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Hombre de celuloide

Carlos Fuentes: su propio mito

Hace uno o dos años en una de las tertulias que organiza José Luis Martínez, la

curadora Sylvia Navarrete me lanzó una idea muy interesante que, sin embargo

no había tenido la posibilidad de bajar a la tierra: una exposición de cine. Que la

idea bajó sola a la tierra es un decir porque resulta evidente que para Iván Ríos

Gascón haber escrito este libro que, trataré de mostrar es una auténtica

exposición del cine de Carlos Fuentes, no debe haber sido fácil. Pero se lee fácil

y eso es lo importante, además de que para mí fue la prueba de que lo que

estaba proponiendo Silvia era posible: una exposición que relacionara las artes

visuales, la literatura y el movimiento. No se trata sólo de atrapar nociones y

ponerlas en papel, se tata de conducir al lector por un trayecto. El libro está tan

bien escrito y tiene ideas tan interesantes que para mí fue la exposición de la

que hablábamos en aquella tertulia. Pensemos primero en el problema: ¿cómo

se hace una exposición de cine? Uno al cine suele ir a sentarse en modo más o

menos pasivo, cobijado en la oscuridad y el silencio. En el cine se mueve el

cuadro, pero no nosotros. El libro de Iván Ríos Gascón invita a hacer el famoso

experimento mental de Loci, ese artilugio teórico de locos y alquimistas que

promueve la construcción de un castillo virtual en nuestro cerebro, una casa

llena de todo aquello que hemos decidido que conscientemente queremos

atesorar o lo que es lo mismo, recordar. La construcción del palacio de Loci se

remonta a una historia policiaca de tiempos del Simónides de Ceos un griego del
siglo VI A.C. y más tarde Cicerón la retomó para hacerse un método retórico

basado en recordar imágenes y lugares: loci. En fin que, al menos mentalmente

es posible construirnos una exposición que comienza al abrir el libro El cine de

Carlos Fuentes y leer la cita de Jack London. Los símbolos han marcado cada

paso adelante en la evolución humana. Este es el primer objeto de un viaje que

inicia bien porque uno entiende que la intención del autor es hacer suya la visión

de Casirer según la cual ante todo el ser humano es un ente simbólico. De ello

se sigue que serán los símbolos quienes hablen, como debería suceder en una

exposición sobre cine. Si lo pensamos bien, se trata de algo realmente muy

distinto a lo que uno imagina en un libro sobre cine. Para transmitir el auténtico

entusiasmo que me produjo este libro (de verdad que antes de que me invitaran

a hablar de él había escrito al autor para decirle que me había fascinado) debo

confesar primero que en general los libros sobre cine me parecen aburridísimos.

Cuando yo tenía dieciséis años, mi padre supo que yo quería dedicarme a algo

que tuviera que ver con el cine y la filosofía. Le pareció una idiotez. No porque él

fuera ingeniero sino más bien porque el cine le parecía como a tantos otros un

entretenimiento. Pero yo estaba decidido a demostrar que el cine era algo más,

que era la culminación de una búsqueda estética y por tanto filosófica. Decidí

informarme para contrariar a mi padre y (freudianamente) matarlo. Me fui a la

Cineteca y entregué a la bibliotecaria mi credencial de plástico. Busqué algún

libro apasionante sobre cine y estética. No había nada. Nada apasionante quiero

decir. ¿Qué quería encontrar? Otra confesión: la escena final de 1900 de

Bertolucci siempre me hace llorar. Y yo quería eso. Algo que me moviera el


intelecto y la voluntad, algo hermoso como esta escena en que Olmo toca con el

pie desnudo un árbol mientras su hermano se tiende en las vías del tren para

matarse. He encontrado diversos libros sobre Bertolucci y ninguno es capaz de

transmitir la emoción o, como hace Iván Ríos con respecto a Fuentes, darme

otra emoción. Escribir de cine hablando de datos técnicos, nombres de actores y

hechos históricos es tan aburrido como leer un libro de embriología, cuando uno

lo que quiero es descubrir el misterio que hay en el placer del amor. ¿Es esto lo

que logra Iván Ríos Gascón? Creo que sí porque si bien es cierto que yo no he

sentido con alguna escena de Fuentes el éxtasis que me produce aquella

escena de Bertoluci, el libro me ha fascinado. Porque no llena páginas con datos

aburridísimos sobre esta o aquella película. ¿Qué hace? Veámoslo en el

segundo objeto mental de esta exposición. En la página nueve el autor confirma

la intuición de que esto es más bien un recorrido, un paseo. Este texto, dice Iván

Ríos se encuentra “entre la crónica y el ensayo.” A la crónica la entiendo yo

como el relato sabroso de una vivencia y al ensayo como un escrito en que el

autor se atreve a dar su punto de vista sin tener que apelar a las autoridades.

Esto es lo que vuelve aburridísimos los textos académicos sobre temas

estéticos: discuten cosas que realmente a nadie le importan. Y ojo, no es que

Iván no sea erudito, es que no discute cosas sin importancia. Presenta objetos

mentales, esos símbolos que anuncia en el epígrafe de London: fotografías, por

ejemplo. En este trayecto dentro de nuestra exposición mental El cine de Carlos

fuentes nos encontramos con diferentes fotografías. En esta sala-capítulo que se

llama “Apuntes sobre cine y literatura” se nos muestra el desprecio que sintieron
los primeros literatos por este invento. Un desprecio que se remonta a la disputa

en torno a lo que es el arte cuando Daguerre hizo suyo el invento de Niepce: la

cámara fotográfica. La pasión de la disputa está en el contacto con las imágenes

que se nos presentan. Tenemos aquí a un niño que mira la fotografía de su

abuela. La desconoce. El niño se llama Marcel Proust y más adelante (lo

imagino mirando al público) se queja de que el aparato fotográfico ha vuelto a su

abuela una pobre abatida anciana: “rubicunda, gruesa, vulgar.”

La crónica del encuentro entre la idea que Proust tenía de su abuela y la

foto de su abuela está tan bien escrita que, a partir de aquí ya no pude dejar de

leer. Es el encuentro con dos objetos que admiramos prejuiciosamente. Por una

parte la fotografía que hoy todo mundo piensa que es arte. Pero es cierto lo que

dice Proust: una fotografía jamás será capaz de suplir el afecto que sintió por su

abuela. ¿Ah no? En la exposición de Ríos Gascón aparece ahora un personaje

siniestro que en la novela de Tournier El rey de los alisios afirma: “la fotografía

es un arte de hechicería encaminado a asegurarse de la posesión del ser

fotografiado.” Porque el objeto real se eleva a una nueva potencia, dice el autor:

la potencia imaginaria que hace del amado real un amado al nivel del sueño: un

amado que se ha transformado en su propio mito. El perverso del Rey de los

alisios graba las voces de los niños que quiere poseer y las mira junto a estas

fotografías. Iván Ríos frente a estos objetos mentales nos dice que el personaje

de Michel Tournier nos está ofreciendo una definición primigenia de cine. En

efecto, ¿qué es el cine? El gran generador de mitos. Y Carlos Fuentes quien

aspiraba a volverse eso, un mito, era lógico que quisiera entrar en contacto con
el cine redefinido así. ¿Qué literato no querría hacerlo? En la segunda sala o

capítulo de esta imaginaria exposición lo encontramos por primera vez. Carlos

Fuentes en 1965. Yo lo imagino abriendo el periódico y descubriendo que ahí

está su nombre: primer lugar en el Primer Concurso Nacional de Argumentos y

Guiones del Banco Nacional Cinematográfico: Los Caifanes de Carlos Fuentes.

Entendemos entonces, siguiendo la intuición del público en una exposición bien

curada, que poniendo juntos objetos sin relación evidente entendemos mejor las

necesidades del cine mexicano de aquellos tiempos, el control que ejercía el

estado sobre el arte, los grandes fracasos, las triquiñuelas y todo aquello que

siempre ha existido en todo concursos que quiere fundar desde el estado un

nuevo, nuevo, nuevo cine mexicano.

Un objeto importante en este segundo capítulo de la exposición El cine de

Carlos fuentes es el primer ejemplar de la revista Nuevo Cine que apareció en

abril de 1961 y que fue punto de partida de la crítica cinematográfica moderna.

Aquí está Octavio Paz pero, antes de seguir adelante y como para no volverse

pesado, Ríos Gascón se permite lo que llama un primer Flashback: la bruma y

sus misterios. Aquí se nos muestra cómo fue que la opinión hegemónica en

torno al cine había llevado a este de ser concebido como el invento del diablo a

la aspiración de un gran arte nacional. Hay varios Flashbacks en este libro. En

ellos intuimos la posición que fue adquiriendo Fuentes hasta llegar a 1950

cuando ya había encontrado su sitio en la literatura mexicana. Por el contraste

que producen los símbolos cuando se ponen uno junto al otro, nos encontramos

luego entendiendo el lugar de Fuentes en las diversas “mafias” intelectuales del


momento. Sentimos los codazos, asistimos a los contubernios, olemos los

guayabazos que se echaron unos a otros los grandes de este tiempo y el

recorrido no deja nunca de ser sabroso, movido, interesante y sobre todo lleno

de esos grandes paisajes intelectuales que llamamos ideas. Porque son ellas

sobre todo las que invitan a leer un libro que tal vez si yo hubiese encontrado en

esa biblioteca a la que entré con dieciséis años hubiera cambiado mi idea de lo

que es un texto sobre cine. Porque esto es un auténtico libro sobre cine, un texto

que es literatura en sí misma, no uno que aspira a escribir de cine como quien

quisiera bailar de arquitectura. En fin que, gracias a Ríos Gascón me reconcilio

hoy con los libros de cine. Porque independientemente de las escenas y las

películas, su libro tiene el encanto de la literatura. Me mueve el inconsciente y

como en las novelas policiacas, me hace creer que soy yo quien descubre esos

misterios llamados ideas cuando ha sido él, el autor quien los ha puesto

cuidadosamente en mi trayecto para que yo uniendo símbolos las entendiera en

forma analógica a como las entendió él en un trayecto mucho más largo que el

mío, el trayecto de escribir este magnífico texto. Como dicen que siempre es

necesario dar una conclusión, ofrezco esta: hay que escribir de cine con la

pasión con la que se escribe un poema, una novela o una carta de amor. Sólo

así Fuentes puede estar, como anuncia el personaje del Rey de los Alisios a la

altura de su propio mito.

@fernandovzamora

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