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La virgen del asco

Gabriela Rubina, Sebastián Valladares

Oh Dios Todopoderoso y Misericordioso, […];


concédenos propicio, que fortalecidos con tal
protección, luchando en esta vida podamos en
la muerte, conseguir victoria del enemigo
maligno, por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Novena popular a María Auxiliadora

Las sublevaciones pertenecen a la historia.


Pero, de una cierta manera, se le escapan.

Michel Foucault: ¿Inútil sublevarse? (1979)

Coincidencias: en el autorretrato de Van Gogh hecho en el año 1889 la textura se


compone principalmente de espirales. El movimiento de los electrones y protones
cuando giran es en espiral, están forzados a cometerlo debido a la composición del
campo magnético. El espiral de los caracoles, del movimiento de los planetas en
torno al sol. Espirales teóricos también los hay, como hay vicios conservadores en
ciertas lecturas que aseguran una vuelta espiral romántica de los sucesos políticos
con los que no nos acomodamos. Aun así es innegable, la recursividad constante
que se encuentra entre la memoria y la violencia. La memoria con apellido: histórica,
la entendemos como la capacidad de recordar colectivamente sucesos del pasado,
preferentemente en un motivo de causa-consecuencia (por ej. la dictadura y sus
consecuencias económicas en Chile), enmarcado por un imaginario y estética
nacidos de la repetición mayoritariamente instantánea de discursos que se
diseminan desde una masa numerosa de gente, explicación económica de la
conexión entre la clase obrera y la memoria. Diferente, por obvia dialéctica
demográfica, el desarrollo estático, frívolo y poco recurrente de la clase alta. Esta
dicotomía es esencial para comprender la relación entre el espiral y la memoria. A
ésta la entendemos como una construcción dinámica, nacida desde subalternos
anónimos, donde nosotros también nos encontramos inmersos y contribuimos a su
creación por medio de discursos y acciones. Desde lecturas de Spivak, Derridá y
Foucault, logramos dimensionar la capacidad autoritaria, trivialista y de
aprovechamiento o simplemente el “acto de ser barsa” de la teoría y su colonización
mediadora, representativa e intelectual. La memoria histórica la construye hoy en día
el capitalismo, según nuestra perspectiva, desde esa capacidad teórica: un
aprovechamiento que performativiza a lo que llamaremos memoria colectiva. Por
ende, comprendemos a la memoria histórica, además de ser una construcción
ideológica, como el acto de generar una resistencia teórica a la historia y la
autoridad de ella. En el espiral histórico, la memoria se resiste a volver a ocurrir
(digamos, “espiralizarse”) por más que la historia la fuerce a hacerlo. Esta
resistencia a la “espiralidad” es también una resistencia a la modernización, a los
procesos mentales que configuran, como diría Scholz, en una maquinación
fetichista-mercantil de la historia, profundizando en una concepción Fordiana de la
mente y el recuerdo, como también a la sociedad moderna, en su resultado de la
construcción-consecuencia del capitalismo (47). Asumimos las existencias de otros
conceptos que se sostienen en la lógica estratégica del patriarcado, y por ende el
mercado, pero nos ajustamos a la composición estricta del ensayo.
Hablar de violencia es un tema complejo, aún más si lo relacionamos con la
memoria. Existen relaciones entre memoria y violencia, nos hemos situado en dos.
La primera es que todas las imágenes de memoria histórica y colectiva de la clase
obrera nacen en la condición violenta del sistema económico y su consecuente ética,
moral (o discursos, quizás). La segunda relación que anexamos, es la naturalización
por medio de la memoria colectiva o el recuerdo de una Patria ideológica,
condescendiente a un juicio moral que permea latentemente a Latinoamérica,
entendemos una desconexión entre el juicio emitido y la realidad descrita por los
mismos discursos. Suceso fetichista anteriormente nombrado, en donde la violencia
(o lo que los medios construyen como violencia) aparece mágica y ruidosa por las
calles periféricas de las grandes ciudades. Entendemos a la violencia, por ende,
como una resistencia (en el sentido fuerte) al capital y su articulación, una teoría de
autodefensa. Pero nos enfocamos en el juicio colectivo, de “memoria”, que articula la
existencia de la necesidad de defenderse. Asumimos la conexión dinámica, pero
también estricta, de aparatos estatales-capitalistas en la creación, regulación,
propagación o represión de la violencia política, como de la agitación intencional
provocada de la clase dominante por medio de la creación de discursos en los
medios. Por lógica, podemos darnos cuenta del correlato político-familiar entre el
Estado-Capital, la (des)información pública y la “identidad nacional” -haciendo
énfasis al concepto fascista-, que sustenta y permite producir a la memoria colectiva
por más que la memoria histórica se resista a ello.
Para explicar nuestra tesis, tomaremos como ejemplo la novela del colombiano
radicado en México Fernando Vallejo llamada La Virgen de los Sicarios (1999) y la
novela El Asco (1997) del Salvadoreño Horacio Castellanos Moya. En la novela a
analizar de Vallejo se puede apreciar, al igual que en la de Castellanos Moya, la
manera en que los ejes centrales de la historia se encuentran en el retorno del
protagonista a su país natal, luego de lo que se podría denominar un “autoexilio”. En
el caso de Vallejo, su visión durante todo el relato sobre lo que es Colombia en el
“tiempo presente” está totalmente permeada por lo que esta fue o, mejor dicho, por
lo que recuerda o quiere recordar, su memoria: es una visión de un expatriado
anhelando un encuentro con lo que debería ser su patria.
En la obra completa de Vallejo, es constante el tema de la patria y su relación
antinatalista que explicaremos más adelante. Hemos hablado anteriormente de una
valoración moral cuando se habla de lo que debería ser, pero no deja de ser
justificada su violencia (o defensa). Las evocaciones del escritor colombiano se
centran necesariamente en cuanto a Colombia, donde la “identidad nacional se
confunde de inmediato con la criminalidad” (10) como diría Eduardo Posada en su
ensayo La Nación Soñada (2006).
La novela fue escrita en el contexto histórico del tiempo posterior a la muerte
de Pablo Escobar y desarme del Cartel de Medellín, donde la ineficiencia
administrativa del gobierno colombiano, presidido por Gaviria, tuvo en jaque al país
por 9 años. La identidad de Colombia fue modificada por la pólvora, el plomo y el
terrorismo, se construyó la estética, la manera de ser de la periferia de las grandes
ciudades: la violencia se volvía cotidiana, aún más de lo que ya fue, la posibilidad de
causar terror de uno, es la capacidad de causar terror de todos. Abiertos a eso, el
ser humano en su instinto de supervivencia se intentará adaptar a esa forma de vivir,
generará discursos sobre ellos, expandirá al vocabulario, será el creador de nuevos
ritos, creencias, mitos; serán los “hijos” del neoliberalismo los “padres” de la
memoria del narcotráfico, su violencia y muertos los perseguirán.
Respecto a ese clima de sobreindividualización, destacamos la visión del
texto crítico sobre el uso en plural de primera persona -bastante picaresca- para
referirse a los asesinos (por ejemplo: “matamos”). Lo entendemos como una crítica a
Vallejo, ya que “quienes propagan ese lenguaje son nuestros líderes intelectuales
más emblemáticos y hasta nuestros Jefes de Estado y dirigentes de la Iglesia
católica, una de las instituciones más respetadas por la mayoría de los colombianos”
(40), aunque el autor habla más de “ellos”. Así, narra un recuerdo de su niñez en el
que iba por una “carreterita destartalada y el carro a toda desbarajustándose, como
se nos desbarajustó después Colombia, o mejor dicho- como se “les” desbarajustó a
ellos porque a mí no, yo aquí no estaba, yo volví después, años y años, décadas,
vuelto un viejo, a morir” (8); en este fragmento, claramente se nota la intención de
excluirse a sí mismo de la responsabilidad del rumbo que tomó el país influenciado
por los carteles de drogas. Sin embargo, a la vez, existe un sentido de pertenencia a
dicho lugar dado por su propia memoria, y que le brinda -al menos aparentemente-
la autoridad para opinar libremente y criticar sobre el tema.
Inevitablemente, el modo de vida moderno colombiano con el que se
encuentra el protagonista es violento y esta violencia será analizada desde su
consecuencia más directa: la muerte, y sus distintas formas de ser representada
literariamente. Pero antes de eso, es preciso revisar qué lleva a Colombia a esa
violencia. A pesar de la propia de la modernidad con sus automóviles, sus horarios
extenuantes de trabajo decantan en una realización personal del trabajador/a. Pero
esto también pasa en el resto de Latinoamérica y en el resto del mundo. En
Colombia el problema más grave, y que se menciona a lo largo de toda la novela, es
el narcotráfico y su sicariato.
Volviendo al texto crítico de Posada, en él se menciona a propósito de la
situación descrita en Colombia, que los “retratos de violencia no deben confundirse
con la identidad nacional, como si ellos fuesen apenas el reflejo fiel de la misma
personalidad supuestamente bárbara de los colombianos” (27), tal como lo
pensaban los colonizadores de los indios del Nuevo Mundo y tal como aparenta
pensar Fernando que, aunque mantenga una relación con un joven sicario, no
parece este importarle más que como un compañero sexual que no puede ver más
allá de la ropa o música de moda y su trabajo de sicario.
La segunda relación sexoafectiva que establece no se distingue de
sobremanera de la primera, pues ambos muchachos siguen el patrón de
comportamiento: “Y ahora qué, sin mini-Uzi, sin moto. ¿Qué nos ponemos a hacer?
“Ponte a leer Dos Años de Vacaciones, niño”. ¡Qué iba a leer! No tenía la paciencia.
Todo lo quería ya, como un tiro por entre un tubo” (50). Lo anterior, lo entendemos
como una crítica a la “producción” casi en masa de niños vulnerables que tienen las
mismas necesidades creadas por el imperialismo (ropa de marca, armas, dinero,
electrodomésticos) y que tienen como hado el sicariato. Pero, a la vez, Fernando
como:

Narrador en primera persona pertenece a la sociedad hegemónica, en


conflicto con el mundo marginal al que pertenecen los delincuentes que
protagonizan estas ficciones (...) exhibe un léxico y una formación cultural
que es ajena al mundo marginal que le sirve de escenario a sus ficciones
(Osorio 19).

Por lo mismo, siente a la vez fascinación por aprender, por ejemplo, las jergas
que utiliza Alexis, y repulsión hacia este modo de vida. Es decir, tiene una visión un
tanto excluyente, pero paternalista, que desprecia en cierta medida a los
colombianos por no tomar las riendas del asunto. Así establece esta visión dualista
de nuevo/viejo, bueno/malo; puro/perverso, respectivamente, que se apreciará a lo
largo de la novela con sus distintos pequeños viajes a los lugares donde vivía
cuando era un niño, las iglesias que visitaba, etc. En uno de los viajes a una
peregrinación (75) a la que asisten Fernando y Alexis juntos, este último mata a un
taxista porque les respondió de mala forma (luego el protagonista hará un recuento
de todos los asesinatos cometidos mientras están juntos), lo que demuestra que “la
dinámica del crimen propia del entorno sicarial se convierte en un modo de relación
social para estos protagonistas” (13) y este modo de relacionarse está apegado o
más bien, cuajado con la muerte, para el protagonista, su “señora, la única que aquí
reina” (58), quien trabaja a la par con la Virgen, madre de Dios, señora de los
sicarios que los mantiene lejos de su propia muerte y cerca de la muerte del resto.

La violencia en Colombia conlleva inevitablemente a la muerte; esta se


encuentra en la novela de Vallejo: como justicia “por las propias manos” (sobre unos
“tenis” dice: “aquel a quien se los van a robar cree que es injusto que se los quiten,
pues él los pagó; y aquel que se los va a robar cree que es más injusto no
tenerlos”(59)), como liberación (que se puede encontrar cuando Alexis y Fernando
aplican eutanasia a un perro en el río, o bien, en el concepto de “Ángel
exterminador” (66) que el protagonista utiliza para referirse a Alexis, quien le “limpia”
el camino de quien lo fastidie), como algo cotidiano (el mismo sicariato es un trabajo
de todos los días), como cosificación de la persona (noción de “muñeco”, es decir, el
espectáculo del crimen/asesinato público).
Este punto es el que nos hace pensar en el antinatalismo de Schopenhauer,
la cosificación de la humanidad a su forma instrumental formulada como la decisión
personal y política de evitar la reproducción. Para Vallejo, la homosexualidad es su
concepto antinatalista de oponerse a la continuidad de una especie incapaz de
solucionar su disputa, una postura anti-todo. La voluntad de la reproducción es
cuestionada, por ser la causante de todo el mal descrito, la verdad absoluta de la
muerte recorre la médula espinal del texto de Vallejo:
En consecuencia no se reproduzcan. No hagan con otros lo que hicieron
con ustedes, no paguen en la misma moneda, el mal con el mal, que
imponer la vida es el crimen máximo. Dejen tranquilo al que no existe, ni
está pidiendo venir, en la paz de la nada. Total, a ésa es a la que
tenemos que volver todos. ¿Para qué entonces tanto rodeo? (Vallejo)

Tomando ahora como punto de análisis a la novela El Asco de Castellanos Moya,


ésta nos introduce de lleno en el contexto político de El Salvador. Luego del proceso
de autoritarismo militar (coincidente para todo Latinoamérica), el clima de extrema
violencia, la inestabilidad política y los sucesivos golpes de estado decantaron en
una guerra civil que duró 12 años (1980-1992). En la época posguerra, nuestro
narrador, Eduardo Vega, llega a El Salvador luego de 18 años de exilio para acudir
al entierro de su madre. El funeral, sólo será la excusa inicial para un enfrentamiento
pendiente que lo trae de nuevo a la selva urbana salvadoreña. Como hemos
hablado, la narración en primera persona atenta contra la memoria colectiva, la
tradición y la identidad del país. Vega, nos narra con sumo desencanto en un gran
monólogo, su cruda relación de convivencia con su país, su comida y su gente.

[…] Y me fui precisamente huyendo de éste país, que me parecía la cosa


más cruel e inhumana, que habiendo tantos lugares del planeta me haya
toda nacer en este sitio. […] Nunca acepté la broma macabra de haber
nacido en estas tierras. (17).

Nuestra lectura, nos hace suponer que la palabra asco no es un azar fortuito,
entendemos a la estética como algo más político que formal. Desde ese punto, con
ayuda de Ranciére, nos abrimos a re-entender al asco. Tomando la linealidad de la
crítica del libro, podemos entender que el asco es un concepto específico, hace
referencia a una “sensación” de repulsión, náusea u horror. La periodista peruana
Rocío Silva en su libro El factor Asco (2008) nos aclara un poco la noción sobre él.
En base a lecturas de la psicoanalista polaca Alice Miller, destacamos la noción de
separación que genera el asco en la cultura. Excluye, privatiza. Hace nuestros
discursos, y deslegitima a otros. Genera la división entre “ellos” y “nosotros.

Acercarse a él [al asco] es acercarse a lo más interior del ser humano e


implica transgredir los límites de lo público/privado y lo moral. A su vez,
estudiar el asco es una manera de entender cómo los seres humanos
crean y apuntalan esos precarios límites y aquellos que los agrupan y que
nos diferencian de otros seres humanos. (56)

A la memoria colectiva es lo que Vega le tiene asco. Si bien hay posturas en la


psicología y el psicoanálisis que difieren un poco de la concepción de asco, nos
quedamos con dos: la de Miller (emoción) y la de Lacan (síntoma). Por ende,
entendemos al asco no como una reacción puramente tal, sino como una
construcción conceptual que rodea a “algo”. (Silva 58). El atentado a la memoria, se
ejecuta sobre lo que rodea a la cultura Salvadoreña, lo presenta como una emoción
desbordada, y como un síntoma a la modernización y la sociedad moderna.
Vega, continúa su monólogo en la experiencia de esa memoria, de enfrentar
cara a cara a la hegemonía que postula la nación y la memoria colectiva, una tierra
sin disputas, que sólo aspira:

Y todavía hay despistados que llaman “nación” a este sitio, un sinsentido,


una estupidez que daría risa sino fuera por lo grotesco: [...] poblado de
tipos que no les interesa tener historia ni saber nada de su historia. Un
sitio poblado por individuos que su único interés es imitar a militares y a
administradores de empresa. [...] un asco tremendísimo es lo que me
produce este país. (25)

Suponiendo al asco de la presencia nacional de tradiciones la solución es el


desarraigo, al igual que Vallejo cree que “la mejor decisión es vender la casa de mi
madre, es lo que más me conviene, para no tener que regresar jamás a este país,
para romper todos los vínculos con el país, con el pasado, con mi hermano y su
familia” (40).
En la novela de Castellanos Moya, logramos identificar con claridad la
violencia sistemática y formadora de estética del capitalismo. La rapidez de la
existencia, lo desechable, una cultura basada en la ignorancia, la falta de centros de
estudios y de ímpetu para estudiar ha hecho de El Salvador el portador de una
enfermedad a la que se resiste Vega. La enfermedad salvadoreña, o el capitalismo,
ejecuta sus síntomas a lo largo del relato, donde la memoria construye el relato y la
odiosidad, genera símbolos y da significados los sucesos políticos y culturales del
país caribeño.
A nuestro entender, el gesto más crudo de Vega es el cambio del nombre.
Abandonar definitivamente la raíz latinoamericana y aceptar con desesperación el
abrigo de una patria distinta (118). Somos críticos al señalar, como lo hicimos
anteriormente, al fetichismo del verso hablado, de cómo las imágenes aparecen
mágicas y azarosas cuando se pronuncian discursos. Si bien el narrador,
compromete su esfuerzo didáctico en explicaciones de la realidad salvadoreña, nos
hace suponer que también descansa su discurso en una articulación arribista y
despreciativa de su lectura promovida por el fetichismo de la impresión y la estética
de la información propias de un sistema neoliberal. El temor a descubrir es quizás la
diferencia que tiene con Vallejo, y es una posición incómoda. ¿Qué anhelo más
grande es ser el que domine?
Bajo esa pregunta, nuestro repaso conceptual de memoria y violencia se
puede entender con mayor claridad. Asumimos la diferencia conceptual entre
memoria histórica y memoria colectiva, como también la resistencia de la memoria
histórica a la historia, la autoridad textual y el desarrollo de patrones discursivos que
entendemos como memoria colectiva. Este choque se genera siempre a partir de un
clima de violencia. Entendemos a la violencia entonces, no sólo como el acto físico
de agredir, sino como la generación de absolutos estáticos hacia nociones
dinámicas dentro de la sociedad, que sólo es posible mediante la invisibilización y
normalización del acto de violentar, sea éste de manera simbólica o física.
Atravesamos esa dicotomía -generalmente más un complemento, que un contrario-
en las obras de Vallejo y Castellanos Moya respectivamente. La violencia simbólica
posviolencia física de Moya, se contrasta con la violencia simbólica dentro de la
violencia física de Vallejo. La conexión faltan entre la muerte-capital, nos hace
también pensar en las posturas conservadoras de ambos autores. Una ejecución de
disposiciones y voluntades morales para la determinación de lo apto y lo no apto. Así
el asco de Fernando y Vega nace mediante una comparación exclusiva y crítica
hacia la modernidad y la modernización de una vida a otra, fetichista y ácida a la
vez. La memoria y la violencia, por ende, la evidenciamos posmodernamente de una
manera relativa.
La cita inicial de la novena de María Auxiliadora nos hizo una imagen moderna de la
relativización de la memoria y la violencia. El “enemigo maligno” nos atacará, incluso
después de la muerte. La construcción de la memoria por ende nace desde el
enemigo (sea cual sea) fundamentado en el odio y no desde una retroalimentación
necesaria para una cultura y un grupo de personas. No nos desprendemos de odiar
y de identificar enemigos políticos, pero sí de aplicar la memoria selectivamente sólo
para identificar a esos enemigos.
Las contradicciones sociales se viven día a día, la violencia también. La memoria,
desde una perspectiva ética, nos da herramientas para comprender el presente,
como también para desfigurarlo. El peligro de la historia es quién la escribe, la
memoria se resiste a ella. Se va creando constantemente: cambia, se adapta, se
modifica y se anexan más y más elementos de la cultura política de personas a fines
(no toda memoria nace desde un país). La construcción e identificación de los
sucesos es la actividad que validamos como memoria histórica, ya que permite por
sí misma la inexistencia de autoridades en el texto abstracto de “contar lo que
sucedió”. Así, la memoria histórica se construye y se valida por el hecho más allá del
lenguaje. Es un cúmulo de pensamiento que fue aprendido por él, pero que
descansa en la lengua mentalés de las conciencias y la colectividad.
Nos llama poderosamente la atención la relación entre memoria y muerte; la
aparición de una memoria pareciera indicar la imposibilidad de conectarse con el
pasado. Nosotros suponemos todo lo contrario, la memoria existe aunque no sea
tratada como tal, ya que la existencia de la esta es la existencia de cualquier ser
pensante. Asumiendo eso, podemos concluir la relación estrecha entre “lo que existe
crea”, y “lo que no existe no crea”. La comprensión del antinatalismo nace desde ahí,
y es la reproducción lo que finalmente genera la memoria, como también genera la
violencia. El apéndice del lenguaje, es necesario, cómo no, para la creación de un
concepto de “vida” o “muerte” en las colectividades humanas, que se estrecha
netamente con la memoria y por consecuencia la violencia.
En una arrogancia extrema, hemos olvidado el camino transitado, abrazando
la modernización y sus conceptos de “eliminar” y a la sociedad moderna, en su
ignorancia y desencanto con la presencia del “otro”. Criticamos al modelo
universitario en general por no incluir deliberadamente éstos parámetros de la
existencia asegurando la conexión casi obligatoria a la modernización. Nos
resistimos a considerar a la modernización como un progreso, y asumimos la
responsabilidad de la existencia y de la creación de discursos, como no así de la
continuación a sangre fría de éstos.
Criticamos a las políticas públicas por la creación superficial de memoria en marco
siempre del desarrollo paulatino del capitalismo y la megaempresa (ej. homenajes a
Violeta Parra), que no lleva a un cuestionamiento ni a un acercamiento a sucesos
históricos, sino que más bien, parecen dar cuenta de “decir todo” sobre temas en
específico (ej. la dictadura). El caso colombiano y salvadoreño, nos hacen dar
cuenta del error conceptual de la sociedad moderna, en donde el desecho reina y
construye la cultura, el lenguaje y las expresiones artísticas. Pero no somos
ingenuos, comprendemos la construcción necesaria de realidad por parte de los
Estados para generar imaginarios de dominación y hegemonía que no sean
evidentes.
Entendemos a la ignorancia también como una resistencia y como una
consecuencia. No asumimos ningún tipo de sotana predicadora, pero sí la
posibilidad de criticar. El gran problema que identificamos es la existencia de una
infinidad de sotanas morales sin la posibilidad de crítica.

Referencias:

Castellanos Moya, Horacio. El Asco. 8th ed. San Salvador: Editorial Arcoiris, 2005.

Osorio, Óscar. La Virgen De Los Sicarios Y La Novela Del Sicario En Colombia. 1st
ed. Cali: Secretaría de Cultura Valle del Cauca, 2013.

Posada Carbó, Eduardo. La Nación Soñada. 1st ed. Bogotá: Grupo Editorial Norma,
2006.

Scholz, Roswitha. "Patriarcado Productor De Mercancias: Tesis Sobre Capitalismo Y


Relaciones De Género." Constelaciones 2013. Web. 10 Nov. 2017.

Silva, Rocío. El Factor Asco: Basurización Simbólica Y Discursos Autoritarios En El


Perú Contemporáneo. 1st ed. Lima: Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales
en el Perú, 2008.

Spivak, G. C. (1998) ¿Puede hablar el sujeto subalterno? Orbis Tertius, 3 (6), 175-
235. En Memoria Académica. Disponible en:
http://www.fuentesmemoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.2732/p r.2732.pdf

Vallejo, Fernando. "A Los Muchachitos De Colombia."


Verdadesparciales.blogspot.cl. N.p., 2017. Web. 9 Nov. 2017.
- La Virgen De Los Sicarios. 2nd ed. Colonia Del Valle: Alfaguara, 2002.

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