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TIGUA

Tigua es una región de pequeñas comunidades agrícolas en la Provincia del Cotopaxi,


localizada entre el Volcán Cotopaxi y el cráter-laguna en la caldera del Quilotoa. Los
artistas de Tigua son reconocidos por sus vistosas pinturas de paisajes de los páramos
Andinos en el Ecuador rural. Sus pinturas, realizadas sobre piel de oveja y con pintura de
esmalte, reflejan la historia, festivales y leyendas de un pueblo cuyas tradiciones datan de
tiempos precolombinos. Al arte de Tigua a menudo se lo cataloga como “naïf”, por sus
detalladas escenas que muestran los cultivos, la gente labrando la tierra, hilando lana,
paciendo ovejas o llamas, y que casi siempre incluyen el Volcán Cotopaxi como fondo y un
cóndor en los aires.

Tradicionalmente, la gente de la sierra decoraba sus tambores y máscaras para festivales y


fiestas, y comenzaron a pintar sobre superficies planas únicamente hace 25 años utilizando
para ello pinceles hechos de plumas de aves. Sin ningún entrenamiento formal, los artistas
de Tigua se han ganado fama mundial debido a la vitalidad, los vívidos colores que
emplean y la representación de la naturaleza y vida tradicional tal y como se desarrolla en
los remotos pueblos Andinos.

En Tigua, el arte es una expresión de la realidad

Julio Toaquiza es el principal exponente de este poblado en Latacunga. Sus pinturas


recorrieron el extranjero.

Armando Cuyo tiene 5 años, aún no aprende a leer ni escribir, pero es capaz de dibujar
árboles, gallinas y montañas. Entiende sus manos como instrumentos que le permiten
interpretar la realidad que lo rodea.

Armando creció en un ambiente frío, pero abrigado por el sentimiento artístico de sus
familiares y vecinos que desde hace más de 40 años se dedican a plasmar en cuero de
borrego la majestuosidad del páramo andino que los vio crecer.

Es por ello que la comunidad de Tigua, en la parroquia Zumbahua, del cantón Pujilí
(Cotopaxi), dejó de ser únicamente un pedazo de tierra perdido en la espesa paja del
callejón interandino, para convertirse en la expresión de un pueblo, que luego de 500 años
de la conquista española, lucha por mantenerse y, sobre todo, por expresarse.

Todo empezó allá por 1970, cuando al entonces músico Julio Toaquiza se le ocurrió
decorar su tambor de cuero de borrego con imágenes sencillas como ríos o montañas
coloridas, logradas con rústicos materiales como la pluma de gallina y las pinturas
artesanales.

Durante una de sus varias presentaciones en Zumbahua, un turista extranjero atraído por la
vistosidad del instrumento musical adornado, se mostró interesado en adquirirlo. En
primera instancia Julio se negó, pues aquel antiguo tambor era su instrumento de trabajo.
Pero más tarde y por la necesidad de dinero aceptó el negocio. Así se logró la primera venta
de una pintura de la firma Toaquiza, que hoy, varios años después, puede llegar a costar
miles de dólares.

A raíz de esta venta, llegaron otros pedidos, entonces Julio compró tambores de la
comunidad y les añadió diseños nuevos, paisajes, labrado de tierra, hilado de lana, cosechas
de maizales, que poco a poco fueron adquiriendo originalidad y estilo propio.

“Nosotros (los hijos) fuimos los primeros ayudantes y también los primeros en aprender
este arte”, comenta Alfredo Toaquiza, de 48 años. Él elogia de su padre la capacidad para
desarrollar un talento sin las enseñanzas de un maestro y sin los instrumentos necesarios.
Con el éxito que Julio tuvo al incursionar en las artes plásticas, la comunidad que hasta
entonces se dedicaba únicamente a la agricultura y ganadería, comenzó a interesarse en la
pintura. Hasta 2005 se contabilizó la existencia de 300 pintores de Tigua; unos se quedaron
en su tierra y otros radican en diferentes lugares del país, especialmente en Quito y Cuenca.

“Son maravillosas, si dejas que tus sentidos se sumerjan en ellas, te transportan a otra
realidad”, manifestó Adriana Pérez, turista quiteña, que por recomendación de sus amigos
llegó hasta las galerías de Tigua.

La joven estudiante de Literatura adquirió un pequeño cuadro en el que se puede apreciar


las turquesas y místicas aguas del Quilotoa, cobijadas con las imponentes alas de un
hermoso cóndor y adornadas con las cándidas sonrisas de las nativas del lugar, luciendo sus
coloridos vestuarios.

Las galerías están ubicadas 50 kilómetros al sur de la capital. Para llegar es posible viajar
hasta la terminal de Latacunga, y de ahí tomar un bus de las cooperativas Vivero o Pujilí,
que llegan hasta Zumbahua. Cuatro kilómetros antes de arribar al centro de la parroquia,
letreros vetustos y coloridos indican la llegada a la “Galería de Tigua”.

Desde la orilla de la carretera de primer orden que comprende la vía Latacunga–La Maná se
visualizan pequeñas casas de adobe y teja, pintadas de colores sobrios, que guardan en sus
entrañas las pinturas que retratan la ingenuidad plástica de los Andes septentrionales.

Estas rústicas casitas se hallan camufladas entre montañas amarillas cobijadas por el azul
de los cielos, pintadas por espesa neblina, cuyas temperaturas pueden descender hasta los
05 grados centígrados. En el lugar también se exponen caretas de todos los tamaños y
formas talladas en madera, además de gorros, guantes, bufandas y otras prendas de vestir
tejidas en lana de borrego y llama. De ahí que las vestimentas de los nativos son abrigadas
chalinas y rojos ponchos que se representan tal cual en los impresos de esmalte, que hasta
ahora son motivo de discusión entre los entendidos que no se ponen de acuerdo sobre si los
cuadros son arte o artesanía.
Estas fueron las interrogantes con las que Alfredo Toaquiza se encontró durante sus
múltiples salidas a Europa para exponer y promocionar sus trabajos. Ha llegado a Francia,
España, EE.UU., y hace poco menos de dos meses estuvo en Italia, donde se sintió honrado
al ser testigo del aprecio que los extranjeros sienten por la expresión viva de su pueblo. En
el lugar tuvo la oportunidad de compartir criterios y también de aprender otras aristas de la
expresión artística.

“También en la galería se puede notar que el turista extranjero es quien más valora los
cuadros; son ellos quienes los adquieren mayormente”, dice el artista cuyo sueño es ver
convertida a su comunidad en capital del arte y la cultura de la región. (F)

Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente
dirección: https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/702/1/en-tigua-el-arte-es-una-expresion-
de-la-realidad
Si va a hacer uso de la misma, por favor, cite nuestra fuente y coloque un enlace hacia la
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PINTURA EN TIGUA

La ausencia de grafías escritas en la legua quichua, así como aquellas lenguas y dialectos
prehispánicos, ha incidido en un "silencio" desde los pueblos indígenas respecto a su
autovisión de entornos históricos complejos y usualmente desfavorables.
Un silencio que ha ocultado su propio proyecto identitario, en beneficio de otros proyectos
culturales foráneos. Sin embargo, una forma de representación que puede hacer posible la
mentalidad nativa, se presenta a través de la ilustración pictórica.
Esta tarea de comunicar a sus iguales tanto lo cotidiano, como lo ritual y los sucesos
considerados como fundamentales en su vida material y espiritual, es posible gracias a los
campesinos de la comunidad de Tigua, localizada sobre el lomo de la cordillera y cercana a
la agreste topografía de Zumbahua.
Los indígenas de la región aprendieron a plasmar, con pinturas acrílicas en el cuero de las
ovejas, sus vivencias, leyendas y sueños. Se las conoce como pinturas de Tigua y son un
recuerdo perfecto del viaje Tigua población entre Pujilí y Zumbahua donde las máscaras de
madera y pinturas hechas en cuero de borrego son un gran atractivo para el turista.
Son cuna de los artistas indígenas, quienes descubren en sus cuadros la vida del campo y las
costumbres de las comunidades donde ellos producen; es el vivo retrato de su mundo
encajado en los pintorescos valles y paramos de los Andes.
Ubicación
Esta comunidad está ubicada a 4 kilómetros de la población de Zumbahua.
Pinturas
Los pintores campesinos trabajan sobre cuero de oveja, que a más de brindar alimento y
abrigo, concede la superficie plana necesaria para crear con colores de esmalte, hermosas
obras que trasmiten la ingenuidad plástica de los Andes Septentrionales.
El inicio de la pintura en Tigua se debe a Julio Toaquiza quién, utilizó tambores de madera
para sus pinturas, Julio explica su decisión de convertirse en pintor a partir de un sueño y un
encuentro con un anciano Shaman. Los pinceles son de plumas de gallina; el material es
anilina, para tinturar los ponchos de los hombres de la sierra.

Atractivo
• Las pinturas de Tigua representan la cotidianidad visible en los Andes Ecuatorianos. El frío
páramo y las nubes cargadas de lluvia, toman inmediatamente tonos de rico color, cuando
los delicados pinceles de hombres, mujeres y niños llenan los lienzos, es decir los cueros
planos ya "curados" por limpieza previa.
• Tres Reyes: La ritualidad está presente en forma de "Danzantes", en las fiestas campesinas
tradicionales, como aquella de los Tres Reyes en diciembre.
El privilegio de los pueblos andinos prehispánicos fue la lengua como instrumento de
comunicación y mecanismo de transmisión de conocimientos, mito e historia.
Julio Toaquiza es el principal exponente de este poblado en Latacunga. Sus pinturas
recorrieron el extranjero. Armando Cuyo tiene 5 años, aún no aprende a leer ni escribir,
pero es capaz de dibujar árboles, gallinas y montañas. Entiende sus manos como
instrumentos que le permiten interpretar la realidad que lo rodea. Armando creció en un
ambiente frío, pero abrigado por el sentimiento artístico de sus familiares y vecinos que
desde hace más de 40 años se dedican a plasmar en cuero de borrego la majestuosidad del
páramo andino que los vio crecer.

Durante una de sus varias presentaciones en Zumbahua, un turista extranjero atraído por la
vistosidad del instrumento musical adornado, se mostró interesado en adquirirlo. En
primera instancia Julio se negó, pues aquel antiguo tambor era su instrumento de trabajo.
Pero más tarde y por la necesidad de dinero aceptó el negocio. Así se logró la primera venta
de una pintura de la firma Toaquiza, que hoy, varios años después, puede llegar a costar
miles de dólares. A raíz de esta venta, llegaron otros pedidos, entonces Julio compró
tambores de la comunidad y les añadió diseños nuevos, paisajes, labrado de tierra, hilado de
lana, cosechas de maizales, que poco a poco fueron adquiriendo originalidad y estilo
propio. “Nosotros (los hijos) fuimos los primeros ayudantes y también los primeros en
aprender este arte”, comenta Alfredo Toaquiza, de 48 años.

Él elogia de su padre la capacidad para desarrollar un talento sin las enseñanzas de un


maestro y sin los instrumentos necesarios. Con el éxito que Julio tuvo al incursionar en las
artes plásticas, la comunidad que hasta entonces se dedicaba únicamente a la agricultura y
ganadería, comenzó a interesarse en la pintura. Hasta 2005 se contabilizó la existencia de
300 pintores de Tigua; unos se quedaron en su tierra y otros radican en diferentes lugares
del país, especialmente en Quito y Cuenca. “Son maravillosas, si dejas que tus sentidos se
sumerjan en ellas, te transportan a otra realidad”, manifestó Adriana Pérez, turista quiteña,
que por recomendación de sus amigos llegó hasta las galerías de Tigua.

La joven estudiante de Literatura adquirió un pequeño cuadro en el que se puede apreciar


las turquesas y místicas aguas del Quilotoa, cobijadas con las imponentes alas de un
hermoso cóndor y adornadas con las cándidas sonrisas de las nativas del lugar, luciendo sus
coloridos vestuarios. Las galerías están ubicadas 50 kilómetros al sur de la capital. Para
llegar es posible viajar hasta la terminal de Latacunga, y de ahí tomar un bus de las
cooperativas Vivero o Pujilí, que llegan hasta Zumbahua. Cuatro kilómetros antes de
arribar al centro de la parroquia, letreros vetustos y coloridos indican la llegada a la
“Galería de Tigua”. Desde la orilla de la carretera de primer orden que comprende la vía
Latacunga–La Maná se visualizan pequeñas casas de adobe y teja, pintadas de colores
sobrios, que guardan en sus entrañas las pinturas que retratan la ingenuidad plástica de los
Andes septentrionales. Estas rústicas casitas se hallan camufladas entre montañas amarillas
cobijadas por el azul de los cielos, pintadas por espesa neblina, cuyas temperaturas pueden
descender hasta los 05 grados centígrados.

En el lugar también se exponen caretas de todos los tamaños y formas talladas en madera,
además de gorros, guantes, bufandas y otras prendas de vestir tejidas en lana de borrego y
llama. De ahí que las vestimentas de los nativos son abrigadas chalinas y rojos ponchos que
se representan tal cual en los impresos de esmalte, que hasta ahora son motivo de discusión
entre los entendidos que no se ponen de acuerdo sobre si los cuadros son arte o artesanía.
Estas fueron las interrogantes con las que Alfredo Toaquiza se encontró durante sus
múltiples salidas a Europa para exponer y promocionar sus trabajos. Ha llegado a Francia,
España, EE.UU., y hace poco menos de dos meses estuvo en Italia, donde se sintió honrado
al ser testigo del aprecio que los extranjeros sienten por la expresión viva de su pueblo. En
el lugar tuvo la oportunidad de compartir criterios y también de aprender otras aristas de la
expresión artística. “También en la galería se puede notar que el turista extranjero es quien
más valora los cuadros; son ellos quienes los adquieren mayormente”, dice el artista cuyo
sueño es ver convertida a su comunidad en capital del arte y la cultura de la región. (F)
Arte tigua, vida diaria en pintura

Pionero. Julio Toaquiza en su galería junto a sus obras de arte.

Se inició en las comunidades kichwas, en Cotopaxi. Son obras afloran su cultura y la


conexión con la Pachamama.

Todo comenzó en 1973, cuando Julio Toaquiza, uno de los pioneros de esta técnica, pintó
sobre su tambor algunas escenas de rituales. Afirma que inició a realizar sus obras por dos
sueños raros. Visualizó que su esposa estaba hilando y él dibujando, además, que volaba
con su amigo encima del Tungurahua. Así, comenzó su larga trayectoria en esta destreza
cultural.

Tigua es un conjunto de comunidades ubicado a 35 Km de Pujilí, en la vía Latacunga-La


Maná. Siglos atrás, los artistas kichwas realizaban obras sobre máscaras y tambores
utilizados para distintos festivales. Pero fue Julio Toaquiza quién al pintar sobre una
superficie de piel de cordero cambió la concepción del arte tigua como tal. Ahora, los
pueblos kichwas enseñan a sus hijos distintas técnicas y el conocimiento pasa de
generación en generación.
Enfocan su cultura
Los artistas de Tigua, por lo general, plasman su día a día. Muchos representan el pastoreo
de ganado, la lana con su proceso de hilado, la cosecha de cultivos, las distintas ferias,
inclusive corridas de toros. Por otro lado, también les gusta retratar la belleza del volcán
Cotopaxi, el Quilotoa, aves majestuosas como el cóndor, entre otras cosas. Sus pinturas
siempre son llenas de matices vivos.

Hoy, muchos han abandonado la cría de animales y la agricultura para dedicarse


plenamente a este arte. “Hay más o menos 700 pintores, de acuerdo a la última vez que se
contabilizó en la zona”, afirma Alfonso, hijo de Julio. Sin embargo, muchos artistas quieren
vivir aún en su comunidad natal y no mudarse a ciudades grandes. Alfonso vivió en la
ciudad por 18 años, pero dice que es muy “estrecha… Uno está acostumbrado a volar como
el cóndor”, por lo que decidió regresarse a su comunidad natal de Tigua.

El proceso
De acuerdo a Alfredo Toaquiza, el otro hijo de Julio, antes se pintaba en cuero de oveja
vivo. “Pelaban la oveja, sacaban la lana directamente al bastidor”.

Asimismo, su padre afirma que cuando comenzó a con sus obras mezclaba agua con las
tintas amarillas, tomate, azul... pero al principio la pintura se corría por el tambor. En esa
época, al no existir pinceles, Julio cortó el pelo de su primer hijo para seguir pintando.

“El arte tigua ha evolucionado bastante, aunque no somos profesionales, somos


autodidactas, pero hemos tratado de perfeccionar”, asegura Alfonso Toaquiza. Añade que
antes se pintaba en cuero de oveja vivo; sin embargo, la garantía de este material era de 10
o 15 años. Con el cuero curtido natural, la eficacia del cuadro se extiende a hora a
centenares de años.

Ana Omajinga, esposa de Alfonso, expresa que se labora sobre ambos lienzos, cuero
curtido y de borrego. (Melissa Montesdeoca / USFQ)
CREACIÓN.

Las pinturas y máscaras de Tigua reflejan la cotidianidad visible de los pueblos andinos y
constituyen un importante aporte al arte ecuatoriano.

Trasciende fronteras
Aunque la mayoría de artistas no tiene un título formal, el arte tigua finalmente está
recibiendo el reconocimiento que merece. Muchas obras han sido exhibidas en el edificio
de la Organización de Estados Americanos en Washington D.C., el museo de la
Universidad de California Hearst, el museo del hombre en San Diego, California y en la
sede de la Unesco en París.

Desde el 30 de septiembre, en el Museo Nacional de Antropología de Madrid se exhibe:


‘Tigua: Arte desde el centro del Mundo’. En esta muestra están 52 piezas que varían entre
cuadros, tambores y máscaras. Alfredo Toaquiza está a cargo de llevar la exposición y sus
obras también forman parte de la misma. Estará en la ciudad española hasta el 17 de enero
de 2016.

Una familia que no deja la tradición

La familia Toaquiza es una de las más reconocida dentro del arte tigua. Al ser pionero,
Julio enseñó a sus siete hijos todo lo que aprendió acerca de la pintura. Tres generaciones
de la familia Toaquiza se han dedicado a esto. Alfredo es uno de los hijos que ha sido
reconocido múltiples veces por sus obras. También está su hermano Alfonso, más conocido
como el ‘Condor Enamorado’, él es escritor, músico y también practica el arte tigua. En
general, ellos siempre han permanecido en campos artísticos.
Detalles
Los inicios
En los 70’ se utilizaba anilina (tinta para teñir ponchos) para pintar. Alfredo Toaquiza, hijo
de Julio Toaquiza, comentó a El Mundo España que era muy delicado trabajar con esta
sustancia, por lo que comenzaron a usar esmalte.

Sin embargo, este diluyente es sumamente perjudicial para la salud. Así, se opctó por el
óleo acrílico.

“Mi esposo (Alfredo) labora con acrílico o con óleo, yo trabajo con sintético”, inidica Ana
Omajinga. Ella lleva 15 años aprendiendo las técnicas del arte tigua.

Por otro lado, Julio asegura que él pinta primero el lienzo de blanco y después procede a
añadirle los distintos matices a la obra. Por lo tanto, no existe una manera única para
dedicarse a este oficio.
Dato
La galería del maestro Julio Toaquiza se encuentra en el Km 43, en la Vía Latacunga-
Quevedo.

Saraguros

Saraguro, es el nombre de un pueblo indígena ecuatoriano. Los saraguros, son un pueblo de


la nacionalidad indígena Kichwas de la Sierra ecuatoriana. Habitan principalmente al sur
del Ecuador en la provincia de Loja, en su mayoría en Saraguro de ahí proviene el nombre
del cantón, aunque también se encuentran en Yacuambi (Zamora Chinchipe) y fuera del
Ecuador.

Ubicación
La mayor parte de su población está en el cantón Saraguro provincia de Loja; existen
pequeñas grupos dispersos en Yacuambi (Zamora Chinchipe) y parte del Perú

Población
Cuenta con una población aproximada de 3000 habitantes.

Vestimenta

La vestimenta del pueblo saraguro, según Marco Guamán, director de Interculturalidad del
Gobierno Municipal de Saraguro, se usa de acuerdo al género. Así, los hombres
utilizan sombrero blanco. También lo hacen las mujeres. Su color es blanco con negro; de
falda ancha y copa redonda, grueso y macizo. Es elaborado de lana, mediante un proceso
que les da estas características.
Asimismo, está la kushma, que es una prenda parecida a la camisa sin mangas, sin cuello,
de tono negro y hecha con materiales naturales como la lana de oveja.
Cinturón: Es hecho de cuero, con perillas de plata entre otros adornos que representan la
riqueza del hombre y muestra su fortaleza de acuerdo al tamaño del cinturón.

Poncho: Es de color negro, utilizado en los diferentes eventos de gala y se coloca sobre el
hombro cuando se utiliza la kushma.

Pantalón: De color negro y que va hacia la rodilla.

Zamarro: De matiz blanco que cubre la parte externa, cubriendo los muslos y glúteos,
adornado, hecho de lana de oveja.

Para la mujer

Al igual que el hombre, usa el sombrero de lana.

Aretes (zarcillos): En la cultura saraguro se conocen dos tipos, estos son el kury molde y
media luna; el cury molde que se deriva del kichwa kury=oro, que quiere decir molde de
oro, ya que antiguamente el oro era algo sagrado para los incas, por lo que ese modelo
perdura con esa denominación a lo largo del tiempo.
El arete media luna, en honor a la madre Luna, también tiene un significado espiritual para
la cosmovisión andina.

Collar (wallka): Es un tejido de múltiples colores en representación igual a la naturaleza,


que se los hace con mullos o también conocidos como chakiras.

Bayeta (rebozo): Es un textil elaborado con lana de oveja y actualmente teñido con tinta
anilina, color negro que cubre del frío a la mujer.

Tupu: Es una joya que utiliza la mujer para sujetar la bayeta con una cadena que cuelga en
el cuello para sujetar el tupu. Este tiene un significado de comunidad, puesto que el tupu
muestra caras guiadas por una mano que sería el líder. Es hecha de plata con una perla de
color en el centro.

Camisa o blusa: Esta prenda muestra, a través de sus bordados, la riqueza de la cultura. Los
bordados son de diversos modelos, en los cuales destacan en la actualidad las flores.

Faja: Esta prenda representa la fertilidad de la mujer, la protección del vientre y, además,
como sujetador del anaco y pollera. Contiene diversos bordados que combinan con la
camisa
Anaco: Es de orlón negro plisado, por el frío de la región andina. Antiguamente eran
hilados por las damas y tejidos en los telares por los hombres, hacían de lana de oveja.

Pollera: Es una prenda que va debajo del anaco también para cubrir del frío, con bordados
en el filo. (JPP)

Idioma
Esta etnia habla en lengua o idioma Kichwa.

Costumbres y Tradiciones:

En la cabecera cantonal de Saraguro se realizan festividades típicas, costumbres y


tradiciones, cuya importancia radica en la absoluta naturalidad con que se cumplen y en su
extraordinario colorido y solemnidad, todos giran alrededor del tema religioso, siendo las
principales: Semana Santa, Navidad, Tres Reyes, Corpus Christi, el 1 de agosto, 24 de
mayo y el 10 de marzo. Las comunidades indígenas en estas fechas, muy especialmente, se
dan cita con sus mejores galas.

Gastronomía

El paso del tiempo no ha dejado de lado la sazón vernácula de la etnia Saraguro, que de
generación en generación se ha transmitido para que el arte culinario del cantón Saraguro
no se eclipse y los aromas y sabores de sus platos sigan degustándose, el cantón Saraguro
cuenta con una infinidad de platos autóctonos, pero hay dos que son los más comunes y que
no deben faltar en las celebraciones de esa nacionalidad.

 Cuy asado
 Tortilla de maíz,
 Alimentos a base de maíz,
 Los granos,
 Cereales de grano fino,
 Tubérculos,
 Chicha de jora,
 Machica,
 Queso,
 Jallullos (tamales de maíz).

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