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MALA ÍNDOLE

Javier Marías (Madrid, 1951)


Alfaguara, 2012
432 páginas

Cuentos. Hay una doble entrega en el acto de contar. Quien cuenta se pone a merced de
quien escucha o mira o lee, y este, a su vez, se expone a todo aquello que es contado. La
historia es la que decide quién de los dos arriesga más. Y si es que vale la pena, y si esta
pena es pena al fin. Esta naturaleza tramposa de todo relato Javier Marías parece
entenderla a la perfección. En MALA ÍNDOLE, su último libro, la reunión de sus cuentos
completos, percibimos sobre todo una franca actitud de entrega. En él nos muestra lo
bueno, lo malo y lo feo, y lo bueno basta y sobra para aceptar y entregarse.
Los cuentos de MALA ÍNDOLE, los “aceptados” y “aceptables” (Marías utiliza estos
términos para separar la paja del trigo), exploran terrenos diversos y a veces inesperados.
Así como hay guiños al lector habitual, al, digamos, miembro del club (la aparición de
Ruibérriz de Torres o Custardoy, viejos conocidos), hay también piezas que se atreven en
géneros menos “marianos”. Las historias de fantasmas tienen una presencia importante,
sobre todo en los picos altos, como “Cuando fui mortal”. Marías sitúa lo fantástico, que
aparece sin velos ni máscaras, en el corazón de lo real, y así lo potencia y trastorna. El
aliento policial, de crimen y de búsqueda, es otra de las constantes (“Sangre de lanza” es un
buen ejemplo). En estos cuentos, más que el hallazgo, importa entender qué es lo que se
busca. Por lo general, hay algo truculento en las historias de MALA ÍNDOLE, y en la mayoría de
ellas oficia una lógica común: la confesión, la doble entrega, el peligro de contar. Los
personajes cuentan sus planes, planes de enorme brutalidad, en situaciones insospechadas
y que ponen en jaque a cualquiera. La sensación más viva que dejan es la inminencia de una
catástrofe. Una catástrofe sombría y, por supuesto, inevitable.
La abundancia de recursos de la prosa de Marías, pausada o vertiginosa según sea la
ocasión, da a este conjunto de relatos una sabia naturalidad. Se nota un pulso firme, una
voz firme y osada. Y el lector, miembro del club o curioso y primerizo, tiene aquí la
obligación de exponerse a esa osadía. Por Danilo Raá.

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