Los elementos del sustrato histórico. Espacio y Tiempo. El espacio geográfico. En la tradición historiográfica Mesopotamia y Egipto, con sus analogías y diferencias, constituyen la clave del proceso histórico próximo-oriental desde su inicio, aunque posteriormente otros pueblos y estados del área o ajenos a ella adquirieron también un cierto protagonismo. El “origen de la civilización” se da en estas dos áreas, en fechas similares, dado que al parecer ambas, aun con características geográficas diferentes, encajan en el mismo patrón ecológico. El paradigma ecológico. Mesopotamia. Las condiciones naturales del espacio mesopotámico no son favorables al asentamiento humano; la propia civilización parece haber surgido aquí como solución a un problema ecológico, o, como reto ante elementos negativos del “medio” como el clima, la esterilidad del suelo o los desbordamientos de los ríos, entendiendo la ecología como el estudio de las interrelaciones de los seres vivos entre sí y con el medio que los rodea. En este ámbito, surgió la primera civilización del mundo, lo que equivale a decir que “comenzó la historia”. Otros argumentos permiten definir el espacio mesopotámico como “privilegiado “. En primer lugar, Mesopotamia forma parte de la región conocida tradicionalmente como Creciente Fértil, cuyo suelo debió ser considerado un oasis frente a la esterilidad de las tierras desérticas vecinas. En segundo lugar, Mesopotamia, disponía de agua en abundancia. Fue en la región de la Mesopotamia baja, donde surgieron las primeras comunidades urbanas que darían origen a las primeras sociedades estatales. Consecuencia: el control del agua y no la modificación de las condiciones naturales fue el método utilizado por los antiguos mesopotámicos para crear un hábitat que garantizara supervivencia. En pocos siglos, el ámbito bajo- mesopotámico pasó de ser una región inhóspita a una zona de atracción permanente para las poblaciones vecinas del desierto, de las montañas próximas e incluso de pueblos más alejados que, intentaron imponer su control sobre esta área. Pero a ello contribuyeron también otros factores, no solo los geográficos o ecológicos. Egipto. La situación en Egipto era completamente distinta, donde el Nilo, era considerado un “don” de los dioses el cual permitía fertilizar las tierras situadas a ambos lados de su cauce. Las condiciones climáticas de Egipto no eran más favorables que las de Mesopotamia. Era natural que las zonas próximas a este lugar fueran originariamente áreas pantanosas o lacustres que albergaban una rica fauna, sobre todo de aves acuáticas. El sistema de canalización e irrigación constituyo la base organizativa de las llamadas “sociedades hidráulicas”. Gran parte del terreno cultivable del “país” se concentraba en el Nilo, en la región del Delta, mientras que el “oasis” del Valle constituía tan solo un tercio del suelo productivo. El control sobre el agua de lluvia y fluvial se asoció aquí a poderes mágico-religiosos que propiciaron la aparición del Estado cuando sus depositarios lograron la fuerza necesaria para imponerse sobre otros miembros rivales de la primitiva comunidad. La construcción del espacio geográfico, Tanto en Mesopotamia como en Egipto el factor geográfico y la situación económica no explican por si sola la emergencia de la civilización histórica, de la ciudad, del Estado en regiones determinadas de estos ámbitos. Las condiciones naturales fueron condicionantes, pero en ningún caso determinantes, del paso temprano de la Protohistoria a la Historia en algunos enclaves, precisamente aquellos en los que el “espacio” histórico se conformó bajo la influencia e interacción de otros factores concurrentes. En historiografía esta noción ha acabado suplantando a la geográfica, que tradicionalmente pretendía explicar el origen de las civilizaciones en función de las condiciones del medio natural. El espacio “geográfico” define una realidad física y humana en cuanto a entidad permanente, el “histórico “se refiere a las realidades sociales y en consecuencia, cambiantes, sin prejuicio de que estas evolucionen antes después, más rápida o lentamente. En la historiografía se habla también de “espacios” diversos: político, económico, ideológico, religioso, cultural, etc., aunque todos ellos constituyen el “espacio histórico”. La construcción del espacio histórico de estas primeras sociedades próximo-orientales es el resultado de dos tendencias complementarias: una, política, en cuanto que las necesidades de defensa y mayores recursos rompen con el tradicional aislamiento de comunidades dispersas, demasiado vulnerables a la penetración de comunidades vecinas o a la ocupación de su territorio por otros grupos, esta tendencia llevaría a la formación de estados territoriales (imperios); otra, económica, impulsada por la falta de recursos suficientes para el mantenimiento de la nueva comunidad, incrementada por vía externa (inmigraciones) o interna (crecimiento demográfico), tendencia que abocó a mantener contactos con otros pueblos, próximos o lejanos, que proporcionaban las materias primas de las que la comunidad era deficitaria, con el consiguiente desarrollo del comercio y la configuración de un incipiente sistema de mercado, en virtud del cual se daba salida a la producción excedentaria agrícola o artesanal. Las comunidades bajo-mesopotámicas, evolucionaron más rápidamente hacia formas urbanas. Las culturas protohistóricas aportaron los elementos básicos que definen el estadio de civilización que, se corresponde con la formación del Estado: aumento del núcleo habitado, producción cerámica diferenciada de la agrícola, difusión del uso del metal, escritura, y, en fin, una cierta organización de los grupos existentes dentro de la comunidad. “Civilización” no es un término opuesto a “culturas” sino más bien complementario, un estadio más evolucionado que implica ya un cierto grado de organización social basada en la producción, control y distribución de los recursos existentes. A pesar de que estas primeras comunidades urbanas son definidas generalmente como “agrícolas”, es difícilmente cuestionable que las relaciones de intercambio hayan desempeñado en ellas un importante papel en los primeros momentos. La ubicación de Mesopotamia baja en uno de los más importantes ejes de rutas comerciales de la Antigüedad favoreció sin duda este temprano desarrollo. El elemento humano: etnias y lenguas. En los casi 25 siglos de historia “antigua” el Próximo Oriente conoció la llegada de multitud de pueblos de procedencia étnica y lingüística, distintos grados de desarrollo cultural y económico, que conforman la imagen de una evolución en fases sucesivas. El mundo asiático y africano antiguos, lo que se denomina genéricamente Próximo Oriente, incluye un mosaico de pueblos y culturas poco común en otras áreas de civilización histórica. Todos estos grupos presentan dificultades de identificación derivadas tanto de un temprano contacto entre sí como de las características comunes a sus peculiares modos de vida. El elemento sumerio: la cuestión de su origen. La primera cuestión es saber si se trata de una cultura autóctona o introducida por un grupo originariamente ajeno al ámbito mesopotámico. Durante algún tiempo se creyó que esta cultura primigenia, que lego la escritura cuneiforme, no era sino el precedente semítico de los asirios y los babilonios. Pero el descubrimiento de los archivos de Lagash a finales del pasado siglo infundio la sospecha de que la lengua hablada por los sumerios no era semítica, sino perteneciente a un tronco lingüístico desconocido. Otras características linguisticas del sumerio, como la frecuencia de radicales monosilábicos y su carácter de lengua aglutinante, presenta claras analogías con lenguas orientales mas lejanas, por lo que no puede descartarse ese posible origen. Los restos arqueológicos proporcionan ejemplares de un grupo humano cuyos rasgos fisionómicos hallados no concuerdan con los tradicionales del grupo semítico, sino que presentan rasgos propios tanto del tipo alpino como del negroide e incluso transcaucásico. En consecuencia, la identificación de la lengua sumeria y el origen de este pueblo quedan en gran medida irresueltos, a la espera de que nuevos descubrimientos arqueológicos, permita esclarecer el que sigue siendo el primer “enigma” de la historia. El grupo camítico: su identidad. Hace tan solo unas décadas se consideraba que el carácter esencialmente africano de los egipcios se debía a su vinculación al grupo de lenguas camíticas, habladas por los pueblos del desierto africano desde Somalia a Libia. El carácter originario de la población egipcia no se habría modificado por la influencia de otros grupos procedentes tanto del Norte y del Sur, como del Oeste y el Este, sino que más bien habría sido asimilado como elementos de la mixtificada cultura egipcia, en la que sin duda el componente africano predominaba sobre el asiático, del mismo modo que el elemento blanco autóctono predominaba sobre el negroide. Desde el punto de vista lingüístico la identidad del egipcio antiguo como una rama del grupo camítico africano no es clara. La mayor dificultad estriba en el hecho de que la escritura pictográfica egipcia no evoluciono, hacia un sistema de alfabético de signos, por lo que resulta arriesgado establecer una estructura lingüística a partir de los signos fonéticos e ideográficos, que en su forma más evolucionada hacen prácticamente irreconocible los prototipos originarios. La escritura egipcia permite formar conjuntos silábicos e incluso aislar caracteres alfabéticos. Pero cuando esta lengua debería haber evolucionado hacia un sistema más flexible de expresión de ideas y conceptos, se difundió en Egipto el uso del griego, lengua en la que fue recogida la tradición egipcia contenida en los papiros. El grupo semítico: su variedad. El tronco semítico incluye lenguas aparentemente tan dispares como el acadio, hebreo, árabe, fenicio, elbaíta, etc., lo que implica un área de difusión muy dispersa que impidió la cohesión política de sus componentes. Esta amplitud aconseja dividir el tronco originario en varias ramas o subgrupos: semítico-oriental, semítico-occidental, y semítico-africano. El primero y el más antiguo corresponden a los escritos del ámbito mesopotámico. El grupo semítico-occidental es sin duda el más diversificado, fragmentación que se corresponde bien con las diversas entidades políticas del ámbito sirio-fenicio y arábigo. Finalmente, el africano, considerado hoy un grupo de lenguas de carácter semítico, incluiría lenguas no solo muy distintas a las semíticas occidentales y orientales, sino también con notorias diferencias entre sí. La identificación de este último grupo como semítico ha roto la supuesta homogeneidad tradicional del grupo asiático. Esta falta de homogeneidad no es ajena al peculiar modo de vida nomádica de estos pueblos, ligada desde tiempos inmemoriales al desierto. El desierto de Arabia parece haber sido foco originario de un grupo que se extenderá después al Este, Oeste y Sur buscando llanuras cultivables. Se conoce comúnmente como indoeuropeos al grupo de pueblos que hizo su aparición en Asia occidental. Se hace una distinción entre un “sustrato común IE”, correspondiente a lenguas y pueblos de época protohistórica, y el “grupo IE”, de pueblos que hablaban lenguas de origen indoeuropeo en época histórica tanto en Asia como en Europa. La evolución de cada uno de estos pueblos fue diferente según la duración de su trayectoria y el contacto con pueblos del grupo-IE que permanecieron unidos durante generaciones e incluso siglos, por el contrario, escasa entre lenguas periféricas al ámbito indoeuropeo tradicional. Estas notorias diferencias han llevado a dividir el conjunto en dos subgrupos: el llamado “centum”, por la forma en que casi todas ellas denominan al numeral “cien”, agrupa a todas las lenguas europeas excepto báltico y eslavo; el subgrupo “satem” que incluye a todas las lenguas orientales. Las lenguas más arcaicas, conservarían rasgos más próximos al sustrato IE, mientras que las más evolucionadas o “clásicas”, presentarían menos homogeneidad dando lugar a múltiples dialectos y, finalmente, a las lenguas romances europeas. Cronologías y periodización básica. Los historiadores suelen fechar de forma precisa los acontecimientos históricos de acuerdo con los datos proporcionados por fuentes antiguas, arqueológicas o escritas. Reducir la expresión del tiempo histórico a una serie de cronologías absolutas resulta arriesgado, sobre todo si se trata de periodos en que presentas varios grados de fiabilidad: mayor, las más recientes, menor e incluso nulo, las más remotas. En el ámbito de las cronologías absolutas la arqueología utiliza tres procedimientos usuales de datación: estratigrafía, dendrocronología y carbono 14. Todos ellos presentan importantes limitaciones. Los arqueólogos suelen datar en términos circa y resultan poco fiables las fechas aportadas por este procedimiento. La dendrocronología, es más segura, aunque poco utilizada: consiste en establecer la datación de un resto arbóreo por el número y grosor de las capas acumuladas en su corteza, que son diferentes en cada área pero idénticos en una zona determinada. Mediante secuencias progresivas, partiendo de los troncos recientes hasta los restos más antiguos, se ha llegado a establecer la cronología de las diversas áreas en términos de anualidad. Por otra parte, la datación por el C14 se aplica a restos orgánicos de gran antigüedad, basándose en el hecho de que un isotopo radioactivo del carbono se consume progresivamente después de la muerte, de tal manera que la cantidad de C14 contenida después de 5.568 años, lo que permite determinar el momento de la muerte en función del C14 perdido. Esta forma de datación se ha revelado bastante imprecisa, por lo que suele ir seguida de la expresión plus minus, que debe entenderse como aproximación u oscilación. La historiografía aporta dos maneras de datación más: uno, basado en testimonios escritos y fechados del pasado; otro, en la comparación de estos con otros testimonios no fechados. Para el primero se han utilizado sobre todo Crónicas y Listas Reales, aunque elaboradas mucho después. En estos documentos se observa también que no hay un único criterio de datación, siendo los más usuales los llamados “nombres de año”, los “epónimos” y los “años de reinado”. Tanto en Mesopotamia como en Egipto, se opta por una “cronología relativa”, que se define como relación temporal entre dos hechos conocidos, sin perjuicio de que las dataciones fiables sean incorporadas en el discurso a fin de situar hechos y personajes en un marco cronológico preciso. Por tanto, cronología “absoluta” y “relativa” no son excluyentes sino complementarias y constituye la base sobre la que se establece cualquier tentativa de periodización general.
Zacarías Moutoukias - NUEVA HISTORIA ARGENTINA. TOMO 2. LA SOCIEDAD COLONIAL - Capítulo 09. Gobierno y Sociedad en El Tucumán y El Río de La Plata, 1550-1800