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INTERPONEN NULIDAD DE TODO LO ACTUADO POR

VIOLACIÓN A LAS FORMAS ESENCIALES DEL


PROCEDIMIENTO

FORMULA RESERVAS

CASO FEDERAL

Señor Juez Federal:

ROBERTO J. BOICO y ANÍBAL IBARRA,


abogados defensores de Oscar Isidro José Parrilli, con
domicilio procesal ya constituido en la causa CFP 9608/2018
instruida por el delito de asociación ilícita, a Ud. decimos:

I.- OBJETO

Por el presente venimos a interponer la nulidad


de todo lo actuado en los términos del artículo 166 y 167, incs.
1 y 3, del Código Procesal Penal de la Nación, en base a las
consideraciones fácticas y jurídicas que se expondrán.

Se informa al tribunal que merced la


interposición de incidencia de recusación en el día de la fecha
por las causales de los incs. 8 y 9 del 55 procesal dirigidas al
instructor Claudio Bonadío, le está vedado tramitar y resolver
la presente nulidad.

II.- HECHOS

La particularidad de esta causa, cuya


espectacularidad radica en los minuciosos relatos
supuestamente habidos en varios cuadernitos que oficiaron de
una suerte de diario personal, y cuya autoría se atribuye al
imputado Centeno, es que las defensas, salvo aquellas que
participaron de las indagatorias de los imputados que fueron
detenidos, no tuvieron acceso al expediente aún, fruto del
secreto de sumario decidido por el tribunal.

Sin embargo, y vaya lo sugestivo, la prensa


compulsa e informa en tiempo on line los acontecimientos
habidos en esta, insistimos, particular pesquisa.
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Ahora bien, la causa numerada CFP 9608/18
fue radicada ante este Juzgado nro. 11 de una manera extraña
y pareciera que extramuros de la modalidad de asignación
habitual. Sin embargo, insistimos, estamos especulando sobre
la base de informaciones que se propagan por la prensa gráfica
y audiovisual, por lo que las reclamaciones que formulará la
defensa se realizarán ni bien podamos compulsar los obrados.

Sigamos.

Pareciera que la asignación se realizó sin el


correspondiente sorteo obligatorio que se desarrolla en la Mesa
General de Entradas de la Cámara foral, y asociándola –
supuestamente - a una causa que posee un objeto procesal
distinto y con la que no guarda conexidad alguna (art. 41
procesal, a contrario sensu).

Si ello es así, entonces, pareciera que no fue un


error o una equivocación, sino fruto de una maniobra oculta e
ilegal para radicar esta causa en el juzgado nro. 11 del fuero,
quizás con el propósito de que aquí sustanciarían imputaciones
contra funcionarios del anterior gobierno.

Lisa y llanamente, conjeturamos, si la hipótesis


es cierta, entonces el motivo es el arriba predicado.

En efecto, y conforme informaciones de la


prensa, que ofician de sustituto de la compulsa de los letrados
presentados en el legajo, pareciera que la causa en la que se citó
a indagatoria a nuestro defendido no arribó al Juzgado del Dr.
Bonadío, como ya se dijo, por sorteo, sino que su radicación
aquí se debe a que fue asociada a la causa por la investigación
de contrataciones de Gas Natural Licuado (CFP 10.456/14).

Ahora, si lo que se dispersa por los medios de


comunicación fuera cierto, entonces resulta claro que el objeto
procesal entre una y otra es bien distinto. Es más, en esta causa
se dispuso la detención de varios empresarios de la
construcción y ninguno de ellos tiene relación con la
importación de GNL. Además, no hay en la causa CFP
10.456/14 ningún empresario procesado y los que fueron

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denunciados no tendrían ninguna relación con los que aquí
fueron detenidos.

Dicho de otro modo, si esta pesquisa se originó


tal como se aduce en la prensa, entonces el juez debió remitir al
sorteo obligatorio las piezas presentadas por el fiscal Stornelli
(quien también tenía obligación de enviarla a la oficina de
sorteos), en tanto no se advertiría ninguna vinculación con la
pesquisa denominada en la jerga “GNL”. Aún así, si lo fuera, no
puede omitirse el sorteo de rigor.

Al obrarse de este modo, con espectaculares


detenciones que a la fecha parecieran más ajustadas a una
privación ilegítima de la libertad que a una medida cautelar
fundada en los riesgos propios del art. 319 procesal, todo indica
que su motivación se funda en la ya consuetudinaria obsesión
persecutoria de este instructor contra funcionarios del anterior
gobierno, y especialmente contra la ex presidenta Cristina
Fernández de Kirchner.

Podemos sugerir a esta altura, sin temor al


equívoco, que violar las normas sobre radicación de causas y
sorteos de denuncias para elegir un tribunal que intervenga
merced un afán persecutorio de funcionarios del anterior
gobierno, es quebrar la garantía del juez natural (art. 18 de la
CN) y practicar un “fórum shopping” inaceptable por parte de
funcionarios judiciales. Un magistrado no puede seleccionar
qué causas prefiere investigar con afán de perseguir
judicialmente a ex funcionarios políticos, y si lo hace, los actos
que dicte en consecuencia resultan insanablemente nulos.

Si esta hipótesis fuera cierta, insistimos ya


hasta el cansancio que aún no hemos podido acceder a las piezas
de la causa, implicaría un supuesto de nulidad absoluta, cuanto
menos.

Dejamos reservado el planteo de nulidad para


una vez compulsada la causa, que a la fecha gozaría para las
defensas de secreto de sumario, pero para la prensa es un
expediente de auscultación inmediata

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Pero aún hay más. Los hechos que evidencian la
intencionalidad ilegal del instructor Claudio Bonadío no se
detienen allí.

El día 1 de agosto de 2018 fue conducido a los


estrados del tribunal el detenido Centeno, presunto autor de la
novela que atrapa a la prensa por su espectacularidad y
minuciosidad.

Este sujeto (Centeno) contaba con abogado


defensor ya designado en la causa CFP 10.456/14 cuyo
desprendimiento daría lugar a ésta pesquisa (si lo vertido por la
prensa fuera cierto), nos referimos al Dr. Norberto Frontini. El
aludido letrado, convocado por la pareja del por entonces
detenido Centeno, se apersonó en los tribunales de Comodoro
Py para asistirlo en la inminente indagatoria, a cuenta de que él
(Frontini) era su letrado defensor en la causa CFP 10.456/14.

Cuando el Dr. Frontini concurrió a la unidad


carcelaria de Comodoro Py le confirmaron que Centeno estaba
allí y que había preguntado por él, pero que no lo podía ver
merced su estado de incomunicación. Frente a ello decidió
remitirse al juzgado federal del Dr. Bonadío, primero para exigir
la obligada entrevista previa al acto de indagación, aunque le
contestaron que con antelación a ello debía ser ratificado en la
defensa técnica por el imputado. Pues bien, ¿cómo ser ratificado
si él (Frontini) era el letrado defensor de Centeno?. Frente a la
insistente negativa del tribunal, decidió presentar una
excarcelación a favor de Centeno, pero ni siquiera le aceptaron
el escrito a pesar de que ese acto lo puede formular cualquier
persona en favor de un detenido.

La perplejidad ya era mayúscula.

Merced lo relatado, Frontini aguardó frente al


juzgado y vio ingresar al mismísimo Centeno, a pesar de lo cual
no le permitieron tomar contacto con él, y a fortiori,
entrevistarse con su, hasta ese momento, asistido. Así estuvo
unos cuarenta (40) minutos aguardando verlo hasta que ingresó
al tribunal el Fiscal Stornelli, acompañado por dos

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colaboradoras. Frontini volvió a preguntar, pero tampoco lo
convocaron.

En otras palabras, Centeno permaneció en el


juzgado aproximadamente una hora y diez minutos sin
asistencia letrada. De ese tiempo, Centeno habría mantenido
entrevista con el fiscal de la causa, unos 40 minutos también
sin asistencia letrada.

El Dr. Frontini, con paciencia estoica,


aguardaba atónito en la mesa de entradas, ya advertido de que
el trámite nada tenía de ortodoxo, y que se estaba pergeñando
una maniobra extramuros de la ley.

Recién después de una hora veinte minutos,


aproximadamente, le informaron al Dr. Frontini que su asistido
había designado al defensor oficial. Es decir, al detenido
Centeno lo privaron de ser asistido por su abogado, lo tuvieron
en un despacho “negociando” con el fiscal sin asistencia letrada
(tal como taxativamente lo exige la ley 27.304 en su artículo 8)
y finalmente lo “convencieron” de que designara al defensor
oficial.

A partir de esa gravísima irregularidad Centeno se


convirtió en supuesto “colaborador” del tribunal, cuya
declaración indagatoria desarrollada al día siguiente, contó,
seguramente, con las formalidades legales de rigor, aunque
ficcional como acto de defensa.

Estos extremos fueron relatados a esta defensa


por parte del mismísimo Frontini, y el derrotero posterior habido
en este Best Sellers sugieren una expoliación forzada y un acto
inconciliable con el estado de derecho.

Hemos llegado al límite de lo tolerable.

El ulterior derrotero lo conocemos


detalladamente por la prensa, y la desesperación de la agencia
judicial y acusadora por el hallazgo del siglo, esto es, el elemento
de cargo por excelencia (los llamados cuadernitos de la
corrupción), y cuya información de su ubicación exacta habría

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sido el producto del “acuerdo” con el imputado en los términos
de la ley 27.304, aún no se encontraron.

Nadie duda acerca de la importancia probatoria


de este elemento documental, pues más allá de haber provenido
del propio imputado, de su necesaria compulsa, de su necesario
sometimiento a pericia y de todo aquello que guarezca de algún
grado de veracidad al particular documento escrito, es el indicio
probatorio del que se valió el tribunal y la acusación para el
progreso de esta pesquisa, pero muy especialmente, para fundar
las detenciones de una decena de encausados y del pedido de
desafuero de la Senadora Cristina Fernández de Kirchner,
desperdigados tentacularmente por toda la prensa.

Advirtamos que luego de la información


suministrada compulsivamente por el imputado, en una suerte
de utilización “disuasiva” del constitucionalmente cuestionable
mecanismo implementado por la ley 27.304, se procura dar
con el elemento documental clave de un relato que, a la
fecha, provino de unas fotocopias aportadas por un
supuesto amigo de Centeno, entregadas a periodistas del
diario La Nación, y sobre las cuales se dispusieron detenciones
con un propósito a esta altura claro: obtener lo que no se
tenía, los “cuadernitos de la corrupción”.

Para ser claros, se detuvieron a una decena de


sujetos supuestamente indicados minuciosamente en las
fotocopias del cuadernito que sería la prueba de los cohechos
(activo y pasivo) aquí discurridos, pero una vez detenido el
presunto autor de ellos (Centeno), se le extrae una confesión
forzosa y deliberadamente viciada por autoincriminación
prohibida por el 18 constitucional, para justamente dar con la
prueba (cuadernitos) de los que no se contaban.

Gráficamente: es como si en una causa por


estupefacientes, donde se investiga una tenencia con fines de
comercialización (art. 5.c), se detiene al presunto implicado tan
sólo con una “nota” que dice que aquél “tiene” en su poder la
sustancia, se lo “atrapa” y se le extrae una confesión en los
términos de la ley 27.304 para dar, justamente, con la sustancia
que no se cuenta en la pesquisa, empleando de ese modo el
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proceso como un producto lúdico e ilícito de obtención de
prueba, con fines auto-incriminatorios.

En efecto, presuntamente durante más de una


hora el fiscal Stornelli estuvo “negociando” a solas con el
detenido Centeno, a cuenta del relato que acercara el Dr.
Frontini, de lo que se infiere que el imputado nunca tuvo
asistencia letrada en los términos del art. 8 de la ley 27.304,
para obtener la judicatura la prueba de oro, que no es tan de
oro por cierto, de los cuadernitos que oficiaron de excusa de las
detenciones.

Confirmado que fuera así el proceso de


obtención de la información para dar con la prueba requerida,
no hallada aún, y cuyo premio para el imputado “confeso”
“colaborador” fuera su excarcelación, daría cuenta de un
derecho procesal penal inquisitorio del medioevo y su
realización tornan irremediablemente nulos los actos que de él
se desprenden (art. 172 procesal).

Queremos ser muy claros al respecto: nada tiene


que ocultar nuestro defendido respecto de esas supuestas
anotaciones, pero no se puede tolerar un proceso judicial con
características procedimentales que rozan la ilicitud y lo
delictivo.

Esa es nuestra denuncia de nulidad, cuyos


alcances en otras esferas de críticas aún debemos evaluar.

Ahora bien, las decisiones políticamente


vinculantes en materia penal sólo se justifican en el irrestricto
seguimiento de las formas proveídas por el derecho, y ellas (las
formas) exigirán, a la vez, una vinculación al derecho
legítimamente estatuido. Y sólo puede tenerse por legítimo a
aquel que racionalmente esté en condiciones de ser aceptado
por toda la comunidad jurídica. Esa aceptación colectiva no
sugiere un estado de encuesta e interrogación permanente, en
tanto aquélla (la aceptación) queda estabilizada a través de
normas constitucionales. Éstas últimas, enriquecidas por un
contexto normativo internacional en materia de derechos
humanos, que el constituyente expresamente incorporó al art.
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75.22, sugieren una nueva lectura de los derechos referidos al
imputado en causa penal.

De allí que un litigio criminal, al menos a esta


altura del progreso en materia constitucional y convencional,
exige tomar en serio las disposiciones que garantizan el
adecuado e irrestricto derecho de defensa, traducible al
sometimiento de las reglas que los tratados de derechos
humanos incorporan al universo normativo local, y a los caros
principios que informan tales estatutos internacionales
incorporados a la constitución.

La multiplicidad de extremos que permiten


declarar la ineficacia (nulidad) del acto jurídico procesal son
variados.

A un lado, y como primado sustantivo que


gobierna la tópica referida a la validez de los actos procesales,
el legislador ha ordenado una vía específica para el ejercicio
de facultades tendientes, en nuestro caso, a la obtención de
prueba de cargo, por lo que, contrariamente a tal vía reglada,
sus desatenciones hieren las formas habilitadas de
colección probatoria.

Esta vía específica de actuación, nutrida de


variadas reglas que perfilan las características del acto que el
órgano ha de seguir, no es más que instituyente de una
competencia jurídico-procesal, merced a la cual el órgano
instituido de tal competencia ejecuta actos preceptivos
designados por el legislador para que tengan así validación y
efectos propios en el proceso.

Es decir, la competencia está atribuida a un


órgano cuya capacidad jurídica le habilita a actuar, conforme lo
prevé la norma, del modo por ella indicado: ese órgano instituido
es el juez; de allí que personas u órganos extraños al instituido
legalmente estarán normativamente incapacitados para ordenar
la ejecución del acto de registro; aunque excepcionalmente se lo
admitan. Pero no es sólo el órgano lo que la norma indica,
sino un específico modo de conducirse (ordenar un registro),
reglado y circunscripto a motivaciones que de antemano el
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legislador estimó suficientes para validar los actos del proceso,
máxime cuando atañen a extracciones probatorias de los
propios imputados.

Entonces, al lado del “modo de conducción”, está


la “justificación para conducirse” de tal “modo”; éste último
extremo (justificación) es previo, por cierto, para habilitar ese
“modo de conducción”.

Nuestro caso:

La declaración indagatoria representa el acto


formal de emplazamiento merced al cual se anoticia, a quien es
imputado de un delito, del proceso que se instala en su contra.
Su finalidad, en el escenario de un estado constitucional de
derecho, es la apertura de la estrategia defensista, ora
encaminada a refutar la incriminación, ora encaminada a
permanecer en silencio, conforme la abolenga máxima del
derecho inglés instalada por el Estatuto de Carlos I en 1641:
"nemo tenetur se detegere", que una vez receptada en la V
Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, configura
la fuente de la prohibición de la autoincriminación que exhibe
nuestro art. 18, incorporada merced a obvias filiaciones político-
ideológicas que inspiraron el nacimiento del liberalismo penal
del siglo XVIII.

Para albergar decisiones defensistas eficaces, el


acto de comunicación debe estar rodeado de un conjunto de
reglas que satisfagan la finalidad constitucionalmente
perseguida: convertir al acto de indagación en una auténtica
posibilidad de defensa y no en un mecanismo de subyugación
tendencialmente dirigido a extraer una confesión directa o
indirecta del imputado bajo una suerte de expoliación
disfrazada.

El relato del caso, y la utilización lúdica de un


instrumento procesal constitucionalmente vulnerable como la
colaboración prevista en la ley 27.304, permiten sostener a esta
defensa que el tribunal y la acusación han empleado el resorte
legislativo justamente en el escenario donde le estaba prohibido
hacerlo: la extracción de una confesión forzada, de quien estaba
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detenido para que fruto de su confesión obtenga su libertad, y
con propósitos de dar - merced su confesión - con la prueba
incriminatoria que no se contaba y que resultaría, para este
particular litigio, como la de cargo por excelencia.

Cabría analizar si el acto llevado a cabo


constituye una ofensa constitucional que invalida el resultado a
cuenta de tres órdenes argumentales: a) aspecto subjetivo: si se
produjo como resabio de una actuación judicial inquisitiva
tendiente a desbaratar el adecuado ejercicio de la defensa, y al
unísono con pretensiones de obtener un resultado
incriminatorio dirimente para la suerte del proceso mediante la
extracción artificiosa de una confesión; b) aspecto objetivo: si la
obtención de la “confesión”, denominada eufemísticamente
como “colaboración” de aquel que había extraviado su libertad
merced la detención ordenada por este instructor, produjo una
reducción intolerable del espectro cognitivo del imputado, de tal
entidad que promovió una confusión capaz de alterar su
respuesta a la incriminación;

Se advierte de las constancias de la causa que la


forma de proceder constituye un intolerable evento de corte
inquisitorio con propósitos de torcer la adecuada
administración de justicia. Se vislumbra además una reducción
del espectro cognitivo orientado a recoger la prueba de la que no
se contaba.

Pilares del sistema democrático impiden acordarle


al tribunal resortes discrecionales de tal tipo, pues
elípticamente así se le acordaría el privilegio y exclusividad de
la valoración política criminal, en cuanto extensión y alcances
de las injerencias estatales legítimas a los derechos de las
personas, incumbencia sólo atribuida por la Constitución al
legislador. Imagínese, por caso, que frente a supuestos de
criminalidad grave se relajaran los criterios de legitimidad
constitucional de injerencias so pretexto de la eficaz lucha
contra tales flagelos, generando así tipologías pretorianas de
derecho procesal para delitos leves (o comunes) y graves, con
ostensible afrenta al principio de igualdad.

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Ahora bien, las reglas que subyacen la actuación
de las agencias judiciales en la colección de insumos
probatorios, en tanto adjudican facultades orientadas a tal fin,
definen condiciones de validez y límites de los actos
compilatorios de prueba incriminante para justificar, luego, una
decisión del tribunal penalmente vinculante.

Las reglas potestativas, es decir, aquellas que


confieren un permiso para realizar un acto fijan las condiciones
y límites para que un acto adquisitivo de prueba sea
jurídicamente válido y produzca sus efectos normales de corte
“incorporativo”. Sólo bajo este presupuesto de actuación,
conforme la regla potestativa, se incrementará la matriz
informativa merced a la cual un tribunal puede avanzar hacia
una eventual condena. Entonces, la inobservancia de tales
reglas potestativas sólo puede aparejar la invalidez del acto así
llevado a cabo, bajo rótulo de nulidad en sentido amplio.

Por lo tanto, el suministro de una regla potestativa


de actuación, máxime cuando aquella neutraliza una expresa
prohibición constitucional –como el caso de injerencias estatales
en el proceso penal-, tiene que indefectiblemente aparejar como
correlato de inobservancia una declaración de anulabilidad. Esa
consecuencia es requisito necesario de la lesión por
inobservancia adjetiva, pues la omisión de prever tal efecto (su
nulidad) provocaría el quiebre en la confianza del sistema
jurídico, en tanto habilitaría su incumplimiento por carencia
sancionatoria de conducta opuesta a la debida.

De allí que la existencia de una norma procesal de


cuyo contenido emerja la sanción de nulidad expresa como
corolario de su inobservancia no puede argumentalmente
sostenerse so riesgo de sublimar el catálogo de normas
potestativas que habilitan la incorporación válida de insumos
probatorios. De allí, a la objetable distinción entre normas
programáticas y operativas, hay tan sólo un paso.

Dicho cuanto precede, a esta altura parece claro


que el objetivo de toda esta parafernalia judicial, integrada por
privaciones de libertad y relatos novelescos que inundan la
opinión pública y publicada, sólo busca la obtención de un
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recaudo probatorio que no se tiene, y se lo hace apalancado en
un instrumento procesal cuyo límite de ilegalidad se advierte
aquí palmariamente.

A Centeno se lo detuvo para que, privado de su


derecho de contar con abogado de confianza, se le extraiga la
confesión de dónde estarían los cuadernitos sobre los cuales se
pretende fincar esta ficcional pesquisa.

No hemos siquiera recabado fragmento alguno


en contestar las supuestas historias que yacen en tan
espectacular documento fotocopiado, sino que su tacha ingresa,
incluso, antes de incorporar su contenido al proceso. Pues, de
haber sido escrito el cuadernito por el imputado detenido en la
causa, entonces ofició de excusa para hallar el documento
original, al que la acusación estima dirimente como extremo
para imputar, ni más ni menos, que el delito de asociación
ilícita, y a la ex presidenta como su jefa.

No creíamos posible semejante desvarío, pero


nuestro poder de asombro no tiene límites.

Por tanto, habiendo extrañado completamente


las reglas que gobiernan la legalidad de los actos del proceso,
todo este escenario probatorio, que no prueba nada, es nulo de
nulidad absoluta constitucional, por imperio del art. 18
constitucional y 75.22 del mismo cuerpo legal.

III.- PRUEBA DE LA NULIDAD:

Ofrecemos como prueba el testimonio del Dr.


Norberto Frontini, cuyos datos obran en el legajo
supuestamente conexo donde aceptó el cargo de defensor de
Centeno, también recabaremos el testimonio del personal de
mesa de entradas del Juzgado en lo Criminal y Correccional
Federal Nro. 11, al personal del servicio penitenciario federal o
policial que acompañaron a Centeno y al testimonio del propio
Oscar Centeno.

Finalmente, y más allá de que esos actos


irregulares y violatorios de los derechos del imputado detenido
no se practicaron sobre nuestro asistido, las consecuencias de
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ese acto sí impactan sobre toda la causa y obviamente los
encausados, y merced a ello la legitimación activa para articular
este incidente de nulidad, incluso en defensa del estado de
derecho, despedazado por este irregular accionar.

IV.- CASO FEDERAL:

Toda vez que este accionar denunciado


vulnera con claridad supina las reglas del debido proceso
judicial, dejamos reservado el caso federal y la denuncia de
gravedad institucional, para acceder eventualmente a la Corte
por vía del art. 14.3 de la ley 48.

V.- PETITORIO

Por todo lo expuesto, solicitamos que se


sustancie con todas las partes del proceso el presente incidente
de nulidad, y oportunamente así se declare.

Proveer de conformidad que SERÁ JUSTICIA

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