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Kantismo o kantianismo

El kantismo abarca tanto los principios elementales del pensamiento del filósofo
alemán ilustrado Immanuel Kant, como el conjunto de corrientes y doctrinas que
se han inspirado en ellos.

Para el kantismo, la función de la filosofía es la de establecer los límites


trascendentales del conocimiento, de tal forma que sea posible conocer la manera
en la que debe comportarse la ciencia. Esto supone llevar a cabo un análisis de la
manera en la que el hombre se enfrenta a la realidad, en tanto que sujeto
cognoscente, y un establecimiento de la verdadera dimensión de la filosofía en
tanto que disciplina del pensamiento.

El objeto del conocimiento se constituye a través de la conjunción de dos


instancias heterogéneas: unos datos que proceden del mundo y que llegan al
sujeto a través de los sentidos, y unas facultades del conocimiento que están
determinadas por unas categorías a priori.

De esta manera, es elemental en el kantismo la distinción entre el fenómeno y el


noúmeno. El primero, que es el objeto del conocimiento, se trata de la imagen
mental que el hombre tiene de las cosas que hay en el mundo, y viene siempre
mediado por la experiencia directa de la realidad. El segundo, el noúmeno o cosa
en sí, hace referencia a lo que son las cosas que hay en el mundo al margen de la
actividad de las categorías trascendentales del sujeto sobre el ámbito de la
experiencia.

El kantismo establece de esta manera una nueva forma de realismo, que afirma la
existencia del mundo externo, pero a la vez reconoce que no es posible conocer
cómo son las cosas al margen de las categorías trascendentales que posibilitan el
conocimiento humano.

Es decir, únicamente se puede contar con las representaciones fenoménicas del


mundo, que sitúan las cosas en el espacio y en el tiempo; pero no se puede saber
cómo son esas cosas al margen de estas categorías a priori.

De esta analítica trascendental se derivan los límites del conocimiento humano.


El hombre sólo puede hacer ciencia de aquellas cosas que son fenómeno; es
decir, de aquellas cosas de las que se tiene una experiencia directa.
En consecuencia, el kantismo afirma que la metafísica no es una ciencia, al igual
que tampoco lo es la religión, ya que ambas tratan de realidades y cosas de las
que no se puede tener una experiencia sensible.

Sin embargo, no por ello hay que desechar la metafísica, ya que su función es la
de establecer los límites del conocimiento y la de describir los principios
trascendentales de los que dependen el hombre, Dios y el mundo.

En consecuencia, todas aquellas disciplinas y acciones intelectuales que no


dependen de las estrictas leyes de la ciencia son libres para extender sus
funciones.

Si la Crítica de la razón pura plantea los límites legítimos dentro de los cuales
puede operar la ciencia, la Crítica de la razón práctica asume la absoluta libertad
del sujeto moral para definir lo conveniente y lo inconveniente.

Otra de las características más sobresalientes del pensamiento kantiano es la


constitución de una ética formal, que lejos de buscar contenidos normativos
materiales pretende hallar la manera correcta de identificar una norma moral
universalmente válida. Esta norma viene descrita en el principio categórico.

Por último, el kantismo supone además una estética, desarrollada de forma


prolija en la Crítica del juicio. En la obra se analiza la forma en la que el sujeto
accede a la belleza, y se define lo bello como aquello que sin concepto produce
placer.

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