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El boom inmobiliario mundial: crisis y especulación fiduciaria,

impactos en la urbanización y en los desarrollos habitacionales.

Román Munguía Huato


2 de octubre del 2008

Pero resulta difícil ver beneficios semejantes en la errónea asignación en masa de recursos a la
vivienda. Las casas recién construidas para familias que no podían pagarlas se deterioran y se
destruyen, a medida que millones de familias se ven obligadas a abandonar sus hogares en
algunas comunidades y el gobierno ha tenido que intervenir por fin... para retirar las ruinas.
En otras, se extiende la plaga. De modo que incluso los que han sido ciudadanos modelo,
han contraído préstamos prudenciales y han mantenido sus hogares, ahora se encuentran con
que los mercados han disminuido el valor de sus hogares más de lo que habrían podido temer
en sus peores pesadillas. Desde luego, hubo algunos beneficios a corto plazo del exceso de
inversión en el sector inmobiliario: algunos americanos (tal vez sólo durante algunos meses)
gozaron de los placeres de la propiedad de una vivienda y de la vida en una casa mayor de
aquella a la que, de lo contrario, habrían podido aspirar, pero, ¡con qué costo para sí mismos y
para la economía mundial! Millones de personas van a perder sus ahorros de toda la vida, al
perder sus hogares, y las ejecuciones de las hipotecas han precipitado una desaceleración
mundial. Existe un consenso cada vez mayor sobre el pronóstico: la contracción será
prolongada y generalizada.

Joseph E. Stiglitz

El “boom” inmobiliario mundial es la mayor burbuja financiera de la historia.


Cuanto mayor sea el auge, mayor será el derrumbe, cuando ello ocurra…
La forma como llegue a su fin el auge inmobiliario actual podría marcar
el curso que seguirá la economía de todo el mundo en los próximos años

The Economist

M EGAQUIEBRA EN EU. Bancarrota de Lehman Brothers desata crisis


bursátil. Mercados en Asia y Europa afectados; Bank of America compra
Merril Lynch para atenuar efectos. Tal era el encabezado principal de la
mayoría de los periódicos el pasado lunes 15 de septiembre. En efecto,
Lehman Brothers, el cuarto banco de inversiones más importante de Estados
Unidos, había anunciado la noche anterior su bancarrota y desatado el temor
sobre un lunes negro en los mercados financieros. “Crisis bursátil”, también
había anunciado el día anterior en su portada The Wall Street Journal. El
terremoto bursátil tiene como epicentro, precisamente, Wall Street, el corazón
financiero mundial. Los expertos analistas comparan esta crisis económica
como una crisis que no se veía desde los años de la gran depresión de 1929 y
algunos la consideran la peor crisis en los últimos 100 años, en una palabra: la
crisis del siglo…, pero falta por ver lo que viene en los próximos 21 años, hasta
el centenario del Crack y la Gran Depresión. 1 Vivimos en una sociedad
subprime, o para decirlo junto con Ulrich Beck, vivimos en la sociedad del (alto)
riesgo.2
2

Los signos de alarma de la crisis hipotecaria iniciaron en agosto del 2007 en los
Estados Unidos, especialmente en los Estados de Florida, California y Arizona,
cuando mucha gente se apresuraba a vender sus viviendas para cubrir deudas
ante la imposibilidad de pagar los crecientes intereses de los abonos bancarios
que subían como la espuma.3 La llamada cartera vencida de los bancos
empezaba a crecer aceleradamente y “muchos de los más preeminentes
bancos de Estados Unidos y Europa se vieron afectados por el hundimiento del
valor de los títulos con garantía hipotecaria que ellos mismos habían creado y
que, para sorpresa de muchos, resultaron ser una parte importante de su
patrimonio. La morosidad provocaba así una crisis de crédito, pues la
respuesta de las instituciones financieras fue acumular caja (cartera vencida) y
elevar sus exigencias antes de prestar a las demás.” 4

El impacto de la crisis sobre la economía estadounidense y europea ha sido tal


que se puede medir con la respuesta del propio gobierno de Bush para rescatar
el sistema financiero, implicando una urgente intervención pública sin
precedente en la historia de EU. Estamos hablando de un megarescate de casi
un billón y medio de dólares, pues al plan original de 700 mil millones de
dólares falta agregar cerca de 300 mil millones de dólares para hipotecarias y
aseguradoras en EU (Bear Stearns, Fannie Mae y Freddie Mac: estas dos
últimas empresas controlan la mitad del mercado de las hipotecas en los
Estados Unidos, estimado en 12 billones de dólares), así como unos 400 mil
millones de dólares para rescatar bancos en quiebra en Europa. A esta
intervención estatal, ajena completamente a todo principio del “libre mercado” y
del neoliberalismo rampante, se presentan las crecientes protestas ciudadanas
en ese país en contra de este rescate. De las pérdidas totales previstas por el
Fondo Monetario Internacional (FMI), 565.000 millones de dólares (358.356
millones de euros) están relacionadas con el mercado de hipotecas
residenciales y con las titulizaciones similares, "incluida la desvalorización
prevista de los préstamos de alto riesgo". La vivienda sobrevalorada, una
presión añadida; según el FMI, el riesgo es mayor en aquellos países en los
que "los precios de la vivienda están inflados en relación con los parámetros
fundamentales de la economía", o donde los balances de las empresas o los
hogares soportan mayores presiones. 5 Por ejemplo, el organismo financiero ha
eludido citar ningún país, no obstante, la semana pasada, Roberto Cardarelli,
experto del Fondo, consideró que el precio real de la vivienda en España
estaba sobrevalorado entre un 15% y un 20% y pronosticó que experimentaría
una corrección del mismo orden porcentual.

Pero ¿Cuál es el origen inmediato de todo este caos y quiebra financiera, de


consecuencias todavía hoy insospechadas? Como bien dice Robin Blackburn,
“la financiarización puede definirse del modo más sencillo como el poder
creciente y sistémico de las finanzas y de la ingeniería financiera. En cuanto tal,
no constituye un fenómeno enteramente nuevo. Pero ninguna explicación del
desarrollo capitalista contemporáneo puede ignorar la magnitud de la reciente
expansión del sistema financiero. Como porcentaje de los beneficios totales de
las corporaciones estadounidenses, los beneficios del sector financiero
aumentaron del 14% en 1981 al 39% en 2001.” 6 Igualmente, podemos
mencionar a Frederic Jameson quien propone la necesidad de reexaminar la
3

forma del dinero –según él, “la fuente fundamental de toda abstracción”– y de
plantearnos la cuestión del capital financiero y su importancia en nuestro
tiempo, pues esta forma del capital, junto con la mundialización, “es uno de los
rasgos distintivos del capitalismo tardío o, en otras palabras, del estado
distintivo de las cosas hoy en día.” 7 En la misma tesitura está la percepción de
Dominique Plihon, en su caracterización sobre el “capitalismo accionario”, en el
que las finanzas del mercado juegan un papel central, y cuyo núcleo lo
constituye la creación de riqueza financiera por parte de las empresas; existen
dos grandes motores del nuevo capitalismo: las nuevas tecnologías
(informática y comunicación), por una parte, y el proceso de globalización
financiera, por otra. Este último “inspirado en la ideología neoliberal, otorgando
así la primacía al mercado mundializado y a la lógica de la rentabilidad
financiera”.8 Así, el mundo financiero es el amo cuasi absoluto en la generación
de “ganancias”, y parafraseando a Luis XIV, el mercado financiero podría decir:
el poder y el dinero soy yo.

Las crisis actuales no pueden comprenderse cabalmente al margen de la


dinámica autónoma del capital financiero, especialmente en su forma
químicamente especulativa y, por ende, la naturaleza de las crisis financieras. 9
La causa fundamental de la crisis económica en general está en la propia
dinámica de la acumulación de capital y, por tanto, en la lógica económica de la
reproducción ampliada del capital, lo que significa el proceso de reproducción
de la valorización del capital. Los límites del capital es el capital mismo; dicho
en otras palabras, la erupción de las crisis económicas esta determinada por un
proceso de sobreacumulación de capital derivado de la contradicción entre el
mayor desarrollo de la capacidad de producción y el desarrollo restringido de la
capacidad de consumo de amplias masas de la población; contradicciones
originadas en la anarquía de la producción que resulta de la competencia
intercapitalista, del aumento de la composición orgánica del capital y de la
caída de la tasa de ganancia. En tal sentido, la crisis del sistema monetario, es
decir, financiero internacional actual no es sino la expresión del carácter
siempre renaciente de la sobreacumulación, y la expresión de los límites de las
intervenciones del Estado para luchar contra esta sobreacumulación. 10

El viejo Marx –digámoslo de entrada, siempre ha sido vigente, pero hoy más
que nunca– decía que “el capital es la potencia económica de la sociedad
burguesa que lo domina todo”. En efecto, el origen del gravísimo problema de
que más de dos millones de propietarios de vivienda en los Estados Unidos
hayan perdido o estén apunto de perder sus hogares porque no pudieron o no
pueden pagar el crédito hipotecario es un ejemplo dramático de que el capital –
en este caso el bancario-financiero-inmobiliario– domina y trastoca
violentamente la vida de millones de personas que pueden ser afectadas
directa o indirectamente en sus condiciones de vida material y espiritual,
despojándolos de sus casas o de sus empleos. En septiembre, la crisis
estadounidense recortó 159 mil empleos, lo que representa una contracción del
sector laboral por noveno mes consecutivo y su baja más intensa en cinco años
y medio. Tal situación nos conduce a tratar de analizar la naturaleza del capital
en general y del capital inmobiliario en particular.
4

En pocas ocasiones en la economía mundial se había visto, con el inicio de


este siglo, una extraordinaria producción habitacional masiva en diversos
países: desde Estados Unidos, pasando por México, Nueva Zelanda, Australia,
hasta Alemania y España se construyeron millones de casas–habitación en sus
diversas formas arquitectónicas dirigidos a los distintos segmentos del mercado
inmobiliario: desde la vivienda económica o de “interés social” hasta la vivienda
residencial de lujo edificada en altura o en fraccionamientos cerrados o
“countries”. Este auge extraordinario de la industria de la construcción de
vivienda consistió en un verdadero boom inmobiliario cuyo despliegue potencial
solamente fue posible con el otorgamiento de millones de créditos financiero–
hipotecarios. Miles de cientos de personas se endeudaron con una hipoteca
aprovechando las bajas tasas de interés. La mayoría, al menos en los Estados
Unidos, contrató la adquisición de su vivienda con hipotecas conocidas como
subprime o de alto riesgo. Al boom inmobiliario le acompañó necesariamente
un boom crediticio. “Surgieron así dos burbujas, una vinculada al mercado
inmobiliario y otra al crédito.” 11 Ambas burbujas se fusionaron en una gran
burbuja especulativa. Según la revista británica The Economist: “La primera ley
de las burbujas es que se inflan más tiempo del que nadie espera. La segunda
ley es que al final estallan".

Hay que señalar una cosa importante: la relación de la crisis económica con el
mercado inmobiliario siempre ha estado presente. Por ejemplo, el crack de
1929 en los EU tuvo como antesala el boom especulativo de terrenos e
inmuebles en Florida cuatro años antes. Como en las promociones comerciales
actuales, los lotes anunciados como playeros podían situarse realmente a 25 o
100 kilómetros de la costa. Incluso en zonas pantanosas. Pero se vendían
porque su valor crecía sin cesar, y porque bastaba con desembolsar un diez
por ciento del precio final para convertirse en flamante propietario o revenderlos
con jugosas ganancias. Las fortunas así amasadas no tardaron en buscar
nuevas posiciones y se encauzaron en gran medida a Wall Street. Las acciones
representaron entonces, al igual que hoy, la gran ilusión del enriquecimiento sin
límites, pero la euforia fue breve, Llegó justo el momento crítico en que los más
listos comenzaron a vender sus acciones, porque sabían que el mercado
bursátil había alcanzado la saturación.

***

Es muy cierto que el capital inmobiliario requiere necesariamente, por su propia


naturaleza productiva, del crédito fiduciario. Es imposible entender la dinámica
de la acumulación capitalista de este sector si no se explica su relación
orgánica con el capital financiero. La producción edilicia es muy difícil
emprenderla sin la palanca crediticia, pues es tal la magnitud de inversión en la
producción del espacio construido que necesariamente debe estar presente la
forma de dinero–fiduciario. En el caso de la producción habitacional, el
mercado inmobiliario supone, en la mayoría de los casos, el crédito hipotecario,
de ahí que este tipo de mercado sea muy sensible a las variaciones de los
tipos de interés bancario y a las políticas financieras promovidas por el Estado.
Hablar de capital inmobiliario es hablar entonces del mercado inmobiliario.

El capital inmobiliario y la industria de la construcción.


5

El capital inmobiliario es una forma específica que asume el capital. Es una


forma autónoma del capital toda vez que tiene sus propias leyes de producción
y de reproducción. A diferencia de las otras formas particulares (industrial,
comercial, bancario-financiero, bursátil, etcétera), este capital despliega sus
propias formas de valorización. El capital, dice Marx, es un valor que se
valoriza a sí mismo a través del proceso de producción inmediata y del proceso
de circulación. El capital es una relación social de producción entre el capital
mismo y el trabajo asalariado. Pero esta relación económica se establece bajo
la subordinación y explotación del trabajo asalariado por el capital. Es decir, la
explotación de la fuerza de trabajo (la mano de obra: el trabajador) por el
capitalista (la personificación del capital); desde este punto de vista en la
realidad económica existe una explotación de una clase social por otra: el
proletariado por la burguesía. En tanto relación económica-productiva, el capital
es poliforme, pues asume diversas manifestaciones autónomas dentro del ciclo
del proceso de la producción en general (producción-distribución-intercambio y
consumo). 12

El capital inmobiliario puede ser, entonces, capital industrial (capital–productivo)


bajo la forma mercancía producida materialmente por la industria de la
construcción. Puede ser capital rentista bajo la forma de propiedad del
inmueble o del suelo urbano mismo. O bien, puede ser capital financiero o
bursátil inmobiliario en la medida que las inversiones de capital vayan
destinadas a la inversión de portafolio en fondos financieros crediticios para la
construcción de obra pública o privada, a la adquisición de bienes inmuebles
(créditos hipotecarios), o al mercado bursátil a través de acciones de capital
inmersos en la esfera de la construcción o de la propiedad inmobiliaria.

Uno podría suponer entonces que es una gran ventaja la existencia del capital
financiero en su figura trasmutada como crédito hipotecario y que, por ende,
esto contribuye a resolver el grave problema del déficit habitacional en el
mundo entero. Todo depende. Por supuesto, para tener acceso a un crédito
hipotecario se requieren ciertas condiciones mínimas. En el caso de la burbuja
inmobiliaria estadounidense y de otros países, es claro que el crecimiento del
mercado tuvo un rasgo de artificio con el otorgamiento a diestra y siniestra para
medio mundo; pero ese medio mundo de pronto se vio en la imposibilidad de
pagar la hipoteca por el alza creciente de los tipos de interés, por la
incapacidad de mantener el poder adquisitivo, o, simplemente, por carecer
súbitamente de ingresos al verse arrojado a la calle como desempleado.

La vivienda en tanto mercancía capitalista es un medio de subsistencia con un


alto valor económico y una parte considerable de la población mundial no
puede tener acceso siquiera a un crédito hipotecario por su bajísimo nivel de
ingresos. La industria de la construcción, bajo su forma capitalista, impide, en
los hechos, que una gran parte de la población carezca de una vivienda digna y
adecuada a sus necesidades. En tal sentido, el capital inmobiliario habitacional
es un verdadero obstáculo para resolver la penuria habitacional en la mayoría
de los países. El capital no resuelve las necesidades sociales; la finalidad del
capital es obtener la ganancia máxima posible en el mercado. Construye
vivienda pero no para satisfacer esta necesidad vital humana sino para lucrar
6

con ella. El capital inmobiliario no resuelve las necesidades habitacionales de


las masas. El desarrollo y auge del mercado inmobiliario habitacional funciona
sobre la base de una oferta y una demanda para determinados segmentos
poblacionales, cuyo poder adquisitivo, poco o mucho, alientan su dinámica
económica, pero deja de lado a millones de gentes. La fiebre de la construcción
tiene que ver más con la búsqueda de una rentabilidad financiera con base al
crédito hipotecario como una forma de inversión derivada del mercado bursátil,
que con una búsqueda de solución integral al problema habitacional. Es claro
que las fuerzas del mercado no pueden resolver la cuestión de la vivienda. Las
formas de dominación del capital financiero han cobrado mayor fuerza sobre el
sector de la construcción (capital industrial) y esto supone que las empresas
constructoras, especialmente las grandes, están subordinadas a intereses de
inversionistas proclives a acometer proyectos inmobiliarios de una rentabilidad
mayor y más acelerada en su recuperación; es decir, de macroproyectos
urbanos que tienen que ver menos con necesidades sociales y más
directamente con las necesidades inmediatas del capital. Esto exige la
aclaración de que en sí misma la industria de la construcción, como expresión
del capital inmobiliario, no pretende satisfacer necesidades sociales, sino que
en manos de un “capitalismo accionario” es más fácil contemplar obras de
naturaleza suntuaria y propias de un despilfarro inmobiliario.

A grandes rasgos podemos caracterizar una serie de problemas concomitantes


al boom inmobiliario:

Este auge edilicio de los últimos años no contribuyó a resolver la aguda penuria
habitacional mundial. En un primer momento, especialmente en los EU, fue una
ilusión pasajera, pues se tornó en una verdadera pesadilla de una deuda
creciendo como una bola de nieve. El alza artificial o la sobrevaluación de la
vivienda, en el marco de la inflación de la burbuja inmobiliaria, impidió que
mucha gente pudiera acceder a la compra de una casa o de un departamento.
Lo mismo sucedió con el alza de los alquileres de las viviendas, mucha gente
no podía pagar los crecientes aumentos que se dispararon con el proceso
inflacionario de la burbuja, Esto sucedió claramente en el caso español, el cual
se convirtió en un caso emblemático de los problemas causados por este boom
inmobiliario. En México, algunos desarrollos inmobiliarios situados en los
centros históricos, como en Guadalajara (Proyecto Alameda), empiezan a tener
efectos negativos al desalojar a antiguos vecinos cuando se destruyen
viviendas para edificar los nuevos edificios habitacionales o por la vía de la
elevación de los alquileres. Este fenómeno es conocido como gentrificación
(aburguesamiento barrial desplazando sectores populares), una reconquista de
zonas urbanas céntricas para pobladores de ingresos monetarios más
elevados.

Este boom fue al mismo tiempo una verdadera especulación inmobiliaria de


bienes raíces: terrenos y viviendas se tornaron en objeto de una voracidad
especulativa como pocas veces se ha visto en la historia. En algunos países, la
contradicción del mercado es visible: una sobreproducción de vivienda; de una
vivienda desocupada, ante una situación de miles de gentes hacinadas o
destechadas. Como bien señala el economista español Julio Rodríguez López,
“El auge inmobiliario desarrollado en España entre 1997 y 2003 ha estimulado
7

un mayor crecimiento del PIB, pero ha extendido el clima de especulación y de


búsqueda de la ganancia rápida, provocando un problema de acceso a la
vivienda que no ha dejado de acrecentarse en este período, produciéndose
consecuencias sociales y políticas que deterioran la democracia. Pero además,
el exceso de desarrollo inmobiliario puede reducir el potencial de crecimiento
de la economía española en su conjunto, porque se esta desviando ahorro e
inversión desde actividades sostenibles a largo plazo hacia inversiones
especulativas más rápidas e inmediatas.” 13

Este boom inmobiliario trajo consigo, al menos en España y en México, aunque


también posiblemente es otros países, una verdadera corrupción urbanística,
entendiendo por este hecho una trasgresión flagrante de la normatividad
jurídica para la autorización de los desarrollos habitacionales. La complicidad
entre las autoridades gubernamentales y los promotores inmobiliarios fue o es
algo evidente en la construcción de miles de cientos de viviendas, cuyos
desarrollos crecieron como hongos al amparo de permisos ilegales,
asentándose en lugares inadecuados (zonas de riesgo: inundables)y carentes
de los servicios públicos básicos y de la infraestructura urbana mínima
necesaria para las necesidades de los pobladores. El alza artificial de los
precios de la vivienda tiene que ver mucho con esta corrupción. Por ejemplo,
“La vivienda tiene un precio excesivo en España que se origina en el momento
en el que se recalifica un terreno, pasando de rústico a urbanizable. Se calcula
que casi el 53 % del precio final corresponde a las plusvalías generadas por la
recalificación del suelo. Ello quiere decir que más de la mitad del precio que se
paga no tiene nada con la vivienda en sí, sino con la falta de iniciativa de la
Administración Pública, que ha dejado en manos del mercado la regulación de
los precios de la vivienda, renunciando a su capacidad de legislar en beneficio
de la mayoría de los ciudadanos.” 14

También hay que considerar que el boom inmobiliario hace de la vivienda


económica o de “interés social” un espacio más reducido. El capital inmobiliario
es el verdadero arquitecto diseñador del espacio construido habitacional y de la
miseria de la minimización espacial. El boom de la construcción generó una
tendencia acelerada al hacinamiento de los usuarios moradores de la vivienda.
Esto constituye un efecto perverso de esta forma del capital al deshumanizar el
espacio habitacional, pues hay casas–habitación de hasta 25 metros
cuadrados de superficie construida. Otro aspecto que debemos considerar es
que este boom inmobiliario contribuyó a un mayor desorden urbano en aquellas
ciudades donde tuvo mayor desarrollo. En este sentido, el capital inmobiliario
funge como el verdadero planificador del proceso de urbanización.

A manera de conclusión:

Latinoamérica tiene una población cercana a los 600 millones de habitantes.


Según la CEPAL, es la región con mayor desigualdad del mundo y una cuarta
parte de su población sobrevive con dos dólares diarios. Lo anterior nos lleva a
considerar que el problema habitacional es grandes proporciones cuantitativas
y cualitativas.
La posibilidad de revertir todo un proceso de urbanización caótico,
irracional e inhumano, y de sus problemas concomitantes, supone
8

necesariamente una transformación radical de los procesos económicos–


sociales, a partir de profundos cambios en los procesos políticos. Se hace
necesario, para la mayoría de la población, erradicar urgentemente aquellas
políticas públicas urbanas y de vivienda sostenidas en los criterios puramente
mercantilistas neoliberales que han venido causando verdaderas catástrofes
urbanas, especialmente en los grandes centros metropolitanos. Debemos dar
lugar a verdaderos espacios públicos de convivencia armónica social sobre la
base de un espacio societal humanizado donde rige el espíritu democrático de
la ciudadanía y del pueblo trabajador.

Notas:
1
El Crack del 29, también conocido como la Crisis del 29 o el Gran Crack, fue la más devastadora caída del
mercado de valores en la historia de la Bolsa en Estados Unidos, tomando en consideración el alcance total y la
larga duración de sus secuelas. Tres frases son usadas para describir este colapso de los valores de las
acciones: Jueves Negro, Lunes Negro y Martes Negro. Todas ellas son apropiadas, dado que el crack no fue un
asunto de un solo día. La caída inicial ocurrió el Jueves Negro (24 de octubre de 1929), pero fue el catastrófico
deterioro del Lunes Negro y el Martes Negro (28 y 29 de octubre de 1929) el que precipitó la expansión del
pánico y el comienzo de consecuencias sin precedentes y de largo plazo para los Estados Unidos. El colapso
continuó por un mes. Los economistas e historiadores no están de acuerdo en qué rol desempeñó el crack en
los eventos económicos, sociales y políticos subsecuentes. En Norteamérica, el crack coincidió con el comienzo
de la Gran Depresión, un periodo de declive económico en las naciones industrializadas, y llevó al
establecimiento de reformas financieras y nuevas regulaciones que se convirtieron en un punto de referencia.
La crisis del 29 ha sido, probablemente, la mayor crisis económica a la que se ha enfrentado el sistema
capitalista.

Al momento del crack, la ciudad de Nueva York había crecido hasta convertirse en la mayor metrópolis y su
distrito de Wall Street era uno de los centros financieros líderes del mundo. La Bolsa de Nueva York (NYSE) era
el mayor mercado de capitales en el mundo. Los Felices Años Veinte fueron un tiempo de prosperidad y exceso
en la ciudad y, a pesar de las advertencias contra la especulación, muchos creyeron que el mercado podía
sostener niveles altos de precio. Poco antes del crack, Irving Fisher proclamó: "Los precios de las acciones han
alcanzado lo que parece ser una meseta alta permanente." La euforia y las ganancias financieras de la gran
tendencia de mercado fueron hechas pedazos el Jueves Negro, cuando el valor de las acciones en la Bolsa de
Nueva York colapsó. Los precios de las acciones cayeron ese día y continuaron cayendo a una tasa sin
precedentes por un mes entero. En los días previos al Jueves Negro, el mercado estaba severamente inestable.
Periodos de venta y altos volúmenes de negociación eran intercalados con breves periodos de aumento de
precios y recuperación. (http://es.wikipedia.org/wiki/Crack_del_29).

2
Fue Ulrich Beck, quien en 1986 en su libro La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad (Paidós,
Barcelona, 1994), expuso una serie de cambios y que afectaban notablemente a las nuevas generaciones. Esta
sociedad, según Beck, se puede caracterizar así: 1) Trabajo flexible y capital liberado. Pauperización de la
condición de vida de las clases subordinadas; 2) Complejización de la lucha de clases (anulación, en algunas
regiones) y pérdida de conquistas sociales por parte las clases subordinadas; 3) Llegada de discursos
feministas, ecologistas y autonomistas que conviven con el paradigma clásico; 4) Pensamiento único,
desinformación deliberada y deseducación progresiva de la población; 5) Crisis de las instituciones sociales
modernas. Quiebra de la cosmovisión de la modernidad. Aceptación del riesgo en el pacto social. Convivencia
con la crisis ecológica, política y social; 6) Dominación completa del capital en la sociedad, que afecta la
educación, instituciones científicas, discursos, derechos, etcétera.

3
“Abrumados por las hipotecas”, artículo de Aleksandro Palomo Garrido, en la revista El Viejo Topo, número
237, octubre de 2007. Barcelona. Pág. 35.
4
“La crisis de las hipotecas subprime”, artículo de Robin Blackburn, en New Left Review 50, March–April 2008
(edición en español).
5
http://www.elmundo.es/mundodinero/2008/04/08/economia/1207660091.html
6
“Las finanzas y la cuarta dimensión”, artículo de Robin Blackburn, en New Left Review 39, julio-agosto, 2006
(edición en español).
7
Frederic Jameson. “El ladrillo y el globo: arquitectura, idealismo y especulación con la tierra”, en: El giro
cultural. Escritos seleccionados sobre el posmodernismo 1983-1998. Ediciones Manantial, Buenos Aires, 2002.
8
Dominique Plihon. El nuevo capitalismo. Siglo XXI, México, 2003. Página 68.
9
François Chesnais, El fin de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera. Permítame el lector citar
extensivamente una parte de este excelente ensayo escrito en febrero pasado, donde Chesnais afirma que:
La marcha de la crisis financiera que estalló en el sector de préstamos hipotecarios de los Estados Unidos
en agosto del año pasado no es lineal. Los momentos de regreso a una calma relativa se alternan con
expresiones más visibles de crisis, a veces espectaculares. El estallido de esta crisis representa un giro en
el curso de la economía mundial.
En primer lugar –dice Chesnais–, marca el fin del ciclo económico estadounidense iniciado con la
recuperación de comienzos del 2003. Ya en este sentido su alcance es mundial, pues el consumo interno
norteamericano representó, entre 2003 y 2006, la principal salida para la oferta de mercancías producidas
en los otros países. Y hay más: aún antes de que la demanda interior de los Estados Unidos sufriese todo
sus efectos, la crisis hipotecaria comenzó a propagarse casi en todo el mundo, mediante los mecanismos
propios del sistema financiero globalizado, hacia los bancos y las sociedades de colocación financiera (los
Mutual Funds, los Hedge Funds y las sociedades especializadas en préstamos hipotecarios). No son
tocados sólo los países fuertemente interconectados con la finanza estadounidense. Lo son también los que
tienen monedas más expuestas a los efectos de la caída del dólar. Por lo tanto, los niveles de actividad
económica, de empleo y de disposición al consumo o la inversión en un conjunto de países pueden
disminuir a consecuencia de lo que ocurre en los Estados Unidos. Son de prever interacciones a este nivel,
pues la OCDE precisó que la desaceleración había comenzado entre los países miembros antes del inicio
de la crisis financiera.
El mecanismo de contagio en el que más se interesan los diarios es el de la cotización de las acciones
en las bolsas. La transmisión de las fluctuaciones bursátiles puede ser espectacular, pero más allá del
efecto “subjetivo” en términos de imagen del capitalismo, no es el canal de propagación más importante.
Sólo en los Estados Unidos y en menor medida en Gran Bretaña el consumo interno es directa y
rápidamente afectado por los cursos bursátiles. La inquietud inmediata de los observadores tiene que ver
sobre todo con otras tres cuestiones. La primera se refiere a la amplitud de la contracción del crédito interno
en el sector financiero, provocada por los títulos “podridos” de “nueva generación” (ver más adelante) que
los bancos y los fondos de colocación con riesgo (los Hedge Funds) tienen en sus carteras. No se trata
todavía de una contracción del crédito a las empresas, sino de un paso en esa dirección. La segunda
concierne al momento y la violencia del estallido de la burbuja inmobiliaria en otros países en que existe,
sobre todo los de la Unión Europea como España o Irlanda, pero también Australia. El tercero se refiere a
los efectos al menos parcialmente antagónicos de las políticas de tasas de interés y tasas de cambio
adoptadas por los principales países. Un ejemplo es el alza de las tasas de cambio del euro con respecto al
dólar, que se aceleró con la baja de las tasas de interés norteamericanas.
Un poco a más largo plazo, a seis u ocho meses, el principal interrogante, del que realmente depende el
curso de la crisis financiera, se refiere al Asia. Esta crisis financiera no podría desembocar en una crisis
mundial grave del tipo de la de 1929, si no se produjera una desaceleración general de la demanda mundial
que revelase que hubo –desde el 2002 y más aún luego de 2003– un proceso de sobre acumulación en
todas las economías asiáticas de la costa del Pacífico (en China, pero también en Japón, Corea y Taiwán).
Muchos economistas piensan que en esta región clave del sistema capitalista mundial, la capacidad de
producción instalada excede ampliamente las posibilidades de absorción del mercado mundial. Pero siguen
esperando que a pesar de la contracción de la demanda externa –que es absolutamente necesaria para las
economías de Asia– los países en cuestión sabrán compensar esa limitación aumentado su demanda
interna. En todo caso, se entra en un contexto en el que la presión de la competencia de las mercancías
asiáticas engendra tensiones proteccionistas que enfrentarán a los Estados Unidos y otros países con
China. Finalmente, está la situación de los países productores del mismo tipo de mercancías, por ejemplo
textiles: incluso una contracción limitada de la capacidad de los Estados Unidos y de la Unión Europea para
recibir importaciones provenientes de China y otros países de Asia acentuará la presión de la mercancías
asiáticas sobre ellos y agravara sus dificultades.
El tiempo de la crisis financiera
Así se comienza a percibir el alcance de la crisis financiera que se abrió y la importancia de las
cuestiones en juego. Ocurre en un momento en que los instrumentos utilizados por los bancos centrales
comenzaron a mostrar sus limitaciones, a fuerza de haber sido utilizados repetidamente desde hace veinte
años. Se produce después de una fase excepcionalmente larga de acumulación sin ruptura. Se sitúa,
finalmente, cuando la configuración del marco geo-económico y geopolítico del capitalismo mundial está
experimentando modificaciones profundas.
El acento se debe poner, en primer lugar, sobre el alcance y consecuencias de lo que denomino una
muy larga fase de “acumulación sin ruptura”. Considerando que la reconstrucción de lo destruido en la
Segunda Guerra Mundial terminó a mediados de los años 1950, el capitalismo como sistema mundial
conoció desde entonces más de cincuenta años de acumulación casi ininterrumpida. Es la fase de este tipo
más larga de toda su historia. La acumulación se dio con momentos de ritmos diferentes, pero sin que se
produjese ninguna ruptura, como una gran crisis económica o una guerra análoga a las dos grandes
conflagraciones del siglo XX. La recesión mundial de 1974-76 puso fin al largo movimiento cíclico llamado
“los treinta gloriosos”. Cerró un período, pero luego de una fase de transición la acumulación recomenzó
sobre la base, especialmente, de un desplazamiento progresivo de su centro de gravedad geográfico.
Ninguna ruptura se produjo tampoco desde el flanco de la lucha de clases. El capitalismo mundial tuvo las
manos libres para responder a lo que pudo parecer en su momento una ruptura por medio de la revolución
neoliberal o más exactamente neoconservadora. Con el beneficio de la distancia histórica y la destrucción
(al menos parcial) de las anteojeras de aquella época, podemos ver ahora que su esfera de acción e
influencia sobrepasó las fronteras de la dominación imperialista del momento. Las “reformas” de Margaret
Thatcher tuvieron como contrapartida las de Deng Xiaoping en China, que comenzaron como las suyas en
1999-80 y pasaron desapercibidas para la izquierda mundial.
Véase también, de Joseph E. Stiglitz, El malestar en la globalización. Editorial Taurus, México, 2003.
Especialmente, el capitulo: “La segunda ronda de errores: la reestructuración chapucera.” Página 150. Sus
recientes artículos en Internet son esclarecedores: www.project-syndicate.org
Igualmente, véase el excelente análisis de Héctor Guillén Romo en su libro: México frente a la mundialización
neoliberal, Editorial ERA, México, 2005. Especialmente el capítulo: Globalización financiera y riesgo sistémico,
página 103.
10
Ernest Mandel, Tratado de economía marxista, Editorial ERA, México, 1974, Tomo I, página 348. Véase
también de Pierre Salama y Jacques Valier: Una introducción a la economía política. Serie popular ERA,
México, 1987, capítulo 5: Las crisis de sobreproducción, página 140. De Mandel, también véase su libro El
capitalismo tardío, ERA, México, 1979, y Las ondas largas del desarrollo capitalista. La interpretación marxista.
Siglo XXI de España Editores, Madrid, 1986. Desde el punto de vista de Mandel, las crisis económicas deben
ser comprendidas en el marco del proceso histórico–social de las ondas largas del desarrollo económico y
político del capitalismo.
Sobre la crisis de sobreproducción, en una entrevista Walden Bello dice que:
El capital ensayó tres vías de salida del atolladero de la sobreproducción: la reestructuración neoliberal, la
globalización y la financiarización.
¿En qué consistió la reestructuración neoliberal?
La reestructuración neoliberal tomó la forma del reaganismo y del thatcherismo en el Norte y del ajuste
estructural en el Sur. El objetivo era la revigorización de la acumulación de capital, lo que se consiguió: 1)
removiendo las restricciones estatales al crecimiento, al uso y a los flujos de capital y de riqueza; y 2)
redistribuyendo el ingreso de las clases pobres y medias a los ricos, de acuerdo con la teoría de que se
motivaría así a los ricos para invertir y alimentar el crecimiento económico.
El problema de esa fórmula era que, al redistribuir el ingreso en favor de los ricos, estrangulaba el ingreso
de los pobres y de las clases medias, lo que provocaba la restricción de la demanda, sin necesariamente
inducir a los ricos a invertir más en producción.
De hecho, la reestructuración neoliberal, que se generalizó en el Norte y en el Sur a lo largo de los años
ochenta y noventa, tuvo unos pobres registros en términos de crecimiento: el crecimiento global promedio
fue de un 1,1% en los 90 y de un 1,4 en los 80, mientras que el promedio en los 60 y en los 70, cuando las
políticas intervencionistas eran dominantes, fue, respectivamente, de un 3,5% y de un 2,54%. La
reestructuración neoliberal no pudo terminar con la estanflación.
¿En qué medida la globalización fue una respuesta a la crisis?
La segunda vía de escape global ensayada por el capital para enfrentarse a la estanflación fue la
"acumulación extensiva" o globalización, es decir, la rápida integración de las zonas semicapitalistas, no-
capitalistas y precapitalistas a la economía global de mercado. Rosa Luxemburgo, la celebrada economista
y revolucionaria alemana, se percató de este mecanismo hace mucho tiempo, viéndolo como un
mecanismo necesario para restaurar la tasa de beneficio en las economías metropolitanas. ¿Cómo?
Ganando acceso al trabajo barato; ganando mercados, aun si limitados, nuevos; ganando nuevas fuentes
de productos agrícolas y de materia primas baratos; y creando nuevas áreas para inversión en
infraestructura. La integración se produce a través de la liberalización del comercio, removiendo los
obstáculos a la movilidad del capital y aboliendo las fronteras para la inversión exterior.
¿Por qué la globalización no pudo superar la crisis?
El problema con esta vía de salida del estancamiento es que exacerba el problema de la
sobreproducción, porque añade capacidad productiva. La China de los últimos 25 años ha venido a añadir
un volumen tremendo de capacidad manufacturera, lo que ha tenido por efecto deprimir los precios y los
beneficios. No por casualidad, los beneficios de las corporaciones estadounidenses dejaron de crecer hacia
1997- De acuerdo con un índice estadístico, las tasas de beneficios de las 500 de Fortune pasó de 7,15 en
1960-69 a 5,30 en 1980-90, a 2,29 en 1990-99 y a 1,32 n 2000-2002.
Dadas las limitadas ganancias obtenidas en punto a contener el impacto depresivo de la sobreproducción,
ya a través de la reestructuración neoliberal, ya con la globalización, la tecera vía de salida resultó vital para
mantener y elevar la rentabilidad. La tecera vía es la financiarización.
En el mundo ideal de la teoría económica neoclásica, el sistema financiero es el mecanismo, merced al
cual los ahorradores, o quienes se hallan en posesión de fondos excedentes, se juntan con los empresarios
que tienen necesidad de sus fondos para invertir en producción. En el mundo real del capitalismo tardío,
con la inversión en industria y en agricultura arrojando magros beneficios por causa de la sobreproducción,
grandes cantidades de fondos excedentes circulan y son invertidas y reinvertidas en el sector financiero. Es
decir, el sistema financiero gira sobre sí mismo.
El resultado es que se ensancha el hiato abierto entre una economía financiera hiperactiva y una economía
real en estancamiento. Como bien observa un ejecutivo financiero: "ha habido una creciente desconexión
entre la economía

Todo lo que usted quiere saber sobre el origen de esta crisis pero teme no entenderlo
Sin Permiso, 05/10/08. http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2097
11
Palomo Garrido, op.cit. Pág. 35.
12
El capital inmobiliario adopta múltiples formas articuladas en una estructura general con sus propias leyes de
valorización. Este capital adopta la forma económico-productiva como capital industrial en la medida que
produce y valoriza determinadas mercancías que son inamovibles en el territorio (edificios, viviendas,
carreteras, puentes, presas, etcétera). Estas mercancías inmobiliarias presentan cualidades especiales por su
valor de uso y su valor de cambio, pues a diferencia de la mayoría, no se pueden portar o mover. El consumo o
apropiación de este bien se efectúa en el mismo lugar de su producción. El espacio, marco o medio construido,
es una expresión formal de este capital, aunque existen formas de producción del espacio construido que son
de naturaleza precapitalista o no son propiamente capitalistas; por ejemplo, la llamada autoconstrucción de
vivienda.
La forma-mercancía inmobiliaria es un bien económico fijado en el suelo, o bien, puede ser el suelo
mismo en tanto se constituye como propiedad privada y, por ende, su apropiación deriva en alguna forma de
beneficio o rentabilidad, sea por especulación o no, para su propietario o poseedor. Dice Marx que “lo que aquí
se mueve realmente es el título de propiedad de la cosa, no es la cosa misma.” En efecto, una expresión del
mercado inmobiliario es la compraventa de los títulos de propiedad del suelo mismo o del bien inmueble. Este
capital puede generar renta o interés y también ser objeto de especulación. La renta del suelo urbano es una de
las formas que adopta la valorización capitalista de la propiedad inmobiliaria. Como todo capital, genera su
propia esfera de producción e intercambio; es decir, el mercado inmobiliario tiene su propio espacio y tiempo
con sus características singulares de intercambio mercantil. Dicho mercado se desenvuelve económicamente
sobre la base de los incrementos de la renta del suelo y de la valorización capitalista de la producción edilicia (la
tendencia al aumento de los precios de los terrenos y de la arquitectura edificada). Ahora bien, el mercado
edilicio, en general, tiene sus propiedades particulares, pues este bien inmobiliario, al incorporar un valor
considerable por sus costos de producción, adquiere, por tanto, un precio de mercado elevado cuyas
implicaciones derivan en una producción por encargo, lo que significa una relación de intercambio mercantil sui
generis, o una producción lanzada al mercado cuyos compradores requieren de plazos para adquirir dicha
mercancía. Cualesquiera de las formas de producción, es inevitable la participación del crédito financiero, tanto
para la oferta como para la demanda. En tal sentido, el crédito fiduciario es convierte en una necesidad de este
mercado y acelerar en lo posible la rotación del capital involucrado tanto en la esfera de la producción misma
como en la de la circulación.
Esta forma de capital se presenta históricamente cuando ya existen determinadas condiciones
económicas, sociales y políticas del modo de producción capitalista. Empieza a desarrollarse durante la primera
mitad del siglo XIX, especialmente en Europa cuando el propio desarrollo del capital, de su proceso de
acumulación, requiere, entre otras cosas, de la construcción de las Condiciones Generales de la Producción, en
el sentido conceptual definido por Marx, y también de la edificación masiva de viviendas, muchas de ellas
destinadas al proletariado industrial urbano. Su primer gran auge económico se dio durante la segunda mitad de
ese siglo, especialmente con las cuantiosas inversiones de capital en la transformación haussmaniana del
centro de París. Fue durante estos años del urbanismo bonapartista, para emplear las palabras de Engels, que
empieza el primer gran boom inmobiliario. Así, entonces, con el desarrollo de la ciudad moderna, al tiempo que
se va construyendo la ciudad capitalista, se va forjando la estructura y forma del capital inmobiliario.
13
TEMAS para el debate. N° 107. Madrid, 2003.
14
“Recalificación pública, plusvalías privadas”, artículo de Jesús Espelosín Atienza. Ibid. Página 45.

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