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8.

Semana (…Teología III Profesor: Abel Velasco)


Escatología

8.1. INTRODUCCIÓN A LA ESCATOLOGÍA

8.1.1. El significado de la escatología


La escatología significa, la teología de las últimas cosas. Ese
estudio puede abarcar todas las cosas que eran futuras al tiempo de ser
escritas, o solamente aquellas que aún son futuras desde nuestra
posición ventajosa. Trata de la consumación de todas las cosas, tanto
las que se relacionan con los individuos como las que tienen que ver con
el mundo.
Todos contemplan alguna clase de escatología. Para muchos
modernos, la escatología es un estudio de desesperación, porque todas
las cosas terminarán en muerte «la muerte del individuo y la muerte del
universo». Aun la evolución no promete la inmortalidad. Para otros la
desesperación se modifica por una vaga esperanza en alguna clase de
vida después de la muerte. Para el cristiano la Biblia aporta enseñanza
clara y detallada con respecto al futuro, que le permite saber con
certeza lo que está por delante.

8.1.2. El alcance y desarrollo de la escatología


El estudio de las últimas cosas (aquellas todavía futuras desde
nuestro punto de vista) incluye la enseñanza bíblica concerniente al
estado intermedio, las resurrecciones, el rapto de la iglesia, el segundo
advenimiento de Cristo, y el Milenio.
Su estudio se pudiera desarrollar en varias maneras. Uno sería
separar el futuro del individuo, del futuro del mundo. Otro sería
catalogar el futuro de la iglesia, el futuro de Israel, el futuro de los
gentiles, y el del mundo. Otra manera de abordarlo pudiera ser estudiar
las varias enseñanzas, en orden cronológico. Un enfoque de teología
bíblica estudiaría la escatología del Antiguo Testamento, la escatología
de Jesús, la escatología de Pablo, la escatología de Juan, etcétera.
Ningún método es necesariamente superior a otro. La mayoría de
los escritores parecen combinar varios, y yo haré lo mismo. Algunos de
los temas, como la resurrección, se tratarán desde el punto de vista
individual. Otros, como la Tribulación, serán trazados cronológicamente.
Los tres enfoques básicos a la escatología, el premilenialismo,
posmilenialismo y el amilenialismo, necesitan un tratamiento más
sistemático para poder ver sus enfoques distintivos en su totalidad. A

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causa del debate contemporáneo concerniente a la relación entre el
rapto de iglesia y la Tribulación, esto necesitará atención especial.

8.1.3. La importancia de la escatología


Debido a que hay mucha divergencia en esta área de doctrina, y
que algunas cosas no están claras como el agua, algunos opinan que a
la escatología se le debiera dar menos importancia que a otras áreas de
la verdad bíblica. ¿Hay algún área de doctrina que no haya sido
debatida? Piense en la Trinidad, o la naturaleza de la persona de Cristo,
o el gobierno de la iglesia, o la predestinación, o la seguridad eterna, o
los efectos del pecado de Adán. Y piense en algunos de los conceptos
difíciles de interpretar en estas áreas, tales como la trinidad de Dios, la
Deidad y la humanidad unidas en una Persona, el significado de
unigénito, el concepto del pecado imputado, etcétera. Sin embargo, no
rehuimos, ni sería propio que lo hiciéramos, un estudio detallado de
estas enseñanzas. Del mismo modo, no debemos menospreciar lo que la
Biblia dice concerniente al futuro.
Para el creyente, el conocimiento de la profecía (a) provee gozo en
medio de la aflicción (2 Corintios 4:17), (b) limpia y estimula a una vida
de santidad (l Juan 3:3), (c) es provechoso, como toda la Escritura, para
varias necesidades importantes en la vida del cristiano (2 Timoteo 3:16-
17), (d) da, hechos objetivos tocante a la vida después de la muerte
(Corintios 5:8), (e) aporta verdad respecto al final de la historia, (f) da
pruebas de la confiabilidad de toda la Escritura, porque las muchas
profecías que se han cumplido al pie de la letra no se pueden atribuir a
la casualidad, sino sólo a Dios, (g) eleva nuestros corazones en
adoración a Dios que está en completo control de todo y que llevará a
cabo Su voluntad en la historia. Menospreciar la profecía es perder estos
beneficios.

8.2. ESCATOLOGÍA PERSONAL

8.2.1. Vida y muerte


¿Hacia dónde caminamos?
«Todos caminan hacia una misma meta; todos han salido del
polvo y todos vuelven al polvo.»
« ¿Quién sabe si el aliento de vida de los humanos asciende hacia
arriba y si el aliento de vida de la bestia desciende hacia abajo, a la
tierra?»
Estas citas no son de ningún pagano de la antigüedad, ni tampoco
de algún materialista contemporáneo. Forman parte del texto bíblico y

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corresponden a Eclesiastés 3:20-21 «Eclesiastés» (hebreo: qohelet -
literalmente: el predicador o persona que dirige la palabra al pueblo
congregado-) interpela con estas palabras a cuantos fundamentaban
sobre sus propias intuiciones, o sobre sus sistemas filosóficos y
religiosos, su creencia en la inmortalidad del alma. Ese « ¿quién sabe...
?» es la pregunta que lanza a las mentes imbuidas de mentalidad
helénica, es decir, de la moda intelectual prevaleciente en su época.
Las cuestiones que plantea el Eclesiastés ponen de manifiesto el
realismo bíblico y son un mentís rotundo a la falsa idea que muchas
gentes tienen del cristianismo y de la Revelación divina. Para estas
personas, tener fe equivaldría a vivir de ilusiones. Como se pregunta A.
Marsillach en un libro ya famoso: « ¿No será que el hombre no se atreve
a afrontar su propia realidad y se inventa maravillosos cuentos de hadas
para consolarse?»1 El Evangelio sería uno más de los cuentos de hadas;
una «alienación» —para usar la terminología hodierna—; la proyección
de nuestros deseos.
Sin embargo, maravilla la sobriedad de los escritores bíblicos. Las
Escrituras hebreo-cristianas no presentan ningún sistema de cosmología
definido, ni tampoco desarrollan teoría alguna sobre la «inmortalidad del
alma» a la manera griega. Y ello pese a que la tentación de plagiar las
cosmogonías caldeas y egipcias era incitante, así como lo era el influjo
del platonismo en la época de los últimos escritos canónicos.

8.2.2. El hombre frente a la muerte


«El hombre es, entre todas las criaturas, el único que sabe que va
a morir —ha escrito Salvador Pániker—. Por esto es el único que
"existe". "Existir" implica la autenticidad de no evadirse.»
Veamos sumariamente lo que respecto a la muerte nos brindan los
sistemas filosóficos en boga.
1. Existencialismo
Con todos los «peros» que se quieran objetar al existencialismo,
en esa «autenticidad» anteriormente aludida radica uno de los méritos
de dicho sistema. El existencialismo ha planteado el problema de la
muerte como uno de los más importantes —si no el más importante—
de la vida, al reconocer la presencia constante de la muerte en la
existencia humana. La muerte no es sólo la meta de un viaje o estación
de término; es, sobre todo, nuestro perpetuo acompañante desde la
cuna hasta la tumba. Y es que nuestro vivir de acá es también, siempre,
morir un poco en cada instante. La muerte se convierte así en una

1
En 100 españoles y Dios, de J. M. Gironella (Barcelona, Ed. Nauta, 1960) p. 383.

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realidad operante desde el interior de nosotros mismos. El
existencialismo contempla al hombre como lanzado en la existencia y
dirigiéndose a un término concebido como naufragio total, según la
terminología de M. Heidegger en Ser y Tiempo. Por eso, la filosofía de
Heidegger ha sido calificada como «Existencia trágica».
No basta con decir que la muerte es «natural» y que se da
también en el resto de la Creación. La tragedia de la muerte humana
estriba en que es una experiencia consciente, en la que todos tenemos
que ser auténticos y no podemos soslayarla. Y de esa conciencia de
estar en marcha hacia el «naufragio total» es de lo que nace la angustia
y el sentido trágico de la vida (Unamuno). Literariamente es «la
náusea», el sentimiento de la contingencia del mundo (Sartre).
2. Positivismo
No convence, pues, la moderna actitud positivista, cuando afirma
que la «obsesión» existencialista por la muerte es un signo patológico, y
cuando enseña que «la muerte no es un evento de la vida. No se vive la
muerte». Esta afirmación es tan superficial como la que, al decir de
Diógenes Laercio, profirió Epicuro en cierta ocasión: «La muerte no es
nada con respecto a nosotros. Cuando existimos nosotros, la muerte
todavía no existe; cuando la muerte existe, ya no existimos nosotros.»
Por desgracia, la muerte es un compañero de viaje a perpetuidad. Como
ya expresó Kierkegaard: «Lo terrible de la existencia es que vivimos
para experimentar la muerte; aun sin morirnos del todo, vivimos la
muerte cada día.»
3. Materialismo
Y tampoco convence la postura del materialismo dialéctico, que
prohíbe hablar de la muerte y sólo consiente en hablar de la vida, como
si fuese posible esta última sin considerar aquélla. Según este punto de
vista, el miedo a la muerte habría sido un instrumento de alienación
religiosa y, por tanto, un medio de explotación.
Tanto la postura positivista como la materialista, lejos de resolver
el problema, lo disuelven, lo diluyen; en una palabra: escamotean la
realidad. Paradójicamente, quienes más hablan de alienación —referida,
sobre todo, a la experiencia religiosa— resultan ser los grandes
alienados. Porque, como escribe también Pániker, «tampoco puede
desligarse el tema de la muerte del tema de la vida».
Roger Mehl lo ha expresado así: «Hablar de la vida humana, y del
sentido de esta vida, es hablar de nuestra muerte. La muerte forma
parte de la definición de nuestra existencia, no sólo porque ella
constituye su límite, sino porque proyecta su sombra sobre la totalidad
de nuestra vida. Tal es la verdadera situación del hombre. Se nos

8.4
plantea, entonces, la cuestión: ¿Cómo puede vivir el hombre, ser
dichoso, tener el sentimiento exultante de que es el dueño de su propio
destino, si sabe esa cosa absurda: que va a morir?»

8.2.3. La esperanza del individuo. La Revelación


La prudencia y la resistencia de los escritores sagrados a formular
«sistemas» se insertan en el talante mismo de la Revelación bíblica.
Israel está a la escucha de la Palabra de Dios y no quiere ir más allá de
lo que le es revelado. Dios va adoctrinando gradualmente a su pueblo y
contesta cada pregunta en su momento y en la medida en que lo cree
necesario. De ahí que los autores bíblicos no formulen hipótesis; se
hallan a la expectativa (cf. Sal. 123:1, 2; Heb. 1:1; 1 Pedo 1:10, 11)
para ver si hay «palabra de Yahveh».
Y la revelación sobre el más allá y la suerte eterna va
desvelándose paulatinamente, alcanzando, como es lógico, su
culminación cuando también las culturas en general, y las de los pueblos
vecinos en particular, se interrogaban sobre la misma cuestión. Esto
ocurre a partir del siglo V antes de Cristo, y en el primer siglo de
nuestra era.
Como ha escrito Robert Martin-Achard, «en el Antiguo
Testamento, la fe en el retorno de los difuntos a la vida se apoya en
última instancia sobre la revelación de Yaveh a su pueblo; gracias a que
el Dios de Israel se manifestó como un Dios poderoso, equitativo y
bondadoso… afirmaron el retorno de los difuntos a la vida ... El Antiguo
Testamento fundamenta la certeza de la resurrección en Dios y sólo en
Dios; la única garantía del retorno de los difuntos a la luz, al final de los
tiempos, es el poder soberano y creador del Dios de Israel. Dios es el
Dios vivo y no puede ser el Dios de los muertos... Sólo a partir de la
realidad de Dios se puede establecer la realidad de la resurrección (J.
Schniewind)»2.
La prudencia, la sobriedad y la discreción de los escritores bíblicos
se explican por la conciencia que siempre tuvo Israel de que su fe era
don de Dios (no sólo en cuanto que la fe es una actitud subjetiva, sino
también en cuanto que se basa en un contenido objetivo), y así esperó,
y no dijo más de lo que se le había dicho. En la Biblia tenemos
únicamente la respuesta de Dios, respuesta anhelada; esperada, pero
siempre respetada. Y, así, la Revelación bíblica es verdaderamente
Palabra de Dios. No se trata de las palabras de unos hombres que nos
hablan de Dios, sino de la Revelación del Dios vivo, comunicada a los
hombres mediante la instrumentalidad (por supuesto, dinámica y

2
R. Martin-Achard, De la muerte a la resurrección, pp 235-236

8.5
personal) de otros hombres. La fe bíblica es, pues, básicamente
Revelación, es decir, mucho más que Religión, máxime cuando ésta se
entiende como reflexiones humanas en torno al problema de Dios, y del
hombre en su relación con la Divinidad.
La cuestión que planteó el Eclesiastés a sus contemporáneos sigue
siendo relevante para nosotros hoy, en este siglo. Hoy, como entonces
¿Quién se considerará un entendido ante pavoroso misterio?
Hemos aludido, con énfasis, a los hechos en que se basa nuestra
afirmación cristiana. ¿Qué nos dice la Escritura acerca de ellos?
Por lo menos son cuatro las realidades que hemos de considerar;
en especial, si lo hacemos a la luz de la Revelación bíblica:
A) El hecho necrológico: la muerte. ¿Hay algo que sobrevive a la
misma?
B) El hecho antropológico: el hombre que muere. ¿Quién es ese
hombre? ¿Qué sobrevive de él, si es que sobrevive algo?
C) El hecho escatológico: ¿Cuál es la esperanza cristiana, la
inmortalidad del alma o la resurrección de los muertos? ¿O ambas
cosas?..
D) El hecho pneumático (o espiritual): El Espíritu Santo, como
«primicias» y «arras» de nuestra herencia; poder, vivificante que
transformará nuestros cuerpos en soma pneumatikon (cuerpo
espiritual), según la expresión original de 1 Cor. 15:44.

Bibliografía.
Charles C. Ryrie, Teología Básica, Ed. Unilit.
José Grau, Escatología. Final de los tiempos #7,Ed. Clie.

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