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Introducción
Es muy reciente el conocimiento general del por qué de las formas
expresivas, los móviles y las actitudes del artista en su íntimo proceso de creación.
Hoy se analiza profundamente no sólo a la obra de arte en sí y al artista como
hombre, sino también al hombre-artista como creador y a su obra como última
expresión de su proceso interior.
El aporte de este estudio es muy valioso a la ciencia psicológica: se
descubren elementos característicos de ese hombre-artista, los que no pueden
considerarse ya como alteraciones de una aguda sensibilidad. Y se quiere conocer
su origen y su desarrollo.
Los artistas mismos van saliendo de su silencio y hablan no solamente de
técnica, tonos y composiciones, sino que nos dicen qué sienten, a qué ansia
obedece el “hacer”, cuáles son los impulsos que los mueven y cómo es el mundo
interior que en ellos vive.
Se descubre que las ansias creadoras del hombre-artista, que en éste
toman una dirección formal determinada, son las mismas ansias que mueven e
impulsan a todo ser creador.
La necesidad de creación se presenta en un principio como un sueño
velado, una nebulosa que esconde formas que el artista descubre lentamente.
Intuye una realidad tras los velos de la estética. Discierne el verdadero sentido de
su trabajo: es el medio que lo saca de una somnolencia y de la horizontalidad; el
trampolín que lo eleva a la Esencia misma de su “ALGO” anhelado, su Verdad, su
Bien. Sonidos, colores, planos, no son en el fondo otra cosa que el camino que lo
lleva a la Tierra prometida, punto de encuentro consigo mismo, conjunción de su
ser con la materia formal.
Pero yendo más allá veremos que tampoco éste es el último motivo de su
“hacer”; porque si bien el hombre-artista se siente perpetuado en su obra, la
abandona por fin a su propio destino una vez realizada.
El amor puesto en juego, los desvelos sufridos, la sangre de su alma
derramada sobre la materia inerte, el esfuerzo realizado no pueden constituir
tampoco el verdadero sentido de su “hacer”, a menos que se lo vez como acto de
redención. Quizás lo único importante para el artista con respecto a su obra sea
ese acto de dar vida, que le permite emprender vuelo hacia un plano diferente.
Si esto es cierto, debemos admitir que nuestra actitud frente a la obra de
Arte tiene que ser muy otra de la clásicamente establecida: considerarla el
“Testigo” de algo posible, hecho realidad en el hombre-artista.
Desde el punto de vista psicológico tiene gran importancia, más que la obra
en sí, el proceso interior del artista, su entrenamiento formal y los impulsos que lo
acompañan.
Será digno de estudio comprender al hombre como hombre-artista, como
ser creador. Pero es necesario interpretar las cosas de cierto modo: captar la
esencia misma de su “otro mundo” a través de su obra, pero no ya como un ente
mágico en sí, sino como el resultado, como el símbolo de una realidad interior en
la que él vive.
Muy importante es el símbolo, pero más aun lo es el hombre que lo plasma.
UNIDAD, DUALIDAD, MULTIPLICIDAD
A
............................... Unidad
B A C
........................................ Dualidad
EBAF
..... .................................. ....... Multiplicidad
Todo cuanto existe, lo múltiple, gira en torno a la dualidad del SER A que
“ve, viéndose” y que “siente, sintiéndose” como dualidad B y C. En este punto se
hace necesario recordar que las cosas todas, la Naturaleza infinita, es parte
integrante de ese Ser, que está formado por el mismo material.
Y es precisamente la materia, en este caso, la que nos devuelve la Unidad,
porque es como la fuente única, fuente Cósmica, de todo lo viviente.
Si se quiere conocer el sentido del Arte como así también el de la Vida, hay
que recorrer esos tres planos: Unidad. Dualidad y Multiplicidad, e inversamente.
En la multiplicidad y en la dualidad se vive con bastante plenitud; lo que hay
que lograr es la vivencia de la Unidad, a la que puede llegarse por varios caminos
t que es siempre el resultado de una integración a un estado de totalidad. El ser
humano puede liberarse de la obsesión de lo complejo desordenado y de lo dual
absorbente, para encontrar la estructura esencial que sostiene y alimenta al
Hombre y a las Cosas en función de Vida.
La integración a la Unidad es el movimiento indispensable que lleva al Arte
a encontrar el “sentido” que le corresponde, porque es aquí donde está la
“finalidad”, la “causa”, el “principio” de todo cuanto existe y del ser humano.
Entendámoslo bien, solamente en el pasar de un punto a otro, o mejor
dicho de un plano a otro, se obtiene el movimiento que lleva hacia la creatividad, o
sea que no puede haber creación artística si no se realiza el intercambio entre Ser
y Cosas, entre Unidad, Dualidad y Multiplicidad, e inversamente. Cualquier fijación
en cualquiera de los planos mencionados provocaría una ruptura que impediría el
descenso del Espíritu hacia la Materia, o la sublimación de la Materia por el
Espíritu. No puede haber Arte sin este movimiento “redentor” que permite a las
intenciones y a las intuiciones tomar cuerpo y darle vida propia.
Entre las numerosas incógnitas que pueblan nuestra tierra, el Arte ocupa un
lugar predominante, a pesar de lo mucho que sobre él se ha hablado y se ha
escrito. Es éste un fenómeno que algunos filósofos han considerado como una
calamidad, una viciosa pérdida de tiempo, mientras que para otros, especialmente
los estetas, está revestido de las mejores intenciones. A pesar de estas opiniones
encontradas y contradictorias y de la oscuridad que envuelve el fenómeno del
Arte, no puede negarse que el estallido de esta actividad es irresistible y no se
sabe si es un invento del hombre para embellecer su vida o una necesidad
ineludible que, como un fuerte impulso, ayuda al crecimiento del Hombre.
No se ha podido nunca catalogar entre las necesidades vitales, dado que ni
el más encarnizado sostenedor de esta idea muere si desaparece de su vida toda
expresión artística. Pero también es cierto que para algunos el Arte se ha
transformado en algo, de cierto manera, vital, si no para el cuerpo, digamos para
el alma.
La distancia que ha recorrido el Hombre, con respecto al animal, es de
conciencia y de raciocinio; es decir que solamente por éstos el Hombre ha podido
sacar ventajas y ser diferente; es cierto también que es justamente en este campo,
el de la inteligencia y la conciencia, donde se halla ubicado el Arte. En
consecuencia, la importancia que tiene el Arte en la vida del ser humano es vital
según el proceso evolutivo.
En efecto, la evolución del Hombre es completamente diferente de cualquier
otra evolución; podría decirse que la evolución de las especies inferiores se
desenvuelve en un plano de horizontalidad obligada, mientras que el ser humano
se dirige hacia la verticalidad. Las organizaciones gregarias de las abejas y de las
hormigas indican una evolución más desarrollada que la de otros animales; ni
siquiera la humanidad cuenta con tal perfección de sistemas a causa de la
anarquía de su exigente individualidad ambiciosa. La conservación de la especie,
el orden y la economía social sobrepasan cualquier interés personal, mientras que
en el ser humano la defensa de los derechos personales es llevada a la máxima
exaltación, frente a los ideales que rompen con la mecanicidad de todos los
sistemas.
Son, fundamentalmente, la conciencia del Hombre (conciencia de sus
posibilidades y de sus límites), el ansia de superación y dentro de ésta el Arte los
que, como factores substanciales, tocan fuertemente al ser humano. Así se explica
la persistente incidencia de las actividades artísticas en la vida diaria.
Pero aun después de tanto discurrir, la vida del artista aparece para algunos
como consumada por el pensamiento y el quehacer estético en sí, como un mero
placer, y ello ha impedido interpretar correctamente la comunión con la belleza
como factor trascendente. Visto de aquel modo, el Arte era una ilusión más en el
mundo ilusorio y el artista se empeñaba en tomarlo como un ocupación principal,
lo cual desconcertaba a los racionalistas.
Materia y Pensamiento están en purga y ya no cabe duda de que, si nos
entregáramos a la supremacía de una o de otro, el enquistamiento llevaría a algún
tipo de locura. Por otra parte, no sería explicable en el Hombre la Vida material,
con su perentoria caducidad y su irremediable fijeza, si no fuera por la elasticidad
y el sentido de porvenir eterno que da irreversibilidad al espíritu.
En el Arte se tiene la evidencia de una suerte de libertad que no parte de la
materia; no es ésta el punto de partido ni la que la motiva, del mismo modo que la
materia no es el punto de partida o de llegada del Universo.
Mientras más se examina el quehacer artístico menos se lo puede tomar
como una viciosa pérdida de tiempo, lo cual, según hemos visto ya, echaría por
tierra todo el pensar y el sentir como factores inútiles y hasta perjudiciales. La
misma conciencia sería un atributo sin valor alguno, aunque se trate de la
conciencia humana que, a pesar de presentarse tan terriblemente contradictoria y
difusa, permite el lento avance desde la multiplicidad de formas hacia la unidad de
intenciones y contenido.
Cada obra de Arte es en sí la demostración evidente de una tentativa con
que la chispa vital, que se encontraría perdida dentro de la multiplicidad y la
pluralidad de los fenómenos, consigue detenerse, prender fuego y transformarse
en llama que atrae partículas similares y las enciende en una única antorcha.
Hay una psicología de la Forma artística y hasta hay una psicología de la
Materia, tanto en la variedad de elementos usados por el Arte, como en el modo
de emplearlos y en la composición y en la técnica que usan los artistas. Sobre
todo esto se ha escrito bastante. Los modos cambian, aparentemente, mas la
“materia” no cambia nunca, aunque pueda ser empleada de muchas maneras.
Pero la presencia del Pensamiento es un advenimiento, es el factor nuevo que
aparece y modifica, enriquece y da nuevas posibilidades de desarrollo al ser
humano y, por ende, al Arte, que se incorpora a la vida humana.
Las pinturas primitivas, como las que se han descubierto en Lescaux,
hablan desde un principio el lenguaje del pensamiento y son a menudo una
evocación mágica (como sucede en las mencionadas), donde los cazadores
memorizaba la presa, usaban la imagen mnemónica como imán para atraerla.
Estos antepasados nuestros disponían de los poderes psíquicos y sabían que
podían centrar la atención en las imágenes ansiadas; este juego, de atraer lo que
fuertemente se anhela usando la evocación mnemónica, desde entonces, se ha
hecho muy conocido por todos.
Las imágenes dibujadas, llenas de asombrosa vida y movimiento, están allí,
recordadas con toda fidelidad, desafiando el tiempo para esperar, secretamente
favorecer así la concurrencia de los demás factores, forzando hasta los más
fortuitos y dirigiendo la acción desde el exterior.
Esta evocación de imágenes se va haciendo, con el tiempo cada vez más
sutilmente psicológica; cosas y figuras humanas, el ser amado o cuanto se
aprecia, desencarnados y espíritus puros, son aferrados por el pensamiento. La
Divinidad y lo desconocido son plasmados con énfasis y recogimiento hasta ser
convertidos en presencia ineludible.
Claro que en este Pensamiento se vuelven a encontrar todos los intereses
humanos; las necesidades del cuerpo y del alma: subsistencia, afectividad e
instintos son analizados y utilizados; lo evidente y lo oculto aparecen una y otra
vez insuflados de una vida nueva por el Pensamiento. Las preguntas, tímidas al
principio, son formuladas cada vez con mayor precisión e intensidad y la misma
conciencia, que aparece como un tipo de psiquismo, se mueve ahora dentro de la
forma-pensamiento.
Este impulso primitivo del pensamiento se fue alterando con el tiempo y la
imagen reproducida no obedece a los mismos y únicos móviles de antaño: el
instinto que ahora llamamos irracional. Las preguntas han ido adquiriendo mayor
fuerza y aun en las especulaciones sobre el Arte ya no se sabe si es con el
pensamiento.
No se sabe si el Pensamiento es implícito en el hombre y se fue haciendo
explícito con el tiempo.
Mientras nos quedamos en el nivel del Pensamiento se puede comprender
el motivo que lo hace aparecer o revelarse; en cambio, si se lo observa desde su
propia dinámica, cambia la visión.
El Arte, como Materia y Pensamiento, es el hombre y la Flecha; se necesita
un Blanco que dé sentido a este Hombre y a su Flecha. No solamente lo que le dé
sentido, sino lo que lo explique para ampliar los términos mismos de las premisas.
El Blanco sería la evolución, tomada como una necesidad Cósmica, hacia
donde se dirige el Arte: “Materia y Pensamiento”.
El Pensamiento hizo que el Arte encontrara su centro en el hombre, dio
valor a su realidad intrínseca, mas no puede enquistarse en su castillo encantado;
por lo tanto ese mismo Pensamiento le impulsa ahora a salir fuera de sí en busca
de cuanto no le pertenece aun como realidad integrada a su ser individual y social.
El Hombre busca en el Arte algo que dé sentido a su existir, sólo que a
menudo lo que debe encontrar dentro de sí.
A veces le lleva mucho tiempo la tentativa de ubicar lo esencial y situarse
en lo Real. Mas, si consigue encontrar ese Algo, con la plenitud que,
indefectiblemente, lo acompaña, ya no inquiere, sino que realiza.
El Arte mismo, después de haber sido el medio de la búsqueda, puede
llegar a ser el de la expresión de la plenitud interior ya alcanzada.
LA ENERGIA VITAL:
PUNTO MEDIO ENTRE EL CONTENIDO
Y LA EXPRESIÓN FORMAL
La fuerza vital puede ser usada por el Artista, pero es indudable que como
hombre está constantemente sometido a ella, a veces hasta la violencia. Si no
ejerciera tal presión quizá sería fácil caer en un quietismo de muerte a causa de la
otra fuerza que atrae hacia el centro de la tierra, hacia la horizontalidad. Por eso
Cristo tuvo necesidad de decir que no había venido a este mundo para traer la
paz, sino la espada.
Esta energía se encuentra en todo momento, constructivo y destructivo,
empeñada en intensa labor, tanto dentro como fuera del hombre; la materia toda,
sustancia, colores y sonidos, células, glándulas, huesos, corazón, pensamientos y
sentimientos, son llevados por esa fuerza siempre activa que opera, transforma,
arrastra, hunde en el infierno oscuro y eleva hasta las regiones celestiales y las
bienaventuranzas del espíritu. Según algunos parte de la Materia, según otros
viene de fuera y llega a la materia.
“... energía que ciega al hombre, que lo hace esclavo, que lo obliga a servir
los propósitos de la naturaleza en la creencia de que se sirve a sí mismo, a sus
propias pasiones, a sus deseos”, esta energía “crea una inmensa presión, una
inmensa tensión”, como dice P. Ouspensky, en Un nuevo modelo del Universo,
obligando a cumplir con el mandato de la preservación de sí, ante todo. El resto se
vuelca en las emociones y pensamientos, además de las acciones.
El objetivo de esta fuerza energética está, probablemente, interesado en un
plano más vasto y complejo; lo encontramos en la conservación de la especie y de
la raza, con una superabundancia que obliga a la humanidad a prestar su
colaboración, involuntariamente, a la evolución de seres y cosas.
Desde que la humanidad usa su razón se ha descubierto que esa energía,
a pesar de que no se la puede definir, puede ser utilizada (así sucede con la
energía eléctrica) hasta para alcanzar estados superiores de conciencia y de
percepción.
Algunos afirman que esta energía se funda en lo biológico-sexual, pero
otros tienden a considerar este fenómeno como una precipitación vital, con
manifestaciones de todo tipo y con evidencia en lo biológico.
De todos modos debe suponerse que esta fuerza, que se halla a
disposición del hombre y que vemos aplicada en la creatividad –y no sólo en la
procreación- ofrece posibilidad infinita. Obras de manera tal que las partes
aparentemente dispares se unen y entremezclan. Tómense por ejemplo la mente y
la inteligencia con sus múltiples características: penetración, discernimiento,
análisis y síntesis, raciocinio, memoria, imaginación, etc. En sí, la inteligencia es
diferente fría: puede observar, grabar lo observado y repetir, coordinar los
elementos entre sí y clasificarlos, yendo hacia el objeto o hacia el sujeto; su
capacidad intrínseca es especulativa aun cuando penetra en el pensamiento
abstracto. Sin embargo está fuertemente ligada a las sensaciones y a los
sentimientos, al servicio de la sensibilidad y de los sentidos, y a veces hasta
depende de lo físico y de lo anímico.
No se sabe cuándo se está pensando con la inteligencia y cuándo con las
glándulas o con los deseos. Lo mismo puede afirmarse con respecto a lo anímico
y a lo físico; las alucinaciones, los estados de ánimo, las condiciones físicas del
momento se entremezclan entre sí de manera sorprendente. Y el artista no crea
su obra de arte anímicamente sino con la concurrencia de todo el ser; todo él
participa en la obra, todo él es llevado hacia la obra, aunque a veces el tono “cae”
en lo mental –obra literaria- o en lo anímico-sentimental o físico-formal.
¿Qué sucedería si se pudieran cultivar estas partes por separado?
Probablemente se producirían anarquías y desórdenes. De todos modos cierta
independencia es indispensable, como se nota en los casos enfermizos, que
confunden todo, con perjuicio de la salud psíquica y física.
Supongamos que el artista, sano y eficiente, establezca involuntariamente
un equilibrio entre las partes y que las variantes que dan colorido y personalidad
sean llevadas, de manera implosiva y explosiva, por el fluir constante de la
vitalidad, que se acumula y gasta en un recibir y dar que satisface las exigencias
del individuo y de la naturaleza. Y es la vitalidad la que trae esa condición de
constante intercambio, de movimiento hacia dentro y hacia fuera del ser, sin
fijaciones ni estancamientos.
En el artista, como en todo hombre, esta fuerza energética no está
distribuida parejamente en los tres aspectos: físico, anímico, mental. Hay un
mecanismo y una ley sin fijaciones ni estaticidad, y la misma creatividad obedece
a la alta o baja tensión energética; no sólo dentro de un mismo individuo, sino
entre los individuos, ese magnetismo vital es arrastrado y arrastra combinaciones
y variedades infinitas. De todos modos, su intensidad puede ser negativa si
sobrepasa ciertos límites, tanto en la superabundancia como en el defecto. Los
mismos acondicionamientos responden a móviles desconocidos y lo único que
puede decirse es que solamente si hay cierta cantidad se produce lo que podría
llamarse el proceso creador.
Si aceptamos como premisa que existen leyes que rigen esta fuerza
energética, tenemos que admitir la importancia de conocerlas, especialmente
cuando la obra, como cosa en sí y como dinámica, está ligada a la misma. Mas
¿Cómo asirla con la comprensión si es infinitamente superior a la capacidad
mental humana? Menos aun se podrá pretender manejarla o dirigirla.
La economía cósmica trabaja por excesos y jamás por defectos. La misma
energía vital se impone, como se ha visto, aplastando cualquier voluntad que se le
quiera oponer; los recursos humanos pueden solamente concurrir y estar
sometidos al poder energético. La naturaleza misma sufre y sirve a la fuerza vital,
tal como lo hace el hombre, que a pesar de su libre albedrío y de su voluntad
aparentemente independiente, sólo puede ir comprendiéndola para adherirse a
ella, más sin desviarse de ella ni evitarla. Puede hacerla su aliada o su enemiga,
pero en ningún momento detenerla.
La tentativa de definirla ha sido hecha ya, de diversas maneras, y si aún se
la desconoce es porque presenta grandes dificultades. El artista también, a su
manera, intenta poseerla y la obra misma es el testimonio de su tentativa.
Pueden estudiarse ciertas características que nos van acercando a su
realidad; por ejemplo, la de acumularse y gastarse, de una manera particular, en el
hombre. Los dos movimientos pueden coexistir contemporáneamente, como se
advierte en el hombre “esponja” que absorbe sin descanso porque gasta sin
descanso. También en el juego del dar y del recibir intervienen factores múltiples.
En el mismo rechazo de algo, en la selección voluntaria o involuntaria, hay
un movimiento vital inevitable. Advienen sensaciones, pensamientos y
sentimientos, sustituyéndose y desplazándose entre sí; en este juego energético el
impulso renovador es muy evidente.
Algunos afirman que el sometimiento pasivo, como lo hace la naturaleza, es
la única forma posible para el hombre, mientras otros aseguran que puede usarla
y hasta dirigirla.
Probablemente la clave está en ser masa e individuo, alternadamente:
como masa está obligado a un mecanismo para él desconocido, mientras que
como individuo racional quizá sea en muchos sentidos diferente.
Sea cual fuere la determinación que pueda tomarse, lo cierto es que el
desarrollo y el desenvolvimiento de la persona es proporcional a la vitalidad que lo
compone y de la que dispone.
El dinamismo hace que el desplazamiento sea más o menos rápido; la
velocidad que toma en el hombre hace que el dilatarse, acumularse y desplazarse
sea diferente de una criatura a otra.
La vitalidad es un don gratuito, no se la puede producir mecánicamente ni
puede especularse con ella; el objeto o sujeto que la tiene puede dirigirla hacia sí
mismo hasta el estancamiento o hasta la exaltación.
En las proyecciones humanas este juego de alternancia se hace evidente;
en las expresiones plásticas, por ejemplo, la superabundancia energética va
acompañada de explosiones formales y de contenido. Puede llegarse hasta la
eclosión, que se traduce en violencias o tempestades interiores.
LOS OPUESTOS COMO IMPULSOS
Encarado el estudio de los “tipos” podría decirse que hay dos modos de
considerarlos: desde el inconsciente, ciego y mecánico, obedeciendo a un
determinismo ineludible y sumido en los acontecimientos, o desde las
posibilidades de la conciencia, poniendo el libre albedrío y el raciocinio al servicio
del hombre.
La psicología común se sirve del primer modo, que no basta para el artista,
que en su ansia creadora es llevado a vivir lo nuevo y a renovarse él mismo
continuamente, exigido por su misma sensibilidad.
Se supone que esta exigencia debe darse en grado mayor en el místico que
anhela identificarse con el Infinito sin especulaciones de ningún tipo. Este también
está atado a la herencia, al tipo y a las características propias, pero no ya de
manera exclusiva, porque la participación en las nuevas posibilidades amortigua y
diluye las herencias. Es claro que no se sabe hasta qué punto puede escaparse a
las herencias y si las nuevas posiciones alcanzadas entran en algún estudio
sistemático. En este caso se debería hablar de diferentes tipologías, según los
planos de desarrollo y de conciencia. Quizá volveríamos a descubrir nuevos
límites y nuevos moldes o realmente podría hablarse de expansión infinita. De
todos modos, partiendo de nuestra tipología, hay todo un mundo que espera ser
descubierto.
CENTRALIZACION Y LIBERACION
INTERIOR
Por otra parte, toda su preparación formal no le sirve de nada hasta que el
Espíritu no halle el modo de identificarse e iluminar la Materia con que, como
artista, está comprometido.
La persona del artista jamás se ve alterada negativamente por la liberación;
por el contrario, cuanto mayor es su progreso en la concentración psíquica, tanto
más favorece el avance y la continuidad evolutiva; mientras tanto él mismo, como
persona, pasará por puntos críticos de presión y congestión, para descomponerse
y cambiar de estado. La palabra “composición” tiene un doble significado en arte:
es la disposición de elementos formales y es el componente que da vida a la obra
realizada o en realización, haciendo a la materia incorruptible.
La conciencia del artista empieza a funcionar cuando, desde la multiplicidad
de llamados y sensaciones, consigue un tipo de introspección, un replegamiento
sobre sí mismo en un acto reflexivo, unificador, que lo llevará hacia la liberación
interior de elementos creativos.
Existe el peligro de que el hombre, por su trabajo de introversión reflexiva,
llegue a transformarse en un ser aislado, solitario e incapaz de comunicarse, en un
ser punto final y tumba de Esencias y que las gracias intuidas se acumulen y
mueran en él. Pero el artista no permanece allí: su esfuerzo para dar vida a formas
siempre nuevas no lo permite estancamientos mortales. Por lo tanto la obra de
arte es el fruto de la liberación interior del ser creador de imágenes.
Es evidente que el proceso de crecimiento no termina aquí y que la
evolución continúa, aún después del hombre-artista, que no muere por completo.
Se comprende que no todo “hacer” participa de las posibilidades evolutivas
como lo hace el arte. Cuanto más el artista se da en su quehacer, cuanto más
íntegramente se entrega a su obra, y ésta el público, más posibilidad tiene de
perfeccionarse como hombre, de conseguir organizar en sí lo valores caóticos de
la forma-materia.
La misma personalidad del hombre se va formando por una concentración
en sí de factores múltiples que encuentra en la naturaleza; claro que el artista lleva
esta personalidad en sí a un grado máximo cuando reune elementos que hace
propios y los dirige hacia fuera; el poder creador de su espíritu, en este caso, se
halla colaborando con la Evolución humana.
La incógnita más grande, con respecto al artista, se plantea al comprobar
que a pesar de estar encerrado dentro de su propio mundo interior, concentrado y
aislado en sí mismo, tiene tantos elementos comunes con otros seres y con toda
la humanidad de su época. Podría hablarse, en este caso, de una ley de comunión
y asociación orgánica que existe sin otras coerciones voluntarias. El elemento
común que existe entre los artistas de una misma época es algo preciso; más aun,
la humanidad entera coexiste en él; es que todo vive en él en la medida en que va
centrándose en sí mismo; pero al mismo tiempo, cuanto más él es la humanidad
más la unión con ella se hace diferente.
En este proceso notamos la posibilidad de una escala de continuidad de la
Evolución inagotable y siempre en crecimiento, donde converge el hombre-artista
adherido a su necesidad de consumación y crecimiento.
Lo más curioso de todo es que, en la obra del artista, puedan desaparecer
ciertas características que son inherentes a la naturaleza del hombre: las
oposiciones internas, en otro momento siempre presentes y desgarradores, y la
fragilidad de su naturaleza.
LA FINALIDAD DE LA OBRA DE ARTE