los de un tiburón e
igualmente inclinados hacia adentro. La
arena se mezclaba con el mucus que
manaba de los costados de la abertura y,
ocasionalmente, una poca caía dentro de
la negra cavidad central.
Así era la boca del Sarlacc.
En un Costado de la lancha de los
prisioneros sobresalía una plancha de
hierro. Dos guardias desataron las
ligaduras de Luke y, con bruscos
empellones, le colocaron sobre la
plancha, justo encima del orificio en la
arena que ahora comenzaba a ondularse
con movimiento peristáltico y a secretar
espesa saliva al que estaba a punto de
recibir.
Jabba, junto con su festivo grupo, se
desplazó al puente de observación. Luke
se frotó las muñecas para restaurar la
circulación. El vibrante calor del
desierto templaba su espíritu. Por fin,
éste sería su hogar para siempre. Nacido
y crecido en un terruño Vanita. Divisó a
Leia, de pie junto a la barandilla de la
gran barcaza, y guiñó un ojo. Leia
devolvió el guiño.
Jabba ordenó acercarse a 3PO y
susurró órdenes al dorado androide.
3PO se aproximó a un interfono. Jabba
alzó, imperioso, un brazo y el
abigarrado conjunto de piratas
intergalácticos acalló al instante el
griterío. La voz de 3PO brotó
amplificada por el altavoz.
—Su Excelencia desea que mueran
honorablemente. —anunció 3PO, sin
escandalizarse en absoluto. Quizá
alguien le introdujo un programa
erróneo. Además, él era tan sólo un
androide, con funciones bien
delimitadas: traducir y hablar
literalmente, nada de interpretar. Meneó
la cabeza y prosiguió—: Si alguno de
ustedes desea pedir clemencia, Jabba
escuchará ahora sus ruegos.
Han dio un paso al frente para
dedicar a esa henchida babosa sus
últimos pensamientos, en caso de que
fallara todo lo demás.
—Dile a ese baboso pedazo de
gusano asqueroso que…
Por desgracia, Han daba la cara al
desierto, no a la Barcaza Velera. Chewie
se acercó e hizo girarse a Solo de forma
que se enfrentara al pedazo de gusano a
quien se dirigía. Han asintió con la
cabeza sin detener su parlamento:
—…gusano inmundo que no
obtendrá de nosotras ese placer.
Chewie profirió unos gruñidos,
mostrando su total acuerdo. Luke
también estaba preparado para su
momento.
—Jabba, ésta es tu última
oportunidad —gritó Luke—. Libéranos
o morirás. —Miró fugazmente a Lando,
que se movía libremente al fondo de la
lancha.
Así que era esto —pensó Lando—;
ahora tirarían a los guardias por la
borda y escaparían ante las narices de
todo el mundo.
Los monstruos de la barcaza
rugieron de risa. Durante la conmoción,
R2, en silencio, subió por la rampa que
conducía al puente superior.
Jabba alzó otra vez la mano para
apaciguar a sus secuaces.
—Estoy seguro de que tienes razón,
mi joven amigo Jedi —sonrió antes de
señalar hacia abajo con el pulgar—
¡Arrojadlo dentro! —ordenó.
Los espectadores aplaudieron al ver
cómo un Weequay empujaba a Luke
hacia el extremo de la plancha. Luke
miró fijamente a R2, que estaba situado
en solitario cerca de la barandilla, y le
envió un airoso saludo. Al percibir la
contraseña —previamente programada
—, unas portezuelas se abrieron en la
cabeza cupular de R2 y un pequeño
misil salió impelido hacia el cielo,
trazando un suave arco sobre el desierto.
Luke saltó fuera de la lancha y fue
acogido por otro clamor sediento de
sangre. Empero, en fracciones de
segundo giró sobre sí mismo en el aire y
al caer se asió con las manos al extremo
de la plancha. La delgada plancha se
combó violentamente al recibir su peso,
se inmovilizó un instante en el punto de
máxima curvatura inferior, y devolvió el
impulso catapultando a Luke hacia
arriba.
En pleno vuelo dio una voltereta
completa y cayó de pie en el mismo sitio
de donde antes saltó, sólo que ahora
estaba detrás de los confusos guardias.
De modo casual, extendió un brazo con
la palma de la mano hacia arriba y,
repentinamente, recogió la espada de
láser que le arrojó R2.
Con la rapidez propia de un Jedi,
Luke encendió su espada y arremetió
contra el guardia situado en el extremo
de la plancha en contacto con el bote,
arrojándolo entre chillidos de terror
hacia la espasmódica boca del Sarlacc.
Los demás guardias se arracimaron
en contra de Luke. Inexorable, se
abalanzó sobre ellos con su centelleante
espada de luz láser.
Era su propia espada de láser, no la
de su padre. Había sido diseñada por él
mismo en la casucha abandonada de
Obi-Wan Kenobi, al otro lado del
planeta. Fabricada con las viejas
herramientas maestras de los Jedis y
todas sus piezas forjadas con amor,
habilidad y tremenda necesidad. Ahora
la empuñaba como si fuera una extensión
de su propio brazo; como si el brazo y la
espada se fusionaran en una sola pieza.
Esta espada de láser era, en verdad,
única y exclusivamente de Luke.
Por ello, detuvo la acometida de los
guardias tal como la luz disuelve las
tinieblas.
Lando forcejeaba con el timonel
intentando llegar hasta los controles de
la lancha. La pistola de láser del timonel
se disparó sola en la refriega y destrozó
el panel de instrumentos. La lancha dio
una brusca sacudida volcándose casi
hacia un lado. Otro guardia se precipitó
hacia la fosa y todo el mundo cayó al
suelo de la cubierta en confuso montón.
Luke se reincorporó velozmente y corrió
hacia el timonel blandiendo su espada.
La criatura, impresionada por la visión
de la brillante hoja de láser de la
espada, dio un traspié y cayó también,
por la borda hacia las voraces fauces
del Sarlacc.
El aturdido timonel aterrizó en el
declive suave y arenoso de la fosa y
comenzó a deslizarse inexorablemente
hacia la boca dentada y viscosa. Arañó
desesperadamente la arena gritando
como un poseso; mas, de improviso, un
musculoso tentáculo brotó de la boca del
Sarlacc, serpenteó sobre la tostada
arena y aferró con fuerza el tobillo del
timonel, arrastrándolo a la abertura,
donde fue prontamente deglutido con un
horrendo chasquido.
Todo había sucedido en cuestión de
segundos. Cuando Jabba vio lo que
sucedía, estalló de rabia y bramó
furiosas órdenes a los que le rodeaban.
Al instante se organizó un tremendo
pandemónium, con todas las criaturas
entrando y saliendo por cada puerta de
la Barcaza. Aprovechando esa
confusión, Leia entró en acción.
Saltando sobre el trono de Jabba,
rodeó la bulbosa garganta del monarca
con la cadena que la retenía y, saltando
fuera del estrado, estiró la cadena con
todas sus fuerzas. Los pequeños
eslabones metálicos se enterraron en las
fofas capas del cuello de Jabba,
produciendo el mismo efecto que el
garrote vil.
Con una fuerza superior a las suyas
propias, tiró y, tiró. Jabba luchaba
frenéticamente, corcovando su giboso
torso y casi rompiendo, los dedos de
Leia, que sentía también desgarrarse sus
brazos. No podía ejercer eficiente
tensión de palanca, contra esa enorme
masa y creyó desfallecer de dolor. Pero
la fuerza de Leia no era meramente
física. Cerrando los ojos y evitando
pensar en el dolor de sus manos,
concentró toda la energía vital que pudo
reunir, en la tarea de estrangular el
aliento de la horrible criatura.
Estiró, sudó, visualizando cómo la
cadena se incrustaba milímetro a
milímetro en la tráquea de Jabba,
mientras Jabba se revolvía
desaforadamente, totalmente
desconcertado por el ataque del menos
esperado de los enemigos.
Haciendo un último esfuerzo por
respirar, Jabba tensó todos sus músculos
y cayó hacia adelante. Sus reptilescos
ojos comenzaron a desorbitarse al
tensarse más la cadena; la viscosa
lengua sobresalió de la boca y su maciza
cola se contrajo en un espasmo final,
hasta quedar inmóvil, como un peso
muerto.
Leia intentó liberarse de la cadena
del cuello mientras, afuera, la batalla
arreciaba.
Boba Fett, encendiendo sus
retrocohetes, se lanzó al aire y voló
fácilmente desde la barcaza hasta la
lancha, justo en el momento en que Luke
acababa de desatar a Han y a Chewie.
Boba apuntó a Luke con su pistola de
láser, pero, antes de que pudiera
disparar, el joven Jedi giró velozmente,
trazando un arco luminoso con su espada
de láser, que se abatió sobre el arma de
Boba cortándola en dos.
De pronto, una ráfaga de disparos
brotó del gran cañón situado en el
puente superior de la barcaza y la lancha
se sacudió, herida en un costado,
inclinándose cuarenta y cinco grados.
Lando fue lanzado fuera de la cubierta,
pero en el último instante consiguió
asirse a un puntal roto y quedó
balanceándose desesperadamente, sobre
el Sarlacc.
El cariz que tomaban los
acontecimientos no estaba previsto en su
plan de juego, y Lando se prometió no
volver a involucrarse jamás en una
apuesta que no controlara desde el
principio al fin.
La lancha recibió otro impacto
directo del cañón de la barcaza y se
zarandeó fuertemente, arrojando a
Chewie y Han contra la barandilla. El
Wookiee, herido, aulló de dolor. Luke
volvió la cabeza para mirar a su peludo
amigo y Boba Fett, aprovechando ese
momento de distracción, disparó un
cable oculto en la manga de su
armadura.
El cable se enrolló en torno al
cuerpo de Luke, pegando sus brazos a
los costados. El brazo con el que
esgrimía la espada quedó libre sólo de
la muñeca para abajo. Dobló la muñeca
de modo que la espada de láser apuntara
hacia arriba, y dio vueltas sobre sí
mismo, devanando el cable. En el
instante que la espada rozó el cable, éste
se fundió y Luke se desembarazó del
resto justo en el preciso momento en que
otro proyectil alcanzaba la lancha,
arrojando a Boba, inconsciente, sobre la
cubierta. Desgraciadamente, la
explosión desgajó el puntal al que se
aferraba Lando, y cayó dando vueltas
hacia el foso del Sarlacc.
Luke cayó al suelo, aturdido por la
explosión, pero sin estar herido. Lando
se incrustó en el arenoso declive y gritó
pidiendo auxilio, a la par que intentaba
escalar las paredes de la fosa. La
finísima arena se desmoronó,
precipitándole más cerca de la negra
abertura. Lando cerró los ojos, pensando
cómo podía producirle al Sarlacc mil
años de indigestión. Apostó consigo
mismo a que sobreviviría a todos los
demás en el estómago de la criatura.
Quizá si se vistiera con el uniforme del
último guardia que cayó…
—¡No te muevas! —gritó Luke, pero
hubo de dirigir su atención a la segunda
lancha que, repleta de guardias, se
lanzaba sobre ellos disparando todo su
armamento.
Era una regla básica de los Jedis,
pero de igual modo cogió por sorpresa a
los guardias de la segunda lancha:
«Cuando el número de atacantes es
excesivo, la fuerza que poseen se vuelve
contra ellos.» Así, Luke saltó
directamente al centro de la lancha y
comenzó a diezmarlos volteando su
espada de láser como si fuera un
remolino.
En la otra lancha, Chewie intentaba
sacudirse la maraña de hierros
retorcidos por la explosión, mientras
que Han, a sus pies, forcejeaba
ciegamente. Chewie le ladró intentando
que alcanzara una lanza que danzaba por
el suelo de la cubierta.
Lando gritó al sentir cómo se
deslizaba lentamente hacia las brillantes
fauces. Él era un jugador, pero no daría
un ápice por sus posibilidades de
escape.
—¡No te muevas, Lando! —advirtió
Han—. ¡Voy a por ti! —Luego se dirigió
a Chewie—. ¿Dónde está la lanza,
Chewie? —Han barrió con sus manos la
superficie del puente, mientras Chewie
gruñía indicaciones para dirigir los
movimientos de Solo. Por fin, Han asió
la lanza.
Boba Fett se irguió tambaleándose,
aún atontado por el proyectil explosivo.
Miró a la otra lancha donde Luke estaba
inmerso en una desigual lucha contra
seis guardias. Con una mano, Boba se
afirmó sujetando la barandilla y, con la
otra, apuntó con su arma a Luke.
Chewie ladeó avisando a Han.
—¿Hacia dónde? —gritó Solo.
Chewie mugió de nuevo.
El invidente pirata espacial esgrimió
la lanza en la dirección de Boba.
Instintivamente, Fett paró el golpe con
su antebrazo y apuntó de nuevo a Luke.
—Sal de mi camino, ciego idiota —
insultó a Han. Chewie gruñía
frenéticamente. Han hizo oscilar la lanza
en la dirección opuesta y golpeó
certeramente los retrocohetes de Boba.
El impacto hizo que se encendieran
los cohetes. Boba salió volando
inesperadamente, chocó como un misil
contra una segunda lancha y rebotó,
cayendo directamente al foso. El armado
cuerpo se deslizó, adelantando a
Calrissian, y rodó sin pausa hasta la
boca del Sarlacc.
—RrgrrowBrbroo fro bo —gruñó
Chewie alegremente.
—¿Eso hizo? —sonrió Solo—. Me
gustaría haberlo visto.
Un fuerte impacto de otro proyectil
proveniente de la barcaza casi vuelca la
lancha, enviando a Han por encima de la
borda. Por suerte, el pie de Han se
enganchó en la barandilla y quedó
oscilando peligrosamente sobre el
Sarlacc. El herido Wookiee permanecía
aún atrapado firmemente entre los
hierros de la lancha.
Luke, tras derrotar a los adversarios
de la otra lancha, advirtió rápidamente
la situación de sus amigos y brincó a
través del abismo de arena, aterrizando
sobre el inclinado casco metálico de la
gran barcaza. Poco a poco escaló el
casco, trepando hacia el puente donde
estaba el cañón.
Mientras tanto, en la cubierta de
observación, Leia continuaba
esforzándose en romper la cadena,
escondida tras la enorme carcasa del
gánster para que ningún guardia la viera.
Estiró su cuerpo cuan largo era
intentando alcanzar una pistola de láser
que yacía en los límites de su alcance.
Oportunamente, R2, tras haber perdido
su dignidad rodando por los suelos,
acudió al rescate.
Emitiendo ruiditos electrónicos, R2
extendió un apéndice que portaba una
pequeña sierra circular y cortó los
eslabones.
—Gracias, R2; buen trabajo. Ahora
vayámonos de aquí —dijo Leia
Corrieron hacia la puerta. Por el
camino vieron a 3PO tirado en el suelo,
chillando mientras un enorme tipo
llamado Hermi Odie se sentaba sobre él.
Acuclillado encima de la cabeza de
3PO, Migaja Salaz el monstruoso y
reptilesco mono, intentaba arrancar el
ojo derecho del dorado androide.
—¡No, por favor! ¡No! ¡No, mis
ojos! —chilló aterrado 3PO.
R2 lanzó un rayo eléctrico a la
espalda de Hermi Odle, quien, gimiendo
de dolor, saltó por la ventana. Una
descarga similar propulsó a Salaz hasta
el techo, donde se quedó adherido. 3PO
se irguió prontamente, con el ojo
derecho colgando de un haz de cables, y
corrió junto a R2 y la princesa, que se
deslizaban por una puerta trasera.
El cañón del puente atinó con un
nuevo disparo en la ya escorada lancha,
zarandeando todo lo que quedaba dentro
de ella, excepto a Chewbacca, que se
aferraba como una lapa, pese a su brazo
herido. Estaba en la barandilla sujetando
a Solo por el tobillo, mientras oscilaba
sobre el aterrorizado Calrissian. Lando
había logrado evitar deslizarse,
quedándose absolutamente inmóvil.
Empero, cada vez que intentaba asir el
brazo que le extendía Solo, la arena se
desmoronaba, acercándole un poco más
a la voraz abertura. Deseaba
fervientemente que Solo no conservara
algún rencor por aquel estúpido asunto
de Bespin.
Chewie gruñó, dando a Han nuevas
directrices.
—Vale, ya lo sé. Ahora veo mucho
mejor. Debe ser por toda la sangre que
me está bajando a la cabeza —replicó
Han…
—¡Magnífico! —saltó Lando—.
Ahora, ¿no te importaría crecer unos
centímetros más?
Los artilleros de la barcaza estaban
apuntando a la cadena humana de la
lancha, a punto de dar el golpe de
gracia, cuando Luke se plantó frente a
ellos, riendo como si fuera el rey de los
piratas. Encendió su espada láser antes
que pudieran disparar un solo tiro.
Instantes después, los artilleros yacían
en un montón humeante.
Una compañía de guardias
provenientes del pontón inferior
apareció disparando repentinamente.
Uno de los disparos acertó en la espada
de Luke, arrancándola de la mano.
Corrió por el puente intentando escapar,
pero pronto fue rodeado por los
guardias. Dos soldados manejaron de
nuevo el cañón, mientras Luke
observaba su mano. El complejo aparato
estaba abierto y exponía los
complicados circuitos y mecanismos que
sustituían a su verdadera mano. La mano
que Vader cercenó en su último
encuentro.
Flexionó el mecanismo: aún
funcionaba.
Los artilleros dispararon contra la
lancha, situada más abajo. Impactaron en
un costado del pequeño bote y la onda
provocada por el golpe casi aflojó la
presa del Wookiee, mas, al inclinarse la
lancha, Han pudo asir la muñeca de
Lando.
—¡Tira! —gritó Solo al Wookie
—¡Me ha cogido! —chilló
Calrissian, mientras miraba
empavorecido hacia abajo, viendo como
uno de los tentáculos del Sarlacc se
enrollaba lentamente en torno a su
tobillo.
¡Que no me hablen de cartas
sorpresa! —pensó Lando—. Cada cinco
minutos cambian las reglas del juego.
¡Tentáculos! ¿Quién apostaría contra
ellos? Además, el tentáculo era largo,
fuerte y pegajoso.
Los artilleros realinearon sus armas
en busca del tiro de gracia, pero todo
acabó para ellos antes de que pudieran
disparar. Leia se había apropiado del
cañón de la cubierta opuesta y, con el
primer disparo, destrozó los aparejos
que se erigían entre los dos cañones del
puente. Al segundo disparo barrió al
primer cañón.
Las explosiones se sucedieron en la
gran barcaza y distrajeron
momentáneamente a los cinco guardias
que custodiaban a Luke. Al instante, alzó
su mano y la espada de láser voló hasta
ella. Saltó en el aire mientras dos
guardias le disparaban y los guardias se
mataron entre sí. Encendió su espada
antes de finalizar el salto y aterrizó
lanzando estocadas a diestro y siniestro
de forma que el ardiente rayo pronto
hirió a los restantes guardias.
—¡Apunta hacia abajo! —vociferó a
Leia a través del puente.
Leia inclinó el cañón, apuntando a la
cubierta inferior e hizo un signó
afirmativo a 3PO, que estaba apoyado
en la barandilla a su lado, R2 silbó
furiosamente.
—¡No puedo, R2! —lloriqueó 3PO
—. Está demasiado alto para saltar…
¡Ahh!
R2 empujó al dorado androide por
la barandilla y luego se arrojó él mismo,
cayendo de cabeza sobre la arena.
Mientras, la lucha a muerte
continuaba entre Solo y el Sarlacc,
siendo el trofeo el propio Barón
Calrissian. Chewbacca, abrazado a la
barandilla y sujetando la pierna de Han,
logró asir con la otra mano una pistola
caída entre la retorcida plataforma de la
lancha. Apuntó hacia Lando, pero hubo
de bajar la pistola, preocupado con la
distancia que mediaba entre ellos.
—¡Tiene razón! —clamó Lando—.
¡Está demasiado lejos!
—Chewie, dame la pistola —dijo
Han, mirando hacia arriba.
Chewbacca se la tendió, y Solo la
cogió con una mano mientras con la otra
seguía sujetando a Lando.
—Oye espera un segundo,
compañero —protestó Lando—. Creí
que estabas ciego.
—Estoy mucho mejor, créeme —le
aseguró Han.
—¿Acaso tengo dónde elegir? ¡Eh!
Apunta un poco más hacia arriba, por
favor —dijo mientras bajaba la cabeza.
Han bizqueó…, apretó el gatillo… y
acertó de lleno en el tentáculo. El
gusanoso apéndice soltó inmediatamente
su presa, retrocediendo hacia las fauces.
Chewbacca dio un poderoso tirón y
alzó a Solo y a Lando hasta el bote.
Mientras, Luke, sujetando a Leia con
el brazo izquierdo, agarró una cuerda
que pendía del medio desarbolado
mástil con el brazo derecho y, dando un
puntapié al gatillo del cañón que disparó
barriendo la cubierta, saltó al aire.
Ambos se balancearon sujetos a la
cuerda hasta alcanzar la flotante lancha
de escolta. Luke condujo la lancha hasta
llegar a la de los prisioneros y ayudó a
que se introdujeran en ella Chewbacca,
Han y Lando.
La Barcaza Velera, ardiendo por la
mitad, comenzó a retumbar y
zarandearse con una serie de
explosiones.
Luke guió la lancha a lo largo de la
barcaza hasta localizar las piernas de
3PO, que sobresalían erectas en la
arena. A su lado, el periscopio de R2
constituía la única parte visible de su
anatomía por encima de las dunas. La
lancha se detuvo sobre los robots y,
abriendo unas trampillas en la base del
casco, hizo descender un electroimán.
Con un sonoro estruendo metálico, los
dos robots surgieron de la arena y se
adhirieron al disco magnético.
—¡Oh! —gimió 3PO.
—¡biip DOOO dullt! —asintió R2.
En pocos minutos, todos se
reunieron en la lancha, más o menos
indemnes y, por vez primera, se miraron
los unos a los otros, dándose cuenta de
que estaban reunidos de nuevo. Durante
largo rato se abrazaron, lloraron y
parlotearon hasta que alguien,
accidentalmente, rozó la herida del
brazo de Chewie, y el Wookiee bramó
de dolor. Entonces todos entraron en
actividad, inventariando las reservas de
alimentos y… alejándose del reino de
Jabba.
La gran Barcaza Velera, ardiendo
por los cuatro lados, comenzó a
explosionar y, mientras la pequeña
lancha se perdía sobre el horizonte del
desierto, desapareció finalmente con una
brillante conflagración, sólo disminuida
en su luminosidad por la abrasante luz
vespertina de los dos soles gemelos de
Tattoine.
Capítulo 3
La tormenta de arena eclipsaba la
visión y sofocaba el aliento, impidiendo
casi pensar y moverse. Tan sólo un
rugido era ya desorientador: parecía
provenir de todas partes a la vez, como
si el universo estuviera compuesto
únicamente por ruido y ése fuera su
caótico centro.
Nuestros siete héroes caminaban
paso a paso a través del turbio
vendaval, asidos los unos a los otros
para no extraviarse. R2 encabezaba la
fila; siguiendo las señales electrónicas
—que el viento no podía interferir— del
radiofaro de la nave. 3PO le seguía a
continuación y, tras él, Leia guiando a
Han. Por último, Luke y Lando sostenían
al desfallecido Wookiee.
R2 emitió unos fuertes sonidos y
todos alzaron la vista. Unas formas
vagas y confusas podían vislumbrarse a
través del tifón.
—No lo sé —gritó Han—. Todo lo
que puedo ver es un montón de arena en
movimiento.
—Eso es lo que vemos todos
nosotros —replicó, chillando, Leia.
—Entonces mi vista ha de estar
mejorando —contestó Solo.
Apenas habían dado unos pocos
pasos, cuando las confusas siluetas
adquirieron un mayor relieve y pudieron
distinguir al Halcón Milenario
flanqueado por el Ala-X de Luke y una
Ala-Y de dos plazas. Cuando el grupo se
reunió bajo la masa del Halcón, el
viento disminuyó su furia hasta límites
que podrían definirse como malísimas
condiciones atmosféricas solamente.
3PO apretó un interruptor, se abrió una
trampilla y una rampa inclinada
descendió con un zumbido. Han Solo se
volvió hacia Luke Skywalker.
—Tengo que confesártelo, muchacho
—dijo— estuviste magnífico en el
fregado.
—Tuve mucha ayuda —contestó
Luke, encogiéndose de hombros y
comenzando a dirigirse hacia su Ala-X.
Han lo detuvo con un gesto
extrañamente calmo en él; incluso serio.
—Gracias por venir a buscarme,
Luke.
Luke, por algún motivo, se sintió
embarazado. No sabía cómo replicar
adecuadamente sin emplear alguna
cuchufleta del viejo pirata.
—Olvídalo —dijo por fin.
—No, al contrario, pienso mucho en
ello —replicó Han—. Estar congelado
en carbonita es lo más aproximado a la
muerte; no es como dormir, no, sino
como estar despierto encarándose a la
Nada.
Una Nada de la que había sido
rescatado por Luke y los demás,
jugándose todos la vida por él, sin más
razón que… la amistad. Y éste era un
concepto nuevo para el engreído Solo;
un concepto terrible y maravilloso.
Existía cierto riesgo en este giro de la
situación. Por un lado se sentía aún más
ciego que antes y, por otro, visionario y
soñador. Era algo terriblemente confuso;
antes estaba solo y ahora formaba parte
de algo.
Esta comprensión le hacía sentirse
en deuda con los demás; un sentimiento
que siempre había evitado. Pero ahora
sabía que la deuda creaba unos lazos,
lazos de hermandad y amistad. En cierto
y extraño sentido, eran lazos
liberadores.
Ya no estaba solo.
Nunca más estaría solo.
Luke detectó algo distinto en su
amigo; como cuando el mar cambia de
color. Era un instante sumamente
delicado y no quiso interferir. Por ello,
tan sólo asintió con la cabeza.
Chewie gruñó afectuosamente al
joven guerrero Jedi, mientras alborotaba
su pelo como si fuera una abuelita
orgullosa del muchacho. Leia le abrazó
cálidamente.
Todos sentían un enorme afecto por
Solo, pero, de algún modo, era más fácil
demostrárselo a Luke.
—Os veré de nuevo cuando me
reúna con la flota —manifestó Luke,
dirigiéndose hacia su nave.
—Por qué no abandonas ese
cacharro y vienes con nosotros —dijo
Solo, dando un codazo a Luke.
—He de cumplir primero una
promesa… que hice a un viejo amigo.
«Un auténtico viejo amigo», sonrió
Luke, pensando para sus adentros.
—Bueno; date prisa en volver —
urgió Leia—. La Alianza entera debe
estar ya reunida. —Vislumbró algo en el
rostro de Luke que no supo definir, pero
que le asustaba a la par que hacía que se
sintiera más unida a él— Date prisa en
volver— repitió.
—Lo haré —prometió Luke—.
Vamonos, R2.
R2 rodó hacia el Ala-X, emitiendo
un saludo de despedida a 3PO,
—Adiós, R2 —dijo 3PO con afecto
—. Que el hacedor te bendiga. Cuídalo
mucho, amo Luke, ¿quieres?
Pero Luke y el pequeño robot ya
estaban al otro lado de la nave.
Todos los demás permanecieron
inmóviles unos instantes, tratando de
colegir sus futuros en el torbellino de
arena.
Lando los sacó de su ensueño.
—Vamos: salgamos de esta
asquerosa bola de arena —dijo. Su
suerte había sido abominable. Esperaba
tener mejor fortuna en el próximo juego.
Durante algún tiempo, solamente
apostaría en juegos más caseros, pero
esperaba, mientras tanto, cargar bien los
dados.
Solo palmeó su espalda.
—Me parece que a ti también te
debo agradecimiento, Lando —dijo con
una sonrisa en los labios.
—Creí que si te dejaba congelado
tendría mala suerte durante el resto de
mi vida; así que antes o después tenía
que descongelarte —se excusó Lando.
—Quiere decir que eres bienvenido
—Sonrió Leia—. Todos te damos la
bienvenida. —Besó a Han en la mejilla
para recalcarlo personalmente.
Emprendieron la marcha hacia la
rampa del Halcón. Solo se detuvo un
instante antes de entrar y propinó una
pequeña palmada a la nave.
—Tienes buen aspecto, querida
muchacha. Nunca creí que viviría lo
bastante como para volverte a ver.
Entró el último, cerrando tras él la
escotilla.
Luke hizo lo mismo en el Ala-X; se
ciñó las correas de la cabina de pilotaje
y encendió los motores, percibiendo su
familiar rugido. Observó su dañada
mano, en la que los cables se entretejían
entre los huesos de aluminio como las
piezas de un rompecabezas. Se preguntó
cuál sería la solución a ese
rompecabezas: Extrajo un guante negro y
enfundó la expuesta infraestructura de la
mano. Ajustó los controles del Ala-X y,
por segunda vez en su vida, partió de su
planeta natal camino de las estrellas.
El Superdestructor Estelar yacía
inmóvil en el espacio por encima de la
estación de combate de la Estrella de la
Muerte y de su verde compañera, la luna
de Endor. El Destructor era una enorme
nave atendida, por un enjambre de naves
de todo tipo, que flotaban o salían
paradas en torno a la nave materna como
si fueran de distintas edades y
temperamentos: cruceros de alcance
medio, voluminosas naves de carga,
cazas TIE de escolta.
La compuerta principal del
Destructor se abrió al silencio del
espacio. Una lanzadera Imperial
emergió y aceleró hacia la Estrella de la
Muerte acompañada por cuatro
escuadras de cazas.
Darth Vader observaba la llegada en
la pantalla de control de la Estrella de la
Muerte. Cuando estaban a punto de
aterrizar en el muelle, salió del centro
de mando, seguido por el Comandante
Jerjerrod y una falange de tropas de
asalto Imperiales, y encabezó la marcha
hacia el muelle de embarque. Iba a dar
la bienvenida a su Amo.
El pulso y la respiración de Vader
estaban controlados mecánicamente, de
modo que no podían acelerarse, sin
embargo, algo en su pecho se
electrificaba cuando se encontraba con
el Emperador. No sabría decir lo que
era. Una sensación de plenitud, de
poder, de dominio tenebroso y
demoníaco. Ambiciones secretas,
pasiones sin freno, sumisión insensata.
Todo ello latía en el corazón de Vader
cuando se aproximaba al Emperador.
Todo eso y mucho más.
Al entrar en el muelle de embarque,
miles de soldados se pusieron
automáticamente firmes como un solo
hombre. La lanzadera aterrizó sobre sus
carriles. La rampa descendió como si
fuera la mandíbula de un dragón, y la
Guardia Imperial bajó corriendo por
ella con sus rojos mantos ondeando
como lenguas de fuego que anunciaran
un próximo y bestial rugido. Formaron
dos filas, vigilantes y mortales a ambos
lados de la rampa, mientras el silencio
descendía sobre la enorme cavidad. En
la cima de la rampa apareció, el
Emperador.
Descendió con lentitud,
majestuosamente. Era un hombre
pequeño, encogido por la maldad y los
años. Apoyaba su encorvada estructura
sobre un retorcido bastón y se cubría
con un largo y encapuchado manto, muy
parecido al de los Jedis, salvo en que
era totalmente negro. La arrugada faz
poseía tan poca carne que era casi una
calavera; los ojos, taladrantes y
amarillentos, parecían quemar cuanto
miraban.
Al llegar el Emperador a la base de
la rampa, el Comandante Jerjerrod, sus
generales y lord Vader, se arrodillaron
frente a él. El Supremo Regidor del
Reverso Oscuro hizo una seña a Vader y
comenzó a caminar por entre las filas de
soldados.
—Álzate, amigo mío. Quisiera
hablar contigo —dijo, dirigiéndose a
Vader.
Vader se irguió y acompañó a su
maestro. A continuación desfilaron los
cortesanos del Emperador, la guardia
real, Jerjerrod y los guardias de elite de
la Estrella de la Muerte; todos
reverenciales y temerosos.
Vader sentíase pleno de energías al
lado del Emperador. Aunque jamás se
rellenara lo suficiente el hueco central
existente en su corazón, era un glorioso
vacío vislumbrado bajo la fría luz que
proyectaba el Emperador; un hueco que
podría abarcar el Universo. Y algún día
abarcaría el Universo…, cuando
muriera el Emperador.
Porque tal era el sueño final de
Vader. Cuando absorbiera todo el oscuro
poder, que pudiera de ese mal; absorber
y conservar esa fría luminosidad en su
corazón, matando al Emperador y
devorando su tenebrosidad. Para regir el
Universo acompañado de su hijo.
Porque ése era su otro sueño:
recuperar a su hijo y mostrarle la
magnitud de su sombrío poder; la
tremenda fuerza cuyo camino había él
seguido tan directamente. Y Luke habría
de acompañarle; tenía que hacerlo.
Juntos, padre e hijo, regirían el
Universo.
El sueño estaba a punto de
cumplirse, percibía se acercaba el final.
Cada suceso encajaba en su lugar tal
como él —con la sutileza propia de un
Jedi— había previsto y forjado con su
oscuro poder.
—La Estrella de la Muerte se
completará según lo previsto, maestro
—exhaló Vader.
—Sí, lo sé —replicó e1 Emperador
—. Has obrado bien, Lord Vader… y
ahora detecto tu deseo de continuar la
búsqueda del joven Skywalker.
Vader sonrió tras su máscara
blindada. El Emperador percibía
siempre lo que acontecía incluso cuando
no conocía los detalles.
—Sí, Maestro —respondió.
—Paciencia, amigo mío —advirtió
el Supremo Regidor— Siempre te ha
costado ser paciente. A su debido
tiempo, él te buscará…, y cuando lo
haga, debes traerlo ante mí. Ha crecido
pleno de fortaleza; sólo tú y yo podemos
atraerlo al Reverso Oscuro de la Fuerza.
—Sí, Maestro. —Juntos
corromperían al chico, al hijo del padre.
Lo atraerían a la grandiosa gloria del
Reverso Oscuro. Pronto fallecería el
Emperador, y, aunque la galaxia se
agitara por el horror de su pérdida,
Vader continuaría gobernando
acompañado de su hijo.
Como había de ser siempre.
El Emperador alzó levemente la
cabeza concentrándose en las
posibilidades futuras.
—Todo acontece tal como lo he
previsto —dijo con satisfacción.
Él, como Vader, tenía sus propios
planes; planes que implicaban
violaciones espirituales y
manipulaciones de vidas y destinos. Rió
entre dientes, saboreando la proximidad
de su conquista: la seducción final del
joven Skywalker.
Luke dejó su Ala-X aparcada cerca
del borde del agua y siguió
cuidadosamente el camino a través del
pantano. Una espesa neblina se extendía
formando capas por encima de él.
Vapores de la jungla. Un extraño insecto
voló hacia él proveniente del racimo de
una parra, aleteó locamente sobre su
cabeza y desapareció. En la espesura,
algo gruñó. Luke se concentró un
instante y los gruñidos cesaron.
Continuó su camino.
Luke poseía unos sentimientos
encontrados respecto a ese lugar,
Dagobah, el terreno de pruebas donde se
entrenó para ser un Jedi. Aquí fue donde
verdaderamente aprendió a utilizar la
fuerza, a dejarla fluir a través suyo;
dirigiéndola a donde quería y vigilando
cuidadosamente su empleo para
aplicarla sólo para el bien. Era como
caminar sobre un puente de luz: un
terreno sólido y estable para los Jedis.
Criaturas peligrosas acechaban en el
pantano, pero para un Jedi ninguna era
maligna. Voraces arenas movedizas
aguardaban inmóviles como charcas
placenteras. Extraños tentáculos se
mezclaban con los bejucos colgantes.
Luke percibía todo ello como parte de
un planeta viviente, como elementos de
la Fuerza de la que él mismo era
partícipe.
Pero también existían allí cosas
tenebrosas, increíblemente oscuras;
reflejos de los rincones sombríos de su
alma. Ya antes las había sentido, y huyó
primero de ellas para encararse y luchar
después. Algunas habían sido vencidas,
mas otras formas oscuras yacían
agazapadas.
Atravesó una maraña de raíces
retorcidas y cubiertas de musgo. Al otro
lado, un terso y desbrozado camino
conducía en la dirección que deseaba.
Sin embargo, no lo siguió y volvió a
sumergirse en la selvática espesura.
Muy por encima de su cabeza una
silueta negra aleteaba, aproximándose;
luego cambió de rumbo sin prestar
atención, prosiguió su camino.
La jungla se espesaba aún más. Tras
el siguiente pantano, Luke divisó al fin
la pequeña cabaña de extraña
arquitectura, con sus ventanillas
proyectando una luz sobre la húmeda
floresta. Luke bordeó la ciénaga,
agachándose penetró en la morada.
Yoda le esperaba de pie, sonriendo,
con su mano verdosa apoyándose en un
bastón.
—Esperándote a ti estaba —
aseveró, meneando la cabeza.
Con un ademán, indicó a Luke que se
sentara en un rincón. El muchacho estaba
impresionado al ver cuanto más frágil
parecía Yoda, con sus manos
temblorosas y sólo un hilillo de voz.
Luke tuvo miedo de no traicionar su
turbación ante la condición física del
viejo maestro.
—Esa cara que pones —dijo Yoda,
frunciendo graciosamente el entrecejo
—, ¿tan mal parezco ante jóvenes ojos?
Luke trató de disimular su afligido
semblante variando de posición en el
reducido espacio de la cabaña
—No, Maestro…, por supuesto que
no —mintió
—Sí, lo parezco, claro que lo
parezco —el diminuto Maestro Jedi rió
alegremente—. Enfermo estoy, sí. Viejo
y débil —señaló con un dedo nudoso a
su joven discípulo—; Cuando
novecientos años tengas tú, no tan bien
parecerás.
La criatura, cojeando, trepó al lecho
—sonriendo aún —y se tumbó con
esfuerzo.
—Pronto yo descansaré. Sí, dormiré
para siempre. Ganado lo he —musitó.
Luke negó con la cabeza.
—No puede morir, Maestro Yoda,
no lo dejaré.
—Entrenado bien y pleno de Fuerza
estás. ¡Pero no tan fuerte como para eso!
—replicó Yoda—. El crepúsculo pende
sobre mí y pronto la noche caerá. Así
son las cosas…, así es la Fuerza.
—Pero yo necesito su ayuda —
insistió Luke—. Quiero completar mi
entrenamiento. —El gran maestro no le
podía abandonar ahora, aún faltaba
mucho por comprender. Y él había
aceptado tanto de Yoda sin entregarle
nada a cambio. Tenía mil cosas que
compartir con la anciana criatura.
—No más preparación necesitas tú
—le confortó Yoda—. Ya sabes todo lo
necesario.
—Entonces, ¿ya soy un Jedi? —
insistió Luke. No, sabía que no lo era
aún del todo. Algo faltaba.
Yoda contrajo sus marchitos rasgos.
—No todavía; queda un problema,
queda… Vader. A Vader debes enfrentar.
Entonces, y sólo entonces, completo Jedi
serás. Y enfrentarte con él habrás, tarde
o temprano.
Luke sabía que ésta sería su máxima
prueba, no podía ser de otro modo. Cada
pregunta tenía su respuesta y Vader latía
inextricablemente inserto en el corazón
del conflicto de Luke. Era un sufrimiento
dar forma a preguntas, pero, tras un
largo silencio, habló de nuevo al
anciano Jedi:
—Maestro Yoda, Darth Vader… ¿es
mi padre?
Una expresión de fatiga y compasión
asomó en los ojos de Yoda.
El muchacho aún no era un hombre
completo. Una triste sonrisa surcó su
rostro y pareció incluso que disminuía
de tamaño, encogido sobre la cama.
— Un descanso necesito yo. Sí. Un
descanso —se quejó.
Luke miró fijamente al consumido
maestro, intentando conferirle energía
meramente con la fuerza de su amor y
voluntad.
—Yoda, debo saberlo —susurró.
—Tu padre él es —replicó Yoda
simplemente.
Luke cerró los ojos, la boca, el
corazón, para apartar de sí una verdad
dolorosa y ya conocida.
—Te lo contó, ¿verdad? —preguntó
Yoda. Luke asintió sin hablar. Deseaba
poder congelar ese momento,
esconderlo, encerrar al tiempo y al
espacio en esa habitación de modo que
no expandieran por el Universo esa
terrible verdad, ese conocimiento
agobiante.
Una sombra de preocupación cruzó
el semblante de Yoda
—Inesperado esto es, e infortunado
—dijo.
—¿Es un infortunio que yo sepa la
verdad? —Una carga de amargura
impregnó la voz de Luke, sin saber él si
iba dirigida contra Vader, Yoda, él
mismo o al Universo entero.
Yoda se irguió con un esfuerzo que
pareció quemar todas sus energías.
—Es una desgracia que te
precipitaras a enfrentarte con él.
Incompleto tu entrenamiento era…, no
preparado para esa carga estabas tú.
Obi-Wan te lo habría dicho tiempo
atrás…, si yo dejado lo hubiera. Ahora
conllevas una gran debilidad. Temo por
ti, temo. —La tensión de su rostro
desapareció y Yoda cerró los ojos.
—Maestro Yoda, lo siento. —Luke
se estremeció al ver la debilidad de
Yoda.
—Lo sé, pero enfrentarte de nuevo a
Vader debes, y sentirlo no te ayudará. —
Se inclinó hacia adelante y, por señas,
mandó acercarse a Luke. Luke gateo
para aproximarse al maestro. Yoda, con
un hilo de voz, prosiguió—: Recuerda,
el poder de un Jedi proviene de la
Fuerza. Cuando rescataste a tus amigos,
el deseo de venganza acicateaba tu
corazón. Cuidado ten con la furia, el
miedo y la agresividad. El Reverso
Oscuro son. Manan con facilidad,
prestos a unírsete en la dicha. Una vez
que inicies el descenso por el sendero
oscuro…, siempre tu destino dominará;
Yoda yacía en la cama, respirando cada
vez menos.
Luke aguardó en completo silencio,
temiendo moverse y distraer siquiera un
ápice al venerable anciano, menos aún
quería impedir que se concentrara en la
tarea de seguir hablando.
Al cabo de pocos minutos, Yoda
miró una vez más al muchacho y, con un
gran esfuerzo, sonrió bondadosamente.
Sólo la grandeza de su espíritu mantenía
con vida al decrépito cuerpo.
—Luke…, del Emperador cuidado
ten. No subestimes sus poderes o la
suerte de tu padre correrás. Cuando ido
me haya…, el ultimo Jedi serás. Luke, la
Fuerza es intensa en tu familia.
Comparte la que… has aprendido. —
Yoda comenzó a vacilar y cerró sus ojos
—. Existe otro Cielo [1].
Su corazón se paró y exhaló el
aliento. Su espíritu fluyó de él como si
fuera una brisa fresca que soplara hacia
otro cielo. El cuerpo tembló una vez más
y desapareció por completo.
Luke se sentó al lado de la pequeña
cama vacía durante más de una hora,
intentando sondear la perdida de Yoda.
Era insondable.
Su primer sentimiento fue el de un
dolor ilimitado para él y para el
Universo. ¿Cómo alguien como Yoda
podía haberse ido para siempre? Sentía
como si un negro agujero sin fondo
perforara su corazón en el lugar donde
Yoda había residido.
Luke había sufrido anteriormente la
pérdida de ancianos consejeros. Era
desesperanzadoramente triste,
inevitablemente, formaba parte del
proceso de maduración. ¿Era esto lo que
significaba, entonces, crecer? ¿Ver cómo
los amigos queridos envejecen y
mueren? ¿Madurar y fortalecerse a costa
del tránsito mortal?
Una pesada carga de desesperación
cayó sobre él justo en el momento en
que todas las luces de la cabaña titilaron
desvaneciéndose después. Durante
varios minutos más permaneció sentado,
sintiendo que era el fin, de como si
todas las luces del Universo se hubieran
apagado. El último Jedi, sentado en un
pantano, mientras la galaxia entera
preparaba la guerra definitiva.
El frío penetró en sus huesos
despertando a la ciencia del vacío
donde había caído. Se estremeció y miró
a su alrededor. La oscuridad era
impenetrable.
Gateó hasta la entrada y se irguió en
el exterior. Aquí en el pantano, nada
había cambiado. Los cuajarones de
vapor eran absorbidos por miles de
raíces aéreas que devolvían a la
ciénaga… en forma de agua; un ciclo
que se había repetido millones de veces
a lo largo de los evos y que continuaría
hasta el fin. Quizá en eso radicaba su
lección. Empero, su tristeza no
disminuyó en absoluto.
Sin propósito fijo, anduvo de vuelta
al lugar donde descansaba la nave. R2
se abalanzó sobre él emitiendo un
excitado saludo, pero Luke,
desconsolado, ignoró al pequeño y fiel
robot. R2 silbó una breve condolencia y
luego mantuvo un respetuoso silencio.
Luke, abatido, se sentó sobre un
tronco. Apoyó la cabeza en las manos y
habló en voz baja para su coleto.
—No lo lograré. No puedo continuar
solo —se dijo. Una voz proveniente de
la densa neblina flotó hasta él.
—Yoda y yo siempre te
acompañaremos —era la voz de Ben.
Luke se volvió, insensible, a la voz.
Quería conservar su furia guardándola
como un tesoro. Era todo lo que tenía y
no dejaría que se la arrebataran tal como
le habían arrebatado todo lo demás.
Pero sintió cómo disminuía su cólera,
suavizada por la compasión de Ben.
—No te culpo por estar furioso —
conminó Ben—. Si algo estaba mal en lo
que hice, ciertamente no sería la primera
vez, porque… lo que le pasó a tu padre
fue culpa mía…
Luke alzó la cabeza preso de un
interés agudo y repentino. Nunca había
oído tal cosa y su cólera fue
transformándose rápidamente en
curiosidad y fascinación; porque el
conocimiento es como una droga
adictiva y, cuanto más poseía, más
quería.
Siguió sentado sobre el tocón,
progresivamente hipnotizado. R2 rodaba
por ahí, callado y silencioso, ofreciendo
su reconfortante presencia.
—Cuando me encontré por vez
primera con tu padre —continuó Ben—,
él era ya un gran piloto. Pero lo que más
me sorprendió fue ver cuán poderosa era
la Fuerza en él. Me responsabilicé en
enseñar a Anakin cuáles eran los
caminos del Jedi. Mi error fue creer que
podía ser tan buen maestro como Yoda.
No lo fui. Mi estúpida soberbia lo
impidió. El Emperador percibió el
poder de Anakin y lo atrajo al Reverso
Oscuro. —Entristecido, Ben hizo una
pausa y miró abiertamente a los ojos de
Luke como pidiéndole perdón—. Mi
soberbia produjo consecuencias
terribles para la galaxia.
Luke estaba hechizado. Que la
arrogancia de Obi-Wan hubiera causado
la caída de su padre era algo horrible.
Horrible por lo que, innecesariamente,
había llegado a ser su padre. Horrible
porque significaba que Obi-Wan no era
perfecto. Ni como hombre ni como Jedi.
Horrible porque el Reverso Oscuro
podía herirle tan de cerca, cambiando
todo el bien en mal. Sin embargo, Darth
Vader habría de conservar en su interior
una chispa de Anakin Skywalker.
—Aún hay algo bueno en él —
declaró Luke.
Ben negó con la cabeza, pleno de
remordimientos.
—También yo pensé que podría
retornar al lado bueno. Ya no es posible.
Ahora es más una máquina que un
hombre. Retorcido y maligno.
Luke percibió el significado que
subyacía en las frases de Ben y escucho
sus palabras como si fueran órdenes.
Con la cabeza, interrogó a la imagen.
—No puedo matar a mi propio padre
—exclamó.
—No deberías pensar en esa
máquina como si fuera tu padre —era el
maestro hablando de nuevo—. Cuando
vi lo que había llegado a ser, intenté
disuadirlo, atraerlo de nuevo a la luz.
Luchamos… y tu padre cayó en crisol de
fundición. Cuando tu padre salió
arrastrándose de aquel terrible estanque,
el cambio en él se había impreso con
fuego para siempre. Se convirtió en
Darth Vader, sin el más leve asomo de
Anakin Skywalker. Irremediablemente
maligno. Surcado por cicatrices y
mantenido con vida sólo por su
maquinaria y su propia y negra
voluntad…
Luke miró a su propia mano
mecánica, relacionando conceptos.
—Intenté detenerle una vez —dijo
con tristeza. No lo conseguí.
No desafiaría otra vez a su padre, no
podría.
—Vader te humilló en vuestro
primer encuentro, pero esa experiencia
formaba parte de tu preparación. Te
enseñé, entre otras cosas, el valor de la
paciencia, si no hubieras sido tan
impaciente en tu propósito de derrotar a
Vader entonces podría haber acabado de
entrenarte aquí, con Yoda. Hubieras
estado entrenado de verdad.
—Pero tenía que ayudar a mis
amigos —protesto Luke.
—¿Y los ayudaste? Fueron ellos los
que te salvaron. Poco conseguiste, me
temo, precipitándote antes de tiempo.
La indignación de Luke se derritió,
dejando un enorme poso de tristeza.
—Descubrí que Darth Vader era mi
padre —susurró.
—Para ser un Jedi, Luke, debes
enfrentarte e ir más allá del Reverso
Oscuro, al lado al que tu padre pudo
llegar. La impaciencia es la salida más
fácil, para ti al igual que para tu padre.
Sólo que tu padre fue seducido por lo
que encontró al otro lado de esa salida y
tú te has mantenido firme. Ahora ya no
eres tan temerario, Luke. Eres fuerte y
paciente. Y estás preparado para la
confrontación final.
Luke negó de nuevo con la cabeza al
hacérsele claras las implicaciones del
discurso de Ben.
—No puedo hacerlo, Ben —renegó.
Los hombros de Obi-Wan Kenobi se
hundieron, derrotados.
—Entonces el Emperador ya ha
vencido. Tú eras nuestra única
esperanza.
Luke buscó otras alternativas.
—Yoda dijo que yo podría entrenar
a otro para…
—El otro de quien hablaba es tu
hermana melliza —sonrió secamente el
anciano Ben—. No le será más fácil que
a ti destruir a Darth Vader.
Luke fue sacudido visiblemente por
esa información. Se puso en pie,
encarándose con el espíritu.
—¿Hermana? Yo no tengo hermanas
—negó.
Una vez más Obi-Wan envolvió sus
palabras con cariño para suavizar el
creciente torbellino espiritual de su
joven amigo.
—Para protegeros a ambos del
Emperador, os separaron al nacer. El
Emperador sabía, como yo, que un día,
con la Fuerza de su parte, el vástago de
Skywalker representaría una amenaza
para él. Por esa razón, tu hermana ha
permanecido en seguro anonimato.
Luke se resistía a creer lo que oía.
Ni necesitaba ni quería tener un mellizo.
¡Él era único! No era un ser incompleto,
salvo por la mano mecánica que ahora
tenía crispada. ¿Era él solamente un
peón de una vasta conspiración? ¿Cunas
cambiadas, hermanos permutados,
separados, forzados a vivir distintas
vidas secretas? Imposible. ¡Él sabía
bien quién era! Era Luke Skywalker,
nacido de un Jedi que se convirtió en
Señor de las Tinieblas, crecido en una
arenosa granja de Tattoine, cuidado por
Tío Owen y tía Beru, educado sin
remilgos, un pobre y honrado
trabajador…, porque su madre, su
madre… ¿Qué sucedió con su madre?
¿Qué había dicho ella? ¿Quién era ella?
¿Qué le pudo decir a él? Se dirigió,
buscando, al núcleo de su mente, hacia
un lugar y un tiempo muy distintos al
pantanoso suelo de Dagobah, hasta la
alcoba de su madre, su madre y su…
hermana. Su hermana…
—¡Leia! ¡Leia es mi hermana! —
exclamó, casi cayéndose del tocón del
árbol.
—Tu visión interna funciona bien —
asintió Ben. Rápidamente, sin embargo,
endureció el tono de su voz—. Entierra
profundamente tus sentimientos, Luke. Te
dan crédito, pero pueden hacer que
termines sirviendo al Emperador.
Luke intentaba comprender lo que
decía su anciano maestro. Demasiada
información, tan rápida y casi se
desmayó. Ben prosiguió su narración:
—Cuando tu padre se fue, no sabía
que tu madre estaba embarazada. Tu
madre y yo sabíamos que,
eventualmente, terminaría
descubriéndolo. Queríamos manteneros
a los dos tan a salvo como fuera posible
y todo el tiempo posible. Así pues, te
llevé a vivir con mi hermano Owen en
Tattoine…, y tu madre se llevó a Leia a
vivir en Alderaan como hija del Senador
Organa.
Luke se apaciguó oyendo la historia,
mientras R2, cobijándose a su lado,
zumbaba en un registro apenas audible
para confortar a Luke.
Ben siguió hablando con suavidad
para que el sonido de su voz consolara
lo que sus palabras no podían lograr.
—La familia Organa era una familia
del más alto nivel y bastante poderosos
políticamente en ese sistema. Leia se
convirtió en princesa por virtud de su
linaje; nadie, por supuesto, sabía que era
adoptada. Pero era un título sin poder
real, ya que Alderaan era una antigua
democracia. Sin embargo, la familia
seguía, siendo poderosa políticamente y
Leia, siguiendo los pasos de su padre,
llego también a ser senadora. Pero no
sólo eso, por supuesto, se convirtió en
líder de su célula en la alianza contra el
corrupto Imperio. Y como disfrutaba de
inmunidad diplomática, era un eslabón
vital para obtener información para la
causa Rebelde. Eso es lo que ella estaba
haciendo cuando se cruzaron vuestros
caminos; porque sus padres adoptivos
siempre le dijeron que contactara
conmigo en Tattoine si sus problemas
eran desesperados.
Luke intentó poner orden entre sus
múltiples pensamientos. El amor que
siempre sintió por Leia en la distancia
tenía ahora una base clara. Pero,
repentinamente, ahora también se sintió
protector, como un hermano mayor,
aunque, por todo lo que sabía, tal vez
ella fuera mayor por unos minutos.
—Pero no puedes dejar que ahora
ella se vea así: involucrada, Ben —
insistió Luke—. Vader la destruiría.
Vader, el padre de ambos. Quizá Leia
pudiera revivir el bien en él.
—Ella no se ha entrenado en las vías
del Jedi del modo que tú lo has hecho,
Luke. Pero la Fuerza es intensa en ella,
como lo es en toda tu familia. Por ello
su camino se cruzó con el mío, porque la
Fuerza ha de ser aumentada por un Jedi.
Ahora tú eres el último Jedi, Luke…,
pero ella ha vuelto con nosotros,
conmigo, para aprender y crecer. Porque
su destino es aprender y crecer, y el mío
es enseñar —siguió hablando más
lentamente, recalcando las palabras y
enfatizando las pausas—. No puedes
escapar a tu destino, Luke. —Clavó sus
ojos en los de Luke, poniendo todo su
afán en la mirada para dejar una huella
indeleble en la mente de Luke—. Mantén
secreta la identidad de tu hermana,
porque si tú fallas ella es nuestra única
esperanza. Mírame, Luke: la próxima
lucha es solamente tuya, pero mucho
depende de su resultado; quizá puedas
recabar alguna fuerza de mi recuerdo.
No puedes evitar la batalla, no puedes
escapar a tu destino. Tendrás que
enfrentarte a Darth Vader de nuevo…
Capítulo 4
Darth Vader, saliendo del cilíndrico
ascensor, entró en lo que antes constituía
la sala de control de la Estrella de la
Muerte y ahora era el salón del trono del
Emperador.
Dos guardias reales se erguían, en
posición de firmes, a ambos lados de la
puerta, vestidos con rojas túnicas que
les cubrían del cuello a los pies, y con
cascos rojos totalmente cerrados, salvo
por dos ranuras oculares que eran —en
realidad— pantallas visuales
modificadas electrónicamente. Sus
armas siempre estaban a punto.
La habitación estaba en penumbra,
iluminada sólo por el resplandor de los
cables que, descendiendo por el hueco
del ascensor, llevaban energía e
información a través de toda la estación
espacial. Vader anduvo sobre el pulido
suelo de acero pavonado, pasó junto a
unos zumbantes y gigantescos
transformadores, y subió los pocos
escalones que conducían a la plataforma
donde se hallaba el trono del
Emperador. Bajo esa plataforma, a la
derecha, estaba la boca del pozo que
ahondaba hasta alcanzar el foso central
de la estación de combate; foso que
daba al corazón mismo de la unidad de
potencia de la Estrella de la Muerte. Un
negro abismo impregnado de olor a
ozono y que amplificaba los zumbidos
de los motores hasta producir una
retumbancia grave y hueca.
Al final de la suspendida plataforma
había una pared, y en la pared, una
circular y enorme ventana de
observación. Sentado en un complejo
sillón repleto de controles, frente al
ventanal, mirando fijamente al espacio,
estaba el Emperador.
Inmediatamente tras los ventanales,
podía verse la mitad incompleta de la
Estrella de la Muerte, rodeada por
zumbantes lanzaderas y transportes junto
con hombres con pesados trajes y
retrocohetes que trabajaban dentro y
fuera de la cubierta. A corta distancia,
más allá de toda esa actividad, brillaba
la luna verde jade de Endor, suspendida
como una joya sobre el negro terciopelo
del espacio. Esparcidas hasta el infinito
fulguraban, diamantinas, las estrellas.
El Emperador, sentado, observaba
toda esa vista mientras Vader se
aproximaba tras de él. El Señor Reverso
Oscuro se arrodilló y esperó. El
Emperador dejo que esperara, mientras
examinaba el espacio ante él con una
sensación de gloria superior a todo
cálculo: todo eso era suyo. Y, aún más
glorioso, lo había conquistado por sí
mismo.
Porque no siempre fue así. Antaño,
en los días en que sólo era el Senador
Palpatine, la galaxia había sido una
República de estrellas, conservada y
protegida por la Hermandad de
Caballeros Jedis, que la habían vigilado
durante siglos. Mas, inevitablemente,
había crecido demasiado y fue necesario
mantener —durante demasiado tiempo—
una burocracia colosal para sostener a
la República. Pronto la corrupción
apareció.
Unos pocos senadores codiciosos
iniciaron la reacción en cadena,
difundiendo el malestar. Al menos eso
se creía, ¿quién iba a saberlo? Unos
pocos y pervertidos burócratas
arrogantes y serviles… y de repente la
fiebre se esparció por las estrellas. Un
gobernador sucedía rápidamente a otro;
se erosionaron los valores morales; las
alianzas fueron rotas. El miedo se
extendió como una epidemia en esos
tempranos años, con rapidez y sin causa
visible. Nadie sabía el cómo ni el
porqué de todo cuanto acontecía.
Y, de ese modo, el Senador
Palpatine aprovechó la oportunidad. A
través del fraude, de inteligentes
promesas y astutas maniobras políticas,
se las arregló para salir electo como
Presidente del Consejo. Luego, mediante
subterfugios, sobornos y terrores, se
autonombró Emperador.
Emperador… ¡Cuánta gloria y poder
encerraba el nombre! La República se
había desmenuzado y el Imperio
resplandecía con sus propios fulgores y
siempre así sería, porque el Emperador
sabía lo que otros no querían creer, las
fuerzas malignas son las más poderosas.
Lo supo siempre, en el fondo de su
corazón, pero volvía a aprenderlo todos
los días: tenientes traicioneros que
denunciaban a sus superiores para
obtener un favor; funcionarios poco
escrupulosos que le entregaban los
secretos de los gobiernos estelares
locales; codiciosos terratenientes,
gánsters sádicos, políticos hambrientos
de poder. Nadie era inmune. Todos
aventaban las energías oscuras de sus
corazones. El Emperador, simplemente,
reconocía esa verdad y la utilizaba. En
su propio engrandecimiento, por
supuesto.
Porque su alma era el negro centro
del Imperio. Contemplaba, tras la
ventana, la densa impenetrabilidad del
espacio insondable. Era tan
condensadamente negro como su propia
alma; como si él fuera —en cierto y
auténtico modo— esa misma negrura;
como si su espíritu interno fuera en sí
mismo el vacío sobre el que él reinaba.
El pensamiento le hizo sonreír: él era el
Imperio; él era el Universo.
Tras él percibió a Vader, que aún
esperaba puesto de rodillas. ¿Cuánto
tiempo llevaba así el Señor Oscuro?
¿Cinco minutos? ¿Diez? No lo sabía a
ciencia cierta, pero no importaba: el
Emperador no había finalizado su
meditación.
A lord Vader, empero, no le importó
esperar, ni siquiera lo advirtió. Porque
era un honor, una noble acción,
arrodillarse ante los pies de su
gobernante. Miró en su interior
buscando la reflexión de su mirada en su
propio corazón sin fondo. Su poder era
ahora enorme, mayor que nunca. Vibraba
en su interior, resonando con las oleadas
de oscuridad que fluían del Emperador.
Se sintió ensalzado por ese poder que
brotaba como un fuego negro, como
electrones demoníacos buscando un
blanco…, pero esperaría. Porque su
Emperador no estaba a punto; y su hijo
no estaba a punto, y aún no era el
momento. Por tanto, esperaba.
Finalmente, el sillón rotó lentamente
hasta encarar al Emperador con Vader.
Vader habló primero:
—¿Cuáles son sus órdenes,
Maestro?
—Envía a la flota al extremo
opuesto de Endor. Permanecerá allí
hasta que sea necesario —mandó el
Emperador.
—¿Y qué informes hay sobre la
concentración de la flota Rebelde cerca
de Sullust? —volvió a preguntar Vader.
—Nada preocupante. Pronto
aplastaremos la Rebelión y el joven
Skywalker será uno de nosotros. Tu
trabajo aquí ha terminado, amigo mío.
Vete a la nave de mando y espera mis
órdenes.
—Sí, Maestro mío. —Deseaba que
le permitiera dirigir el ataque contra la
Alianza Rebelde. Y esperaba que eso
sucediera pronto.
Se puso en pie y salió, mientras el
Emperador volvía la cara hacia el
panorama galáctico, tras la ventana, para
observar, de nuevo, sus dominios.
En el remoto y fosco vacío más allá
del confín de la galaxia, se extendía la
enorme flota Rebelde desde la
vanguardia hasta su último elemento, por
una extensión superior al limitado
alcance de la vista humana. Naves de
combate Corellianas, cruceros,
destructores, naves Calamarianas
portadoras de combustible, cañoneras
de Alderaan, interceptores Kesselianos,
lanzaderas de Bestimia, cazas de Alas-
X, Alas-Y y Alas-A; vehículos de
transporte, misiles teledirigidos. Todos
los Rebeldes de la galaxia, tanto civiles
como militares, aguardaban expectantes
en las naves, esperando instrucciones.
Los guiaba el mayor de los Cruceros
Estelares Rebeldes, la Fragata del
Cuartel General.
Cientos de comandantes Rebeldes de
todas las especies y formas de vida se
reunían en la sala de combate del
gigantesco Crucero Estelar, esperando
órdenes del Alto Mando. Los rumores
pululaban por doquier y un aire de
excitación se esparcía de escuadrón en
escuadrón.
En el centro de la sala de reuniones
había una gran y luminosa mesa circular
que proyectaba, por encima una imagen
holográfica de la inacabada Estrella de
la Muerte Imperial, suspendida junto a
la luna de Endor —cuyo campo
protector rodeaba a ambas.
Mon Mothma entró en la habitación.
Era una majestuosa mujer de mediana
edad que parecía caminar sobre los
murmullos admirativos de la multitud.
Vestía un blanco manto bordado en oro y
su aire de gravedad se justificaba por el
hecho de ser el líder electo de la
Alianza Rebelde.
Al igual que el padre adoptivo de
Leia —así como el propio Emperador
Palpatine—, Mon Mothma había sido
decana de los senadores de la República
y miembro del Alto Consejo.
Cuando la República empezó a
desmoronarse, Mothma permaneció
como senadora hasta el fin, organizando
la disidencia e intentando estabilizar al
cada vez más inútil gobierno.
Ella también organizó células casi al
final del proceso destructivo de la
República. Grupos de resistencia que no
se conocían entre sí y cada uno
responsable de incitar a la revolución
contra el Imperio cuando éste se hizo
manifiesto.
Hubo otros jefes, pero la mayoría
murieron cuando la primera Estrella de
la Muerte aniquiló el planeta Alderaan.
El padre adoptivo de Leia murió en
aquel desastre.
Mon Mothma pronto fue una figura
ilegal y perseguida consecuentemente.
Unió sus células políticas a las miles de
guerrillas e insurrectos que habían
proliferado a causa de la feroz dictadura
del Imperio. Otros miles más se unieron
a esa Alianza Rebelde. Mon Mothma se
convirtió en el líder indiscutible de
todas aquellas criaturas galácticas que
perdieron su hogar por culpa del
Emperador. Sin hogar, mas no sin
esperanza.
Atravesó la habitación hasta llegar a
la altura del holograma, donde
conferenció con sus dos jefes
consejeros: el General Madine y el
Almirante Ackbar. Madine era un
Corelliano duro y pleno de recursos, si
bien un tanto ordenancista. Ackbar era
un Calamariano puro: una amable
criatura de color asalmonado, con
enormes ojos tristes insertos en una
cabeza con forma de cúpula afilada, y
unas manos palmeadas que le hacían
sentirse más cómodo en el agua o en el
espacio libre que a bordo de una nave.
Si los humanos eran los brazos de la
Rebelión, los Calamarianos constituían
el alma, lo que no significaba que no
pelearan magníficamente cuando se
veían empujados hasta el límite. Y el
perverso Imperio había alcanzado ese
límite.
Lando Calrissian se abría camino
entre la multitud escrutando los rostros.
Vio a Wedge, que iba a ser el piloto de
su Ala, y se saludaron con la cabeza, a
la par que hacían el signo optimista de
alzar los pulgares, pero Lando siguió su
camino. No era a Wedge a quien
buscaba. Se desplazó hasta un claro en
el centro, miró atentamente a su
alrededor y, finalmente, divisó a sus
amigos de pie junto a una puerta lateral.
Caminó hacia ellos sonriendo
ampliamente.
Han, Chewie, Leia y los dos robots
festejaron la aparición de Lando con una
cacofonía de saludos, risas, pitidos y
ladridos.
—¡Vaya! ¡Fíjate cómo vas vestido!
—reprendió Solo, enderezando la
solapa del nuevo uniforme de Calrissian
y tentando sus insignias—. ¡Un general!
—Soy el hombre de las mil caras y
disfraces —rió Lando afectuosamente
—. Alguien les debe de haber hablado
acerca de mi pequeña maniobra en la
batalla de Taanab.
Taanab era un pequeño planeta
agrícola regularmente atacado por los
bandidos de Norulac. Calrissian antes
de su cargo como gobernador de la
Ciudad de las nubes, barrió a los
bandidos en contra de todo pronóstico
volando de forma legendaria y sin hacer
caso de estrategia alguna. Y lo hizo por
una apuesta.
—Oye —dijo Han, abriendo los
ojos sarcásticamente a mí no me mires.
Sólo les dije que eras un «buen» piloto.
No tenía idea de que buscaban a alguien
para dirigir esta guerra de locos.
—Está bien —replicó Lando—: yo
lo solicité. Quería dirigir este ataque.
Por alguna razón, le encantaba
vestirse como un general. La gente
entonces le respetaba como se merecía,
no tenía que dar ninguna coba a ningún
pomposo policía militar del Imperio. Y
ése era el otro aliciente: por fin iba a
asestar un golpe a la armada Imperial,
un golpe que doliera, por todas las
veces que le habían atizado a él.
Flagelar al Imperio dejando su impronta
sobre él. «General Calrissian, muchas
gracias.»
Solo miraba a su viejo amigo con
una expresión mezcla de admiración y
de incredulidad.
—¿Has visto alguna vez una de esas
Estrellas de la Muerte? Vas a tener un
breve generalato, viejo compañero —
avisó Han.
—Me sorprende que no te hicieran a
ti el encarguito —sonrió Lando.
—Quizá lo hicieran —intimidó Solo
—. Pero yo no estoy loco. Tú eras el
chico respetable, ¿recuerdas?
Administrador de la Ciudad de las
Nubes de Bespin.
Leia se aproximó a Solo y le cogió
del brazo con gesto protector.
—Han estará en la nave de mando
conmigo… Ambos agradecemos
terriblemente lo que estás haciendo. Y
también estamos orgullosos.
De súbito, en el centro de la sala,
Mon Mothma clamó la atención. La sala
cayó en silencio. La expectación era
general.
—Los informes que nos trajeron los
espías de Bothan han sido confirmados
—anunció la líder suprema—. El
Emperador ha cometido un error crítico,
estamos a tiempo de atacar.
Un gran revuelo sacudió a la
reunión. Como si el mensaje de Mothma
hubiera sido una válvula de presión, el
aire siseó con rumores y comentarios.
Ella se volvió al holograma de la
Estrella de la Muerte y continuó:
—Ahora conocemos la posición
exacta de la nueva estación de combate
del Emperador. Los sistemas de
armamento de la Estrella de la Muerte
aún no son operativos, y con la flota
Imperial, esparcida por la galaxia en
vano intento de cazarnos, está
relativamente desprotegida —Mon
Mothma hizo una pausa para dar mayor
efecto a su frase siguiente—. Más
importante aún: sabemos que el
Emperador en persona supervisa la
construcción.
Una descarga de parloteos excitados
erupcionó en la asamblea. Ésta era la
oportunidad. La esperanza que nadie
creía poder esperar. Un mazazo directo
al Emperador.
Al calmarse un poco la barahúnda,
Mon Mothma reanudó su discurso.
—Su viaje de inspección se realizó
en el mayor de los secretos, pero él
subestimó a nuestra red de espías.
Muchos Bothanos han muerto para
traernos esta información. —Su voz
cambió rápidamente, endureciéndose de
nuevo al recordar a todos cuál era el
precio de esa empresa.
El Almirante Ackbar dio un paso al
frente. Era un especialista en los
sistemas defensivos del Imperio. Alzó
su aleta y señaló en el modelo
holográfico el campo de fuerza que
emanaba de Endor.
—Aunque incompleta, la Estrella de
la Muerte tiene un mecanismo de
defensa —instruyó en el tono
tranquilizador de los Calamarianos—;
está protegida por un escudo de energía
generado por la cercana luna de Endor,
aquí situada. —Calló un largo rato:
quería que la información empapara sus
mentes. Cuando creyó que lo había
conseguido, habló más lentamente—: Si
queremos intentar cualquier ataque,
hemos de desactivar el escudo. Una vez
que se haya desvanecido, los cruceros
crearán un arco protector, mientras los
cazas vuelan dentro de la
superestructura, aquí…, e intentan
acertar al reactor principal —señaló una
porción inacabada de la Estrella de la
Muerte—…, en algún sitio por aquí
dentro.
Otro murmullo recorrió la sala de
los comandantes como una oleada de un
mar tormentoso. Ackbar concluyó:
—El General Calrissian dirigirá el
ataque de los cazas.
Han se volvió a Lando, sus dudas
sustituidas por respeto.
—Buena suerte, compañero.
—Gracias —dijo Lando,
simplemente.
—La vas a necesitar —recalcó Han.
El Almirante Ackbar cedió el
terreno al General Madine, encargado
de las operaciones de camuflaje.
—Hemos adquirido una pequeña
lanzadera Imperial —anunció Madine
con satisfacción—. Bajo este disfraz un
comando aterrizará en la luna y
desactivará el generador del escudo. El
bunker de control está bien custodiado,
pero un pequeño grupo podría ser capaz
de penetrar sus defensas.
Estas noticias provocaron una onda
general de murmuraciones. Leia se
volvió a Han y habló entre dientes:
—Me pregunto a quién habrán
encontrado para encargarse de esta
acción.
Madine llamó en alta voz:
—General Solo, ¿tiene ya
constituido su comando?
Leia alzó su rostro hacia el de Han;
su sorpresa inicial se transformó en un
sentimiento de jubilosa admiración.
Sabía que tenía motivos para amarle,
pese a su crasa insensibilidad y sus
zafias fanfarronadas. Tras ello, tenía
corazón.
Más aún: un cambio había
sobrevenido en él desde que surgió de la
carbonitización. No era ya más un
solitario que estuviera en ese asunto
sólo por dinero. Había perdido su costra
de egoísmo y, de alguna sutil manera,
llegado a ser parte de un todo. Ahora
hacía en verdad algo por los demás, y
ese hecho emocionaba grandemente a
Leia. Madine le había llamado General,
lo que significaba que Han había
permitido que se le considerara
miembro oficial del ejército. Una parte
dentro de todo.
—Mi escuadrón está preparado,
señor —respondió Solo a Madine—,
pero necesito algunos comandos
tripulantes para la lanzadera. —Miró
interrogador a Chewbacca y habló en
voz baja—: Va a ser muy duro,
compadre. No quiero hablar por ti.
—Roar rooufl. —Chewie meneó su
cabeza con bronco afecto y alzó su
peluda zarpa.
—Ése es uno —reclamó Han,
—Aquí tienes al segundo —gritó
Leia, disparando su brazo al aire. Luego,
dulcemente, se dirigió a Solo—. No voy
a dejar que se pierda otra vez de vista,
mi General.
—¡Yo también voy contigo! —dijo
una voz al fondo de la sala.
Todos giraron su cabeza para ver a
Luke, en pie arriba de las escaleras.
Saludos de bienvenida brotaron de todas
las gargantas.
Y aunque ése no era su estilo, Han
fue incapaz de ocultar su alegría: —Ya
somos tres —sonrió.
Leia corrió hasta Luke y le abrazó
tiernamente. De pronto sintió una
especial cercanía entre los dos que
atribuyó a la solemnidad del momento y
a la importancia de la misión. Empero
detectó un cambio en él, una esencia
distinta que parecía radiar su corazón;
algo que sólo ella podía advertir.
—¿Qué es, Luke? ¿Qué te sucede?
—susurró. De súbito, quiso abrazarlo
sin saber por qué.
—Nada. Algún día te lo contaré —
murmuró cariñosamente. Sin embargo,
distaba mucho de ser nada.
—De acuerdo —respondió Leia sin
insistir—. Esperaré. —Se preguntaba
qué podría ser lo que confería a Luke un
aire distinto. Quizá era porque vestía de
otro modo; probablemente sólo era eso.
Ataviado de negro, parecía más viejo.
Viejo, sí, eso era.
Han, Chewie, Lando, Wedge y
varios otros rodearon a Luke al
momento, saludándole con un coro de
voces confusas.
El bloque de los reunidos se
disolvió formando múltiples pequeños
grupos. Era el momento del último adiós
acompañado por los deseos de buena
suerte.
R2 silbó melódicamente una
observación a 3PO, que, de algún modo,
parecía mucho menos optimista.
—No creo que «excitante» sea la
palabra adecuada —respondió el
dorado androide. Siendo su programa
maestro el de traductor, 3PO —por
supuesto— no podía dejar de
preocuparse terriblemente por localizar
la palabra exacta que mejor describiera
la situación presente.
El Halcón Milenario descansaba en
el muelle principal de embarque del
Crucero Estelar Rebelde, mientras lo
repostaban y suplían. Justo tras él, se
asentaba la robada lanzadera Imperial,
destacando como algo entre los cazas
Rebeldes de Alas-X.
Chewie supervisaba las últimas
remesas de provisiones para la
lanzadera y calculó, de un solo vistazo,
el emplazamiento idóneo para el
comando de Han y Lando, de pie entre
dos naves, se despedían imaginando, por
lo que sabían, que sería para siempre.
—¡Te lo digo de verdad: llévatelo!
—insistió Solo, indicando al Halcón—.
Te traerá buena suerte. Tú sabes que es
la nave más veloz de toda la galaxia.
Han trabajó en el Halcón duramente
tras ganárselo a Lando. Siempre había
sido rápido, pero ahora lo era mucho
más. Y todas las reformas y
modificaciones que efectuó sobre la
nave hacían que fuera parte de él; había
puesto mucho cariño y sudor en ella. Su
propio espíritu. Así, dársela a Lando
constituía en verdad la etapa final de la
transformación de Solo; el regalo menos
egoísta que jamás había dado. Y Lando
supo entenderlo
—Gracias, viejo compadre: tendré
buen cuidado de ella. Tú sabes que, de
todos modos, siempre piloté mejor que
tú. Conmigo a los mandos no tendrá ni
un rasguño.
—Tengo tu palabra —dijo Solo,
mirando con afecto al simpático bribón
—: ni un arañazo.
—Despega, viejo pirata —intimidó
Lando—. Lo próximo que me pedirás es
que instale un depósito de seguridad.
—Te veré pronto, compañero —se
despidió Solo.
Se separaron sin haber expresado en
alta voz sus verdaderos sentimientos, tal
como debía de ser entre los hombres de
acción de esos tiempos. Cada uno subió
la rampa de su respectiva nave.
Han entró en la cabina de pilotaje de
la lanzadera imperial, donde estaba
Luke afinando los instrumentos del panel
trasero de navegación. Chewbacca, en el
asiento del copiloto, intentaba
imaginarse cómo eran los controles del
Imperio. Al sentarse Han en el puesto
del piloto, Chewie gruñó con mal humor,
quejándose de los diseños
—Ya, ya —contestó Solo—. No
creo que el Imperio los diseñase
pensando en los Wookiees.
Leia, cruzando el umbral de la
entrada, tomó asiento cerca de Luke.
—A todos nos entorpece el Imperio
—aseveró.
—Rrrwfr —dijo Chewie, mientras
pulsaba la primera secuencia de
interruptores. Miró a Solo, pero Han
estaba inmóvil, mirando fijamente a un
punto tras las ventanas. Chewie y Leia
siguieron la dirección de su mirada
hasta el objetivo de tanto interés. Era el
Halcón Milenario.
—¡Eh! ¿Estás despierto? —dijo Leia
propinando un ligero codazo al piloto.
—Tengo una extraña sensación —
musitó Han—. Como si no fuera a verla
de nuevo. —Pensó en las veces que le
había salvado la vida con su velocidad,
o en aquellas otras en que él la había
salvado con su pericia. Pensó en todo el
universo que habían visto juntos, en el
cobijo que ella le había proporcionado,
en el modo en que la conocía tanto por
fuera como por dentro. Recordó las
veces que habían dormido al amparo
uno del otro, flotando inmóviles, en
pacífico sueño, en el negro silencio del
espacio profundo.
Al oír esto, Chewbacca dio, a su
vez, otra añorante ojeada al Halcón.
Leia posó su mano sobre el hombro de
Han. Sabía que él tenía un cariño
especial por su nave y no quiso estorbar
esa postrera comunión. Pero el tiempo
les era cada vez más precioso.
—Vamos, Capitán —susurró Leia
con apremio—. Pongamos esto en
marcha.
Han volvió a la realidad.
—Bien, Okey, Chewie: averigüemos
lo que es capaz de hacer esta cafetera.
Encendieron los motores de la
robada lanzadera, se deslizaron fuera
del muelle de embarque y se
zambulleron en la noche interminable.
La construcción de la Estrella de la
Muerte proseguía su ritmo. El tráfico en
el área era denso debido al gran número
de naves de transporte, cazas TIE y
lanzaderas de servicios.
Periódicamente, el Superdestructor
Estelar orbitaba el área vigilando los
progresos de la estación espacial desde
todos los ángulos.
El puente del Superdestructor
Estelar semejaba una activa colmena.
Los mensajeros corrían arriba y abajo
de la hilera de controladores pendientes
de sus pantallas, monitorizando las
entradas y salidas de vehículos a través
del escudo deflector. Se enviaban y
recibían claves, se impartían órdenes y
se dibujaban diversos diagramas.
Eran unas operaciones que
implicaban a mil veloces naves y todo
había de ejecutarse con la mayor
eficiencia…, hasta que el Controlador
Jhoff contactó con una lanzadera del tipo
Lambda que se aproximaba al escudo
desde el Sector Siete.
—Lanzadera a Control, solicitamos
permiso de entrada —la voz irrumpió en
los auriculares de Jhoff con habitual
carga de estática.
—Los tenemos ahora en pantalla —
replicó a través de su intercomunicador
el controlador—. Identifíquese, por
favor.
—Ésta es la lanzadera Tydirium
solicitando la desactivación del campo
deflector.
—Lanzadera Tydirium, transmita el
código de vuelo del pasillo del escudo.
Arriba, en la lanzadera, Han miró
con preocupación a los otros y replicó
por su intercomunicador:
—Comienza la transmisión.
Chewie pulsó varios interruptores
del tablero que produjeron una serie de
señales de alta frecuencia de
transmisión.
Leia se mordió los labios,
preparándose para seguir volando o
luchar.
—Ahora sabremos si ese código
vale el precio que pagamos por él —
dijo la Princesa. Chewie gruñó
nerviosamente.
Luke miraba fijamente al enorme
Superdestructor Estelar que cubría todo
el espacio frente a ellos. La ominosa
tenebrosidad de la nave ocupaba su
vista como si fuera una catarata maligna.
Y no sólo su visión se hacía opaca, sino
que el corazón y la mente también se le
llenaban de tinieblas. Sintió cierto
oscuro temor y una certeza particular.
—Vader está en esa nave —susurró.
—Sólo estás nervioso, Luke —
confortó a todos Han—. Hay un montón
de naves de mando. Pero, Chewie,
mantén las distancias sin que parezca
que queremos mantenerlas.
—¿Awroff rwergh rrfrough? —
preguntó Chewie.
—No lo sé; vuela
despreocupadamente —contestó Han.
—Están tardando mucho en
comprobar el código de vuelo —dijo
Leia con tirantez. ¿Qué pasaría si no
funcionaba? La Alianza nada podría
hacer si continuaba operando el escudo
deflector del Imperio. Leia trató de
aclarar sus ideas, concentrándose en el
generador del escudo al que quería
llegar e intentando echar fuera de sí los
sentimientos de duda o temor que quizá
estuviera proyectando a los demás.
—Estoy poniendo en peligro la
misión. —Luke habló como si tuviera
una resonancia especial con su hermana
secreta. Sus pensamientos iban dirigidos
a Vader: al padre de ambos—. No
debería haber venido.
Han trató de animar el ambiente.
—Eh, ¿por qué no intentamos ser un
poco más optimistas? —Se sentía
asediado por la negatividad.
—Él sabe que estoy aquí —
reconoció Luke mientras continuaba
mirando por los ventanales a la nave de
mando. Parecía aguardar, mofándose de
él.
—Vamos, muchacho —dijo Han—
estás imaginando cosas.
—Ararg gragh —musitó Chewie.
Incluso él estaba ceñudo.
Lord Vader, de pie y silenciosamente
inmóvil, miraba por una gran pantalla a
la Estrella de la Muerte. Le excitaba la
visión de ese monumento dedicado al
Reverso Oscuro de la Fuerza. Con su
mirada glacial acarició la superficie de
la esfera.
Como si fuera un gigantesco
ornamento flotante, centelleaba para él.
Un globo mágico. Motas de luz surcaban
la superficie hipnotizando al Señor
Oscuro como si fuera un niño absorto en
algún juguete especial. Estaba en un
estado trascendente, un momento de
exaltación de las percepciones. Y
entonces, en medio de su silenciosa
contemplación, se inmovilizó
absolutamente: ni un respiro, ni un latido
siquiera enturbiaban su concentración.
Todos sus sentidos volcados en el éter.
¿Qué había percibido? Su espíritu
inclinó la cabeza para escuchar mejor.
Algún eco, alguna vibración que sólo él
captaba, había pasado. No, no había
pasado: se había arremolinado un
instante alterando el contorno de las
cosas. Ya nada era igual.
Anduvo por entre las hileras de
controladores hasta llegar al lugar donde
el Almirante Piett se inclinaba sobre la
pantalla trazadora del Controlador Jhoff.
Piett se puso firme al aproximarse Vader
e inclinó la cabeza saludando.
—¿Adónde se dirige esa lanzadera?
—preguntó Vader con calma y sin
rodeos.
Piett se volvió hacia la pantalla y
habló por el intercomunicador:
—Lanzadera Tydirium, ¿cuál es su
carga y su destino?
La voz filtrada del piloto de la
lanzadera resonó en el receptor:
—Piezas y personal técnico para el
Santuario Lunar.
El comandante del puente observó a
Vader esperando una reacción. Deseaba
que todo fuese correcto. Vader no
aceptaba a la ligera que se produjeran
errores.
—¿Tienen un código de vuelo? —
cuestionó Vader.
—Es un código viejo, pero válido
—replicó Piett inmediatamente—.
Estaba a punto de darles paso —Era
inútil mentir al Señor de las Tinieblas
—. Él siempre sabía si uno mentía;
como si las mentiras se proyectaran en
el Señor Oscuro.
—Tengo una sensación extraña
respecto a esa nave —dijo Vader, más
para sí que para los demás.
—¿Debo retenerla? —se precipitó
Piett, deseoso de agradar a su amo.
—No, déjela pasar. Me ocuparé
personalmente de esto.
—Como vos deseéis, mi Señor. —
Piett hizo una reverencia, en parte para
ocultar su sorpresa. Asintió al
controlador Jhoff, quien habló por el
intercomunicador con la Lanzadera
Tydirium.
En la lanzadera Tydirium, el grupo
aguardaba en tensión. Cuantas más
preguntas les hicieran acerca de la carga
y el destino, más parecía que iban a ser
descubiertos.
Han miró con afecto a su viejo
compañero Wookiee.
—Chewie, si esto no cuela, vamos a
tener que salir disparados. —Era un
discurso de despedida, realmente—.
Todos sabían que esa pequeña lanzadera
no adelantaría a las naves que los
rodeaban.
La voz, llena de estática, del
controlador irrumpió a través del
intercomunicador:
—Lanzadera Tydirium, la
desactivación del escudo comenzará en
seguida. Siga su ruta actual.
Todo el mundo, salvo Luke, exhaló
un suspiro de alivio, como si hubieran
acabado todos los problemas, en lugar
de estar justo comenzando. Luke siguió
mirando con fijeza a la nave de mando,
inmerso en un monólogo silencioso y
complejo.
Chewie ladró con fuerza.
—¡Eh! ¿Qué es lo que os dije? —
exclamó Han haciendo muecas—. Sin
sudores.
Leia sonrió cariñosamente.
—¿Es eso lo que nos decías? —
ironizó.
Solo impulsó la lanzadera hacia
adelante y la nave robada avanzó
lentamente camino a la gran Luna del
Santuario.
Vader, Piett y Jhoff observaban la
pantalla de la sala de control, mientras
la trama con forma de telaraña de
escudo se abría para admitir a la
lanzadera Tydiriun. Ésta se movió
lentamente hacia el centro de la telaraña
a Endor.
Vader se giró hacia el oficial de
cubierta y habló con más apremio en la
voz del que normalmente poseía:
—Rápido, mi lanzadera. Debo ir
junto al Emperador.
Sin esperar respuesta, el Señor
Oscuro alejóse a grandes zancadas,
claramente absorto en algún sombrío
pensamiento.
Capítulo 5
Los árboles de Endor se alzaban
trescientos metros por encima de la
superficie. Sus troncos, cubiertos por
una peluda y mohosa corteza, crecían
rectos como columnas; algunos mayores
que una casa y otros delgados como una
pierna. Las hojas, alargadas y de
lustroso color, difuminaban la luz del sol
dibujando bellos arabescos verdiazules
sobre el suelo del bosque.
Condensada entre los viejos
gigantes, crecía la flora usual de los
bosques: pinos de distintas especies,
árboles de hoja caduca, nudosos
arbustos cargados de follaje. La
superficie estaba recubierta por tal
cantidad de helechos, que en ocasiones
parecía un verde mar meciéndose
suavemente al compás de la brisa del
bosque.
Así era toda la luna: verde,
primitiva, silenciosa. La luz se filtraba
por el techo de ramas cayendo en
hilillos de oro que, al moverse, daban
vida al propio aire. La temperatura era
templada y a veces fresca. Así era
Endor.
La robada lanzadera Imperial yacía
en un claro distante muchos kilómetros
del astropuerto Imperial, camuflada bajo
una capa de ramas secas, hojas, pajas y
hierbas. Además, la pequeña nave se
empequeñecía totalmente ante las
arboladas torres. Su casco metálico
hubiera sido una incongruencia dentro
de ese mundo vegetal si no fuera porque
pasaba completamente inadvertida.
En la colina contigua al claro, el
contingente Rebelde trepaba por una
inclinada senda. Leia, Chewie, Han y
Luke encabezaban la marcha seguidos en
fila india por la desigual escuadra,
enfundada en sus cascos, del comando
de asalto. La unidad estaba compuesta
por la élite de la infantería de la Alianza
Rebelde. Un andrajoso puñado de
soldados que habían sido escogidos uno
a uno debido a su iniciativa, astucia y
ferocidad. Algunos eran comandos bien
entrenados y otros criminales en libertad
bajo palabra, pero todos odiaban al
Imperio con una intensidad tal, que
anulaba sus instintos de conservación. Y
todos sabían que participaban en la
principal incursión punitiva. Si fallaban
en su misión de destruir el generador del
escudo, la Rebelión estaba condenada.
No tendría una segunda oportunidad.
Por consiguiente, nadie tenía que
advertirlos que anduvieran alertas
mientras ascendían por el sendero de la
foresta. Todos ellos agudizaban sus
sentidos como nunca lo habían hecho.
R2-D2 y C-3PO cerraban la marcha
de la escuadra. La mollera cupular de
R2 no paraba de girar mientras avanzaba
enfocando con sus luces sensoras los
altísimos árboles que los rodeaban.
—¡Bee-diip! —comentó R2 con
asombro.
—No —respondió 3PO—, no creo
que esto sea una belleza. Además —
prosiguió con enojo— con nuestra
suerte, el lugar estará habitado por
monstruos devoradores de robots.
—¡Sssh! —mandó callar,
ásperamente, el soldado que precedía a
los robots.
—Silencio, R2 —ordenó 3PO,
girándose hacia el pequeño robot.
Todos estaban un tanto nerviosos.
En la cabeza de la formación,
Chewie y Leia alcanzaron la cresta de la
colina. Se arrojaron de bruces al suelo,
gatearon los últimos metros y atisbaron
por el borde de la elevación. Chewie
alzó su peluda zarpa para detener al
resto del grupo. Al instante, toda la
foresta pareció acallarse.
Luke y Han se arrastraron sobre sus
estómagos hasta llegar a la altura de los
otros. Señalando un punto entre los
helechos, Chewie y Leia exigieron
sigilo. No lejos, allá abajo, en una
cañada junto a una charca cristalina, dos
exploradores Imperiales habían
asentado su campamento temporal. En
aquel momento estaban cocinando sus
raciones, que calentaban sobre una
cocinilla portátil. Aparcadas en las
cercanías, se erguían sus motos-cohete.
—¿Intentamos rodearlos? —sugirió
Leia entre susurros.
—Nos llevaría demasiado tiempo —
replicó Luke, negando con la cabeza.
—Sí —dijo Han, oteando tras una
roca—, y si nos ven e informan sobre
nosotros, todo nuestro grupo no vale
para nada.
—¿Sólo estarán esos dos? —dijo
Leia con un retintín escéptico.
—Echemos un vistazo —sonrió
Luke, a punto de soltar un suspiro que
aliviara la tensión. Todos sonrieron de
igual modo. La fiesta estaba a punto de
comenzar.
Leia ordenó al resto del comando
que permanecieran en sus puestos y,
junto con Han, Luke y Chewbacca, se
arrastró en silencio cerca del
campamento de los exploradores.
Cuando estaban ya muy cerca del
claro, pero aún protegidos por la
maleza, Solo se deslizó rápidamente,
colocándose en primera posición.
—Quedaos aquí —dijo ásperamente
—. Chewie y yo nos ocuparemos de esto
—sonrió con la más picara de las
sonrisas.
—Tranquilo —advirtió Luke—,
podría haber más…
Antes que Luke acabara de hablar,
Han saltó junto a su peludo compañero y
se abalanzaron sobre el claro.
—…exploradores por ahí —terminó
Luke, hablándose a sí mismo. Miró
hacia Leia.
—¿Qué es lo que esperabas? —dijo
Leia, encogiéndose de hombros. Algunas
cosas jamás cambiaban.
Pero antes de que Luke pudiera
responder; los interrumpió un sonoro
estruendo proveniente de la cañada.
Ambos se aplastaron contra el suelo y
observaron.
Han estaba ocupado peleando a
puñetazos con un explorador y daba la
impresión de no haber sido tan feliz en
muchos días. El otro explorador saltó
sobre su moto-cohete, intentando
escapar, pero justo cuando ponía el
vehículo en marcha, Chewie disparó
unos pocos tiros con su láser de
bandolera. El malhadado explorador se
estrelló contra un enorme árbol,
produciendo una breve y sorda
explosión.
Leia desenfundó su pistola de láser y
corrió hacia el escenario de la lucha
seguida de cerca por Luke. Tan pronto
como alcanzaron el claro, se cruzaron
varios disparos de láser, obligándolos a
echarse rápidamente al suelo. Leia
perdió su pistola.
Aturdidos, alzaron la vista para ver
cómo dos exploradores Imperiales más
surgían del extremo opuesto del claro,
dirigiéndose hacia sus motos escondidas
en el follaje. Los exploradores
enfundaron sus pistolas al montar en las
motos y encender los motores.
—¡Por allí, otros dos más! —dijo
Leia, tambaleándose sobre sus pies.
—Ya los veo —contestó,
levantándose, Luke —¡Quédate aquí!.
Pero Leia tenía sus propias
iniciativas. Corrió hasta la moto
restante, la puso en marcha y partió en
persecución de los volantes
exploradores. Al pasar junto a Luke,
éste saltó sobre la moto-cohete y ambos
despegaron.
—Rápido, el interruptor central —
gritó Luke a Leia por encima del hombro
y del rugido de los motores— ¡Interfiere
sus intercomunicadores!
Mientras Luke y Leia partían
vertiginosamente del claro en pos de los
Imperiales, Han y Chewie estaban
reduciendo al último explorador.
—¡Eh! ¡Esperad! —gritó Solo
cuando ya se habían ido. Frustrado, tiró
su arma al suelo. El resto del comando
Rebelde descendió por la vertiente hasta
el claro.
Luke y Leia volaban veloces a través
del compacto follaje a un metro del
suelo. Leia pilotaba mientras Luke se
aferraba a su espalda. Los dos
exploradores Imperiales huidos les
llevaban una buena delantera, pero a
trescientos veinte kilómetros por hora,
Leia era mejor piloto, no en vano su
talento era cosa de familia.
A intervalos, Leia disparaba una
ráfaga de láser con el cañoncito de la
moto, pero aún estaba demasiado lejos
para tener precisión alguna. Los
proyectiles no alcanzaban los blancos en
movimiento, sino sobre los troncos de
los árboles, astillándolos e
incendiándolos mientras los vehículos
zigzagueaban frenéticamente entre las
colosales y macizas ramas.
—¡Acércate más! —gritó Luke.
Leia aceleró, acortando las
distancias. Los dos exploradores
advirtieron cómo sus perseguidores
ganaban terreno y viraron
temerariamente para pasar por una
estrecha abertura entre dos árboles. Una
de las dos motos rozó la corteza de un
árbol y el piloto, descontrolado, hubo de
frenar significativamente.
—¡Ponte a su lado! —vociferó Luke
al oído de Leia.
Ella acercó tanto su moto a la del
explorador, que rozaron sus propulsores.
Luke saltó como un rayo desde su moto a
la parte trasera del vehículo del
explorador, aferró al guerrero Imperial
por el cuello y le tiró de la moto. La
blanca armadura del soldado se estrelló
—con ruido de huesos rotos— contra un
árbol y se hundió para siempre en el mar
de helechos.
Luke se abalanzó sobre el asiento
del piloto, manipuló unos segundos los
controles y salió disparado en pos de
Leia. Ambos acosaban ahora al restante
explorador.
Volaron sobre colinas y bajo puentes
de piedra, apenas evitando colisionar y
dejando una estela de ramas ardiendo
por el calor de sus toberas. La caza los
conducía hacia el Norte cuando pasaron
sobre un barranco donde descansaban
otros dos exploradores Imperiales.
Momentos después, comenzaron a
perseguirlos, colocándose a la zaga de
Luke y Leia y disparando su arma de
láser. Luke, aún detrás de Leia, hizo un
rápido cálculo de un vistazo.
—¡Continúa persiguiendo a ése! —
le gritó a Leia, indicando al explorador
situado en cabeza—. ¡Yo me ocupo de
los dos que nos siguen!
Leia partió como una flecha hacia
adelante y Luke, en el mismo instante,
encendió los cohetes delanteros
frenando la moto rápidamente. Los dos
exploradores que le seguían pasaron por
cada lado como una exhalación,
incapaces de frenar su inercia. Luke
aceleró inmediatamente al máximo,
disparando su cañón sin cesar.
Su tercera ráfaga alcanzó el
objetivo. Uno de los exploradores
perdió el control y, dando vueltas como
una peonza, se estrelló contra un
peñasco, al que envolvió en llamas.
El compañero del explorador miró
sólo una vez a la explosión tras él, y
activó su moto en la modalidad de
superpotencia, acelerando como un rayo,
pero Luke no perdió la pista.
Mucho más adelante, Leia y el
explorador continuaban su vertiginoso
eslalon por entre las inextricables
barricadas de árboles y ramas bajas.
Leia tenía que efectuar tantos quiebros
que le parecía imposible acercarse más
a su contrincante. De pronto, disparó al
aire con un grado increíble de
inclinación y desapareció de la vista. El
explorador, confuso, se giró, dudando
entre relajarse o desaparecer, extrañado
por la súbita ausencia de su perseguidor.
Pero el paradero de Leia se hizo pronto
evidente. Desde la cima de los árboles,
su moto cohete bajaba en picado
disparando sin cesar. La velocidad de
Leia era mayor de lo que ella misma
creía y pronto estuvo volando en
paralelo con el explorador. Antes de que
se diera exacta cuenta de lo que sucedía,
el explorador se aproximó empuñando
una pistola y, sin darle tiempo a
reaccionar, disparó.
La moto de Leia perdió el control y
la Princesa saltó justo a tiempo de ver
cómo estallaba, al aplastarse contra el
tronco de un árbol gigante, mientras ella
caía entre una maraña de ramas y raíces
entretejidas, troncos podridos y una
charca poco profunda. La última imagen
que su retina registró fue la de una bola
naranja de fuego vislumbrada a través
del humeante verdor, luego la negrura…
El explorador miró la explosión tras
de sí, sonriendo con desprecio, mas,
cuando volvió la vista al frente, se
desvaneció su presunción porque estaba
a punto de chocar con un árbol caído.
Instantes después, sólo las llamas eran
testigos.
Mientras tanto, Luke se aproximaba
rápidamente al último explorador. A
medida que danzaban entre los árboles,
fue dándole alcance hasta ponerse a su
altura. El soldado Imperial dio un
repentino golpe de manillar y golpeó
con su moto la de Luke. Ambos se
balancearon peligrosamente, evitando
por milímetros un árbol caído en medio
de sus trayectorias. El explorador pasó
zumbando bajo el tronco y Luke lo hizo
por encima. Al salir por el otro lado, el
joven Jedi chocó con la parte superior
del vehículo de su adversario y ambos
quedaron enganchados.
Las motos tenían un diseño
semejante al de los trineos
unipersonales, con unas largas y
delgadas varillas que sobresalían de sus
morros y se remataban en unos pequeños
alerones estabilizadores. Cuando ambos
vehículos se acoplaban, las motos
volaban como una sola, aunque los dos
pilotos podían conducir.
El explorador giró violentamente a
la derecha, intentando aplastar a Luke
contra un bosquecillo de árboles
jóvenes. En el último segundo, Luke
apoyó todo su peso en el lado izquierdo
e hizo girar a las motos cohete,
volviendo de nuevo a la posición
vertical, Luke encima y el explorador
debajo.
El soldado Imperial dejó de resistir
la fuerza de giro a la izquierda que Luke
imprimía, y empujó con todo su peso en
la misma dirección, haciendo que las
motos giraran ciento ochenta grados,
quedando otra vez verticales, pero…
con un enorme árbol erigiéndose frente a
Luke.
Sin pensarlo dos veces, saltó de la
moto. Una fracción de segundo después,
el explorador viró fuertemente a la
izquierda, los vehículos se separaron y
la moto de Luke se estrelló —sin piloto
— contra el grueso tronco.
Luke dio vueltas y vueltas sobre un
talud cubierto de musgo, frenándose
suavemente. El explorador ascendió y
dio la vuelta, buscándole.
Luke corrió, dando tumbos, fuera de
los arbustos, mientras la moto del
explorador le perseguía a todo gas y
disparando ininterrumpidamente su
cañón de láser. Luke encendió su espada
de láser y se plantó en el centro de un
claro. Su arma interceptaba cada
disparo del soldado Imperial, pero la
moto continuaba acercándose. En pocos
instantes, ambos se encontrarían. El
explorador aceleró aún más,
pretendiendo cortar en dos al joven Jedi,
pero en el último momento Luke se hizo
a un lado —midiendo el tiempo con la
exactitud de un torero que se enfrentara
a un toro propulsado por cohetes— y
cortó las horquillas de dirección del
vehículo con un solo y poderoso tajo de
su espada de luz láser.
La moto comenzó primero a vibrar,
luego a cabecear y, por último, a girar
frenéticamente. En un segundo estaba
por completo fuera de control y, otro
segundo más tarde, era una fragorosa
bola de fuego que se alzaba sobre el
bosque.
Luke desactivó su espada de láser y
se encaminó de vuelta buscando a los
demás.
La lanzadera de Vader giró en torno
a la porción incompleta de la Estrella de
la Muerte y se introdujo hábilmente en el
principal muelle de embarque.
Silenciosos mecanismos bajaron la
rampa de la nave del Señor Oscuro;
silenciosos eran sus pasos, deslizándose
sobre el frío acero; rápidas zancadas al
servicio de sus glaciales propósitos.
El corredor principal estaba lleno de
cortesanos que esperaban una audiencia
con el Emperador. Vader frunció los
labios al verlos. «Todos eran unos
estúpidos», pensó. Pomposos
aduladores con túnicas de terciopelo y
rostros pintados; perfumados obispos
pasándose notas y haciendo juicios entre
ellos —¡y a quién más le importaban!—.
Grasientos mercaderes de favores,
doblados por el peso de unas joyas aún
tibias por el calor de sus previos y
asesinados propietarios. Hombres y
mujeres, fáciles o violentos, pero todos
codiciando alguna prerrogativa o algún
soborno.
Vader no tenía ninguna paciencia con
esa mezquina basura. Pasó entre ellos
sin manifestar el más mínimo
reconocimiento, aunque muchos de ellos
hubieran pagado encantados por recibir
una sola mirada aprobatoria del excelso
Señor Oscuro.
Al llegar al ascensor que subía hasta
la torre del Emperador, encontró la
puerta cerrada. Unos guardias —de
rojas túnicas y fuertemente armados—
flanqueaban el pozo, pareciendo no
advertir su presencia. Un oficial
sobresalió de entre las sombras y
avanzó sobre Vader cortándole el paso.
—No se puede entrar —dijo
llanamente el oficial.
Vader no gastó palabras. Alzó su
mano, con los dedos extendidos, en
dirección del oficial. Inevitablemente, el
oficial comenzó a ahogarse. Sus rodillas
temblaron, doblándose, y su cara
adquirió un tinte ceniciento.
Boqueando, haciendo un supremo
esfuerzo por respirar, logró decir:
—Es la… voluntad… del…
Emperador.
Como impulsado por un resorte,
Vader aflojó la presión sobre su presa.
El oficial, respirando de nuevo, cayó
temblando sobre el suelo, mientras se
frotaba el cuello.
—Aguardaré su conveniencia —dijo
Vader. Se volvió y miró por los
ventanales. El verdoso Endor brillaba
sobre él, flotando en el espacio, casi
como si radiara luz mediante alguna
fuente interna de energía. Vader se sentía
atraído por Endor, como si la luna fuera
un imán, un vacío succionador o una
antorcha que brillara oscuridad.
Han y Chewie estaban sentados en el
claro del bosque apoyados entre sí,
callados y próximos. El resto del
comando descansaba cuanto era posible
esparcidos en grupos de dos y tres
soldados. Todos aguardaban.
Incluso 3PO estaba callado; sentado
junto a R2, se limpiaba sus metálicos
pies a falta de otra cosa mejor que
hacer. Los demás miraban sus relojes o
comprobaban sus armas, mientras se
desvanecía la luz del atardecer.
R2 permanecía absolutamente
inmóvil, salvo por el pequeño radar que
remataba su cúpula azul y plata no
paraba de girar escrutando el terreno.
R2 exudaba la paciencia del que ejecuta
una función u opera un programa.
De pronto comenzó a pitar.
3PO cesó su limpieza obsesiva y
miró al bosque con aprensión.
—Alguien viene —tradujo para los
demás.
Toda la escuadra saltó como un solo
hombre y se aprestaron con las armas a
punto. Una ramita se rompió con
estruendo en la maleza. Nadie respiraba.
Con paso cansino, Luke salió de
entre la maleza hasta alcanzar el centro
del claro. Todo el mundo, relajándose,
depuso las armas. Luke estaba
demasiado cansado para preocuparse
por el recibimiento. Se tiró de golpe
sobre el duro y sucio suelo junto a Solo,
y se tumbó de espaldas con un exhausto
gemido.
—Un día duro, ¿eh, muchacho? —
comentó Han.
Luke sonrió, apoyándose sobre un
codo. Habían hecho un montón de ruido
y de esfuerzo sólo para acallar a una
pareja de exploradores Imperiales, ¡y
todavía faltaba la parte realmente dura!
Pero Han aún podía mantener su tono
ligero y bromista. Era como un estado
de gracia, ese peculiar encanto suyo.
Luke deseaba que nunca faltara en el
Universo esa cualidad.
—Espera que lleguemos a ese
generador —replicó con dulzura.
Solo miró en torno al lugar de donde
había salido Luke y dijo:
—¿Dónde está Leia?
—¿Aún no ha venido? —dijo Luke,
crispándosele el rostro súbitamente.
—Yo creí que estaba contigo —dijo
Han, alzando la voz.
—Nos dividimos —explicó Luke,
cambiando una ceñuda mirada con Han.
Ambos se levantaron lentamente.
—Lo mejor será buscarla —decidió
Luke.
—¿No quieres descansar un
momento? —sugirió Han. Podía ver la
fatiga asomando en el rostro de Luke y
quería evitar que pasara por otra prueba
que, seguramente, absorbería más
fuerzas de las que ambos tenían.
—Quiero encontrar a Leia —dijo
con suavidad.
Han asintió sin discutir e hizo una
seña al oficial Rebelde, que era segundo
en el mando del grupo de asalto. El
oficial se acercó corriendo y saludó.
—Haga avanzar al comando —
ordenó Solo—. Nos reuniremos en el
generador del escudo a las 0,30.
El oficial saludó de nuevo y
organizó inmediatamente las tropas. En
menos de un minuto se deslizaban por el
bosque, contentos de moverse por fin.
Luke, Chewbacca, el General Solo y
los dos androides partieron en dirección
opuesta. R2 señalaba el camino girando
todas sus antenas y escrutando con sus
sensores para percibir los parámetros de
su ama; los demás lo seguían a través
del bosque.
Cuando Leia recuperó la
consciencia, lo primero que advirtió fue
que su codo izquierdo estaba mojado.
Yacía sobre una charca de agua,
empapado.
Sacó el codo del agua —
chapoteando un poco— percibió algo
más: dolor, dolor en todo el brazo al
moverlo. Por el momento prefirió
dejarlo quieto.
Lo siguiente que percibió fueron un
sinfín de sonidos: el chapoteo que
produjo al mover el codo, el susurro de
las hojas mecidas por el viento, el canto
ocasional de un pájaro. Rumores del
bosque. Lanzó un gemido, tomó aliento y
entonces escuchó su propio gemido.
Ahora era consciente de los olores
que se infiltraban por las ventanillas de
su nariz. El olor del musgo húmedo, los
efluvios del oxígeno producido por las
hojas, el aroma de la miel en un panal
cercano, la fragancia de extrañas flores.
El sentido del gusto se despertó
junto con el del olfato: sabor de sangre
en su boca. Abrió y cerró las
mandíbulas varias veces para localizar
de dónde provenía la sangre, pero no lo
consiguió. En cambio, el intento trajo
consigo el reconocimiento de nuevos
dolores: en su cabeza, cuello y espalda.
Intentó mover de nuevo los brazos, pero
el intento suponía una lista completa de
dolores. Así pues, se inmovilizó otra
vez.
El calor envolvía sus sentidos. El
sol templaba los dedos de su mano
derecha, mientras que la palma, en
sombra, permanecía fría. Una ligera
brisa acarició sus pantorrillas. Su mano
izquierda, apretada contra su cintura,
permanecía caliente.
Se sentía… despierta.
Con lentitud —reticente a
comprobar su estado, ya que al ver las
cosas éstas se convierten en reales, y su
propio y dañado cuerpo era una realidad
que no quería aceptar—, con lentitud,
abrió los ojos. A ras del suelo todo era
confuso. Veía sólo brumas marrones y
grises que, en la distancia,
progresivamente se convertían en verde
brillante. Poco a poco comenzó a
enfocar las cosas.
Y entonces, Leia vio al Ewok. Era
una pequeña y extraña criatura cubierta
de pelo. Estaba de pie, a un metro de
distancia, y no mediría más que eso.
Poseía unos curiosos y grandes ojos de
color marrón oscuro y unas chaparras
zarpas con dedos. Cubierto
completamente —de la cabeza a los pies
— con una piel marrón, lanosa y suave,
se parecía enormemente a la mullida
muñeca Wookiee, con la que Leia jugó
de pequeña. De hecho, cuando vio por
primera vez a la criatura frente a ella,
pensó que era sólo un sueño, una imagen
infantil producida por su dolorido
cerebro.
Pero no era un sueño. Era un Ewok y
respondía al nombre de Wicket.
Tampoco debía de ser
exclusivamente un ser encantador,
porque al enfocar Leia mejor, pudo ver
un cuchillo sujeto a su cintura. No
llevaba nada más, salvo una capucha de
fino cuero que le cubría la cabeza.
Se observaron el uno al otro,
inmóviles, durante un largo minuto. El
Ewok parecía desconcertado por la
Princesa; no sabía lo que ella era ni lo
que se proponía hacer. Por el momento,
Leia quiso ver si era capaz de sentarse.
Se sentó profiriendo otro gemido.
El sonido, aparentemente, asustó a la
pequeña bola de peluche, porque saltó
rápidamente hacia atrás, tropezó y cayó
al suelo.
—¡Eeeep! —graznó.
Leia se examinó atentamente,
buscando indicios de algún daño serio.
Sus ropas estaban desgarradas y tenía
cortes, arañazos y quemaduras por todos
lados, pero no parecía tener nada
definitivamente roto. Por otro lado, no
tenía la menor idea de dónde se hallaba.
Gimió de nuevo.
El gemido provocó al Ewok. Saltó,
poniéndose en pie, aferró una lanza de
metro y medio y la esgrimió
defensivamente en contra de Leia. Con
suma cautela, giró en círculos en torno a
la Princesa a la que apuntó con su
jabalina, claramente más asustado que
agresivo.
—Oye: para ya —dijo Leia,
apartando, molesta, la punta de la lanza.
Sólo faltaba que un osito de peluche la
ensartara con su lanza. Con más dulzura
añadió—: No voy a hacerte ningún
daño.
Se levantó enérgicamente y
comprobó el estado de sus piernas. El
Ewok se apartó receloso.
—No tengas miedo —dijo Leia,
intentando poner una nota
tranquilizadora en su voz—. Sólo quiero
ver que le ha pasado a mi moto-cohete.
—Sabía que cuanto más hablara en ese
mismo tono, más calmaría a la pequeña
criatura. Aún más: si podía hablar es
que todo iba bien.
Sus piernas no estaban del todo
firmes, pero fue capaz de caminar
lentamente hasta los retorcidos restos de
la moto que yacían —medio fundidos—
al pie de un árbol parcialmente
ennegrecido.
Este movimiento la separó del
Ewok, quien, como un cachorro
asustadizo, lo tomó como un indicio de
seguridad y se acercó también al lugar
del accidente. Leia cogió la pistola de
láser del explorador Imperial; era todo
lo que quedaba de él.
—Creo que salté en el momento
preciso —musitó.
El Ewok estudió la escena con sus
grandes ojos brillantes, meneó la cabeza
y graznó, vociferante, durante algunos
segundos.
Leia miró al denso bosque que se
cerraba en torno suyo y luego,
suspirando, se sentó sobre el tocón de un
árbol. Estaba al nivel visual del Ewok y,
una vez más ambos se observaron; un
tanto desconcertados y preocupados.
—Tengo problemas —explicó Leia
—. Estoy aquí inmovilizada y ni
siquiera sé dónde está «aquí».
Apoyó la cabeza sobre las manos, en
parte para reflexionar sobre su suerte, y
en parte para aliviar un poco el dolor de
sus sienes. Wicket se sentó a su lado e
imitó a la perfección su postura —la
cabeza entre sus zarpas y los codos
apoyados sobre las rodillas— y lanzó un
consolador suspiro Ewok.
Leia rió apreciativamente y rascó la
peluda cabeza de la criatura, justo entre
las orejas. El Ewok ronroneó como un
gatito.
—¿No tendrás, por casualidad, un
intercomunicador encima? —Era una
broma tonta, pero esperaba que quizá
hablando se le ocurriera alguna idea.
El Ewok parpadeó varias veces y
devolvió una mirada confusa.
—No, creo que no —dijo Leia,
sonriendo.
De pronto, Wicket paralizó su
expresión, giró las orejas y olfateó el
aire. Inclinó luego la cabeza en un gesto
revelador de la máxima atención.
—¿Qué sucede? —susurró Leia.
Obviamente algo malo.
Entonces lo oyó: un leve crujido en
los matorrales a su espalda, seguido por
el sonido de roce de un cuerpo.
Al instante, el Ewok profirió un
fuerte y aterrorizado chirrido. Leia
desenfundó la pistola y se parapetó tras
el tocón del árbol. Wicket se escabulló,
introduciéndose en una abertura bajo el
tocón. Un largo y tenso silencio siguió a
continuación. Leia concentró todos sus
sentidos preparándose para luchar en los
cercanos matorrales.
Pese a sus preparativos, no esperó
que el disparo de láser proviniera de la
dirección en que lo hizo: alto y por la
derecha. Estalló frente al tronco,
produciendo una ducha de luz y agujas
de pino. Replicó con dos rápidos
disparos, pero justo en ese momento
percibió algo detrás de ella. Se dio la
vuelta muy lentamente y encontró a un
explorador Imperial irguiéndose sobre
ella y apuntándole a la cabeza con su
arma. El explorador alargó la mano para
coger la pistola que Leia sostenía.
—Me quedaré con ella —ordenó.
Inesperadamente, una mano peluda
surgió bajo el tocón y propinó una
cuchillada en la pierna del explorador.
El hombre aulló de dolor y comenzó a
saltar sobre un solo pie.
Leia se abalanzó sobre su caída
pistola de láser, rodó por el suelo,
disparó y acertó en pleno pecho del
explorador, calcinando su corazón.
En seguida el silencio volvió a
descender sobre el bosque; el ruido y la
luz de los disparos se desvanecieron,
como si jamás hubieran tenido lugar.
Leia permaneció tumbada donde estaba,
jadeando levemente y esperando otro
ataque, mas no hubo ninguno.
Wicket asomó su ensortijada cabeza
por debajo del tronco y miró a su
alrededor.
—Eeeep rrp serp ooooh —musitó en
tono aterrorizado.
Leia se puso en pie de un brinco y
corrió por todo el claro, acuclillándose
aquí y escrutando allá, hasta comprobar
que estaba segura por el momento. Se
dirigió hacia su rechoncho y nuevo
amigo:
—Vamos: lo mejor es salir de aquí.
Cuando penetraron en la espesura,
Wicket tomó la delantera. Leia dudó al
principio, pero él chirrió, urgiéndola y
tirando de su manga. Leia renunció a
controlar a la extraña y pequeña bestia y
se dejó llevar.
Dejó vagar su mente, mientras
permitía que sus pies la transportaran
ágilmente entre los gargantuescos
árboles. De pronto se sorprendió, no
sólo por la pequeñez del Ewok que la
guiaba, sino por su propia diminutez al
lado de esos árboles colosales. Algunos
debían de tener diez mil años de edad y
se alzaban más allá de lo que la vista
era capaz de distinguir. Eran templos
dedicados a la fuerza vital que ella tanto
defendía; se elevaban proyectándose
hacia el resto del Universo. Se sintió
participe de su grandeza a la par que
disminuida a su lado… y solitaria. Se
sentía sola en medio de esa foresta
desmesurada. Toda su vida había
transcurrido entre gigantes de su propia
especie: su padre, el gran Senador
Organa; su madre, Ministra de
Educación; sus iguales y sus amigos
gigantes todos ellos…
Pero, ¡esos árboles! Eran como
potentísimos signos de exclamación que
anunciaban su propia prominencia
¡Estaban allí! ¡Más viejos que el tiempo!
Y permanecerían allí mucho después de
que Leia desapareciera, después de la
Rebelión, después del Imperio…
Y de pronto, ya no se sintió más
tiempo sola: era una parte de esos
serenos y majestuosos seres. Una parte
de ellos a través del tiempo y del
espacio, conectada por la vibrante
fuerza vital de la que…
Era una sensación confusa. Ella
formaba parte y también estaba aparte.
No podía explicárselo racionalmente. Se
sentía grande y pequeña, bravía y
tímida. Creyó ser una diminuta chispa
creadora danzando en las hogueras de la
vida…, danzando tras un furtivo, enano
y gordinflón osito que la adentraba más
y más en el bosque.
Por esto, entonces, combatía la
Alianza: para preservar a unas criaturas
peludas, que vivían en bosques
mastodónticos y socorrían a las bravas
princesas en peligro a las que ponían a
salvo. Leia deseó que sus padres
vivieran para poder contárselo.
Lord Vader salió del ascensor,
caminó hasta la entrada del salón del
trono y se detuvo. Los cables de energía
zumbaban en los costados del pozo,
proyectando un misterioso resplandor
sobre los guardias reales que
custodiaban la entrada. Marchó
resueltamente por la rampa y subió los
escalones hasta detenerse, servilmente,
tras el trono. Se arrodilló y permaneció
inmóvil como una estatua. Casi en el
mismo instante oyó la voz del
Emperador:
—Álzate, álzate y habla, amigo mío.
Vader se puso en pie, mientras el
trono giraba en redondo hasta situar, al
Emperador frente a él.
Recorriendo una distancia de varios
años luz, las miradas de Vader y el
Emperador se encontraron. A través de
ese abismo, Vader respondió:
—Maestro, una pequeña fuerza
Rebelde ha traspasado el campo de
energía y aterrizado en Endor.
—Sí, lo sé. —No había síntomas de
sorpresa en el tono del Emperador, sino,
en todo caso, satisfacción.
—Mi hijo está con ellos —continuó
Vader, percibiendo las emociones de su
Maestro.
La ceja del Emperador sé arqueó
apenas un milímetro y su voz
permaneció fría, imperturbable, aunque
con un leve matiz de curiosidad.
—¿Estáis seguro? —interrogó.
—Le percibo, Maestro. —Vader
habló con un leve matiz sarcástico en su
voz. Sabía que al Emperador le
atemorizaba el joven Skywalker: tenía
miedo de su poder. Sólo aunando las
fuerzas de Vader y el Emperador
podrían atraer al Caballero Jedi al
Reverso Oscuro.
—Le percibo —repitió con singular
énfasis.
—Es extraño que yo no lo haya
sentido —murmuró el Emperador,
reduciendo sus ojos a dos ranuras.
Ambos sabían que la Fuerza no era
todopoderosa, no convertía a los
hombres en infalibles. Tenía que ver con
la conciencia y la visión. Seguramente,
Vader y su hijo estaban más unidos de lo
que podía estarlo el Emperador respecto
al joven Skywalker. Por añadidura, el
Emperador era ahora consciente de la
existencia de unas contracorrientes que
antes no captó; una deformación en la
Fuerza que no entendía del todo.
—Me pregunto si vuestras
percepciones son nítidas, Lord Vader —
indagó el Emperador.
—Lo son, Maestro. —Sabía que su
hijo estaba presente. Algo le acicateaba,
atrayéndole, mortificándole,
reclamándole con una voz que le era
propia.
—Entonces habrás de ir al Santuario
Lunar para esperarle —dijo el
Emperador simplemente.
—¿Vendrá él hacia mí? —preguntó
Vader con escepticismo. No era eso lo
que él sentía; era él el que se sentía
atraído, arrastrado hacia Luke.
—Por su propia voluntad —aseguró
el Emperador.
Tenía que ser por su libre elección,
si no todo estaba perdido. No se puede
forzar la corrupción de un espíritu: ha de
ser seducido. Tiene que participar
activamente. Ha de anhelarlo. Luke
Skywalker sabía todo esto y, aun así,
danzaba como un gato en torno al fuego
negro. Los destinos no pueden
predecirse con absoluta seguridad, pero
Skywalker vendría.
—Lo he previsto. La compasión que
siente por vos hará el trabajo —
reaseguró el Emperador. La compasión
había sido siempre el punto vulnerable
de los Jedis, siempre lo sería. El
Emperador no poseía un solo ápice de
compasión.
—El chico vendrá a Vos y Vos lo
traeréis a mi presencia —ordenó.
—Como deseéis —dijo Vader,
inclinándose profundamente.
Con malicia natural, el Emperador
despidió al Señor Oscuro. Vader,
expectante y siniestro, salió de la
habitación del trono para embarcarse en
una lanzadera hasta Endor.
Luke, Chewie, Han y 3PO
progresaban metódicamente por la
maleza, siguiendo a R2, cuya antena no
paraba de dar vueltas. Era asombrosa la
capacidad del pequeño robot para
detectar y seguir una pista en tan
selvático terreno, y lo hacía sin dudar,
cortando con las mini herramientas de
sus apéndices y su cúpula cuanta
vegetación bloqueara su camino.
R2 se detuvo de repente, causando
cierta consternación entre sus
compañeros. El radar de su cabeza giró
más velozmente. R2 pitó y silboteó para
sí mismo y luego salió disparado hacia
adelante, emitiendo un excitado anuncio:
—¡Vrrr DHp dUIUp boooo dUIII op!
—R2 dice que las motos-cohete
están justo delante de nosotros —dijo
3PO, corriendo tras su compañero—.
¡Oh, cielos!
Irrumpieron en el claro a la cabeza
de los demás, pero todos se detuvieron
en seco nada más entrar. Los restos
calcinados de tres motos se esparcían
por toda el área por no mencionar los
despojos de los tres exploradores
Imperiales.
Buscaron frenéticamente entre los
metálicos restos. No había ninguna
evidencia de Leia, salvo un retal
desgarrado de su chaqueta. Han lo
recogió con gesto sombrío y pensativo.
—Los sensores de R2 no encuentran
rastro de la Princesa Leia —comunicó
calmosamente 3PO.
—Espero que no esté por los
alrededores —dijo Han, dirigiéndose a
los árboles. No quería ni imaginarse su
perdida. Tras todo lo que había
acontecido, simplemente no podía creer
que Leia acabara de ese modo.
—Parece que se enfrentó a ellos —
dijo Luke tan sólo por decir algo.
Ninguno de ellos quería sacar
conclusiones.
—Creo que lo resolvió bastante bien
—respondió Han lacónicamente. Se
dirigía a Luke, pero en realidad hablaba
consigo mismo.
Sólo Chewbacca parecía no
interesarse por el claro donde se
hallaban. Estaba plantado mirando la
densa vegetación tras ellos; luego arrugó
la nariz, olfateando.
—¡Rahrr! —rugió y se zambulló en
la espesura. Los otros corrieron tras él.
R2 silbó queda y nerviosamente.
—¿Recogiendo qué? —saltó 3PO—.
Intenta ser más explícito, ¿quieres?
Los árboles eran mucho mayores a
medida que el grupo se adentraba en la
espesura. No es que fuera posible
vislumbrar sus copas, sino que el
perímetro de los troncos era cada vez
más impresionante. El resto de la
vegetación se debilitaba y clareaba,
permitiendo andar más fácilmente, pero
produciendo, a la par, la sensación de
que estaban encogiéndose. Era una
sensación ominosa.
De pronto, la maleza se acababa
abruptamente y dejaba paso a un espacio
abierto entre los árboles. En el centro de
ese espacio, una sola y alta estaca se
erguía clavada en el suelo y de ella
colgaban varias tiras de carne cruda.
Los buscadores miraron con cautela y
luego se acercaron al poste.
—¿Qué es esto? —dijo 3PO, dando
forma al interrogante que se ceñía sobre
todo el grupo.
El olfato de Chewbacca estaba
enloqueciendo con algún tipo de delirio
olfatorio. Se abstuvo todo lo que le fue
posible, pero, al final, fue incapaz de
resistir más y se aproximó para coger
una tira de carne.
—¡No, espera! —gritó Luke—. No
lo ha…
Pero ya era tarde. En el momento
que Chewie retiró la carne del poste,
una enorme red camuflada en el suelo
saltó hacia arriba, apresando al grupo de
forma tal, que se balancearon muy por
encima del suelo hechos una maraña de
piernas y brazos moviéndose
inútilmente.
R2 silboteó salvajemente —estaba
programado para odiar estar cabeza
abajo—, mientras el Wookiee ladraba su
pesar.
Han se quitó, escupiendo pelos, una
peluda zarpa de su cara.
—Fantástico, Chewie. Buen trabajo.
Siempre pensando en tu estómago —
reprendió Han.
—Tómalo con calma —avisó Luke
—. Busquemos el modo de salir de esta
red—. Lo intentó, pero no fue capaz de
liberar sus brazos; uno, atrapado en la
red y pegado a su espalda, y el otro,
enganchado en la pierna doblada de 3PO
—. ¿Puede alguien alcanzar mi espada
de luz?
R2 estaba situado en el fondo de la
red. Extendió un apéndice cortador y
comenzó a trabajar sobre la malla de la
red.
Solo, mientras tanto, intentaba
introducir a presión su brazo entre 3PO
y la red para alcanzar la espada de luz
láser en la cintura de Luke. Al cortar R2
otro trozo de malla, Solo sintió un tirón
y cayó encima de 3PO, quedando
pegadas las caras de ambos.
—Fuera de mi camino, Lingote de
Oro. ¡Uf! Quítate de ahí —protestó Han.
—¿Cómo cree que me siento? —
atacó 3PO. En una situación como ésa,
no había protocolo que valiera.
—Realmente no lo… —comenzó a
decir Han, pero Erredós,
repentinamente, cortó la última sección
de la malla y el grupo entero dio con sus
huesos —y metales— en el suelo.
Mientras recuperaban gradualmente
los sentidos, se sentaban y comprobaban
cuál era el estado de los demás; uno por
uno fueron dándose cuenta de que
estaban rodeados por veinte pequeñas y
peludas criaturas; todas llevaban suaves
capuchas de cuero y esgrimían pequeñas
lanzas.
Una de las criaturas se acercó a Han,
casi tocándole la cara con su lanza,
mientras graznaba:
—¡Eeee uuk!
Solo desvió el arma con un brusco
manotazo.
—Apunta a otro lado con esa cosa
—amenazó.
Un segundo Ewok acudió alarmado y
arremetió contra Han. De nuevo éste
desvió la lanza, pero se cortó en un
brazo.
Luke alcanzó la espada de luz láser,
pero entonces un tercer Ewok saltó
hacia adelante, apartando a los más
agresivos de su camino, y profirió una
larga parrafada de lo que parecían ser
invectivas dichas en un tono reprensivo.
Ante esto, Luke decidió no usar su
espada láser.
Han, sin embargo, estaba herido y
furioso. Comenzó a desenfundar su
pistola, pero Luke, con una mirada, le
contuvo antes de que lo hiciera.
—No lo hagas; todo saldrá bien —
añadió. Nunca confundas la capacidad
con el aspecto, solía decirle Ben, o las
acciones con los motivos. Luke no
estaba seguro de los motivos de los
pequeños peludos, pero tenía un
presentimiento.
Han contuvo su brazo y su furia,
mientras los Ewoks pululaban a su
alrededor, confiscando todas sus armas.
Luke incluso renunció a su querida
espada láser. Chewie gruñó con recelo.
R2 y 3PO estaban justo saliendo de
la red, mientras los Ewoks parloteaban
entre sí, muy excitados.
Luke se volvió hacia el dorado
androide.
— 3PO, ¿puedes entender lo que
dicen? —preguntó.
3PO se irguió sobre la tejida trampa,
sintiéndose abollado y trémulo.
—¡Oh, mi cabezal —se quejó.
Al ver su cuerpo completamente en
pie, los Ewoks chirriaron entre sí
señalando al dorado androide y
gesticulando locamente.
3PO se dirigió al que parecía el jefe.
—Chrii breeb a shun —dijo con
vacilación.
—¡Bloj wreie, dbbeop
weeschhreee! —contesto la vellosa
bestia.
—¿Du wiii sheeess? —interrogó
3PO.
—Reiop gluuuaj wrripsh —replicó
el Ewok.
—¿Shreee? —continuó interrogando
3PO.
De pronto, uno de los Ewoks dejó
caer su lanza, sofocando un grito, y se
postró ante el brillante androide. Un
momento después, todos los Ewoks
siguieron el ejemplo. 3PO miró a sus
amigos, encogiéndose de hombros con
embarazo.
Chewie emitió un confuso ladrido.
R2 zumbó especulativamente. Luke y
Han miraban, asombrados, al batallón
de Ewoks que saludaba tan
humildemente.
Entonces, mediante alguna
imperceptible seña de alguien del grupo,
las pequeñas criaturas comenzaron a
cantar al unísono:
—Eekie whoj, eekie whoj, Rheakie
rheekie whoj.
—¿Qué es lo que les has dicho? —
preguntó Han a 3PO con aspecto de
absoluta incredulidad.
—Creo que «Hola» —replicó 3PO,
casi disculpándose. Se apresuró a
añadir—: Podría estar equivocado ellos
usan un dialecto muy primitivo… Me
parece que creen que yo soy una especie
de dios.
Chewbacca y R2 creyeron que eso
era tremendamente divertido y, durante
varios segundos, ladraron y silbaron
histéricamente hasta que, finalmente,
lograron calmarse. Chewbacca hubo de
limpiarse una lágrima de un ojo.
Han tan sólo meneó la cabeza con un
aire de paciencia y cansancio galácticos.
—Bueno —dijo Han—. ¿Y si
utilizas tu influencia divina para
sacarnos de aquí? —sugirió
solícitamente.
—Le ruego que me perdone, Capitán
Solo —dijo 3PO, irguiéndose cuan alto
era y hablando con el mayor decoro—,
pero eso no sería lo adecuado.
—¡Adecuado! —rugió Solo.
Siempre supo que ese pomposo
androide se iba a pasar de rosca algún
día, y éste bien podía ser ese día.
—Va contra mi programación
representar a una deidad —replicó 3PO
a Solo, como si algo tan obvio
necesitara más explicaciones.
Han se movió amenazadoramente
hacia el androide de protocolo,
hormigueándole los dedos con el deseo
de desconectarle.
—Escucha, montón de tornillos, si tú
no…
No pudo avanzar más porque quince
lanzas Ewook apuntaban
amenazadoramente a su cara.
—Sólo estaba bromeando —sonrió
Han afablemente.
La procesión de Ewoks tejía
lentamente su camino por la cada vez
más oscura foresta. Pequeñas y sombrías
criaturas avanzaban palmo a palmo por
un gigantesco laberinto. El sol casi se
había puesto, y las largas sombras
cruzadas conferían un aire aún más
imponente a los cavernosos dominios.
Sin embargo, los Ewoks parecían
sentirse como en su casa, doblando con
precisión por los corredores de lianas.
Sobre sus hombros llevaban a los
cuatro prisioneros —Han, Chewie,
Luke, R2— atados a largos palos
mediante vueltas y vueltas de fibras de
bejucos que los inmovilizaban como si
fueran larvas que lucharan dentro de un
áspero y frondoso capullo.
Tras los cautivos, 3PO, en una litera
toscamente fabricada con ramas que
formaban algo parecido a una silla, era
llevado sobre los hombros de los
pigmeos Ewoks. Como un potentado
real, examinaba detenidamente el
bosque a través del cual era conducido:
el magnífico sol poniente del color del
espliego, que podía vislumbrarse por
entre los bejucos colgantes; las flores
exóticas comenzando a cerrarse; los
árboles de edad indefinida, los
relucientes helechos. Sabía que nadie
antes que él había jamás apreciado todas
esas cosas del modo en que él lo hacía.
Nadie tenía sus sensores, sus circuitos,
sus programas y bancos de memoria.
Así, de alguna forma, él era el creador
de este pequeño universo; de sus
imágenes y colores.
Y era una sensación maravillosa.
Capítulo 6
El cielo estrellado parecía rozar las
copas de los árboles a medida que Luke
y sus amigos eran izados hasta el
poblado de los Ewoks. Al principio no
advirtió siquiera que se trataba de un
poblado; las pequeñas chispas
anaranjadas, en la distancia parecían
estrellas. Sobre todo estando atado a un
poste boca arriba, observando cómo los
brillantes puntitos titilaban entre los
árboles directamente encima de él.
Pero cuando se vió alzado por entre
intrincadas escaleras y rampas
escondidas alrededor de los inmensos
troncos y, gradualmente, cuanto más
subían más grandes y crepitantes eran
las luces hasta que, al llegar a los cien
metros de altura, Luke advirtió por fin
que las luces eran hogueras encendidas
entre las cimas de los árboles, no
estrellas.
Al fin fueron conducidos por un
precario camino de madera, demasiado
lejos del suelo como para ver nada por
debajo, salvo una caída abisal. Durante
un instante de debilidad, Luke creyó que
iban a ser arrojados fuera del camino
para hacerles conocer las tradiciones
del bosque. Pero los Ewoks tenían algo
distinto en mente.
La estrecha plataforma acababa a
mitad del camino, entre dos árboles. La
primera criatura del grupo aferró un
largo bejuco y se balanceó hasta el otro
tronco, que Luke sólo podía ver
doblando al máximo el cuello, que tenía
una gran abertura cavernosa excavada en
su titánica superficie. Los bejucos
volaron rápidamente de un lado a otro
de la sima hasta construir una especie de
enrejado entretejido. Luke se encontró
siendo arrastrado por encima de la
parrilla vegetal, aún atado al poste.
Miró una vez hacia abajo, hacia la nada;
era una sensación verdaderamente
desagradable.
Ya una vez en el otro lado,
descansaron sobre una plataforma
estrecha e inestable hasta que todo el
mundo hubo cruzado. Entonces los
pequeños monos-osos desmantelaron la
red de bejucos y se introdujeron en el
árbol, junto con sus cautivos. Dentro
reinaba la más completa oscuridad, pero
Luke tuvo la impresión de estar más en
un túnel que en una verdadera cueva.
Imperaba la sensación de estar rodeados
por paredes densas y sólidas, como las
de una madriguera excavada en una
montaña. Cuando emergieron, cincuenta
metros más allá, estaban en la plaza del
poblado Ewok.
Cocineros y curtidores, guardias y
ancianos, niños y mujeres, de todo
había. Las madres Ewoks agruparon a
sus berreantes criaturas y se apresuraron
a adentrarse en sus chozas, mientras
otros murmuraban y señalaban. El aroma
de la cena, cocinándose, impregnaba el
aire; algunos niños jugaban y los
juglares tocaban música extraña y
retumbante, utilizando troncos y flautas
de caña.
Abajo se extendía la vasta negrura,
menor que la del cielo sobre sus
cabezas; pero allí, en ese diminuto
poblado suspendido entre ambas, Luke
sintió luz, calor y una paz especial.
El séquito de captores y cautivos se
detuvo ante la mayor de las chozas.
Luke, Chewie y R2 fueron apoyados con
sus estacas contra un árbol cercano. Han
suspendido de una clavija situada
encima de un hogar repleto de astillas
que recordaban sospechosamente a las
utilizadas para asar una barbacoa.
Docenas de Ewoks se agruparon a su
alrededor parloteando, curiosos, con
animados chirridos y graznidos.
Teebo surgió de la choza mayor. Era
un poco más grande que la mayoría y
tenía un aspecto mucho más fiero. Su
piel estaba surcada por franjas grises,
claras y oscuras. En lugar de la capucha
normal de cuero, llevaba sobre su
cabeza un casquete hecho con medio
cráneo de algún animal con cuernos y
adornado con plumas. Portaba un hacha
de piedra y, para ser un pequeño Ewok
se contoneaba con jactancia.
Examinó superficialmente a los
prisioneros e hizo algún tipo de
comentario. Al punto, un miembro de la
partida de caza dio un paso al frente.
Era Paploo, el Ewok cubierto por una
manta que parecía haber sido un poco
más amable con los prisioneros.
Teebo conferenció breves momentos
con Paploo. La discusión pronto
degeneró, sin embargo, en una disputa,
ya que Paploo aparentemente apoyaba a
los rebeldes y Teebo rechazaba todo
tipo de consideración. El resto de la
tribu seguía, de pie, el debate con
enorme interés, vociferando algún
comentario que otro o chirriando
excitados.
3PO, cuyo trono había sido
depositado en un lugar de honor cerca
de la estaca de la que estaba suspendido
Solo, seguía la discusión completamente
fascinado. Empezó a traducir una o dos
veces para Luke y los demás, pero se
detuvo a las pocas palabras, porque los
polemistas hablaban demasiado rápido,
y 3PO no quería perderse la esencia de
cuanto se decía. Por consiguiente, no
transmitió más información que los
nombres de los Ewoks implicados en la
discusión.
—No me gusta nada el aspecto de
esto —dijo Han, mirando ceñudamente a
Luke.
Chewie gruñó, expresando su total
acuerdo.
De pronto, Logray salió de la cabaña
mayor y silenció a todos los Ewoks con
su sola presencia. Más bajo que Teebo,
era, sin embargo, objeto del mayor
respeto general. También él se cubría la
cabeza con medio cráneo, pero éste era
el de algún gran pájaro y portaba una
sola pluma. Su piel tenía rayas marrón
oscuro y su rostro denotaba mayor
sabiduría. No llevaba armas, solo un
zurrón al costado y un bastón hecho con
el espinazo de algún viejo y poderoso
enemigo.
Estudió detenidamente a los
cautivos, uno por uno. Olfateó a Han y
palpó el tejido de las ropas de Luke.
Teebo y Paploo comenzaron a barbotear
sus puntos de vista, pero Logray parecía
absolutamente desinteresado y pronto
dejaron de protestar.
Cuando Logray llegó a donde estaba
Chewbacca, se quedó fascinado y
señaló al Wookiee con su bastón de
huesos. Chewie, esperándose algo malo,
gruñó amenazadoramente al diminuto
hombre-oso. Logray no necesitó más
acicate y dio un rápido paso atrás, al
tiempo que metía la mano en el zurrón y
arrojaba luego unas hierbas en la
dirección de Chewie.
—Cuidado, Chewie —avisó Han
desde el otro lado de la pequeña plaza
—. Ese debe de ser el hechicero de la
tribu.
—No —corrigió Luke—; más bien
creo que es el médico brujo.
Luke estaba a punto de intervenir,
pero decidió esperar. Sería mejor que
esa pequeña y seria comunidad extrajera
sus propias conclusiones sobre ellos.
Los Ewoks, aunque nacían y vivían en
las alturas, tenían los pies bien
asentados sobre la tierra.
Logray dio varias vueltas en torno a
R2, estudiándolo: era una criatura
increíble y maravillosa. Lo olfateó, dio
primero unas palmaditas sobre su
cabeza; y, finalmente, propinó un fuerte
golpe al caparazón metálico del robot;
luego arrugó su rostro mostrando
consternación. Tras pensarlo unos
segundos, ordenó que desataran a R2.
La muchedumbre murmuró excitada
y dio unos pocos pasos atrás. Las
ataduras de bejucos de R2 fueron
cortadas por dos guardias, que portaban
sendos cuchillos. R2 se deslizó por la
estaca y se estrelló —sin ceremonias—
contra el suelo.
Los guardias lo pusieron al derecho,
pero R2 estaba poseído por la furia. Se
fijó en Teebo, al que consideraba el
causante de su ignominia y, emitiendo
destellos azules, comenzó a perseguir
dando vueltas al atemorizado Ewok. La
multitud rugió; unos animando a Teebo y
otros alentando al trastornado robot.
Al fin, R2 se acercó lo suficiente a
Teebo como para aguijonearle con una
descarga eléctrica. El dolorido Ewok
saltó por los aires chillando
terriblemente y corrió todo lo que le
permitieron sus chaparras piernecillas.
Wicket se deslizó subrepticiamente
dentro de la gran cabaña, mientras los
espectadores expresaban su indignación
o su deleite.
—¡R2, para ya! —dijo 3PO,
encolerizado—. Vas a complicar más las
cosas.
R2 rodó veloz hasta situarse frente
al androide y silboteó una larga y
vehemente parrafada:
—Wreee op duu rhee vrrr gk gdk
whoo dop drai dup dwiit…
Este estallido ofendió
sustancialmente a 3PO. Con un gesto
arrogante se sentó muy erguido en su
trono.
—Ése no es modo de hablar a
alguien de mi posición —se pavoneó.
Luke temía que la situación marchara
por derroteros que impidieran
controlarla. Vaciando su voz de toda
sombra de impaciencia, se dirigió a
3PO:
—3PO, creo que ya es hora de que
hables a nuestro favor.
3PO, de mala gana, se dirigió a la
peluda asamblea y pronunció un breve
discurso, señalando de vez en cuando a
sus amigos atados a las estacas.
Logray se molestó visiblemente por
el discurso. Agitó su bastón, pateó el
suelo y lanzó un torrente tal de
improperios dirigidos al dorado
androide, que duraron al menos un
minuto completo. Al terminar su violenta
parrafada, hizo señas a varias criaturas
que, devolviendo la misma seña,
comenzaron a llenar de leña el hogar
sobre el que se encontraba Han.
—Bien: ¿qué es lo que ha dicho? —
gritó, preocupado, Han.
—Estoy un poco azorado, Capitán
Solo —dijo 3PO, compungido y
mortificado—, pero parece que usted
será la pieza principal del banquete en
mi honor. El Ewok está muy ofendido
porque se me ocurrió sugerir otra cosa.
Antes de poder decir nadie una
palabra más, los tambores hechos con
troncos huecos comenzaron a sonar
extrañamente conjuntados. Como si
fueran una sola, todas las rizadas
cabezas se volvieron hacia la entrada de
la cabaña mayor. Por ella salió Wicket
y, tras él, el Jefe Chirpa.
Chirpa tenía una piel gris y una
voluntad férrea. Su cabeza adornada por
una guirnalda entretejida de hojas,
dientes y cuernos de animales
derribados por él en sus cacerías. En su
mano derecha blandía un bastón formado
por el hueso más largo de un reptil
volador; en su izquierda sostenía una
iguana, que era tanto su mascota como su
guardián.
Inspeccionó la escena de la plaza
con una sola ojeada y luego se giró para
esperar al huésped que ahora surgía de
la cabaña.
El huésped no era otro que la joven
y bella Princesa de Alderaan.
—¡Leia! —gritaron al unísono Han y
Luke.
—¡Rahrhah! —ladró Chewie.
—¡Boo dlldwee! —pitó R2.
—¡Su Alteza! —exclamó 3PO.
Sofocando un grito, Leia se abalanzó
sobre sus amigos, pero una falange de
Ewoks, erigiendo sus lanzas, bloqueó su
camino. Ella se volvió al Jefe Chirpa y
luego al robot intérprete:
—3PO, diles que ésos son mis
amigos. Deben ser liberados en seguida
—protestó Leia.
—Eep sqee rheeow —dijo con gran
urbanidad 3PO, dirigiéndose a Chirpa y
a Logray—, Sqeeow íroah eep meep
erah.
Chirpa y Logray sacudieron sus
cabezas con gesto inequívocamente
negativo. Logray graznó una orden a sus
ayudantes y éstos reanudaron, con
nuevos bríos, su tarea de apilar leña
bajo Solo.
Han intercambió unas miradas
descorazonadas con Leia.
—No sé por qué, pero tengo la
sensación de que nos van a tratar muy
bien —se quejó Han.
—Luke, ¿qué podemos hacer? —
apremió Leia. No había imaginado nada
parecido, sólo esperaba que la hubieran
guiado los Ewoks hasta su nave, aunque
tuviera como mucho, que cenar y
albergarse una noche en el campamento
Ewok. Decididamente no comprendía a
esas criaturas—. ¿Luke? —interrogó.
Han estaba a punto de hacer una
sugerencia, pero se detuvo,
momentáneamente abatido por la intensa
fe de Leia en Luke. Era algo que no
había advertido antes, sólo ahora le
afectaba.
Antes de que Han pudiera exponer
su plan, Luke se adelantó:
—3PO, di a los Ewoks que si no
hacen lo que deseas, te enfadarás y
utilizarás tu magia.
—Pero, amo Luke, ¿qué magia? —
protestó el androide—. Yo no podría…
—¡Díselo! —ordenó Luke con un
tono de voz poco habitual en él. En
ocasiones, 3PO ponía a prueba incluso
la paciencia de un Jedi.
El androide intérprete se encaró con
la audiencia y habló con gran dignidad:
—Eemeeblee scheesh oahr aish sh
sheestes eep.
Los Ewoks dieron muestras de una
gran perturbación, al oír esa proclama.
3PO comenzó a traquetear muy excitado,
como si lo hubieran sorprendido
falsificando su propio programa.
—No me creen, amo Luke, tal como
te dije… —protestó 3PO.
Sin embargo, Luke no estaba
escuchando al androide; estaba
representándolo en su mente.
Imaginándoselo sentado en su trono de
ramas, dorado y reluciente, asintiendo a
todo y parloteando sobre los asuntos
más inconsecuentes. Viéndole sentado en
el negro vacío de consecuencia… y
comenzando a elevarse lentamente.
Poco a poco, 3PO comenzó a flotar.
Al principio no se dio cuenta, ni
tampoco nadie lo advirtió. 3PO
simplemente no paraba de hablar,
mientras su litera se alzaba sobre el
suelo.
—…le dije, le dije, le dije que no
me creerían. No sé por qué usted… ¡Eh!
Esperad un minuto… ¿Qué está pasando
aquí?… —se asombró 3PO.
3PO y los Ewoks advirtieron a la
vez lo que sucedía. Los Ewoks se
postraron de bruces en el suelo
aterrorizados por el trono flotante. 3PO
comenzó a girar como si estuviera
sentado en una silla giratoria. Un giro
lento, grácil y majestuoso.
—Socorro —susurró—: R2,
ayúdame.
El Jefe Chirpa vociferó unas órdenes
a sus acobardados ayudantes y
rápidamente corrieron a desatar a los
cautivos. Leia, Han y Luke se
envolvieron en una serie de largos e
intensos abrazos. Parecía un extraño
higax para celebrar su primera victoria
en la campaña contra el Emperador.
Luke oyó un quejoso pitido tras de él
y se volvió para ver a R2, mirando hacia
arriba a un 3PO que todavía daba
vueltas. Luke bajó al dorado androide
lentamente, hasta depositarlo en el
suelo.
—Gracias, 3PO —dijo el joven
Jedi, dando unas palmaditas en el
hombro del androide.
3PO, aún desconcertado, se irguió
con una sonrisa insegura y asombrada.
—Vaya, vaya —se dijo—. No sabía
lo que albergaba en mi interior.
La cabaña del Jefe Chirpa era
grande, para los patrones de los Ewok,
aunque Chewbacca, sentado con las
piernas cruzadas, casi rozaba el techo de
la cabaña con la cabeza. El Wookiee se
encorvaba a un lado de la cabaña, junto
con sus camaradas Rebeldes, mientras
que el Jefe y diez Ancianos se sentaban
al otro lado, dándoles la cara. En el
centro, entre los dos grupos, un pequeño
fuego templaba el aire de la noche
arrojando efímeras sombras sobre las
paredes de barro.
Afuera, la tribu entera esperaba la
decisión a la que llegaría el consejo.
Era una noche clara y reflexiva cargada
con la emoción del momento. Aunque
era muy tarde, ningún Ewok dormía.
Dentro, 3PO hablaba. Sus circuitos
habían mejorado —insertando datos y
corrigiendo errores— sensiblemente su
fluidez en el habla de ese chirriante
lenguaje; ahora estaba a mitad de la
narración de la historia de la Guerra
Civil Galáctica, adornándola con
pantomima, elocuciones, efectos
explosivos de sonido y comentarios al
margen. Incluso remedó, en cierto
momento, a un Caminante Imperial.
Los Ancianos Ewoks escuchaban
atentamente murmurando en ocasiones
algún comentario entre ellos. Era una
historia fascinante que les absorbía por
completo; horrorizándolos a veces y
escandalizándolos otras.
Logray conferenció con el Jefe
Chirpa e hizo algunas preguntas a las
que el dorado androide respondió con
vehemencia. Incluso R2 pitó una vez
para dar mayor énfasis.
Al final, empero, tras un breve
debate entre los Ancianos, el Jefe movió
negativamente la cabeza con expresión
arrepentida; luego habló a 3PO y el
androide tradujo para sus amigos.
—El Jefe Chirpa dice que es una
historia conmovedora —explicó el
androide—. Pero que no tiene que ver
con los Ewoks.
Un silencio profundo y opresivo
llenó la pequeña cámara. Sólo el fuego
chisporroteaba en brillante y misterioso
soliloquio.
Finalmente, fue Han Solo —de todos
ellos— quien abrió la boca para hablar
en nombre del grupo. Por la Alianza.
—Diles esto, Lingote de Oro —
sonrió al androide, sintiendo afecto por
él por vez primera—. Diles que es
difícil traducir lo que es una rebelión,
así que quizá no debiera narrar la
historia un intérprete. Por eso yo la
contaré.
»No tienen que ayudarnos porque
nosotros se lo estemos pidiendo.
Tampoco tienen que ayudarnos por que
sea en su propio interés, aunque lo es,
como saben; tan sólo un ejemplo: el
Imperio está desangrando la energía de
esta luna para generar su escudo
deflector; un montón de energía de la
que no dispondréis el próximo invierno
y quiero deciros el daño que eso os
hará…, pero no os preocupéis. Díselo,
3PO.
3PO tradujo y Han continuó:
—Pero ésa no es la razón por la que
deberían ayudarnos. Eso es lo que yo
solía hacer: preocuparme por algo
cuando me interesaba. Pero ya no más.
Bueno: no tanto de todos modos. Ahora
hago cosas principalmente para mis
amigos, porque ¿qué otra cosa es tan
importante? ¿Dinero? ¿Poder? Jabba
tenía todo eso y sabéis como acabó. De
acuerdo, de acuerdo: el punto es que…,
tus amigos son… tus amigos. ¿Sabéis?
La súplica de Han era una de las
más confusas que Leia hubiera oído
nunca, pero hizo que sus ojos se llenaran
de lágrimas. Al otro lado, los Ewoks
permanecieron silenciosos e impasibles.
Teebo y el pequeño y estoico Paploo
musitaron unas palabras, pero el resto se
conservó inmóvil, inescrutables sus
facciones.
Tras otra larga pausa, Luke aclaró su
garganta..
—Me doy cuenta —comenzó— de
que este concepto puede ser abstracto, y
quizá sea difícil definir todas sus
implicaciones, pero es terriblemente
importante para la galaxia entera que
nuestra fuerza Rebelde destruya la
presencia Imperial aquí, en Endor.
Mirad hacia arriba; allí, por la abertura
del techo por donde el humo se escapa.
A través de ese pequeño agujero podéis
contar más de cien estrellas. En todo el
cielo hay millones, y billones más que
no podéis ver siquiera. Y todas tienen;
planetas, y lunas, y gente feliz como
vosotros. El Imperio está destruyendo
todo eso. Puedes…, puedes sentir
vértigo sólo tumbándote de espaldas
para mirar la bóveda celeste. Puedes
casi… estallar, tan bella es en
ocasiones. Y vosotros sois parte de esa
belleza, todo es parte de la misma
Fuerza. Y el Imperio trata de apagar
todas esas luces.
Le llevó un rato a 3PO terminar de
traducir; siempre, quería encontrar las
palabras adecuadas. Cuando,
eventualmente, acabó de hablar, un
excitante parloteo brotaba de los
Ancianos, subiendo y bajando de
volumen, cesando y comenzando de
nuevo.
Leia sabía qué era lo que Luke
trataba de decir, pero temía
enormemente que los Ewoks no vieran
cuál era la conexión. Y, sin embargo, era
una íntima conexión; si pudiera ella
cerrar la brecha…, tender un puente…
Pensó en su anterior experiencia en el
bosque, en su sensación de unidad con
esos árboles cuyas extensas ramas
parecían rozar a las propias estrellas;
estrellas que arrojaban una luz que los
árboles filtraban creando una mágica
cascada. Sintió el poder de la magia
dentro de sí, resonando en torno a la
cabaña y de ser en ser, para fluir de
nuevo a ella, fortificándola, calmándola;
hasta sentir que casi era una con los
Ewoks: sentir que los comprendía, que
los conocía, que conspiraba con ellos en
el sentido literal de la palabra: que
respiraba junto a ellos.
El debate decayó, produciendo otro
silencio en la cabaña. La respiración de
Leia, en consonancia, se aquieto y con
un aire de confiada serenidad, hizo un
llamamiento al consejo:
—Háganlo por los árboles.
Eso fue todo lo que dijo. Todo el
mundo esperaba algo más, pero nada
hubo; sólo esa breve y oblicua
sentencia.
Wicket, desde su rincón, había
estado observando todo el proceso con
creciente interés. En varias ocasiones se
hizo evidente que refrenaba, a duras
penas, el deseo de interrumpir las
divagaciones del consejo; pero ahora se
puso en pie de un brinco, recorrió varias
veces el ancho de la cabaña, se encaró
finalmente con los Ancianos y comenzó
su propio y apasionado discurso.
—Eep eep, meep eek squee…
3PO tradujo para sus amigos:
—«Honorables Ancianos, esta noche
hemos recibido un presente arriesgado y
maravilloso. El de la libertad. Este
dorado androide… —aquí 3PO hizo una
pausa en su traducción para saborear el
momento; luego continuó— … este
dorado androide, cuyo retorno a
nosotros ha sido profetizado desde los
tiempos del Primer Árbol ahora nos dice
que no será nuestro Maestro, nos dice
que somos libres de elegir lo que
queramos; que debemos escoger al igual
que todo ser viviente debe escoger su
propio destino. Él ha venido,
Honorables Ancianos, ha venido y se
irá; no seremos por más tiempo esclavos
de su guía divina. Somos libres.
Mas, ¿cómo hemos de
comportarnos? ¿Acaso el amor de un
Ewok por el bosque es menor porque
sabe que puede abandonarlo? No. Su
amor es mayor, porque puede irse y, sin
embargo, se queda. Así sucede con la
voz de El Dorado: podemos cerrar los
ojos y la seguiremos escuchando.
Sus amigos nos hablan de una
Fuerza, un espíritu viviente del cual
formamos parte. Nosotros conocemos
ese espíritu, Honorables Ancianos,
aunque no lo nombremos como Fuerza.
Los amigos de El Dorado cuentan que la
Fuerza está amenazada, aquí y en todas
partes. Cuando el fuego alcanza el
bosque, ¿quién está a salvo? Ni siquiera
el Gran Árbol, del cual son parte todas
las cosas; ni sus hojas, ni sus raíces, ni
sus pájaros; Todos peligran para
siempre.
Es un gesto valeroso enfrentarse a
tal fuego, Honorables Ancianos. Muchos
morirán para que el bosque continúe
viviendo.
Pero los Ewoks son valientes.»
La pequeña criatura con aspecto de
osezno clavó su mirada sobre todos los
presentes en la cabaña. Nadie profirió
una sola palabra, y, sin embargo, la
comunicación era intensa. Al cabo de un
minuto, Wicket concluye su declaración:
—«Honorables Ancianos, debemos
ayudar a este noble grupo, no tanto por
los árboles como por la salud de las
hojas de los árboles. Estos Rebeldes
son iguales a los Ewoks, y los Ewoks
son equiparables a las hojas. Batidas
por el viento, devoradas sin pensar por
el enjambre de langostas que habitan el
mundo. Y, pese a ello, nos arrojamos
sobre fuegos humeantes, para que otros
conozcan el calor de la luz; hacemos un
mullido lecho con nuestros cuerpos,
para que otros conozcan el descanso;
revoloteamos en el viento que nos
asalta, para sembrar el caos en el
corazón de nuestros enemigos; y todavía
cambiamos de color cuando las
estaciones así lo exigen. Por tanto,
hemos de ayudar a nuestras Hojas
Hermanas —estos Rebeldes—, porque
la estación del cambio se cierne sobre
nosotros.»
Wicket permaneció inmóvil frente a
ellos; la pequeña hoguera se reflejaba en
sus ojos. Durante un momento eterno, el
mundo pareció detenerse.
Los Ancianos estaban conmovidos.
Sin decir una palabra, todos asintieron
con la cabeza. Quizá fueran telépatas.
En cualquier caso, el Jefe Chirpa se
irguió y, sin más preámbulos, pronunció
una breve declaración.
En el mismo momento, los tambores
del poblado resonaron. Los Ancianos,
abandonando sus aires de solemnidad,
se alzaron con rapidez y se precipitaron
a través de la cabaña para abrazar a los
Rebeldes. Teebo incluso empezó a
estrechar a R2, pero se lo pensó mejor
cuando el pequeño robot le respondió
con un pitido de advertencia. Teebo,
escabulléndose, saltó juguetonamente
sobre la espalda del Wookiee.
—¿Qué es lo que sucede? —dijo
Han, sonriendo indeciso.
—No estoy segura —respondió Leia
entre dientes pero no parece nada malo.
Luke, al igual que los demás,
compartía la festiva ocasión —
significara lo que significase— con una
sonrisa complaciente y unos difusos
buenos deseos, cuando súbitamente una
nube opaca descendió sobre su corazón
produciendo un escalofrío que sacudió
hasta el último rincón de su alma.
Disimuló las huellas sobre su rostro
haciendo que su cara pareciera una
máscara. Nadie lo advirtió.
Wicket estaba explicando la
situación a 3PO quien, finalmente,
asintió dando muestras de
entendimiento. Se volvió hacia los
Rebeldes, anunciando con gesto
expansivo:
—Ahora somos miembros de la
tribu.
—Justo lo que siempre deseé —
replicó Solo.
3PO continuó hablando a los demás,
intentando ignorar al sarcástico Capitán
Estelar.
—El Jefe ha dado su promesa de
ayudarnos a limpiar su tierra de seres
malignos.
—Eso está bien; siempre dije que un
poco de ayuda es mejor que ninguna —
se burló Solo.
3PO sintió que sus circuitos se
sobrecalentaban por culpa del ingrato
Corelliano.
—Teebo dice —continuó— que sus
mejores exploradores, Wicket y Paploo,
nos guiarán hasta el generador del
escudo.
—Dale las gracias, Lingote de Oro
—dijo Han, le encantaba irritar a 3PO,
no lo podía evitar.
Chewie soltó un sonoro ladrido,
contento de estar otra vez en
movimiento. Sin embargo, uno de los
Ewoks creyó que el Wookiee solicitaba
comida y le trajo una gran tajada de
carne. Chewbacca no rechazó el
ofrecimiento y engulló de un golpe la
tira de carne, mientras varios Ewoks se
congregaban a su alrededor,
asombrados. Les parecía una hazaña tan
asombrosa que comenzaron a reír
frenéticamente con risa tan contagiosa
que pronto se les unió el Wookiee con
una tremenda risotada. Los gruñidos
habituales de Chewie sólo conseguían
divertir aún más a los burlones Ewoks,
quienes siguiendo su costumbre, saltaron
sobre el Wookie haciéndole cosquillas
que él devolvió triplicadas, yacieron
todos en un confuso y exhausto montón.
Chewie se limpió las lágrimas de los
ojos y cogió otra tajada de carne para
roerla en un sitio más tranquilo.
Solo, mientras tanto, comenzó a
organizar la expedición.
—¿A qué distancia está? —preguntó
—. Necesitaremos provisiones frescas.
Sabéis que no tenemos mucho tiempo.
¡Eh, Chewie, dame un poco de eso!…
Luke se dirigió al fondo de la
cabaña y, aprovechando la conmoción
que causaba Chewbacca, salió al
exterior.
Fuera, en la plaza, se celebraba una
gran fiesta —todos danzando, graznando
a pleno pulmón y haciéndose cosquillas
los unos a los otros—, pero Luke
también la evitó, apartándose de las
hogueras, lejos del bullicio, hasta llegar
a una pasarela solitaria oculta tras un
tronco colosal. Leia le siguió.
Los sonidos del bosque llenaban el
fino aire de la noche. Grillos, pequeños
y tímidos roedores, el ulular angustioso
de las lechuzas. Alguna brisa solitaria
traía consigo los aromas mezclados del
jazmín nocturno y el pino; Era un todo
armonioso y etéreo bajo el cielo de
cristal negro.
Luke se fijó en la estrella más
brillante del firmamento. Parecía que su
núcleo se había inflamado mediante la
mezcla de furiosos vapores elementales.
Era la Estrella de la Muerte.
El joven Jedi, hipnotizado, no podía
apartar la vista de la estrella. En esa
postura lo sorprendió Leia.
—¿Qué es lo que va mal? —susurró.
—Todo, me temo —dijo Luke,
sonriendo con cansancio—, o nada,
quizá. Quizá las cosas finalmente sean
como se suponen que deben ser.
Sentía muy próxima la presencia de
Darth Vader.
Leia cogió su mano. Se sentía tan
unida a Luke… sin embargo, no sabría
decir por qué. Él parecía ahora tan
perdido, tan solo y distante. Apenas
notaba la mano de él en la suya.
—¿Qué es lo que te sucede, Luke?
—volvió a interrogar Leia.
Luke bajó la vista hasta mirar sus
manos entrelazadas.
—Leia…, ¿te acuerdas de tu madre?
¿De tu verdadera madre? —preguntó.
La pregunta sorprendió totalmente a
Leia. Siempre se había sentido muy
unida a sus padres adoptivos; casi como
si fueran sus auténticos padres. Apenas
había dedicado un solo pensamiento a su
verdadera madre, era una figura
nebulosa como un sueño.
Pero la pregunta de Luke inició todo
un proceso mental. La asaltaron retazos
de su infancia, visiones distorsionadas
de una bella mujer… oculta tras un
árbol…, mientras ella corría hacia él.
Los dispersos fragmentos
repentinamente produjeron una intensa
emoción.
—Sí —dijo, haciendo una pausa
para recomponerse—. La recuerdo un
poco. Ella murió cuando yo era muy
joven.
—¿Qué es lo que tú recuerdas? —
presionó él—. Dímelo.
—Realmente sólo sensaciones…,
imágenes. —Leia quería soslayar sus
recuerdos, eran tan distantes de sus
actuales preocupaciones…, pero, de
algún súbito modo, ahora se agolpaban
en su interior.
—Dímelo —repitió Luke.
La insistencia de Luke sorprendió a
Leia, pero se dejó llevar, al menos por
ahora. Confiaba en él incluso cuando la
asustaba.
—Era muy bella —recordó Leia en
alta voz—. Buena y amable…, pero
triste. —Miró profundamente a los ojos
de Luke, tratando de descubrir sus
intenciones—. ¿Por qué me preguntas
todo esto?
Él se volvió a mirar a la Estrella de
la Muerte de nuevo y estuvo a punto de
abrir su corazón y hablar, pero algo se
lo impidió y guardó su confesión.
—Yo tampoco conocí a mi madre —
explicó Luke—; no guardo ningún
recuerdo de ella.
—Luke, qué es lo que te está
haciendo daño —insistió Leia. Quería
ayudar, sabía que podía hacerlo.
Él la miró largo rato, valorando sus
capacidades, calibrando su ansia de
saber, su deseo de saber. Ella era fuerte.
Luke percibía su constancia y firmeza.
Podría confiar en ella; todos podrían.
—Vader está aquí…, ahora. En esta
luna —confesó.
—¿Cómo lo sabes? —dijo Leia,
mientras un súbito hálito frío descendía
sobre su ser helando la sangre en sus
venas.
—Puedo sentir su presencia. Ha
venido a buscarme.
—Pero ¿cómo puede saber que
estamos aquí? ¿Acaso cometimos algún
error con la clave y la contraseña? —
indagó Leia, aun a sabiendas de que no
era nada de eso.
—No, es por mi culpa. Él puede
percibir mi proximidad. —Luke aferró a
Leia por los hombros. Quería contárselo
todo, pero, al intentarlo ahora, le faltó su
decisión—. Debo dejaros, Leia.
Mientras yo esté aquí pongo en peligro
al grupo y a nuestra misión. —Sus
manos temblaron—. He de enfrentarme a
Vader.
Leia se turbaba y confundía por
momentos. Cientos de insinuaciones e
implicaciones se precipitaban sobre ella
como lechuzas nocturnas que rozaran su
mejilla con sus alas, asieran su pelo con
las garras y taladraran sus oídos
ululando interrogativamente.
—No entiendo nada, Luke —negó
Leia con vehemencia—. ¿Qué quieres
decir con eso de que has de enfrentarte a
Vader?
Él la atrajo hacia sí con un gesto
repentinamente dulce y tranquilo. Poder
decirlo, tan sólo decirlo, de algún modo
le liberaba.
—Él es mi Padre, Leia —dijo
sencillamente.
—¡Tu Padre! —no podía creerlo. Y,
sin embargo, era cierto.
—Leia, he descubierto algo más —
dijo Luke, abrazando a su hermana con
firmeza. Deseaba ser una roca para ella
—. No te será fácil oírlo, pero tienes
que hacerlo. Tienes que saberlo antes de
que me vaya, porque puede que no
regrese. Y si no lo consigo, tú eres la
única esperanza que le queda a la
Rebelión.
Leia apartó la vista y sacudió la
cabeza sin querer mirar a Luke. Lo que
él decía era demasiado perturbador,
aunque ella misma no podía imaginar
por qué. Era algo sin sentido, claro, por
eso se perturbaba. Considerarla la
última posibilidad de la Alianza si él
moría… Bueno: era algo absurdo.
Absurdo pensar en Luke muriéndose y
en ella como último as del juego.
Ambos supuestos eran
inmencionables. Se apartó de él para
disimular mejor el efecto de sus
palabras; por lo menos para crear una
distancia mientras se tomaba un respiro.
Breves imágenes de su madre
destellaron en su interior durante esa
pausa: últimos abrazos…, cuerpos
separados…
—No hables de ese modo, Luke.
Tienes que sobrevivir. Yo hago todo lo
que puedo, todos lo hacemos, pero no
soy importante. Sin ti… nada puedo
hacer. Eres tú, Luke. Lo he notado.
Tienes un poder que yo no entiendo… y
que nunca podré tener.
—Te equivocas, Leia —dijo Luke,
manteniéndola asida a la distancia de un
brazo—. Tú también tienes ese poder.
La Fuerza es intensa en ti. A su debido
tiempo aprenderás a usarla como hice
yo.
Ella sacudió la cabeza. Se resistía a
creer tal cosa. Luke debía de estar
mintiendo, pues ella no tenía poder; el
poder habitaría en cualquier otro sitio;
ella sólo era capaz de ayudar, socorrer y
defender. ¿Qué es lo que estaba él
diciendo? ¿Era eso posible?
Él la atrajo aún más y sostuvo su
cara entre sus manos. Parecía ahora tan
cariñoso, tan entregado. ¿Estaría
transmitiendo su poder? ¿Podría ella
albergarlo? ¿Qué quería decir con ese
gesto?
—Luke, ¿qué estás haciendo? —
interrogó Leia.
—Leia, la Fuerza es intensa en mi
familia. Mi Padre la posee. Yo la tengo
y… mi hermana también.
Leia clavó de nuevo su mirada en
los ojos de Luke. La oscuridad se
arremolinaba en ellos junto con… la
verdad. Se asustó al principio, pero esta
vez no retrocedió. Permaneció en pie
cerca de él, empezando a comprender.
—Sí —susurró Luke, advirtiendo la
comprensión de su hermana—. Sí, eres
tú, Leia —dijo, sosteniéndola en sus
brazos.
Leia cerró fuertemente los ojos
como queriendo protegerse de esas
terribles palabras y evitar unas inútiles
lágrimas. Sin embargo, la verdad
penetró en su ser.
—Lo sé —afirmó, llorando
abiertamente.
—Entonces sabrás que he de ir al
encuentro de Vader.
Ella dio un paso atrás con el rostro
sofocado y la mente envuelta en un
torbellino.
—No, Luke, no. Vete corriendo.
Escapa lejos. Si él nota tu presencia,
vete de este lugar. —Leia, estrechando
las manos de Luke, reclinó la cabeza
contra su pecho—. Desearía poder irme
contigo.
—No, no debes —replicó Luke,
acariciando la nuca de Leia—. Cuando
Han, yo y los otros dudamos, tú siempre
fuiste fuerte. Nunca abandonaste tus
responsabilidades. Yo no puedo decir lo
mismo. —Pensó en su prematura
escapada de Dagobah, precipitándose a
arriesgarlo todo antes de completar su
entrenamiento, casi arruinando todos los
esfuerzos por culpa de su impaciencia.
Miró a la negra mano mecánica que
ahora formaba parte de su ser. ¿Cuánto
más perdería por culpa de su debilidad?
—. Bien —dijo con voz sofocada por la
emoción— ahora ambos tenemos que
rematar nuestros destinos.
—¿Por qué, Luke? ¿Por qué has de
enfrentarte a Vader? —interrogó Leia
con aflicción.
Luke repasó mentalmente todos los
motivos existentes: ganar, perder, unirse,
luchar, matar, llorar, huir, acusar,
averiguar los porqués, perdonar,
vengarse, morir…, pero sabía, en el
fondo, que sólo una cosa le impelía,
ahora y siempre. La única razón válida.
—Hay algo de bondad en él —
confesó— Yo la he detectado. No me
entregará al Emperador. Puedo salvarle,
puedo atraerle de nuevo al lado
luminoso de la Fuerza. —Sus ojos
arrojaron, durante unos instantes,
furiosas chispas, desgarrados por las
dudas y las pasiones—. Tengo que
intentarlo, Leia. Él es nuestro Padre.
Ambos se apoyaban el uno en el
otro. Las lágrimas surcaron el rostro de
la Princesa.
—Adiós, querida hermana, perdida
y luego hallada; Adiós, dulce, querida
Leia —despidióse Luke.
Ambos lloraron abierta y
silenciosamente, mientras Luke se
deshacía del cálido abrazo y comenzaba
a andar lentamente a lo largo de la
suspendida pasarela, hasta desaparecer
en las densas sombras del túnel aéreo
que conducía al poblado.
Leia, sollozando quedamente,
observó cómo se marchaba su hermano.
Dio rienda suelta a todos sus
sentimientos acumulados, sin intentar
reprimir el flujo de lágrimas, antes bien,
deseando sentirlas; sentir la fuente de
donde provenían, el camino que seguían
y los sombríos recovecos que
purificaban a su paso.
Los recuerdos fluyeron a través
suyo: indicios, sospechas,
conversaciones medio oídas, mientras se
suponía que ella dormía. ¡Luke era su
hermano! y Vader, el Padre de ambos.
Demasiadas impresiones como para
asimilarlas en un instante. Era una
sobrecarga de información vital.
Sollozaba, gemía y temblaba cuando,
súbitamente Han surgió a su espalda y la
abrazó. Había ido en su busca, oyó su
voz y llegó a tiempo de ver cómo Luke
abandonaba el campamento. Pero sólo
ahora, cuando Leia dio un respingo con
su contacto, pudo ver que estaba
llorando.
Su sonrisa irónica se desvaneció
para dar lugar a otra de preocupación,
atemperada por el afecto inseguro del
amante hipotético.
—¡Eh! ¿Qué está pasando aquí? —
preguntó.
Leia, cesando sus sollozos, sé
limpió los ojos y contestó:
—No es nada, Han. Tan sólo quería
estar sola un rato —dijo Leia, ocultando
la verdad.
Leia escondía algo, obviamente, y
esa obviedad hacia inaceptable su
respuesta.
—¡Que no es nada! —dijo Han con
furia—. Quiero saber qué es lo que te
sucede. Dime lo que es —dijo
zarandeándola. Nunca antes se había
sentido así. Quería saberlo todo, pero
temía descubrir lo que se imaginaba. Le
dolía hasta el alma pensar en Leia…,
con Luke incluso no podía ni pensar en
lo que no quería imaginarse.
Nunca antes había perdido el control
de ese modo y, aunque no le gustaba, no
podía evitarlo. Advirtió que estaba
zarandeando y se detuvo.
—No puedo, Han… —El labio
inferior de Leia comenzó a temblar de
nuevo.
—¡Que no puedes! ¿No puedes
decírmelo? Creí que estábamos más
unidos que eso, pero supongo que me
equivoqué. Quizá prefieras contárselo a
Luke. Algunas veces yo…
—¡Oh, Han! —exclamó Leia,
rompiendo a llorar una vez más y
arropándose en su abrazo.
Lentamente, la furia de Han se tornó
en confusión y vértigo al verse a sí
mismo envolviéndola con sus brazos,
acariciando sus hombros,
reconfortándola.
—Lo siento —musitó sobre el
cabello de Leia—. Lo siento. —No
comprendía nada, ni un ápice. Ni la
comprendía a ella ni se comprendía a sí
mismo, ni a sus tornadizos sentimientos,
ni a las mujeres en general, ni al
mismísimo Universo. Todo lo que sabía
es que había estado furioso y ahora se
sentía afectuoso, protector, cariñoso.
Nada parecía tener sentido.
—Por favor…, estréchame en tus
brazos —suplicó Leia. No deseaba
hablar, sólo ser abrazada.
Y Han, sin hacer ya más preguntas,
la abrazó fuertemente.
La neblina matinal se alzó de la
húmeda vegetación al irrumpir el sol en
el horizonte de Endor. El exuberante
follaje de los límites de la floresta, olía
a verde y a rocío; en ese instante
primigenio, el mundo estaba en
completo silencio, como si contuviera la
respiración.
En violento contraste, la plataforma
Imperial de aterrizaje hería la superficie
del claro. Dura, metálica, octogonal,
parecía mancillar como un insulto a la
verdosa belleza del lugar. Los arbustos
del contorno estaban ennegrecidos por
los repetidos aterrizajes de cientos de
lanzaderas, y la flora contigua estaba
marchita por los tóxicos humos
expelidos por las toberas y aplastada
por las botas de los soldados. La
avanzadilla del Imperio pronto crearía
un erial.
Tropas uniformadas patrullaban
constantemente sobre la plataforma y sus
alrededores; cargando y descargando
materiales, revisando maquinaria y
vigilando. Algunos Caminantes
Imperiales de infantería estaban
aparcados en las inmediaciones. Eran
unas máquinas cuadradas y armadas,
sostenidas por dos patas, y lo
suficientemente grandes como para dar
cabida en su interior a una escuadra de
soldados puestos de pie, mientras el
Caminante disparaba ráfagas de láser en
todas direcciones. Una lanzadera
Imperial despegó, camino a la Estrella
de la Muerte, con un rugido que hizo
encogerse a los árboles.
Otro Caminante, que regresaba de
una misión de patrulla, surgió al otro
lado de la plataforma. Paso a paso,
pesadamente, se aproximó al muelle de
carga.
Darth Vader, de pie y apoyado sobre
la barandilla de la cubierta inferior,
observaba en silencio el hermoso
bosque frente a él. Pronto, iba a llegar
pronto; lo podía percibir. Como un tan-
tan que fuera aumentando de volumen, su
destino se aproximaba. El terror
impregnaba la atmósfera a su alrededor,
pero ese tipo de amenaza le excitaba,
por lo que permitió que burbujeara en su
interior. El terror era un tónico,
agudizaba los sentidos, afilaba las
pasiones. Cada vez estaba más cerca.
También percibía cierto efluvio de
victoria y dominio. Pero faltaba algo…,
¿qué era? No podía distinguirlo del
todo. El futuro estaba siempre en
movimiento y era difícil de prever. Sus
escasas apariciones, en forma de
cambiantes espectros, le fascinaban. Su
futuro humeaba con conquistas y
destrucciones..
Ya estaba muy cerca, casi allí.
Emitió un ronroneo producido en el
fondo de su garganta, como un gato
salvaje que olfateara los vientos.
Casi allí.
El Caminante Imperial de infantería
atracó en el lado opuesto de la cubierta
y abrió sus escotillas. Una falange de
tropas de asalto surgió de él y marchó,
en apretada formación, en dirección a
Vader.
Vader se volvió para encarar a las
tropas; su respiración latía regularmente,
mientras su negra túnica pendía inmóvil
en la mañana sin viento. Las tropas de
asalto se detuvieron al llegar a su altura
y, obedeciendo una orden de su capitán,
abrieron filas, revelando en su centro a
un prisionero maniatado. Era Luke
Skywalker.
El joven Jedi observó a Vader con
completa calma y cierta lejanía, como si
mirara desde las alturas.
El capitán de las tropas de asalto se
dirigió a lord Vader:
—Éste es el Rebelde que se entregó
a nosotros. Aunque él lo oculta, creo que
hay varios de ellos más, y solicito
permiso para efectuar una búsqueda más
exhaustiva del área. —El capitán
extendió su mano hacia el Señor Oscuro,
en ella sostenía la espada de luz de Luke
—. Estaba armado solamente con esto
—explicó.
Vader observó un momento la
espada de luz lentamente, la retiró de la
mano del oficial.
—Déjenos —ordenó—. Dirija su
búsqueda y tráigame a sus compañeros.
El oficial y sus tropas se retiraron
hacia el Caminante.
Luke y Vader permanecieron de pie,
el uno frente al otro, en la tranquilidad
esmeralda del bosque ancestral. La
neblina comenzaba a fundirse para dar
paso a una larga jornada.
Capítulo 7
—Así que —retumbó la voz del
Señor Oscuro— Habéis venido a mí.
—Y Vos a mí —replicó el joven
Jedi.
—El Emperador os está esperando.
Cree que os pasaréis al lado del
Reverso Oscuro —continuó Vader.
—Lo sé…, Padre. —Fue un
momento decisivo para Luke, llamar
padre a su padre. Pero ya lo había
hecho. Aún se controlaba a sí mismo y
el momento ya había pasado. Se sintió,
por ello, más fuerte, más poderoso.
—Vaya, finalmente has aceptado la
verdad —se solazó Vader.
—He aceptado el hecho de que una
vez fuiste Anakin Skywalker, mi Padre
—contesto Luke.
—Ese nombre ya no significa nada
para mi. —Era un nombre que definía
otros tiempos; una vida y universo
distintos. ¿Realmente había sido él ese
otro hombre?
—Es el nombre de tu verdadero ser.
—La mirada de Luke se posaba,
insistente, sobre la figura cubierta de
túnicas—. Sólo que lo has olvidado. Sé
que hay bondad en ti. El Emperador no
la arrebató toda. —Luke moduló su voz,
intentando rescatar esa realidad
potencial con la sola fuerza de su fe—.
Por eso no podrás destruirme. Por eso
no me llevarás ahora ante tu Emperador.
Vader pareció sonreír tras la
máscara al detectar 1a manipulación
Jedi que su hijo aplicaba a sus palabras.
Se fijó otra vez en la espada de luz láser
que le entregara el capitán; era la espada
de Luke. Así que el muchacho era ahora
un verdadero Jedi. Un hombre crecido.
Sostuvo la espada apuntando hacia
arriba.
—Has construido otra —dijo.
—Ésta es mía únicamente —dijo
Luke con suavidad—. Ya no utilizo más
la tuya.
Vader encendió la hoja y examinó la
vibrante y cegadora luz como si fuera un
artesano admirado.
—Tus capacidades son, en efecto,
completas. Eres tan poderoso como
predijo el Emperador.
Permanecieron un instante inmóviles
con la espada de láser encendida e
interpuesta entre ellos. Pequeñas chispas
revoloteaban en torno al borde filoso;
fotones impulsados por la energía que
fluía entre los dos guerreros.
—Ven conmigo, Padre —suplicó
Luke.
—Ben, antaño, pensó como tú… —
dijo Vader, negando con la cabeza.
—No culpes a Ben de tu caída —
Luke dio un paso al frente, acercándose,
y se detuvo.
—No conoces el poder del lado
oscuro —dijo Vader sin moverse—.
Tengo que obedecer a mi Maestro.
—No doblegarás mi voluntad. Te
verás forzado a destruirme —conminó
Luke.
—Si ése es tu destino… —No era
ése el deseo de Vader, pero el chico era
fuerte y si, al final, tenían que luchar,
destruiría a Luke. No podía permitir
contenerse como ya hizo una vez.
—Rebusca entre tus sentimientos,
Padre. No puedes hacerlo. Percibo el
conflicto en tu interior. Deja que tu odio
aflore y se desvanezca —insinuó Luke.
Pero Vader ya no odiaba a nadie,
sólo le embargaba una ciega codicia.
—Alguien ha llenado tu mente con
ideas estúpidas, jovencito. El
Emperador te mostrará la verdadera
naturaleza de la Fuerza. Él es ahora tu
Maestro.
Vader hizo una seña a una distante
escuadra de soldados de asalto, mientras
apagaba la espada de Luke. Los guardias
se acercaron. Luke y el Señor Oscuro se
encararon, observándose detenidamente
durante largo rato, buscando cada uno
algún indicio positivo. Vader habló justo
antes que llegaran los guardias:
—Es demasiado tarde para mí, Hijo.
—Entonces mi Padre en verdad ha
muerto —respondió Luke; pero,
entonces, ¿qué le impedía matar al
maligno ser situado frente a él?, se
preguntó Luke. Nada, quizá.
La enorme flota Rebelde yacía
suspendida en el espacio, preparada
para atacar. Estaba situada a cientos de
años-luz de la Estrella de la Muerte,
pero en el hiperespacio el tiempo se
reducía a breves instantes, y la letalidad
de un ataque se medía no en distancia,
sino en precisión.
Las naves cambiaban de formación,
yendo de las esquinas a los lados, dando
a la Armada la configuración de un
diamante romboidal. Al igual que las
cobras, la flota ensanchaba su caperuza.
Los cálculos necesarios para lanzar
una ofensiva, meticulosamente
coordenada, a la velocidad de la luz
obligaban a la flota a detenerse en un
punto estacionario; esto es: estacionario
respecto al punto de reentrada desde el
hiperespacio. El punto elegido por la
jefatura Rebelde era un pequeño planeta
azul del sistema Sullust. La Armada
ahora tomaba posiciones en torno a ese
impávido planeta que semejaba ser el
ojo de la serpiente.
El Halcón Milenario acabó de
rondar el perímetro de la flota,
comprobando las posiciones finales de
todos sus elementos; luego se situó en su
puesto tras la nave insignia. El momento
había llegado.
Lando estaba frente a los controles
del Halcón. A su lado, el copiloto Nien
Numb —una criatura de grandes
quijadas y ojos de ratón, proveniente de
Sullust— pulsaba interruptores, leía
cifras en los monitores y efectuaba los
arreglos finales para saltar al
hiperespacio.
Lando cambió su intercomunicador
al canal de guerra. La última mano de la
noche —pensó—, su oportunidad, una
mesa repleta de elevadas apuestas;
exactamente su tipo de juego favorito.
Con la boca reseca, radió un informe
sumario al Almirante Ackbar en la nave
de mando.
Almirante, estamos en posición.
Todos los cazas están preparados.
—Comience entonces la cuenta
atrás. —La voz de Ackbar crujió a
través de los audífonos—. Que todos los
grupos asuman las coordenadas de
ataque.
Lando se giró hacia su copiloto
esgrimiendo una breve sonrisa.
—No te preocupes: mis amigos
están por allá abajo y desmantelarán el
escudo a tiempo… —Volvió a sus
instrumentos rumiando para su capote—:
O ésta será la ofensiva más corta de
toda la historia.
—Grhung Zhgodio —comentó el
copiloto.
—De acuerdo —gruñó Lando—.
Permanece a la espera, entonces. —Dio
unos golpecitos en el panel de control,
deseándose buena suerte, aunque su más
arraigada creencia era la de que un buen
jugador siempre moldea su propia
suerte. Además, eso es lo que Han
estaba haciendo ahora y Han jamás
había fallado a Lando. Tan sólo una vez,
y eso fue hacía mucho tiempo, en un
lejano, muy lejano sistema.
Sobre el puente de la nave estelar de
mando, el Almirante Ackbar hizo una
pausa y miró a sus generales: todo
estaba a punto.
—¿Están emplazados todos los
grupos en sus coordenadas de ataque?
—preguntó, aun a sabiendas de que lo
estaban.
—Afirmativo, Almirante.
Ackbar miró —tras sus ventanales
de observación— al campo de estrellas
durante, quizá, el último instante de
reflexión que jamás tendría. Finalmente,
habló por el canal de comunicaciones de
guerra.
—Todas las naves saltarán al
hiperespacio cuando yo lo señale. Que
la Fuerza nos acompañe.
Se inclinó hacia el interruptor
señalizador.
En el Halcón, Lando miraba
fijamente al mismo océano galáctico y
con la misma sensación que el Almirante
de estar viviendo unos instantes
grandiosos, pero también cargados de
aprensión. Estaban haciendo
exactamente lo que una guerrilla jamás
debiera hacer: atacar al enemigo como
si fueran un ejército convencional. El
Ejército Imperial, que luchaba contra la
guerra de guerrillas de los Rebeldes,
siempre perdía —a menos que ganara—.
Los Rebeldes, por el contrario, siempre
ganaban —a menos que perdieran—. Y
ahora —y aquí radicaba el peligro— la
Alianza se lanzaba al descubierto para
combatir al Imperio en sus mismos
términos. Si los Rebeldes perdían esta
batalla, la guerra estaba perdida.
De pronto, la señal luminosa
destelló en el panel de control: la señal
de Ackbar. El ataque había comenzado.
Lando bajó el interruptor de conversión
y abrió el acelerador al máximo. Fuera
de la cabina las estrellas se sucedían a
toda velocidad, dejando una estela de
luz. Las estelas crecieron en brillo y
extensión a medida que las naves de la
flota, rugiendo, alcanzaron la velocidad
de la luz, poniéndose primero al paso
veloz de los fotones provenientes de las
estrellas, y luego adelantándolos, al
precipitarse en la comba del
hiperespacio. Hasta desaparecer con la
velocidad de un muón.
El cristalino planeta azul se quedó
—suspendido en el espacio— solo de
nuevo; mirando —sin ver— al vacío.
El comando de asalto, agazapado
tras una cresta boscosa, espiaba los
movimientos de la base Imperial. Leia
escrutaba toda el área con unos
pequeños prismáticos electrónicos.
Dos lanzaderas estaban siendo
descargadas en la rampa contigua al
muelle de embarque. Varios Caminantes
de infantería yacían aparcados en las
cercanías. Las tropas pululaban
alrededor, ayudando a construir nuevos
anexos, transportando materiales y
provisiones y vigilando. El masivo
generador del escudo zumbaba a un
lado.
Aplastados bajo unos arbustos en la
cima de la quebrada, junto con el
comando de asalto, estaban varios
Ewoks, incluyendo a Wicket, Paploo,
Teebo y Warwick. Los otros estaban
situados más abajo, fuera de la vista,
tras el montículo.
Leia bajó los prismáticos y se
escabulló, corriendo hacia sus
compañeros.
—La entrada está al otro extremo de
la plataforma de aterrizaje. Esto no va a
ser nada fácil —anunció.
—Ahrck grah rahr growrowhr —
asintió Chewbacca, mostrando su
acuerdo.
—¡Oh, venga ya, Chewie! —dijo
Han, mirando, dolido, al Wookiee—.
Hemos entrado en sitios más vigilados
que éste…
—Frowh rahgh rahrahraff vrawgh
grr —contradijo Chewie, haciendo un
gesto de rechazo.
Han pensó durante unos segundos.
—Bueno: las cámaras de las
especias en Gargon, por ejemplo —dijo.
—Krahghrowf —gruñó Chewbacca,
negando con la cabeza.
—Por supuesto que tengo razón;
ahora bien, si pudiera recordar cómo lo
hice… —Han se rascó la cabeza
rebuscando en su memoria.
De pronto, Paploo comenzó a
parlotear y chirriar, mientras señalaba
algo a Wicket.
—¿Qué está diciendo? —preguntó
Leia a 3PO.
El dorado Androide intercambió
unas breves frases con Paploo, mientras
Wicket se volvía hacia Leia con una
mueca esperanzada. También 3PO se
volvió a la Princesa.
—Aparentemente, Wicket conoce
una entrada trasera de esta instalación
—anunció.
—¿Una puerta trasera? —dijo Han,
reanimándose—. ¡Eso es! ¡Así es como
lo conseguimos!
Cuatro exploradores Imperiales
custodiaban la entrada al bunker, que
medio emergía del terreno, en la parte
posterior del complejo del generador.
Sus motos-cohete se alineaban,
aparcadas, junto a ellos.
En la espesura, el comando Rebelde
yacía a la espera.
—Grrr, rowf rrrhl brhmmnh —
observó Chewbacca parsimoniosamente.
—Tienes razón, Chewie —acordó
Solo—; si no hay más que esos guardias,
será más fácil que derribar a un Bantha.
—Uno solo basta para accionar la
alarma —previno Leia.
—Entonces seremos verdaderamente
sigilosos —sonrió Han con confianza—.
Si Luke puede quitarnos a Vader de la
espalda, como anunciaste que podría,
entonces no sudaremos demasiado. Sólo
hay que derribar a esos guardias con
rapidez y sigilo…
3PO susurraba a Teebo y Paploo
explicando el problema y el plan a
seguir. Los Ewoks barbotearon unas
breves palabras y Paploo, poniéndose
en pie de un brinco, corrió a través de la
espesura.
—Se nos está acabando el tiempo —
dijo Leia, comprobando el instrumento
de su muñeca—. La flota ya debe de
estar en el hiperespacio.
3PO musitó unas preguntas a Teebo y
recibió una breve réplica.
—¡Oh, cielos! —exclamó 3PO,
comenzando a levantarse para observar
el claro próximo al bunker.
—¡Agáchate! —dijo ásperamente
Solo.
—¿Qué sucede, 3PO? —demandó
Leia.
—Me temo que nuestro peludo
amigo se ha ido para poner en práctica
una peligrosa estratagema. —El
androide esperaba que no le maldijeran
por ello.
—¿De qué estás hablando? —cortó
Leia con una nota de temor en su voz.
—¡Oh, no! Mirad.
Paploo sorteaba los arbustos
velozmente, dirigiéndose hacia las
motos-cohete. Desde su escondite, los
Rebeldes miraron, con el horror que
produce lo inevitable, cómo el pequeño
y rechoncho cuerpo peludo saltaba sobre
una de las motos y pulsaba al azar todos
los interruptores. Antes que nadie
pudiera actuar, los motores de la moto
entraron en ignición con un rugido
retumbante.
Los cuatro exploradores alzaron la
cabeza sorprendidos. Paploo continuó
pulsando botones sin parar de hacer
muecas.
—¡Oh, no, no, no! —exclamó Leia,
poniéndose una mano sobre la frente.
Chewie ladró y Han mostró su
acuerdo. —Magnífico ataque sorpresa el
nuestro —ironizó Han. Los exploradores
Imperiales se abalanzaron sobre Paploo
justo en el momento en que su vehículo
arrancaba, precipitándose en la floresta.
Todo lo que el Ewok podía hacer era
agarrarse fuertemente al manillar con
sus pequeñas garras. Tres de los
guardias saltaron sobre sus respectivas
motos y aceleraron en pos del arrojado
Ewok. El cuarto explorador permaneció
en su puesto, cercano a la puerta del
bunker.
Leia estaba asombrada, aunque no
perdió su escepticismo.
—No está mal para ser una bola de
pelusa —se admiró Han. Hizo una seña
a Chewie y ambos se deslizaron hacia el
bunker.
Mientras tanto, Paploo volaba entre
los árboles con más suerte que control.
Iba a una velocidad menor de lo que la
moto podía desarrollar, pero conforme
al sentido del tiempo de los Ewoks,
Paploo estaba absolutamente ebrio de
velocidad y excitación. Era aterrador,
pero la estaba gozando. Hablaría de su
aventura hasta el fin de sus días, y luego
sus hijos la narrarían a sus hijos, y en
cada narración exagerarían la gesta
hasta que adquiriera, en sucesivas
generaciones, proporciones y
velocidades épicas.
Pero ahora, sin embargo, los
exploradores Imperiales casi le pisaban
los talones y, poco después, comenzaron
a disparar varias andanadas de láser.
Paploo consideró que ya había hecho
bastante, y cuando rodeó el siguiente
árbol —fuera del campo de visión de
los soldados—, aferró un bejuco y trepó
por él hasta llegar a sus ramas.
Segundos después, los tres exploradores
pasaron como un rayo bajo él,
persiguiendo a su pieza hasta el fin. El
Ewok se rió frenéticamente.
Cerca del bunker, el último
explorador yacía desvestido. Esto era
obra de Chewbacca, que, reduciéndolo,
le quitó la ropa. Dos comandos se
apresuraron a arrastrarlo al bosque,
mientras el resto del grupo, agachado,
formaban una línea en torno a la entrada.
Han se plantó frente a la entrada,
mientras tecleaba, en el panel de control
del bunker, la clave previamente robada.
Con natural habilidad, pulsó varios
botones y las puertas del bunker,
silenciosamente, se abrieron.
Leia echó un vistazo al interior. No
había ningún signo de vida. Hizo un
gesto perentorio a los demás y se
introdujo en el bunker. Han y Chewie la
siguieron cubriendo sus espaldas. Pronto
el comando entero se agrupó en el
desnudo corredor, dejando un centinela,
vestido de explorador, en la puerta de la
construcción. Han tecleó otra clave en el
panel interior y la puerta se cerró tras
ellos.
Leia pensó por un instante en Luke.
Deseaba que pudiera contener a Vader al
menos el tiempo suficiente como para
destruir el generador del escudo
deflector. Pero aún deseaba más que
Luke pudiera evitar el enfrentamiento
entre los dos porque temía que Vader
fuera el más fuerte.
Furtivamente, encabezó la marcha a
través del estrecho y umbrío túnel.
La lanzadera de Vader se posó sobre
el muelle de embarque de la Estrella de
la Muerte; asemejándose a una negra ave
rapaz comedora de carroña,
pareciéndose a un insecto de pesadilla,
Luke y el Señor Oscuro surgieron del
morro de la bestia, acompañados por
una pequeña escolta de tropas de asalto,
y recorrieron rápidamente la cavernosa
estancia camino al ascensor del
Emperador.
Los guardias reales flanqueaban el
pozo bañados por un brillo carmesí.
Abrieron la puerta del ascensor y Luke
entró primero.
Su mente zumbaba buscando
posibles vías de acción. Le conducían a
presencia del Emperador. ¡El
Emperador! Si Luke pudiera
concentrarse, aclarar su mente para
hallar alguna solución y aplicarla…
Sin embargo, un gran rumor llenaba
su cabeza, un rumor como el de un
viento hueco y subterráneo.
Deseaba que Leia desactivara en
seguida el escudo protector y la flota
destruyera la Estrella de la Muerte justo
en ese momento, con ellos tres
embarcados en la letal estrella, antes de
que sucediera nada más. Porque cuanto
más se aproximaba al Emperador, más
temía que pudieran acontecer otras
muchas cosas. Una negra tormenta rugía
en su interior. Quería eliminar al
Emperador; mas ¿luego qué?
¿Enfrentarse a Vader? ¿Y qué es lo que
haría su padre? Y si Luke se encaraba
primero con Vader, se enfrentaba y le
destruía… La idea era tan repulsiva
como atrayente. Destruir a Vader…, y
luego qué. Por primera vez, Luke tuvo
una lóbrega visión de sí mismo, en pie
frente al cuerpo inánime de su Padre,
absorbiendo su tremendo poder y
sentado a la diestra del Emperador.
Cerró con fuerza sus ojos,
rechazando el pensamiento, pero un
helado sudor perló su entrecejo, como si
la mano nívea de la muerte le hubiera
rozado dejando su impronta.
La puerta del ascensor se abrió y
Luke y Vader, solos, avanzaron hacia el
salón del trono, cruzando la oscura
antecámara y subiendo los enrejados
escalones, para ir a detenerse frente al
trono; padre e hijo, lado a lado, ambos
vestidos de negro, uno enmascarado y el
otro expuesto a la mirada fija del
perverso Emperador.
Vader se inclinó frente a su Maestro.
El Emperador, sin embargo, le ordenó
alzarse y el Señor Oscuro siguió la
voluntad de su amo y señor.
—Bienvenido, joven Skywalker. —
El demoniaco ser sonrió afablemente—.
Te he estado esperando.
Luke devolvió, con descaro, la
mirada a la encapuchada y corcovada
figura. Desafiante. La sonrisa del
Emperador se hizo aún más amable, más
paternal, al mirar las esposas de Luke.
—No las necesitas ya más —añadió
con falsa nobleza a la par que movía
lentamente un dedo, señalando a las
muñecas de Luke. Al momento, las
cadenas de sus manos cayeron
ruidosamente al suelo.
Luke miró sus manos, libres ahora
de buscar la garganta del Emperador y
romper su tráquea en un instante…
Sin embargo, el Emperador parecía
incluso benévolo. ¿No acababa de
liberar a Luke? Pero también era un ser
retorcido y Luke lo sabía. «No te dejes
engañar por las apariencias», le había
dicho Ben. El Emperador no llevaba
armas, así que aún podía atacarle, pero
¿no era la agresión parte del Reverso
Oscuro? ¿No debía evitar rozarlo a toda
costa? ¿O quizá pudiera utilizar
juiciosamente las fuerzas tenebrosas y
luego arrojarlas a un lado? Miró de
nuevo sus libres manos…, podía ya
haber dado fin a todo aquello justo allí
mismo… ¿Podía de verdad? Tenía
absoluta libertad para elegir el camino a
seguir, y, sin embargo, era incapaz de
elegir. La capacidad de elección: esa
espada de dos filos. Podía tanto matar al
Emperador como sucumbir ante sus
argumentos. De nuevo esta idea parecía
burlarse de él como si fuera un payaso
fracasado y hubo de enclaustrarse en un
lóbrego rincón de su mente.
El Emperador, sentado frente a él,
sonreía. La ocasión estaba cargada de
posibilidades…
El momento pasó y Luke nada hizo.
—Dime, joven Skywalker —dijo el
Emperador, observando la lucha interna
de Luke—: ¿quién se ha ocupado hasta
ahora de entrenarte? —Su sonrisa era
débil y falsa.
Luke permaneció callado. No
revelaría nada.
—¡Oh! Sé que al principio era Obi-
Wan Kenobi —continuó el siniestro
dictador, mientras frotaba sus dedos
como si tratara de recordar. Luego,
haciendo una pausa, sus labios se
curvaron en un gesto despectivo—. Por
supuesto, estamos familiarizados con las
conversaciones que Obi-Wan Kenobi
solía tener cuando entrenaba a un Jedi.
—Dio unas breves cabezadas en la
dirección de Vader, indicando al antiguo
discípulo preferido de Obi-Wan. Vader
no movió un solo músculo del cuerpo.
Luke se tensó, pleno de furia, al oír
cómo el Emperador difamaba a Ben,
aunque, como era de esperar, eso era un
elogio para el Emperador. El joven Jedi
se sintió aún más picado por saber que
el Emperador casi tenía razón. Trató de
controlar su furia, sin embargo, ya que
parecía agradar enormemente al maligno
Emperador.
Palpatine advirtió la lucha
emocional que se revelaba en el rostro
de Luke, y rió burlonamente.
—Así que parece que en tus
primeros entrenamientos seguiste el
sendero de tu Padre. Pero, ¡vaya!, Obi-
Wan está ahora muerto, por lo que creo.
Y su primer alumno así lo vio. —De
nuevo señaló a Vader con la mano—.
Entonces, dime, joven Skywalker, ¿quién
continuó tu preparación?
Esgrimió de nuevo una sonrisa
semejante a un cuchillo. Luke se
mantuvo en silencio, luchando por
recuperar su compostura interna.
El Emperador jugueteó con los
dedos sobre el brazo del trono, mientras
recordaba.
—Existía alguien llamado… Yoda.
Un anciano Maestro Jedi… ¡Ah! Veo por
tu aspecto que he pulsado una cuerda,
una cuerda resonante en efecto. Entonces
era Yoda —afirmó el Emperador.
Luke se enfureció consigo mismo
por haber revelado tanto sin habérselo
propuesto. Furioso y dubitativo, se
esforzó en calmarse para observarlo
todo y no mostrar nada más que su
propia presencia física.
—Ese Yoda —murmuró el
Emperador—, ¿vive todavía?
Luke concentró su mente en el
espacio vacío más allá de la ventana
tras el trono del Emperador. El profundo
vacío donde nada existía. Nada. Llenó
su mente con esa nada tenebrosa y opaca
donde sólo alguna titilante estrella
brillaba débilmente a través del éter.
—¡Ah! —exclamó el Emperador
Palpatine—. ¡Ya no vive! Muy bien,
joven Skywalker, casi logras
ocultármelo. Pero no pudiste y no
podrás. Tus más recónditas vacilaciones
son significativas para mí. Veo tu alma
desnuda. Ésa es la primera lección que
te doy —sonrió abiertamente.
Luke creyó, durante un instante, que
se iba a desvanecer. Pero en esa misma
debilidad halló nuevas fuerzas. Así le
habían instruido Ben y Yoda: cuando te
ataquen, déjate caer. Deja que tu
oponente te golpee tal como el fuerte
viento dobla las plantas. Con el tiempo
se agotará y tú aún seguirás erguido.
El Emperador observaba con astucia
el rostro de Luke.
—Estoy seguro que Yoda te enseñó a
usar la Fuerza con gran habilidad.
La mofa del Emperador produjo sus
efectos deseados y la faz de Luke se
sonrojo, mientras se contraían sus
músculos.
Luke observó cómo Palpatine se
relamía los labios, a la vista de su
reacción. Sé relamía los labios y reía
desde lo más hondo de su garganta,
desde el fondo de su alma.
Luke hizo una pausa porque detectó
también algo más; algo que aún no había
percibido en el Emperador: miedo.
Vio miedo en el poderoso
Emperador, miedo de Luke. Miedo del
poder de Luke; temor de que ese poder
se volviera contra él —contra el
Emperador—, del mismo modo que
Vader se rebeló contra Obi-Wan Kenobi.
Luke detectó ese miedo en Palpatine y
supo, entonces, que las cartas habían
cambiado levemente. Había echado un
breve vistazo sobre la más oculta y
desnuda intimidad del Emperador.
Con repentina y completa calma,
Luke se enderezó y miró fijamente al
espacio, enmarcado por la roja capucha
del maligno gobernante.
Palpatine no habló durante unos
instantes, devolviendo la directa mirada
del Jedi y sopesando sus debilidades y
recursos. Finalmente, agradado por esa
última confrontación, se reclinó de
nuevo en el trono.
—Me dispongo a completar tu
entrenamiento, joven Skywalker. A su
debido tiempo me llamarás Maestro.
Por vez primera, Luke se sintió lo
bastante firme como para hablar:
—Estás gravemente equivocado. No
me convertirás como hiciste con mi
Padre.
—No, mi joven Jedi —dijo el
Emperador, relamiéndose mientras se
inclinaba hacia adelante—, hallarás que
eres tú el equivocado… respecto a
muchas cosas.
Palpatine se irguió repentinamente,
bajó de su trono, se acercó a Luke y
clavó una odiosa mirada en los ojos del
muchacho. Por fin, Luke vio por
completo la faz encubierta por la
capucha: unos ojos hundidos como
tumbas; la carne, laxa, tras una piel
ajada por violentas tormentas, arrugada
por holocaustos; la sonrisa, una mueca
mortal; el aliento, corrupto.
Vader extendió hacia el Emperador
una enguantada mano que sostenía la
espada de luz láser de Luke. El
Emperador la asió con una especie de
júbilo y luego cruzó la habitación hasta
alcanzar la inmensa cristalera circular.
La Estrella de la Muerte había dado una
lenta revolución y la Luna del Santuario
era visible en el margen curvo del
ventanal.
Palpatine miró primero a Endor y
luego a la espada de láser que sostenía
en sus manos.
—¡Ah, sí! Un arma Jedi. Muy
parecida a la de tu Padre —dijo,
encarándose directamente con Luke—.
Ya sabrás que tu Padre jamás retornará
del Reverso Oscuro. Igual sucederá
contigo.
«Nunca, pronto moriré y vosotros
conmigo.» —Luke se aferraba a esta
idea y se permitió el lujo de ser
jactancioso.
El Emperador rió con vil carcajada.
—Quizá estés refiriéndote al
inminente ataque de tu flota Rebelde.
Luke acusó el impacto y se tambaleó
interiormente; luego, serenóse otra vez.
El Emperador continuó:
—Te aseguro que aquí estamos
perfectamente a salvo de tus amigos del
exterior.
Vader se acercó al Emperador,
poniéndose a su lado y, desde allí,
observó a Luke.
Las barreras de Luke se
derrumbaban por momentos, pero aún
pudo retar al siniestro dúo.
—Vuestro exceso de confianza es
vuestra debilidad —sentenció.
—Tú eres el que confía en sus
amigos. —El Emperador esbozó una
sonrisa que se esfumó al volver a hablar
con voz colérica—. Todo lo que ha
sucedido hasta ahora es producto de mi
plan. Tus amigos, allá arriba en la Luna
del Santuario, caminan directos a una
trampa. ¡Y de igual modo la flota
Rebelde!
El rostro de Luke se contrajo
visiblemente. El Emperador,
percatándose, pareció aumentar de
estatura.
—Fui yo el que permitió a la
Alianza conocer el emplazamiento del
generador del escudo. Está bien a salvo
de los ataques de tu lastimosa y pequeña
pandilla: una legión completa de mis
soldados aguarda su llegada.
Los ojos de Luke oscilaron
rápidamente del Emperador a Vader y
luego a la espada de luz en la mano del
Emperador. Su mente bullía repleta de
alternativas; súbitamente, todo estaba
otra vez fuera de control. No podía
contar con nada más que consigo mismo.
Y, en esos momentos, su autocontrol era
tenue.
El Emperador siguió hablando con
arrogancia: —Me temo que el escudo
deflector funcionará a la perfección
cuando tu flota arribe. Y esto es sólo el
principio de mi pequeña sorpresa, pero,
por supuesto, no deseo disminuirla
contándotela antes de tiempo.
Desde la perspectiva de Luke, los
acontecimientos se sucedían demasiado
velozmente. Su mente registraba derrota
tras derrota. ¿Cuántas podría resistir?
¿Y aún quedaban más sorpresas?
Parecía no haber fin en la serie de
acciones que el Emperador podía llevar
a cabo contra la galaxia. Lenta,
infinitesimalmente, Luke alzó su mano en
la dirección de la espada de luz. El
Emperador continuó:
—Desde aquí, joven Skywalker,
serás testigo de la destrucción final de la
Alianza… y del fin de vuestra
insignificante Rebelión.
Luke sufría atormentado. Alzó un
poco más la mano, pero advirtió que
tanto Palpatine como Vader le estaban
observando. Bajó la mano y disminuyó
su nivel de furia, intentando recuperar la
calma previa, procurando centrarse para
definir su conducta futura.
El Emperador sonrió secamente y
ofreció a Luke la espada de luz.
—Quieres esto, ¿no es cierto? Estás
rezumando odio. Muy bien: coge tu arma
Jedi y úsala, no estoy armado.
Golpéame con ella. Da rienda suelta a tu
furia. Cada instante que pasa hace que
seas más mi sirviente.
Su estridente risa levantó ecos como
si fuera un viento putrefacto y hueco.
Vader continuaba mirando a Luke.
—No, nunca —dijo Luke, intentando
ocultar su agonía. Pensó
desesperadamente en Ben y Yoda. Ellos
eran ahora parte de la Fuerza, parte de
la energía que la conformaba. ¿Les sería
posible distorsionar, con su presencia,
la visión del Emperador? «Nadie es
infalible», le había dicho Ben, y
seguramente el Emperador no podía
verlo todo, conocer cada futuro,
doblegar la realidad a su antojo. «Ben
—pensó Luke—, si alguna vez necesité
tu guía, es justo ahora. ¿Cómo puedo
asumir todo esto sin desmoronarme?»
Como respondiendo a su callada
pregunta, el Emperador rió
impúdicamente y dejó la espada de luz
sobre la silla de control, al alcance de la
mano de Luke.
—Es inevitable —dijo el
Emperador suavemente—. Es tu destino.
Tú, junto con tu Padre, sois ahora…
míos.
Luke jamás se había sentido tan
perdido.
Han, Chewie, Leia y una docena de
comandos descendían por los
laberínticos corredores en dirección al
área donde la sala del generador del
escudo aparecía marcada en los planos
robados. Unas luces amarillentas
iluminaban las bajas vigas, arrojando
largas sombras en cada intersección. En
el primero de los tres recodos, todos se
inmovilizaron un instante, pero no
vieron indicio alguno de guardias u
operarios.
En la cuarta intersección, seis
soldados de asalto Imperiales vigilaban
atentamente.
No había forma de dar un rodeo;
necesariamente había que cruzar por esa
sección. Han y Leia se miraron
encogiéndose de hombros; no cabía más
solución que combatir.
Con las pistolas desenfundadas
irrumpieron en el cruce. Casi como si
estuvieran esperando un ataque, los
guardias instantáneamente se agacharon,
abriendo fuego con sus armas. Una
lluvia de proyectiles láser, rebotando
del suelo a las vigas del techo, inundó el
corredor. Dos soldados de asalto fueron
alcanzados inmediatamente. Un tercero
perdió su pistola, que fue a parar tras un
panel de refrigeración, y no pudo hacer
nada más que aplastarse contra el suelo,
protegido por el mismo panel.
Dos más se parapetaron tras una
puerta de incendios y dispararon contra
cualquier comando que intentara cruzar.
Cuatro comandos fueron abatidos de ese
modo. Los guardias eran virtualmente
inexpugnables tras el escudo
vulcanizado de la puerta, pero
«virtualmente» no significaba nada para
los Wookiees.
Chewbacca se abalanzó sobre la
puerta, sacándola de sus goznes y
aplastando con ella a los dos guardias.
Leia abatió al sexto guardia, que
estaba a punto de disparar sobre
Chewie. El soldado que se protegía
oculto tras el panel de refrigeración se
giró súbitamente y corrió en busca de
ayuda. Han saltó tras él y le derribó, tras
pocas zancadas, con un certero disparo.
Todos comprobaron las bajas y la
munición restante. No les había ido mal,
pero fue una lucha demasiado ruidosa.
Tenían que apresurarse antes de que
cundiera la alarma general. El centro de
energía, que controlaba al generador del
escudo, estaba ya muy cerca. Y no
tendrían segundas oportunidades.
La flota Rebelde salió del
hiperespacio con un tremendo rugir de
motores. Entre deslumbrantes chorros de
luz, batallón tras batallón surgió en
perfecta formación muy cerca de la
Estrella de la Muerte y la flotante Luna
de Endor. Pronto la Armada entera, con
el Halcón Milenario a la cabeza, se
dirigió hacia su objetivo.
Desde el momento en que
abandonaron el hiperespacio, Lando
estaba preocupado. Comprobó sus
pantallas y el campo de polaridad
inversa sin parar de preguntar al
computador.
Su copiloto también estaba perplejo.
—Zhug ahzi gugnohzh. ¡Dzhy lyhz!
—exclamó.
—Pero ¿cómo es posible? —
interrogó Lando—. Deberíamos obtener
algún tipo de lectura en las pantallas
sobre la actividad del escudo de energía
—. ¿Quién estaba engañando a quién en
ese ataque? —se preguntó Lando.
—Dzhmbo —dijo Nien Numb,
señalando al panel de control, mientras
denegaba con la cabeza.
—¿Interferido? ¿Cómo pueden
interferirnos, si no saben que estamos
llegando? —dijo el desconcertado
Lando.
Dirigió una mueca a la cercana
Estrella de la Muerte, al darse cuenta de
las implicaciones de su observación.
Éste no era un ataque sorpresa, después
de todo. Era una trampa, mortal como la
tela de una araña. Lando pulsó el botón
de su intercomunicador e hizo un aviso
general.
—¡Detened el ataque! ¡El escudo
aún funciona!
La voz del Líder Rojo resonó en los
micrófonos del casco.
—No leo nada en mis pantallas,
¿estás seguro?
—¡Retiraos! —ordenó Lando—.
¡Que se retiren todas las naves! —viró
bruscamente a la izquierda, seguido de
cerca por los cazas de la Escuadra Roja.
Algunos no lo lograron. Tres Alas-X
situadas en los flancos rozaron el escudo
y salieron despedidas, girando como
peonzas antes de estallar, envolviendo
en llamas la superficie del escudo.
Ninguno de los demás perdió tiempo
volviendo la vista atrás.
En el puente del Crucero Estelar
Rebelde, las alarmas repiqueteaban,
mientras las luces titilaban enloquecidas
al intentar cambiar el mastodóntico
crucero espacial su momento de inercia
para variar de rumbo y evitar la
inminente colisión con la barrera de
energía. Los oficiales corrían de sus
puestos de combate a los controles de
navegación; otras naves de la flota
podían verse en las pantallas de visión
esparciéndose disparatadamente en
todas direcciones, unas frenando y otras
acelerando al máximo.
El Almirante Ackbar habló por su
intercomunicador con urgencia, pero
manteniendo calmo el tono de la voz: —
Emprendan acciones de evasión. Grupo
Verde, diríjase al sector de espera.
Grupo Azul, al punto MG-7 —ordenó.
Un controlador Calamariano llamó,
desde el otro lado del puente, al
Almirante Ackbar con suma excitación.
—Almirante, tenemos naves
enemigas en el sector RT-23 y PB-4.
La gran pantalla central se iluminó,
mostrando no sólo a la Estrella de la
Muerte con la luna detrás flotando
solitarias en el espacio. Ahora podía
verse cómo la enorme flota Imperial,
volando en perfecta formación, aparecía
tras la luna de Endor, dirigiéndose hacia
los Rebeldes desdoblada en dos frentes,
como si fueran las dos pinzas de un
mortal escorpión.
Y, además, el escudo impedía el
avance frontal. No tenían escapatoria.
Ackbar habló desesperadamente por
el intercomunicador:
—Es una trampa. Prepárense para el
ataque. La voz anónima de un piloto de
caza pudo oírse en el puente de mando:
—¡Se acercan unos cazas! ¡Allá
vamos!
El ataque comenzó. La batalla, al fin,
tenía lugar. Los cazas TIE, mucho más
rápidos que los gigantescos cruceros
Imperiales, fueron los primeros en
contactar con los invasores Rebeldes.
Pronto las implacables luchas y
persecuciones iluminaron el espacio con
explosiones incandescentes como
rubíes.
—Hemos aumentado la potencia del
escudo frontal, Almirante —dijo un
ayudante, acercándose a Ackbar.
—Bien: doblad la potencia de la
batería principal y… Repentinamente, el
Crucero Estelar fue zarandeado por
varias explosiones termonucleares,
visibles tras el ventanal de observación.
—¡La nave Ala Dorada ha sido
severamente dañada! —gritó otro
oficial, tambaleándose sobre el puente.
—¡Dadles protección! —ordenó
Ackbar—. ¡Necesitamos más tiempo! —
habló de nuevo por el intercomunicador,
mientras otra explosión retumbaba en el
crucero—. ¡Que todas las naves
mantengan su posición! ¡Esperad mis
órdenes para regresar!
Era ya demasiado tarde para que
Lando y sus escuadras de combate
hicieran caso de la orden. Estaban a la
cabeza de la flota, a punto de entrar en
contacto con los enemigos Imperiales.
Wedge Antilles, viejo compañero de
Luke desde su primera campaña
guerrera, dirigía las Alas-X que
acompañaban al Halcón. Al acercarse
más a los defensores imperiales, su voz
brotó —tranquila y segura— por el
intercomunicador:
—Disponed las Alas-X en posición
de combate.
Las alas se desplegaron, confiriendo
un aspecto de libélulas a los cazas, a los
que permitió así aumentar la velocidad y
la capacidad de maniobra.
—Que informen todas las Alas —
ordenó Lando.
—Líder Rojo a la espera.
—Líder Verde a la espera.
—Líder Azul a la espera.
—Líder Gris a la espera…
La última transmisión fue
interrumpida por una brillante pirotecnia
que destruyó totalmente al Ala Gris.
—Aquí vienen —comentó Wedge.
—Acelerar hasta velocidad de
ataque —ordenó Lando—. Evitad,
mientras sea posible, que los disparos
enemigos se dirijan a los cruceros.
—Toma nota, Líder Dorado —
respondió Wedge—. Nos desplazamos
hasta el punto tres a través del eje.
—Dos viniendo a veinte grados —
avisó alguien.
—Los veo —confirmó Wedge—.
Vira a la izquierda y yo me encargo del
primero.
—Ten cuidado, Wedge: vienen tres
por arriba.
—Vale, yo…
—Yo me encargo, Líder Rojo.
—¡Hay demasiados!
—Te están sacudiendo mucho; da la
vuelta.
—¡Rojo Cuatro, estate alerta!
—¡Me han dado!
El Ala-X, dando vueltas sobre sí
misma, salió disparada y ardiendo hasta
perderse en el vacío.
—¡Tienes uno justo encima! —chilló
Rojo Seis a Wedge.
—Mi pantalla no lo detecta. ¿Dónde
está?
—Rojo Seis, una escuadrilla de
cazas ha logrado pasar.
—¡Se dirigen hacia la Fragata
Hospital! ¡Tras ellos!
—Adelante —acordó Lando—; yo
sigo también. Hay cuatro señales en el
punto tres cinco. ¡Cubridme!
—Te seguimos, Líder Dorado. Rojo
Dos y Rojo Tres vamos detrás.
—Manteneos a mi cola.
—Cerrad formaciones, Grupo Azul.
—Buena caza, Rojo Dos.
—No va mal —dijo Lando—.
Perseguiré a los otros tres…
Calrissian condujo al Halcón en
vuelo invertido, mientras su tripulación
disparaba a los cazas imperiales con las
armas de la panza de la nave. Dos de los
tiros hallaron blanco directo; el tercero
deslumbró de tal modo al piloto del caza
TIE, que se precipitó sobre un
compañero de su escuadrilla. El cielo
estaba repleto de cazas, pero el Halcón
era el más rápido de todos los objetos
volantes.
En cuestión de minutos el campo de
batalla estaba teñido de rojo y repleto
de pequeñas nubes de humo, proyectiles
deslumbrantes, cascadas de chispas,
restos de naves, explosiones
estruendosas, chorros de luz, cadáveres
congelados por el frío espacial, pozos
de negrura y tormentas de electrones.
Era un grandioso espectáculo,
macabro y dantesco, y tan sólo era el
comienzo.
Nien Numb se dirigió a Lando con
un comentario gutural.
—Tienes razón —contestó el piloto,
frunciendo el entrecejo—; sólo están
atacando sus cazas. ¿A qué esperan esos
Destructores Estelares? —Parecía como
si el Emperador forzara a los Rebeldes
a comprarle una propiedad que no
quisiera vender realmente.
—Dzhng zhng —avisó el copiloto al
ver cómo otra escuadrilla de cazas TIE
se abatía desde arriba.
—Los veo. Ahora estamos en medio
del fregado. —Lando dirigió una
segunda ojeada a la luna de Endor, que
flotaba pacíficamente a su derecha—.
Venga, Han, viejo compañero: no me
abandones.
Han pulsó el botón de su unidad de
muñeca y se cubrió la cabeza. La puerta
blindada que protegía al control
principal voló en pedacitos. La escuadra
Rebelde se lanzó como un rayo a través
de la humeante oquedad.
Las tropas de asalto del interior de
la sala parecieron ser tomadas por
completa sorpresa. Unos pocos estaban
heridos por la explosión de la puerta, y
el resto no tuvo tiempo de reaccionar,
mientras los Rebeldes, pistola en mano,
los rodeaban. Han tomó la delantera,
seguido por Leia y Chewie, que protegía
la retaguardia.
Apelotonaron al personal en un
rincón del bunker y tres comandos los
vigilaron, mientras otros tres cubrían las
salidas. Los demás comenzaron a
emplazar las cargas explosivas.
Leia estudió una de las pantallas del
panel de control.
—¡Rápido, Han: mira! ¡La flota está
siendo atacada! —exclamó.
Solo miró a la pantalla y profirió un
exabrupto.
—¡Maldita sea! Con el escudo aún
funcionando están acorralados contra la
pared.
—Eso es correcto —dijo una voz a
sus espaldas desde el fondo de la sala
—. Exactamente como lo estáis
vosotros.
Han y Leia giraron rápidamente
sobre sus talones, para encontrar
docenas de armas Imperiales
apuntándolos; una legión entera se había
escondido en unos compartimentos
ocultos en las paredes del bunker. En un
instante, los Rebeldes fueron rodeados,
sin posibilidad de intentar la huida, por
un número demasiado alto de guardias
de asalto como para luchar contra ellos.
Completamente rodeados.
Más tropas Imperiales penetraron
por la puerta y desarmaron con rudeza a
los aturdidos comandos.
Han, Chewie y Leia intercambiaron
sendas miradas de desolación y
desespero. Ellos constituían la última
oportunidad del Imperio… y habían
fallado.
A cierta distancia de la zona
principal de combate, volando sin
peligro en el centro del piélago de naves
que formaban la flota Imperial, estaba la
nave insignia: el Superdestructor
Estelar. En el puente del Destructor, el
Almirante Piett observaba la batalla —a
través del enorme ventanal de
observación— con amable curiosidad,
como si presenciara una elaborada
demostración o algún espectáculo
luminoso.
Dos capitanes de flota aguardaban
tras él en respetuoso silencio;
enterándose de cuáles eran los
majestuosos designios de su Emperador.
—Mantengan a la flota estacionada
aquí —ordenó el Almirante Piett.
El primer capitán salió corriendo a
cumplir la orden. El segundo se
aproximó al ventanal, deteniéndose junto
al Almirante.
—¿No vamos a atacar?
—Tengo órdenes del propio
Emperador —sonrió Piett con
satisfacción—. Tiene planeado algo muy
especial para esta escoria Rebelde —
recalcó la palabra «especial», haciendo
una pausa para que el inquisitivo capitán
la paladeara en toda su extensión—.
Estamos aquí sólo para evitar que se
escapen.
El Emperador, lord Vader y Luke
observaban cómo la batalla arreciaba
desde la seguridad del salón del trono
de la Estrella de la Muerte.
Era una escena caótica y demencial.
Cientos de explosiones cristalinas y
silenciosas, rodeadas por aureolas
verdes, violetas o magentas. Grandes
trozos de metal fundido flotaban
grácilmente entre carámbanos de
líquidos congelados que muy bien
podían ser sangre.
Luke miraba horrorizado cómo otra
nave Rebelde chocaba contra el
invisible escudo deflector, produciendo
al estallar una conmoción brutal.
Vader observaba a Luke. Su chico
era poderoso, más fuerte de lo que había
imaginado. Y todavía era maleable. Aún
no estaba perdido; bien para el mareante
lado débil de la Fuerza —que había de
mendigar cada cosa que recibía— o
bien para el Emperador, que temía a
Luke con razón.
Aún estaban a tiempo de que Luke
decidiera por sí mismo, y así él lo
recuperara. A tiempo de que se uniera a
su oscura majestuosidad. Para gobernar
juntos la galaxia. Sólo haría falta un
poco de paciencia y de hechicería para
mostrar a Luke las exquisitas
satisfacciones del Reverso Oscuro y
liberarle del molesto entrometimiento
del Emperador.
Vader sabía que Luke también había
percibido el miedo en el Emperador.
«Era un chico listo, el joven Luke —
pensó Vader, sonriendo inexorable, para
sí—. Era el hijo de su padre.»
El Emperador interrumpió la
contemplación de Vader con un
satisfecho cloqueo.
—Como puedes ver, mi joven
aprendiz, el escudo deflector está aún en
su sitio. ¡Tus amigos han fallado! Y
ahora… —alzó su huesuda mano por
encima de su cabeza para resaltar ese
momento— serás testigo del poder de
esta estación de combate plenamente
armada y completamente operacional.
Se dirigió hasta el intercomunicador
y habló con un susurro grave y bien
modulado, casi como si hablara a una
amante.
—Dispare cuando quiera,
Comandante.
Aturdido y previendo lo que iba a
suceder, Luke miró hacia afuera, por
encima de la superficie de la Estrella de
la Muerte, a la batalla espacial y a la
masa de la flota Rebelde más allá de la
zona de combate.
Abajo, en las entrañas de la Estrella
de la Muerte, el Comandante Jerjerrod
impartió una orden. En aquel momento,
sus sentimientos constituían una mezcla
de emociones, ya que esa orden
significaba la destrucción final de los
insurrectos Rebeldes. Y eso implicaba
el fin del estado de guerra que Jerjerrod
adoraba por encima de todas las cosas.
Pero, por otra parte, Jerjerrod era un
entusiasta de la aniquilación total, y así,
aunque atemperada por el pesar, la
orden no carecía de atractivo. Siguiendo
las instrucciones del Comandante, un
controlador pulsó un interruptor que
encendió un brillante panel. Dos
encapuchados soldados Imperiales
teclearon una serie de botones. Un denso
rayo de luz comenzó lentamente a brotar
de un largo pozo blindado. En la
superficie exterior de la mitad acabada
de la Estrella de la Muerte, un
gigantesco círculo de láser empezó a
relumbrar.
Luke observó, con impotente horror,
cómo el increíblemente enorme rayo
láser era radiado por una abertura de la
Estrella de la Muerte. Tocó —sólo un
breve instante— uno de los Cruceros
Estelares Rebeldes que surgía del
corazón de la batalla. Al instante
siguiente, el Crucero se había
vaporizado. Convertido en polvo.
Desmenuzado hasta sus más elementales
partículas con un sólo roce de la luz.
Embotado por la desesperación y
con un tremendo vacío carcomiéndole el
corazón, los ojos de Luke centellearon
al ver de nuevo su espada de luz láser
yaciendo —olvidada— sobre el trono.
Y en ese momento de lividez y
debilidad, el Reverso Oscuro de la
Fuerza realmente estaba con él.
Capítulo 8
El Almirante Ackbar se erguía en el
puente aturdido e incrédulo, mirando a
través del ventanal de observación al
lugar donde, momentos antes, el Crucero
Estelar Rebelde llamado Liberty había
estado comprometido en una furiosa
batalla. Ahora, nada quedaba. Sólo el
espacio vacío y una nubécula de
finísimo polvo que resplandecía con la
luz de las explosiones distantes. Ackbar
observó en el más completo silencio.
A su alrededor, la confusión
alcanzaba proporciones épicas. Los
conmocionados controladores intentaban
aún contactar con el Liberty, mientras
que los capitanes de flota corrían de las
pantallas a los mandos vociferando
órdenes y contraórdenes.
Un ayudante entregó el
intercomunicador a Ackbar. La voz del
General Calrissian fluía por él.
—Base-uno, aquí Líder Dorado.
¡Ese disparo provino de la Estrella de la
Muerte! Repito: ¡la Estrella de la
Muerte es operacional!
—Lo hemos visto —respondió
Ackbar con inmenso cansancio—. Que
todos los aparatos se preparen para
retirarse.
—¡No pienso abandonar e irme
corriendo! —replicó Lando con un grito.
Había recorrido mucho camino para
participar en ese juego.
—No tenemos elección, General
Calrissian. ¡Nuestros cruceros no
pueden repeler una potencia de fuego de
tal magnitud!
—No tendremos una segunda
oportunidad, Almirante. Han logrará
desconectar el escudo. Tenemos que
darle más tiempo. Ataque a esos
Destructores Estelares.
Ackbar miró a su alrededor. Cientos
de explosiones de proyectiles antiaéreos
sacudían la nave arrojando una luz
cerúlea sobre la ventana. Calrissian
tenía razón: no habría ninguna segunda
oportunidad. O ahora o nunca.
Se volvió hacia el Primer Capitán
Estelar diciendo:
—Haga avanzar a la flota.
—Sí, señor. —El hombre hizo una
pausa—. Señor, no tenemos muchas
posibilidades contra esos Destructores
Estelares. Están mucho mejor armados.
—Lo sé —dijo Ackbar con
suavidad.
El capitán salió y se aproximó a un
ayudante.
—Las naves avanzadas han
contactado con el grueso de la flota
Imperial, señor.
—Que concentren el fuego en sus
generadores de energía. Si podemos
romper sus escudos, nuestros cazas
tendrían alguna posibilidad.
La nave fue zarandeada por otra
explosión, un disparo de laser que
acertó a un giro estabilizador de popa.
—¡Intensifiquen los escudos
auxiliares! —gritó alguien.
El volumen de la batalla subió otro
punto en la escala.
Tras la ventana del salón del trono,
la flota Rebelde estaba siendo diezmada
en el silencioso vacío del espacio,
mientras que, dentro, el único sonido era
el débil cloqueo del Emperador. Luke
continuaba descendiendo por la espiral
de la desesperación a medida que el
rayo láser de la Estrella de la Muerte
incineraba nave tras nave. El Emperador
siseó:
—Tu flota está perdida y tus amigos
de la luna de Endor no sobrevivirán…
—Pulsó el interruptor del
intercomunicador del brazo de su sillón
y habló con entusiasmo—: Comandante
Jerjerrod, si los Rebeldes consiguen
volar el generador del escudo, gire esta
estación de combate enfocando a la luna
de Endor y destruyala.
—Sí, Su Majestad —resonó la voz
en el receptor— pero tenemos varios
batallones estacionados en…
—¡La destruirá! —El susurro del
Emperador era más tajante que ningún
grito.
—Sí, Su Majestad.
Palpatine se volvió de nuevo hacia
Luke. El primero rebosante de alegría y
el último rabioso y ultrajado.
—No hay escapatoria, mi joven
discípulo. La Alianza morirá…, al igual
que tus amigos.
El rostro de Luke estaba
contorsionado, reflejando su ánimo.
Vader le observaba cuidadosamente, así
como el propio Emperador. La espada
de luz comenzó a vibrar y moverse en el
sitio donde yacía. La mano del joven
Jedi temblaba, mientras que sus labios
contraídos mostraban unos dientes
apretados. El Emperador sonrió.
—Muy bien. Puedo sentir tu furia.
No tengo defensas: coge tu arma,
golpéame con todo tu odio y tu viaje
hacia el Reverso Oscuro se completará.
—Palpatine rió y rió.
Luke fue incapaz de resistir más. La
espada de luz traqueteó violentamente en
el trono durante un instante y luego voló
hasta su mano, impelida por la Fuerza.
Al momento la encendió y, cargando
todo el peso de su cuerpo, lanzó un
tremendo mandoble dirigido al cráneo
del Emperador.
En el mismo instante, la espada de
Vader salió a relucir, deteniendo el
ataque de Luke a escasos centímetros de
la cabeza del Emperador. Las chispas
saltaron como si fuera acero en
fundición, bañando con brillo
demoniaco la sonriente faz de Palpatine.
Luke retrocedió de un salto y se giró,
alzando la espada de luz, para
enfrentarse a su Padre. Vader extendió
su propia espada, equilibrándose así
para luchar.
El Emperador suspiró
placenteramente y se sentó en el trono
frente a los combatientes; espectador
único de la horrenda y ofensiva
contienda.
Han, Leia, Chewbacca y el resto del
comando estaban siendo escoltados por
sus captores fuera del bunker. El
panorama que se encontraron era
sustancialmente distinto de la verdosa y
solitaria área que abandonaron al entrar
en la construcción. El claro estaba ahora
repleto de tropas Imperiales.
Cientos de ellos, con armaduras
blancas y negras, unos a pie y otros
sobre sus macizos Caminantes. Si la
situación dentro del bunker parecía
desesperada, ahora era aún peor.
Han y Leia se miraron con la
congoja reflejándose en sus rostros.
Todo por lo que habían luchado, todos
los sueños de sus vidas… desvanecidos
en un instante. Pero aun así, al menos
habían tenido la compañía el uno del
otro durante cierto tiempo. Ambos
habían coincidido tras provenir de
extremos yermos y opuestos de
aislamiento emocional. Han nunca
conoció el amor, tan enamorado estaba
de sí mismo; Leia tampoco había tenido
tiempo de conocer el amor, tan inmersa
como estaba en el levantamiento social,
intentando abarcar a toda la humanidad.
Y en algún punto entre la caprichosa
fatuidad del uno y el fervor general por
todo el mundo de la otra, habían
encontrado un lugar umbrío donde los
dos podían unirse, crecer, incluso
sentirse nutridos.
Pero también eso se cortaba ahora
por la raíz. El fin parecía próximo.
Tanto tenían que decirse que no
encontraban palabras. En su lugar, sólo
sus manos unidas hablaban a través de
sus dedos en esos momentos finales de
compañerismo y unión.
Justo en esos instantes, R2 y 3PO
penetraron airosamente en el claro,
silboteando y chapurreando un
ininteligible y excitado tropel de
palabras entre ellos. Ambos se
detuvieron en seco, al darse cuenta de la
multitud que llenaba el claro… y
encontraron todos los ojos fijos en ellos
dos.
—¡Oh, cielos! —gimoteó 3PO. En
menos de un segundo, él y R2 giraron en
redondo y corrieron hacia el bosque del
que habían salido. Seis soldados de
asalto se precipitaron en pos de los
robots.
Los soldados Imperiales tuvieron
tiempo justo de ver cómo los robots
desaparecían tras un grueso árbol a unos
veinte metros de distancia. Corrieron
tras la pareja y, al dar la vuelta al árbol,
encontraron a R2 y 3PO esperando
tranquilamente a que los capturaran. Los
guardias avanzaron en su dirección,
pero… fueron demasiado lentos.
Quince Ewoks saltaron desde las
ramas superiores y arrollaron a los
soldados Imperiales utilizando piedras y
palos. En el mismo momento, 3PO —
subiéndose a otro árbol— acercó un
cuerno de carnero a su boca y sopló tres
largas veces. Esa era la señal convenida
para el ataque de los Ewoks.
Cientos de ellos descendieron sobre
el claro desde todos los puntos a la vez,
arrojándose sobre los poderosos
soldados Imperiales con ardor
irreprimible. La escena era totalmente
caótica.
Las tropas de asalto dispararon sus
pistolas láser contra las peludas
criaturas, matando e hiriendo a muchos
sólo para ver cómo docenas de Ewoks
rellenaban los huecos de los caídos. Los
exploradores que persiguieron con sus
motos a los Ewoks que escapaban hacia
el bosque fueron arrojados de ellas por
lluvias de piedras lanzadas desde los
árboles.
Aprovechando la confusión inicial
del ataque, Chewie se zambulló en el
bosque, mientras que Han y Leia se
arrojaban al sucio suelo de las arcadas
que rodeaban la entrada del bunker. Las
explosiones que se sucedían a su
alrededor les impidieron abandonar el
rincón; la puerta del bunker, además,
estaba de nuevo cerrada.
Han tecleó el código robado en el
panel de control, pero esta vez la puerta
no se abrió. Había sido reprogramada
tan pronto como fueron capturados.
—La terminal no funciona —musitó.
Leia se esforzaba en recoger una
pistola láser que yacía sobre la mugre
de la entrada, justo fuera de su alcance y
al lado de un soldado caído. Por
añadidura, los disparos se entrecruzaban
en todas direcciones.
—Necesitamos a R2 —gritó.
Han asintió con la cabeza, sacó su
intercomunicador, pulsó la secuencia
electrónica asignada al pequeño robot y,
de un salto, alcanzó la pistola que Leia
no pudo coger; mientras, la lucha
arreciaba en torno a ellos.
R2 y 3PO estaban escondidos tras un
tronco cuando R2 recibió el mensaje.
Profirió un excitado pitido y salió
disparado hacia el campo de batalla.
—¡R2! —chilló 3PO—. ¿Adónde
vas? ¡Espérame! —Y el dorado
androide corrió tras su compañero, a
pesar de su miedo.
Las motos-cohete volaban veloces
en torno a los robots, disparando e
hiriendo a muchos Ewoks, que
aumentaban su furia y ferocidad cada
vez que sus pieles eran chamuscadas.
Los pequeños osos colgaban de las
patas de los Caminantes Imperiales,
atándolas con bejucos o inutilizando las
articulaciones al introducir en sus
goznes piedras y ramas. Tiraban fuera de
las motos a los exploradores mediante
bejucos extendidos de árbol a árbol
justo a la altura de las gargantas.
Lanzaban piedras, saltaban de los
árboles cayendo sobre los soldados con
la lanza en ristre y arrojando sus redes.
Estaban por todas partes.
Montones de ellos seguían a
Chewbacca, de quien se habían
encariñado durante el curso de la noche
anterior. Se había convertido en su
mascota, y ellos eran sus pequeños
primos del bosque. Por tanto, acudieron
a socorrerse con lealtad y ferocidad
especiales. Chewie abatía soldados de
asalto a diestro y siniestro, poniéndose
frenético cada vez que veía cómo
dañaban físicamente a algún pequeño
amigo del bosque. Los Ewoks, por su
parte, formaban cuadros suicidas en su
afán por seguir al Wookiee y lanzarse
sobre cualquier soldado que osara poner
la mano encima de Chewie.
Era una batalla extraña y salvaje.
R2 y 3PO, finalmente, llegaron hasta
la puerta del bunker. Han y Leia
proporcionaban la cobertura de fuego
necesaria con pistolas que habían
logrado agenciarse. R2 avanzó
rápidamente hasta la terminal, insertó su
apéndice de computación y empezó a
buscar la clave. Antes que pudiera
entrar los códigos necesarios, una
explosión de láser barrió el umbral de la
puerta principal, rompiendo el apéndice
de R2 y lanzándolo, dando vueltas, al
sucio suelo.
Su cabeza comenzó a humear y sus
junturas a abrirse. De pronto, todos sus
compartimentos saltaron de golpe,
mostrando todos sus circuitos
chisporroteando o manando líquido a
borbotones, cada engranaje detenido;
luego se inmovilizó definitivamente.
3PO se arrojó sobre su herido
compañero, mientras Han examinaba la
terminal del bunker.
—Quizá pueda cortocircuitar esta
cosa —murmuró Solo.
Mientras tanto, los Ewoks habían
erigido una primitiva catapulta al otro
lado del campo. Arrojaron una gran roca
sobre uno de los Caminantes Imperiales
y la máquina se tambaleó seriamente,
pero no cayó. En su lugar, se dirigió
hacia la catapulta disparando su cañón
de láser. Los Ewoks se esparcieron y,
cuando estaba a pocos metros, cortaron
unos tensos bejucos y dos enormes
troncos cayeron sobre el lomo del
aparato al que detuvieron por fin.
Y así continuó la lucha. Mientras, las
bajas aumentaban sin cesar.
Arriba en los cielos la situación no
era mucho mejor. Mil mortales combates
aéreos y bombardeos de cañones
festoneaban el espacio, a la par que el
rayo láser de la Estrella de la Muerte
desintegraba metódicamente las naves
Rebeldes.
En el Halcón Milenario, Lando
pilotaba como un maníaco en una
carrera de obstáculos que, en este caso,
eran los gigantescos Destructores
Estelares Imperiales, atrayendo tras de
sí un fuego cruzado que regateaba
hábilmente, adelantando siempre a los
cazas TIE.
Por encima del fragor de las
continuas explosiones, Lando gritaba
desesperadamente a través de su
intercomunicador, dirigiéndose a Ackbar
en la nave capitana de la Alianza.
—¡He dicho más cerca! Muévanse
todo lo cerca que puedan y alinéense
frente a los Destructores Estelares. De
ese modo la Estrella de la Muerte no
podrá disparar sin abatir a sus propias
naves.
—¡Pero jamás se ha luchado tan de
cerca entre supernaves como sus
Destructores y nuestros Cruceros! —
Ackbar era reacio a acometer una acción
tan impensable, pero sus alternativas se
estaban acabando.
—¡Magnífico! —vociferó Lando,
mientras pasaba casi rozando la
superficie de un Destructor—. ¡Entonces
estamos inventando una nueva forma de
combate!
—¡No conocemos táctica alguna
para semejante confrontación! —
protestó Ackbar.
—¡Sabemos tanto como ellos! —
gritó Lando—. ¡Y ellos creerán que
sabemos más! —Echarse faroles
siempre era peligroso, pero algunas
veces cuando todo tu dinero está sobre
la mesa, es la única forma de ganar. Y
Lando nunca jugaba para perder.
—Estando tan próximos, no
duraremos demasiado frente a los
Destructores Imperiales. —Ackbar
comenzaba a sentirse mareado por la
resignación.
—¡Duraremos más de lo que
haríamos frente a la Estrella de la
Muerte y quizá nos llevemos a algunos
con nosotros! —dijo Lando, gritando
con exaltación. Una sacudida le anunció
que una de sus metralletas delanteras
había sido volada. Programó al Halcón
en secuencia de caída giratoria y se
precipitó en torno a la panza del leviatán
Imperial.
Teniendo ya poco que perder,
Ackbar decidió intentar la estrategia de
Calrissian. En los minutos siguientes,
docenas de Cruceros Estelares Rebeldes
se movieron hasta una posición
astronómicamente próxima a los
Destructores Imperiales Estelares. Los
colosales antagonistas empezaron a
destrozarse mutuamente como tanques
que se dispararan a veinte pasos de
distancia, mientras que cientos de
pequeños cazas corrían en torno a sus
superficies, esquivando las andanadas
de láser a la par que se acosaban entre
sí.
Lentamente, Luke y Vader giraron en
círculo. Con la espada de luz elevada
por encima de su cabeza, Luke
preparaba su acometida partiendo de la
clásica primera posición; Vader
respondía, también en forma clásica,
manteniendo su arma en posición lateral.
Sin previo aviso, Luke lanzó un tajo
vertical y, cuando Vader se movió para
interceptarlo, Luke hizo una finta y tiró
una estocada por abajo. Vader
contrarrestó el golpe y dejó que la
fuerza del choque elevara su espada
hacia la garganta de Luke…, pero Luke
halló el medio de repeler el ataque y dio
un paso atrás. Los primeros golpes no
habían producido daño alguno. De
nuevo giraron en círculo. Vader estaba
impresionado por la velocidad de
reacción de Luke; incluso se sentía
satisfecho. Era casi una pena que no
pudiera dejar que el chico matara aún al
Emperador. Luke no estaba preparado
emocionalmente. Todavía existía la
posibilidad de que el muchacho
retornara junto a sus amigos si ahora
destruía al Emperador. Necesitaba una
tutela más intensa primero —entrenado
por Vader y Palpatine— antes que
asumiera su puesto a la diestra de Vader
en el gobierno de la galaxia.
Así, Vader tendría que controlar al
chico durante períodos como ése,
evitando que hiciera daño en los puntos
erróneos… o en los correctos
prematuramente.
Antes que Vader fuera más allá con
sus pensamientos, Luke atacó otra vez
con mucha más agresividad. Avanzó con
una ráfaga de estocadas, cada una
seguida por un fuerte crujido de la
espada de luz de Vader. El Señor Oscuro
retrocedía un paso a cada golpe y giró
una vez sobre sí mismo para asestar un
peligroso y truculento mandoble, pero
Luke lo rechazó e hizo retroceder a
Vader aún más. El Señor del Reverso
Oscuro perdía momentáneamente pie en
el primer peldaño de las escaleras, y
cayó dando tumbos hasta quedar de
rodillas.
Luke permaneció de pie en la cima
de las escaleras henchido con su propio
poder. Ahora Vader estaba en sus manos,
sabía que lo estaba: podía disponer del
Señor Oscuro, de su vida, de su espada.
Arrebatarle su puesto junto al
Emperador. Sí, incluso eso. Esta vez,
Luke no enterró el pensamiento, sino que
se solazó en él. Sus juicios le
ensalzaban y sentía cómo la sensación
de poder hormigueaba en su espalda. La
idea producía un estado de febrilidad y
potenciaba su codicia en forma tal, que
cualquier otra consideración se borraba
de su mente.
Él tenía el poder y la elección era
suya.
Y, entonces, otro pensamiento
compulsivo e intenso, como una amante
ardiente, surgió en su consciencia:
también podía destruir al Emperador.
Destruir a ambos y gobernar la galaxia.
¡Venganza y conquista!
Era un momento decisivo para Luke.
Se sentía pleno de vértigo, pero sin
llegar a desvanecerse, así como
tampoco retroceder.
Dio un paso adelante.
Por vez primera, la idea de que su
hijo le podía superar, penetró en la
mente de Vader. Estaba asombrado por
la fuerza que Luke había adquirido
desde su último duelo en la Ciudad de
las Nubes; aparte una rapidez y
precisión comparables a la del
pensamiento. Ésta era una circunstancia
inesperada. Inesperada y mal recibida.
Vader sintió cómo la humillación se
agazapaba tras la cola de su primera
reacción, que fue de sorpresa, y de su
segunda, que fue la del temor. Y
entonces la humillación subió de grado,
produciendo una cólera glacial y
tremenda. Todo lo que ahora quería era
vengarse.
Cada faceta de las reacciones de
Vader hallaron eco en el joven Jedi, que
ahora se erguía sobre él. El Emperador,
observando pleno de júbilo, acicateó a
Luke para que revelara en él los poderes
de la Oscuridad.
—¡Utiliza tus sentimientos
agresivos, muchacho! ¡Sí! ¡Deja que el
odio fluya a través tuyo! ¡Sé uno con él,
deja que te nutra! —espoleó Palpatine.
Luke tuvo un instante de vacilación
y, de pronto, advirtió todo lo que
sucedía. Otra vez, repentinamente, la
confusión descendió sobre él. ¿Qué es lo
que quería? ¿Qué tenía que hacer? Su
breve exultación, su microsegundo de
tenebrosa claridad, ya había
desaparecido, desvaído por la
indecisión y el enigma. Era como un frío
despertar tras un apasionado devaneo.
Dio un paso atrás, bajó su espada, se
distendió y trató de expulsar el odio de
su ser.
En aquel instante, Vader atacó.
Desde la mitad de las escaleras
arremetió forzando a Luke a revolverse
defensivamente. Enzarzó la espada del
muchacho con la suya, pero Luke se zafó
y, de un salto, aterrizó en una exigua
plataforma que colgaba sobre sus
cabezas. Vader saltó una barandilla y
quedó justo debajo de la plataforma
donde se acuclillaba Luke.
—No lucharé contigo, Padre —
declaró el joven Jedi.
—Serás un necio si bajas la guardia
—avisó Vader. Su furia se había ya
estratificado, no quería vencer si el
chico no luchaba con cuerpo y alma.
Pero si vencer significaba que tenía que
matar a un muchacho que no quería
pelear…, entonces habría de hacerlo.
Solo quería que Luke fuera consciente
de las consecuencias. Quería que Luke
supiera que eso no era ya más un juego.
Era la propia Oscuridad.
Sin embargo, Luke percibió algo
más en el proceso mental de Vader.
—Tus pensamientos te delatan,
Padre. Detecto el bien en ti… y un
conflicto emocional. No pudiste
matarme antes y no me destruirás ahora.
De hecho, Vader podía haberle
matado en dos ocasiones, pero no lo
hizo. Una fue en el combate aéreo de la
primera Estrella de la Muerte, la
segunda en el duelo con espadas de luz
allá en Bespin. También dedicó un breve
pensamiento a Leia; en cómo Vader la
tuvo entre sus garras e incluso la
torturó…, sin matarla. Hizo una mueca
de dolor al pensar en la agonía de su
hermana, pero desechó el pensamiento
de su mente. Ahora, un determinado
punto estaba claro para él: a pesar de su
turbiedad, aún había alguna bondad en
su Padre.
La acusación, realmente, enfureció a
Vader. Podía tolerar muchas cosas del
insolente muchacho, pero esto era
excesivo. Debía darle una lección que
nunca olvidara…, aunque muriera
aprendiéndola.
—Otra vez más subestimas el poder
del Reverso Oscuro —declaró Vader.
Vader arrojó con fuerza su
centelleante espada de luz y voló a
través de los soportes —cortándolos—
de la plataforma para volver a la mano
de su dueño. Luke cayó al suelo y rodó
hasta otro nivel inferior, debajo de la
inclinada plataforma, y más al fondo,
protegido por las sombras de la
estructura superior. Vader recorrió el
perímetro del área buscando al chico,
pero no quiso entrar en las espesas
sombras.
—No puedes esconderte siempre,
Luke.
—Tendrás que entrar y capturarme
—replicó la voz sin cuerpo del
muchacho.
—No te concederé esa ventaja tan
fácilmente.
Vader percibió cómo la ambigüedad
carcomía sus intenciones y propósitos
respecto a Luke. La pureza malignidad
estaba comprometiéndose. El chico era
listo, en efecto; Vader sabía que debía
proceder con extrema cautela.
—No deseo ventajas, Padre. No
pelearé contigo. Toma…, toma mi arma.
Luke era perfectamente consciente
de que ese gesto podía significar su fin,
pero así habría de ser. No utilizaría
Oscuridad para combatir Oscuridad.
Quizá, después de todo, Leia habría de
solucionar el problema y continuar la
lucha sin él. Tal vez ella tuviera
soluciones que él desconocía; quizá Leia
averiguara cuál era el camino. Pero
ahora, sin embargo, el sólo podía
distinguir dos vías, y una progresaba
hacia la Oscuridad y la otra no. Luke
posó su espada de luz en el suelo y la
hizo rodar hacia Vader. La espada se
detuvo a mitad de camino entre ellos. El
Señor Oscuro alzó su mano y la espada
de Luke saltó hasta ella. Vader la
enganchó en su cinturón y, con grave
incertidumbre, penetró en la zona en
tinieblas.
Vader detectaba unos sentimientos
adicionales en Luke; nuevas corrientes
cruzadas de dudas, remordimientos,
lástima y abandono. Sombras de dolor,
pero de alguna manera no estaban
relacionadas con Vader, sino con otros,
con… Endor. ¡Ah! Eso era. La Luna del
Santuario, donde sus amigos pronto
morirían. Luke iba a recibir una
contundente lección: la amistad era
distinta en el Reverso Oscuro.
Absolutamente distinta.
—Entrégate al Reverso Oscuro,
Luke —suplicó—. Es el único modo de
salvar a tus amigos. Sí, tus pensamientos
te traicionan, hijo. Tus sentimientos
respecto a ellos son muy intensos,
especialmente por… Vader se detuvo.
Percibía algo más. Luke se retiró más
profundamente en las sombras,
intentando esconder su alma. Pero no
había forma de ocultar lo que existía en
su mente. Leia estaba sufriendo. Su
dolor resonaba en él y su espíritu
vibraba junto con el de ella. Intentó
acallar el grito de dolor, pero era
demasiado poderoso para sofocarlo o
desentenderse; tenía que acunarlo
abiertamente y proporcionar así algún
consuelo.
La consciencia de Vader invadió su
recinto privado.
—¡No! —gritó Luke.
Vader apenas podía dar crédito a su
descubrimiento.
—¿Hermana?… ¡Hermana! —bramó
—. Tus sentimientos le han traicionado a
ella también… ¡Mellizos! —rugió
triunfalmente—. Obi-Wan fue precavido
al esconderla pero ahora su fracaso es
completo. La sonrisa de Vader, pese a su
máscara, pese a las sombras, a través de
los reinos de la Oscuridad, era evidente
para Luke.
—Si te conviertes ahora al Reverso
Oscuro, quizá ella te siga.
Éste fue el punto de ruptura para
Luke, porque Leia era la última e
inasequible esperanza de todo el
Universo. Si Vader aplicaba sus
retorcidos y equívocos deseos sobre
ella…
—¡Nunca! —exclamó.
El sable de luz voló del cinturón de
Vader a la mano de Luke, encendiéndose
durante el trayecto. Luke se abalanzó
sobre su padre con un frenesí
desconocido hasta entonces, tanto para
él como para Vader. Los gladiadores
batallaron ferozmente, las chispas
saltando a cada choque de sus radiantes
armas, pero pronto fue evidente que toda
la ventaja era de Luke. Y la empleaba a
fondo. Engancharon sus espadas en
lucha cuerpo a cuerpo. Cuando Luke
empujó a Vader para zafarse de su
abrazo, el Señor Oscuro golpeó su
cabeza contra una viga que sobresalía en
el exiguo espacio. Tambaleándose, se
retiró más allá de la zona en penumbra y
de bajo techo, mientras Luke le
perseguía incansable.
Golpe tras golpe, Luke forzó la
retirada de Vader a través del puente que
cruzaba el enorme —y aparentemente
sin fondo— pozo que conducía al
corazón energético de la Estrella de la
Muerte. Cada mandoble, cada estocada
de la espada de luz de Luke, sacudían a
Vader como si fueran acusaciones,
gritos, fragmentos de un odio mortal.
El Señor Oscuro se vio forzado a
postrarse de rodillas. Alzó su mano para
detener otra furiosa acometida y Luke,
de un tajo, cortó limpiamente la mano de
Vader a la altura de la muñeca.
La mano, junto con trozos de metal,
cables e ingenios electrónicos, cayó a un
lado, resonante e inútil. El sable de luz
de Vader rodó hasta el borde del puente,
para caer, sin dejar rastro, por el
interminable pozo.
Luke miró fijamente a la retorcida y
averiada mano mecánica y, luego, a su
propia y enguantada prótesis artificial.
De pronto advirtió cuan semejante a su
Padre había llegado a ser. Semejante al
hombre a quien odiaba.
Presa de un súbito temblor, se irguió
sobre su Padre con la punta de su sable
casi rozando la garganta del Señor
Oscuro. Deseaba destruir
definitivamente a ese ser fruto de la
Oscuridad, esa cosa que fue antes su
Padre esa cosa que era… él.
De repente, el Emperador apareció a
su lado observando y riéndose con
incontrolable y satisfecha agitación.
—¡Bien! ¡Mátalo! ¡Tu odio te ha
hecho poderoso! ¡Ahora has de
completar tu sino y tomar el puesto de tu
Padre junto a mí!
Luke miró a su Padre, luego al
Emperador y, nuevo, a Vader. Esto era
Oscuridad, y era la Oscuridad lo que él
odiaba. No a su Padre, ni siquiera al
Emperador. Si no a la Oscuridad en
ellos. En ellos… y en él mismo.
Y la única vía posible para destruir
la Oscuridad consistía en renunciar a
ella. Por el bien de todo. Se plantó
frente al Emperador, con súbita firmeza,
y tomó la decisión que le había llevado
toda una vida de preparación y
entrenamiento. Arrojando lejos de sí la
espada de luz, exclamó:
—¡Nunca! ¡Nunca me convertiré al
Reverso Oscuro! Has fallado, Palpatine.
Yo soy un Jedi, como antes de mí lo fue
mi Padre.
El júbilo del Emperador se tornó en
áspera rabia.
—Entonces sé un Jedi; si no te
conviertes, serás destruido.
Palpatine alzó sus huesudos brazos
en la dirección a Luke. Cegadores rayos
de blanca energía brotaron de sus dedos,
cruzaron la habitación como luces
hechiceras y comenzaron a desgarrar las
entrañas de Luke, buscando el contacto
con masa. El joven Jedi sintió una
instantánea y agónica confusión. Nunca
antes había oído hablar de tal
corrupción de la Fuerza, y mucho menos
la había experimentado.
Pero si esos rayos estaban generados
por la Fuerza podrían ser repelidos por
la Fuerza. Luke alzó sus brazos para
desviar los rayos. Al principio tuvo
éxito y la luz rebotó de sus puños, yendo
a chocar, inerte, contra las paredes. Sin
embargo, pronto las oleadas surgieron
con tal velocidad y poder,
envolviéndole y penetrando en él, que
comenzó a encogerse ante ellas,
convulsionando por el dolor, las rodillas
doblándose y sus poderes en reflujo.
Vader, mientras tanto, se arrastraba
como un animal herido hacia el
Emperador.
En Endor, la batalla del bunker
continuaba. Las tropas de asalto seguían
fustigando a los Ewoks con sofisticada
maquinaria, mientras que los vellosos y
pequeños guerreros golpeaban a la
tropas Imperiales con palos, derribaban
Caminantes con pilas de troncos y haces
de bejucos, y cazaban con lazos y redes
a los pilotos de las motos-cohete.
Derribaron árboles sobre sus
enemigos. Cavaron fosos que cubrieron
con ramas y atrajeron, con añagazas, a
los Caminantes, de modo que los torpes
y pesados vehículos blindados cayeran
para no levantarse más. Provocaron
aludes de rocas. Condenaron un pequeño
arroyo cercano y luego abrieron las
compuertas, y así ahogaron a un gran
número de tropas e inmovilizaron otros
dos Caminantes. Se agrupaban y luego
disolvían. Saltaban sobre los
Caminantes y vertían bolsas de hirviente
aceite de lagarto por las bocas de las
armas. Utilizaban cuchillos, hondas y
lanzas, y proferían aterradores gritos
guerreros para confundir y restar ánimo
al enemigo. Eran unos adversarios que
no conocían el miedo.
Su ejemplo hizo que incluso
Chewbacca fuera aún más osado. Estaba
empezando a divertirse tanto
balanceándose colgado de bejucos y
machacando cabezas, que casi olvidó
que poseía una pistola de láser.
En determinado momento se
descolgó hasta el techo de un Caminante
con Teebo y Wicket aferrados a su
espalda. Aterrizaron con un fuerte golpe
sobre el lomo del oscilante artilugio e
hicieron tanto estrépito tratando de
mantener el equilibrio, que uno de los
soldados de asalto abrió la escotilla
superior para ver qué sucedía. Antes que
pudiera disparar su pistola, Chewie lo
extrajo de la máquina y le lanzó contra
el suelo. Wicket y Teebo inmediatamente
se zambulleron por la escotilla y
redujeron al otro soldado.
Los Ewoks conducen un Caminante
Imperial del mismo modo que guían las
motos-cohete: terriblemente mal, pero
divirtiéndose mucho. Chewie casi fue
arrojado del lomo varias veces, pero ni
siquiera ladrando furiosamente a través
de la escotilla producía algún efecto en
los Ewoks; antes bien, se reían,
chirriaban y atacaban a otra moto-
cohete.
Chewie penetró en el interior del
aparato. Le llevó medio minuto dominar
los controles —la tecnología Imperial
estaba bastante normalizada— y, luego,
metódicamente y uno por uno, fue
aproximándose a los otros y confiados
Caminantes Imperiales, volándolos en
pedazos. La mayoría no tenía ni la más
mínima idea de lo que sucedía.
A medida que las gigantescas
máquinas guerreras estallaban en llamas,
los Ewoks adquirieron nuevas energías
y corrieron tras el Caminante de
Chewie. El Wookiee estaba inclinando
el resultado de la batalla.
Mientras tanto, Han aún trabajaba
furiosamente con los controles del
panel. Los cables chisporroteaban cada
vez que hacía una nueva conexión, pero
la puerta seguía sin abrirse. Leia,
agazapada tras él, disparaba,
proporcionándole cobertura. Al fin, Han
hubo de dirigirse a Leia.
—Échame una mano; creo que ya sé
cómo funciona. Sujeta esto —solicitó.
Le tendió uno de los cables. Leia
enfundó la pistola, cogió el cable y lo
sostuvo en la posición correcta, mientras
él acercaba dos más desde el extremo
del panel.
—Allá vamos —dijo Han.
Los tres cables chisporrotearon, el
contacto estaba hecho. Hubo un súbito y
fuerte ruido metálico y una segunda
puerta blindada cayó sobre la primera,
doblando así la impenetrable barrera.
—Fantástico, ahora tenemos que
traspasar dos puertas —musitó Leia.
En ese momento, fue alcanzada por
un rayo láser y cayó al suelo. Han se
abalanzó sobre ella.
—¡Leia, no! —gritó intentando
contener la hemorragia.
—Princesa Leia, ¿está usted bien?
—se inquietó Tres-peo.
—No es una herida tan terrible —
denegó Leia con la cabeza—. Es…
—¡Quietos! —chilló una voz—. Un
solo movimiento y ambos moriréis.
Inmovilizándose, miraron hacia
arriba. Dos soldados de asalto,
plantados tras ellos, los apuntaban sin
mover un solo músculo.
—¡En pie! —ordenó uno—. ¡Las
manos arriba!
Han y Leia se miraron entre sí con
una profunda mirada dirigida a lo más
hondo de sus seres y que buceó hasta los
pozos de sus almas, durante unos
instantes eternos en los que todo era
percibido, comprendido, acariciado,
compartido.
Solo señaló con la vista el arma
enfundada de Leia y ella,
subrepticiamente, la sacó, ocultándola a
la vista de los soldados gracias a que
Han se interponía bloqueando la visión.
Él volvió a mirar a los ojos de Leia,
comprendiendo. Con una última y
sentida sonrisa, Han susurró:
—Te amo.
—Lo sé —respondió ella
simplemente.
El momento había pasado y, a una
señal no hablada, Han saltó fuera de la
línea de fuego, mientras Leia disparaba
a los soldados de asalto.
El aire se llenó de fuego de láser:
una brillante bruma rosa y naranja,
semejante a una tormenta de electrones,
llenaba el área junto a intensas ráfagas
de fuego.
Al aclararse el humo, un enorme
Caminante Imperial se aproximó y se
detuvo frente a Han. Han alzó la vista
para ver cómo los cañones láser del
coloso le apuntaban directamente a la
cara. Alzó los brazos y probó a dar un
paso al frente, sin estar muy seguro de lo
que iba a hacer.
—Quédate atrás —dijo suavemente
a Leia, midiendo en su mente la
distancia entre él y la máquina.
Justo entonces, la escotilla superior
del Caminante se abrió de golpe y
Chewbacca sacó la cabeza, sonriendo
encantadoramente.
—Ahr Rahr —ladró el Wookiee.
Solo lo hubiera besado.
—¡Chewie! ¡Bájate de ahí! ¡Ella
está herida! —Avanzó para saludar a su
compañero, pero se detuvo a mitad de la
zancada—. No, espera. Tengo una idea.
Capítulo 9
Las dos armadas espaciales, al igual
que sus equivalentes marinas en otro
tiempo y otra galaxia, flotaban
inmóviles, nave frente a nave, mostrando
sus costados erizados de armas y en
línea de fuego.
Las maniobras heroicas —y algunas
veces suicidas— marcaban el día. Un
crucero Rebelde, con todo un lado
ardiendo y envuelto en explosiones,
entró en colisión con un Destructor
Estelar Imperial antes de estallar
totalmente, destruyendo a su vez el navío
Imperial. Naves de carga repletas de
materiales, eran lanzadas en cursos de
colisión contra las fortalezas volantes y
sus tripulaciones abandonaban, instantes
antes, las naves buscando un destino
incierto en el mejor de los casos.
Lando, Wedge, Líder Azul y Ala
Verde intentaban aniquilar uno de los
mayores Destructores: la principal nave
de comunicaciones del Imperio. Ya
había sido incapacitada por los
cañonazos directos del crucero Rebelde,
pero sus averías eran reparables y, por
tanto, los Rebeldes tenían que atacar
mientras el coloso aún lamía sus
heridas.
El escuadrón de Lando avanzó sin
disparar y con los motores a bajo
régimen para evitar que el Destructor
utilizara sus mayores armas contra ellos,
ya que de ese modo los cazas se hacían
prácticamente indetectables hasta ser
visualizados directamente.
—Aumentad la potencia de los
escudos reflectores frontales —radió
Lando a su grupo—. Casi estamos
encima.
—Estoy junto a ti —respondió
Wedge—. Cerrad la formación,
muchachos.
A alta velocidad, se zambulleron
perpendicularmente al largo eje del
navío Imperial, ya que las trayectorias
verticales eran difíciles de rastrear. A
veinte metros de la superficie, viraron
bruscamente noventa grados y corrieron
a lo largo del casco metálico,
recibiendo disparos de cada tronera.
—El ataque inicial ha de realizarse
sobre la principal torre de energía —
avisó Lando.
—Tomo nota —respondió Ala Verde
—. Me pongo en posición.
—Apartaos de las baterías frontales
—avisó Líder Azul.
—Es una densa zona de fuego esa de
ahí abajo.
—Estoy a tiro.
—La parte izquierda de la torre está
severamente dañada —advirtió Wedge
—. Concentrad el fuego en ese lado.
—Te seguimos.
—¡Estoy perdiendo potencia! —dijo
Ala Verde, recién alcanzado por un
disparo.
—¡Apártate: estás a punto de
estallar!
Ala Verde descendió como si fuera
un cohete y se estrelló contra las
baterías frontales del Destructor.
Tremendas explosiones retumbaron en el
arco donde se albergaban las troneras.
—Gracias —dijo quedamente Líder
Azul, mirando la conflagración.
—¡Esto abre el camino para
nosotros! —vociferó Wedge—.
Disminuid la velocidad: los reactores de
energía están justo dentro de ese
compartimento de carga.
—¡Seguidme! —exclamó Lando,
virando el Halcón en un inclinado
ángulo que tomó por sorpresa al
horrorizado personal del reactor. Wedge
y Azul le siguieron de cerca y todos
juntos lograron la máxima destrucción
posible.
—¡Impacto directo! —gritó Lando
con júbilo.
—¡Allá va! —gritó otra voz.
—¡Tirad hacia arriba! ¡Tirad hacia
arriba!
Elevaron los cazas brusca y
velozmente, mientras el Destructor se
veía envuelto en una serie creciente de
explosiones, hasta que, finalmente, se
asemejó a una pequeña estrella. Líder
Azul fue cogido por la onda explosiva
que lo lanzó violentamente contra una
pequeña nave Imperial, que también
estalló. Lando y Wedge pudieron
escapar.
En el puente de la nave de mando
Rebelde, el humo y los gritos llenaban la
atmósfera. Ackbar localizó a Calrissian
a través del intercomunicador.
—Las interferencias electrónicas se
han acabado. Ya funcionan plenamente
las pantallas —informó.
—¿Está conectado el escudo aún?
—respondió Lando con una nota de
anticipada desesperación en su voz.
—Me temo que sí. Parece que la
unidad del General Solo no consiguió su
objetivo.
—Hasta que no destruyan nuestra
última nave, aún hay esperanzas —
replicó Lando.
Han no fallaría. No podía fallar.
Todavía tenían que acabar con la
fatídica Estrella de la Muerte.
En la Estrella de la Muerte, Luke
estaba casi inconsciente bajo el continuo
asalto de los rayos del Emperador.
Atormentado más allá de la razón,
acometido por una debilidad que
resecaba sus más íntimas esencias, no
esperaba más que someterse a la nada
hacia la que caía.
El Emperador sonrió torvamente al
exhausto joven Jedi, mientras que Vader,
al lado de su amo, luchaba por ponerse
en pie.
—¡Joven loco! —Palpatine se mofó
de Luke—. Sólo ahora, al final,
comienzas a comprender. Tus pueriles
habilidades no pueden competir con el
poder del Reverso Oscuro. Has pagado
un precio por tu falta de visión. Ahora,
joven Skywalker, terminarás de pagarlo
completamente. ¡Vas a morir!
Se rió demencialmente y, aunque no
parecía posible para Luke, los rayos que
manaban de los dedos del Emperador
aumentaron de intensidad. El sonido
rechinaba por toda la habitación y la
brillantez asesina de las ráfagas era
abrumadora.
El cuerpo de Luke decayó y,
finalmente, se plegó bajo la espantosa
barrera de luz. Dejó de moverse hasta
parecer totalmente inánime. El
Emperador siseó malévolamente.
En ese preciso instante, Vader brincó
y aferró al Emperador desde atrás,
sujetando los brazos de Palpatine. Más
débil de lo que jamás había estado,
Vader había yacido inmóvil durante los
últimos minutos, concentrando toda la
energía de su ser para ese único acto: la
última acción de su vida…, si fallaba.
Ignorando el dolor, ignorando su
vergüenza y debilidad, sin hacer caso
del ruido de los huesos de Palpatine al
romperse, enfocó ciegamente toda su
voluntad en su inmenso deseo de
derrotar al demonio que albergaba el
cuerpo del Emperador.
Palpatine luchó contra el abrazo
insensible de Vader; sus manos aún
arrojaban oleadas de energía en todas
direcciones. En su salvaje forcejeo, los
rayos rasgaron el habitáculo y rebotaron
sobre Vader. El Señor Oscuro cayó de
nuevo al suelo, mientras que las
corrientes crepitaban sobre su casco,
sobre su capa, penetrando hasta su
corazón.
Pese a todo, Vader no soltó su presa
y, tambaleándose, la arrastró por el
puente situado sobre la negra sima que
conducía al corazón energético de la
Estrella de la Muerte. Sostuvo al
aullante déspota por encima de su
cabeza y, con las últimas gotas de su
fuerza, lo arrojó al abismo.
El cuerpo de Palpatine, vomitando
aún rayos de luz, giró fuera de control,
rebotando en las paredes del pozo
mientras caía. Finalmente desapareció,
pero, instantes más tarde, se oyó una
explosión lejana en el centro de la
estación de combate. Un golpe de aire
ascendió hasta el salón del trono.
El viento ondeó la capa de Vader,
mientras él, tambaleándose, se derrumbó
al lado del enorme agujero, intentando
seguir a su amo y maestro. Luke,
empero, se arrastró hasta su Padre y
retiró al Señor Oscuro del borde de la
sima, poniéndole a salvo.
Ambos yacieron en el suelo,
entrelazados entre sí; demasiado débiles
para moverse, demasiado conmovidos
para hablar.
Dentro del bunker de Endor, los
controladores Imperiales observaban en
la pantalla principal la batalla entre
Ewoks y tropas Imperiales que
acontecía en el exterior. Aunque la
imagen estaba desdibujada por la
electricidad estática, la lucha parecía
estar decayendo como en principio
debía ser, ya que habían sido instruidos
en la creencia de que los nativos de esa
luna eran pacíficos e inofensivos.
Las interferencias de la pantalla
empeoraron —probablemente otra
antena averiada en el combate—
cuando, de pronto, un conductor de un
Caminante apareció en escena saludando
excitadamente.
—¡Se acabó, Comandante! Los
Rebeldes han sufrido una completa
derrota y están huyendo, junto con los
Ewoks, hacia la espesura. Necesitamos
refuerzos para continuar la persecución.
El personal del bunker vitoreó, el
escudo estaba a salvo.
—¡Abran la puerta principal! —
ordenó el Comandante—. Y envíen tres
escuadras de refuerzo.
La puerta del bunker se abrió y las
tropas Imperiales se precipitaron al
exterior, sólo para encontrarse rodeadas
por una muchedumbre de Ewoks y
Rebeldes agresivos y ensangrentados.
Las tropas Imperiales se rindieron sin
disparar un solo tiro.
Han, Chewie y cinco más corrieron
hacia el bunker con varias cargas
explosivas. Situaron las bombas de
tiempo en once sitios estratégicos dentro
y alrededor del generador, y salieron
corriendo todo lo aprisa que pudieron.
Leia, dolorida por sus heridas, yacía
bajo la sombra acogedora de unos
arbustos distantes. Estaba impartiendo
órdenes a los Ewoks para que éstos
agruparan a los prisioneros en el lado
opuesto del claro, lejos del bunker
cuando Han y Chewie salieron como
alma que lleva el diablo, buscando un
punto donde protegerse. Al instante
siguiente, el bunker estalló.
Fue un espectáculo increíble: las
explosiones se sucedieron hasta
proyectar un muro de fuego que se
elevaba cientos de metros en el aire,
creando una onda de choque que derribó
a toda criatura viviente y calcinó todo el
verdor del perímetro.
El bunker, al fin, estaba destruido.
Un capitán corrió hasta el Almirante
Ackbar, anunciando con voz temblorosa
por la emoción:
—Señor, el escudo en torno a la
Estrella de la Muerte ha perdido su
potencia.
Ackbar miró a la pantalla
panorámica: la red, electrónicamente
generada, había desaparecido. La luna y
la Estrella de la Muerte flotaban
desprotegidas en el negro vacío.
—Lo consiguieron —susurró
Ackbar.
Corrió hasta su intercomunicador y
gritó por el canal de multifrecuencias de
guerra:
—¡Que todos los cazas comiencen el
ataque sobre el reactor principal de la
Estrella de la Muerte! ¡El escudo
deflector ya no funciona!
—¡Lo estoy viendo! —dijo Lando
inmediatamente—. Estamos en camino.
¡Grupo Rojo! ¡Grupo Dorado!
¡Escuadrón Azul! ¡Todos los cazas!
¡Seguidme! Eres mi hombre, Han. Ahora
me toca a mí.
El Halcón se zambulló hacia la
superficie de la Estrella de la Muerte,
seguido por hordas de cazas Rebeldes
perseguidos, a su vez, por enjambres —
numerosos pero desorganizados— de
cazas Imperiales TIE. Mientras, tres
Cruceros Estelares Rebeldes se
dirigieron hacia el Superdestructor
Estelar Imperial —la nave insignia de
Vader— que parecía tener dificultades
con sus sistemas de guía.
Lando y la primera oleada de Alas-
X, casi rozando la superficie curva del
hemisferio acabado de la Estrella de la
Muerte, se encaminaron hacia la porción
incompleta.
—Volad bajo hasta que lleguemos al
otro lado —previno, innecesariamente,
Lando a su escuadra.
—Escuadrón de cazas enemigos
acercándose.
—Ala Azul —llamó Lando—, coge
tu grupo y trata de apartar a los cazas
TIE.
—Haré lo que pueda.
—Estoy sufriendo interferencias
electrónicas…, creo que provienen de la
Estrella de la Muerte. —Más cazas
acercándose a las diez en punto. —Allí
está la superestructura —avisó Lando—.
Buscad el pozo de ventilación del
reactor central.
Viró bruscamente cayendo hacia el
lado incompleto, y comenzó a zigzaguear
dramáticamente entre vigas que
sobresalían, torres a medio construir,
canales laberínticos, andamios
temporales y baterías de focos. Las
defensas antiaéreas no estaban apenas
desarrolladas en esa zona, ya que habían
dependido completamente del escudo
protector. Por consiguiente, la mayor
fuente de preocupación para los
Rebeldes era la constituida por los
accidentes físicos de la propia
estructura y los cazas TIE pegados a sus
colas.
—Estoy viendo el túnel del sistema
de potencia —radió Wedge—. Voy a
entrar.
—También lo veo —acordó Lando
—. Allá vamos. —No va a ser nada
fácil…
Volaron sobre una torre, pasaron
bajo un puente y, de súbito, se
encontraron marchando a máxima
velocidad dentro de un profundo pozo
de ventilación que apenas era lo
suficientemente ancho como para
albergar tres cazas ala con ala. Por si
fuera poco, estaba perforado, en toda su
retorcida extensión, por miríadas de
pozos y túneles de alimentación,
bifurcaciones alternativas y cavernas sin
salida. Además, gran número de
obstáculos salpicaban el propio pozo:
maquinaria pesada, elementos
estructurales, cables de energía,
escaleras suspendidas, muros a medio
construir y montones de escombros.
Un grupo de cazas Rebeldes hizo su
primer viraje de entrada al túnel del
sistema energético, seguidos de cerca
por el doble de cazas TIE. Dos Alas-X
se estrellaron contra una grúa al evitar
la primera andanada de láser. La caza
comenzaba.
—¿Adónde vamos, Líder Dorado?
—llamó Wedge alegremente. Un rayo
láser acertó en la superficie del túnel
sobre su cabeza, y la ventanilla de su
caza se cubrió de una ducha de chispas.
—Busquemos la mayor fuente de
energía —sugirió Lando—. Ese será el
generador.
—Ala Roja, mantente alerta; nos
podemos quedar sin espacio para
movernos en cualquier momento.
Rápidamente formaron filas
individuales y dobles al hacerse
aparente que el pozo no sólo estaba
repleto de canales secundarios y
obstáculos, sino que se estrechaba a
cada viraje.
Los cazas TIE derribaron a otro
Rebelde que estalló con una gran
llamarada. Otro TIE se estrelló contra
una pieza de maquinaria y tuvo el mismo
fin.
—Tengo una lectura en pantalla
sobre un gran obstáculo frente a nosotros
—anunció Lando.
—También lo recojo —dijo Wedge
—. ¿Podrás pasar?
—Va a ser un paso muy estrecho —
replicó Lando.
Era muy estrecho. Un muro de
protección contra el calor, con una
pequeña depresión en ese lado del pozo
que concedía un poco más de espacio,
ocupaba tres cuartas partes del túnel.
Lando tuvo que dar una vuelta de 360°
al Halcón, mientras subía y bajaba sin
parar de acelerar. Por suerte, las Alas-X
y Alas-Y no eran tan voluminosas. Pese
a todo, dos más no lograron pasar. Los
pequeños cazas TIE se acercaron más.
De pronto, una fuerte electricidad
estática inundó las pantallas de visión,
dejándolas en blanco.
—¡Mi pantalla se ha apagado! —
aulló Wedge.
—Disminuye la velocidad —
aconsejó Lando—. Algún tipo de
descarga eléctrica está causando
interferencias.
—Cambiad a modalidad de visión
directa.
—Es inútil a estas velocidades:
tendremos que volar a ciegas.
Dos ofuscadas Alas-X chocaron
contra la pared al estrecharse de nuevo
el pozo de ventilación. Una tercera fue
desintegrada por los cercanos cazas
TIE.
—¡Líder Verde! —llamó Lando.
—A la escucha, Líder Dorado.
—Escapa y vuelve a la superficie.
Base-uno ha pedido algún caza, y puede
que además nos quites algún perseguidor
de nuestras espaldas.
Líder Verde y su cohorte salieron
rápidamente del pozo, por una
desviación lateral, y se encaminaron
hacia la zona de combate de los
cruceros. Un caza TIE los siguió
haciendo fuego sin cesar.
La voz de Ackbar fluyó por el
intercomunicador:
—La Estrella de la Muerte se está
separando de la flota. Da la impresión
que está girando para destruir la Luna de
Endor —anunció.
—¿Cuánto tiempo tardará en estar en
posición de tiro? —preguntó Lando.
—Punto cero tres.
—¡No es suficiente tiempo! ¡Se nos
está acabando el tiempo! —exclamó
Lando.
—Bueno, y también se está
acabando el pozo —dijo Wedge,
interviniendo en la transmisión.
Justo en ese instante, el Halcón rozó
al pasar por otra abertura aún menor,
averiándose sus impulsores auxiliares.
—Eso ha estado muy cerca —musitó
Lando.
—Gdzhng dzn —asintió su copiloto.
Ackbar miraba, con los ojos abiertos
de par en par, a través de la ventana de
observación. Observaba al
Superdestructor Imperial a sólo unas
millas de distancia. El fuego lamía por
completo su popa y la nave guerrera
escoraba fuertemente a estribor.
—Hemos destruido sus escudos
frontales —dijo Ackbar por el
intercomunicador—. Haced fuego sobre
el puente.
Líder Verde y su grupo, subiendo
desde la Estrella de la Muerte,
acometieron desde abajo al
Superdestructor Estelar del Imperio.
—Encantados de ayudaros, Base-
uno —anunció Líder Verde.
—Disparados los torpedos de
protones —avisó Ala Verde.
El puente fue alcanzado con
resultados espectacularmente
pirotécnicos. En breves instantes, se
inició una reacción en cadena —de
grupo de energía a grupo de energía— a
lo largo del tercio central del inmenso
destructor, produciendo un deslumbrante
arco iris de explosiones que combaron
la nave en ángulo recto. El
Superdestructor comenzó a caer, dando
vueltas como una rueda, hacia la
Estrella de la Muerte.
La primera explosión del puente
alcanzó al Líder Verde; en la rotación
incontrolada subsiguiente, el gigantesco
destructor colisionó con diez cazas más,
dos cruceros y una nave artillera.
Finalmente, el inmenso y ardiente
conglomerado se estrelló contra un lado
de la Estrella de la Muerte. El impacto
fue lo suficientemente poderoso como
para sacudir a la estación de combate,
produciendo gran número de
explosiones y estampidos internos en
toda la red de generadores, polvorines y
cavernas de la gigantesca esfera.
Por vez primera, la Estrella de la
Muerte osciló. La colisión con el
Destructor Imperial fue el principio de
su fin. Distintos sistemas de control se
detuvieron, los reactores comenzaron a
fundirse y el personal, presa de pánico,
abandonó sus puestos, lo que ocasionó
un mayor número de fallos de
funcionamiento que condujeron al caos
general.
El humo llenaba cada rincón; unos
sordos retumbos provenían de todas
direcciones a la vez y el personal corría
y chillaba despavorido. La cadena
jerárquica de mando se interrumpió. Por
añadidura, el bombardeo continuo de los
Cruceros Rebeldes —que olían el miedo
del enemigo— elevaba el grado de
histeria general.
Porque el Emperador había muerto.
El principal y poderoso ser demoníaco
que aglutinaba al Imperio con su sola
presencia ya no existía. Y al disolverse
las fuerzas del Reverso Oscuro, la
Confusión, la Desesperación y el Miedo
ocuparon su lugar.
En medio del tumulto, Luke había
logrado de algún modo alcanzar el
muelle principal de embarque llevando
a cuestas el peso muerto de su
debilitado padre. Ahora, mientras
caminaba hacia una lanzadera Imperial,
no pudo soportar más el esfuerzo y cayó,
exhausto, al suelo.
Lentamente se alzó de nuevo. Como
un autómata, cargó el cuerpo de su padre
al hombro y se dirigió hacia una de las
restantes lanzaderas. Mas, antes de
llegar, depositó el cuerpo de Vader en el
suelo, intentando reunir sus últimas
gotas de energía mientras los estallidos
atronaban la atmósfera a su alrededor.
Las lanchas de salvamento
chisporroteaban con amenazador siseo.
Una de las paredes del muelle se combó
y el humo se filtró por una fisura. El
suelo temblaba. Vader hizo una seña a su
hijo para que se acercara.
—Luke, ayúdame a quitarme el
casco.
—¡Morirás! —dijo Luke, negando
con la cabeza.
—Nada puede ya evitarlo. —La voz
del Señor Oscuro era débil y cansina—.
Tan sólo deja que te vea sin la máscara.
Déjame verte con mis propios ojos.
Luke tenía miedo. Miedo de ver a su
padre como realmente era. Miedo de ver
hasta qué punto las fuerzas tenebrosas
habían alterado el semblante del
progenitor de Leia y Luke. Tenía miedo
de conocer al Anakin Skywalker, que
anidaba bajo la máscara de Vader.
También Vader tenía miedo de dejar
que su hijo levantara la máscara tras la
que tanto tiempo se había ocultado. El
blindado y negro casco que le había
permitido vivir más de veinte años.
Había sido su voz, su aliento, su fachada
protectora contra todo contacto humano.
Pero ahora se lo quitaría, porque quería
ver con sus ojos a su hijo antes de morir.
Entre los dos alzaron el pesado
casco, desenmarañando primero los
tubos del complicado aparato
respiratorio. Dentro del casco podía
verse un modulador del habla y una
pantalla visualizadora conectados a la
unidad de energía en la espalda de
Vader. Pero cuando, al fin, retiraron del
todo la máscara, dejándola a un lado,
Luke pudo ver el rostro de su padre.
Era la faz triste y benigna de un
anciano. Calvo, imberbe, con una
profunda cicatriz que surcaba la cabeza
desde arriba hasta la base del cuero
cabelludo. Sus ojos, profundos y
oscuros, enfocaban al infinito mientras
que su piel, no habiendo recibido luz
alguna en dos décadas, era de un blanco
translúcido. El anciano sonrió
débilmente y las lágrimas empañaron
sus ojos. Durante unos instantes no
pareció muy distinto de Ben.
Era una cara tan llena de
significados secretos, que Luke jamás
podría olvidarla. Cargada de pesar y
vergüenza, podía verse cómo los
recuerdos la surcaban, recuerdos de
tiempos fecundos… y otros más
horripilantes. Y amor, también había
amor en ese rostro.
Era una cara que no había visto el
mundo en el curso de una vida. De la
vida de Luke, quien vio cómo las
dilatadas ventanillas de la nariz se
contraían intentando oler por primera
vez. Vio también cómo inclinaba
imperceptiblemente la cabeza para
escuchar sin ningún amplificador
auditivo electrónico. Luke sintió
remordimientos, porque los únicos
sonidos ahora audibles eran aquellos de
las explosiones; como únicos olores, los
punzantes y acres de los fuegos. Pese a
todo, era un intento hermoso y puro.
Al ver los desgastados ojos fijos en
él, las lágrimas rodaron ardientes por
las mejillas de Luke, para caer en los
labios de su Padre. Percibiendo el
salado sabor, su padre sonrió.
Era una cara que no se había visto a
sí misma en veinte años.
Vader vio llorar a su hijo, y supo que
era debido al horror que su rostro
inspiraba.
Momentáneamente, la angustia de
Vader se intensificó. A sus crímenes,
ahora añadía la culpabilidad de la
imaginaria repugnancia de su semblante.
Y entonces recordó cuál había sido su
aspecto anterior: noble, distinguido, con
un modo de enarcar las cejas que
denotaba grandeza e invencibilidad. Sí,
así era como antaño parecía.
Y esa evocación trajo consigo una
completa oleada de recuerdos.
Remembranzas fraternas y de su hogar.
Su amada esposa. La libertad del
espacio profundo. Obi-Wan, su amigo…,
y ahora su amistad volvía; volvía… no
sabía cómo, pero florecía en él tan
violentamente como una dolorosa úlcera
que… No, no, ésos eran recuerdos que
no quería evocar, no ahora. Recuerdos
candentes como lava fundida, memorias
que rasgaban sus entrañas… No, no
quería.
Y el chico le había rescatado de la
sima, allá en el trono… Y ahora aquí
estaba gracias a su esfuerzo… El
muchacho era bueno.
Era bueno y provenía de él; luego
algo bueno habría también en él. Sonrió
a su hijo y, por vez primera, lo quiso. Y,
también por primera vez en muchos
años, se quiso a sí mismo.
De pronto, olió algo y dilató las
aletas de su nariz, olfateando de nuevo.
Flores silvestres, olía a flores silvestres
floreciendo; debía de ser ya primavera.
Esos truenos… Inclinó la cabeza
esforzando la vista. Sí, era una tormenta
de primavera que traería lluvia
primaveral. Para que las flores
crecieran.
Ahora…, ahora sentía una gota de
lluvia en los labios. Saboreó la delicada
gotita…, pero, ¡alto! Eso no era el agua
dulce de la lluvia, era salada, era… una
lágrima.
Enfocó con esfuerzo a su hijo y vio
que estaba llorando. Entonces estaba
saboreando el dolor y la pena que su
chico sentía, porque él parecía tan
horrible, porque era tan horrible.
Y quiso hacer algo bueno para Luke;
deseaba que supiera que realmente no
era tan repulsivo en el fondo, no
completamente. Con una sonrisa un tanto
auto despreciativa negó con la cabeza,
tratando de arrojar lejos de sí a la fea
bestia que su hijo contemplaba.
—Somos seres… luminosos, Luke;
no sólo esta tosca materia…
Luke también movió la cabeza,
intentando decir que todo estaba bien,
intentando aliviar la vergüenza del
anciano y mostrarle que ya nada
importaba…, pero no pudo siquiera
articular palabra.
Vader volvió a hablar con un hilo
casi inaudible de voz.
—Vete, hijo mío. Déjame —suplicó.
Y Luke, oyéndole, encontró su habla
perdida.
—No, vas a venir conmigo. No te
abandonaré aquí, voy a salvarte.
—Ya lo has hecho. Luke —susurró.
Deseó, por un instante, encontrar a Yoda
para agradecer cómo había entrenado a
su hijo…, pero quizá pronto estaría con
Yoda en la etérea unidad de la Fuerza. Y
con Obi-Wan.
—Padre, no te abandonaré —
protestó Luke.
Las virulentas explosiones
sacudieron el muelle de embarque,
tirando una pared y resquebrajando el
techo. Un chorro de llamas azules
brotaba de una cercana válvula de gas.
El suelo a sus pies comenzaba a
fundirse.
Vader acercó más a su hijo y habló
en su oído.
—Luke, tú tenías razón…, tenías
razón sobre mí… Di a tu hermana… que
tenías razón.
Y con eso, cerrando los ojos, Darth
Vader —Anakin Skywalker— murió.
Una violenta explosión llenó de
llamas la parte trasera del ahora infernal
muelle de embarque, arrojando a Luke
contra el suelo. Lentamente, como un
robot tambaleante, caminó hasta una de
las últimas lanzaderas.
El Halcón Milenario continuaba su
alucinante carrera por entre el laberinto
de pozos de ventilación, acercándose
cada vez más al centro de la esfera
gigante: el reactor principal. Los
cruceros Rebeldes descargaban un
continuo bombardeo sobre la expuesta e
inacabada superestructura de la Estrella
de la Muerte, causando cada impacto un
estremecimiento de la grandiosa
estación de combate y una nueva serie
de eventos catastróficos en su interior.
El Comandante Jerjerrod estaba
sentado, meditabundo, en la sala de
control de la Estrella de la Muerte
contemplando cómo todo se
desmoronaba a su alrededor. La mitad
de sus efectivos yacían muertos, heridos,
o, simplemente, habían huido en un
absurdo intento de buscar cobijo. El
resto erraba inútilmente, gritando
órdenes, haciendo fuego hacia todos los
sectores, atacando al azar a las naves
enemigas o concentrándose
desesperadamente en una sola tarea
como si en ella hallaran la salvación. O,
como Jerjerrod, meditaban tristemente.
No lograba desentrañar cuál había
sido su error. Había sido paciente, leal,
astuto, inflexible. Era el comandante de
la mayor estación de combate jamás
construida. O, al menos, casi construida.
Odiaba ahora a la Alianza Rebelde con
el odio incontrolado de un niño. Antaño
llegó a quererla porque era, para él,
como un furioso adolescente al que
podía tiranizar, un cachorro a quien
torturar. Pero el adolescente había
crecido y aprendido a pelear con
eficacia. Había roto sus ligaduras
infantiles. Jerjerrod, ahora, la odiaba
con todo su ser. Pero ya poco podía
hacer contra ella, salvo, por supuesto,
una sola cosa: destruir Endor; aún
estaba a tiempo de asestar un golpe
final. Era un pequeño acto, una propina
de recuerdo, incinerar algo verde y vivo
de forma gratuita y sin más sentido ni fin
que por el propio capricho de la
destrucción. Un pequeño acto, pero
deliciosamente satisfactorio.
—La Flota Rebelde se está
acercando, señor —dijo un ayudante,
corriendo hasta él.
—Concentrar toda la potencia de
fuego en ese sector —dijo
distraídamente. En la pared opuesta, una
consola comenzó a arder.
—Los cazas de la superestructura
están esquivando nuestro sistema de
defensa. Comandante, no deberíamos…
—Inundad los sectores 304 y 138.
Eso los contendrá —dijo Jerjerrod,
enarcando las cejas.
Esa orden no significaba nada para
el ayudante, que tuvo motivos para
preguntarse hasta qué punto el
comandante era consciente de su
desesperada situación.
—Pero, señor… —comenzó a
protestar.
—¿Cuál es el factor de rotación
necesario para alcanzar el ángulo de tiro
idóneo para destruir la Luna de Endor?
—preguntó, obsesionado, Jerjerrod.
—Punto cero dos, señor —dijo el
ayudante, tras hacer unos cálculos en la
pantalla de su computador—. Pero,
Comandante, la flota…
—Acelerar la rotación hasta que la
luna esté a tiro y luego hagan fuego
cuando yo de la orden.
—Sí, señor. —El ayudante pulsó
varias hileras de interruptores—.
Rotación acelerándose, señor. Punto
cero uno y acercándose al ángulo
preciso; sesenta segundos para
alcanzarlo. Señor, adiós, señor. —El
ayudante saludó, dejó el interruptor de
fuego en las manos de Jerjerrod,
mientras otra explosión sacudía la sala
de control, y salió corriendo por la
puerta.
Jerjerrod sonrió tranquilamente a la
pantalla de visión. Endor comenzaba a
surgir tras la órbita eclíptica de la
Estrella de la Muerte. Acarició el
detonador que yacía en su mano. Punto
cero cero cinco para alcanzar el blanco.
Gritos y chillidos brotaban en la
habitación contigua.
Treinta segundos para disparar.
Lando estaba llegando al corazón
del pozo central donde estaba el
generador. Sólo Wedge, volando justo
delante de él, y Ala Dorada,
inmediatamente tras él, le seguían.
Algunos cazas TIE no habían
abandonado aún la persecución.
Los retorcidos conductos centrales
apenas permitían el paso de dos naves a
la vez y, cada 5 o 10 segundos a la
velocidad de Lando, se curvaban
bruscamente. Un caza Imperial se
estrelló contra la pared y otro derribó a
Ala Dorada.
Ya sólo quedaban ellos dos.
Las metralletas posteriores de Lando
mantenían en constante bailoteo a los
cazas que le perseguían, hasta que, por
fin, frente a ellos, apareció el reactor
central. Jamás había visto un reactor tan
imponente.
—Es demasiado grande —vociferó
Wedge—. Mis torpedos de protones ni
siquiera le harán mella.
—Dirígete al regulador de energía
de la torre norte —guió Lando—. Yo me
ocuparé del reactor principal. Llevamos
misiles rompedores que, teóricamente,
deben penetrar. Aunque, una vez que los
soltemos, no tendremos mucho tiempo
para salir de aquí.
—Yo ya estoy saliendo —exclamó
Wedge.
Disparó sus torpedos profiriendo un
grito de guerra Corelliano, e impactando
en ambos lados de la torre norte, acto
seguido escapó acelerando al máximo.
El Halcón esperó tres peligrosos
segundos más y luego soltó, con
poderoso rugido, sus misiles
rompedores. Durante un segundo, el
resplandor fue demasiado brillante para
ver qué había sucedido. Y entonces el
reactor entero comenzó a estremecerse.
—¡Blanco directo! —gritó Lando—.
Ahora viene la parte más peliaguda.
El pozo de ventilación estaba ya
derrumbándose y creando un poderoso
efecto de succión. El Halcón maniobró a
través del retorcido conducto de salida;
a través de muros de llamas y pozos que
se combaban violentamente, siempre
levemente a la cabeza de la cadena de
continuas explosiones.
Wedge salió de la superestructura
casi a velocidad subluz, fustigó con un
rugido las cercanías de Endor y,
decelerando en un suave arco que le
llevó al espacio profundo, volvió a la
seguridad de la luna.
Instantes después, en una inestable
lanzadera Imperial, Luke abandonó el
muelle principal de embarque justo
cuando la sección entera comenzaba a
desgajarse completamente. Su
bamboleante aparato también se dirigió
hacia el verde y próximo Santuario
lunar. Y, finalmente, como escupido por
las propias llamas de la conflagración,
el Halcón Milenario salió disparado
hacia Endor sólo brevísimos instantes
antes de que la Estrella de la Muerte
flameara brillantemente hacia el olvido,
como si fuera una vertiginosa y
deslumbradora supernova.
Han estaba vendando la herida del
brazo de Leia en un vallecito de
helechos en el momento en que estalló la
Estrella de la Muerte. La fabulosa
explosión atrajo la atención de todo el
mundo estuvieran donde estuvieran:
Ewoks, soldados de asalto prisioneros,
tropas Rebeldes, todos contemplaron la
turbulenta y final llamarada
autodestructiva que refulgió en el cielo
vespertino. Los Rebeldes vitorearon.
Leia acarició la mejilla de Han; él
se inclinó y la besó tiernamente, luego
se reclinó, enfocando con sus ojos al
cielo estrellado.
—Oye —dijo propinando un
empellón a Leia—: apuesto a que Luke
escapó de esa cosa antes de que
estallara.
—Lo hizo. Puedo sentirlo —asintió.
La presencia vital de su hermano le
llegaba a través de la Fuerza, y Leia
respondió a la llamada para tranquilizar
a Luke. Todo encajaba armónicamente.
Han miró a Leia rebosante de amor,
un amor especial. Porque Leia era una
mujer especial. Princesa no por título,
sino por corazón. Su fortaleza le
asombraba, aunque ella no la tuviera en
cuenta. Antaño lo quiso todo para sí
mismo y siguió siempre los dictados de
su capricho; ahora deseaba todo para
ella. Y una cosa que, claramente, Leia
deseaba era a Luke.
—Realmente te importa mucho Luke,
¿no es cierto? —preguntó Han.
Ella asintió escrutando el cielo. Él
estaba vivo, Luke estaba vivo. Y el otro,
el Oscuro, había muerto.
—Bueno: escucha —continuó Han
—. Yo te comprendo. Cuando él vuelva,
no bloquearé vuestro camino…
Ella miró de soslayo a Han, dándose
súbita cuenta de que sus pensamientos
eran distintos, que tenían diferentes
conversaciones.
—¿De qué estás hablando? —
preguntó, y entonces advirtió lo que
sucedía—. ¡Oh, no! No —rió—, no es
así para nada… Luke es mi hermano.
Han se sintió sucesivamente
aturdido, embarazado y regocijado. Esto
hacía que todo fuera maravilloso,
sencillamente maravilloso.
La tomó en sus brazos, estrechándola
fuertemente, mientras se reclinaban
sobre los helechos…, teniendo sumo
cuidado con el brazo herido; y yació
junto a ella bajo el brillo menguante de
la ardiente Estrella.
Luke estaba de pie, en un claro de la
floresta, frente a un gran cúmulo de
troncos y ramas. Yaciendo, inmóvil y
envuelto en sus túnicas, sobre el túmulo,
estaba el cuerpo inanimado de Darth
Vader. Luke aplicó una antorcha a la
leña.
A medida que las llamas envolvían
al cuerpo, el humo surgió por las
aberturas de su máscara, como un negro
espíritu que así se liberara.
Luke contemplaba la conflagración
con tremendo pesar. Silenciosamente
envió un último adiós. Él, sólo él, había
creído en la pequeña brizna de
humanidad que albergaba su Padre. La
redención, junto con las llamas,
ascendió en el aire claro de la noche.
Luke siguió con la vista a los
incandescentes rescoldos que flotaban
hacia el cielo. Se mezclaban, en su
visión, con los fuegos artificiales con
que los Rebeldes celebraban su victoria.
Y ambos, a su vez, se combinaban con
las hogueras que moteaban los bosques y
el poblado Ewok; ruegos de solaz y
triunfo. Podía oír los tambores
retumbando y la música tejiéndose en
torno al resplandor de las hogueras; las
aclamaciones y risas de la alegre
reunión. Luke clamaba en silencio,
mientras miraba fijamente al fuego de su
victoria y su pérdida.
Una enorme hoguera relumbraba en
el centro de la plaza del poblado en
celebración de esa noche memorable.
Rebeldes y Ewoks se regocijaban junto
a la cálida fogata en la fría noche;
bailando, cantando y riendo con el
lenguaje común de la liberación. Incluso
Teebo y Tres-peo se habían reconciliado
y esbozaron unos pasos de danza,
mientras los demás daban palmadas al
ritmo de la música. 3PO, dejando atrás
sus días como deidad, se contentaba con
sentarse cerca del pequeño robot que
era su mejor amigo en el universo.
Agradeció al Hacedor que el Capitán
Solo hubiera sido capaz de recomponer
a R2 —por no mencionar a la amita Leia
—. Para ser un hombre sin protocolo.
Solo tenía sus momentos. Y también
agradeció al Hacedor porque esa
sangrienta guerra había finalizado.
Los prisioneros habían sido
enviados en lanzaderas a lo que quedaba
de la maltrecha Flota Imperial; los
cruceros Rebeldes, arriba, en algún
lugar, ya se ocupaban de todo eso. La
Estrella de la Muerte se había
consumido totalmente.
Han, Leia y Chewbacca se
mantenían ligeramente aparte de los
festivos jaraneros. Estaban cerca el uno
del otro, sin hablar, mirando
periódicamente al sendero que conducía
al poblado. Medio esperando y medio
intentando no esperar; incapaces de
hacer ninguna otra cosa.
Hasta que, por fin, su paciencia fue
recompensada: Luke y Lando, exhaustos
pero felices, se tambalearon por el
sendero, saliendo de las sombras
camino a la luz. Sus amigos se
precipitaron a recibirlos. Todos se
abrazaron, gritaron entusiasmados,
saltaron de alegría y, finalmente,
hicieron un corrillo; incapaces de
hablar, contentos por la presencia y
calor de sus personas.
Un rato después, los dos robots se
acercaron, también silenciosos, para
estar junto a sus más queridos
camaradas.
Los peludos Ewoks continuaron la
celebración, con júbilo salvaje, hasta
bien entrada la noche, mientras el
pequeño y compacto grupo de bizarros
aventureros observaba desde un rincón.
Durante un efímero instante, mientras
contemplaba la hoguera, Luke creyó ver
unos rostros danzando —Yoda, Ben,
¿era ése su padre?—. Se apartó de sus
compañeros intentando ver lo que los
rostros expresaban; eran demasiado
fugaces y hablaban sólo con las sombras
de las llamas…, y entonces
desaparecieron al unísono.
Por un instante, Luke se entristeció,
pero Leia, cogiéndole de la mano, le
atrajo junto a los demás. De vuelta al
cálido circulo de camaradería y amor.
El Imperio había muerto.
Larga vida a la Alianza.
JAMES KAHN (Chicago, USA,
Diciembre 30, 1947) es un especialista
medico y escritor, mas conocido por la
novelización de la pelicula "Star Wars
Episodio VI: El retorno del Jedi".
Nacido en Chicago el 30 de diciembre
de 1947, Kahn ha realizado estudios
medicos en la universidad de Chicago.
En su entregamientos luego de
graduarse, se especializó en
emergenciología médica, el cual
completó en "USC-LA Contry Hospital"
y la UCLA.
Sus trabajos originales incluyen tres
novelas en "El nuevo mundo" (The New
Worl Series) World Enough, and time
(1980), Time's Dark Laughter (1982), y
Timefall (1987).
Así como "El retorno del Jedi", ha
escrito las novelizaciones de las
películas, Poltergeist e Indiana Jones
And the temple of Doom, tambien ha
escrito para series muy reconocidas
como Melrose Place, y Star Trek: The
Next Generation. Era tambien el
productor de Melrose Place desde 1996
hasta 1998.
Notas
[1]La palabra Sky es tanto el inicio del
nombre Skywalker como, también,
Cielo. Juego de palabras intraducible,
que se realiza doblemente en el siguiente
párrafo. <<

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