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El amante de la muerte

A 57 años del suicidio de Ernest Hemingway, repasamos


la vida del escritor de El viejo y el mar y Por quién
doblan las campanas.
Hijo de un cirujano suicida, con quien tuvo una relación conflictiva, y
una madre con aficiones artísticas que lo vestía de mujer en la infancia,
nace en Oak Park, Illinois, el 21 de julio de 1898 Ernest Hemingway.

Aficionado desde joven al boxeo, la caza y la pesca, deportes que, unidos


al periodismo, lo convirtieron en un trotamundos, tan estudioso de la
naturaleza humana como retador imparable del peligro…y en ícono del
siglo XX.

Las circunstancias que formaron su infancia llevaron a Hemingway a


tener una vida intensa y diversificada, no solo por sus períodos de
residencia en otros países —Italia, Francia, España, Cuba y del
continente africano—, sino por una inclinación a la violencia, en dos
guerras mundiales y en la guerra civil española (1936-1939) —como
corresponsal—, todo lo cual trasladó a sus obras de ficción, a menudo
con claves que incitan a descubrir a los personajes en los que resumió su
vida.

Tres relatos y diez poemas (1923), En nuestro tiempo (1924) y Hombres sin
mujeres (1927) fueron sus primeras creaciones literarias, donde evidencia
su estilo narrativo. En 1929 publicó Adiós a las armas, una de sus
creaciones más populares, sobre una conmovedora historia de amor entre
un oficial norteamericano y una enfermera británica, que se desarrolla en
Italia durante la guerra. En 1952 publicó su mundialmente célebre El
viejo y el mar, por la que recibió el Premio Pulitzer, en 1953.

Un tiempo antes, en 1950, algunos periódicos anunciaron de manera


errónea la muerte de Hemingway, después de que el escritor se vio
envuelto en dos accidentes aéreos en África. Esto afectó su salud mental
por el resto de su vida.

Hemingway vivió toda su existencia obsesionado y preocupado con la


idea de la muerte. Tal vez no existe novelista contemporáneo que se le
pueda comparar en este sentido. Con frecuencia dialogaba con ella, como
si se tratara de una amiga familiar. La llamaba “la repelona”, “fulana
importante”, “la pudridora”. El historiador Francisco Yndurain le llamó
“el cantor de la muerte”. En una de sus frecuentes visitas a España, el
periodista Vidal-Quadras le preguntó: “¿Qué piensa de la muerte?” Y
contesto: “¡Oh!, todos tienen que morir… las vacas mueren, los hombres
también mueren”. Sus ojos se tornaron tristes. “No quiero hablar de
estas cosas”, concluyó.

Las corridas de toros ejercieron su fascinación sobre él y ocuparon un


lugar importante en su obra. Asistió a más de dos mil corridas. Las
consideraba como una prueba, como un medio de conocer la muerte. “El
único lugar donde se puede ver la vida y la muerte, quiero decir, la
muerte violenta –escribía-, ahora cuando terminaron las guerras, es en la
arena de las plazas, y deseo ir a España para observarlas. Yo quise
desempeñar el oficio de escritor, empezando por el estudio de las cosas
más sencillas, y una de las cosas más sencillas y fundamentales es la
muerte violenta”.
El tema de las corridas de toros lo trató extensamente en su libro Muerte
en la tarde, en el que abundan las frases y los diálogos irónicos con “la
repelona”, “la vieja dama”. Su novela Fiesta, cuyos principales
personajes masculinos son un judío campeón de boxeo y un torero que
aprendió el inglés trabajando de camarero en Gibraltar, recoge, junto a
la alegría de San Fermín, la sangre y la muerte en los ruedos. En su
última novela sobre temas taurinos, Verano sangriento, pinta la tragedia
de heridas y muertes de toreros durante el verano de 1959.

No obstante, su obsesión por la muerte se consumaría de otra forma, casi


desperdiciada, a los 61 años. Durante su fase depresiva, Hemingway
solía tener un carácter agresivo, y en su estado eufórico bebía mucho.
Tal vez esa incontrolable melancolía lo motivó a dar punto final, con un
disparo.

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