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Capítulo 1 Gonzalo Bravo.

Estados, pueblos y sociedades próximo-orientales.


Los elementos del sustrato histórico.
Espacio y Tiempo.
El espacio geográfico.
En la tradición historiográfica Mesopotamia y Egipto, con
sus analogías y diferencias, constituyen la clave del
proceso histórico próximo-oriental desde su inicio, aunque
posteriormente otros pueblos y estados del área o ajenos a
ella adquirieron también un cierto protagonismo.
El “origen de la civilización” se da en estas dos áreas, en
fechas similares, dado que al parecer ambas, aun con
características geográficas diferentes, encajan en el mismo
patrón ecológico.
El paradigma ecológico.
Mesopotamia.
Las condiciones naturales del espacio mesopotámico no
son favorables al asentamiento humano; la propia
civilización parece haber surgido aquí como solución a un
problema ecológico, o, como reto ante elementos negativos
del “medio” como el clima, la esterilidad del suelo o los
desbordamientos de los ríos, entendiendo la ecología como
el estudio de las interrelaciones de los seres vivos entre sí
y con el medio que los rodea.
En este ámbito, surgió la primera civilización del mundo, lo
que equivale a decir que “comenzó la historia”.
Otros argumentos permiten definir el espacio
mesopotámico como “privilegiado “.
En primer lugar, Mesopotamia forma parte de la región
conocida tradicionalmente como Creciente Fértil, cuyo
suelo debió ser considerado un oasis frente a la esterilidad
de las tierras desérticas vecinas. En segundo lugar,
Mesopotamia, disponía de agua en abundancia.
Fue en la región de la Mesopotamia baja, donde surgieron
las primeras comunidades urbanas que darían origen a las
primeras sociedades estatales.
Consecuencia: el control del agua y no la modificación de
las condiciones naturales fue el método utilizado por los
antiguos mesopotámicos para crear un hábitat que
garantizara supervivencia. En pocos siglos, el ámbito bajo-
mesopotámico pasó de ser una región inhóspita a una zona
de atracción permanente para las poblaciones vecinas del
desierto, de las montañas próximas e incluso de pueblos
más alejados que, intentaron imponer su control sobre esta
área. Pero a ello contribuyeron también otros factores, no
solo los geográficos o ecológicos.
Egipto.
La situación en Egipto era completamente distinta, donde el
Nilo, era considerado un “don” de los dioses el cual
permitía fertilizar las tierras situadas a ambos lados de su
cauce.
Las condiciones climáticas de Egipto no eran más
favorables que las de Mesopotamia. Era natural que las
zonas próximas a este lugar fueran originariamente áreas
pantanosas o lacustres que albergaban una rica fauna,
sobre todo de aves acuáticas.
El sistema de canalización e irrigación constituyo la base
organizativa de las llamadas “sociedades hidráulicas”.
Gran parte del terreno cultivable del “país” se concentraba
en el Nilo, en la región del Delta, mientras que el “oasis” del
Valle constituía tan solo un tercio del suelo productivo. El
control sobre el agua de lluvia y fluvial se asoció aquí a
poderes mágico-religiosos que propiciaron la aparición del
Estado cuando sus depositarios lograron la fuerza
necesaria para imponerse sobre otros miembros rivales de
la primitiva comunidad.
La construcción del espacio geográfico,
Tanto en Mesopotamia como en Egipto el factor geográfico
y la situación económica no explican por si sola la
emergencia de la civilización histórica, de la ciudad, del
Estado en regiones determinadas de estos ámbitos.
Las condiciones naturales fueron condicionantes, pero en
ningún caso determinantes, del paso temprano de la
Protohistoria a la Historia en algunos enclaves,
precisamente aquellos en los que el “espacio” histórico se
conformó bajo la influencia e interacción de otros factores
concurrentes. En historiografía esta noción ha acabado
suplantando a la geográfica, que tradicionalmente
pretendía explicar el origen de las civilizaciones en función
de las condiciones del medio natural.
El espacio “geográfico” define una realidad física y humana
en cuanto a entidad permanente, el “histórico “se refiere a
las realidades sociales y en consecuencia, cambiantes, sin
prejuicio de que estas evolucionen antes después, más
rápida o lentamente. En la historiografía se habla también
de “espacios” diversos: político, económico, ideológico,
religioso, cultural, etc., aunque todos ellos constituyen el
“espacio histórico”.
La construcción del espacio histórico de estas primeras
sociedades próximo-orientales es el resultado de dos
tendencias complementarias: una, política, en cuanto que
las necesidades de defensa y mayores recursos rompen
con el tradicional aislamiento de comunidades dispersas,
demasiado vulnerables a la penetración de comunidades
vecinas o a la ocupación de su territorio por otros grupos,
esta tendencia llevaría a la formación de estados
territoriales (imperios); otra, económica, impulsada por la
falta de recursos suficientes para el mantenimiento de la
nueva comunidad, incrementada por vía externa
(inmigraciones) o interna (crecimiento demográfico),
tendencia que abocó a mantener contactos con otros
pueblos, próximos o lejanos, que proporcionaban las
materias primas de las que la comunidad era deficitaria,
con el consiguiente desarrollo del comercio y la
configuración de un incipiente sistema de mercado, en
virtud del cual se daba salida a la producción excedentaria
agrícola o artesanal.
Las comunidades bajo-mesopotámicas, evolucionaron más
rápidamente hacia formas urbanas.
Las culturas protohistóricas aportaron los elementos
básicos que definen el estadio de civilización que, se
corresponde con la formación del Estado: aumento del
núcleo habitado, producción cerámica diferenciada de la
agrícola, difusión del uso del metal, escritura, y, en fin, una
cierta organización de los grupos existentes dentro de la
comunidad. “Civilización” no es un término opuesto a
“culturas” sino más bien complementario, un estadio más
evolucionado que implica ya un cierto grado de
organización social basada en la producción, control y
distribución de los recursos existentes.
A pesar de que estas primeras comunidades urbanas son
definidas generalmente como “agrícolas”, es difícilmente
cuestionable que las relaciones de intercambio hayan
desempeñado en ellas un importante papel en los primeros
momentos. La ubicación de Mesopotamia baja en uno de
los más importantes ejes de rutas comerciales de la
Antigüedad favoreció sin duda este temprano desarrollo.
El elemento humano: etnias y lenguas.
En los casi 25 siglos de historia “antigua” el Próximo
Oriente conoció la llegada de multitud de pueblos de
procedencia étnica y lingüística, distintos grados de
desarrollo cultural y económico, que conforman la imagen
de una evolución en fases sucesivas.
El mundo asiático y africano antiguos, lo que se denomina
genéricamente Próximo Oriente, incluye un mosaico de
pueblos y culturas poco común en otras áreas de
civilización histórica.
Todos estos grupos presentan dificultades de identificación
derivadas tanto de un temprano contacto entre sí como de
las características comunes a sus peculiares modos de
vida.
El elemento sumerio: la cuestión de su origen.
La primera cuestión es saber si se trata de una cultura
autóctona o introducida por un grupo originariamente ajeno
al ámbito mesopotámico.
Durante algún tiempo se creyó que esta cultura primigenia,
que lego la escritura cuneiforme, no era sino el precedente
semítico de los asirios y los babilonios. Pero el
descubrimiento de los archivos de Lagash a finales del
pasado siglo infundio la sospecha de que la lengua
hablada por los sumerios no era semítica, sino
perteneciente a un tronco lingüístico desconocido.
Otras características linguisticas del sumerio, como la
frecuencia de radicales monosilábicos y su carácter de
lengua aglutinante, presenta claras analogías con lenguas
orientales mas lejanas, por lo que no puede descartarse
ese posible origen.
Los restos arqueológicos proporcionan ejemplares de un
grupo humano cuyos rasgos fisionómicos hallados no
concuerdan con los tradicionales del grupo semítico, sino
que presentan rasgos propios tanto del tipo alpino como del
negroide e incluso transcaucásico.
En consecuencia, la identificación de la lengua sumeria y el
origen de este pueblo quedan en gran medida irresueltos, a
la espera de que nuevos descubrimientos arqueológicos,
permita esclarecer el que sigue siendo el primer “enigma”
de la historia.
El grupo camítico: su identidad.
Hace tan solo unas décadas se consideraba que el carácter
esencialmente africano de los egipcios se debía a su
vinculación al grupo de lenguas camíticas, habladas por los
pueblos del desierto africano desde Somalia a Libia.
El carácter originario de la población egipcia no se habría
modificado por la influencia de otros grupos procedentes
tanto del Norte y del Sur, como del Oeste y el Este, sino
que más bien habría sido asimilado como elementos de la
mixtificada cultura egipcia, en la que sin duda el
componente africano predominaba sobre el asiático, del
mismo modo que el elemento blanco autóctono
predominaba sobre el negroide. Desde el punto de vista
lingüístico la identidad del egipcio antiguo como una rama
del grupo camítico africano no es clara.
La mayor dificultad estriba en el hecho de que la escritura
pictográfica egipcia no evoluciono, hacia un sistema de
alfabético de signos, por lo que resulta arriesgado
establecer una estructura lingüística a partir de los signos
fonéticos e ideográficos, que en su forma más
evolucionada hacen prácticamente irreconocible los
prototipos originarios. La escritura egipcia permite formar
conjuntos silábicos e incluso aislar caracteres alfabéticos.
Pero cuando esta lengua debería haber evolucionado hacia
un sistema más flexible de expresión de ideas y conceptos,
se difundió en Egipto el uso del griego, lengua en la que
fue recogida la tradición egipcia contenida en los papiros.
El grupo semítico: su variedad.
El tronco semítico incluye lenguas aparentemente tan
dispares como el acadio, hebreo, árabe, fenicio, elbaíta,
etc., lo que implica un área de difusión muy dispersa que
impidió la cohesión política de sus componentes. Esta
amplitud aconseja dividir el tronco originario en varias
ramas o subgrupos: semítico-oriental, semítico-occidental,
y semítico-africano. El primero y el más antiguo
corresponden a los escritos del ámbito mesopotámico. El
grupo semítico-occidental es sin duda el más diversificado,
fragmentación que se corresponde bien con las diversas
entidades políticas del ámbito sirio-fenicio y arábigo.
Finalmente, el africano, considerado hoy un grupo de
lenguas de carácter semítico, incluiría lenguas no solo muy
distintas a las semíticas occidentales y orientales, sino
también con notorias diferencias entre sí. La identificación
de este último grupo como semítico ha roto la supuesta
homogeneidad tradicional del grupo asiático. Esta falta de
homogeneidad no es ajena al peculiar modo de vida
nomádica de estos pueblos, ligada desde tiempos
inmemoriales al desierto.
El desierto de Arabia parece haber sido foco originario de
un grupo que se extenderá después al Este, Oeste y Sur
buscando llanuras cultivables.
Se conoce comúnmente como indoeuropeos al grupo de
pueblos que hizo su aparición en Asia occidental.
Se hace una distinción entre un “sustrato común IE”,
correspondiente a lenguas y pueblos de época
protohistórica, y el “grupo IE”, de pueblos que hablaban
lenguas de origen indoeuropeo en época histórica tanto en
Asia como en Europa. La evolución de cada uno de estos
pueblos fue diferente según la duración de su trayectoria y
el contacto con pueblos del grupo-IE que permanecieron
unidos durante generaciones e incluso siglos, por el
contrario, escasa entre lenguas periféricas al ámbito
indoeuropeo tradicional. Estas notorias diferencias han
llevado a dividir el conjunto en dos subgrupos: el llamado
“centum”, por la forma en que casi todas ellas denominan al
numeral “cien”, agrupa a todas las lenguas europeas
excepto báltico y eslavo; el subgrupo “satem” que incluye a
todas las lenguas orientales.
Las lenguas más arcaicas, conservarían rasgos más
próximos al sustrato IE, mientras que las más
evolucionadas o “clásicas”, presentarían menos
homogeneidad dando lugar a múltiples dialectos y,
finalmente, a las lenguas romances europeas.
Cronologías y periodización básica.
Los historiadores suelen fechar de forma precisa los
acontecimientos históricos de acuerdo con los datos
proporcionados por fuentes antiguas, arqueológicas o
escritas. Reducir la expresión del tiempo histórico a una
serie de cronologías absolutas resulta arriesgado, sobre
todo si se trata de periodos en que presentas varios grados
de fiabilidad: mayor, las más recientes, menor e incluso
nulo, las más remotas. En el ámbito de las cronologías
absolutas la arqueología utiliza tres procedimientos usuales
de datación: estratigrafía, dendrocronología y carbono 14.
Todos ellos presentan importantes limitaciones.
Los arqueólogos suelen datar en términos circa y resultan
poco fiables las fechas aportadas por este procedimiento.
La dendrocronología, es más segura, aunque poco
utilizada: consiste en establecer la datación de un resto
arbóreo por el número y grosor de las capas acumuladas
en su corteza, que son diferentes en cada área pero
idénticos en una zona determinada. Mediante secuencias
progresivas, partiendo de los troncos recientes hasta los
restos más antiguos, se ha llegado a establecer la
cronología de las diversas áreas en términos de anualidad.
Por otra parte, la datación por el C14 se aplica a restos
orgánicos de gran antigüedad, basándose en el hecho de
que un isotopo radioactivo del carbono se consume
progresivamente después de la muerte, de tal manera que
la cantidad de C14 contenida después de 5.568 años, lo
que permite determinar el momento de la muerte en función
del C14 perdido. Esta forma de datación se ha revelado
bastante imprecisa, por lo que suele ir seguida de la
expresión plus minus, que debe entenderse como
aproximación u oscilación.
La historiografía aporta dos maneras de datación más: uno,
basado en testimonios escritos y fechados del pasado; otro,
en la comparación de estos con otros testimonios no
fechados. Para el primero se han utilizado sobre todo
Crónicas y Listas Reales, aunque elaboradas mucho
después. En estos documentos se observa también que no
hay un único criterio de datación, siendo los más usuales
los llamados “nombres de año”, los “epónimos” y los “años
de reinado”.
Tanto en Mesopotamia como en Egipto, se opta por una
“cronología relativa”, que se define como relación temporal
entre dos hechos conocidos, sin perjuicio de que las
dataciones fiables sean incorporadas en el discurso a fin de
situar hechos y personajes en un marco cronológico
preciso. Por tanto, cronología “absoluta” y “relativa” no son
excluyentes sino complementarias y constituye la base
sobre la que se establece cualquier tentativa de
periodización general.

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