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Una conversión plena brinda felicidad

Abril 2002 Conferencia general


Richard G. Scott

Of the Quorum of the Twelve Apostles

“Tu felicidad ahora y siempre está condicionada a tu grado de conversión y a la transformación que ésta efectúe en tu
vida”.

Cada uno de nosotros ha observado que algunas personas van por la vida haciendo siempre lo correcto. Se ven felices e
incluso entusiasmadas de la vida. Cuando tienen que tomar decisiones difíciles, parecería que invariablemente toman las
correctas, aun cuando haya opciones tentadoras a su alcance. Sabemos que están expuestas a la tentación, pero se
comportan como si éstas no existieran. Asimismo, hemos observado cómo otras personas no son tan valientes en las
decisiones que toman. En un ambiente de gran espiritualidad, toman la resolución de ser mejores, de cambiar el curso de
su vida, de dejar a un lado los hábitos que debilitan. Son sinceras en su determinación de cambiar; pero sin embargo,
pronto vuelven a hacer aquello que habían resuelto abandonar.

¿Qué hace que la vida de esos dos grupos sea diferente? ¿Cómo puedes tomar siempre las decisiones correctas? Las
Escrituras nos iluminan al respecto. Piensa en el entusiasta e impetuoso Pedro. Durante tres años sirvió junto al Maestro
en calidad de apóstol, y observó milagros y oyó enseñanzas transformadoras y la explicación privada de muchas
parábolas. Pedro había sido ordenado apóstol. Había tenido gran éxito en la misión de enseñar, sanar y dar testimonio del
Salvador en las ciudades de Galilea. Junto con Santiago y Juan, Pedro presenció la gloriosa transfiguración de Jesucristo,
a la que le acompañaron las visitaciones de Moisés y Elías el profeta 1. Pero a pesar de todo eso, el Salvador percibió que a
Pedro le faltaba constancia. El Maestro lo conocía tan bien, como nos conoce a cada uno de nosotros. En la Biblia leemos:

“Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido… pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú,
una vez [convertido], confirma a tus hermanos. El le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino
también a la muerte”2. No cabe duda de que, desde la perspectiva de Pedro, no eran palabras vanas. Él lo decía con
sincera intención; pero sin embargo, actuaría de otro modo.

Más tarde, en el Monte de los Olivos, Jesús profetizó a Sus discípulos: “Todos os escandalizaréis de mí esta noche;
porque escrito está: Heriré al pastor, y las ovejas serán dispersadas”. Pedro de nuevo respondió: “Aunque todos se
escandalicen, yo no…” Entonces el Maestro gravemente profetizó: “De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que
el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces”. A lo que Pedro respondió con más vehemencia: “Si me fuere
necesario morir contigo, no te negaré”3.

Para mí, uno de los pasajes más conmovedores de las Escrituras describe lo que ocurrió después. Un recordatorio
aleccionador para nosotros de que el saber hacer lo correcto, e incluso el desear ardientemente hacerlo, no es suficiente.
Muchas veces es más difícil hacer lo que sabemos claramente que debemos hacer. Y leemos:

“Pero una criada, al verle [a Pedro]… dijo: También éste estaba con él. Pero él lo negó, diciendo: Mujer, no lo conozco…
viéndole otro, dijo: Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo: Hombre, no lo soy… otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente
también éste estaba con él… Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo
cantó. Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor… Y… saliendo fuera, lloró
amargamente”4.

A pesar de lo dolorosa que debe haber sido para Pedro la confirmación de la profecía, su vida comenzó a cambiar para
siempre; se convirtió en ese siervo inquebrantable y sólido como una roca, esencial para el plan del Padre después de la
crucifixión y resurrección del Salvador. Ese conmovedor pasaje ilustra también cuánto amaba el Salvador a Pedro. A
pesar de encontrarse en medio de un agobiante desafío a Su propia vida, con todo el peso de lo que iría a suceder sobre
Sus hombros, aún así se volvió a mirar a Pedro. El amor de un Maestro se transmitió al alumno amado infundiéndole
valentía e iluminándolo en momentos de necesidad. Después, Pedro alcanzó el máximo potencial de su llamamiento. Él
enseñó con poder y testimonio inquebrantables, a pesar de las amenazas, los encarcelamientos y las golpizas. Él se había
convertido plenamente.

En ocasiones, la palabra convertido, se emplea para describir el momento en el que una persona sincera decide bautizarse.
Sin embargo, si se utiliza apropiadamente, la conversión significa más que eso, tanto para el nuevo converso como para el
que ha sido miembro desde hace mucho tiempo. Con su característica precisión y claridad doctrinal, el presidente Marion
G. Romney explicó la conversión:

“Conversión significa volverse de una creencia o de una acción a otra. La conversión es un cambio tanto espiritual como
moral. La conversión implica no solamente la aceptación intelectual de Jesús y Sus enseñanzas, sino también una fe
motivadora en Él y en Su Evangelio; una fe que efectúa una transformación; un cambio real en cuanto a la comprensión
que la persona tiene del significado de la vida y de la fidelidad a Dios, en interés, pensamiento y conducta. Para uno que
está realmente convertido, el deseo de hacer cosas contrarias al Evangelio de Jesucristo muere, y en su lugar nace el amar
a Dios con la firme e imperante determinación de guardar Sus mandamientos”.

Para convertirte, debes recordar aplicar diligentemente a tu vida las palabras clave: “el amar a Dios con la firme e
imperante determinación de guardar Sus mandamientos”. Tu felicidad ahora y siempre está condicionada a tu grado de
conversión y a la transformación que ésta efectúe en tu vida. ¿Cómo puedes entonces llegar a ser un verdadero converso?
El presidente Romney describe los pasos que debes seguir:

“El ser miembro de la Iglesia y el estar convertido no son necesariamente sinónimos; el estar convertidos y el tener un
testimonio tampoco es precisamente la misma cosa. Un testimonio se recibe cuando el Espíritu Santo testifica de la
verdad a aquel que la busca fervientemente. Un verdadero testimonio vitaliza la fe, o sea, induce al arrepentimiento y a la
obediencia a los mandamientos. La conversión es el fruto o la recompensa del arrepentimiento y de la obediencia” 5.

Simplemente, la verdadera conversión es el fruto de la fe, el arrepentimiento y la obediencia constante. La fe se recibe al


oír la palabra de Dios6 y responder a ella. Recibirás del Espíritu Santo un testimonio de las cosas que aceptes por medio
de la fe, al hacerlas de buena voluntad7. Recibirás guía para arrepentirte de los errores que cometas como resultado de
cosas equivocadas que hayas hecho o de cosas correctas que hayas dejado de hacer. Como consecuencia, tu capacidad
para obedecer constantemente se fortalecerá. Ese ciclo de fe, arrepentimiento y obediencia te llevará a una conversión aún
mayor y a sus correspondientes bendiciones. La verdadera conversión fortalecerá tu capacidad de hacer lo que sabes que
debes hacer, en el momento en que debes hacerlo, a pesar de las circunstancias que te rodeen.

La parábola del sembrador, que enseñó Jesús, se utiliza por lo general para describir cómo reciben la palabra del Señor las
diferentes personas, al ser ésta predicada. Piensa por un momento en cómo esa misma parábola quizá se aplique a ti en las
diferentes circunstancias de tu vida, al afrontar problemas o estar bajo fuertes influencias. La palabra o las enseñanzas del
Salvador las recibes de muchos modos: al observar a los demás, por medio de la oración, al meditar las Escrituras o por
medio de la guía del Espíritu Santo. A medida que repito la explicación que Jesús dio a Sus discípulos de esa parábola,
examina mentalmente tu vida. Observa si hay momentos en los que las enseñanzas correctas encuentran en ti condiciones
que no son propicias para recibirlas y, como consecuencia, los frutos prometidos de felicidad, paz, contentamiento y
progreso se pierden.

“El sembrador es el que siembra la palabra. [Algunas se sembraron] junto al camino… después que la oyen, en seguida
viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones”.

¿Podría sucederte eso a ti, en un ambiente inadecuado, con amigos que no te convienen?

“[Algunas] en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí,
sino que son de corta duración, porque cuando viene… la persecución… luego tropiezan”.
¿Te has encontrado alguna vez en una situación en la que alguien propone algo inapropiado y tú no haces nada para
oponerte?

“[Algunas] fueron sembrad[a]s entre espinos: los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo… y las codicias de
otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa”.

¿Ha habido momentos en que quieres tanto algo que justificas una excepción a tus normas?

“[Algunas] fueron sembrad[a]s en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a
ciento por uno”8.

Yo sé que esa es la forma en que deseas vivir tu vida. La plenitud con la que aceptes las enseñanzas del Salvador,
determinará cuánto fruto o bendiciones cosecharás en la vida. Esta parábola ilustra que el grado al que estés dispuesto a
obedecer esas cosas que sabes que debes hacer, resistiéndote a justificarte a hacer lo contrario, determinará cuán
verdaderamente convertido estés; y por lo tanto, cuán plenamente el Señor te bendecirá.

La verdadera conversión produce frutos de felicidad perdurable que se puede disfrutar aún cuando haya gran tumulto en
el mundo y la mayoría sea desdichado. El Libro de Mormón enseña lo siguiente en cuanto a un grupo de personas que
tenía dificultades: “No obstante, ayunaron y oraron frecuentemente, y se volvieron más y más fuertes en su humildad, y
más y más firmes en la fe de Cristo, hasta henchir sus almas de gozo y de consolación; sí, hasta la purificación y
santificación de sus corazones, santificación que viene de entregar el corazón a Dios” 9.

El presidente Hinckley ha declarado que la verdadera conversión es lo que marca la diferencia 10.

Para recibir las bendiciones prometidas gracias a la verdadera conversión, haz ahora los cambios que tú sabes que son
necesarios. El Salvador dijo: “…¿no os volveréis a mí ahora, y os arrepentiréis de vuestros pecados, y os convertiréis para
que yo os sane? … si venís a mí, tendréis vida eterna” 11.

Testifico que si oras pidiendo guía, el Espíritu Santo te ayudará a reconocer los cambios personales que tienes que hacer
para obtener una verdadera conversión. El Señor entonces te bendecirá más abundantemente. Tu fe en Él se reafirmará, tu
capacidad para arrepentirte aumentará y tu poder para obedecer constantemente se fortalecerá. El Salvador vive. Él te
ama. A medida que te esfuerces por hacer lo mejor, Él te ayudará. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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1. Véase Mateo 17:3, 1 Reyes 17:1, D. y C. 110:13.

2. Lucas 22:31–32; cursiva agregada.

3. Véase Marcos 14:27, 29–31.

4. Lucas 22:56–62.

5. Conferencia de Área en Guatemala, febrero de 1977; véase “El gozo de la conversión”, Liahona, mayo y
junio de 1977, pág. 70).

6. Véase Romanos 10:17; Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, pág. 96.

7. Véase Éter 12:6.

8. Marcos 4:14–20.

9. Helamán 3:35.
10. Seminario de Representantes Regionales, 6 de abril de 1984, citado por W. Mack Lawrence en “La
conversión y el compromiso”, Liahona, julio de 1996, pág. 81.

11. 3 Nefi 9:13–14.

La Conversión Y El Compromiso
Abril 1996 Conferencia general
W. Mark Lawrence

“Si no están disfrutando de las bendiciones que provienen de una verdadera conversión y de un compromiso
sincero les exhorto a que den los pasos necesarios para lograr ese cambio en su corazón.”

Les saludo, mis hermanos de todas partes. privilegio tan grande poder estar en presencia del Profeta de Dios y
recibir de el, y de otros que han sido llamados por el Señor, las inspiradas palabras de consejo, testimonio y
amonestación que se han pronunciado en esta maravillosa conferencia! Les testifico que lo que hemos
escuchado es “la voluntad del Señor … la intención del Señor … la voz del Señor” y, como lo declaran las
Escrituras, “el poder de Dios para salvación” (D. y C. 68:4).

Respecto a eso, recuerdo una declaración que hace muchos años hizo el elder Marion G. Romney, del Quórum
de los Doce Apóstoles, a la conclusión de una conferencia: “Hemos recibido en esta conferencia las verdades y
la dirección necesarias para llevarnos a la presencia de Dios si las seguimos” (en “Conference Report”, abril de
1954, págs. 132-133).

Tengan en cuenta que no es suficiente con solo escuchar la palabra de Dios en reuniones tales como esta
conferencia; para que la palabra de Dios influya en nuestra vida -para recibir las bendiciones prometidas-
tenemos que seguirla. De hecho, el Señor ha proclamado: “Porque viviréis de toda palabra que sale de la boca
de Dios” (D. y C. 84:44; cursiva agregada).

Hemos escuchado las palabras de Dios en esta conferencia, y ahora tenemos la responsabilidad de vivir de
acuerdo con ellas. Al concluir la última conferencia general, el presidente Gordon B. Hinckley dijo:

“Siento que seré una persona mejor si pongo en practica los conceptos que se me han recordado en estas
sesiones, y les aseguro que también cada uno de ustedes lo será si aplica en su vida algo de lo que ha escuchado
en esta grandiosa conferencia” (“La trama de la fe y del testimonio”, Liahona, enero de 1996, pág. l02).

Si seguimos este consejo, tendremos un testimonio mas fuerte de Cristo y de Su evangelio, y en este sentido
también será mas fuerte nuestro cometido de guardar los convenios y los mandamientos, y de cumplir con
nuestros deberes en la Iglesia. Esta, en mi opinión, constituye la solución a uno de los mayores retos que he
conocido en los años durante los cuales he servido en mi llamamiento actual y en otras responsabilidades de
liderazgo.

Al preguntar a los presidentes de estaca cual es el problema o la preocupación mas grave que tienen, muchos
me contestan: “Lograr que los santos se conviertan realmente y se sientan comprometidos a fin de que guarden
los mandamientos y de que cumplan sus llamamientos con fidelidad”. He meditado y orado mucho acerca de
ese cometido. Por cierto, a los Santos de los Últimos Días no les faltan oportunidades de escuchar la palabra de
Dios, pero, por desgracia, muchas veces se demoran en cumplir con sus deberes y en aplicar la palabra a su
propia vida.

¿Que es lo que nos da un testimonio y un deseo de servir al Señor “con todo [nuestro] corazón, alma, mente y
fuerza” (D. y C. 4:2), y de “ser diligentes en guardar los mandamientos del Señor” (1 Nefi 4:34)?

Luego de meditar y orar sobre ese asunto, he llegado a la conclusión de que el problema es que hay algunos
miembros que realmente no han pasado por la conversión y no han hecho un compromiso en la Iglesia: la
conversión a Cristo, a Su Evangelio y a Su Iglesia; y, como consecuencia, el compromiso con los convenios que
han hecho y con los llamamientos que hayan recibido para servir y fortalecer a los demas. En este aspecto, es
interesante recordar las palabras que dijo Cristo a Pedro: “… y tu, una vez vuelto [convertido], confirma
[fortalece] a tus hermanos” (Lucas 22:32). De esta manera, el compromiso es un resultado o un fruto de la
conversión.

A fin de poder recibir la plenitud de las bendiciones que se nos han prometido, y para ser realmente eficaces en
nuestros llamamientos, hace falta que logremos la conversión. Si estuviéramos verdadera mente convertidos, de
corazón, ¿no haríamos todo el esfuerzo posible por guardar un convenio o un mandamiento, por cumplir una
asignación y por seguir a Cristo?

Un seguidor de Cristo verdaderamente convertido -aquel que merece el calificativo de discípulo o santo- no
puede ser descuidado ni estar excesivamente satisfecho con su forma de prestar servicio en la Iglesia, o de
guardar los convenios y los mandamientos. Tal persona con seguridad seguirá la admonición del Señor de que
“aprenda todo varón [o mujer] su deber, así como a obrar con toda diligencia” (D. y C. 107:99)

¿Que significa haberse convertido? El presidente Harold B. Lee dijo: “La conversión significa mucho mas que
el mero hecho de tener el nombre inscrito en los registros de la Iglesia o de tener un recibo del diezmo … [o]
una recomendación para el templo”. La persona verdaderamente convertida ha de “luchar continuamente por
superar sus debilidades interiores, y no sólo ocuparse de la apariencia externa” (Church News, 25 de mayo de
1974, pág. 2).

El que realmente se haya convertido y comprometido no se limitara simplemente a llenar las formalidades al
cumplir una asignación de servicio en la Iglesia. El maestro orientador que este convertido no quedara
satisfecho con hacer la visita de reglamento a una de las familias que se le hayan asignado sólo para poder
informar al líder del quórum que ha hecho las visitas; una maestra o maestro de la Primaria que realmente se
haya convertido no se contentara con simplemente “dar la lección”, sino que querrá enseñar por medio del
Espíritu, influyendo así para bien en las susceptibles mentes de los niños que se hayan confiado a su cuidado.

Los Santos de los Últimos Días verdaderamente convertidos no van al templo nada mas que para cumplir la
asignación recibida, sino a causa de un sincero deseo de efectuar ordenanzas sagradas para la salvación de sus
antepasados fallecidos incluso de personas totalmente desconocidasno pueden hacer esa obra por si mismas. No
servimos a otros ni cumplimos asignaciones con el fin de aparecer en un informe estadístico, sino con un
espíritu de amor y un compromiso de dedicación a Cristo y a nuestro Padre Celestial.

En este aspecto podemos recordar el consejo que el presidente Gordon B. Hinckley brindó en una reunión de
liderazgo:
“Tenemos que lograr mucho mas que el mejoramiento de las estadísticas. Es mucho mas importante que
estemos preocupados por la capacidad espiritual de nuestro pueblo y por encontrar la manera de como aumentar
esa capacidad. En cada uno de nosotros existe la tendencia a pedir que se mejore la actuación que aparece en las
estadísticas. Hay una tendencia a imponer metas cuantitativas, y con ello presionar a los miembros para lograr
mejores estadísticas. En la obra del Señor hay una motivación mucho mas apropiada que la presión: es la
motivación que proviene de la verdadera conversión. Si en el corazón de un Santo de los Últimos Días vibra un
potente y vital testimonio de la grandeza de esta obra, esa persona cumplirá con sus deberes de la Iglesia; se le
encontrara en las reuniones sacramentales; estará en las reuniones del sacerdocio; la veremos pagando el
diezmo y las ofrendas con honestidad; cumplirá con la orientación familiar; asistirá al templo con toda la
frecuencia que su situación se lo permita; sentirá un gran deseo de dar a conocer el evangelio a otras personas;
la veremos fortaleciendo y elevando a sus hermanos. [En otras palabras, cumplirá su compromiso.] La
conversión es lo que marca la diferencia” (Seminario para Representantes Regionales, 6 de abril de 1984;
cursiva agregada).

Mis hermanos, si no están disfrutando de las bendiciones que provienen de una verdadera conversión y de un
compromiso sincero, les exhorto a que den los pasos necesarios para lograr ese cambio en su corazón. Quizás
mi suplica sea muy parecida a la del profeta Alma, cuando dijo al pueblo de su época:

“Y ahora os pregunto, hermanos míos de la Iglesia: ¿Habéis nacido espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido
su imagen en vuestros rostros? ¿Habéis experimentado este gran cambio en vuestros corazones?” (Alma 5:14) .

Este “gran cambio en vuestros corazones” es precisamente la conversión. El presidente Joseph Fielding Smith
dijo: “La gente se convierte cuando el Espíritu del Señor le penetra el corazón, mientras presta atención con
humildad al testimonio de los siervos del Señor” (Church History and Modern Revelation, 2 vol., 1953, 1:40).

Vuelvo a recalcar lo que dije al comenzar mi presentación: no es suficiente limitarse a escuchar la palabra del
Señor tal como la recibimos en esta conferencia y en otros sitios de adoración. Para que surta efecto -para
recibir las bendiciones que se nos han prometido-, tenemos que seguirla; o, como lo expresó el presidente
Smith, debemos “presta[r] atención al testimonio de los siervos del Señor”.

Quisiera instar con humildad a cada uno de ustedes a evaluar su estado actual de conversión y de compromiso;
les invito a hacer consigo mismos una entrevista personal en la cual se pregunten con cuanta dedicación sirven
en su llamamiento actual; consideren hasta que punto guardan los mandamientos y actúan de acuerdo con los
consejos de los profetas y otros lideres de la Iglesia divinamente llamados, incluso los del obispo y el presidente
de estaca. ¿Necesitan que les recuerden sus deberes o son el tipo de persona que tiene iniciativa y que finaliza
lo que haya emprendido?

Volvamos a la pregunta de Alma: “¿Habéis nacido espiritualmente de Dios?” Es digno de mención el hecho de
que Alma finaliza su amonestación a la gente de su época dando testimonio de la forma en que obtuvo su
conversión personal:

“… He aquí, os testifico que yo se que estas cosas de que he hablado son verdaderas. Y ¿cómo suponéis que yo
se de su certeza?

“He aquí, os digo que el Santo Espíritu de Dios me las hace saber. He aquí, he ayunado y orado muchos días
para poder saber estas cosas por mi mismo Y ahora se por mi mismo que son verdaderas; porque el Señor Dios
me las ha manifestado por su Santo Espíritu; y este es el espíritu de revelación que esta en mi” (Alma 5:45-46;
cursiva agregada).

Ese mismo espíritu de revelación -o sea, el espíritu de conversión- se halla al alcance de cada uno de nosotros si
lo buscamos diligentemente por medio del ayuno, la oración, la obediencia y el escudriñamiento de las
Escrituras (véase Alma 17:23).
Que salgamos de esta conferencia con un deseo renovado de estar mas plenamente convertidos al Evangelio de
Jesucristo y mas comprometidos en su causa. Que sigamos la admonición del apóstol Santiago, de ser
“hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores” (Santiago 1:22).

Creo en Jesucristo con toda mi alma. Ruego que podamos entender y seguir Sus enseñanzas tal como se hallan
en las Santas Escrituras. Esta es Su Iglesia divina. Por medio del profeta José Smith, el Señor introdujo la
plenitud del evangelio en esta ultima dispensación de los tiempos. El presidente Gordon B. Hinckley es el
Profeta verdadero de nuestros días. Este es mi testimonio, que les ofrezco en el nombre de Jesucristo. Amén.

El poder de conversión del Libro de Mormón

Por el élder Kevin S. Hamilton

De los Setenta

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Todas las verdades del Evangelio cobran sentido cuando llegamos a saber que la piedra clave de nuestro
testimonio, el Libro de Mormón, es verdadero.
De niño, me encantaba colocar piezas de dominó en largas líneas con diseños complejos y luego empujar la
primera pieza para que cayera. La resultante reacción en cadena hacía que cada una de las piezas en sucesión
también cayera, una tras otra hasta el final de la línea. Me pasaba horas colocando con cuidado las piezas en su
lugar a fin de tener la emoción de verlas caer.

El testimonio del Libro de Mormón es uno de los primeros pasos para obtener un testimonio del evangelio de
Jesucristo. De manera muy similar a la forma en que la primera pieza de dominó hace que las otras caigan en
sucesión, si llegamos a saber primero que el Libro de Mormón es verdadero, entonces también sabremos que
Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor; que José Smith fue Su profeta, por medio de quien se llevó a cabo la
Restauración; y que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la verdadera Iglesia de
Jesucristo restaurada con poder y autoridad actualmente en la tierra.

El Libro de Mormón es el elemento fundamental de nuestro mensaje


En cuanto al Libro de Mormón, el profeta José Smith dijo: “Declaré a los hermanos que el Libro de Mormón
era el más correcto de todos los libros sobre la tierra, y la [piedra] clave de nuestra religión; y que un hombre se
acercaría más a Dios al seguir sus preceptos que los de cualquier otro libro”1.

José también enseñó que es un elemento fundamental de nuestra fe, nuestras creencias y nuestro testimonio. “Si
quitamos el Libro de Mormón y las revelaciones, ¿dónde queda nuestra religión?”, preguntó él. “No tenemos
ninguna”2.

La belleza del mensaje del Evangelio es que cada uno de nosotros podemos llegar a saber por nosotros mismos
que el Libro de Mormón es verdadero.

Cuando fui presidente de misión hace algunos años en Francia, Bélgica y los Países Bajos, tuve el privilegio y
la bendición de entrevistar a personas a fin de determinar su dignidad para ser bautizadas. Nunca olvidaré la
entrevista que tuve con una hermana.
Durante la entrevista le pregunté cómo había llegado a saber que la Iglesia era verdadera. Introdujo la mano en
su bolso y sacó un ejemplar de tapa blanda del Libro de Mormón muy gastado y leído. Abrió el libro en 3 Nefi
27 y explicó que ese era el primer capítulo que los misioneros la habían invitado a leer. Dijo que al comenzar a
leer se sintió profundamente conmovida por lo que leyó y por el Espíritu que sintió. La embargó de tal manera
el espíritu del Libro de Mormón que tomó un lápiz rojo y comenzó a subrayar las palabras que más le
impresionaban.

Entonces me mostró su ejemplar del Libro de Mormón, abierto en 3 Nefi 27. Casi cada palabra del capítulo
estaba subrayada en rojo.

“Por eso creo”, me dijo. “Este libro me habla de una manera que no puedo negar. Sé que es verdadero y sé que
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es verdadera”.

La bautizaron y se convirtió en una fiel miembro de la Iglesia.

La introducción al Libro de Mormón


La introducción al Libro de Mormón nos da un modelo mediante el cual podemos llegar a saber por nosotros
mismos que el mensaje del Evangelio es verdadero. “[Se] publicó por primera vez en la edición en inglés del
año 1981 y en 1992 en español. Presenta el Libro de Mormón al lector moderno proporcionándole antecedentes
y una descripción del libro”3.

La introducción comienza diciéndonos precisamente lo que el Libro de Mormón es: “… un volumen de


escritura sagrada semejante a la Biblia. Es una historia de la comunicación de Dios con los antiguos habitantes
de las Américas y contiene la plenitud del evangelio eterno”. Aprendemos que “[escribieron] el libro muchos
antiguos profetas por el espíritu de profecía y revelación” en planchas de oro, y que fue compendiado “por un
profeta e historiador llamado Mormón”.

Pintura de José Smith por Richard Burde, cortesía del Museo de Historia de la Iglesia; derecha: ilustración por
Ben Sowards.

También aprendemos que “[el] acontecimiento de mayor trascendencia que se encuentra registrado en el Libro
de Mormón es el ministerio personal del Señor Jesucristo entre los nefitas poco después de Su resurrección. En
él se expone la doctrina del Evangelio, se describe el plan de salvación, y se dice a los hombres lo que deben
hacer para lograr la paz en esta vida y la salvación eterna en la vida venidera”.

Una de las cosas más importantes que podemos aprender del Libro de Mormón es que la Iglesia que Jesucristo
restauró mediante José Smith es verdadera.

La introducción nos invita “a leer el Libro de Mormón, a meditar en [el] corazón el mensaje que contiene y
luego a preguntar a Dios, el Padre Eterno, en el nombre de Cristo, si el libro es verdadero”. Se nos promete que
“[quienes] así lo hagan y pidan con fe lograrán un testimonio de la veracidad y la divinidad del libro por el
poder del Espíritu Santo. (Véase Moroni 10:3–5)”.

Luego sigue esta promesa adicional: “Aquellos que obtengan este testimonio divino del Santo Espíritu también
llegarán a saber, por el mismo poder, que Jesucristo es el Salvador del mundo, que José Smith ha sido Su
revelador y profeta en estos últimos días, y que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el
reino del Señor que de nuevo se ha establecido sobre la tierra, en preparación para la segunda venida del
Mesías”.

¡Piensen en ello! Realmente podemos saber por nosotros mismos que:

 Jesús es el Cristo, el Salvador del mundo y el Redentor de toda la humanidad.

 José Smith es un profeta verdadero; dijo la verdad; vio lo que dijo que vio y escuchó lo que dijo que
escuchó.

 La Iglesia que Jesucristo restauró por medio de José Smith es “la única iglesia verdadera y viviente
sobre la faz de toda la tierra” (D. y C. 1:30); es la Iglesia de Jesucristo; tiene verdad, poder, autoridad y
ordenanzas; el Señor y Salvador Jesucristo la dirige personalmente por medio de profetas vivientes.

Podemos saber todo eso cuando llegamos a saber que el Libro de Mormón es verdadero. Tiene poder de
conversión y de convencimiento.

Mi testimonio del Libro de Mormón


Cuando era un misionero joven que prestaba servicio en Francia, quise saber por mí mismo que el Libro de
Mormón era verdadero. Yo creía que era verdadero y tenía la esperanza de que era verdadero; incluso había
salido a servir en una misión con fe de que era verdadero. Sin embargo, al trabajar día tras día como misionero
y decir a la gente lo mejor que podía, con el poco francés que hablaba, que tenía un testimonio del libro, en
realidad todavía no sabía por mí mismo.

Nuestro pequeño apartamento en el sur de Francia estaba frío y húmedo ese primer invierno. Cada mañana y
cada noche, antes y después de las labores del día, me acurrucaba con una manta y un abrigo para leer y
estudiar el Libro de Mormón. Estaba al tanto de la promesa de Moroni de que si leía, meditaba y oraba, yo
también podía saber. Leí por días y semanas, pero nada sucedió. No hubo una luz, ni un ángel, ni una voz; nada
sino un sentimiento de paz al leerlo.

Seguí leyendo y subrayando los pasajes significativos, y continué orando para saber si el Libro de Mormón era
verdadero. Con el tiempo, el milagro llegó. Tal como el élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce
Apóstoles, lo describió, fue más como el salir del sol naciente que como el encendido repentino de un
interruptor de luz4. Una luz comenzó a iluminarme la mente y el corazón. Comencé a ver el Libro de Mormón
de una manera diferente. Los pasajes que había leído anteriormente empezaron a cobrar un nuevo significado.
La mejor manera de describir la experiencia es que mi mente comenzó a ser iluminada.

Con el paso de las semanas y los meses, puedo decir que llegué a saber, con mayor certeza que cualquier otra
cosa que había sabido, que el Libro de Mormón era la palabra de Dios. Llegué a saber que fue escrito y
preservado para nuestra época y que salió a la luz como un potente testigo de Jesucristo y de Su Iglesia. La
impresión que recibí una y otra vez por medio de la voz del Espíritu fue: “es verdadero, es verdadero, es
verdadero”.

Cuarenta años después, aún conservo el mismo testimonio. Ahora he leído el Libro de Mormón muchas veces, y
cada vez —todas las veces— vuelvo a escuchar las palabras “es verdadero”. Eso me ha dado la seguridad de
que Jesucristo es mi Salvador y que esta es Su gran obra de salvación.

De la misma manera en que todas las piezas de dominó con las que jugaba de niño caían cuando empujaba la
primera, todas las verdades del Evangelio cobran sentido cuando llegamos a saber que la piedra clave de
nuestro testimonio, el Libro de Mormón, es verdadero.
El centro de la Restauración
“El Libro de Mormón es el centro de la Restauración. Fue escrito, preservado y transmitido bajo la dirección
del Señor. Fue traducido ‘por el don y el poder de Dios’”.

Presidente Russell M. Nelson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, “Súbanse a la ola”, Liahona, mayo de 2013,
pág. 47.

La conversión a Cristo
“No nos esforzamos por convertirnos a la Iglesia, sino a
Cristo y a Su evangelio”. —Élder D. Todd Christofferson,
"El porqué de la Iglesia"

Su objetivo
La Primera Presidencia ha enseñado que su objetivo como maestro de los jóvenes es ayudarles a convertirse al
evangelio de Jesucristo.

El camino hacia la conversión es personal. La conversión no ocurre en una sola reunión, clase o actividad. En
última instancia, los jóvenes se convierten al vivir diligentemente el Evangelio cada día, orar, estudiar las
Escrituras, guardar los mandamientos, cumplir con los deberes del sacerdocio y demás, asistir al templo, prestar
servicio a sus familiares y a los demás, y al compartir el Evangelio. Al hacer todo eso, los deseos, las actitudes
y acciones de ellos comienzan a estar en armonía con la voluntad de nuestro Padre Celestial. Llegan a ser
felices y a tener confianza, y se deleitan “para actuar... y no para que se actúe sobre ellos”(2 Nefi 2:26). Se
esfuerzan por obedecer los susurros del Espíritu Santo, resistir la tentación, y “hacer muchas cosas [buenas] de
su propia voluntad” (D. y C. 58:27). Llegan a ser “santo[s] por la expiación de Cristo”(Mosíah 3:19).

Todos nosotros somos conversos al aprender a andar en la senda del Evangelio por nosotros mismos. En su
función, la manera en que usted sea amigable, anime y apoye a los jóvenes en su devoción espiritual personal, y
la manera de enseñar y aprender con ellos en ambientes tanto formales como informales, les ayudará a
permanecer en el sendero y a progresar hacia la conversión personal de toda la vida.
El arrepentimiento y la conversión
Abril 2007 Conferencia general
Russell M. Nelson

Of the Quorum of the Twelve Apostles


Un alma arrepentida es un alma convertida, y un alma convertida es un alma arrepentida.

El año pasado, mientras el élder David S. Baxter y yo manejábamos rumbo a una conferencia de estaca, nos
detuvimos en un restaurante. Después, al regresar al auto, una mujer nos llamó y se nos acercó; su apariencia
nos sobresaltó y su arreglo personal (o falta de él) era lo que cortésmente llamaría “extremo”; entonces nos
preguntó si éramos élderes de la Iglesia. Le dijimos que sí, y sin mucha reserva contó los eventos de su trágica
vida anegada en el pecado. Ahora, a los 28 años de edad, era infeliz; sentía que no valía nada y que no tenía
ninguna razón para vivir. Al hablar, la dulzura de su alma comenzó a emerger. En una súplica de lágrimas,
preguntó si existía esperanza alguna para ella, alguna salida de esa desesperación.

“Sí”, respondimos, “hay esperanza. La esperanza está vinculada al arrepentimiento. Puedes cambiar; puedes:
‘[venir] a Cristo y [perfeccionarte] en él’”1 y la instamos a no demorar2. Ella sollozó humildemente y nos
agradeció con sinceridad.

Al continuar nuestro viaje, el élder Baxter y yo meditamos en cuanto a esa experiencia. Recordamos el consejo
que Aarón le dio a una alma sin esperanza, al decir: “Si te arrepientes de todos tus pecados y te postras ante
Dios e invocas con fe su nombre… entonces obtendrás la esperanza que deseas”3.

En esta sesión de clausura de la conferencia general, yo también hablo en cuanto al arrepentimiento; lo hago
porque el Señor ha mandado a Sus siervos que proclamen el arrepentimiento a todo pueblo4. El Maestro ha
restaurado Su evangelio para dar gozo a Sus hijos, y el arrepentimiento es un componente crucial de dicho
Evangelio5.

La doctrina del arrepentimiento es tan antigua como el Evangelio mismo. Las enseñanzas bíblicas que se
encuentran en los libros de Génesis6 a Apocalipsis7 proclaman el arrepentimiento. Entre las enseñanzas de
Jesucristo durante su ministerio terrenal encontramos estas advertencias: “El reino de Dios se ha acercado;
arrepentíos, y creed en el evangelio”8, y “si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”9.

En el Libro de Mormón se hacen referencias al arrepentimiento aun con mayor frecuencia10. Al pueblo de la
América antigua, el Señor dio este mandamiento: “Otra vez os digo que debéis arrepentiros, y ser bautizados en
mi nombre, y volveros como un niño pequeñito, o de ningún modo heredaréis el reino de Dios”11.

Con la Restauración del Evangelio, nuestro Salvador ha recalcado de nuevo esta doctrina. ¡La palabra
arrepentimiento en cualquiera de sus formas aparece en 47 de las 138 secciones de Doctrina y Convenios!12.

Arrepentirse del pecado


¿Qué significa arrepentirse? Comencemos por la definición del diccionario, arrepentirse es: “abandonar el
pecado… sentir pesar [y] remordimiento”13. El arrepentirse del pecado no es fácil, pero el galardón vale el
precio que se paga. El arrepentimiento se efectúa un paso a la vez, y la humilde oración facilitará cada paso
esencial. Como requisitos previos al perdón, primero deben existir el reconocimiento, el remordimiento y luego
la confesión14. “Por esto sabréis si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los
abandonará”15. Se debe hacer la confesión a la persona dañada; debe ser una confesión sincera y no sólo una
mera admisión de culpa después que las pruebas sean evidentes. Si se ha ofendido a muchas personas, la
confesión se debe efectuar a todas las partes ofendidas. Los hechos que pudiesen afectar la situación de uno en
la Iglesia o el derecho a los privilegios de la Iglesia deben confesarse de inmediato al obispo, a quien el Señor
ha llamado como un juez común de Israel16.

El siguiente paso es la restitución, reparar el daño causado, si es posible. Luego siguen los pasos de tomar la
determinación de mejorar y de refrenarse de una recaída, o sea, arrepentirse “con íntegro propósito de
corazón”17. Gracias al rescate pagado por la expiación de Jesucristo, el pecador que se arrepiente y continúa
libre de pecado recibe un perdón total18. Isaías dijo al alma arrepentida: “Si vuestros pecados fueren como la
grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”19.

El énfasis imperativo que el Señor le da al arrepentimiento es evidente al leer la sección 19 de Doctrina y


Convenios: “te mando que te arrepientas; arrepiéntete, no sea que te hiera con la vara de mi boca, y con mi
enojo, y con mi ira, y sean tus padecimientos dolorosos; cuán dolorosos no lo sabes; cuán intensos no lo sabes;
sí, cuán difíciles de aguantar no lo sabes.

“Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten;

“mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo”20.

Aunque el Señor insiste en nuestro arrepentimiento, la mayoría de la gente no siente tal necesidad imperiosa21.
Consideran que son personas que tratan de ser buenas; esa gente no tiene malos propósitos22; sin embargo, el
mensaje del Señor claramente indica que todos deben arrepentirse, no sólo de los pecados de comisión, sino
también de los pecados de omisión. Tal es el caso en Su advertencia a los padres: “Y además, si hay padres que
tengan hijos en Sión… y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo
del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo… el pecado será sobre la cabeza de los padres”23.

Un significado más amplio de la palabra arrepentirse


La doctrina del arrepentimiento es mucho más amplia que la definición del diccionario. Cuando Jesús dijo
“arrepentíos”, Sus discípulos anotaron ese mandato en griego empleando el verbo metanoeo24. Esa palabra
poderosa tiene una gran importancia. En esta palabra, el prefijo meta significa “cambio”25. El sufijo se relaciona
con cuatro términos griegos importantes: nous, que significa “la mente”26; gnosis, que significa
“conocimiento”27; pneuma, que significa “espíritu”28; y pnoe, que significa “aliento”29.

Por consiguiente, cuando Jesús dijo “arrepentíos”, Él nos pidió que cambiáramos nuestra mente, nuestro
conocimiento y espíritu, e incluso nuestro aliento. Un profeta explicó que tal cambio de aliento es respirar con
un reconocimiento de gratitud hacia Él que nos concede cada aliento. El rey Benjamín dijo: “Si sirvieseis a
aquel que os ha creado… y os está preservando día tras día, dándoos aliento… momento tras momento, digo
que si lo sirvieseis con toda vuestra alma, todavía seríais servidores inútiles”30.

Sí, el Señor nos ha mandado arrepentirnos, cambiar nuestro comportamiento para venir a Él y ser más
semejantes a Él31, lo cual requiere un cambio total. Alma enseñó esto a su hijo: “Aprende sabiduría en tu
juventud”, dijo, “aprende en tu juventud a guardar los mandamientos de Dios… deja que todos tus
pensamientos se dirijan al Señor; sí, deja que los afectos de tu corazón se funden en el Señor para siempre”32.
El arrepentirse por completo es convertirse plenamente al Señor Jesucristo y a Su santa obra. Alma enseñó ese
concepto cuando planteó estas preguntas: “Os pregunto, hermanos míos de la iglesia: ¿Habéis nacido
espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros? ¿Habéis experimentado este gran
cambio en vuestros corazones?”33. Ese cambio ocurre cuando “nacemos de nuevo”, convertidos y concentrados
en nuestra jornada al reino de Dios34.

Los frutos del arrepentimiento


Los frutos del arrepentimiento son dulces. Los conversos arrepentidos se dan cuenta de que las verdades del
Evangelio restaurado gobiernan sus pensamientos y hechos, determinan sus hábitos y moldean su carácter. Son
más fuertes y más aptos para abstenerse de toda impiedad35; además, los apetitos carnales inmoderados36, la
adicción a la pornografía o a las drogas nocivas37, las pasiones desenfrenadas38, los deseos carnales39 y el
orgullo40, se debilitan con una conversión completa al Señor y una determinación de servirle y de emular Su
ejemplo41; la virtud engalana sus pensamientos y la confianza en sí mismos aumenta42; el diezmo se percibe
como una bendición de felicidad y protección y no como un deber o un sacrificio43; la verdad nos atrae más y
aquello digno de alabanza nos llama más la atención44.

El arrepentimiento es el régimen del Señor para el progreso espiritual. El rey Benjamín explicó que: “El hombre
natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a menos que se
someta al influjo del Santo Espíritu, y se despoje del hombre natural, y se haga santo por la expiación de Cristo
el Señor, y se vuelva como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a
cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre él, tal como un niño se somete a su padre”45. Hermanos y
hermanas, ¡eso es la conversión! ¡El arrepentimiento es la conversión! Un alma arrepentida es un alma
convertida, y un alma convertida es un alma arrepentida.

El arrepentimiento para los que han fallecido


Cada persona viva puede arrepentirse. Pero, ¿qué de aquellos que han muerto? Ellos también tienen
oportunidad de arrepentirse. En las Escrituras se declara que: “los fieles élderes de esta dispensación, cuando
salen de la vida terrenal, continúan sus obras en la predicación del evangelio de arrepentimiento… entre
aquellos que están… bajo la servidumbre del pecado en el gran mundo de los espíritus de los muertos.

“Los muertos que se arrepientan serán redimidos, mediante su obediencia a las ordenanzas de la casa de Dios,

“Después que hayan padecido el castigo por sus transgresiones, y sean lavados y purificados, [ellos] recibirán
una recompensa según sus obras”46.

El profeta José Smith reveló además que “la tierra será herida con una maldición, a menos que entre los padres
y los hijos exista un eslabón conexivo de alguna clase… sin [nuestros muertos] nosotros no podemos
perfeccionarnos, ni ellos pueden perfeccionarse sin nosotros… [En esta] dispensación que ya está comenzando,
es menester que una unión entera, completa y perfecta, así como un encadenamiento de dispensaciones, llaves,
poderes y glorias se realicen”47.

“¿Cristo me manda que brille?”48. ¡Sí, y a ustedes también! Él también desea que, como herreros, forjemos
eslabones celestiales soldados a fin de vencer la maldición49 de la fragmentación familiar. Se creó la tierra y se
proveyeron los templos para que las familias estén juntas para siempre50. Muchos, si no la mayoría de nosotros,
podríamos arrepentirnos y convertirnos más a la obra del templo y de historia familiar a favor de nuestros
ancestros. Y así vemos que nuestro arrepentimiento es necesario y esencial para el arrepentimiento de ellos.
A todos nuestros familiares fallecidos, a la mujer de 28 años de edad atrapada en los pantanos del pecado y a
cada uno de nosotros, declaro que es posible adquirir la dulce bendición del arrepentimiento que llega por
medio de la completa conversión al Señor y a Su santa obra.

Sé que Dios vive. Jesús es el Cristo y ésta es Su Iglesia. Su profeta hoy día es el presidente Gordon B. Hinckley,
de ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

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1. Moroni 10:32.

2. Véase Alma 13:27; 34:33. El presidente Spencer W. Kimball describió la dejadez [o el demorar]
como “la falta de disposición a aceptar responsabilidades ahora mismo” (Enseñanzas de los
Presidentes de la Iglesia: Spencer W. Kimball, 2006, pág. 4).

3. Alma 22:16. También recordamos al pueblo pecador bajo el cuidado de su líder preocupado,
Mormón, que escribió: “…yo no abrigaba ninguna esperanza, porque conocía los juicios del
Señor que habrían de venir sobre ellos; porque no se arrepentían de sus iniquidades, sino que
luchaban por sus vidas sin invocar a aquel Ser que los creó” (Mormón 5:2).

4. Especialmente en estos últimos días; véase D. y C. 18:11–12, 14; 19:21; 34:5–6; 43:20; 133:16–
17.

5. “Los primeros principios y ordenanzas del Evangelio son: primero, Fe en el Señor Jesucristo;
segundo, Arrepentimiento; tercero, Bautismo por inmersión para la remisión de los pecados;
cuarto, Imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo” (Artículos de Fe 1:4).
Véase también D. y C. 39:6; 84:27; 138:19.

6. Véase la Traducción de José Smith de la Biblia en inglés, Génesis 4:8.

7. Véase Apocalipsis 2:16.

8. Marcos 1:15; véase también Mateo 4:17.

9. Lucas 13:3.

10. La palabra arrepentirse (enseñar la doctrina del arrepentimiento) en todas sus formas
(arrepentir, arrepentimiento, arrepentido, arrepentirse, etc.), figura 72 veces en la versión del
rey Santiago de la Biblia en inglés y 68 veces en la traducción de José Smith de la Biblia. En el
Libro de Mormón, la palabra arrepentirse, en todas sus variantes, aparece 360 veces.

11. 3 Nefi 11:38. Otro ejemplo es: “…os he dado la ley y los mandamientos de mi Padre para que
creáis en mí, que os arrepintáis de vuestros pecados y vengáis a mí con un corazón quebrantado
y un espíritu contrito” (3 Nefi 12:19).

12. Véase D. y C. 1, 3, 5, 6, 10, 11, 13, 14, 15, 16, 18, 19, 20, 29, 33, 34, 35, 36, 39, 42, 43, 44, 45,
49, 50, 53, 54, 55, 56, 58, 63, 64, 66, 68, 75, 84, 90, 93, 98, 104, 107, 109, 117, 124, 133, 136 y
138.

13. Definición de la palabra repent (arrepentimiento) en el diccionario de inglés Webster’s Ninth


New Collegiate Dictionary, 1987, “repent”, pág. 999.
14. Véase 1 Juan 1:9; Mosíah 26:29; D. y C. 61:2; 64:7.

15. D. y C. 58:43. Si no se ha ofendido a otra persona, la confesión se debe hacer a Dios en oración.
Él, que ve en lo secreto, podrá recompensarte en público (véase Mateo 6:4, 6, 18; 3 Nefi 13:4, 6,
18).

16. Véase D. y C. 107:73–74.

17. 2 Nefi 31:13; Jacob 6:5; Mosíah 7:33; 3 Nefi 10:6; 12:24; 18:32.

18. Véase Mosíah 4:2–3.

19. Isaías 1:18.

20. D. y C. 19:15–17.

21. En la mente de algunas personas, la palabra “repent” [arrepentimiento] también inspira


conceptos como “penalty” [castigo] y “penalize” [penalizar], palabras que connotan “castigo”.
Si no son culpables de un pecado que merece un castigo, pueden razonar que no tienen
necesidad del arrepentimiento.

22. El presidente Spencer W. Kimball dijo: “…existe una impresión imperante, quizás
subconsciente, de que el Señor dispuso el arrepentimiento únicamente para aquellos que
cometan homicidio o adulterio o hurto u otros crímenes atroces. Eso, por supuesto, no es verdad.
Si somos humildes y sentimos deseos de obedecer el Evangelio, llegaremos a considerar el
arrepentimiento como algo que se aplica a todo lo que hagamos en la vida, bien sea de naturaleza
espiritual o temporal. El arrepentimiento es para toda alma que aún no haya llegado a la
perfección” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Spencer W. Kimball, pág. 41). Véase
también 1 Juan 1:8; Mosíah 4:29–30.

23. D. y C. 68:25; cursiva agregada.

24. El vocablo metanoeo,μετανοεω, se usó en el texto griego de las declaraciones del Señor que se
encuentran en Mateo 4:17; Marcos 1:15 y Lucas 13:3. Pedro usó el mismo vocablo en Hechos
2:38; 3:19; y 8:22.

25. En Mateo 17:2 y Marcos 9:2, la palabra transfiguró se tradujo del vocablo metamorphoo, que
significa “cambio de forma”.

26. En Efesios 4:23, el vocablo mente se tradujo de la palabra griega nous.

27. En Lucas 1:77; Romanos 2:20; y 2 Corintios 6:6, las palabras conocimiento y ciencia se
tradujeron del vocablo gnos o gnosis. Gnos, cuando es precedido por el prefijo negativo a-,
significa “falta de conocimiento”, como en la palabra agnostic [agnóstico]. En Hechos 17:23 la
palabra desconocido se tradujo del vocablo agnostos, y las palabras sinconocerle se tradujeron
del vocablo agnoeo.

28. En Mateo 12:18 y Romanos 8:5, la palabra Espíritu se tradujo del vocablo griego pneuma.

29. En Hechos 17:25, la palabra aliento se tradujo del vocablo griego pnoe.

30. Mosíah 2:21.


31. Véase 3 Nefi 27:21, 27.

32. Alma 37:35–36.

33. Alma 5:14.

34. Véase Juan 3:3, 7; Mosíah 27:25; Alma 5:49; 7:14; Moisés 6:59.

35. Véase Moroni 10:32.

36. Véase Gálatas 6:7–8.

37. Véase Jueces 13:7; Lucas 1:15; D. y C. 89:5, 7–9.

38. Véase Mateo 5:27–28; Alma 38:12; 3 Nefi 12:27–28; D. y C. 42:23.

39. Véase Romanos 8:5–6.

40. Véase Alma 38:11; D. y C. 121:37.

41. Véase Juan 13:15; 1 Timoteo 4:12; 1 Pedro 2:21; 2 Nefi 31:16; 3 Nefi 18:16; Mormón 7:10.

42. Véase D. y C. 121:45.

43. Véase D. y C. 85:3.

44. Véase Filipenses 4:8; Artículos de Fe 1:13.

45. Mosíah 3:19.

46. D. y C. 138:57–59; Véanse también los versículos 30–34.

47. D. y C. 128:18.

48. “Cristo me manda que brille”, Canta Conmigo, 1969, B-67.

49. Véase D. y C. 27:9; 110:14–15; 128:18; 138:48.

50. Véase D. y C. 2:2–3; 132:19; 138:47–48; José Smith—Historia 1:39.

¿Cómo sé si me estoy convirtiendo? M.J.


La conversión es un proceso de toda la vida para llegar a ser más como Cristo mediante Su expiación. Incluye
no sólo un cambio de comportamiento, sino de nuestros deseos, actitudes y de nuestra propia naturaleza. Es un
cambio tan importante que el Señor se refiere a él como nacer otra vez y un gran cambio de corazón (véase
Mosíah 27:25; Alma 5:14). Podemos saber que nos estamos convirtiendo al Señor cuando perdemos el deseo de
pecar, estamos llenos de amor y procuramos compartir el Evangelio con otras personas.

Prepararse espiritualmente
¿Qué experiencias han profundizado su conversión? ¿Qué cambios ha notado en su vida al trabajar diligentemente para vivir el
Evangelio?

¿Qué evidencias ha visto de que las jóvenes se están convirtiendo? ¿Qué necesitan comprender ellas en cuanto a la conversión?

¿Qué pasajes de las Escrituras y otros recursos ayudarán a las jovencitas a reconocer su propia conversión al Señor?

Enós 1:1–19, 26–27; Mosíah 5:1–5; 27:23–37; Alma 23:6–7; Helamán 3:35; 4 Nefi 1:1–4, 15 (Ejemplos de conversión)

David A. Bednar, “Convertidos al Señor”, Liahona, noviembre


Bonnie L. Oscarson, “¿Creo?”, Liahona, mayo de 2016, págs. 87– de 2012, págs. 106–109.
89.
Bonnie L. Oscarson, “Convertíos”, Liahona, noviembre de
2013, págs. 76–78.

“Conversión”, Leales a la Fe, 2004, págs. 51–54.

Videos: “A la espera en el camino a Damasco”, “Un Potente Cambio: Conversión”

Enseñar a la manera del Salvador

El Salvador confió a Sus discípulos responsabilidades importantes de enseñar, servir y bendecir a los demás. Su objetivo era ayudarlos
a convertirse por medio del servicio a los demás. ¿Qué oportunidades de servicio y crecimiento puede proporcionar para que enseñen
las jovencitas?

Compartir experiencias
Al comienzo de cada clase, invite a las jóvenes a compartir, enseñar y testificar acerca de las experiencias que
hayan tenido al aplicar lo que aprendieron en la lección de la semana anterior. Esto alentará la conversión
personal y ayudará a las jóvenes a darse cuenta de la importancia que tiene el Evangelio en la vida cotidiana.

Presentar la doctrina
Elija alguna de las ideas siguientes, o utilice las suyas, para presentar la lección de esta semana:

 Invite a las jóvenes a hacer una lista de cosas que sufren una transformación con el paso del tiempo (como una
semilla que se transforma en árbol, o un renacuajo que se transforma en rana). ¿Cómo podrían usar esas cosas
para enseñar a otras personas en cuanto a la conversión?

 Escriba la palabra conversión en la pizarra e invite a las jovencitas a buscar palabras o frases en Mosíah 27:25–26
que les ayuden a comprender lo que es la conversión. Invítelas a analizar lo que aprendieron acerca de la
conversión de esas palabras y frases.

Aprender juntas
Cada una de las actividades siguientes ayudará a las jóvenes a aprender sobre la conversión y a reconocer la
evidencia de la conversión en sí mismas. Siguiendo la inspiración del Espíritu, seleccione una o más que
resulten mejor para su clase:

 Con unos días de antelación, invite a una joven a acudir a clase preparada para compartir la experiencia que
tuvo Michele Carnesecca cuando su hijo Ethan se encontraba grave, que se encuentra en el discurso de la
hermana Bonnie L. Oscarson, “¿Creo?”. Podría escribir la siguiente pregunta en la pizarra: “¿Lo creo o no?”.
Invite a las jovencitas a que mediten la pregunta a medida que la clase lee las descripciones de la hermana
Oscarson en cuanto a las cosas que creemos. Al final de la clase, ofrezca a las jovencitas la oportunidad de
compartir su testimonio de las enseñanzas del Evangelio que se encuentran en este discurso y que ellas creen.
¿Cómo han llegado a saber esas cosas por ellas mismas?

 Invite a las jóvenes a escoger uno de los discursos que se ofrecen en esta reseña, leer una sección del discurso y
usar información del discurso para crear pósteres que respondan a la pregunta: “¿Cómo sé que me estoy
convirtiendo?”. Pida a las jóvenes que usen los pósteres y los discursos que han estudiado para enseñarse las
unas a las otras en cuanto a la conversión.

 Invítelas a estudiar “Conversión” en Leales a la Fe o las Escrituras de esta reseña y a escribir una lista de
preguntas que se pudieran hacer a sí mismas para evaluar su progreso hacia la conversión. Concédales tiempo
para que las miembros de la clase compartan lo que incluirían en esa lista y por qué. Aliéntelas a meditar acerca
de la respuesta que darían a esta pregunta.

 Muestre uno de los videos de esta reseña e invite a las jóvenes a compartir lo que aprenden de ese video en
cuanto a la conversión. Comparta con las jóvenes experiencias que le han ayudado a usted a estar más
convertida, e invítelas a compartir sus propias experiencias.

Pida a las jóvenes que compartan lo que hayan aprendido. ¿Qué sentimientos o impresiones tienen?
¿Comprenden cómo reconocer la conversión en su vida? ¿Desean hacer otras preguntas? ¿Resultaría útil
dedicarle más tiempo a este tema?

Sugerencia para la enseñanza

“El escuchar con atención es una manifestación de amor y con frecuencia requiere sacrificio. Cuando
verdaderamente escuchamos a otras personas, por lo general debemos refrenarnos de lo que queremos decir
para entonces permitir que otros puedan expresarse” (La enseñanza: El llamamiento más importante, 2000,
pág. 71).

Vivir lo que se aprende


Pida a las jóvenes que piensen cómo pondrán en práctica lo que han aprendido hoy. Por ejemplo, podrían:

 Escoger algo específico que harán para progresar en su esfuerzo por llegar a estar más convertidas.

 Escribir en sus diarios personales los sentimientos que tengan de dónde se encuentran ahora en el proceso de
conversión. Al tener experiencias que profundicen su conversión, podrían escribirlas también en su diario
personal.

Comparta con las jóvenes lo que se estudiará la próxima semana. ¿Cuáles son sus pensamientos y preguntas
sobre este tema? ¿Qué podrían hacer a fin de prepararse para aprender? Por ejemplo, podrían leer un discurso,
ver un video o estudiar un pasaje de las Escrituras relacionado con la lección de la semana siguiente.

Tengan cuidado en cuanto a ustedes mismos


Octubre 2012 Conferencia general
Por el élder Anthony D. Perkins
De los Setenta

[Manténganse] en el camino del sacerdocio profundizando su conversión y fortaleciendo a su familia… Eviten


la tragedia prestando atención a las señales espirituales de “Precaución” que Dios y los profetas han puesto
en nuestro camino.

Cuando era joven, nuestra familia viajaba en auto por las Montañas Rocosas de Estados Unidos para visitar a
los abuelos. La vía comenzaba en planicies de artemisa, ascendía por empinadas laderas cubiertas de pinos, y
finalmente terminaba en alamedas y en la cima de prados desde donde podíamos ver casi hasta el infinito.

Pero ese hermoso camino no era perfectamente seguro. La mayoría se había construido en la ladera de
montañas empinadas. Para proteger a los viajeros, los constructores colocaron vallas de contención y carteles
que decían: “Cuidado: Zona de derrumbes”. Notamos que había buena razón para esas advertencias, pues había
piedras y rocas esparcidas a lo largo del lecho del río mucho más abajo del camino. En ocasiones, veíamos
autos aplastados al fondo del cañón, la trágica evidencia de conductores que no habían prestado atención.

El juramento y convenio del sacerdocio


Hermanos, cada uno de ustedes ha entrado, o pronto entrará, en el juramento y convenio del Sacerdocio de
Melquisedec1. Ese convenio abarca una gloriosa jornada que comienza con la recepción de los sacerdocios
menor y mayor, progresa cuando magnificamos nuestros llamamientos, y asciende continuamente hacia el
panorama más grande de Dios hasta que recibimos “todo lo que [el] Padre tiene”2.

El sabio diseñador de ese camino celestial ha colocado señales de precaución para nuestro viaje. El juramento y
convenio del sacerdocio contiene esta advertencia que lleva a un examen de conciencia: “Y ahora os doy el
mandamiento de tener cuidado, en cuanto a vosotros mismos”3.

¿Por qué nos mandaría Dios que tuviéramos cuidado? Él sabe que Satanás es un ser real4 que procura arrastrar
nuestra alma al abismo de miseria5. Dios también sabe que dentro de los poseedores del sacerdocio hay un
“hombre natural”6 al acecho que es “propenso a andar errante”7. Por tanto, los profetas nos invitan a
“despojarnos del viejo hombre”8 y ser “de Cristo… revestidos”9 mediante la fe, el arrepentimiento, las
ordenanzas de salvación y el vivir el Evangelio a diario.

Evitar la tragedia
Al ascender por el camino del sacerdocio, cualquier joven u hombre puede ser abatido si no tiene cuidado. ¿Han
quedado sorprendidos y desconsolados por la caída inesperada de un joven ejemplar, un reciente ex misionero,
un respetado líder del sacerdocio o un familiar querido?

El relato del Antiguo Testamento de David es un ejemplo trágico del poder del sacerdocio desperdiciado. A
pesar de que derrotó a Goliat cuando era joven y vivió rectamente por décadas10, este profeta y rey aún era
espiritualmente vulnerable. En ese momento crucial cuando vio desde la terraza a la hermosa Betsabé
bañándose, no había ningún socorrista moral cerca que le gritara: “¡Cuidado, David, no seas insensato!”. El no
tener cuidado en cuanto a sí mismo11 y el no actuar según las impresiones del Espíritu12 lo llevaron a perder su
familia eterna13.

Hermanos, si aun el poderoso David pudo ser apartado del camino a la exaltación, ¿cómo podemos evitar un
destino similar?

Las dos vallas de contención de la profunda conversión personal y de las relaciones familiares fuertes nos
ayudan a mantenernos en el camino celestial.

Sabiendo esto, Satanás desprende rocas que abaten la conversión y que fracturan a la familia para cruzarse en
nuestro camino del sacerdocio. Afortunadamente, Jesucristo y Sus profetas han puesto señales de “precaución”
por el camino que constantemente nos advierten del orgullo que abate la conversión14 y de los pecados que
fracturan a la familia, tales como el enojo, la avaricia y la lujuria.

Hace mucho tiempo, Moisés aconsejó: “…cuídate de no olvidarte de Jehová”15. En nuestro mundo acelerado y
saturado de diversión, los hombres todavía son prontos a “[olvidarse] del Señor… para cometer iniquidad y
dejarse llevar por el maligno”16.

Profundizar la conversión y fortalecer a la familia


Para permanecer a salvo en el camino del sacerdocio entre el alud de rocas de la tentación, recuerdo seis
principios fundamentales que profundizan la conversión y fortalecen a la familia.

Primero, el orar siempre abre la puerta a la ayuda divina para “[vencer] a Satanás”17. Cada vez que Jesús
advierte a los poseedores del sacerdocio que se cuiden, “porque Satanás desea [zarandearlos]”, señala la oración
como la acción para contrarrestar la tentación18. El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Si alguno de
nosotros ha sido lento en prestar atención al consejo de orar siempre, no hay mejor momento para empezar que
ahora mismo… Una persona jamás se eleva a mayor altura que cuando está arrodillada orando”19.

Segundo, el estudio de las Escrituras antiguas y modernas nos conecta con Dios. El Señor advirtió a los
miembros de la Iglesia que “[tuvieran] cuidado de cómo… estiman [a los profetas], no sea que los
menosprecien, y con ello incurran en la condenación, y tropiecen y caigan”20. Para evitar esa solemne
condenación, debemos leer con diligencia las Escrituras, así como las revistas y los sitios web de la Iglesia que
nos permitan “recibir palabras de consejo en una forma íntima y personal por medio del profeta escogido [del
Señor]”21.

Tercero, el participar dignamente en las ordenanzas nos prepara para tomar “al Santo Espíritu por guía”22.
Cuando el Salvador advirtió: “…cuidaos a fin de que no os engañen”, prometió que no lo seremos si
“[buscamos] diligentemente los mejores dones” del Espíritu23. El participar dignamente de la Santa Cena cada
semana habilita a los miembros para que “siempre puedan tener su Espíritu consigo”24. Al adorar en el templo,
podemos “[recibir] la plenitud del Espíritu Santo”25.

Cuarto, demostrar amor genuino es la esencia de la conversión personal y de las relaciones familiares. El rey
Benjamín indicó: “Mas cuidaos… no sea que surjan contenciones entre vosotros”26. Nunca olviden que Satanás
es el “padre de la contención”27 y que procura que los miembros de la familia “contiendan y riñan”28.
Hermanos, si maltratamos emocional, verbal o físicamente a algún miembro de nuestra familia, o
amedrentamos a cualquier persona, entonces perdemos el poder del sacerdocio29. Escojan controlar el enojo.
Los miembros de la familia deben escuchar de nuestra boca bendiciones, no maldiciones. Debemos influenciar
a los demás sólo con persuasión, longanimidad, benignidad, mansedumbre, amor sincero, bondad y caridad30.

Quinto, obedecer la ley del diezmo es un elemento esencial de la fe y de la unidad familiar. Debido a que
Satanás utiliza la avaricia y la búsqueda de posesiones para desviar a las familias del camino celestial, Jesús
aconsejó: “…guardaos de toda avaricia”31. La avaricia se restringe cuando administramos bien nuestro ingreso,
pagamos un diezmo íntegro y una ofrenda de ayuno generosa, presupuestamos los gastos necesarios, evitamos
las deudas innecesarias, ahorramos para necesidades futuras y llegamos a ser autosuficientes en lo temporal. La
promesa que Dios nos hace es: “…buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os
serán añadidas”32.

Sexto, vivir plenamente la ley de castidad produce confianza para estar “en la presencia de Dios” con el
Espíritu Santo como nuestro “compañero constante”33. Satanás está atacando la virtud y el matrimonio con una
avalancha de obscenidad. Cuando el Señor advirtió a los adúlteros: “cuídense… y arrepiéntanse cuanto antes”,
Su definición se extendía más allá del acto físico del adulterio a los pensamientos lujuriosos que lo preceden34.
Los profetas y apóstoles modernos han hablado con frecuencia y claramente sobre la plaga de la pornografía. El
presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “[La pornografía] es como una furiosa tempestad que destruye a
personas y a familias, y que aniquila totalmente lo que una vez fue sano y hermoso… ha llegado la hora de que
cualquiera de nosotros que se ocupe en tales prácticas se retire del fango”35. Si se ven tentados a violar la ley de
castidad en cualquier forma, sigan el ejemplo de José de Egipto que “…huyó y salió afuera”36.

Estos seis principios fundamentales ayudan a los poseedores del sacerdocio a continuar ascendiendo por el
camino celestial con seguridad entre las vallas de contención espirituales de la conversión personal y las
relaciones familiares. Jóvenes, el obedecer estos principios los preparará para los convenios del templo, el
servicio misional de tiempo completo y el matrimonio eterno. Esposos y padres, el vivir estos principios los
habilitará para presidir su hogar en rectitud y servir como el líder espiritual de su familia, con su esposa como
compañera en igualdad37. El camino del sacerdocio es un trayecto lleno de gozo.

Mantenerse en el camino del sacerdocio


Volviendo a mis experiencias de joven, recuerdo una ocasión en la que cruzamos las Montañas Rocosas.
Después de pasar por una señal de “Cuidado: Zona de derrumbes”, mi padre observó que caían piedritas en el
pavimento enfrente de nosotros. Rápidamente aminoró la marcha hasta casi detenerse cuando una roca del
tamaño de una pelota de baloncesto nos pasó zumbando. Papá esperó a que el derrumbe cesara antes de
continuar. La atención constante y la acción inmediata de mi padre aseguraron que nuestra familia llegara a
salvo a su destino final.

Hermanos, Satanás procura “destruir las almas de los hombres”38. Si su alma se está alejando hacia la orilla de
un precipicio espiritual, deténganse ahora antes de que caigan y corrijan su rumbo39. Si sienten que su alma
yace destrozada al fondo del cañón en vez de estar elevada en el camino del sacerdocio porque han hecho caso
omiso a las señales de “Precaución” y han pecado, les testifico que mediante el arrepentimiento sincero y el
poder del sacrificio expiatorio de Jesucristo, pueden ser elevados y restaurados al camino celestial de Dios40.
Jesús enseñó: “Guardaos de… la hipocresía”41. Si no son dignos de ejercer el sacerdocio, por favor reúnanse
con su obispo, quien puede ayudarlos a arrepentirse. Tengan ánimo, pues aun cuando el Salvador afirme: “…
tened cuidado… y absteneos de pecar”42, también promete: “…yo, el Señor, os perdono… id y no pequéis
más”43.

Invito a cada joven y hombre a que se mantenga en el camino del sacerdocio profundizando su conversión y
fortaleciendo a su familia. Las oraciones, las Escrituras y las ordenanzas profundizan la conversión; el amor, el
diezmo y la castidad fortalecen a la familia. Eviten la tragedia prestando atención a las señales espirituales de
“Precaución” que Dios y los profetas han puesto en nuestro camino. Esfuércense por seguir el ejemplo perfecto
de Jesucristo, quien “sufrió tentaciones pero no hizo caso de ellas”44.

Les prometo que si los hombres guardan el convenio del sacerdocio de “tener cuidado, en cuanto a [ellos]
mismos”45, nosotros y nuestras familias estaremos seguros de llegar a salvo y con gozo a nuestro destino
exaltado en el reino celestial. De ello testifico en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

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1. Véase D. y C. 84:33–44.

2. D. y C. 84:38.

3. D. y C. 84:43.

4. Véase José Smith—Historia 1:16; véase también Moisés 1:12–22.

5. Véase Helamán 5:12; véanse también 2 Nefi 1:13; Helamán 7:16.

6. Mosíah 3:19; véase también 1 Corintios 2:14.

7. “Come, Thou Fount of Every Blessing”, Hymns, 1948, Nº 70.

8. Véase Colosenses 3:8–10; véase también Efesios 4:22–24.

9. Gálatas 3:27; véase también Romanos 13:14.

10. Véase 1 Samuel 13:14; 17:45–47 .

11. Véase 2 Samuel 11:1–17.

12. “…no cometerán un error grave sin que primeramente reciban una advertencia mediante los
susurros del Espíritu” (Boyd K. Packer, “Consejo a los jóvenes”, Liahona, noviembre de 2011,
pág. 17) .

13. Véase D. y C. 132:39; véase también Guía para el Estudio de las Escrituras, “David”.

14. Véase D. y C. 23:1; 25:14; 38:39; véase también Ezra Taft Benson, “Cuidaos del orgullo”,
Liahona, julio de 1989, págs. 4–8.

15. Deuteronomio 6:12; véase también Deuteronomio 8:11–19.


16. Alma 46:8.

17. D. y C. 10:5.

18. Véase D. y C. 52:12–15; véanse también Lucas 22:31–32; Alma 37:15–17; 3 Nefi 18:18–19.

19. Thomas S. Monson, “Acerquémonos a Él en oración y fe”, Liahona, marzo de 2009, pág. 4.

20. D. y C. 90:5; véase también D. y C. 41:1, 12.

21. Véase Gordon B. Hinckley, “La certeza… ¿enemiga de la religión?”, Liahona, febrero de 1982,
pág. 5.

22. D. y C. 45:57.

23. D. y C. 46:8; véanse tambiénEfesios 4:14; D. y C. 52:14–16; Colosenses 2:8.

24. Moroni 4:3; D. y C. 20:77; véase también 3 Nefi 18:1–11.

25. D. y C. 109:15.

26. Mosíah 2:32.

27. Véase 3 Nefi 11:29–30.

28. Mosíah 4:14.

29. Véase D. y C. 121:36–37; véase también D. y C. 63:61–63.

30. Véase D. y C. 121:41–45.

31. Lucas 12:15; véase también D. y C. 38:39.

32. Mateo 6:33; 3 Nefi 13:33.

33. D. y C. 121:45–46; véanse también D. y C. 67:11; Moisés 1:11.

34. Véase D. y C. 63:14–16; véanse también Mateo 5:27–28; 3 Nefi 12:27–30.

35. Gordon B. Hinckley, “Un mal trágico entre nosotros”, Liahona, noviembre de 2004, págs. 59–
62; véanse también Dallin H. Oaks, “La pornografía”, Liahona, mayo de 2005, 87–90; Jeffrey R.
Holland, “No hay lugar para el enemigo de mi alma”, Liahona, mayo de 2010, 44–46.

36. Génesis 39:12.

37. Véase Manual 2: Administración de la Iglesia, 2010, 2.3.

38. D. y C. 10:27; véase también 1 Pedro 5:8.

39. Véanse D. y C. 3:9–10; 1 Corintios 10:12–13; 2 Pedro 3:17.


40. Véanse Alma 13:27–29; D. y C. 109:21.

41. Lucas 12:1; véase también D. y C. 50:6–9.

42. D. y C. 82:2.

43. D. y C. 82:1, 7.

44. D. y C. 20:22; véase también Hebreos 2:17–18; 4:14–16.

45. D. y C. 84:43; véanse también Deuteronomio 4:9; Mosíah 4:29–30.

Conversión
La conversión entraña un cambio de comportamiento, pero va más allá de esto; se trata de un cambio en nuestra
misma naturaleza. Es un cambio tan significativo que el Señor y Sus profetas se refieren a él como un nuevo
nacimiento, un cambio de corazón y un bautismo de fuego. El Señor dijo:

“No te maravilles de que todo el género humano, sí, hombres y mujeres, toda nación, tribu, lengua y pueblo,
deban nacer otra vez; sí, nacer de Dios, ser cambiados de su estado carnal y caído, a un estado de rectitud,
siendo redimidos por Dios, convirtiéndose en sus hijos e hijas;

“y así llegan a ser nuevas criaturas; y a menos que hagan esto, de ningún modo pueden heredar el reino de
Dios” (Mosíah 27:25‒26).

Información adicional
La conversión es un proceso, no un acontecimiento. Viene como resultado de nuestros esfuerzos justos por
seguir al Salvador. Dichos esfuerzos entrañan ejercer la fe en Jesucristo, arrepentirnos del pecado, bautizarnos,
recibir el don del Espíritu Santo y perseverar hasta el fin en la fe.

Si bien la conversión es algo milagroso y nos cambia la vida, se trata de un milagro sutil. Las visitas de ángeles
y otros acontecimientos espectaculares no producen la conversión. Incluso Alma, que vio un ángel, no se
convirtió sino hasta que hubo “ayunado y orado muchos días” para recibir un testimonio de la verdad (Alma
5:46). Por otro lado, Pablo, quien vio al Salvador resucitado, enseñó: “Nadie puede afirmar que Jesús es el
Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3).

El Libro de Mormón facilita una descripción de las personas que se han convertido al Señor:

Desean hacer lo bueno. El pueblo del rey Benjamín declaró: “El Espíritu del Señor Omnipotente… ha
efectuado un potente cambio en nosotros, o sea, en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más
disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2). Alma habló de ciertas personas
que “no podían ver el pecado sino con repugnancia” (Alma 13:12).

No se rebelan contra el Señor. Mormón habló de un grupo de lamanitas que habían sido perversos y
sanguinarios pero “fueron convertidos al Señor” (Alma 23:6). Estas personas decidieron hacerse llamar anti–
nefi–lehitas y “se convirtieron en un pueblo justo; abandonaron las armas de su rebelión de modo que no
pugnaron más en contra de Dios, ni tampoco en contra de ninguno de sus hermanos” (Alma 23:7).

Comparten el Evangelio. Enós; Alma, padre; Alma, hijo; los hijos de Mosíah; Amulek y Zeezrom se dedicaron
a predicar el Evangelio una vez que se convirtieron al Señor (véase Enós 1:26; Mosíah 18:1; 27:32–37; Alma
10:1–12; 15:12).

Están llenos de amor. Después de que el Salvador resucitado visitara al pueblo de las Américas, vemos que “se
convirtió al Señor toda la gente sobre toda la faz de la tierra, tanto nefitas como lamanitas; y no había
contenciones ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros…

“Y ocurrió que no había contenciones en la tierra, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del
pueblo.

“Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de


ninguna especie; y ciertamente no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados
por la mano de Dios.

“No había ladrones, ni asesinos, ni lamanitas, ni ninguna especie de –itas, sino que eran uno, hijos de Cristo y
herederos del reino de Dios” (4 Nefi 1:2, 15–17).

Véase también Bautismo; Espíritu Santo; Expiación de Jesucristo; Salvación

—Véase Leales a la fe, (2004), págs. 51–54

Referencias de las Escrituras


Mateo 18:3

Lucas 22:32

Alma 5:7-14
Materiales adicionales para el estudio
 “La conversión” Bible Dictionary, pág. 650

 “Conversión, Convertir” Guía para el Estudio de las Escrituras

 “Convertidos al Señor” El Libro de Mormón, Doctrina del Evangelio: Manual para el maestro, Lección
26

Convertidos al Señor
Octubre 2012 Conferencia general
Por el élder David A. Bednar

Del Quórum de los Doce Apóstoles


El saber que el Evangelio es verdadero es la esencia de un testimonio. El ser constantemente fieles al Evangelio
es la esencia de la conversión.

Mi mensaje se centra en la relación que existe entre recibir un testimonio de que Jesús es el Cristo y llegar a
convertirse a Él y a Su evangelio. Normalmente, los temas del testimonio y de la conversión los tratamos de
forma separada e independiente; sin embargo, ganamos una valiosa perspectiva y una mayor convicción
espiritual al considerar estos dos temas importantes juntos.

Ruego que el Espíritu Santo instruya y edifique a cada uno de nosotros.

¿Quién decís que soy yo?


Del ministerio del apóstol Pablo podemos aprender mucho sobre el testimonio y la conversión.

Cuando Jesús llegó a las costas de Cesarea de Filipo, hizo esta penetrante pregunta a Sus discípulos: “¿…quién
decís que soy yo?”.

Pedro respondió abiertamente:

“¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!

“Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne
ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:15–17).

Tal como se manifiesta en la respuesta de Pedro y en la instrucción del Salvador, un testimonio es el


conocimiento personal de la verdad espiritual que se obtiene por medio de la revelación. Un testimonio es un
don de Dios y está al alcance de todos Sus hijos. Cualquier persona que busque sinceramente la verdad puede
obtener un testimonio al ejercitar “un poco de fe” necesaria en Jesucristo para “experimentar” (Alma 32:27) y
poner “a prueba la virtud de la palabra de Dios” (Alma 31:5), para someterse “al influjo del Santo Espíritu”
(Mosíah 3:19), y despertar en cuanto a Dios (véase Alma 5:7). El testimonio proporciona mayor
responsabilidad personal y es una fuente de propósito, seguridad y gozo.
Para procurar y obtener un testimonio de la verdad espiritual es necesario pedir, buscar y llamar (véase Mateo
7:7; 3 Nefi 14:7) con un corazón sincero, con verdadera intención y con fe en el Salvador (véase Moroni 10:4).
Los componentes primordiales de un testimonio son saber que el Padre Celestial vive y nos ama, que Jesucristo
es nuestro Salvador y que la plenitud del Evangelio se ha restaurado en la tierra en estos últimos días.

Y tú, una vez vuelto


Mientras el Salvador enseñaba a Sus discípulos durante la Última Cena, le dijo a Pedro:

“Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo;

“pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, fortalece a tus hermanos” (Lucas 22:31–32).

Es interesante notar que este poderoso apóstol había hablado y caminado con el Maestro, había presenciado
muchos milagros y tenía un fuerte testimonio de la divinidad del Salvador; sin embargo, incluso Pedro
necesitaba instrucción adicional de Jesús sobre el poder para convertir y santificar del Espíritu Santo, y la
obligación que él tenía de servir fielmente.

La esencia del evangelio de Jesucristo implica un cambio fundamental y permanente en nuestra naturaleza
misma, que es posible por medio de la expiación del Salvador. La verdadera conversión produce un cambio en
las creencias, el corazón y la vida de una persona para aceptar y ajustarse a la voluntad de Dios (véase Hechos
3:19; 3 Nefi 9:20) e incluye el compromiso consciente de convertirse en un discípulo de Cristo.

La conversión es una expansión, una profundización y una ampliación de la estructura básica del testimonio. Es
el resultado de la revelación de Dios, acompañado del arrepentimiento, de la obediencia y de la diligencia
personales. Cualquier persona que sinceramente busque la verdad puede llegar a convertirse al experimentar el
gran cambio en el corazón y al nacer espiritualmente de Dios (véase Alma 5:12–14). Cuando honramos las
ordenanzas y los convenios de salvación y exaltación (véase D. y C. 20:25), “[seguimos] adelante con firmeza
en Cristo” (2 Nefi 31:20), y perseveramos con fe hasta el fin (véase D. y C. 14:7), llegamos a ser nuevas
criaturas en Cristo (véase 2 Corintios 5:17). La conversión es una ofrenda de uno mismo, de amor y de lealtad
que damos a Dios en gratitud por el don del testimonio.

Ejemplos de conversión en el Libro de Mormón


El Libro de Mormón está repleto de relatos inspiradores de conversión. Amalekí, un descendiente de Jacob,
declaró: “…quisiera que vinieses a Cristo, el cual es el Santo de Israel, y participaseis de su salvación y del
poder de su redención. Sí, venid a él y ofrecedle vuestras almas enteras como ofrenda” (Omni 1:26).

El saber mediante el poder del Espíritu Santo que Jesús es el Cristo es importante y necesario; sin embargo, el
venir a Él de verdad y ofrecerle nuestras almas enteras como ofrenda requiere mucho más que simplemente
saber. La conversión exige todo nuestro corazón, toda nuestra alma y toda nuestra mente y fuerza (véase D. y C.
4:2).

El pueblo del rey Benjamín respondió a sus enseñanzas al exclamar: “Sí, creemos todas las palabras que nos
has hablado; y además, sabemos de su certeza y verdad por el Espíritu del Señor Omnipotente, el cual ha
efectuado un potente cambio en nosotros, o sea, en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más
disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2). El aceptar esas palabras, obtener
un testimonio de su veracidad y ejercitar fe en Cristo produjo un potente cambio en sus corazones y una firme
determinación a progresar y ser mejores.
En el libro de Helamán se describe a los lamanitas convertidos como personas que “se hallan en la senda de su
deber, y andan con circunspección delante de Dios, y se esfuerzan por guardar sus mandamientos y sus
estatutos y sus juicios…

“y con infatigable diligencia se están esforzando por traer al resto de sus hermanos al conocimiento de la
verdad” (Helamán 15:5–6).

Como se destaca en estos ejemplos, las características clave relacionadas con la conversión son experimentar un
potente cambio en nuestro corazón, tener la disposición de hacer lo bueno continuamente, seguir adelante en la
senda del deber, andar con circunspección delante de Dios, guardar los mandamientos y servir con infatigable
diligencia. Queda muy claro que esas fieles almas estaban profundamente dedicadas al Señor y a Sus
enseñanzas.

Llegar a estar convertidos


Para muchos de nosotros, la conversión es un proceso constante y no un solo acontecimiento que resulta de una
experiencia poderosa o dramática. Línea por línea y precepto por precepto, de manera gradual y casi
imperceptible, nuestras intenciones, nuestros pensamientos, nuestras palabras y acciones entran en sintonía con
la voluntad de Dios. La conversión al Señor requiere tanto perseverancia como paciencia.

Samuel el lamanita señaló cinco elementos básicos para convertirse al Señor: (1) creer en las enseñanzas y
profecías de los santos profetas como están registradas en las Escrituras; (2) ejercitar fe en el Señor Jesucristo;
(3) arrepentirse; (4) experimentar un potente cambio de corazón; y (5) llegar a ser “firmes e inmutables en la
fe” (véase Helamán 15:7–8). Ése es el modelo que conduce a la conversión.

Testimonio y conversión
El testimonio es el comienzo y un prerrequisito para una conversión continua. El testimonio es un punto de
partida y no el destino final. Un testimonio firme es la base sobre la cual se establece la conversión.

El testimonio por sí solo no es ni será suficiente para protegernos en la tormenta de oscuridad y maldad en la
que estamos viviendo en estos últimos días. El testimonio es importante y necesario pero no suficiente para
proporcionar la fortaleza espiritual y la protección que necesitamos. Algunos miembros de la Iglesia con
testimonios han flaqueado y se han desviado; su conocimiento espiritual y su cometido no estuvieron a la altura
de los desafíos a los que se enfrentaron.

Una lección importante sobre el vínculo que existe entre el testimonio y la conversión es evidente en la obra
misional de los hijos de Mosíah.

“…cuantos llegaron al conocimiento de la verdad por la predicación de Ammón y sus hermanos, según el
espíritu de revelación y de profecía, y el poder de Dios que obraba milagros en ellos, sí… como vive el Señor,
cuantos lamanitas creyeron en su predicación y fueron convertidos al Señor, nunca más se desviaron.

“Porque se convirtieron en un pueblo justo; abandonaron las armas de su rebelión de modo que no pugnaron
más en contra de Dios…

“Y éstos son los que fueron convertidos al Señor” (Alma 23:6–8).

En estos versículos se describen dos elementos importantes: (1) el conocimiento de la verdad, que se puede
interpretar como un testimonio, y (2) convertidos al Señor, lo que a mi parecer es la conversión al Salvador y a
Su evangelio. Por consiguiente, la potente combinación del testimonio y de la conversión al Señor resultó en
firmeza y constancia, y proporcionó protección espiritual.

Nunca más se desviaron y abandonaron “las armas de su rebelión y no pugnaron más en contra de Dios”. Para
abandonar las preciadas “armas de rebelión” tales como el egoísmo, el orgullo y la desobediencia, se necesita
más que el sólo creer y saber. La convicción, la humildad, el arrepentimiento y la docilidad preceden el
abandono de las armas de nuestra rebelión. ¿Poseemos todavía, ustedes y yo, armas de rebelión que nos
impiden convertirnos al Señor? Si es así, entonces tenemos que arrepentirnos ahora mismo.

Noten que los lamanitas no estaban convertidos a los misioneros que les enseñaron ni a los excelentes
programas de la Iglesia; no estaban convertidos a la personalidad de sus líderes, a la preservación del legado
cultural ni a las tradiciones de sus padres. Estaban convertidos al Señor —a Él como el Salvador y a Su
divinidad y doctrina— y nunca se desviaron.

Un testimonio es el conocimiento espiritual de la verdad adquirido por el poder del Espíritu Santo. La
conversión continua es una devoción constante a la verdad revelada que hemos recibido, con un corazón
dispuesto y por las razones justas. El saber que el Evangelio es verdadero es la esencia de un testimonio. El ser
constantemente fieles al Evangelio es la esencia de la conversión. Debemos saber que el Evangelio es
verdadero, y ser fieles al Evangelio.

Testimonio, conversión y la parábola de las diez vírgenes


Ahora quiero utilizar una de las muchas interpretaciones posibles de la parábola de las diez vírgenes a fin de
destacar la relación que existe entre el testimonio y la conversión. Diez vírgenes, cinco que fueron prudentes y
cinco insensatas, tomaron sus lámparas y fueron a recibir al novio. Por favor consideren las lámparas que
usaron las vírgenes como la lámpara del testimonio. Las vírgenes insensatas tomaron sus lámparas del
testimonio pero no llevaron consigo aceite. Consideren que el aceite que se describe es el aceite de la
conversión.

“…mas las prudentes tomaron aceite [de conversión] en sus vasijas, juntamente con sus lámparas [del
testimonio].

“Y tardándose el novio, cabecearon todas y se durmieron.

“Y a la medianoche se oyó un clamor: He aquí el novio viene; salid a recibirle.

“Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas [del testimonio].

“Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite [sí, el aceite de la conversión], porque
nuestras lámparas [del testimonio están débiles y] se apagan.

“Pero las prudentes respondieron, diciendo: para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que
venden y comprad para vosotras mismas” (Mateo 25:4–9).

¿Fueron egoístas las cinco vírgenes prudentes por no estar dispuestas a compartir, o indicaban correctamente
que el aceite de la conversión no se puede pedir prestado? ¿Puede darse a otra persona la fortaleza espiritual
que proviene de la obediencia constante a los mandamientos? ¿Puede transmitirse a la persona que lo necesite
el conocimiento que se obtiene al estudiar con diligencia y meditar las Escrituras? ¿Puede la paz que le brinda
el Evangelio al fiel Santo de los Últimos Días transferirse a la persona que esté pasando adversidades o grandes
desafíos? La respuesta clara a cada una de estas preguntas es no.
Como apropiadamente lo recalcaron las vírgenes prudentes, cada uno de nosotros debe “comprar para uno
mismo”. Esas mujeres inspiradas no describían una transacción de negocios; más bien, recalcaban la
responsabilidad individual que tenemos de mantener viva la lámpara de nuestro testimonio y de obtener una
provisión suficiente del aceite de la conversión. Este valioso aceite se adquiere una gota a la vez: “línea por
línea [y] precepto por precepto” (2 Nefi 28:30), con paciencia y perseverancia. No hay atajos; no es posible la
preparación a último momento.

“Por lo tanto, sed fieles, orando siempre, llevando arregladas y encendidas vuestras lámparas, y una provisión
de aceite, a fin de que estéis listos a la venida del Esposo” (D. y C. 33:17).

Testimonio
Prometo que al llegar a un conocimiento de la verdad y convertirnos al Señor, permaneceremos firmes e
inmutables y nunca nos desviaremos. De buena gana abandonaremos las armas de nuestra rebelión; seremos
bendecidos con la luz brillante de nuestras lámparas del testimonio y con una provisión suficiente del aceite de
la conversión. Y a medida que cada uno de nosotros esté más plenamente convertido, fortaleceremos a nuestra
familia, a nuestros amigos y a las personas con quienes nos relacionemos. Testifico de estas verdades en el
sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.

Testimonio y conversión
Por el presidente Henry B. Eyring

Primer Consejero de la Primera Presidencia

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Existe una diferencia entre recibir un testimonio de la verdad y estar verdaderamente convertido. Por ejemplo,
el gran apóstol Pedro expresó su testimonio al Salvador de que él sabía que Jesús era el Hijo de Dios.

“[Jesús] les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

“Respondió Simón Pedro y dijo: ¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!

“Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne
ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:15–17).

Posteriormente, en Su mandato a Pedro, el Señor le dio a él y a nosotros una guía para llegar a estar
verdaderamente convertidos y retener esa conversión para toda la vida. Jesús lo expresó de este modo: “…y tú,
una vez vuelto, fortalece a tus hermanos” (Lucas 22:32).

Jesús enseñó a Pedro que, para poder pensar, sentir y obrar como discípulos verdaderamente convertidos de
Jesucristo, debe haber un gran cambio que va aun más allá de obtener un testimonio. Ése es el potente cambio
que todos procuramos. Una vez que lo alcanzamos, necesitamos que ese cambio continúe hasta el fin de nuestra
probación terrenal (véase Alma 5:13–14).

Sabemos, por experiencia propia y por observar a otras personas, que el hecho de tener algunos grandes
momentos de poder espiritual no será suficiente. Pedro negó conocer al Salvador incluso después de haber
recibido un testimonio, por medio del Espíritu, de que Jesús era el Cristo. Los Tres Testigos del Libro de
Mormón recibieron un testimonio directo de que el Libro de Mormón era la palabra de Dios, y posteriormente
flaquearon en su capacidad de apoyar a José Smith como profeta de la Iglesia del Señor.
Oh, bendito Jesús, por Walter Rane.

Necesitamos un cambio en el corazón, tal como se describe en el libro de Alma: “…y todos declararon al
pueblo la misma cosa: Que había habido un cambio en sus corazones, y que ya no tenían más deseos de hacer lo
malo” (Alma 19:33; véase también Mosíah 5:2).

El Señor nos enseñó que cuando estemos verdaderamente convertidos a Su evangelio, nuestro corazón
abandonará toda preocupación egoísta y se volverá hacia el servicio para elevar a los demás en su camino hacia
la vida eterna. Para lograr esa conversión, podemos orar y trabajar con fe a fin de llegar a ser la nueva criatura
que es posible ser gracias a la expiación de Jesucristo.

Para comenzar, podemos orar a fin de tener fe para arrepentirnos de nuestro egoísmo y recibir el don de
preocuparnos por los demás más que por nosotros mismos. Podemos orar para recibir el poder de dejar a un
lado el orgullo y la envidia.

La oración también será la clave para recibir el don del amor a la palabra de Dios y el amor de Cristo (véase
Moroni 7:47–48), que van juntos. A medida que leamos, meditemos y oremos acerca de la palabra de Dios,
llegaremos a amarla. El Señor pondrá ese amor en nuestro corazón, y al sentir ese amor, comenzaremos a amar
al Señor cada vez más. A su vez, sentiremos el amor hacia los demás que necesitamos para fortalecer a aquellos
a quienes Dios pone en nuestro camino.

Por ejemplo, podemos orar para reconocer a qué personas desea el Señor que Sus misioneros enseñen. Los
misioneros de tiempo completo pueden orar con fe para saber, mediante el Espíritu, qué enseñar y testificar;
pueden orar con fe para que el Señor les permita sentir Su amor por todas las personas que conozcan. Los
misioneros no traerán a las aguas del bautismo y a recibir el don del Espíritu Santo a todas las personas que
encuentren, pero pueden tener el Espíritu Santo como compañero. Entonces, por medio de su servicio y con la
ayuda del Espíritu Santo, con el tiempo, los misioneros experimentarán un cambio en el corazón.

Ese cambio se renovará una y otra vez a medida que ellos y nosotros continuemos obrando desinteresadamente
y con fe durante toda nuestra vida para fortalecer a los demás con el evangelio de Jesucristo. La conversión no
será un hecho aislado ni algo que dure sólo un periodo de nuestra vida, sino que será un proceso continuo. La
vida puede ser más y más resplandeciente hasta el día perfecto, cuando veremos al Salvador y descubriremos
que hemos llegado a ser como Él. El Señor describió el proceso de este modo: “Lo que es de Dios es luz; y el
que recibe luz y persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz se hace más y más resplandeciente hasta el día
perfecto” (D. y C. 50:24).
Les prometo que eso es posible para cada uno de nosotros.

Cómo enseñar con este mensaje


El élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles, usó la “parábola del pepinillo” para enseñar que
la conversión es un proceso continuo y no un acontecimiento único: “Línea por línea y precepto por precepto,
de forma gradual y casi imperceptiblemente, nuestras intenciones, nuestros pensamientos, nuestras palabras y
nuestras obras llegan a estar en armonía con la voluntad de Dios” (“Os es necesario nacer de nuevo”, Liahona,
mayo de 2007, pág. 19). Considere la posibilidad de repasar la parábola del pepinillo con aquellos a quienes
enseña. ¿Qué puede hacer cada uno de nosotros para seguir constantemente adelante en el proceso gradual de
conversión del que hablan el presidente Eyring y el élder Bednar?

Jóvenes
Mi cambio de corazón
Por Dante Bairado

El autor vive en Fortaleza, Brasil.

La primera vez que escuché acerca del evangelio restaurado de Jesucristo sentí que el Espíritu me testificaba de
su veracidad. Por medio de la oración, mi testimonio llegó a ser aún más firme, y decidí bautizarme.

Poco después de mi bautismo, las personas de mi barrio comenzaron a preguntarme cómo me sentía acerca de
la posibilidad de servir en una misión. Para ser sincero, no sabía exactamente qué decir. La idea de dejar a mi
familia y mis estudios para servir en una misión me parecía absurda.

Entonces, un día, comencé a pensar en mi conversión. Recordé a los misioneros que me habían enseñado,
quienes con paciencia respondieron mis preguntas y me ayudaron a comprender el Evangelio. Me di cuenta de
que, sin la ayuda de ellos, nunca habría descubierto la Iglesia verdadera. Tan pronto como comprendí eso, el
deseo de servir surgió en mi corazón. Pude sentir que el Espíritu me decía que debía servir en una misión de
tiempo completo.

Sé que la obra misional es la obra del Padre Celestial y que podemos ayudar a traer almas al maravilloso
conocimiento del Evangelio restaurado.

Niños
Deja que el fuego de tu testimonio alumbre
Obtener un testimonio es como encender un fuego. Del mismo modo que tenemos que añadir leña para
mantener vivo el fuego, tenemos que orar, arrepentirnos, servir a los demás, estudiar las Escrituras y guardar los
mandamientos para hacer crecer nuestro testimonio.

Para aprender más acerca de cómo desarrollar un testimonio, lee cada uno de los versículos que aparecen a
continuación. Colorea la parte de la llama que corresponda a cada versículo que leas. Cuantos más versículos
leas, más brillante será el fuego… ¡y tu testimonio!
 A.

Mosíah 2:17

 B.

Alma 5:46

 C.

Alma 32:27

 D.

3 Nefi 15:10

 E.

Juan 5:39
Conversión
Leales a la Fe: Una Referencia del Evangelio, (2004), 51–54

“Porque el ocuparse de la carne es muerte”, declaró el apóstol Pablo, “pero el ocuparse del Espíritu es vida y
paz” (Romanos 8:6; véase también 2 Nefi 9:39). En nuestro estado caído, con frecuencia luchamos contra la
tentación y a veces cedemos ante “el deseo de la carne y la iniquidad que hay en ella” (2 Nefi 2:29; véase
también “La Caída”, páginas 36–39 de este libro). A fin de recibir las bendiciones de la vida eterna, tenemos
que “ser de ánimo espiritual” y conquistar nuestros deseos injustos. Tenemos que cambiar; para ser más preciso,
tenemos que ser cambiados o convertidos mediante el poder de la Expiación del Salvador y mediante el Espíritu
Santo; dicho proceso se denomina conversión.

La conversión comprende un cambio de conducta, pero va más allá de la conducta; es un cambio en nuestra
propia naturaleza, un cambio tan significativo que el Señor y Sus profetas se refieren a él como un nuevo
nacimiento, un cambio del corazón y un bautismo de fuego. El Señor dijo:

“No te maravilles de que todo el género humano, sí, hombres y mujeres, toda nación, tribu, lengua y pueblo,
deban nacer otra vez; sí, nacer de Dios, ser cambiados de su estado carnal y caído, a un estado de rectitud,
siendo redimidos por Dios, convirtiéndose en sus hijos e hijas;

“y así llegan a ser nuevas criaturas; y a menos que hagan esto, de ningún modo pueden heredar el reino de Dios
(Mosíah 27:25–26).

El proceso de la conversión
La conversión no es un evento, sino un proceso. Llegas a convertirte como consecuencia de tus esfuerzos rectos
por seguir al Señor; dichos esfuerzos incluyen el ejercitar la fe en Jesucristo, el arrepentirse del pecado,
bautizarse, recibir el don del Espíritu Santo y el perseverar hasta el fin.

A pesar de que la conversión sea milagrosa y de que cambie la vida, es un milagro asombroso. Las visitaciones
de ángeles y otros eventos espectaculares no brindan la conversión; incluso Alma, que vio un ángel, se convirtió
sólo después de haber “ayunado y orado muchos días” para tener un testimonio de la verdad (Alma 5:46); y
Pablo, que vio al Salvador resucitado, enseñó que “nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo”
(1 Corintios 12:3).

Puesto que la conversión es un proceso constante y apacible, tal vez ya te hayas convertido a pesar de no
haberte dado cuento de ello. Podrías ser “como los lamanitas, [que] fueron bautizados con fuego y con el
Espíritu Santo al tiempo de su conversión, por motivo de su fe en [Cristo], y no lo supieron” (3 Nefi 9:20). Tus
esfuerzos constantes al ejercitar la fe y al seguir al Salvador, te conducirán a una conversión mayor.

Características de las personas que se han convertido


El Libro de Mormón proporciona una descripción de las personas que se convierten al Señor:

Desean hacer lo bueno. El pueblo del rey Benjamín declaró: “El Espíritu del Señor Omnipotente… ha
efectuado un potente cambio en nosotros, o sea, en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más
disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2). Alma habló de las personas que no
“podían ver el pecado sino con repugnancia” (Alma 13:12).
No se rebelan en contra del Señor. Mormón habló de un grupo de lamanitas que había sido inicuo y
sanguinario, pero que “fueron convertidos al Señor” (Alma 23:6); dicho pueblo cambió su nombre al de anti-
nefi-lehitas y “se convirtieron en un pueblo justo; abandonaron las armas de su rebelión de modo que no
pugnaron más en contra de Dios, ni tampoco en contra de ninguno de sus hermanos” (Alma 23:7).

Comparten el Evangelio. Enós; Alma, padre; Alma, hijo, así como los hijos de Mosíah, y Amulek y Zeezrom
dedicaron su vida a la predicación del Evangelio después de haberse convertido al Señor (véase Enós 1:26;
Mosíah 18:1; Mosíah 27:32–37; Alma 10:1–12; 15:12).

Están llenos de amor. Después que el Señor resucitado visitó a la gente de las Américas, “se convirtió al Señor
toda la gente sobre toda la faz de la tierra, tanto nefitas como lamanitas; y no había contenciones ni disputas
entre ellos, y obraban rectamente unos con otros…

“Y ocurrió que no había contenciones en la tierra, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del
pueblo.

“Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de


ninguna especie; y ciertamente no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados
por la mano de Dios.

“No había ladrones, ni asesinos, ni lamanitas, ni ninguna especie de -itas, sino que eran uno, hijos de Cristo y
herederos del reino de Dios” (4 Nefi 1:2, 15–17).

Cómo obtener una mayor conversión


Tú tienes la responsabilidad principal en lo que respecta a tu propia conversión; nadie puede convertirse por ti,
ni nadie puede forzarte a que te conviertas; sin embargo, otras personas podrían ayudarte en el proceso de la
conversión. Aprende del ejemplo recto de los integrantes de la familia, de los líderes de la Iglesia y de hombres
y mujeres de las Escrituras.

La capacidad que posees para experimentar un potente cambio en el corazón aumentará a medida que te
esfuerces por seguir el ejemplo perfecto del Salvador. Estudia las Escrituras, ora con fe, obedece los
mandamientos y procura tener la compañía constante del Espíritu Santo. Si continúas activo en el proceso de la
conversión, recibirás “un gozo tan sumamente grande”, como el pueblo del rey Benjamín recibió cuando el
Espíritu había “efectuado un potente cambio en… [sus] corazones” (véase Mosíah 5:2, 4); y podrás seguir el
consejo del rey Benjamín de ser “firmes e inmutables, abundando siempre en buenas obras para que Cristo, el
Señor Dios Omnipotente, pueda sellaros como suyos, a fin de que seáis llevados al cielo, y tengáis salvación sin
fin, y vida eterna” (Mosíah 5:15).

Referencias adicionales: Mateo 18:3; Lucas 22:32; Alma 5:7–14

Véase también Expiación de Jesucristo; Bautismo; Espíritu Santo; Salvación


“Convertidos al Señor”
El Libro de Mormón: Manual para el maestro, 1999

Objetivo
Animar a los miembros de la clase a fortalecer su conversión y a incrementar su deseo de ayudar a otros a convertirse.

Preparación
1. 1.

Lea los pasajes de las Escrituras que se mencionan a continuación y medite y ore al respecto:

1. a.

Alma 23–24. Miles de lamanitas se convierten después de recibir las enseñanzas de los hijos de Mosíah.
Los lamanitas convertidos adoptan el nombre de anti-nefi-lehitas. Como testimonio a Dios de que nunca
más pecarán con el derramamiento de sangre, los anti-nefi-lehitas entierran sus espadas y se niegan a
volver a tomarlas cuando son atacados por un ejército de lamanitas.

2. b.

Alma 27–28. Ammón guía a los anti-nefi-lehitas para buscar refugio entre los nefitas, quienes les dan la
tierra de Jersón y prometen defenderlos de sus enemigos. Los lamanitas de nuevo luchan contra los
nefitas y son derrotados.

3. c.

Alma 26, 29. Ammón se gloría en el Señor al considerar el éxito que él y sus hermanos han tenido al
predicar a los lamanitas. Alma desea que todos puedan recibir el gozo a través del arrepentimiento y el
plan de redención.

2. 2.

Si está disponible la lámina Los anti-nefi-lehitas entierran sus espadas, prepárese para usarla durante la lección
(62565; Las bellas artes del Evangelio, 311).

Sugerencias para el desarrollo de la lección


Actividad para despertar interés

Si lo desea, utilice la siguiente actividad, o una de su preferencia, para comenzar la lección. Escoja la actividad que sea
más apropiada para su clase.

Pregunte a los miembros de la clase:


• ¿Qué características o conducta distinguen a las personas que verdaderamente se han convertido?

Explique que en esta lección se analiza a un grupo de personas que estaban tan profundamente convertidas al Señor que
en las Escrituras dice que “nunca más se desviaron” (Alma 23:6).

Análisis y aplicación de las Escrituras

Con la ayuda de la oración, seleccione los pasajes de las Escrituras, las preguntas y otros materiales de la lección que
mejor satisfagan las necesidades de los miembros de la clase. Analicen la forma en que los pasajes seleccionados se
aplican al diario vivir. Anime a los miembros de la clase a compartir experiencias que hayan tenido que se relacionen con
los principios que se encuentran en las Escrituras.

1. Los anti-nefi-lehitas se convierten al Señor.

Analicen Alma 23–24. Pida a varios miembros de la clase que lean en voz alta los versículos que usted haya seleccionado.
Recuerde a los miembros de la clase que el padre de Lamoni, que era el rey de todos los lamanitas, se convirtió a través
de las enseñanzas de Aarón (Alma 22).

• ¿Qué hizo el rey de los lamanitas después de convertirse? (Véase Alma 23:1–2.) ¿Por qué lo hizo? (Véase Alma 23:3.)
¿Cuál fue el resultado de esa proclamación y de las subsiguientes obras de Aarón y sus hermanos? (Véase Alma 23:4–7.)

• ¿Qué hechos de los lamanitas convertidos demostraron que su conversión fue verdadera y sincera? (Escriba en la
pizarra las respuestas de los miembros de la clase. A continuación aparecen algunas respuestas, junto con preguntas
para fomentar el análisis.)

1. a.

“Fueron convertidos al Señor” (Alma 23:6). ¿Por qué es esencial que Jesucristo sea el centro de nuestra
conversión? ¿Por qué otras razones podrían ser atraídas las personas a la Iglesia? (Entre las respuestas se
podrían mencionar la personalidad de los misioneros, la influencia de los amigos o la atracción de los programas
sociales.) ¿Por qué esas cosas por sí solas no pueden producir la verdadera conversión?

2. b.

“Desearon… [distinguirse] de sus hermanos” (Alma 23:16). ¿De qué maneras eligieron los lamanitas convertidos
distinguirse de sus hermanos que seguían siendo inicuos? (Véase Alma 23:16–18; 27:27–30.) ¿De qué maneras
nos distinguimos nosotros del mundo cuando nos convertimos? ¿Por qué es importante distinguirnos de esas
formas?

3. c.

Expresaron su gratitud a Dios aun en los momentos de prueba y de aflicción (Alma 24:6–10, 23). ¿Qué
aflicciones enfrentaron los anti-nefi-lehitas como resultado de su conversión? (Véase Alma 24:1–2, 20–22; 27:1–
3.) A pesar de esas aflicciones, ¿por qué estaban agradecidos? (Véase Alma 24:7–10.) ¿Cómo puede la gratitud a
Dios ayudarnos a enfrentar las pruebas y las aflicciones?

4. d.
“Tomaron… sus espadas… y las enterraron profundamente en la tierra” (Alma 24:15–17). Si va a utilizar la lámina
de los anti-nefi-lehitas, muéstrela ahora. ¿Por qué sepultaron los anti-nefi-lehitas sus espadas y otras armas?
(Véase Alma 23:7; 24:11–13, 18–19.) ¿Por qué fue significativo el que enterraran sus armas en lugar de
simplemente prometer que no volverían a usarlas? ¿En qué forma nos rebelamos a veces contra Dios? ¿Qué
podemos hacer para enterrar las “armas de [nuestra] rebelión”?

5. e.

Demostraron gran amor por sus hermanos (Alma 26:31). ¿De qué modo la decisión de los anti-nefi-lehitas de
enterrar sus armas demostró el amor que tenían por sus semejantes y por Dios? (Véase Alma 24:18; 26:32–34.)
¿En qué formas puede la conversión incrementar el amor que una persona sienta hacia los demás?

• ¿Cómo reaccionaron los lamanitas que no se habían convertido al ver que los anti-nefi-lehitas no tomaban las armas
en contra de ellos? (Véase Alma 24:20–27.) Según Mormón, ¿qué podemos aprender de este relato? (Véase Alma 24:27;
nótese la observación de Mormón, comenzando con la frase “así vemos que”.)

2. Los anti-nefi-lehitas buscan refugio entre los nefitas.

Lean y analicen los versículos de Alma 27–28 que usted haya seleccionado.

• ¿Por qué Ammón y sus hermanos instaron a los anti-nefi-lehitas a ir a la tierra de Zarahemla, donde vivían los nefitas?
(Véase Alma 27:1–5.) ¿Por qué estaba renuente el rey a llevar a su gente a Zarahemla? (Véase Alma 27:6.) ¿Qué
persuadió al rey a ir a Zarahemla? (Véase Alma 27:7–14.) ¿Cómo nos puede ayudar la fe en el Señor cuando enfrentemos
situaciones que infundan temor?

• ¿Qué hicieron los nefitas cuando Ammón les pidió que admitieran a los anti- nefi-lehitas en sus tierras? (Véase Alma
27:20–26.) ¿Cómo ayudaron los nefitas a los anti-nefi-lehitas a guardar su convenio con el Señor? ¿Cómo podemos
ayudar a los demás a permanecer convertidos al Señor?

Indique que desde el momento en que los anti-nefi-lehitas se establecieron en Jersón, se les conoció como el pueblo de
Ammón (Alma 27:26). A través de todo el resto del Libro de Mormón, y de este curso de Doctrina del Evangelio, se hace
referencia a ellos como el pueblo de Ammón o los ammonitas.

• ¿Qué gran tragedia ocurrió después de que el pueblo de Ammón se estableció en la tierra de Jersón? (Véase Alma
28:1–3.) Después de esa gran batalla, muchas personas se lamentaban por los que fueron muertos en ella (Alma 28:4–
6). ¿Por qué algunos temían mientras que otros se regocijaban? (Véase Alma 28:11-12.) ¿Qué podemos aprender de la
forma en que reaccionaron? (Véase Alma 28:13–14.)

3. Ammón y Alma se regocijan en el cumplimiento de la obra del Señor.

Lean y analicen los versículos de Alma 26 y 29 que usted haya seleccionado. Señale que en Alma 26 se registra lo que
Ammón sintió por el éxito que experimentaron él y sus hermanos al llevar el Evangelio a los lamanitas. En Alma 29 se
registran los sentimientos que tuvo Alma acerca del éxito de Ammón y de sus hermanos, y expresa el deseo de Alma de
que todas las personas tengan la oportunidad de escuchar el Evangelio y de aceptarlo.

• ¿Cuáles fueron las “grandes bendiciones” que el Señor dio a Ammón y a sus hermanos? (Véase Alma 26:1–9.) ¿Cómo
podemos llegar a ser “instrumentos [eficaces] en las manos de Dios para realizar [Su] gran obra”? (Véase Alma 26:22.)
• ¿Cómo reaccionó Ammón cuando Aarón lo reprendió por jactarse? (Véase Alma 26:10–16, 35–37.) ¿Cómo podemos
nosotros jactarnos de nuestro Dios y gloriarnos en el Señor? ¿De qué maneras les ha bendecido el Señor con una fuerza
más grande que la que poseen a fin de ayudar a llevar a cabo Su obra?

• ¿Cómo había reaccionado el pueblo de Zarahemla cuando Aarón y sus hermanos anunciaron por primera vez su misión
a los lamanitas? (Véase Alma 26:23–25.) ¿Qué podemos aprender de esa situación en cuanto a prejuzgar la forma en
que las personas reaccionarán al Evangelio en lugar de permitirles aceptarlo o rechazarlo por sí mismas? ¿Cómo
podemos superar esa tendencia?

• ¿Qué podemos aprender de Ammón y sus hermanos en cuanto a la forma en que debemos reaccionar ante las
aflicciones? (Véase Alma 26:27–30.) ¿De qué modo les han ayudado la paciencia y la confianza en el Señor a convertir
una situación difícil en una experiencia positiva?

• ¿Por qué deseó Alma ser un ángel? (Véase Alma 29:1.) ¿Qué dijo Alma que resultaría si “toda alma” se arrepintiera y
viniera a Dios? (Véase Alma 29:2; véase también Alma 28:14.) ¿Qué experiencias les han enseñado que el vivir el
Evangelio trae gozo a nuestra vida?

• ¿Por qué sintió Alma que había pecado por tener el deseo de ser un ángel? (Véase Alma 29:3, 6–7.) ¿Cómo podemos
conformarnos con lo que el Señor nos ha dado mientras que a la vez nos esforzarnos por progresar y mejorar?

• Alma dijo que Dios “concede a los hombres según lo que deseen, ya sea para muerte o para vida” (Alma 29:4). ¿Qué
significa eso? (Véase 2 Nefi 2:27.)

• Alma se regocijó por lo que el Señor había hecho por él y por sus padres (Alma 29:10–13). ¿Qué ha hecho el Señor por
ustedes y sus familias que les dé motivo para regocijarse? (Pida a los miembros de la clase que mediten en esta pregunta
si no desean compartir sus pensamientos con la clase.)

Conclusión

Repasen las formas en que los anti-nefi-lehitas demostraron que realmente estaban convertidos. De acuerdo con la
inspiración del Espíritu, testifique de las verdades que se analizaron durante la lección.

Sugerencia adicional para la enseñanza


El siguiente material complementa las sugerencias para el desarrollo de la lección. Si lo desea, utilice este concepto
como parte de la lección.

La obra misional fomenta el amor y el gozo.

Ammón recalcó el amor y el gozo que comparten los misioneros y las personas a las que enseñan (Alma 26:1–4, 9, 11,
13, 30–31, 35). Pida a los miembros de la clase que expresen el amor que sienten por las personas que les enseñaron el
Evangelio o el gozo que han experimentado al compartir el Evangelio con los demás.
Convertidos a Su Evangelio por medio de la Iglesia
Abril 2012 Conferencia general
Por el Élder Donald L. Hallstrom

De la Presidencia de los Setenta

El propósito de la Iglesia es ayudarnos a vivir el Evangelio.

Amo el evangelio de Jesucristo y La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. A veces usamos los
términos Evangelio e Iglesia indistintamente, pero no son lo mismo. Sin embargo, están finamente
interconectados y los necesitamos a ambos.

El Evangelio es el glorioso plan de Dios en el cual a nosotros, por ser Sus hijos, se nos da la oportunidad de
recibir todo lo que el Padre tiene (véase D. y C. 84:38). A eso se le llama la vida eterna y se describe como “el
mayor de todos los dones de Dios” (D. y C. 14:7). Una parte esencial del plan es nuestra experiencia terrenal,
un período para desarrollar fe (véase Moroni 7:26), para arrepentirnos (véase Mosíah 3:12) y para
reconciliarnos con Dios (véase Jacob 4:11).

Debido a que nuestras flaquezas terrenales y la “oposición en todas las cosas” (2 Nefi 2:11) harían esta vida
extremadamente difícil, y puesto que no podríamos limpiarnos de nuestros propios pecados, era necesario un
Salvador. Cuando Elohim, el Eterno Dios y Padre de todos nuestros espíritus, presentó Su plan de salvación,
hubo uno entre nosotros que dijo: “Heme aquí, envíame” (Abraham 3:27). Su nombre era Jehová.

Por haber nacido de un Padre Celestial, tanto física como espiritualmente, Él poseía la omnipotencia de vencer
al mundo. Por haber nacido de una madre terrenal, Él estaba sujeto a los dolores y sufrimientos del estado
mortal. El gran Jehová también fue llamado Jesús y, además, se le dio el título de Cristo, que significa el Mesías
o el Ungido. Su máximo logro fue la Expiación, por medio de la cual Jesús el Cristo “descendió debajo de
todo” (D. y C. 88:6), permitiendo que Él pagase un rescate de redención por cada uno de nosotros.

La Iglesia fue establecida por Jesucristo durante Su ministerio terrenal, “[edificada] sobre el fundamento de
apóstoles y profetas” (Efesios 2:20). En ésta, “la dispensación del cumplimiento de los tiempos” (D. y C.
128:18), el Señor restauró lo que una vez fue, diciéndole específicamente al profeta José Smith: “Estableceré la
iglesia por tu mano” (D. y C. 31:7). Jesucristo fue y es cabeza de Su Iglesia, y está representado en la tierra por
profetas que poseen autoridad apostólica.

Ésta es una iglesia magnífica. Su organización, efectividad y absoluta bondad son respetadas por todos los que
sinceramente buscan entenderla. La Iglesia tiene programas para niños, jóvenes, hombres y mujeres. Tiene
hermosos centros de reuniones que suman más de 18.000. Templos majestuosos cubren la tierra, que ahora
llegan a 136 con otros treinta anunciados o en construcción. Una fuerza de más de 56.000 misioneros de tiempo
completo, conformada por jóvenes y no tan jóvenes, presta servicio en 150 países. La labor humanitaria
mundial de la Iglesia es una maravillosa muestra de la generosidad de nuestros miembros. Nuestro sistema de
bienestar cuida de nuestros miembros y promueve la autosuficiencia de un modo incomparable. En esta Iglesia
tenemos líderes laicos desinteresados y una comunidad de santos que están dispuestos a ayudarse unos a otros
de un modo encomiable. No hay nada como esta Iglesia en todo el mundo.

Cuando nací, nuestra familia vivía en una pequeña casa en los terrenos de uno de los grandes e históricos
centros de reuniones de la Iglesia: el Tabernáculo de Honolulu. Pido disculpas a mis queridos amigos del
Obispado Presidente, que supervisan las propiedades de la Iglesia, pero cuando era niño trepaba por encima,
debajo y por cada centímetro de esa propiedad, desde el fondo del resplandeciente espejo de agua, hasta lo alto
del interior de la imponente torre iluminada; incluso nos balanceábamos (como Tarzán) en las largas lianas de
los árboles banianos del lugar.

La Iglesia era todo para nosotros. Íbamos a muchas reuniones, incluso más de las que tenemos ahora.
Asistíamos a la Primaria los jueves por la tarde; las reuniones de la Sociedad de Socorro eran los martes por la
mañana; la Mutual para los jóvenes era los miércoles por la noche; los sábados eran para las actividades del
barrio. Los domingos, los hombres y los jóvenes iban a la reunión del Sacerdocio por la mañana; al mediodía
asistíamos a la Escuela Dominical y luego, por la tarde, volvíamos para la reunión sacramental. Con todo ese ir
y venir a las reuniones, parecía que nuestro tiempo se consumía con las actividades de la Iglesia todo el día los
domingos y la mayoría de los días de la semana.

A pesar de que amaba tanto la Iglesia, fue durante esos días de mi niñez que, por primera vez, tuve el
sentimiento de que había algo aun mayor. Cuanto tenía cinco años, se llevó a cabo una gran conferencia en el
tabernáculo. Caminamos por la calle donde vivíamos, atravesamos un pequeño puente que conducía al
magnífico centro de reuniones y nos sentamos aproximadamente en la décima fila de la gran capilla.
Presidiendo y discursando en la reunión estaba David O. McKay, el Presidente de la Iglesia. No recuerdo nada
de lo que dijo, pero recuerdo vívidamente lo que vi y lo que sentí. El presidente McKay vestía un traje color
crema y, con su ondulado cabello blanco, lucía muy distinguido. Según la tradición de las islas, llevaba un
collar hawaiano triple de claveles rojos. Cuando habló, sentí algo muy intenso y personal. Luego entendí que lo
que sentía era la influencia del Espíritu Santo. Cantamos el himno final.

¿Quién sigue al Señor?

Toma tu decisión.

Clamamos sin temor:

¿Quién sigue al Señor?


(“¿Quién sigue al Señor?”, Himnos, Nº 170)

Al oír esas palabras que cantaron casi 2.000 personas, pero que parecían ser una pregunta dirigida directamente
a mí, quería levantarme y decir: “¡Yo!”.

Algunos han llegado a pensar que la actividad en la Iglesia es la meta suprema. En eso yace un peligro. Es
posible estar activo en la Iglesia y menos activo en el Evangelio. Permítanme recalcarlo: la actividad en la
Iglesia es una meta altamente deseable, sin embargo, es insuficiente. La actividad en la Iglesia es un indicador
externo de nuestros deseos espirituales. Si asistimos a nuestras reuniones, tenemos responsabilidades en la
Iglesia y cumplimos con ellas, y servimos a los demás, eso se observa de manera pública.

En contraste, los asuntos del Evangelio suelen ser menos visibles y más difíciles de medir, pero son de mayor
importancia eterna. Por ejemplo: ¿Cuánta fe tenemos realmente? ¿Cuán arrepentidos estamos? ¿Cuán
importantes son las ordenanzas en nuestra vida? ¿Cuán enfocados estamos en nuestros convenios?

Repito: necesitamos el Evangelio y la Iglesia. De hecho, el propósito de la Iglesia es ayudarnos a vivir el


Evangelio. A menudo nos preguntamos: ¿Cómo alguien puede ser completamente activo en la Iglesia en su
juventud y no serlo cuando es adulto? ¿Cómo puede dejar de venir un adulto que ha asistido y prestado
servicio? ¿Cómo puede una persona que se ha decepcionado por causa de un líder o de otro miembro permitir
que eso la haga dejar de participar en la Iglesia? Tal vez la razón sea que ellos no estaban suficientemente
convertidos al Evangelio, a los asuntos de la eternidad.

Sugiero tres maneras básicas para que el Evangelio sea nuestro cimiento:

1. Profundicemos nuestro entendimiento de la Deidad. El conocimiento certero de los tres miembros de la


Trinidad y el amor por ellos son indispensables. Oren con fervor al Padre, en el nombre del Hijo, y
busquen la guía del Espíritu Santo. Combinen la oración con el estudio constante y la reflexión humilde
para que adquieran constantemente una fe inquebrantable en Jesucristo. “Porque ¿cómo conoce un
hombre al amo a quien no ha servido, que es un extraño para él, y se halla lejos de los pensamientos y
de las intenciones de su corazón?” (Mosíah 5:13).

2. Centrémonos en las ordenanzas y los convenios. Si en su vida aún tienen que realizar algunas de las
ordenanzas esenciales, prepárense de manera consciente para recibir cada una de ellas. Luego,
necesitamos establecer la disciplina de vivir fieles a nuestros convenios, usando íntegramente el don
semanal de la Santa Cena. Muchos de nosotros no somos cambiados con regularidad por medio de su
poder limpiador por nuestra falta de reverencia hacia esa santa ordenanza.

3. Unifiquemos el Evangelio con la Iglesia. A medida que nos concentremos en el Evangelio, la Iglesia
será una bendición mayor, y no menor, en nuestra vida. Al asistir a cada reunión preparados para
“[buscar] conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (D. y C, 88:118), el Espíritu Santo será
nuestro maestro. Si venimos para que se nos entretenga, a menudo estaremos descontentos. Al
Presidente Spencer W. Kimball se le preguntó una vez: “¿Qué hace usted cuando se encuentra en una
reunión sacramental aburrida?”. Su respuesta fue: “No lo sé. Nunca he estado en una” (citado por
Gene R. Cook, en Gerry Avant, “Learning Gospel is lifetime pursuit”, Church News, 24 de marzo de
1990, pág. 10).

En nuestra vida, deberíamos desear lo que ocurrió después de que el Señor vino a la gente del Nuevo Mundo y
estableció Su Iglesia. Las Escrituras relatan: “Y ocurrió que así anduvieron [esto es, Sus discípulos] entre todo
el pueblo de Nefi, y predicaron el Evangelio de Cristo a todos los habitantes sobre la faz de la tierra; y estos se
convirtieron al Señor y se unieron a la Iglesia de Cristo; y así fue bendecido el pueblo de esa generación”
(3 Nefi 28:23).
El Señor quiere que los miembros de Su Iglesia estén plenamente convertidos a Su evangelio. Ésa es la única
manera cierta de tener seguridad espiritual ahora y felicidad para siempre. En el nombre de Jesucristo. Amén

Cuando te hayas convertido


Abril 2004 Conferencia general
D. Todd Christofferson

Of the Presidency of the Seventy

Suplica a Dios en el nombre de Cristo que escriba el Evangelio en tu mente, a fin de que tengas entendimiento,
y en tu corazón, para que te agrade hacer Su voluntad.

Mis comentarios se dirigen en particular a ti, joven, y a ti, jovencita, aunque espero que sean útiles para todos.

Hace años, cuando era presidente de estaca, vino un hombre a confesar una transgresión. Su confesión me
sorprendió; por años había sido miembro activo de la Iglesia y me preguntaba cómo una persona con su
experiencia podría haber cometido semejante pecado. Después de meditar en ello, se me ocurrió que ese
hermano nunca había tenido una verdadera conversión. A pesar de su actividad en la Iglesia, el Evangelio no
había penetrado en su corazón; era sólo una influencia externa en su vida. Cuando estaba en entornos propicios,
guardaba los mandamientos, pero en medios diferentes, dejaba que otras influencias controlaran sus acciones.

¿Cómo te puedes convertir tú? ¿Qué puedes hacer para que el Evangelio de Jesucristo no sólo influya en tu
vida, sino que sea la influencia dominante, y de hecho, el núcleo de lo que eres? El antiguo profeta Jeremías
dijo que la ley de Dios, el Evangelio, debería estar escrito en nuestros corazones. Hizo referencia al Señor, que
se dirigía a nosotros, Su pueblo en los últimos días: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo
seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”1.

¿Quieres que esto te ocurra a ti? Yo te puedo decir cómo lo puedes lograr, pero debe ser algo que tú desees. El
Evangelio no se puede escribir en tu corazón a menos que tengas un corazón receptivo. Sin tener un deseo
sincero, puedes participar en las reuniones sacramentales, en las clases y actividades de la Iglesia y hacer las
cosas que yo te diga, pero eso no tendrá efecto alguno; pero si tienes un corazón receptivo y dispuesto, como el
de un niño2, permíteme decirte lo que puedes hacer para ser convertido.

En primer lugar, debes dejar a un lado cualquier sentimiento de orgullo, que es tan común en el mundo de hoy;
me refiero a la actitud que rechaza la autoridad de Dios para gobernar nuestra vida. El Señor describió esa
actitud a José Smith, cuando dijo: “No buscan al Señor para establecer su justicia, antes todo hombre anda por
su propio camino, y en pos de la imagen de su propio dios”3. Hoy día se oye expresado en frases como éstas:
“Haz lo que te plazca”, o “Lo bueno o lo malo dependen de lo que yo considere conveniente”. Esa actitud es
una rebelión contra Dios, así como Lucifer se rebeló contra Dios en el mundo preterrenal rechazando el derecho
de Dios de declarar la verdad y establecer la ley4. Satanás deseaba, y aún desea, el poder para declarar por sí
mismo lo que es bueno y lo que es malo. Nuestro amado Creador no nos obliga a aceptar Su autoridad, pero el
estar dispuestos a someternos a esa autoridad es el primer paso hacia la conversión.

Además, para que el Evangelio esté “escrito en tu corazón”, es necesario que sepas lo que es y que llegues a
comprenderlo más plenamente, lo cual significa que debes estudiarlo5. Cuando digo “estudiarlo”, me refiero a
algo más que leerlo. A veces es bueno leer un libro de las Escrituras en un periodo establecido a fin de obtener
una impresión general de su mensaje, pero para los fines de la conversión, debes prestar más atención al tiempo
que pases en las Escrituras que a la cantidad de texto que leas en ese tiempo. A veces te imagino leyendo
algunos versículos, deteniéndote a meditar en ellos, volviéndolos a leer con detenimiento y, al pensar en lo que
significan, orando para recibir entendimiento, haciéndote preguntas en tu mente, esperando recibir impresiones
espirituales y anotando las impresiones e ideas que recibas para recordarlas y aprender más. Al estudiar de este
modo, tal vez no leas muchos capítulos o versículos en media hora, pero harás lugar en tu corazón a la palabra
de Dios, y Él se dirigirá a ti. Ten presente la descripción de Alma en cuanto a lo que se siente: “…empieza a
ensanchar mi alma; sí, empieza a iluminar mi entendimiento; sí, empieza a ser deliciosa para mí”6. Sentirás que
el Evangelio se escribirá en tu corazón, que tu conversión se está llevando a cabo, a medida que la palabra del
Señor, mediante Sus profetas pasados y presentes, se haga cada vez más deliciosa para tu alma.

Mencioné la oración a medida que estudias para comprender las Escrituras, pero tus oraciones no se deben
limitar a esa súplica. En el Libro de Mormón, Amulek nos dice que debemos orar en cuanto a todo lo de nuestra
vida; él dice: “…[derramad] vuestra alma en vuestros aposentos, en vuestros sitios secretos y en vuestros
yermos”7. Tu Padre Celestial desea que ores en cuanto a tus esperanzas y temores, tus amigos y familia, tus
estudios y tu trabajo, y las necesidades de los que te rodean. Más que nada, debes orar para tener el amor de
Cristo. Este amor se da a aquellos que son verdaderos discípulos de Jesucristo y que lo suplican con toda la
energía de sus corazones8. Ese amor es el fruto del árbol de la vida9, y el probarlo es una parte importante de tu
conversión porque una vez que hayas sentido el amor que el Salvador tiene por ti, incluso la porción más
pequeña, te sentirás seguro, y en tu interior crecerá el amor hacia Él y hacia nuestro Padre Celestial. En tu
corazón desearás hacer lo que esos Seres Santos te pidan hacer. Ve con frecuencia a tus aposentos, a tus sitios
secretos y a tus yermos. Da gracias a Dios por tus bendiciones; suplícale Su ayuda; pídele que te conceda el
amor puro de Cristo; a veces el ayuno te será de ayuda.

Después que Amulek habló acerca de la oración, habló de algo que es otro elemento importante de la
conversión: el servir a los demás. De otro modo, dijo él, “vuestra oración es en vano y no os vale nada”10. En
otras palabras, para convertirte, no sólo debes tener un corazón receptivo al conocimiento del Evangelio y al
amor de Dios, sino que debes llevar a la práctica la ley del Evangelio, ya que no puedes comprenderla ni
apreciarla en su totalidad a menos que personalmente la pongas en práctica. Jesús dijo que vino para servir, no
para ser servido11. Lo mismo debe ocurrir contigo; debes mirar a tu alrededor y cuidar a los demás; puedes ser
caritativo, amigable, puedes compartir y ayudar en infinidad de maneras; y al hacerlo, el Evangelio de
Jesucristo se convertirá en parte de tu ser.

Permíteme mencionar algo más. En tiempos antiguos, cuando las personas deseaban adorar al Señor y buscar
Sus bendiciones, a menudo llevaban una ofrenda. Por ejemplo, cuando iban al templo, llevaban un sacrificio
que colocaban en el altar. Después de Su expiación y resurrección, el Salvador dijo que ya no aceptaría
holocaustos de animales; la ofrenda o sacrificio que aceptaría en adelante era el de “un corazón quebrantado y
un espíritu contrito”12. Al buscar la bendición de la conversión, puedes brindar al Señor la ofrenda de tu corazón
quebrantado o arrepentido y tu espíritu contrito u obediente. En realidad, es la ofrenda de ti mismo, de lo que
eres y de lo que estás llegando a ser.

¿Hay algo en ti o en tu vida que sea impuro o indigno? Cuando logres deshacerte de ello, será una ofrenda para
el Salvador. ¿Careces de un buen hábito o de una buena cualidad? Si lo adoptas y lo haces parte de tu carácter,
le estarás haciendo una ofrenda al Señor13. A veces es difícil hacerlo, pero, ¿serían las ofrendas del
arrepentimiento y de la obediencia ofrendas dignas si no te costaran nada?14. No tengas miedo del esfuerzo que
se requiera; y recuerda: no tienes que hacerlo solo. Jesucristo te ayudará a hacer de ti una ofrenda digna. Su
gracia te hará limpio, incluso santo. Finalmente, llegarás a ser como Él, “perfecto en Cristo”15.

Con la conversión, llevarás puesta una armadura protectora, “toda la armadura de Dios”16, y las palabras de
Cristo, que vienen por el Espíritu Santo, te dirán todas las cosas que debes hacer17.

En 1992, dos misioneras en Zagreb, Croacia, regresaban a su apartamento una tarde después de concluir una
charla, en un lugar ubicado a una distancia considerable, y empezaba a anochecer. Varios hombres que iban en
el trolebús hicieron unos comentarios vulgares y su comportamiento era amenazador. Al sentirse en peligro, las
hermanas se bajaron del trolebús en la parada siguiente, justo cuando las puertas se cerraban y nadie pudiera
seguirlas. Habiendo evitado esa situación, se dieron cuenta de que no reconocían dónde se encontraban. Al
volverse para pedir ayuda, vieron a una mujer; las misioneras le explicaron que estaban perdidas y le pidieron
que las orientara. Ella sabía dónde podrían tomar otro trolebús que las llevara a casa y les dijo que la siguieran.
Por el camino tuvieron que pasar frente a un bar con clientes que estaban sentados a lo largo de la acera en la
penumbra. Esos hombres también parecían amenazadores. No obstante, las dos jovencitas tuvieron la clara
impresión de que esos hombres no podían verlas; pasaron por allí, aparentemente invisibles para los que
hubieran tenido intenciones de hacerles daño. Cuando las hermanas y su guía llegaron a la parada, el trolebús
que necesitaban llegaba en ese momento; se volvieron para darle las gracias a la mujer, pero había
desaparecido18.

A esas misioneras se les brindó una guía y otras bendiciones para protegerlas físicamente. Cuando tú te
conviertas, tendrás protecciones semejantes que te alejarán de la tentación y de la maldad19. A veces la maldad
no te encontrará; algunas veces serás protegido cuando no puedas ver la maldad, y aun cuando tengas que
confrontarla directamente, lo harás con fe y sin temor.

Hemos hablado del deseo, de la sumisión a Dios, del estudio, de la oración, del servicio, del arrepentimiento y
de la obediencia. De éstos, combinados con tu adoración y actividad en la Iglesia, provendrán el testimonio y la
conversión. El Evangelio no será tan sólo una influencia en tu vida, sino que será la esencia de lo que eres en
realidad. Suplica a Dios en el nombre de Cristo que escriba el Evangelio en tu mente, a fin de que tengas
entendimiento, y en tu corazón, para que te agrade hacer Su voluntad20. Procura esa bendición con diligencia y
paciencia, y la recibirás, porque Dios “misericordioso es y clemente… y grande en misericordia”21. De esto
testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.

Ocultar las referencias

1. Jeremías 31:33. Ezequiel dijo que la conversión es como si el Señor nos quitara “el corazón de
piedra” y nos diera un corazón que lo ama a Él y a Su Evangelio (véase Ezequiel 11:19–29). Sin
duda, eso es lo que le sucedió al pueblo del rey Benjamín, cuando dijeron que habían tenido un
cambio en sus corazones y ya no tenían disposición a obrar mal, “sino a hacer lo bueno
continuamente” (Mosíah 5:2).

2. Véase Mateo 18:3–4.

3. D. y C. 1:16; véase también Helamán 12:6.

4. Véase D. y C. 76:25–29.

5. Somos sumamente afortunados de tener a la mano una gran porción de la palabra de Dios. En
épocas pasadas de la historia del mundo, muy pocas personas tenían ejemplares de las
Escrituras; trataban de recordar lo que podían siempre que escuchaban los pasajes de las
Escrituras que se leían durante los sermones. ¡Qué bendición incomparable es el que tengas tu
propio ejemplar para leerlo cada vez que desees hacerlo! Tú puedes ver cómo obra el Evangelio
en las personas que fueron convertidas, desde la época de Adán hasta nuestros tiempos.

6. Alma 32:28.

7. Alma 34:26.

8. Véase Moroni 7:47–48.


9. Véase 1 Nefi 11:21–23.

10. Alma 34:28.

11. Véase Marcos 10:45. Cristo le dijo a Pedro que, una vez que se convirtiera, debía fortalecer a sus
hermanos (véase Lucas 22:32).

12. 3 Nefi 9:20.

13. Además de las Escrituras, el folleto Para la fortaleza de la juventud, 2001, te puede servir de
guía.

14. Una vez, cuando el rey David se preparaba para ofrecer un sacrificio al Señor, un siervo fiel dijo
que daría al rey el lugar, los animales y la leña para hacer el sacrificio, pero David se negó,
diciendo: “…por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no
me cuesten nada” (2 Samuel 24:24).

15. Véase Moroni 10:32–33.

16. Véase Efesios 6:13–17.

17. 2 Nefi 32:3.

18. Según el relato de la hermana Nicole Christofferson Miller.

19. Véase Mateo 6:13.

20. Véase Hebreos 8:10; 10:16.

21. Joel 2:13. “Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros; buscadme diligentemente, y me hallaréis;
pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá” (D. y C. 88:63).
Diez formas de saber que estás convertido
Tyler Orton
Lo que aprendí acerca de la conversión me ayuda a mantenerme al tanto de mi progreso en el Evangelio.

En la reunión del sacerdocio aprendí que uno de los propósitos del Sacerdocio Aarónico es ayudarnos a
“convertirnos al Evangelio de Jesucristo y vivir de acuerdo con sus enseñanzas”. Yo no estaba seguro de qué
significaba “convertirnos al Evangelio de Jesucristo”. Les pregunté a mis padres y a mis hermanos mayores qué
pensaban que significaba, y juntos hablamos de las maneras en que podemos saber nos estamos convirtiendo.

Tal vez haya otras, pero a continuación hay diez formas que nosotros descubrimos. Ya que la conversión es un
proceso de toda la vida, no tenemos que ser perfectos en cada uno de estos aspectos ahora, pero pueden
ayudarnos a saber si estamos progresando.

En resumen, sabes que te estás convirtiendo cuando comienzas a vivir una ley superior, el evangelio de
Jesucristo. Vives el espíritu de la ley así como la letra de la ley; vives el Evangelio en todos los aspectos de tu
vida. Vives el Evangelio en su plenitud, no porque tienes que hacerlo, sino porque quieres hacerlo. Eres una
persona más feliz y más agradable; quieres llegar a ser la persona que nuestro Padre Celestial quiere que seas;
quieres ser como Jesucristo y seguir Su ejemplo. Cuando llegas a ser esa persona, realmente estás convertido.

La manera segura de tener felicidad

“El Señor quiere que los miembros de Su Iglesia estén plenamente convertidos a Su evangelio. Ésa es la única
manera cierta de tener seguridad espiritual ahora y felicidad para siempre”.

Élder Donald L. Hallstrom, de la Presidencia de los Setenta, “Convertidos a Su Evangelio por medio de la
Iglesia”, Liahona, mayo de 2012, pág. 15.
1. Cuando estas convertido, no sólo sabes lo que debes hacer, sino que también deseas hacer lo correcto. No es
suficiente simplemente evitar hacer lo malo porque tienes miedo de que te descubran o de que seas castigado.
Cuando estás verdaderamente convertido, realmente deseas hacer lo justo.

2. Otra señal de que te estás convirtiendo es que no tienes más deseo de hacer el mal. Los anti-nefi-lehitas son un
gran ejemplo de esto. Cuando se convirtieron al evangelio de Cristo, “[concertaron] un convenio con Dios, de
servirle y guardar sus mandamientos” (Mosíah 21:31). Al igual que los nefitas a quienes el rey Benjamín enseñó,
no tenían “más disposición a obrar mal” (Mosíah 5:2). Llegaron a estar verdaderamente convertidos al evangelio
de Cristo y las tentaciones de Satanás no tenían poder sobre ellos. Para mostrar que serían fieles a su convenio
de vivir el Evangelio, los lamanitas convertidos enterraron sus armas (véase Alma 24).

3. Cuando estás convertido, estás más preocupado por lo que Dios piensa de ti que por lo que los demás piensan
de ti. En mi escuela en Indonesia, los estudiantes tienden a beber mucho alcohol. A veces puede ser tentador
salir a divertirse y beber cuando todos lo hacen y se burlan de ti por no hacerlo. A mi hermano lo invitaron
muchas veces a beber alcohol e ir a fiestas, pero nunca lo hizo; se mantuvo firme en lo que creía; fue difícil y
pasó muchas noches solo en casa. Durante su graduación, cuando los estudiantes se despedían, varias personas
le dijeron lo sorprendidas que estaban de que él había podido resistir la presión social y mantenerse fiel a sus
normas. Le dijeron cuánto lo admiraban por ello. Él demostró que estaba convertido al resistir la presión de sus
compañeros.

“El Señor quiere que los miembros de Su Iglesia estén plenamente convertidos a Su evangelio. Ésa es la
única manera de tener seguridad espiritual ahora y la felicidad para siempre” (Élder Donald L.
Hallstrom, de la Presidencia de los Setenta, “Convertidos a Su Evangelio por medio de la Iglesia”,
Liahona, mayo de 2012, pág. 15).

4. Cuando estás convertido, haces todo lo posible por siempre vivir el Evangelio; no sólo los domingos o cuando es
conveniente, sino todo el tiempo. Tu forma de actuar no cambia según con quién estés o quién te esté mirando.
Cuando tus compañeros dicen un chiste vulgar o quieren ver una película inapropiada, tú no lo aceptas ni lo
haces sólo porque nadie te está observando; por el contrario, te mantienes firme en lo que crees.

5. Cuando estás convertido, eres más amable y compasivo al tratar con los demás; no criticas ni dices chismes;
estás más atento a los sentimientos de las otras personas y llega a ser natural el buscar maneras de servir y
ayudar a los demás. Si caminas por los pasillos de la escuela y a alguien se le caen los libros, ni siquiera tienes
que pensar en lo que harás; automáticamente te detienes para ayudar.
6. Cuando estás convertido, tu deseo de orar aumenta y sientes que realmente te comunicas con Dios cuando lo
haces; siempre dedicarás tiempo para orar sin importar cómo te sientas o lo que suceda en tu vida. El presidente
Ezra Taft Benson (1899–1994) nos dijo: “Si no sentimos el deseo de orar, entonces debemos orar hasta que
sintamos el deseo de hacerlo”.

7. Cuando estás convertido, esperas con gusto el día domingo porque es el día de reposo. Cuando llega el domingo,
en lugar de pensar: “Uf, es un día que no puedo pasar tiempo con mis amigos ni ir al cine”, piensas: “¡Qué bien,
un día que puedo ir a la Iglesia, centrarme en las cosas espirituales y pasar tiempo con mi familia!”.

8. Cuando estás convertido, guardas los mandamientos y no buscas excusas ni justificaciones para tu
comportamiento, ni tratas de encontrar aspectos ambiguos en ellos; no tratas de ir más allá de los límites;
simplemente guardas los mandamientos porque sabes que es lo mejor.

9. Cuando estás convertido, quieres pagar los diezmos; lo ves como un privilegio y sientes que el diez por ciento no
es tanto, especialmente comparado con las bendiciones y la satisfacción que obtienes. Esas bendiciones valen
mucho más que el dinero que pagas. Esas bendiciones valen mucho más que el dinero que has pagado.
10. Cuando estás convertido, tienes un fuerte deseo de ayudar a los demás para que sepan la verdad y sientan la
felicidad que tú has encontrado. Un buen ejemplo de las Escrituras es el sueño de Lehi, en el cual él tenía un
gran deseo de compartir el delicioso fruto del árbol de la vida con su familia. Cuando comió del fruto, lo primero
que pensó no fue saciarse del fruto, sino buscar a su familia para que ellos también pudieran comer de él y
sentir la misma felicidad (véase 1 Nefi 8:12).

En resumen, sabes que te estás convirtiendo cuando comienzas a vivir una ley superior, el evangelio de
Jesucristo. Vives el espíritu de la ley así como la letra de la ley; vives el Evangelio en todos los aspectos de tu
vida. Vives el Evangelio en su plenitud, no porque tienes que hacerlo, sino porque quieres hacerlo. Eres una
persona más feliz y más agradable; quieres llegar a ser la persona que nuestro Padre Celestial quiere que seas;
quieres ser como Jesucristo y seguir Su ejemplo. Cuando llegas a ser esa persona, realmente estás convertido.

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