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CRISTO MURIÓ POR TODOS

De las Confesiones de san Agustín, obispo. (Libro


10, 43, 68-70: CSEL 33, 278-280)

Señor, el verdadero mediador que por tu secreta misericordia


revelaste a los humildes, y lo enviaste para que con su ejemplo
aprendiesen la misma humildad, ese mediador entre Dios y los
hombres, el hombre Cristo Jesús, apareció en una condición
que lo situaba entre los pecadores mortales y el Justo inmortal:
pues era mortal en cuanto hombre, y era justo en cuanto Dios.
Y así, puesto que la justicia origina la vida y la paz, por medio
de esa justicia que le es propia en cuanto que es Dios destruyó
la muerte de los impíos al justificarlos, esa muerte que se dignó
tener en común con ellos.

¡Oh, cómo nos amaste, Padre bueno, que no perdonaste a tu


Hijo único, sino que lo entregaste por nosotros, que éramos
impíos! ¡Cómo nos amaste a nosotros, por quienes tu Hijo no
hizo alarde de ser igual a ti, al contrario se rebajó hasta
someterse a una muerte de cruz! Siendo como era el único libre
entre los muertos, tuvo potestad para dar su vida y para
recobrarla nuevamente. Por nosotros se hizo ante ti vencedor
y víctima: vencedor, precisamente por ser víctima; por nosotros
se hizo ante ti sacerdote y sacrificio: sacerdote, precisamente
del sacrificio que fue él mismo. Siendo tu Hijo, se hizo nuestro
servidor, y nos transformó para ti de esclavos en hijos.

Con razón tengo puesta en él la firme esperanza de que


sanarás todas mis dolencias por medio de él, que está sentado
a tu diestra y que intercede por nosotros; de otro modo
desesperaría. Porque muchas y grandes son mis dolencias; sí,
son muchas y grandes, aunque más grande es tu medicina. De
no haberse tu Verbo hecho carne y habitado entre nosotros,
hubiéramos podido juzgarlo apartado de la naturaleza humana
y desesperar de nosotros.

Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis


miserias, había meditado en mi corazón y decidido huir a la
soledad; mas tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo:
Por eso murió Cristo por todos, para que los que viven no vivan
ya para sí, sino para aquel que murió por ellos.

He aquí, Señor, que ya arrojo en ti mi cuidado, a fin de que viva


y pueda considerar las maravillas de tu ley. Tú conoces mi
ignorancia y mi flaqueza: enséñame y sáname. Tu Hijo único,
en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y
de la ciencia, me redimió con su sangre. No me opriman los
soberbios, que yo tengo en cuenta mi rescate, y lo como y lo
bebo y lo distribuyo y, aunque pobre, deseo saciarme de él en
compañía de aquellos que comen de él y son saciados por él. Y
alabarán al Señor los que lo buscan.

RESPONSORIO 2Co 5, 14. 15; Rm 8, 32

R. El amor de Cristo nos apremia, al pensar que Cristo murió


por todos; * para que los que viven no vivan ya para sí, sino
para aquel que murió y resucitó por ellos.
V. Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la
muerte por todos nosotros.
R. Para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel
que murió y resucitó por ellos.
Liturgia de las Horas - Julio de 2018

TIEMPO ORDINARIO

VIERNES DE LA SEMANA XVI

Salterio IV

27 de julio

Oficio de Lectura

SEGUNDA LECTURA

www.liturgiadelashoras.com.ar
http://liturgiadelashoras.com.ar/sync/2018/jul/27/oficio.htm
San Agustín de Hipona, Obispo

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