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De la Ira, Séneca

Álvaro Moreno Vallori

21 de Abril de 2010

En esta obra, Lucio Anneo Séneca se dedicará a tratar el problema de la ira, esto es, cómo mu-
chos individuos se dejan llevar por ésta y los motivos por los cuales no es razonable comportarse de
tal manera. En primer lugar tenemos la caracterización de la naturaleza de la intención del castigo
hacia el que comete un delito:

“Necesario es corregir al que delinque, por la reprensión, y por la fuerza, y por la severidad, y
necesario es hacerle mejor, tanto para él como para los demás, no sin castigo, pero sí sin cólera.
¿Qué médico se irrita contra su enfermo? [...] Como dice Platón, “el sabio castiga, no porque se ha
delinquido, sino para que no se delinca; el pasado es irrevocable, el porvenir se previene; a aquellos
que quiera presentar como ejemplos de maldad que alcanza desastroso fin, les hará morir pública-
mente, no tanto para que perezcan, como para impedir que perezcan otros” [...].”

Mucha gente parece tener la singular convicción de que la justicia legal tiene como objeto que
se cumpla la justicia en sí, la idea platónica de justicia. En el peor de los casos, algunos tienen en
mente que, ya no sólo la justicia legal se encarga de “dar mal al que mal ha hecho”, en el sentido de
“meramente” por seguir la idea de justicia en sí, sino que además, ese mal se hace con la intención de
causar daño al delincuente, “devolviéndole” de alguna manera el daño causado. Nada más lejos de la
realidad. El papel de la justicia legal tiene una base mucho más pragmática. Las penas se establecen
con el objeto de reformar al delincuente, de aislarlo, o bien simplemente con la idea de que, al saber
que existen esas penas, los individuos tengan más reparo en cometer los delitos. En cualquier caso,
Séneca defiende esta idea de “justicia práctica”, rechazando en todo momento una justicia con la ira
como trasfondo. El primer esbozo de justificación viene en el siguiente texto:

“No, el sabio no se irritará contra los delitos. ¿Por qué? porque sabe que nadie nace sabio, sino
que se llega a serlo, y que un siglo entero produce muy pocos; porque tiene delante de los ojos la con-
dición de la naturaleza humana, y ninguna mente sana se irrita con la naturaleza. ¿Se asombrará
de que no produzcan sabrosos frutos los matorrales silvestres?”

En efecto, se puede esperar del ser humano el cometer delitos, esa posibilidad se encuentra en
la naturaleza humana, y además es algo que podemos prever. La cuestión de anteponerse a lo que
pueda pasar se profundizará más adelante. Se sigue este extracto:

[...] mil cosas existen en las que la perseverancia ha vencido todos los obstáculos, y prueban que
nada es difícil cuando el alma se ha impuesto a sí misma la paciencia. [...] ¿Debe contrarrestarse la
ira? [...] Proscribámosla por completo, puesto que para nada puede servir.

Aquí, Séneca concibe la ira, de una forma muy acertada, desde un punto de vista utilitarista.
¿Acaso sirve para algo? Es cierto que se puede objetar que la ira puede ser útil en alguna ocasión,
aunque el autor, a lo largo de toda la obra, defiende el punto de vista contrario. Este detalle es algo
más subjetivo, puesto que en ocasiones la ira puede presentarse como un estimulante para realizar
alguna acción que pueda estar encaminada a algo provechoso. Aun así, no suele presentarse de esta
manera la ira, y es en el resto de situaciones donde para nada sirve, más que para acentuar una
situación de discordia ya de por sí incómoda. Con esto, Séneca afirma que la ira se puede con-
trolar, lo cual es en principio cierto, aunque hay que reconocer que a unos les costará más que a
otros. Con todo, y como leemos en el extracto, con perseverancia se pueden alcanzar gran cantidad
de metas, y sin embargo pocos se proponen como meta eliminar la ira, más la aceptan como algo
“natural”, y ni la cuestionan. A continuación, tenemos un texto relativo al enfado como “costumbre”:

“Indispensable es desterrar del alma toda sospecha y conjetura ocasionada a injustas iras. Aquél
me ha saludado con poca cortesía, aquel otro no correspondió cariñosamente [...], éste ha interrumpi-
do bruscamente una frase comenzada; aquél no me ha invitado a su banquete, y el semblante del otro
no me ha parecido muy risueño. Nunca faltará el pretexto a la sospecha: contemplemos con mayor
sencillez las cosas, y juzguémoslas con más benignidad. Creamos solamente lo que hiera nuestros
ojos, lo que sea evidente, y siempre que descubramos la falta de fundamento de nuestras sospechas,
reprendamos nuestra credulidad.”

Es verdaderamente intrigante cómo ciertos individuos dan rienda suelta a su ira por las más
pequeñas cosas. Casi parece que gustan de estar malhumorados. Desde los que protestan por una
mancha, hasta los que se quejan de un examen, pasando por enfados debidos a una raya en el coche,
a la pérdida de un trabajo para entregar, a comportamientos “impropios” de amigos/as, etc. Nue-
vamente aparece el ¿para qué? ¿para qué sirve enfadarse en esas ocasiones? Supongamos que vamos
a coger el coche y está quemado, ¿pues qué? ¿por enfadarnos (o desesperarnos, o entristecernos) lo
recuperaremos? ¿no es acaso suficientemente malo haber perdido el coche como para encima tener
que pasar por un estado de enfado? Seguro se objetará que en tales situaciones no se puede contro-
lar la reacción. Posiblemente depende de cada individuo, y puede que algunos sean efectivamente
incapaces. Aun así, ¿acaso han pensado por ellos mismos que es absurdo el enfado? ¿realmente lo
tienen claro? ¿no pretenderán acaso justificar la ira diciendo que es lo natural? Con esa actitud, por
descontado que es complicado que sean capaces de evitar enfadarse. Con todo, lo más curioso es
cómo, más allá de simplemente no intentar cambiar (que están en todo su derecho, por supuesto),
intentan justificar de alguna manera que su actitud es la “mejor”, no sólo para ellos, sino para todo
ser humano. ¡Como si hubiera un “mejor” objetivo y universal! Además, si no son capaces de evitar
la ira, lo que están justificando es lo que creen que es lo único que pueden hacer. Parece que es más
cómodo intentar justificar que su inevitable comportamiento es el mejor, porque si no se convencen,
están condenados a saber que están haciendo lo que creen peor. Por no mencionar que intentar
justificar que la ira es positiva es, de por sí, bastante intrigante. Un fragmento similar:

“[...] no debemos encolerizarnos por causas frívolas y despreciables. [...] el agua esta tibia, el lecho
poco mullido, la mesa descuidadamente servida: locura es irritarse por esto [...]. Nos irritamos con-
tra objetos de los que no hemos podido recibir injuria [...] como el libro, que algunas veces arrojamos
porque está escrito en caracteres muy pequeños o rasgamos porque le encontramos faltas; como los
vestidos, que hacemos pedazos porque nos desagradan: ¿no es demencia irritarse contra cosas que no
puedan merecer ni sentir nuestra cólera?”

¿Cuántos se irritan por que otro llegue cinco minutos tarde, porque la casa esté desordenada,
porque les llama alguien con quien no desean hablar, etc.? El texto sigue en la línea del anterior, y,
efectivamente, podría tacharse incluso de locura esta actitud. Sobre la ira dirigida a objetos, ¿cuántos
hay que se irritan porque un electrodoméstico no funciona, e incluso profieren insultos contra este
(o contra ni ellos saben qué), o le “agreden”? No está muy desencaminado Séneca al tachar estos
comportamientos como demencia. En cuanto a ser previsores:

“¿Por qué, dice, somos tan sensibles a los ultrajes? Porque no los esperábamos, o porque exceden
a lo que esperamos. [...] la ignorancia de las cosas o la presunción es lo que nos hace irascibles.
La ignorancia ¿puede extrañarse de que los malvados realicen mal? ¿Qué de particular tiene que
un enemigo perjudique, que un amigo ofenda, que un hijo se extravíe, que un esclavo delinca? [...]
Piensa en todo; prevelo todo; hasta en los caracteres mejores existen asperezas.”

En efecto, la ignorancia es, en parte, responsable de la ira. No es lo mismo tener algo como
posible, que ser cogido por sorpresa. Lo inesperado provoca ansiedad, que amplifica la ira de la
reacción. Por esto podría sugerirse que el tiempo apacigüe la ira, porque al no ser algo nuevo, al
haberse “acostumbrado” a que haya sucedido tal o cual hecho, ya no parece tan importante, y si
lo parece, lo hace de una manera calmada y serena, y no agitándose al recordarlo. Pero, ¿no puede
acaso uno ”acostumbrarse” a priori? ¿No puede “acostumbrarse”, esto es, prepararse, para la mayoría
o incluso todas las cosas venideras? El ser consciente de que en cualquier momento puede ocurrir lo
inesperado es una de las cuestiones fundamentales a tener en cuenta a la hora de intentar controlar
emociones que resultan ser reacciones a determinados sucesos, y ya no sólo para domar la ira, sino
también para hacer lo mismo con el miedo, la tristeza, la vergüenza, o el odio, el ser consciente de
las posibilidades del futuro toma un papel crucial. Y con ser consciente no hacemos referencia a
simplemente decirse a uno mismo “sí, vale, sé que pueden pasar muchas cosas imprevistas y malas
en el futuro”, ni tampoco nos referimos a estar a cada momento pensando que al segundo siguiente
va a ocurrir una desgracia. Lo uno, parece que todo el mundo lo sabe, y que a nadie sirve, y lo otro,
parece que robaría enorme tiempo, induciendo además al individuo un estado de vigilancia que muy
posiblemente le sumergiría en una continua preocupación. La consciencia de la incertidumbre futura
ha de ser profunda, la convicción de que la ira es inútil debe ser firme, y debe haber plena confianza
(o incluso el conocimiento, podríamos decir) en que alcanzar el objetivo es posible y depende de uno
mismo (si bien siempre hay que señalar que en unos individuos será más fácil conseguirlo y en otros
menos, sin que esto lleve a pensar que aquellos que son capaces con facilidad son un sector peque-
ñísimo, y que el propio individuo que lo intenta se encuentra en la inmensa mayoría para la cual es
casi inaccesible, esto sería más bien pereza). Volviendo a la respuesta ante mal comportamiento, el
autor escribe:

“Si llegamos a la venganza como remedio, lleguemos a ella sin ira, y no porque la venganza sea
dulce, sino porque sea útil. Pero frecuentemente mejor es disimular que vengarse.”

Se vuelve a hacer hincapié en que los castigos, o simplemente la venganza (si estamos hablando de
situaciones personales en general, y no exclusivamente legales, aunque ciertamente el primero de los
fragmentos también tenía un carácter general) se deben (según Séneca, porque el “deber” es siempre
cuestionable; entonces podemos decir simplemente que se aconseja) tomar desde un punto de vista
utilitarista, como dice en el texto, deben ser un remedio, una solución, no hay que concebirlos como
un deleite. En lo referente a la reacción ante injurias, tenemos el siguiente texto:

“Por mucho que hagas, eres demasiado débil para turbar mi serenidad [...]. La ira me perjudicaría
más que la injuria. [...] La venganza absorbe mucho tiempo y nos expone a multitud de ofensas por
una sola que nos moesta. En todos dura más la ira que la injuria: ¿no es mejor seguir otro camino
y no oponer vicios a vicios?”

Aquí, Séneca exponen claramente algo que debería ser casi obvio. Si recibimos una injuria, y
suponemos que eso nos proporciona algún tipo de malestar ¿queremos además el malestar provoca-
do por la ira, que incluso nos puede proporcionar más injurias? ¿de qué nos sirve esa necesidad de
“devolver” el insulto o la faena? Incluso, ¿no es evidente que no hemos decidido tener ese impulso de
replicar? entonces, ¿estamos siendo libres cuando nos dejamos llevar por eso? ¿estamos dispuestos a
perder nuestro tiempo, no sólo injuriando y practicando la ira, sino además haciéndolo con alguien
que supuestamente no se merece una pizca de nuestra dedicación? En cualquier caso, más motivos
para no dejarse llevar los recalca el autor en el siguiente fragmento:

“¿Te parecería en sano juicio el que devolviese la coz al mulo o el mordisco al perro? [...] si los
otros animales escapan de tu ira porque son irracionales, debes colocar en la misma línea a todo aquel
que carece de razón. ¿Qué importa que se diferencia en todo lo demás de los animales irracionales,
si se les parece en aquello que hace que excusemos sus faltas, en la ceguedad de mente? [...] De
qué sirve dar rienda suelta a la ira, como si hubiese nacido para la eternidad y disipar esta corta
existencia? ¿de qué sirve trocar en dolor y tormentos de otros, días que pueden pasarse en honestas
complacencias? Estos bienes no permiten prodigalidad, ni tenemos tiempo que perder. [...] ¿Por qué
sublevarnos y perturbar nuestra vida con discordias?”

En este texto,en primer lugar, se presenta a aquellos individuos que están cegados por la ira como
meros animales, ya que, aunque sean seres humanos, si se dejan arrastrar por la ira no son dueños
de sí mismos (como bien explica el autor a lo largo de todo el libro), y entonces el comportamiento
que demuestran es equiparable al de una bestia, con la que no hay motivos por los cuales enfadarse,
puesto que no es dueña de sus actos. Además, podemos ir más lejos y decir que si no hay libre
albedrío, entonces es absurdo dirigir la ira hacia alguien, puesto que no es dueño de sus actos, si
bien la existencia o no del libre albedrío no es el objeto de esta entrada. Nótese que todo esto se
refiere sobre todo a enfadarse con alguien, no al hecho de estar malhumorado. En cuanto a la ira
en sí, podemos ver en la segunda parte del fragmento cómo se argumenta, y con razón, que es una
pérdida de tiempo, suponiendo que el individuo no disfrute estando enfadado, claro, ya que ¿no hay
cosas mejores en las que invertir nuestro tiempo que en la ira?

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