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Resumen
Los discursos sobre la infancia, requieren la mirada de “campo”, pues implican saberes, poderes, pugnas. La
mirada histórica, social y cultural, pero especialmente de práctica – educativa desentraña un discurso que
instaura formas de actuación sobre un sujeto que se intuye social, pero sin espacios de socialización, se
intuye autónomo pero no participa, se le reconoce educable, pero se le abandona como ciudadano. Ha sido
muy difícil para el sistema reconocer el ejercicio de derechos del niño y la niña sin ser subsumidos por
deberes del adulto que condena jugar, reír, equivocarse como relatos propios de la infancia.
Es preciso reconocer que los discursos y prácticas que se construyen alrededor de la infancia
corresponden a perspectivas tanto sociales como históricas que a su vez devienen en disciplinas del
conocimiento alrededor de la infancia, políticas de orden global y local, pedagogización de la infancia, sujeto
de derechos, sujeto de consumo, entre otras. Por ello, su abordaje conceptual pretende una comprensión
desde la configuración del discurso de la infancia, como campo en la perspectiva de Pierre Bourdieu (1990)
quien reconoce que la historia de cada persona está determinada por lo social y a la vez por las acciones
individuales como estructuras objetivas, llamadas campo objetivo, en el que personas e individuos juegan y
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Universidad de Los Llanos. mjibanezp@gmail.com ; mibanez@unillanos.edu.co
Comprender que los niños y niñas han suscitado reflexiones importantes con relación a su lugar en el
mundo, en tanto han consolidado unas disposiciones de ser y hacer con relación a los adultos e incorporan
dispositivos culturales, que obligan en este momento a activar la conciencia del devenir histórico de la
infancia. Abordar esta perspectiva es acercarse a sus enunciados y representaciones en clave de aprendizaje y
descubrimiento y no solo con mirada evaluativa frente a sus desarrollos y necesidades.
De esta manera, si se piensa la construcción discursiva de la infancia como campo histórico social, es
posible reconocer que en el campo mismo, hay fuerzas que pugnan al sujeto infantil y que han buscado en
medio de discursos hegemónicos, controlar a la vez que proteger y potenciar. Son muchos los verbos que en
consonancia con el desarrollo se conjugan para justificar acciones en el campo de la infancia, pero el hecho
de que sea una categoría histórica la que devele como concepto a la infancia, la hace reconocer igualmente
móvil y cambiante. Así, la categoría de infancia como sujeto social, histórico y cultural, es parte de una
reflexión que se viene construyendo en un campo del saber sobre la infancia que está aún sin resolver en
América Latina.
Es importante recordar que en América Latina, la infancia en tiempos de la colonia, según Rodríguez
& Mannarelli (2007) y de acuerdo a testamentos, escrituras, cartas, censos, inventario de esclavos,
bibliografías y libros bautismales como documentos que dan cuenta de una perspectiva de dominación
española y portuguesa en un marco de mestizaje, adoctrinamiento católico, esclavitud, ilegitimidad que
sujetaban o condicionaban la vida de los niños y niñas en acciones discriminatorias y estratificadas en clases
sociales que determinaban la crianza y la corrección en la vida privada y pública, conducentes al
disciplinamiento y la higienización de la vida familiar, a la vez que aseguraba la conservación del apellido
como garantía de la perpetuación de la tenencia de los bienes materiales adquiridos.
En el mismo sentido, Quijano (desde Ansaldi y Giordano), expresa que “la modernidad fue percibida
casi exclusivamente a través del enturbiado espejo de la dominación” (Pag. 88), donde el capitalismo es la
expresión de la acumulación que genera a la vez, desigualdad y dominación de voluntades, que hace que la
modernidad se mire posteriormente como “modernización”, camino que da lugar en América Latina al
desarrollismo vinculado con el orden industrial en medio de una amalgama de contrastes y fragmentaciones
sociales, culturales, económicas. Por ello las épocas premodernidad, modernidad y posmodernidad, no son
claramente demarcadas, sino “sobrepuestas”.
En esta dinámica de movilidad y desplazamiento permanente de los grupos humanos, se acentúa una
configuración de ciudades fragmentadas, con prejuicios de carácter “racial – biologicista” vinculada a la
institucionalidad familiar y escolar que trae consigo la implementación de estados que se configuran desde
“una idea de colonia, hacia la de dominación oligárquica” (Ansaldi W. & Giordano V.), con una noción de
orden que lleva consigo la preservación de la propiedad privada, incluyendo la de la infancia abandonada o
transgresora que en algunos casos, se lleva a asilos y refugios, en otros en calidad de adopción que dejaba en
libertad la idea de derecho al menor para la utilización en los servicios domésticos dentro del hogar o en
calidad de préstamo a otras familias, lo mismo que la idea de apadrinamiento.
Así, la modernidad emerge con una representación de infancia sujeta a la institucionalidad, con un
interés de adoctrinamiento y por ello, se le juzga, se le exige, se le castiga y hasta se ignora por momentos.
Son entonces las disciplinas como la biología y la psicología las que se encargan de definirla, centran su
interés en un desarrollo por etapas que orientan tanto a la escuela como a la familia en la educación; por ello,
se concibe a la infancia de principios del siglo XX, como carente, débil, vacía. Esto marca igualmente los
habitus en el terreno privado de la cotidianidad de la familia y en el público de la escuela; hace que sus
prácticas se orienten principalmente hacia la protección y el cuidado de la salud. Lo mismo que para la
educación, prima el discurso del futuro y son parte de las arengas e intereses políticos, económicos y sociales
locales y globales.
Entonces, el inicio del siglo XX como el siglo de la infancia, no es muy halagüeño; la llamada
crisis de los años 20 en la que América Latina tiene efectos reveladores sobre su economía, su desorden
desarrollista y su afectación en la estructuración social, aunque como lo señalan Ansaldi W. & Giordano V.
(2012), allí se expresaron estados transitorios donde se manifiestan sus contradicciones, quiebres, rupturas y
tensiones que inmovilizan a los sujetos ante decisiones cruciales que se deben tomar y se asumen como
“obstáculo para el desarrollo de las sociedades”. A la manera de Gramsci, A. citado por los autores “… lo
viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer”. (Pag. 11).
Pero como aún no termina de florecer una noción de infancia como sujeto de derechos, se solapa bajo
la idea proteccionista, de cuidado, de incapacidad que da lugar a extremos e interpretaciones que van desde
actos de indiferencia y desprotección, hasta la libre utilización de la infancia como una propiedad del adulto
cuyas prácticas se debaten en un juego o hábitus que se hacen connaturales en unas condiciones incipientes
de desarrollo, creando un vacío que pone en riesgo a la infancia, esta vez, al servicio de las guerras, del
consumo donde las trasnacionales lo ocupan con una noción de desarrollo o necesidad en el marco de
procesos civilizatorios que determinan a los sujetos por el tener y no por el ser. Así, desplaza nociones que
han intentado denotar el adecuado crecimiento de la infancia como esperanza de un país que puede buscar
procesos de reorganización a partir de sujetos colectivos y no individualizados que determina el consumo.
Muchos son los riesgos que enfrenta entonces esta perspectiva de derechos, algunos de ellos, sino
todos, son derivados de esa idea de modernidad incipiente o entremezclada que se describe en este escrito. El
primero es la idea de que los derechos surgen no como un capítulo anexo a los derechos humanos o derivados
de estos, sino que se asumen como subcategorías que lo posicionan en un estado de minoría o de subsumisión
para darle así una condición de menos relevancia. El segundo, tiene que ver con una idea que se debate entre
la protección y la libertad, lo que hace que los derechos estén en la mirada del adulto, supeditados a los
deberes; esto hace que no haya una prevalencia por los derechos. El tercero es la concepción de infancia por
Estas condiciones que son parte aun del siglo XXI, deben ser develadas de manera protagónica por las
instituciones formadoras de educadores que tienen injerencia también en las comunidades, como educadoras
de adultos padres y madres y que muestran como un observatorio las prácticas pedagógicas, donde con
preocupación se hace evidente que las prácticas mismas no se problematizan, ni pasan por este análisis crítico
social, sino que hacen contubernio e inundan el afán social y cultural de las instituciones educativas desde
sus diferentes actores, por una ocupación del tiempo que quiebra y fragmenta la vida cotidiana, lo mismo
que el desarrollo infantil y con ello, se roba la alegría y los procesos creativos. El espacio para ser es
ocupado por el hacer, igual que el lugar ocupado por las transnacionales, donde el niño y la niña no juega
sino consume desde unos dispositivos de control del tiempo, el espacio y el movimiento. Es la misma
proporción de hacer y no de ser.
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