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2ª EDICIÓN
PAMPLONA
2009
ÍNDICE
I. EXTERIOR E INTERIOR
1. Un problema crítico............................................................................. 9
2. Los sentidos externos .......................................................................... 12
a) La inmediatez mediada del objeto ................................................ 12
b) De lo tangible a lo etéreo: primacía teleológica de la vista......... 18
c) La raíz de los sentidos: primacía genética del tacto .................... 21
3. Los sentidos internos ........................................................................... 23
a) Dialéctica de presencia y ausencia ............................................... 23
b) Formas intencionales sentidas y sobresentidas ............................ 25
c) La índole tacto-visual de la conciencia sensible.......................... 28
4. El sentido, el medio y el objeto .......................................................... 30
1. La naturaleza de la sensación.............................................................. 52
a) Recepción sensorial y acción inmanente...................................... 52
b) La sensación como emanación...................................................... 54
c) La inmaterialidad de la sensación................................................. 57
d) El grado cognoscitivo de la sensación.......................................... 62
2. Organicidad de la sensación................................................................ 63
a) Operación transcorporal ................................................................ 63
b) Relación entre estímulo y sensación............................................. 66
c) Sede de la sensación ...................................................................... 68
3. El contacto inmediato del sujeto con lo real ...................................... 73
a) La expresión representativa y su excepción................................. 73
b) Intuición y presencia intencional .................................................. 79
c) Lo real en los sentidos: el realismo natural.................................. 82
d) La correlación de sujeto y objeto .................................................. 90
I. EL SENTIDO COMÚN
II. LA ESTIMATIVA
V. LA EXPANSIÓN DE LA PRESENCIA
I. LA FANTASÍA
II. LA MEMORIA
***
I. EXTERIOR E INTERIOR
1. Un problema crítico
1
En el uso filosófico de los aristotélicos latinos el nombre de species posee varias flexiones.
Significa, por ejemplo, una realidad tersa o bella, es decir, formada: en consecuencia, la especie
recibe el significado de forma. De ahí que, además, haya derivado ese nombre para significar la
especie representativa de una cosa, especie intencional, porque representa otra cosa y se le
asemeja sólo formalmente, no existiendo material o físicamente en la misma entidad (llámese
inteligencia o sentido) en la que el objeto es representado: como la especie de piedra representa en
el ojo la piedra, pero no es la piedra material y entitativamente. 1º Debido a su índole de forma, la
especie representa muy propiamente lo que hay formalmente en el objeto, despojado de sus
condiciones materiales; es formalmente y sólo representativamente el objeto. 2º Estas especies
tienen la categoría ontológica de accidentes. Y la tienen por doble título: primero, porque se origi-
nan de los objetos esencialmente sensibles, los cuales no son la sustancia misma de las cosas (que
es objeto accidentalmente sensible); segundo, porque tales objetos no pueden obrar directamente
sobre las facultades sensitivas, sino mediante un representante, una imagen que debe tener el
mismo rango que los accidentes representados. 3º Son cualidades, porque “no todos los acci-
dentes tienen poder de inmutación en sí mismos, sino sólo las cualidades de la tercera especie,
según las cuales acontece la alteración: y por eso sólo tales cualidades son objetos de los sentidos;
porque como se dice en Physica, VII, el sentido es alterado con las cosas que alteran los cuerpos
animados” (Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q78, a3, ad1). Así, pues, el objeto esencial-
mente sensible es una cualidad: “el sentido se orienta esencialmente a la cualidad pasible, la cual
se divide esencialmente en color, sonido y aspectos similares” (Summa Theologiae, I, q77, a3). 4º
Pero no basta decir que las especies sensibles tienen el rango ontológico de accidentes y
cualidades, si no se añade en seguida que son materiales, pues aunque “en el sentido se reciben
las especies sin materia, sin embargo mantienen las condiciones de la materia” (Tomás de
Aquino, De veritate, q10, a1, ad2): la forma viene sine materia al sentido, pues deja fuera la
materia que antes informaba; por eso dice a veces santo Tomás que las especies sensibles son
espirituales. Aunque sólo en la inteligencia es recibida la forma absolutamente sin materia y sin
ninguna condición material. 5º En el sentido es recibida la forma sin materia, pero con algunas
condiciones materiales, las cuales no pueden ser las mismas en número con que se encontraba en
el agente (en tal caso serían accidentes reales), aunque pueden ser las mismas específicamente
(Tomás de Aquino, In De anima, II, c24); o sea, en el paciente se encuentra la forma en las
mismas condiciones materiales específicas que tenía en el agente, a saber, la espacio-
temporalidad concreta, prout est hic et nunc (De veritate, q10, a1, ad2): y por eso, santo Tomás
dice a veces que las especies sensibles son materiales. 6º La especie intencional es la misma
forma del objeto, aunque bajo otro modo de ser (el natural y el intencional): “La forma que existe
en el sentido, la que hace que el sentido esté en acto, y la forma de la cosa sentida, son en verdad
una sola, aunque se distingan sólo por los diversos modos de ser” (Tomás de Aquino, Contra
Gentes, I, c44).
Dialéctica de la presencia sensible 17
mica de los cuerpos por elementos naturales simples, tales como el aire, el agua,
el fuego y la tierra. O la hipótesis que implica la existencia fisiológica de
spiritus animales y vitales que circulan por las vías nerviosas y musculares
como diminutos puntos de energías básicas –materiales– de movimiento y
pensamiento.
Es cierto que, si no se penetra en el mecanismo ideal que enhebra todos
estos conceptos, difícilmente podríamos realizar un enfoque histórico que
sirviera para pulsar la vitalidad singular del pensamiento que los elaboró.
Estamos ante un capítulo sustancioso de la historia de la psicología en Occi-
dente.
Pero son muchas las hipótesis subsidiarias –en este Comentario del Aqui-
nate– de las que necesariamente hemos de prescindir hoy. Los hechos que ellas
tratan de dilucidar han recibido ya de la psicofisiología una explicación más
satisfactoria. Y la mayor parte de tratadistas escolásticos que, desde la primera
mitad del siglo XX, conocieron los avances científicos de la moderna biología y
de la psicología experimental, procuraron integrar en sus manuales las nuevas
investigaciones. De la Vaissiére, Fröbes, Michotte, Gemelli, Fabro, Palmés,
Barbado, Siwek son nombres que, entre muchos otros, van unidos a ese intento
renovador, viendo hacedera la tarea de fundamentar el progreso científico de la
psicofisiología en los principios básicos de una filosofía de la sensación que res-
ponda a la constitución ontológica del hombre2.
2
Esta tarea sobre los sentidos externos puede encontrarse en la siguiente bibliografía: –M. Bar-
bado: Estudios de psicología experimental, Madrid, 1948. – C. Baeumker: Die Aristoteles Lehre
von der äussern und innern Sinnesvermögen, Leipzig, 1887. –Ch. Boyer: “Reflexions sur la con-
naissance sensitive selon S. Thomas”, Archives de Philosophie, 1925 (3), pp. 97-116. – R. E.
Brennann: General Psychology. An interpretation of the Science of Mind based on Thomas
Aquinas, New York, 1937. –H. De Hove: La perception extérieure, Lille, 1931. –C. Fabro:
Percezione e Pensiero, Milano 21962. –J. Fröbes: Psychologia speculativa, Friburg im Brau,
1927; Compendium psychologiae experimentalis, Roma, 1937. –A. Gemelli, G. Zunini: Intro-
duzione alla Psicologia, Milano, 1945. –J. Gredt: Unsere Aussenwelt. Eine Untersuchung über
den gengeständlichen Wert der Sinneserkenntnis, Innsbruck, 21921; De cognitione sensuum
externorum, Roma, 21924. –A. Hayen: L'intentionnel dans la philosophie de Saint Thomas
d'Aquin, Bruxelles, 1942. –T. .K. Johansen: Aristotle on the sens organs, Cambridge, 1998. –O.
Knape: The scholastic theory of the species sensibilis, Washington, 1915. –A. Michotte: “Rapport
sur la perception des Formes”, VIII Intern. Cong. of Psychol., Gröningen, 1927. –T. V. Moore:
“Gestalt Psychology and Scholastic Philosophy”, The New Scholasticism, 1933 (8), pp. 298-325;
1934 (8), pp. 46-80. –J. Neuhäuser: Aristoteles Lehre von dem sinnlichen Ernkenntnisvermögen
und seine Organe, Leipzig, 1878. –L. Noël: Le réalisme immédiate, Louvain, 1938. –F. M.
Palmés: Psicología experimental y filosófica, Barcelona, 1949. –E. Pisters: La nature des formes
intentionnelles, Paris, 1933. –A. Riera Matute: La articulación del conocimiento sensible, Pam-
plona, 1970. –F. Salis-Seevis: Della conoscenza sensitiva, Prato, 1881. –P. Siwek: La psychophy-
sique humaine d’après Aristote, Paris, 1930; Aristotelis De anima libri tres, Graece et Latine,
Roma, 1957. –Y. Simon: “Positions aristotélicienn concernant le problème de l'activité du sens”,
18 Juan Cruz Cruz
Si bien los hechos del mundo natural o físico quedaron, durante la Edad
Media, prendidos en las pinzas mentales de hipótesis científicas adormecidas –
otra cosa es el análisis filosófico fundamental de tales hechos–, es asombrosa la
especial perspicacia con que la tradición del aristotelismo –y también del
platonismo– registró los hechos de la vida interior y sus causas psicológicas.
Por ejemplo, el tratado de las pasiones que santo Tomás insertó en la Suma
Teológica es un dechado de lectura fenomenológica bien realizada y de vigor
introspectivo.
Por lo que a la secuencia de estos libros se refiere, se aprecia un avance vital
desde el comentario esquivo al De sensu et sensato al cautivante comentario al
De memoria et reminiscentia. Al traspasar la raya ideal que divide el mundo
exterior y el interior, penetramos en un ámbito de luz orientadora y de ejercicio
persuasivo3.
Revue de Philosophie, 1933 (33), pp. 229-258. –J. A. Tellkamp: Sinne, Gegenstände and sensibi-
lia. Zur Wahrnehmungslehre des Thomas von Aquin, Leiden, 1999.
3
Pretendo mostrar en esta introducción la doctrina de santo Tomás sobre los fundamentales
aspectos psicológicos y gnoseológicos de la sensación. Durante siglos, a través de prestigiosas ex-
posiciones, ya clásicas, penetró esa doctrina en las esferas intelectuales europeas de formación
humanista y filosófica, dentro de las cuales se formaron legiones de alumnos que, a su vez, la
extendieron por los países americanos. Esta notable circunstancia histórica me ha obligado a
eliminar cualquier prurito de originalidad en la tarea, ciñéndome a observar el sencillo criterio de
atenerme a los escritos del propio Aquinate. Así, he procurado registrar el pulso histórico de una
doctrina cuyo afán de vigencia intelectual sigue pareciendo legítimo. He intentado además
adentrarme en la problemática estrictamente filosófica que plantea la doctrina de los sentidos bajo
la tutela de dos grandes autores renacentistas que, aceptando la orientación del Aquinate,
repensaron el texto aristotélico De anima: Francisco Suárez, en Commentaria una cum quaes-
tionibus in libros Aristotelis De anima (1621); y Juan de santo Tomás, en Philosophia Naturalis,
IV Pars: In libros De anima (1634). En la abundante bibliografía que estos autores manejan está
reflejada una amplia tradición doctrinal volcada en comentarios y cuestiones. He procurado
también verificar la continuidad de ese enfoque clásico en algunos conocidos expositores
modernos de la doctrina tomista, elegidos entre decenas de manuales de corte similar, como P.
Siwek, Psychologia Metaphysica, Romae, 61962 y J. Gredt, Elementa Philosophiae I: Philosophia
Naturalis, Pars III, De anima, Barcinone, 1961.
Dialéctica de la presencia sensible 19
pie, acerca de la sensación, algunas tesis vertebrales como las siguientes: pri-
mera, que la actividad vital de los sentidos está afectada de una pasividad
trascendental; segunda, que la sensación es una acción inmanente; tercera, que
ella es un modo de asimilación; y cuarta, que es un conocimiento intuitivo.
Dichas tesis, con otras también importantes, ayudan a comprender la génesis y
la naturaleza de la sensación, dentro de un enfoque filosófico riguroso. Y es lo
que intentaré poner de relieve en esta Introducción.
Lo que llamamos sensación fue entendido por Aristóteles como una ope-
ración vital sensible de índole cognoscitiva. Distinguía, al igual que los
modernos, dos niveles de complejidad entre las sensaciones: por una parte,
están los conocimientos sensitivos cuyo objeto formal es cada una de las
cualidades sensibles simples, como el color, el sonido, el olor, el sabor, lo táctil;
por otra, se encuentran las síntesis de varias cualidades sensibles, complejos que
representan un objeto determinado: una manzana, por ejemplo. A lo primero lla-
mamos hoy “sensaciones elementales”; a lo segundo “percepciones”. A
configurar una percepción confluyen varios sentidos, unos externos, otros
internos. Aristóteles formuló esta división de los sentidos atendiendo al objeto
formal, o sea, al modo en que ellos nos conducen hacia las cosas materiales. De
suerte que los sentidos externos4 alcanzan su objeto inmediatamente: como la
vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto5. Mientras que los sentidos internos –
como el sentido común, la imaginación, la estimativa y la memoria– alcanzan
su objeto sólo mediante otros sentidos6.
4
El sentido se llama «externo» por existir en órganos materiales: las potencias sensitivas están
unidas a órganos materiales. El sentido externo está formado por una potencia que emana
directamente del alma y por un elemento material u órgano. Por eso, el sentir no procede de la
potencia sola ni del órgano solo, sino del órgano informado por la potencia. Cf. Tomás de
Aquino, Summa Theologiae, I, q77, a5.
5
Curiosamente el hecho de que hoy se discuta en la psicología experimental acerca de la zona
intencional de sensaciones tales como el hambre, la fatiga, el sentido estático, el cenestésico, el
articular, el de equilibrio, etc., no ha orillado la cuestión básica de si tales sensaciones contienen
realmente algo específico que, debido a su objeto formal, permita situarlas fuera del contexto de
los cinco sentidos aludidos.
6
Fue Avicena el filósofo que distinguió con nitidez dos clases de facultades sensitivas: las
externas y las internas, tomando como hilo conductor de distinción el lugar en que se encuentran
sus respectivos objetos. Avicena, De anima, Venecia, 1508, fol. 4vb-5rb, pp. 20-21.
20 Juan Cruz Cruz
7
Por «objeto externo» se entiende en este contexto todo lo que es conocido por los sentidos
externos. No es, por tanto, sinónimo de «cosa», que es un término muy general; ni tampoco es
sinónimo de «extrasubjetivo», que puede corresponder también a lo que conoce la inteligencia. Se
llama «externo» el objeto cuando es extramental –porque está fuera de la facultad cognoscitiva–,
pudiendo ser tanto extraorgánico como intraorgánico y, en este caso, forma parte del mismo
organismo. Summa Theologiae, I, q77, a5, ad3: “pues el alma siente algunas cosas con el cuerpo,
es decir, existentes en el cuerpo, por ejemplo, una herida o algo semejante”. En cualquier caso, y
a diferencia de lo que ocurre en el plano intelectual, los objetos de los sentidos son accidentes
materiales. Tomás de Aquino, De veritate, q10, a5, ad5: “el sentido conoce lo concerniente a las
disposiciones materiales y a los accidentes exteriores”.
8
La percepción es un nexo de varias sensaciones cumplido por el sentido común y perfec-
cionado por las representaciones de la fantasía, las cuales se fundan, a su vez, en las sensaciones
antes cumplidas. Por su parte, nuestra inteligencia elabora intelectualmente el objeto de la
percepción interesándose por el conocimiento de la esencia.
Dialéctica de la presencia sensible 21
por eso eran considerados como los más idóneos para captar lo bello, “lo que
place a la vista”.
Hecha esta aclaración, en la que se determina la distinción de los sentidos
por su relación al objeto, es necesario recordar que santo Tomás rechaza que el
fundamento de la distinción de los sentidos externos se encuentre o bien en los
órganos, o bien en el medio, o bien en ciertas cualidades sensibles. Porque
siendo el sentido externo una facultad pasiva, susceptible de ser inmutada por
los objetos sensibles exteriores, en la diversidad de estos debe encontrarse la
base de sus diferencias; y no en la composición química del órgano, ni en la
estructura física del medio, ni en la complexión físico-química de las cualidades
sensibles. “El fundamento de la distinción y número de los sentidos externos
quisieron unos encontrarlo en los mismos órganos, según que en ellos pre-
domine uno u otro de los elementos, bien sea el agua, el aire u otro cualquiera.
Otros, a su vez, en el medio sensible que les es anejo o les es extrínseco, pu-
diendo ser el aire, el agua, etc. Otros, finalmente, por parte de la diversa na-
turaleza de las cualidades sensibles, según sean cualidades del cuerpo simple o
supongan alguna composición. Pero nada de esto es admisible. Pues no existen
las potencias por razón de los órganos, sino los órganos para las potencias; y
por eso no son diversas las potencias porque existan distintos órganos, sino que
la naturaleza proveyó de diversos órganos en adecuada correspondencia con la
diversificación de las potencias. Como asignó asimismo a los distintos sentidos
medios diferentes, en correspondencia con la actividad de las potencias. Y el
conocimiento de la naturaleza de las cualidades sensibles no es propio del sen-
tido, sino de la inteligencia. Por consiguiente, el número y distinción de los
sentidos externos tiene su razón de ser en aquello que es propio y esencial al
sentido. Mas el sentido es una potencia pasiva susceptible por su naturaleza de
ser inmutada por los objetos sensibles exteriores. Por tanto, lo que por su natu-
raleza percibe el sentido es el objeto exterior que lo inmuta; y según sea la di-
versidad de estos objetos, se distinguirán las distintas potencias”9.
9
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, q78, a3. De una manera breve expone santo Tomás
este principio de distinción de los sentidos en In De anima, III, c1.
10
Conviene advertir que, a propósito de la presentación del objeto sensible en la sensación,
santo Tomás califica de tres maneras la misma inmutación provocada por el objeto: como spi-
ritualis, como inmaterialis y como intentionalis. Las dos primeras no las toma aquí en sentido
propio y quedan reducidas adecuadamente a la tercera. A su vez, de dos maneras puede en-
tenderse lo intencional. Primera, como «ente ideal» o ente de razón, en cuyo caso se contrapone al
«ente real»; no es este el sentido que aquí priva. Segunda, como lo cognoscible (sea real o ideal) o
22 Juan Cruz Cruz
también como lo cognoscitivo, por cuanto la facultad «tiende –tendit in– al objeto»; sólo a este
segundo sentido se alude aquí.
11
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q78, a3. La inmutación natural y la intencional se
diferencian por el modo de recibir la forma en cada caso. 1º Si en el compuesto natural la materia
jamás es la forma, en el compuesto intencional ocurre precisamente que el cognoscente es la cosa
conocida: la unión de la forma intencional con la facultad es más íntima que la de la forma con la
materia. 2º Si por la unión de la materia y la forma resulta naturalmente una tercera cosa, que es
distinta de los dos elementos, en cambio, por la unión de la facultad con la forma intencional no
surge un tercer ser distinto de ambas: simplemente la facultad, sin perder su forma propia, se
convierte en la forma intencional. 3º Si la forma sustancial no es recibida en la materia para que
la materia o la forma obren, sino para que obre un tercer ser que resulta de ambas; y si, a su vez,
las formas accidentales son recibidas en la materia para que obre la forma misma, de suerte que la
operación se atribuye a la forma y no a la materia (y así el calor es recibido en el agua para que
obre el calor, pues cuando el agua calienta a otro cuerpo, la operación de calentar se atribuye al
calor y no al agua), en cambio, la forma intencional es recibida en la facultad cognoscitiva para
especificar la operación del cognoscente: el fin de la unión no es aquí la operación del compuesto
ni de la forma, sino la operación de la facultad.
Dialéctica de la presencia sensible 23
12
Tomás de Aquino, In IV Sententiarum, d44, q2, a4, qc2.
24 Juan Cruz Cruz
13
Juan de santo Tomás, Philosophia Naturalis, IV Pars, q4, a3.
14
Esta deducción de los sentidos sigue la Summa Theologiae, I, q78, a3 y se resume en el
siguiente gráfico:
Dialéctica de la presencia sensible 25
15
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q78, a3.
16
En la Quaestio disputata De anima, santo Tomás realiza una similar exposición, muy mati-
zada, aunque en orden inverso, recurriendo también al progresivo grado de inmaterialidad de los
sentidos externos, donde la vista se lleva la palma: QD De anima, c13: “Hay en fin otros sensibles
que afectan el sentido sin que haya además una inmutación material, como la luz y el color, a los
que se refiere la vista. Este sentido, en consecuencia, es el más elevado de todos y el más
universal, porque los sensibles por él percibidos son comunes a los cuerpos corruptibles y a los
incorruptibles”.
17
Tomás de Aquino, In De sensu et sensato, c1: “Entre los privados desde su nacimiento de uno
de los sentidos, a saber, de la vista y el oído, ocurre que los ciegos, que carecen de vista, son más
sabios que los mudos y los sordos que carecen de oído”.
26 Juan Cruz Cruz
El hombre es un ser que ve, que mira. Y hasta el pensar, escrutar y meditar
son formas de dirigir la mirada. “De dos maneras podemos nombrar una cosa: o
según el primer sentido del nombre o según el uso corriente. Así, el nombre de
visión (visionis) significa ante todo el acto del sentido de la vista; pero, por la
nobleza y certidumbre de este sentido, se extiende en lenguaje corriente al
conocimiento de todos los otros sentidos. Por esto decimos: mira cómo sabe,
mira cómo huele, mira qué caliente está. Y por encima de esto se extiende al
conocimiento intelectual [...]. Esto mismo se ha de decir de la luz. Primero se
emplea para significar lo que nos permite ver, y luego se extiende a cualquier
otro conocimiento. Si tomamos la luz en su primer sentido, sólo
metafóricamente se puede decir de los seres espirituales; pero si se toma en el
sentido más extenso, como es usual, entonces se les puede aplicar en sentido
propio”18.
Por eso, cuando Tomás de Aquino deduce el tipo y el número de sentidos en
el hombre toma como hilo conductor la valencia de la luz sobre los demás
objetos sensibles19: ella arrastra, por su calidad y objeto, el destino antro-
pológico de los demás sentidos.
Y no sólo el destino antropológico, sino también el estético. De modo que el
placer visual se convierte en el placer estético por excelencia: o sea, aquel que
define la belleza20. Pues son bellas las cosas que complacen a la vista. Y las
18
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q67, a1, co.
19
La luz es “un acto de lo diáfano en cuanto diáfano” (fw`” dev ejstin hJ touvtou ejnevrgeia
tou`` diafanouj” h{/ diafanev”: De anima, II, c7, 418 b 9). El color es “el confín de lo diáfano en
un cuerpo con término” (extremitas perspicui in corpore terminato: Crw``ma a[n ei[n to; tou`
diafanou`” ejn swvmati wJrismevnw/ pevra”: De sensu et sensato, c3, 439 b 11). En torno a la
doctrina aristotélica sobre la vista, Francisco Suárez destaca cinco puntos importantes: el objeto
visible, el color, la luz, lo diáfano, la oscuridad, y dice en De anima, II, d8, proemio: “1º Visible
es aquello de lo que tenemos visión; por ejemplo: el color. 2º Color es lo que reside por sí mismo
en lo visible. Por tanto el color es lo que mueve a lo actualmente diáfano; y en esto consiste su na-
turaleza. 3º Sin luz no existe lo visible, sino que todo color se deja ver en la luz. 4º Diáfano es lo
que es visible no por sí mismo, sino por mediación de color ajeno. La luz es el acto de lo diáfano,
en cuanto es diáfano. 5º No todas las cosas visibles se ven en la luz, sino solamente el color; de
ellas las hay que pueden verse tanto en la luz como en la oscuridad, otras que sólo en la oscuri-
dad. Lo coloreado aplicado sobre la vista no puede verse. Lo mismo acontece en los demás
sentidos. Si entre lo visible y la vista media el vacío no se realiza la visión”.
20
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q5, a4, ad1: “La belleza y la bondad que hay en un
sujeto determinado son una misma cosa, pues se fundan en una misma realidad, que es la forma, y
por esto lo bueno se considera como bello. No obstante, difieren sus conceptos, porque el bien
propiamente se refiere al apetito, ya que bueno es lo que todas las cosas apetecen; tiene, por tanto,
la índole del fin, debido a que el apetito se comporta como si fuese un movimiento hacia las
cosas. En cambio, lo bello se refiere a la potencia cognoscitiva, pues se llama bello a aquello que
agrada a la vista (pulchra enim dicuntur quae visa placent). Y por eso la belleza consiste en la
debida proporción, ya que los sentidos se deleitan en las cosas debidamente proporcionadas, como
en algo semejante a ellos, pues los sentidos, al igual que toda facultad cognoscitiva, participan en
Dialéctica de la presencia sensible 27
1. Entre el tacto y la vista se ordenan los sentidos. Así podría estimarse una
plausible ley de gradación sensorial que preside la división y determinación de
los sentidos externos en la obra de santo Tomás.
Si la vista es el vuelo corporeizado del espíritu que se quiere distanciar de lo
físico, el tacto es la expresión más inmediata y originaria de la unión sustancial
de alma y cuerpo, de una forma intelectual con una materia. Porque la forma no
es por la materia, sino más bien la materia por la forma. Y en la forma tiene su
razón de ser el hecho de que la materia sea de tal naturaleza, y no al contrario.
Pero esa forma que, en el hombre, es el alma intelectiva ocupa en el orden de la
naturaleza el grado ínfimo entre las sustancias espirituales: el Aquinate indica
neoplatónicamente que a ella no le es connatural el conocimiento innato de la
cierto modo de la razón. Dado que el conocimiento se realiza por asimilación, y la semejanza se
refiere a la forma, lo bello tiene la índole de causa formal”.
21
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q27, a2, ad3: “La belleza es una misma cosa que
la bondad, difiriendo en sus conceptos. Siendo el bien lo que todos apetecen, es propio de su
naturaleza que el apetito descanse en él; a su vez es propio de la belleza el que a su vista o cono-
cimiento se aquiete el apetito (in eius aspectu seu cognitione quietetur appetitus); por eso, los
sentidos que perciben principalmente la belleza son los más cognoscitivos, como la vista y el oído
al servicio de la razón (visus et auditus rationi deservientes). Decimos que hay objetos visibles
bellos y sonidos bellos; en cambio, en los objetos de los otros sentidos no empleamos el nombre
de belleza: no decimos bellos sabores u olores. Resultando así evidente que la belleza añade al
bien cierto orden a la potencia cognoscitiva, de tal modo que se llama bien a todo lo que agrada
en absoluto al apetito; y bello a aquello cuya aprehensión nos complace (id cuius ipsa
apprehensio placet)”.
22
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q39, a8: “La belleza posee tres constitutivos. En
primer lugar, la integridad o perfección: las cosas amputadas son, por lo mismo, desmañadas
(quae enim diminuta sunt, hoc ipso turpia sunt). En segudo lugar, la debida proporción o con-
sonancia. Y finalmente la claridad: de ahí que se llamen bellas las cosas que tienen un color
esplendente (colorem nitidum)”.
28 Juan Cruz Cruz
23
Tomás de Aquino, De veritate, q22, a5. In De anima, II, c19: “El tacto es el fundamento de
todos los demás sentidos: pues es manifiesto que el órgano del tacto se difunde por todo el
cuerpo, y cualquier instrumento de cada uno de los sentidos es también instrumento del tacto”.
Summa Theologiae, I, q78, a3, ad3: “Como parece decir Aristóteles, el sentido del tacto es uno
genéricamente, pero con múltiples especies: y por eso percibe diversas contrariedades. Pero estos
sentidos no están vinculados a distintos órganos, sino que se hallan entremezclados por todo el
cuerpo, y por eso no se echa de ver su diferencia. En cambio, el gusto, que percibe lo dulce y lo
amargo, va unido al tacto en la lengua, pero no en el resto del cuerpo, por lo cual se distingue
fácilmente del tacto. Pudiera, no obstante, decirse que los miembros de una de esas contrariedades
convienen en un género próximo, y todas ellas en un género común, que es el objeto del tacto
tomado en su generalidad. Si bien este género común no tiene nombre, como tampoco el género
próximo de la contrariedad de caliente y frío”.
Dialéctica de la presencia sensible 29
contextura del órgano del tacto, más perfecta será la sensibilidad táctil. Hasta tal
punto se considera lógica esta ley estructural –de lo táctil a lo etéreo– que hasta
los hombres de tacto más delicado son apreciados como los de mejor inte-
ligencia, según la respetable tradición aristotélica24.
2. Del tacto, como sentido necesario y primitivo, brotan acciones que
reportan también el placer más imperioso y primario. En verdad, el placer nace
de operaciones connaturales –o dicho de otro modo, de operaciones que además
de no lesionar la naturaleza, la promueven–. Por tanto, los actos más naturales
del viviente animado son aquellos que mantienen su vida, tanto la individual –
por el alimento– como la específica –por la unión sexual–. Los placeres
alimentarios y los sexuales dependen del tacto.
Esa primitiva expresión trascendental entre alma y cuerpo, el tacto, es
también el venero de los actos más primordiales e inexcusables. También de los
menos espirituales 25. El alma meramente animal, que por su forma queda
absorbida en el destino de la materia, funda también un tacto primitivo, pero ya
rendido a las necesidades imperiosas de un instinto volcado a la supervivencia
meramente biológica. Por eso puede el Aquinate afirmar que el placer produ-
cido por los otros sentidos no es idéntico en el hombre y en el animal. Pues
ocurre que en el animal todo el placer de los demás sentidos se ordena al del
tacto26, por imperio del instinto, “cual sucede, por ejemplo, en el león, que se
recrea viendo al ciervo y escuchando su voz, porque luego ha de ser su
alimento”. El hombre, en cambio, puede experimentar también ese placer, pero
no sólo ése. En él pujan las sensaciones agradables que cada sentido percibe en
su objeto; eso sí, arraigadas en un tacto superior al meramente animal. Y hay
placeres experimentados por diversos sentidos que no pertenecen ya a la con-
servación de la naturaleza, como el de la belleza27.
24
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q76, a5.
25
Tomás de Aquino, In De anima, II, c22: “Entre todos los sentidos, el tacto parece ser el
menos espiritual, aunque sea el fundamento de todos los demás sentidos”.
26
El sentido del tacto se encuentra en todos los animales: Tomás de Aquino, In De anima, II,
c3: “Aristóteles muestra que entre todos los sentidos, el primero que existe en los animales es el
tacto. Y lo prueba diciendo que así como lo vegetativo puede separarse del tacto y de todo
sentido, así también el tacto puede separarse de los demás sentidos. Pues hay muchos animales
que tienen el solo sentido del tacto, como los animales imperfectos. Ahora bien, todos los
animales tienen el sentido del tacto”. Es ésta un tesis admitida por la psicología contemporánea.
El Aquinate añade que sin el sentido del tacto no puede vivir el animal. In De anima, III, c17:
“Siendo necesario al animal poseer el tacto, es obvio que sólo por la privación de este sentido del
tacto necesariamente ha de morir el animal. Aquí, pues, el sentido se identifica con el animal, y no
hay un solo ser que lo tenga que no sea animal, ni hay un solo animal que no tenga este sentido.
Conforme a este sentido se determina la vida animal; y tanto dura el animal cuanto perdura el
sentido del tacto en él”.
27
Tomás de Aquino, Contra Gentes, II, c83.
30 Juan Cruz Cruz
Los animales no sólo conocen las cosas presentes, sino también las ausentes;
si de otro modo fuera, no se moverían para buscar algo ausente, como la comida
o los hijos. De manera semejante, tienen memoria de una realidad pretérita,
porque se vuelven a los mismos lugares, por ejemplo, a los mismos nidos, a los
mismos pastos, etc. Ahora bien, las cosas ausentes no son percibidas por los
sentidos externos, que sólo conocen las mutaciones de los objetos. Pues bien, el
número y orden de facultades sensoriales internas28 nace de la dialéctica misma
de lo sensible que, elevándose sobre la puntualidad del estímulo y del instante,
28
Sobre el alcance de los sentidos internos puede consultarse la siguiente bibliografía: –S.
Adamczyk: De objecto formali intellectus nostri, Analecta Gregoriana, II, Roma, 1933. – M. W.
Bundy: The Theory of Imagination in classical and medieval Thought, Illinois, 1927. –J.
Castonguay: Psychologie de la mémoire, Montréal, 1963. –J. W. Cornman: Perception, Common
Sense, and Science, Newttaven, 1975. –A.da Castronovo: “La cogitativa in S. Tommaso”, Doctor
Communis, 1959 (12), pp. 99-240. –J. de Ercilla: De la imagen a la idea, Madrid, 1959. –S.
Everson: Aristotle on Perception, Oxford, 1997. –G. Fausti: Teoria della astrazione, Padova,
1947. –M. A. Gafney: The Psychology of the Internal Senses, St. Louis, 1942. –G. Garezzo: La
mnemotecnia secondi i sistemi di Cicerone e di S. Tommaso d’Aquino, Bena Vagienna, 1940. –A.
García Jaramillo: La cogitativa en Tomás de Aquino y sus fuentes, Pamplona, 1997. –P. Garin: Le
théorie de l’idée suivant l’école thomiste, 2 vols., Paris, 1932. –D. González: La cogitativa según
Santo Tomás, Manila, 1960. –G. González Carreño: La imagen genérica y la idea, Madrid, 1905.
–J. González Pola: El idealismo tomista, Valladolid, 1957. –F. Leist: Die sensus interiores bei
Thomas von Aquin, Speyer, 1941. –J. A. Lindworsky: Das Seelenleben des Menschen, Bonn,
1934. –B. Lonergan: La notion du verbe dans les écrits de St. Thomas d’Aquin, Paris, 1966. –M.
F. Manzanedo: La imaginación y la memoria según Santo Tomás, Roma, 1978. –J. Muñoz:
Psychologia philosophica, Santander, 1961. –G. Rabeau: Species, Verbum: l'activité intellectuelle
élementaire, París, 1938. –V. Rodríguez: “La imaginación: conservación de las impresiones,
reproducción imaginaria, creación fantástica”, Estudios Filosóficos, 1963 (12), pp. 197-231. –R.
J. Roth: “The Aristotelian Use of Phantasia and Phantasmata”, The New Scholasticism, 1963 (37),
pp. 312-326. –E. J. Ryan: The rôle of the sensus communis in the psychology of St. Thomas Aqui-
nas, Carthagena (Ohio), 1951. –J. Santeler: Der Platonismus in der Erkenntnislehre, des hl.
Thomas von Aquin, Innsbruck, 1939. –A. Suárez: “Los sentidos internos en los textos y en la
temática tomista”, Salmanticensis, 1959 (6), pp. 401-475. –J. de Tonquedec: La critique de la
connaissance, Paris, 1961. –M. Úbeda Purkiss: “El «sensus communis» en la psicología aris-
totélica”, Salmanticensis, 1956 (2), pp. 37-39. –G. van Riet: L’épistemologie thomiste, Louvain,
1946. –G. Verberke: “Le developpement de la connaissance humanae d’après St. Thomas”, Revue
Philosophique de Louvain, 1949 (47), pp. 437-457. –F. A. Walsh: “Phantasm and Phantasy”, The
New Scholasticism, 1935, pp. 116-133. –J. Wébert: “L’image dans l’oeuvre de St. Thomas”,
Revue Thomiste, 1926 (31), pp. 427-445.
Dialéctica de la presencia sensible 31
29
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q78, a4.
30
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q78, a4.
31
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q78, a4.
32 Juan Cruz Cruz
32
Sobre el número de sentidos internos hay diversidad de opiniones entre los autores medie-
vales y renacentistas. Algunos establecieron que eran cinco: sentido común, imaginativa, fantasía
componente y dividente, estimativa y memoria. Santo Tomás atribuye esta opinión a Avicena
(Summa Theologiae, I, q78, a4). También sostuvo cinco Alberto Magno en De anima, II, tract. 4,
c7. Otros, como Suárez, sólo admitieron un solo sentido interno (De anima, III, c30, n16): esas
potencias no se diferenciarían ni real ni formalmente, sino que sólo se distinguirían por sus
diversos actos; de la misma manera que la inteligencia no se distingue porque sea práctica o
especulativa.
Dialéctica de la presencia sensible 33
disconveniente al sentido externo que la percibe –al igual que algunos colores
molestan a la vista, otros la alegran, e igualmente ocurre con los sabores–; sino
también representan la realidad como conveniente o no conveniente a la propia
naturaleza, a su conservación y propagación: y así el pájaro recoge paja no
porque ésta sea útil o deleitable a su gusto y vista, sino porque es útil para
anidar en provecho de su conservación. Luego se da un motivo más alto en estas
intenciones y se presentan de modo más abstracto que los objetos sensibles, en
sí considerados; por eso exigen un principio más alto, puesto que aquella conve-
niencia o disconveniencia a la propia naturaleza o a su conservación no es
representada por ningún sentido externo y es más excelente y más universal que
la conveniencia o no conveniencia respecto a cualquier sentido particular. Eso
exige una facultad superior que no se limite a juzgar sobre los mismos sensibles
y sobre la conveniencia particular de ellos. Quiere esto decir que las formas
intencionales sobresentidas, captadas por la estimativa, no son tales por
representar lo conveniente o disconveniente respecto al sentido externo; pues
todos los sentidos conocen la conveniencia o no conveniencia de su propio
objeto. Las formas sobresentidas representan conveniencias o disconveniencias
superiores, como las que se refieren a la conservación de la naturaleza o de la
descendencia. La paja es vista de color conveniente por el ojo de un ave y
también conveniente para fabricar un nido en el que se conserve a sí misma y a
su descendencia. Las conveniencias meramente sensoriales no requieren de una
forma sobresentida, porque cualquier sentido externo es suficiente para
aprehender lo que le conviene como tal; pero la segunda conveniencia reside en
las formas intencionales sobresentidas, en cuanto que no sólo es percibida la
conveniencia respecto al propio sentido, sino también respecto a otras utilidades
más profundas y, por lo tanto, más generales o abstractas.
Así hay que entender la deducción de los sentidos internos que hace santo
Tomás: “En efecto, a la recepción de las formas sensibles se ordena el sentido
propio y el sentido común. A su retención y conservación se ordena la fantasía
o imaginación, que son una misma cosa. La fantasía o imaginación es, en
efecto, como un depósito de las formas recibidas por los sentidos. A la
percepción de las determinaciones intencionales no percibidas por los sentidos
se ordena la estimativa. Y adviértase que, en cuanto a las formas sensibles, no
hay diferencia entre el hombre y los animales, pues del mismo modo ambos son
modificados por los objetos sensibles exteriores. Pero sí hay diferencia en
cuanto a estas determinaciones intencionales especiales; pues los animales las
perciben tan sólo por cierto instinto natural, mientras que el hombre las percibe
también mediante una cierta deducción. De ahí que lo que nombramos en los
animales como estimativa natural se llame en el hombre cogitativa, la cual
descubre esta clase de representaciones por medio de una cierta comparación.
Por eso se le llama también razón particular, a la cual los médicos le asignan un
determinado órgano, que es la parte media de la cabeza; y confronta estas
34 Juan Cruz Cruz
33
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, q78, a4. La misma doctrina es expuesta en un texto
paralelo de la Quaestio disputata De anima, a13.
34
Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q17, a7, ad3.
35
Cf. Tomás de Aquino, In I Sententiarum, d17, q1, a5, ad3.
36
Tomás de Aquino, Contra Gentes, III, c53.
37
Tomás de Aquino, In III Sententiarum, d38, a1, ad2.
38
In De anima, III, lect2.
Dialéctica de la presencia sensible 35
lo tanto, el Aquinate considera que la vista es nada menos que una facultad
genérica que comprende el sentido externo y el sentido común 39.
39
Manuel Barbado, “La conciencia sensitiva, según Santo Tomás”, La Ciencia Tomista, 1924
(89), pp. 169-203, p. 197.
40
Tomás de Aquino, In De anima, III, c3: “El órgano de cada sentido es inmutado
esencialmente y no accidentalmente por el objeto propio del sentido. Además, cada sentido
discierne (discernit) las diferencias de su objeto sensible propio, como la vista discierne la dife-
rencia de lo blanco y lo negro; el gusto, la de lo dulce y lo amargo; y lo mismo ocurre en los otros
sentidos”.
41
Tomás de Aquino, In De anima, III, c3.
36 Juan Cruz Cruz
pregunta– que como aquella evaluación se produce en la esfera del sentido, más
propiamente ocurrirá por medio del tacto, el cual no sólo es el primer sentido
(primus sensus), sino en cierto modo es raíz y fundamento de todos los sentidos
(radix et fundamentum omnium sensuum), de suerte que incluso por él puede el
animal denominarse sensitivo. Mas a pesar de todo, el Aquinate insiste en que
nuestra masividad corporal, nuestra carne (caro), no es el último órgano del
sentido del tacto: pues como por el tacto se produce tal evaluación, es necesario
que a través del mero contacto de la carne con lo tangible, pero ya en la
interioridad, se produzca la evaluación entre los objetos tangibles y los demás
objetos sensibles. Tal distinción es atribuida al tacto: “no en cuanto es un
sentido propio, sino en cuanto es fundamento de todos los sentidos (fun-
damentum omnium sensuum) y el que más se acerca a la raíz fontal de todos los
sentidos que es el sentido común (sensus communis)”42. Dicho de otra manera:
la conciencia sensitiva –que ilumina en la interioridad del sentido común– es
constitutivamente táctil. La conciencia elemental de realidad es la conciencia de
que ésta se nos da tangiblemente.
En la esfera del sentido común acontecería la misma dialéctica que encon-
tramos en el conocimiento humano superior: la relación entre aprehensión y
juicio; de modo que el aspecto visual del sentido común cumpliría la función
aprehensiva; el aspecto táctil, la función judicativa. Con esta doctrina, santo
Tomás nos induce a reconvertir las determinaciones cognoscitivas en el ser
humano: el juicio intelectual mismo habría de ser interpretado como una
superior modalidad táctil de encuentro con las cosas. La teoría clásica del cono-
cimiento adquiriría, bajo este prisma, una dimensión insólita.
42
Tomás de Aquino, In De anima, III, c3.
43
Por ejemplo, según los antiguos, en el interior del ojo vemos inmediatamente –o sea, sin inter-
mediario alguno– los colores de las cosas que hay fuera de nuestro ojo. Los colores no existen
físicamente como tales en el aire como medio; y el color que vemos, como tal, no está en el ojo,
sino sólo en el objeto externo. Sin embargo, este color físico externo se comunica con el ojo
atravesando el medio espiritualmente, como una determinación intencional o imagen intencional.
Dialéctica de la presencia sensible 37
transeúnte o vial, y así, a través del medio se transmitiría hasta el órgano del
sentido. Por ejemplo, la especie sensible del color, o del sonido o del olor sería
producida en el aire y transportada a la vista.
Para Aristóteles: 1º el objeto no impresiona por sí mismo al sentido; 2º todos
los sentidos tienen un medio; 3º las especies del objeto han de atravesar un
medio antes de ponerse en contacto con el sentido. Dado que las especies
sensibles no son sustancias, sino «accidentes», los aristotélicos admitían que
dichas especies se hallan primero en el medio y después en el sentido. “La
forma del color –dice santo Tomás– tiene en la pared un ser natural, pero en el
medio que la transporta (in medio deferente) tiene un ser intencional”44. O
también: “Como lo sensible es particular no imprime ni en el sentido ni en el
medio una especie de otro género distinto; pues la especie en el medio y en el
sentido es solamente particular”45. La especie puede existir, pues, de manera
intencional en el medio, por ejemplo, en el aire. Ahora bien, aunque en el aire
se reciba intencionalmente la forma de blanco, sin embargo, no se recibe allí
como una perfección real de lo blanco, sino –según muchos aristotélicos– sólo
como una perfección del aire mismo; si bien en el sentido se recibe
intencionalmente la forma de la cosa conocida –en tanto que es perfección de la
cosa–, por cuya virtud el cognoscente puede conocer dicha cosa. Esta solución
pone en evidencia los límites de la teoría del «medio», enredándose en
dificultades como las siguientes: ¿Cómo se puede afirmar que la especie del
color es perfección del aire mismo sin hacer del aire un sujeto que recibe en su
estructura entitativa u operativa un cambio, un complemento de perfección? ¿O
podría quizás decirse que en el aire se recibe la especie de lo coloreado para ser
llevada hasta el sentido, sin que la operación propia del aire reciba mediante tal
especie un incremento determinado? Y si fuese así, ¿para qué serviría el aire
como medio? ¿No sería más correcto sostener que las especies de los objetos
sensibles no se reciben formalmente en el aire como se reciben en la facultad
visiva, o mejor, que no existen las especies en el medio, sino sólo en el sentido;
y que sólo la energía procedente del objeto se transmite por el aire o por un
medio hasta la potencia visiva, en donde se forma y reside propiamente la
especie visual?
2. Además, si las especies son producidas por el objeto en el medio y si las
especies cognoscibles son accidentes –como enseñan los aristotélicos–, no
pueden pasar horizontalmente de mano en mano, o en lenguaje técnico, de
Y a esto concurre la luz como condición. Solamente mediante la luz puede el color producir su
especie en el medio y en el ojo. De veritate, q27, a4, ad4: “La especie del color está en el aire
como una determinación intencional (per modum intentionis) [...], las especies del color están en
el aire espiritualmente”.
44
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q56, a2, ad3.
45
Tomás de Aquino, Q. D. De anima, a4, ad5.
38 Juan Cruz Cruz
sujeto en sujeto; ni pueden cruzar así del objeto al medio y de éste al sentido.
Para solucionar este problema de mediación, los medievales apelaban al influjo
de los astros sobre los cuerpos: una manera de participación formal vertical que
desde los cielos presionaba a los seres corporales y les hacía difundir su ser
formal por todas las vías o medios disponibles. “El cuerpo tiene dos maneras de
actuar. Una que es conforme con lo propio del cuerpo: se trata de que el cuerpo
obra mediante un movimiento [...]. Y tiene otra acción en cuanto el cuerpo
limita con el orden de las sustancias separadas y participa algo del modo de
ellas, como las naturalezas inferiores participan algo de lo que es propio de la
naturaleza superior. Esta acción del cuerpo no está dirigida a que se modifique
la materia, sino a que se difunda la semejanza de su forma en el medio, a la
manera en que la semejanza de la intención espiritual es recibida desde la cosa
en el sentido o en la inteligencia, y de este modo el sol ilumina el aire y el color
multiplica su especie en el medio. En estas naturalezas inferiores uno y otro
modo de acción es causado por los cuerpos celestes. Pues incluso el fuego
modifica por su calor la materia debido a la virtud del cuerpo celeste; y los
cuerpos visibles multiplican sus especies en el medio por la virtud de la luz,
cuya fuente está en el cuerpo celeste. Luego si cesara una y otra acción del
cuerpo celeste, no quedaría ninguna acción en estas naturalezas inferiores”46. De
este modo, la forma del cuerpo propaga o expande así su especie (o intención).
El convencimiento que los medievales tenían de este oficioso «influjo de lo
celeste» era una forma mental básica, una evidencia implícita, que condicionaba
todos los demás argumentos que acerca de la existencia de las especies
intencionales –y de los movimientos físicos– podrían haberse dado 47.
* * *
Dejando aparte esta hipótesis secundaria sobre la propagación de la especie,
rebatida por el hecho de que esta, en cuanto producida en el medio y llevada
hasta el órgano del sentido, no es algo psíquico, sino físico, conviene adentrarse
en el meollo de la sensación misma, para resaltar la considerable aportación
46
Tomás de Aquino, Q. D. De potentia, q5, a8.
47
Por ejemplo, santo Tomás argumenta de modo más convincente que “el receptor no puede
transferir la especie recibida de un género a otro; sin embargo, permaneciendo el mismo género,
puede variar la especie recibida en cuanto al modo de ser” (Q. D. De anima, a4, ad3). La especie
cognoscible no se diferencia del objeto en cuanto al género, sino en cuanto al modo de ser, pues la
forma está de modo natural en el objeto, y de modo intencional en la especie. El género de la
especie cognoscible es el mismo que engloba al objeto sensible: “como lo sensible es algo
particular, no imprime en el sentido ni en el medio una especie de otro género” (Q. D. De anima,
a4, ad5). Por lo tanto, sin necesidad de acudir al «influjo de lo celeste», el principio escolástico de
que “lo que es recibido se acoge según el modo del recipiente” ofrece aquí la clave para entender
que la especie adquiera un modo de ser natural en lo real y un modo de ser intencional en la
potencia cognoscitiva.
Dialéctica de la presencia sensible 39
1. Los sentidos, en cuanto facultades que captan objetos sensibles, son po-
tencias unidas a órganos materiales; cada sentido está formado por dos
elementos esenciales: uno material, que es el órgano; y otro formal, que es la
potencia emanada directamente del alma. El acto de sentir, pues, no procede del
órgano solo ni de la potencia sola, sino del órgano informado: “Hay operaciones
del alma que se ejercen por medio de órganos corporales, como la visión por el
ojo, la audición por el oído; y algo similar ocurre con las demás operaciones de
la parte nutritiva y sensitiva. Por eso, las potencias que son principios de tales
operaciones no existen en el alma sola, sino en el compuesto humano como en
su sujeto”48. El sentido o la facultad sensorial es una estructura constituida por
el órgano y la potencia, la cual es la parte formal del sentido. Pero la potencia
no radica inmediatamente ni en la materia ni en el alma, sino en el órgano
animado, expresión del compuesto de alma y cuerpo. Por tanto, estrictamente
48
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q77, a5. La facultad cognoscitiva sensorial, o el sen-
tido, es el compuesto de órgano (parte material) y potencia (parte formal). Y es preciso destacar
que, en esta doctrina, el «órgano» no es propiamente una materia cualquiera, sino una «materia
animada»: la potencia no radica en el alma sola, sino en esa materia animada que se llama
«órgano». Quiere esto decir que de la unión de la materia primera y de la forma sustancial que es
el alma surge el ser corporal, viviente y sensitivo, o sea, el órgano animado; y de la unión de este
ser sensitivo u órgano con esa forma accidental que es la potencia surge el sentido determinado.
Cuando se estudia la operación de sentir no se examina propiamente la potencia, sino el sentido
constituido por órgano y potencia.
40 Juan Cruz Cruz
2. Causa de la sensación
49
Aristóteles, Metaphysica, XII, c8, 1050 a – 23 b 2.
Dialéctica de la presencia sensible 41
50
Por «objeto» se entiende aquí –como se dijo en una nota anterior– todo aquello que es
conocido por los sentidos externos: no es exactamente la «cosa» ni lo «extramental» o ajeno al
sujeto, sino lo que es esencialmente sensible; es más, aunque sea extramental, el objeto sensible
puede ser intraorgánico y formar parte del propio organismo, como una herida o algo semejante
(Cf. Summa Theologiae, I, q77, a5, ad3). Los objetos de los sentidos son los accidentes
materiales, pues solamente las disposiciones materiales y los accidentes exteriores son conocidos
por los sentidos (Cf. Q. D. De veritate, q10, a4; a5, ad5 y a6, ad6).
51
Tomás de Aquino, Q. D. De veritate, q16, a1, ad3.
52
La acción que del objeto se recibe en el sentido fue llamada «pasión». No se trata de una
pasión propiamente dicha, la cual es debilitante, pues supone pérdida o privación de una forma o
de una perfección; más bien, es una pasión perfeccionante, porque el sujeto que está en potencia
para recibir una perfección, la recibe efectivamente de un agente externo, sin perder ninguna de
las que poseía (Cf. In De anima, II, c11; Summa Theologiae, I-II, q41, a1). La facultad
cognoscitiva sensible recibe una forma que la perfecciona y la determina.
42 Juan Cruz Cruz
53
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q78, a3, co. La inmutación intencional consiste en
que por medio de la forma intencional el objeto sensible actúa sobre la facultad, sacándola de su
indeterminación; el objeto es así el complemento intrínseco de la potencia: es complemento
porque da a la potencia lo que le falta para obrar, y es intrínseco porque se une a la potencia para
que ésta emita su operación propia de conocer. No es un complemento de orden entitativo –a la
facultad no le falta nada para ser órgano y potencia simultáneamente–, sino de orden operativo,
determinando y concretando la actividad, aunque no sustituyendo esa actividad vital, propia del
sentido. Tal especificación y concreción acontece en una asimilación del sujeto al objeto, del
cognoscente a la cosa conocida, siendo pasivo el sujeto y activo el objeto. La inmutación
intencional es la acción por la que el objeto asimila a la facultad y ésta recibe pasivamente la
forma de ese objeto.
54
Tomás de Aquino, In De anima, II, c14. En el texto citado, aparece la palabra «medio», la
cual refleja –como ya se advirtió– el modo de pensar antiguo sobre la propagación de las especies
desde el objeto hasta el sujeto. El sentido no es paciente respecto del objeto sensible como el agua
lo es respecto del fuego. Que la especie sea recibida “en el órgano corporal” o en el “medio”
significa, para un medieval, que el sujeto de las especies es primeramente el medio y luego el
sentido. Summa Theologiae, I, q56, a2, ad3: “La forma del color tiene en la pared su ser natural,
pero en el medio que la transporta tiene un ser intencional”. Y no sólo las especies de la vista,
sino las concernientes a los demás sentidos se conectan previamente a un medio (De anima, a14,
ad5). Para Aristóteles, todas las especies se vinculan a un medio, debido a que: 1º el objeto no im-
presiona por sí mismo al sentido; 2º todo sentido tiene un medio; 3º La especie del objeto ha de
estar intencionalmente en el medio y atravesarlo antes de entrar en el sentido. Teniendo en cuenta
que es propio del cognoscente el recibir en sí mismo de manera intencional la perfección de otro –
tener la forma del otro–, hay que aclarar que, incluso para el Aquinate, esta condición de re-
cepción intencional, compartida por el medio, no es la única del conocimiento, ni en ella consiste
esencialmente el conocer: el acto cognoscitivo es una acción inmanente, no pudiendo consistir
meramente en recibir una forma. De ahí se sigue que, a propósito de la especie visual, aunque en
el aire se recibiera la forma de lo blanco en su ser intencional, sin embargo sólo sería propiamente
conocida cuando el sujeto produjese la cualidad inmanente en que consiste formalmente el
conocer. La exclusión de la hipótesis del «medio» deja, pues, intacto el hecho de que la sensación
es una recepción del objeto.
Dialéctica de la presencia sensible 43
b) La impresión informativa
55
Como ya quedó explicado, lo intencional equivale aquí a lo cognoscitivo o cognoscible que se
opone a lo natural, físico o entitativo. En el compuesto natural de materia y forma, nunca la
materia es la forma; pero en el compuesto intencional de sujeto y objeto, el cognoscente es la cosa
conocida. Además, cuando la materia se une a la forma comparece una tercera entidad, distinta de
sus dos componentes; pero cuando la facultad se une a la forma intencional no resulta un ser
distinto de ambas. La forma intencional es recibida en la facultad cognoscitiva especificando y
determinando la operación del cognoscente: y así, el objeto sensible, por medio de la forma inten-
cional, actúa la facultad y la saca de la indeterminación, disponiéndola para obrar. En el cono-
cimiento sensitivo, la forma intencional es la misma forma del objeto, sólo que bajo otro modo de
ser, justo el inmaterial; ya que el objeto no pasa entitativamente a la facultad, sino que ingresa
mediante la especie intencional (Quodlibetum, VIII, a4, Contra Gentes, IV, c14).
56
El objeto se convierte en un complemento intrínseco de la facultad para realizar su propio
acto. El conocimiento necesita que el objeto haga la asimilación de la facultad, o lo que es igual,
que el cognoscente reciba la forma de la cosa ajena: una recepción que es pasiva en la facultad re-
ceptora y es activa en el objeto que comunica su forma propia. Que el objeto se convierta en un
complemento intrínseco de la facultad no quiere decir que produzca una actividad en la facultad:
toda la actividad de la facultad es propia, vital, oriunda de un principio intrínseco; el sentido no la
puede recibir de un objeto. La función del objeto consiste en concretar y determinar
intencionalmente el sesgo del acto de conocer.
44 Juan Cruz Cruz
57
Una facultad formalmente cognoscitiva es pasiva y actuable por el objeto; pero no es su-
ficiente que el objeto la asista y concurra simultáneamente con ella. Esa facultad sólo depende del
objeto para emitir el acto del conocimiento; y cuando este acto surge de la facultad sale ya
especificado y determinado por un objeto concreto. El acto no brota parcialmente del objeto y
parcialmente de la facultad, sino que se emite con una génesis única y una sola salida: brota como
un acto vital; y a su emisión concurre tanto la vitalidad del sujeto, como la especificación del
objeto. Y puesto que esta unión se realiza dentro de la facultad, donde el objeto no existe
físicamente según el modo entitativo que tiene realmente, conviene que el objeto esté existiendo
según su ser inmaterial o intencional: en una semejanza suya; y de esta manera, debe antes
fecundar la facultad, para que esta pueda emitir vitalmente su acto. En consecuencia, el objeto no
se encuentra solamente de manera extrínseca y como término, sino actuando con su
determinación en el interior de la facultad, fecundándola (Cf. Contra Gentes, III c51; In IV
Sententiarum, d49, q1, a1; De veritate, q8, a1).
58
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q78, a3; In De anima, II, c14.
Dialéctica de la presencia sensible 45
trata de una forma delegada del objeto; y por ella la facultad cognoscitiva se
actualiza y se determina a conocerlo. Incluso cuando el objeto se une a la
facultad por contacto inmediato con el órgano –por ejemplo, cuando hay
conocimiento propio del tacto y del gusto–, y cuando surge el conocimiento de
todos los sentidos externos, el objeto no se hace por sí mismo la forma y la
determinación de la facultad, sino que produce en la facultad algo distinto de sí
mismo, o sea, produce la especie, la impresión informativa.
Tiene capital importancia para la crítica del conocimiento el hecho de que la
unión intencional del sentido y del objeto se haga por medio de la impresión in-
formativa (species impressa). Esta es producida en el sentido naturalmente por
la actividad del objeto externo: su valor es objetivo, pues la impresión in-
formativa sensible es real y causada por un agente extrínseco, y no por el sujeto;
el conocimiento termina en el objeto, cuya forma sensible está en el sujeto.
59
Asimilación equivale, en su significación más amplia, a semejanza. Pero en sentido estricto
significa una identidad, debida a la incorporación de un elemento en otro: en este caso, una cosa
no sólo hace suya a la otra, sino además la convierte en su misma sustancia. En la asimilación hay
un elemento activo o agente –que asimila– y un elemento pasivo –que es asimilado–. El
conocimiento sensible ocurre como una asimilación que tiene su principio activo en el objeto y su
principio pasivo en el sujeto o sentido. Tomás de Aquino, Contra Gentes, I, c65: “la asimilación
que acontece en el conocimiento humano se hace por una acción de las cosas sensibles sobre las
facultades cognoscitivas humanas”. De modo que «cosa sensible» y «facultad humana» acaban
siendo semejantes.
60
Tomás de Aquino, Q. D. De veritate, q8, a5.
46 Juan Cruz Cruz
ción pasiva: “El conocimiento que viene de las cosas conocidas consiste en una
asimilación pasiva, mediante la cual el cognoscente se asimila a las cosas
conocidas que existen previamente; pero el conocimiento que es causa de las
cosas conocidas consiste en una asimilación activa, mediante la cual el
cognoscente asimila a sí lo conocido”61. El fundamento de aquella semejanza
sólo puede consistir en que los dos extremos, sujeto y objeto, tienen la misma
forma62. Sólo cuando el sentido posee la misma forma que tiene el objeto
sensible hay asimilación, o sea, conocimiento. La facultad sensible, pues, acaba
teniendo la misma forma que el objeto. Se trata de la misma forma con iden-
tidad específica y con identidad numérica, aunque de distinta manera63. Y dado
que la forma dat esse (la forma da el ser), se sigue que en la sensación el sentido
tiene en sí mismo la forma del objeto, o sea, está asimilado al objeto: pero se
asimila a los objetos conservando su naturaleza propia. El sentido es la cosa
sensible en el orden intencional; y un sujeto conoce algo cuando es ese algo en
el orden intencional 64.
2. Quiere esto decir –como ya se ha explicado– que lo real entra en el sujeto
por medio de la forma o especie que lo real mismo emite: o sea, entra por medio
de la especie representante o delegada. Pero en el órgano sensorial sólo puede
recibirse la mera forma de las cosas sin la materia: y aunque la forma recibida
en el órgano sensorial sea causada por un cuerpo –compuesto de materia y
forma–, sin embargo, tal cuerpo obra por virtud de su forma, la única que en el
cuerpo es un principio dinámico. Por lo tanto, también para el conocimiento
sensitivo se requiere una semejanza de la forma, una impresión informativa. En
el objeto está la forma en su índole natural o entitativa: determinando y especifi-
61
Tomás de Aquino, Q. D. De veritate, q2, a8, ad2.
62
Tomás de Aquino, Q. D. De veritate, q8, a8: “La semejanza entre dos cosas ocurre por
conveniencia en la forma”.
63
Expliquemos esto. Cuando la conveniencia que hay entre dos cosas sólo se debe a la forma
accidental, y ello sólo específicamente, no numéricamente, entonces hay entre ellas mera seme-
janza externa (v. gr., la blancura que hay en un papel y una pared). Si ambas cosas sólo tienen una
misma forma esencial desde el punto de vista específico, pero no numérico, entonces mantienen
simple igualdad (v. gr., entre dos hombres). Y si dos cosas tienen la misma forma esencial tanto
desde el punto de vista específico como numérico, es que hay estricta identidad entre ellas. En
este último caso, cuando numéricamente se trata de la misma forma que, además, está de la misma
manera en dos sujetos, entonces hay identidad formal. Por último, cuando numéricamente se trata
de la misma forma esencial que, sin embargo, no está de la misma manera en ambos sujetos, es
que hay identidad cognoscitiva. Este último modo de identidad es el prisma bajo el cual debe
entenderse que el conocimiento sensitivo se asimila al objeto: sentido y objeto poseen la misma
forma numérica, aunque no la tienen de la misma manera. Porque la forma está en el objeto
entitativamente –determinando y especificando su ser–, mientras que en el sujeto o sentido está
intencionalmente, determinando y especificando su operación. Y si en el sentido la forma esencial
está sola, en el sentido se encuentra esa forma junto con la forma entitativa del sujeto mismo.
64
Tomás de Aquino, Quodlibetum, VIII, a3.
Dialéctica de la presencia sensible 47
d) La objetivación de lo real
65
Tomás de Aquino, In De anima, III, c7; In De memoria et reminiscencia, 1, lec3; Summa
Theologiae, I, q55, a1; q79, a2; Contra Gentes, III, c49.
48 Juan Cruz Cruz
66
Aristóteles, De anima, III, c8, 431 b 21.
67
Los medievales, por su peculiar concepción del «medio» que se precisa para que, a su través,
el órgano reciba adecuadamente las especies del objeto, llegaron a plantearse si no debería el
órgano estar solamente en potencia respecto a las especies intencionales, pero no respecto a las
cualidades reales. Los tomistas respondían que debe estar en potencia para ambas cosas. Pues la
facultad recibe, en cuanto potencia, las especies intencionales y, en cuanto órgano físicamente
dispuesto, debe carecer de las cualidades de su objeto, como el órgano de la vista debe carecer del
color real y el del oído del sonido; y no es suficiente que carezca de las especies intencionales,
como la del color. Por lo tanto, aunque el sentido solamente debe ser actuado intencionalmente
por la impresión informativa, sin embargo, el órgano debe carecer de la cualidad de su objeto;
“consecuentemente, debe estar en potencia respecto a la cualidad como actuable y como capaz de
ella y estando carente de ella, aunque de hecho no sea actuada; de otra manera, si la poseyera y no
careciera de ella, por esto mismo, la facultad u órgano tendría el impedimento de no poder ser
llevada universal e indiferentemente a los colores, olores, etc.”. Cfr. Juan de santo Tomás, Phil
Nat., IV Pars, q5, a4.
Dialéctica de la presencia sensible 49
e) La inmaterialidad de la sensación
68
In De anima, III, c7; también c8 y c9.
50 Juan Cruz Cruz
69
Summa Theologiae, I, q14, a1; De veritate, q2, a2.
70
El sujeto cognoscente no recibe las formas o especies de las cosas simplemente por estar en
potencia –pues la potencia sólo explica, en la realidad física, la receptividad que es propia de la
materia respecto a la forma y del compuesto sustancial respecto a los accidentes–, sino por estar
en acto. Solamente hay conocimiento por el acto y desde el acto: el ser que careciese de todo acto
no podría esencialmente ni conocer ni ser conocido. Pues bien, tanto el sentido como lo sensible
–v. gr., el oído y el sonido– tienen dos significados, a saber, en acto y en potencia. Dado que la
acción y la pasión tienen por sujeto el paciente y no el agente, pero sólo en cuanto principio
material, entonces el acto del objeto sensible y el acto del sentiente se hallan en lo sensitivo como
en su sujeto. Siendo esto así, ¿se conservan y se corrompen simultáneamente tanto el sentido
como los objetos sensibles? Para Aristóteles, como el acto de lo sensible y del sentido son
idénticos en un mismo sujeto, aunque difieran conceptualmente, es necesario que el oído
considerado en acto y el sonido considerado en acto se conserven y se corrompan
Dialéctica de la presencia sensible 51
1. Aristóteles explica que las cosas captadas como objetos por los sentidos
son sensibles o aijsqhvmata de tres modos. De dos modos esencialmente,
kaq’auJtov, porque inmutan de suyo, por su naturaleza y capacidad propia, al
sentido; y de un solo modo accidentalmente, kata; sumbebhkov”, porque no in-
mutan de suyo o por su propia naturaleza al sentido, aunque estén siempre
unidas al objeto que es esencialmente sensible.
a) Entre los objetos esencialmente sensibles, se llama propio aquel objeto
que no solamente por su propia naturaleza, sino también de manera primaria,
mueve al sentido externo singular: por eso fue llamado objeto per se primo, o
sea, objeto que es esencial y primariamente sensible: el que se adecúa plena-
mente a la facultad y le da una especificación propia, no pudiendo ser percibido
por otro sentido71.
b) Y hay otro tipo de objetos esencialmente sensibles que son percibidos en
común por todos los sentidos. Los objetos sensibles comunes son, según santo
Tomás, cinco: el movimiento, la quietud, el número, la figura y el tamaño. Estos
no son propios de ningún sentido, sino comunes a todos, mas no como si todos
ellos fuesen comunes a todos: sólo algunos de ellos, a saber el número, el
movimiento y la quietud son comunes a todos los sentidos. Por su parte, el tacto
y la vista perciben los cinco 72. Estos objetos comunes, por estar
simultáneamente; y lo mismo ocurre con el sabor y el gusto, y con los restantes sensibles y
sentidos. Mas, si se consideran en potencia, no es necesario que simultáneamente se corrompan o
se conserven. Con este argumento excluye Aristóteles la opinión de los más antiguos naturalistas,
los cuales opinaban que nada es blanco o negro sino cuando es visto, ni tiene sabor sino cuando es
gustado, y de igual modo ocurriría respecto de los restantes objetos sensibles y sentidos. In De
anima, III, c2: “En cierto modo tenían razón y en cierto modo no. Pues como el sentido y el
objeto sensible tienen un doble significado, a saber en acto y en potencia, respecto al sentido y a
lo sensible en acto ocurre lo que sostenían: que no se da el objeto sensible sin el sentido. Pero esto
no es verdadero del sentido y de lo sensible en potencia”.
71
Aristóteles, De anima, II, 6, 418 a 8 – 25.
72
Debe advertirse que los objetos sensibles comunes no son los objetos propios del sentido
común. Este es cierta facultad sensorial interna en la que terminan –como en el centro los radios–
las inmutaciones de todos los sentidos. Por eso es imposible que el sentido común tenga un objeto
adecuado que no sea el objeto del sentido propio; y sobre las mismas inmutaciones de los sentidos
propios por sus objetos tiene el sentido común unas operaciones características que los sentidos
propios no pueden tener: él es el que percibe las mismas inmutaciones de los sentidos y discierne
(discernit) entre los objetos sensibles de los diversos sentidos, v. gr. entre lo blanco y lo dulce.
52 Juan Cruz Cruz
Además, que los objetos sensibles comunes figuren como objetos propios del sentido común, no
excluye que sean objetos accidentalmente sensibles respecto de los sentidos propios (In De
anima, II, c13).
73
“El tamaño y el número son indudablemente especies de la cantidad. La figura es una cuali-
dad que afecta a la cantidad, puesto que consiste en el contorno de la magnitud. El movimiento y
el reposo se dejan sentir según sean unas o múltiples las relaciones del sujeto con respecto a la
magnitud del objeto o la distancia, como en el movimiento de crecimiento y en el movimiento
local; también con respecto a las cualidades sensibles, como en el movimiento de alteración. De
suerte que sentir el movimiento y el reposo equivale en cierto modo a sentir lo uno y lo múltiple.
Ahora bien, la cantidad es el sujeto próximo de la cualidad alterante, como la superficie lo es del
color. Por tanto, los sensibles comunes no mueven al sentido directamente y por sí mismos, sino
por razón de la cualidad sensible; como la superficie por razón del color. Y, sin embargo, no son
realidades sensibles indirectamente percibidas, puesto que establecen diversidad en la inmutación
del sentido. El sentido es inmutado por una superficie grande de distinto modo que por una
pequeña; pues incluso de la blancura misma se dice que es grande o pequeña y, en consecuencia,
se divide por su propio sujeto” (Summa Theologiae, I, q78, a3, ad2). Todos los objetos sensibles
comunes están contenidos en los señalados por Aristóteles y participan de alguna manera de la
cantidad. Si participan de la cantidad continua, se reducen al tamaño, del que en algo participan la
posición, la distancia y el vestido que connotan esa cantidad. Si participan de la cantidad discreta,
se reducen al número, al que también se reduce la unidad, puesto que es el principio del número.
Si participan de la cantidad sucesiva se reducen al movimiento, al que también pertenece el
tiempo que es duración y medida del movimiento.
Dialéctica de la presencia sensible 53
74
In De anima, III, c1: “Porque cualquier objeto que es conocido por un sentido como su objeto
sensible propio, sólo es captado por los demás sentidos accidentalmente. Ahora bien, los objetos
sensibles comunes no se perciben accidentalmente por ningún sentido, sino que son percibidos
esencialmente por muchos. Por lo tanto, los sensibles comunes no son objeto propio de ningún
sentido. Acerca de este asunto, Aristóteles determina tres puntos. Primero, expone la conclusión,
diciendo que no puede existir un órgano propio del sentido que conozca los objetos sensibles
comunes –que son el movimiento, el reposo, etc.–, sino que los percibimos esencialmente por
cada uno de los sentidos y no accidentalmente. Segundo, prueba que estos sensibles comunes son
percibidos de modo esencial y no accidentalmente. En verdad los objetos que son percibidos
porque inmutan al sentido, se sienten esencialmente y no accidentalmente, pues esto es sentir
esencialmente: padecer algo por el objeto sensible. Mas todos estos objetos sensibles se perciben
por cierta inmutación. Por esto afirma que todos ellos los percibimos por el movimiento, es decir,
por cierta inmutación. Es manifiesto que la magnitud inmuta al sentido, porque es el sujeto de la
cualidad sensible, como el calor, el sabor y otras que no obran sin su sujeto. Incluso se evidencia
que también conocemos la figura por cierta inmutación, porque la figura es una especie de
magnitud, ya que constituye el contorno de la magnitud; la figura, como se dice en el libro
primero de Euclides, es lo contenido por el término o términos. Es claro también que la quietud se
comprende por el movimiento, al igual que las tinieblas por la luz; pues la quietud es la privación
de movimiento. El número también es conocido por la negación del continuo que es la magnitud;
en verdad el número de las cosas sensibles es producto de la división del continuo; de ahí que las
propiedades del número se conozcan por las propiedades del continuo; y así como el continuo es
divisible al infinito, el número puede crecer al infinito, como se esclarece en el libro tercero de la
Física. Es manifiesto también que cada sentido propio conoce un objeto porque es inmutado por
uno sólo. De ahí que estos objetos sensibles comunes se sientan esencialmente y no acciden-
talmente. Por esto concluye que es imposible que exista algún sentido propio de alguno de ellos.
Tercero, muestra que si se percibiesen propiamente por algún sentido, serían objetos
accidentalmente sensibles. Así afirma que lo mismo ocurriría con los objetos sensibles comunes,
si fuesen objetos propios de algún sentido, como cuando por la vista percibimos lo dulce. Esto es
así porque poseemos un sentido para ambos, a saber, para lo blanco y lo dulce. Por tal razón,
cuando éstos coinciden en un mismo objeto, aquello que pertenece a un sentido es conocido
esencialmente por ese sentido y accidentalmente por otro. En consecuencia, al ver lo
esencialmente blanco, vemos accidentalmente lo dulce. [...] Los sentidos perciben
accidentalmente entre sí los objetos sensibles propios, como por ejemplo la vista el objeto
sensible del oído, e inversamente. Ahora bien, la vista no conoce el objeto sensible del oído ni el
oído el sensible de la vista en cuanto tales, porque la vista nada padece por lo audible, ni el oído
por lo visible”.
54 Juan Cruz Cruz
75
In De anima, II, c13.
76
El objeto sensible común no inmuta el sentido mediante una especie distinta de la especie del
objeto sensible propio, pero es como la condición y modificación del sensible propio. En cambio,
el objeto que es accidentalmente sensible se comporta como el sujeto sustentador de ambos, a
saber, del sensible propio y del común (Báñez, Summa Theologiae, I, q78, a3, dub9; Suárez, De
anima, III, c8, n5). El mismo santo Tomás, In De anima, II, c13, afirma que los objetos sensibles
comunes “realizan la modificación de los sentidos no en cuanto a la especie del agente, sino en
Dialéctica de la presencia sensible 55
cuanto al modo de la acción”; y en Summa Theologiae, I, q78, a3, ad2, dice: “Los objetos
sensibles comunes no mueven al sentido de manera primaria y esencial, sino por razón de la
cualidad sensible, como la superficie por razón del color”. Para que el objeto sensible común
mueva especificativamente algún sentido –indica Juan de santo Tomás en la obra antes citada–, es
necesario que no lo haga por razón de sí mismo, sino por razón del objeto sensible propio e
incluyendo la razón formal de éste; en consecuencia, lo que es distinto del objeto sensible propio
no puede emitir la especie al sentido, porque es la especie emitida la que inmuta y mueve la
facultad. Así pues, como la modificación no puede ponerse separadamente de la realidad de la que
es modo, tampoco el objeto sensible común que modifica al sensible propio puede representar
separado del sensible propio del que es modo, principalmente cuando depende de estas
modificaciones la singularidad del sensible propio.
77
In De anima, II, c13. El objeto accidentalmente sensible no se muestra propiamente al sen-
tido, ni es aprehendido en verdad por él, sino que es representado por otra facultad cognoscitiva y
se añade al conocimiento del sentido: no es objeto propiamente, sino objeto concomitante o algo
que se añade al objeto. Así la sustancia corpórea es accidentalmente sensible: no comparece
propiamente a ningún sentido, ni es conocida por sentido alguno, sino solamente por la
inteligencia, y viene unida a los accidentes que son conocidos por los sentidos. Tampoco el sabor
y el olor de la manzana son objetos esencialmente visibles, sino solo accidentalmente: el sabor y
56 Juan Cruz Cruz
78
Fabro, C.: Percepción y pensamiento, Eunsa, Pamplona, 1978, 85.
79
Gredt, J.: De cognitione sensuum externorum, Roma, 1924. Un libro claro y profundo, que
desarrolla equilibradamente las distintas sensaciones y sus respectivos objetos sensibles.
58 Juan Cruz Cruz
1. La naturaleza de la sensación
80
Summa Theologiae, I, q56, a1.
Dialéctica de la presencia sensible 59
lado, el sentido es activo respecto a su propio acto, pues él mismo lo pone: acto
que se sigue de la recepción de la impresión informativa sensible, y en ese acto
consiste esencialmente la sensación. Esta no es, pues, una mera recepción de la
impresión informativa sensible, sino una operación que le sigue. Ahora bien,
esta no es acción transitiva.
De un lado, en la recepción de la impresión informativa sensible se com-
porta el sujeto de manera puramente pasiva, de suerte que, desde esta pers-
pectiva, toda la actividad ha de ser atribuida a la realidad externa: se trata en
este caso de una actividad transitiva que proviene de la cosa externa y es re-
cibida en el sujeto. De otro lado, la sensación misma es una acción del viviente
y no de las cosas externas, que bien podrían ser inanimadas: procede, así,
eficientemente del mismo sujeto que conoce y, una vez producida, permanece
en el mismo sujeto: es inmanente.
2. Y es que hay en el hombre potencias cuyo fin es el uso o ejercicio de la
misma potencia, de modo que la acción queda en el interior de aquélla: son ac-
ciones inmanentes; y otras potencias que tienen por fin la producción de alguna
cosa externa, pasando la acción propiamente al efecto: son acciones transitivas.
En la acción inmanente sólo comparecen dos elementos: la potencia y la acción,
pero de suerte que la acción se remansa en la potencia; no hay efecto distinto de
la misma acción, la cual permanece en la potencia productora justo para
perfeccionarla. La acción transitiva muestra tres elementos: la potencia, la
acción y el efecto externo, distinto de la acción: la acción pasa al efecto, al igual
que el movimiento está en la cosa movida. “El fin último de algunas potencias
activas es solamente el uso de la potencia y no algo efectuado por la acción de
la potencia, como el fin último de la potencia visiva es la visión, y fuera de ésta
no es producido ningún efecto por la potencia visiva. Pero en otras potencias
activas surge algo además de la acción [...]. Cuando por la acción de la potencia
se constituye algún efecto externo, esa acción perfecciona al efecto y no al
agente. Pero cuando no hay ningún efecto externo realizado por la acción de la
potencia, entonces la acción existe en el agente también como perfección suya y
no pasa a perfeccionar ningún efecto exterior, al igual que la visión está en el
vidente y es su perfección”81. En la acción inmanente no hay efecto distinto de
la misma acción, pues esta queda inscrita en la potencia que la produce,
perfeccionándola además. Se trata, desde el punto de vista ontológico, de una
cualidad que permanece, no de una acción que se desplaza. A la prime9ra suele
llamarse acción metafísica; a la segunda, acción predicamental: “La acción que
es un predicamento significa algo que sale del agente y que se produce con
81
In Metaphysicam, IX, lect8. Para evitar equívocos, santo Tomás propone varias veces que las
acciones inmanentes sean llamadas «operaciones», v. gr. en Contra Gentes, II, c1 y De veritate,
q8 a6.
60 Juan Cruz Cruz
82
In I Sententiarum, d8, q4, a3.
83
De veritate, q8 a7 ad2. La fórmula del texto es sicut duo ex quibus fit unum.
84
Summa Theologiae, I, q55, a1, ad2.
Dialéctica de la presencia sensible 61
85
“Aunque el vidente no esta coloreado, puede incluso afirmarse que el vidente está como co-
loreado, pues en él se da una semejanza del color, y de ahí es que el vidente sea semejante a lo
coloreado [...]. Que el vidente sea en cierto modo coloreado, se prueba por el hecho de que cada
órgano del sentido es receptivo de la especie sensible sin la materia” (In De anima III c2).
86
De veritate, q8, a6 y Summa Theologiae, I, q79, a2.
62 Juan Cruz Cruz
87
Cfr. Juan Cruz Cruz, “Emanación: ¿un concepto neoplatónico en la metafísica de Tomás de
Aquino?”, Anuario Filosófico, 2000 (33), pp. 461-489.
88
Cfr. Manuel Barbado, “Teoría del conocimiento sensitivo”, en su libro Estudios de Psicología
experimental II, Madrid, 1948, 55-56.
89
Francisco de Silvestre, el Ferrariente, In Contra Gentes, II, c57.
Dialéctica de la presencia sensible 63
por cuya razón decimos que nuestro sentir es previamente cierto padecer. Mas
el segundo es formalmente la sensación y es causada por el primero; por eso
nuestro sentir es sólo causalmente cierto padecer”90. Oler no consiste en recibir
pasivamente el olor, sino sentir el olor. Por lo tanto, la unión del objeto con el
sentido constituye la sensación causalmente, pero no formalmente; pues esa
unión es causa de la sensación, mas no es la sensación misma: “Todo
conocimiento se realiza por asimilación del cognoscente a la cosa conocida, de
modo que esa asimilación es causa del conocimiento; como la vista, al quedar
preparada por la especie del color, conoce el color”91. La asimilación, la unión
de la potencia con el objeto, no es el conocimiento, sino la causa del
conocimiento.
c) La inmaterialidad de la sensación
90
Domingo Báñez, In Summa Theologiae, I, q78, a3, dub1. Santo Tomás afirma que los
sentidos tienen, aparte de la función pasiva, una operación característica que consiste en un
“judicium de propriis objectis” (Quodl VIII, a3). “El sentido propio juzga acerca del objeto
sensible propio, distinguiéndolo de todo lo que cae bajo el mismo sentido; por ejemplo, discierne
lo blanco de lo negro o de lo verde” (Summa Theologiae, I, q78, a4, ad2). El juicio sensorial
consiste tan sólo en discernir objetos que formalmente pertenecen al mismo sentido –es este un
juicio impropiamente dicho–, como la vista discierne entre lo blanco y lo negro; pero no es
competente en discernir objetos que pertenecen a varios sentidos distintos y que le son, por tanto,
ajenos.
91
De veritate, q1, a1.
64 Juan Cruz Cruz
92
Summa Theologiae, I, q14, a1.
93
Aristóteles, De anima II 12, 424a32.
94
In De anima II c2. Aunque algunas veces el Aquinate toma la espiritualidad como equiva-
lente de inmaterialidad, conviene advertir que, en los textos decisivos, jamás confunde la una con
Dialéctica de la presencia sensible 65
la otra: la inmaterialidad es más universal que la espiritualidad, pues no todo ser inmaterial es
espiritual. Inmaterialidad significa independencia de la materia; esta independencia puede ser
mayor o menor: inmaterial es también lo que no depende totalmente de la materia, por tener
energías superiores a las materiales, es lo que no está coartado a todas las condiciones de la
materia. Espiritualidad, en cambio, significa inmaterialidad simple, total independencia subjetiva
de la materia en el ser y en el obrar. Así lo entiende santo Tomás en el siguiente texto,
refiriéndose primero a lo espiritual estricto y luego a lo inmaterial: “Existe una cierta operación
del alma que de tal manera sobrepuja la naturaleza corporal que ni siquiera se ejerce mediante
órgano corpóreo: tal es la operación del alma racional. Inferior a ésta hay otra operación del alma,
que se realiza mediante un órgano corporal, aunque no mediante cualidad alguna corpórea: tal es
la operación del alma sensitiva; pues si bien para el ejercio de los sentidos son necesarios el calor,
el frío, la humedad, la sequedad y otras cualidades corpóreas, no lo son, sin embargo, de tal modo
que la operación del alma sensitiva se produzca en virtud de tales cualidades, sino que se
requieren exclusivamente para la debida disposición del órgano. La ínfima entre las operaciones
del alma es la que se produce mediante un órgano corpóreo y en virtud de alguna cualidad
corpórea” (Summa Theologiae, I, q78, a1).
95
Hay un grado de inmaterialidad, propio del sentido: “Dentro de este grado ocurre que en el
alma están las cosas sin sus materias propias; pero mantienen la singularidad y las condiciones
individuales que se siguen de la materia; y este es el grado del sentido, el cual puede recibir
especies individuales sin materia, aunque siempre en el órgano corporal” (De anima a13).
96
De veritate, q2 a2.
66 Juan Cruz Cruz
97
A esta posesión intencional de la cosas, que es una eminente perfección, le dedicó el Aquinate
una excelente glosa en De Veritate: “Una cosa es perfecta de dos modos. De un modo, por la
perfección de su ser, el cual le corresponde según su propia especie. Pues el ser específico de una
cosa es distinto del ser específico de otra. En toda cosa creada que es de esta condición, la perfec-
Dialéctica de la presencia sensible 67
ción es tan absolutamente deficiente en cada una de las cosas cuanta es la cantidad de perfección
que en otras especies se da, de manera que la perfección de cada cosa en sí considerada es
imperfecta como parte de la perfección de todo el universo. Esta perfección es el resultado de las
perfecciones reunidas de las cosas singulares. Para remedio de esta imperfección, se da otro modo
de perfección en las cosas creadas: acontece cuando la perfección que es propia de una cosa se da
en otra. Es la perfección del cognoscente en cuanto cognoscente. Según esto, el cognoscente
conoce algo que, en cierto modo, es el mismo conocido en el cognoscente. Por eso dice
Aristóteles en el libro III Del alma, que el alma puede conocer todas las cosas, pues por su
naturaleza está constituida para conocerlas todas. Puede darse, de este modo, en una cosa la
perfección de todo el universo. Luego esta es la última perfección que puede conseguir el alma,
según los filósofos, de modo que en ella se refleje todo el orden del universo y de sus causas. [...]
Mas la perfección de una cosa no puede estar en otra según el ser determinado que en aquella
cosa tenía. Para que pueda naturalmente estar en otra cosa, hay que considerarla sin aquello que
por naturaleza puede determinarla. Y ya que las formas y las perfecciones de las cosas están
determinadas por la materia, acaece, en este aspecto, que una cosa es cognoscible en la medida en
que se separa de la materia. Es, por tanto, necesario que sea también inmaterial aquello en lo que
la perfección de tal cosa se reciba. Si fuere material, la perfección recibida estaría en ello según su
ser determinado, y, así, no estaría ahí según que es cognoscible, es decir, como la perfección
existente de uno puede estar naturalmente en otro. Por eso, erraron los antiguos filósofos que
afirmaron que lo semejante es conocido por lo semejante. Con ello sostenían que el alma, que
conoce todas las cosas, estaba materialmente constituida de todas ellas, como la tierra conoce la
tierra, el agua el agua. Y así las otras cosas. Juzgaron que la perfección de la cosa conocida debe
estar en el cognoscente según el ser determinado que en la propia naturaleza tiene. Sin embargo,
la forma de la cosa conocida no se recibe de esa manera en el cognoscente. Dice, por ello, el
Comentador en el libro III Del alma, que no con el mismo modo de recepción se reciben las
formas en el intelecto posible [cognoscente] y en la materia primera. Es necesario que algo se
reciba inmaterialmente en el intelecto cognoscente. Observamos que la naturaleza del
conocimiento se da en las cosas según el orden de inmaterialidad que hay en ellas: nada
inmaterial pueden recibir las plantas ni las otras cosas inferiores. Se hallan, así, privadas de todo
conocimiento, como es patente en el libro II Del alma. El sentido recibe especies sin materia,
aunque con condiciones materiales. Mas la inteligencia recibe también las especies, aunque
depuradas de las condiciones materiales” (De veritate, q2 a2).
68 Juan Cruz Cruz
98
De anima q13.
Dialéctica de la presencia sensible 69
2. Organicidad de la sensación
a) Operación transcorporal
99
De anima I 1, 403a6; De sensu et sensato 1, 436a8-9. Ya ha sido dicho que, en el plano
sensitivo, la «facultad» es una estructura formada por la potencia (como forma) y el órgano (como
materia).
70 Juan Cruz Cruz
dos operaciones –la corporal y la psíquica–, sino una e indivisa operación: acto
de un compuesto100. A diferencia de la sensación, la intelección es realmente
una operación del alma sola. Esa tesis de la sensación ejemplifica la doctrina
aristotélica de que el cuerpo y el alma constituyen una naturaleza, y que el alma
sensitiva se reabsorbe en la forma sustancial.
La sensación comparece así como una cualidad, una operación vital que,
como tal, no puede colocarse en la categoría de la extensión, ni es extensa por sí
misma: sólo es accidentalmente extensa, en razón del sujeto del cual es acto. Y,
por lo mismo, la sensación es esencialmente una: pues si estuviese compuesta
de dos realidades –una física y otra psíquica– uno de los elementos estaría en el
cuerpo y el otro en el alma.
2. La tesis de que la sensación es una operación orgánica la extrae Aristó-
teles del hecho de que ella se especifica por el objeto formal, de modo que el
grado de perfección de la sensación depende de la perfección que tenga su
objeto formal. Mas ese objeto formal –el color, el sonido, el olor, etc.– está
intrínsecamente afectado de materialidad; lo cual hace que la sensación también
lo esté de la misma manera, pues se relaciona intrínsecamente a la materia: se
refiere a ésta como a su causa, no ciertamente como a su causa única, pero sí
como a su concausa101.
100
El principio total de la sensación es el órgano animado o el órgano informado por la potencia
sensitiva: siendo esta potencia solamente un principio parcial. “El sujeto de la potencia operativa
es lo que tiene capacidad para obrar, puesto que todo accidente da nombre a su sujeto propio. Uno
mismo es, pues, el que puede obrar y el que obra. Luego es preciso que la potencia pertenezca a
quien realiza la operación, como a sujeto, como dice Aristóteles. Pero, según hemos dicho, hay
ciertas operaciones del alma que se ejecutan sin la intervención de órganos corporales. Por tanto,
las potencias que son principio de estas operaciones se hallan en el alma como en su propio
sujeto. Mas hay también otras que se ejecutan por medio de los órganos corporales, como la de
ver, mediante los ojos; la de oír, mediante los oídos; y lo mismo se debe decir de todas las demás
potencias vegetativas y sensitivas. Por consiguiente, las potencias que son principio de tales
operaciones se hallan en el compuesto como en propio sujeto, y no en el alma sola” (Summa
Theologiae, I, q77, a5). “Todas las potencias pertenecen al alma, no como a sujeto, sino como a
principio, puesto que al alma se debe el que el compuesto pueda realizar tales operaciones”
(Summa Theologiae, I, q77, a5, ad1). “Todas las potencias del alma están en ella antes de estar en
el compuesto, no como en su propio sujeto, sino como en su principio” (Summa Theologiae, I,
q77, a5, ad2).
101
No debe extrañar que Aristóteles, a pesar de su rotunda afirmación de la inmaterialidad del
conocimiento sensitivo, señale que los sentidos son “materiales”. Los llama materiales por su
relación a la misma materia: si esta relación fuese de identidad, entonces el sentido sería es-
trictamente material; pero dicha relación sólo expresa una dependencia intrínseca en el orden de
la causalidad. Cierto es que la dependencia puede ser mayor o menor: por eso las cosas pueden
ser más o menos materiales. Por su parte, la sensación es “material” porque depende intrínseca-
mente de la materia: es un acto del compuesto humano; aunque es menos material que el acto de
la vida vegetativa, al depender de la materia menos que éste: si el acto de la vida vegetativa se
Dialéctica de la presencia sensible 71
Varias veces hace notar el Aquinate que el sentido es receptivo de las es-
pecies sin materia, y que la receptividad también conviene a la inteligencia. Mas
recuerda que para los platónicos el sentido no es una facultad que reside en el
cuerpo, como tampoco lo es la inteligencia. Para excluir esta tesis Aristóteles
asignó un órgano al sentido, explicando que el órgano del sentido se engloba en
una facultad que recibe las especies sin materia. Subraya, en tal dirección, el
Aquinate que “el órgano del sentido junto con la misma potencia, por ejemplo el
ojo, constituyen un mismo sujeto, pero por su esencia son diferentes, porque la
índole de la potencia difiere del cuerpo, ya que la potencia es como la forma del
órgano. Por eso añade Aristóteles que lo extenso, o sea el órgano corpóreo, es el
que siente, el que recibe la sensación, como la materia a la forma. Sin embargo,
la esencia de la extensión no es la misma que la de lo sensitivo o del sentido,
sino que el sentido es cierta razón o proporción, forma y potencia de aquella, es
decir de la extensión [...]. En base a lo expuesto se ve claramente por qué los
objetos sensibles de grado excesivo dañan los órganos de los sentidos. Para que
se sienta en los órganos sensoriales es necesario que se dé cierta proporción,
como se dijo. En consecuencia, si el movimiento sensible fuese muy fuerte,
excediendo la capacidad receptiva del órgano, se destruiría la proporción y se
dañaría el sentido que, como fue dicho, consiste en una proporción orgánica.
Sucedería aquí como cuando alguien pulsa muy fuerte las cuerdas y destruye la
sinfonía y la afinación del instrumento que consiste en una proporción”102.
Todas las sensaciones, incluso las más corporeizadas, como las táctiles103,
cumplen el requisito de que la sensación es un acto inmanente, el cual per-
manece en el sujeto que la produce. Ahora bien, según lo establecido por
Aristóteles, es producida tanto por el alma como por el cuerpo, los cuales
intrínsecamente se unen para constituir un solo sujeto, una naturaleza. No
pueden concebirse el alma y el cuerpo como dos previas sustancias completas
que se conectan posteriormente formando unidad meramente dinámica u
operativa, pero no intrínseca y sustancial o entitativa. Al subrayar que la sen-
realiza por fuerzas afines a la materia, la sensación se realiza por fuerzas especiales, a saber,
intencionales o inmateriales.
102
In De anima II c2.
103
Paulus Siweck, Psychologia Metaphysica, Roma, 1962, 196. La experiencia de las sensa-
ciones táctiles corrobora, según Siwek, esa tesis. Pues experimentamos en ellas que nuestra
sensación es coextensiva al objeto: v. gr., la sensación del tacto es coextensiva al objeto del tacto.
El modo de ser extenso no conviene sólo al objeto sentido, sino también al acto de sentir: pues en
la sensación táctil el mismo acto de la sensación se adecua al objeto extenso. De aquí se sigue que
o bien la sensación misma es en sí formalmente extensa –en cuyo caso el acto que es formalmente
extenso no puede ser acto del alma sola, la cual es de suyo simple– o bien al menos que es un acto
del sujeto extenso –de modo que este sujeto, cuyo acto es una sensación, no puede ser el alma
sola, la cual es simple–. Por lo tanto, la sensación no es acto del alma sola, sino del compuesto,
Cfr. Siwek, o. c., 197.
72 Juan Cruz Cruz
104
Paulus Siweck, Psychologia Metaphysica, Roma, 1962, 197.
105
Paulus Siweck, Psychologia Metaphysica, Roma, 1962, 198.
106
Aristóteles, De anima III 4, 429a41 y 429b5.
Dialéctica de la presencia sensible 73
107
In De anima III c7.
74 Juan Cruz Cruz
c) Sede de la sensación
108
In De anima III c2.
Dialéctica de la presencia sensible 75
se ejerce en los órganos propios de cada uno de los sentidos? Para los
aristotélicos, así es.
2. Ahora bien, conforme han avanzado las investigaciones fisiológicas y
neurológicas se ha insistido también en que el órgano que emite la sensación es
el cerebro, o mejor, el cortex cerebral. ¿No habría que decir entonces que la
sensación se realiza en los centros sensoriales del cerebro, responsables de la
vista, del oído, etc.? ¿Acaso cuando se destruye un centro cerebral, no se
elimina la sensación que le corresponde? Por tanto, ¿no sería exacto afirmar que
la sede de todos los sentidos externos está en el cerebro? ¿No sería preferible
decir que el órgano sensitivo externo, como el ojo, se limita a recibir de modo
puramente pasivo las impresiones o estímulos externos, los cuales serían
transmitidos por los nervios aferentes al cerebro, donde se realizaría
formalmente la sensación? Desde esta perspectiva, los órganos sensoriales
externos serían meros aparatos receptivos. ¿Cómo habría que interpretar en-
tonces el hecho de que nos parezca sentir el calor, por ejemplo, en el mismo
dedo que toca el fuego, y no en el cerebro? Provendría –se dice– de una mera
ilusión espacial, o sea, de una acción psíquica que permite referir la sensación a
la parte del cuerpo que recibe la excitación. La ilusión del que siente el dolor en
el dedo aplicado al fuego sería similar a la que tiene el ciego que toca con su
báculo la cosa distante y le parece que siente el contacto en la extremidad del
báculo109.
Los aristotélicos nunca dejaron de afirmar que la sensación externa se ejerce
en los órganos propios de cada uno de los sentidos externos. No niegan que el
cerebro ejerza su influjo sobre la sensación externa; ni restringen la función del
cerebro a completar la mera excitación material o fisiológica recibida por el
objeto sensible externo en el órgano sensorial. Más bien otorgan al cerebro un
papel decisivo en completar la sensación misma como tal. E indican que la
destrucción de algún centro cerebral hace ciertamente imposible la sensación
que le corresponde, pero no por ello queda probado que la sensación tenga en
este centro cerebral su sede. Ni queda probado que la destrucción de tales
centros cerebrales superiores haga imposible la sensación. En cualquier caso,
santo Tomás 110 y muchos escolásticos enseñaron que la sede de la sensación se
halla en la periferia, pero afirmaban asimismo que los sentidos externos
109
Paulus Siwek, Psychologia Methaphysica, Roma, 1962, 227-228
110
In De anima III c3. No estaría de más recordar unos hechos fácilmente observables: los ani-
males superiores –perros, palomas, gallinas– que han sufrido la ablación del cerebro conservan las
sensaciones de los sentidos externos, como la visión y la audición. Signo inequívoco de que éstas
no se realizan en el solo cerebro. Esos animales quedan privados solamente de las sensaciones de
los sentidos internos: no tienen percepciones que relacionen las sensaciones elementales con un
objeto preciso, ni reconocen las cosas que antes les eran familiares.
76 Juan Cruz Cruz
111
Aristóteles, De anima II 8, 420a4-19, 9 421b14-20; De sensu et sensato c2, 438a12-16; c3,
439b1-24; c5, 444b22-27.
112
Aristóteles, De anima II 11, 423b1-26; 10, 422b19-23. Santo Tomás conoce la teoría
aristotélica de la centralidad estructural y dinámica del corazón, pero no la comparte, y comenta
que el corazón es el principio del movimiento, mientras que el cerebro es el lugar en que
principalmente se manifiestan las operaciones sensitivas: “Para unos, lo primero en el animal es el
corazón y, para otros, es el cerebro u otro miembro semejante. Pues el animal se distingue del no
animal por el sentido y el movimiento. Ahora bien, el principio del movimiento parece estar en el
corazón. Mas las operaciones del sentido se manifiestan sobremanera en el cerebro. Y por eso,
quienes consideraron al animal por el movimiento, situaron el corazón como principio en la
generación del animal. Pero quienes consideraron al animal sólo por el sentido, establecieron que
el cerebro es el principio. Aunque incluso el primer principio del animal resida en el corazón, las
operaciones del sentido se perfeccionan en el cerebro. Sin embargo, Aristóteles estima que lo
primero es el corazón, porque desde el corazón se difunden todas las energías del alma por el
cuerpo” (In Met V lect1). “El corazón es el principio de las fuerzas vitales en todo el cuerpo, y es
el primer principio de todos los miembros en cuanto al ser, como dice Aristóteles; pero la cabeza
es el principio de las fuerzas animales que pertenecen al sentido y al movimiento” (In III
Sententiarum, d13, q2, a1, ad5).
113
Aristóteles, De somno, c2, 455 b 34, De partibus animalibus, II, 656 a 27 - 28; Summa
Theologiae, I, q78, a4, ad1.
114
En la cabeza residen todos los sentidos, tanto externos como internos, y desde ella se regulan
todas las funciones animales: “Hay en el cerebro tres condiciones con respecto a cada uno de los
demás miembros. La primera es que excede en dignidad por tres aspectos: por estar colocado en
lo alto, por la nobleza de sus virtualidades (porque las potencias más nobles, como la
imaginación, la memoria y otras, tienen su sitio en el cerebro), y también por la perfección,
porque en el cerebro se congregan todos los sentidos, mientras que en los demás miembros sólo
está presente el tacto. La segunda es que por la cabeza existen todas las potencias animales en los
demás miembros; y así se dice que es el principio de los demás miembros, a los cuales da sentidos
y movimiento. La tercera es que dirige todos los miembros en sus actos, debido a la imaginación
y a los sentidos, los cuales están formalmente presentes en el cerebro” (In III Sententiarum, d13,
q2, a1). “El cerebro se refiere a los demás miembros de dos maneras, a saber, por la distinción y
por la conformidad. Por la distinción ciertamente, en cuanto a dignidad, porque la cabeza posee
Dialéctica de la presencia sensible 77
plenamente todos los sentidos, aunque no los demás miembros. En segundo lugar, por
gobernación, porque el cerebro gobierna a los demás miembros en sus actos y los regula tanto por
los sentidos exteriores como por los interiores, porque tienen su sede en la cabeza. En tercer lugar,
por causalidad: pues el cerebro ejerce en todos los miembros el sentido y el movimiento; y por
eso dicen los médicos que en el cerebro se originan los nervios y todo lo que pertenece a las
fuerzas animales de aprehensión y de conocimiento” (De veritate, q29, a4).
115
De anima, II, c11, q13.
116
De anima, III, c27.
117
In De anima, II, c15 y c23.
118
Cayetano, De anima, II, c10; Báñez, In Summa Theologiae, I, q79, a3.
78 Juan Cruz Cruz
119
En lo referente a la localización de la sede de los sentidos externos, algunos neoescolásticos,
como Gredt, hacen una matización que concierne a la distinción entre los sentidos inferiores y los
superiores. a) La sede de los sentidos inferiores podría determinarse inmediatamente por la
sensación de estos sentidos, la cual manifiesta por sí misma el lugar en que se produce: el sentido
inferior siente que su objeto obra físicamente en determinada parte del cuerpo del sentiente, y que
ahí produce la sensación. Así percibimos que la lengua gusta, que la nariz olfatea: o sea, que estas
partes son la sede del gusto y del olfato. b) Pero la acción física del objeto se desvanecería en los
sentidos superiores, pues estos perciben el objeto de manera puramente objetiva. No experimen-
tamos, como ocurre con lo sentidos inferiores, la sede de la sensación en la misma sensación. Sin
embargo, mediante las sensaciones del tacto que acompañan a las sensaciones de la vista y del
oído, cuando la pupila se contrae por el influjo de la luz, cuando abrimos y cerramos los ojos,
cuando movemos la cabeza, cuando nos tapamos los oídos, experimentamos que vemos con los
ojos y oímos con los oídos, o sea: estos órganos proporcionan al menos algo a la visión y a la
audición. Pero que la visión acontezca en el ojo, la audición en el oído, y, por tanto, que el ojo sea
la propia sede de la visión y el oído de la audición, eso no está claro para tales autores
neoescolásticos. Es posible que el ojo y el oído no sirvan para otra cosa que para recibir las ondas
de la luz y del sonido, aunque la sensación no acontezca aquí, sino en otro punto fisiológico. Pero,
de otro lado, no ven una razón suficiente para admitir que la visión no acontezca en el ojo y la
audición en el oído. De ahí que por analogía con los sentidos inferiores, el ojo y el oído hayan de
ser considerados como sedes de la visión y de la audición. Y aunque las sensaciones táctiles,
olfativas y gustativas son fácilmente localizables en sus sentidos externos respectivos, no parece
que percibamos con la misma claridad que la sensación de otros sentidos superiores acontezca en
los órganos externos: así no tenemos conciencia clara de que la sensación auditiva se culmine en
el oído. Cfr. J. Gredt, Elementa Philosophiae, I, Pars III, De anima in communi, n486 (Barcelona,
1961, p. 406).
120
Summa Theologiae, I, q111, a4.
Dialéctica de la presencia sensible 79
121
La negación de la impresión informativa es de tal alcance que, en cierto modo, conduce al
panteísmo: porque sólo un ente infinito contiene en su interior, como causa primera, todo lo que
es distinto de sí mismo –o sea, lo contiene por identidad, de una manera causal eminente–. El
realismo clásico siempre afirmó que la forma del objeto se hace forma de la facultad mediante la
impresión de una semejanza que informa cognoscitivamente, y así en la facultad se aventura el
objeto mismo. ¿Cómo ocurre esta información? Ya se ha dicho que es absurdo que en el orden
físico la forma de un ser transmigre a otro. Pues la forma no emigra de esa manera. Pero en el or-
den psíquico esta transmigración es un hecho normal. El calor del fuego se recibe en el
cognoscente: tal calor es conocido y, por tanto, está en el sujeto cognoscente. La forma de un ser
emigra sólo intencionalmente a otro ser, y sólo de esa manera es la misma. Mediante la impresión
informativa, aquella forma que el objeto extramental tiene en acto primero se recibe en la facultad
cognoscitiva. Tal impresión constituye con la facultad un principio eficiente del acto
cognoscitivo. Emerge, pues, el conocimiento eficientemente de la facultad determinada por la
impresión informativa: una y otra –facultad e impresión, sujeto y objeto– constituyen un solo
principio eficiente completo de conocimiento. El perfil concreto y distintivo de la acción
cognoscitiva sólo tiene su causa eficiente en una facultad que es determinada por la impresión
informativa. Pero ante todo, la impresión informativa ejerce una causalidad formal en el acto de
conocer. Pues ese acto se especifica por el objeto. Y el objeto es causa formal extrínseca que
especifica el conocimiento. El objeto sólo ejerce esta causalidad mediante una impresión que in-
forma cognoscitivamente.
80 Juan Cruz Cruz
122
“Est enim tamquam speculum, in quo res cernitur, sed non excedens id, quod in eo cernitur”.
Opusc. 14 (De natura verbi int).
Dialéctica de la presencia sensible 81
123
Summa Theologiae, I, q54, a2, c.
82 Juan Cruz Cruz
124
Summa Theologiae, I, q78, a4; I-II, q15, a1 y q35, a1, ad2.
125
Summa Theologiae, I, q14, a9; De veritate, q3, a3, ad8.
84 Juan Cruz Cruz
126
Juan de santo Tomás, Cursus Philosophicus, I, Ars Logica, q23, a2.
86 Juan Cruz Cruz
127
Conimbricenses, De Anima, II, c3, q3, a1 y a2.
128
“Sin duda la presencia de la cosa sólo puede conocerse de dos maneras: o explícitamente en
un acto directo (in actu signato), como una determinada esencia, o connotativamente en el
ejercicio de un acto (ut exercetur) que se refiere a la cosa misma, haciéndola presente en sí. El
primer modo acontece en la noticia abstractiva, porque es propio del conocimiento abstractivo en-
focar las cosas como esencias o naturalezas, e incluso enfoca también la presencia como una cosa
y como una esencia; y la noticia abstractiva se realiza también respecto a la presencia enfocada,
en cuanto que es una cosa y es un objeto del cual se trata. En el segundo modo, lo intuitivo como
tal requiere que la cosa sea alcanzada bajo la perspectiva de la presencia, de suerte que sea
afectada por la presencia misma y que esa presencia sea ejercida físicamente sobre la misma cosa.
Si la presencia es lograda de este modo, no puede alcanzarse como estando aún dentro de sus
causas, y como futura; ni tampoco como ya pasada y como algo pretérito; porque ni lo uno ni lo
otro es ver la cosa en sí misma, ni ser movido por ella, ni ser alcanzada, a no ser como estando en
otro”. Juan de santo Tomás, Cursus Philosophicus, I: Ars Logica, q23, a1.
129
Summa Theologiae, III, q76, a7, y In IV Sententiarum, d10, q1, a4, qc1.
Dialéctica de la presencia sensible 87
130
Juan de santo Tomás, Cursus Philosophicus, I: Ars Logica, q23, a2.
88 Juan Cruz Cruz
1. Queda dicho que el sentido externo realiza su acto recibiendo del objeto
sensible no sólo la inmutación física, sino también la impresión informativa
(species) sensible. El objeto sensible externo, como el color o el sonido, es
ciertamente una realidad de orden dinámico, una cualidad; y cuando obra sobre
el sentido produce en él una inmutación material –mecánica o química–. Esta
inmutación material es instrumental, a cuyo través el objeto sensible produce en
el sentido una forma de orden psíquico, una especie intencional o impresión
informativa.
Es claro que para el idealismo más radical estaría de más la inmutación
material venida de fuera, porque al negar la objetividad del mundo externo
propone que el sujeto despliegue desde sí mismo sus conocimientos, de suerte
que el sentido externo se determinaría a sentir por una acción inmanente, una
autoexcitación. En cambio el realismo subraya ese influjo externo operado por
el objeto sensible131: pues lo que de suyo está en potencia respecto al acto y a la
forma –y el sentido externo está de suyo en potencia respecto a la forma
sensible– no puede salir al acto y a la forma si no hay influjo de un ser en acto
que tenga en sí mismo esa forma –a saber, el objeto sensible–. En efecto, el
sentido externo a veces tiene la forma sensible, pero a veces carece de ella; a
veces tiene una y a veces otra. Y fuera del objeto sensible externo no hay
ningún otro ser que tenga en acto la forma sensible: obviamente los objetos
sensibles externos no son percibidos sino en cuanto ejercen actualmente su
influjo sobre los órganos sensitivos: no se oye un estrépito si se tienen los oídos
tapados132. En conclusión:
131
Aunque la intelección y la sensación difieran en el nivel psicológico y en la índole de sus
correspondientes objetos, mantienen una semejanza de actitud gnoseológica realista, a saber en
su capacidad para recibir los objetos. Así lo expresa el Aquinate In De anima (III, lect7): “Es
preciso que tal como se relaciona lo sensitivo a los objetos sensibles, así se relacione lo intelectivo
a los objetos inteligibles, porque ambas partes están en potencia con relación a su objeto y son re-
ceptivas de él”.
132
Pero el sentido externo debe recibir, además de la inmutación material, la impresión in-
formativa (species) sensible. Pues como es una potencia pasiva –indiferente de suyo a sentir, ya
que unas veces siente y otras no, a veces siente de un modo y a veces de otro–, no actúa si no es
por la forma que se recibe en esa potencia: una forma que no puede ser meramente material, sino
intencional, aunque de refrendo sensible. Es claro que la inmutación meramente material
producida por el fuego puede calentar la mano de una estatua metálica. Pero la sensación de calor
no se produce sino en la mano de un viviente animado. Para que haya sensación no basta la
actuación de la potencia meramente material: se requiere además otra actuación que llegue hasta
la facultad intencional de sentir (existente en un órgano material) y la actualice. La facultad
intencional de sentir solamente puede ser actualizada por la forma sensible intencional, la
impresión informativa.
Dialéctica de la presencia sensible 89
133
Contra Gentes, III, c107. Por «juicio» no hay que entender en este texto un acto de la
inteligencia que asocia y disocia representaciones e incluso afirma resolutivamente que una cosa
es y no puede no ser. Se trata de un simple «discernimiento» prejudicativo y antepredicativo
acerca de la presencia real de una cosa o de sus cualidades.
90 Juan Cruz Cruz
natural. Eso es absurdo. Lo cual no excluye que la facultad sea falible acci-
dentalmente; porque podría fallar por una causa extrínseca que impidiera la
operación espontánea de la naturaleza. El obstáculo puede provenir unas veces
de la misma facultad que, estando vulnerada accidentalmente, yerra al emitir el
conocimiento; eso ocurre en las facultades sensitivas por un trastorno del
órgano; y en la inteligencia por los prejuicios que impiden ver la verdad; o yerra
también si la facultad no se aplica con la debida atención, como ocurre en el que
está distraído o excitado. Asimismo, la causa del error puede provenir de otra
facultad; como cuando la inteligencia es dificultada por la voluntad para juzgar
rectamente, o incluso es impulsada a juzgar con falsedad.
Los clásicos decían que no es demostrable la tesis de que el conocimiento en
general está por su naturaleza ordenado a la verdad: porque toda demostración
supone ya un conocimiento esencialmente aprestado a la verdad. Esa tesis
enuncia una proposición evidente de suyo: conocer es manifestar o representar
una cosa tal como es y, por eso, un conocimiento que no esté orientado por su
naturaleza a la verdad, tampoco se ordena a conocer; estaríamos ante un acto
que sería y no sería a la vez conocimiento.
En resumen, para santo Tomás, el sentido externo –como cualquier facultad
cognoscitiva– tiende a manifestar la verdad dentro de los límites de su objeto; y
en esa medida es esencialmente infalible y veraz. Sólo accidentalmente puede
ser falso un conocimiento, por la privación que acaeciera en su naturaleza, la
cual fallaría entonces en algún aspecto de su ordenación natural. Todo error
presente en las captaciones de la inteligencia y de los sentidos lo es
accidentalmente, debido a que falte alguna de las condiciones requeridas por la
naturaleza misma.
3. En el orden de los hechos inmediatos de la experiencia externa –dejando
aparte el orden de las verdades universales y el de los hechos de experiencia
interna, que exceden los límites de esta introducción134– hay conocimiento
134
En el orden de las verdades universales y abstractas, la inteligencia puede estar segura en
varios puntos. En primer lugar, los primeros principios, evidentes de suyo, son conocidos de
manera inmediata como absolutamente necesarios, de modo que la inteligencia no yerra en ellos.
En segundo lugar, los juicios deducidos de esos principios arrastran la posibilidad de error si la
argumentación no se lleva a cabo de forma rigurosa, como cuando se cambia un concepto por
otro: pero la inteligencia siempre puede examinar la disposición de la secuencia racional y llegar a
la certeza evidente de la conclusión. En el orden de hechos de experiencia interna, que
constituyen el objeto del conocimiento reflejo, la inteligencia es completamente infalible respecto
a esos mismos hechos subjetivos, prescindiendo de su constitución o de la determinación íntegra
de la naturaleza de tales hechos. Este conocimiento acerca de los hechos inmediatos de la
conciencia tiene una necesidad fáctica o condicionada: porque es completamente imposible y
absurdo que el sujeto conozca la existencia de un sentimiento o una representación sin que haya
tal cosa. Y al igual que ocurre con los primeros principios en el orden abstracto, así también los
Dialéctica de la presencia sensible 91
infalible, pues debido a la intuición que ejercen los sentidos externos, se alcanza
inmediatamente el objeto realmente presente, tal como es en sí mismo, sin que
medie ninguna expresión representativa (species expressa). Como este
conocimiento no emite o produce una imagen por la que se hubiera de
representar intencionalmente una cosa, necesariamente se dirige al objeto
realmente presente, tal como éste es en sí mismo. Así, pues, acerca de los
objetos de los sentidos externos el conocimiento sensorial nunca yerra
positivamente, ni de modo esencial, ni de modo accidental, siempre que esos
objetos sean esencialmente sensibles.
Sobre este conocimiento sensorial destaca santo Tomás tres puntos:
“Primero, acerca de los objetos sensibles propios siempre es verdadero, o a lo
sumo cabe un mínimo de falsedad. Como las facultades naturales no yerran en
las operaciones propias, sino en una parte mínima y por alguna corrupción, así,
tampoco los sentidos yerran el juicio verdadero de los sensibles propios, sino en
una mínima parte por alguna corrupción del órgano, por ejemplo en los
afiebrados, quienes, por la indisposición de la lengua, estiman amargas las cosas
dulces. Segundo, el sentido también versa sobre los objetos accidentalmente
sensibles y en esto el sentido puede engañarse. En efecto, si se trata de que ve lo
blanco, el sentido no miente, pero de que lo blanco sea esto o aquello, por
ejemplo nieve o harina o algo semejante, aquí el sentido puede equivocarse y
mucho más en las cosas alejadas. Tercero, el sentido versa sobre los objetos
sensibles comunes que se derivan de los objetos en los que son accidentes, los
cuales son objetos sensibles propios: tales son el tamaño y el movimiento,
objetos sensibles comunes que advienen a los sensibles corpóreos. Acerca de
ellos es mayor el engaño, porque el juicio sobre ellos varía conforme a la
diversa distancia, pues lo que se mira de más lejos se ve menos”135. Este claro
texto merece un breve comentario.
En el sentido externo no hay formalmente falsedad ni engaño136; entendiendo
por falsedad formal la que se contrapone a verdad formal; se trata de una
falsedad que acontece en el juicio: comparece en un acto intelectual de
composición o división, orientado al ser o no-ser de las cosas. El juicio de
composición es comparativo y, consecuentemente, no puede encontrarse en el
sentido exterior, el cual se limita a aprehender simplemente el objeto, sin
establecer un juicio de comparación ni hacer analogías de una cosa con otra:
únicamente aprehende directamente el objeto; por lo tanto, tampoco reflexiona
sobre su propio acto.
137
De veritate, q1, a11; Summa Theologiae, I, q78, a4. Que la verdad sea aquí «a modo de
juicio» significa que no está ya en la órbita intelectual estricta, aunque se determine de una
manera parecida.
138
In De anima, III, c6; Summa Theologiae, I, q17, a2, q85, a6; De veritate, q1, a11.
Dialéctica de la presencia sensible 93
mediante otro; de esta manera los objetos sensibles comunes pueden dar lugar a
que una cosa se oculte y parezca otra, siendo esto causa de embaimiento. Y
aunque es cierto que el objeto sensible común informa mediante especie, como
el objeto sensible propio, lo cierto es que informa de manera mediata, a saber, a
través del sensible propio; por lo tanto, no aparece ni informa igualmente de
manera inmediata, sino de manera que puede ocultar y ocasionar error. Mejor
dicho, el objeto sensible común no es aprehendido por una especie propia y
separada del sensible propio, sino por la especie modificada del sensible propio:
semejante modificación es ofrecida en una sola representación natural, pero no
comparece de manera inmediata como lo hace el sensible propio; y, así, el
sentido puede ser informado, de un lado, confusamente por esa sola especie
respecto al objeto sensible común y, de otro lado, claramente respecto al
sensible propio. De esta manera, se presta ocasión al engaño139.
De este planteamiento se desprende que los sentidos externos alcanzan
inmediatamente los objetos, tanto en sus elementos constitutivos como en su
presencia extrasubjetiva; de suerte que por todos nuestros sentidos conocemos
los objetos transubjetivos.
4. El objeto de los sentidos externos es perfectamente objetivo: en su
materia, en su forma y en su presencia existencial. A la tesis de que el hombre
conoce inmediatamente los objetos extramentales tanto sensorial como
intelectualmente se le debe llamar realismo natural. Y tal es la propuesta de
santo Tomás.
Al realismo natural, con sus objetos extramentales, se opone la tesis idea-
lista que niega que los objetos del conocimiento sean los así indicados. Un
idealismo radical –prescindiendo de que haya existido en estado puro– afirmaría
que no hay ser alguno fuera del conocimiento: todo ser es un ser conocido, o
consiste en el mismo conocimiento y en accidentes del conocimiento; y si los
objetos aparecen como objetivamente distintos del conocimiento, sin embargo,
subjetivamente no se distinguen de éste: son diversas formas objetivas,
conforme a las cuales se despliega el conocimiento; su ser es un ser conocido.
Incluso el mismo cuerpo del sujeto cognoscente y sus órganos sensoriales serían
objetos meramente subjetivos. Y aunque el mundo corpóreo fuese extramental,
no podría ser conocido por nosotros tal como es en sí, sino tal como se nos
aparece. A todo tipo de idealismo, más o menos mitigado, se opone el realismo,
el cual admite los objetos extramentales.
Si al realismo tomista se le ha llamado natural es porque, en círculos afines,
se han dado varios intentos de plantear un realismo de tipo crítico, o mejor,
criticista, el cual sostiene que alcanzamos sólo mediatamente los objetos
extramentales. No conoceríamos inmediatamente sino los hechos meramente
139
Juan de santo Tomás, Phil Nat, IV Pars, q4, a4.
94 Juan Cruz Cruz
140
Summa Theologiae, I, q85, a2.
96 Juan Cruz Cruz
activo de la facultad, a pesar de que esta fuese receptiva del objeto. La sola
facultad no produce la sensación sin que concurra la especie. Lo que santo
Tomás, siguiendo a Aristóteles, enseña es: 1º que el sentido, como facultad
cognoscitiva, es pasivo al recibir las especies –de modo intencional y represen-
tativo–; 2º que la facultad actuada y fecundada por la especie –que hace las
veces del objeto– emite activamente el acto del conocimiento con una sola e
indivisible emisión y mediante una producción dependiente de la facultad
fecundada; 3º que no concurre parcialmente la especie y parcialmente la fa-
cultad141. “Para que se produzca la acción inmanente que permanece en el
agente, es necesario que el objeto esté unido al agente; y, para que se produzca
la acción de sentir, es indispensable que lo sensible se una al sentido. Y así, el
objeto unido a la facultad en este tipo de acción se comporta como la forma que,
en otros agentes, es principio de operación. En efecto, así como el calor es en el
fuego el principio formal de calefacción, así también, la especie de la cosa vista
es en el ojo el principio formal de la visión”142.
Por lo tanto, en el conocimiento, la especie no es la causa entera del obrar
cognoscitivo, como ocurre en el hierro incandescente, cuya causa es el calor del
fuego: la operación del conocimiento no puede provenir totalmente de una
forma externa, sino de la vitalidad del alma, ya que es un acción vital, como se
ha explicado en este capítulo. En consecuencia, la operación del conocimiento
no puede producirse como la incandescencia del hierro en la que la operación
procede totalmente del calor como de única fuente de actividad. Por su parte, la
especie sólo tiene la función de fecundar y determinar la facultad, puesto que
hace las veces del objeto, pero no la de darle una energía activa. El acto de
conocer es más perfecto que la especie, ya que es un acto vital, y, en este
sentido, la especie sólo determina la facultad para que emita el acto vital
concreto.
2. El objeto informa de dos maneras a la facultad cognoscitiva: como prin-
cipio de conocimiento mediante una impresión informativa y como término del
conocimiento mediante una expresión representativa o verbo mental. Y cuando
el objeto –en cuanto conocido– hace de término en la expresión representativa,
consigue una perfecta y actual unidad con la facultad.
También la sensación se realiza debido a la acción del objeto sensible en el
sentido143. Aunque los sentidos externos tienen su término en el objeto sensible
mismo; son inmutados pasivamente, pero no actúan formando una imagen sen-
sible o expresión representativa.
141
In De anima, III, c7 y c8; Quodlibeta, VIII, a3.
142
Summa Theologiae, I, q56, a1; De veritate, q8, a6.
143
Summa Theologiae, I, q27, a5; q85, a2, ad3.
Dialéctica de la presencia sensible 97
I. EL SENTIDO COMÚN
144
Son aspectos constitutivos del sentido común que compendia así santo Tomás: “Cada sentido
juzga del objeto sensible que le es propio, distinguiéndole de otras cualidades que caen también
bajo el ámbito del mismo sentido, como lo blanco de lo negro o de lo verde. Pero ni la vista ni el
gusto pueden distinguir lo blanco de lo dulce, por cuanto el que discierne entre dos cosas es
forzoso que conozca las dos. Por tanto, es preciso que sea competencia del sentido común el
juicio de discernimiento a que se refieran, como a su término común, todas las aprehensiones de
los sentidos; y asimismo, que perciba las determinaciones intencionales de los sentidos, como
cuando uno ve que ve. Pues a esto no alcanza el sentido propio, el cual no conoce sino la forma de
lo sensible por la que es inmutado, en cuya inmutación se consuma la visión, y de la cual se sigue
otra inmutación en el sentido común, que percibe la visión misma” (Summa Theologiae, I, q78,
a4, ad2).
98 Juan Cruz Cruz
el sabor, los cuales no son discernidos por ningún sentido externo. Éste no
puede conocer algo del objeto propio de otro sentido y, consecuentemente,
tampoco puede juzgar sobre la conveniencia y diferencia de ambos objetos entre
sí; tampoco puede formarse este juicio con la intervención conjunta de todos los
sentidos externos, porque ninguno de estos produce una acción que aborde algo
sobre el objeto de otro.
b) La función subjetiva consiste en percibir las sensaciones de cada uno de
esos sentidos, sensaciones que están en el sujeto sentiente como afección
sensitiva y subjetiva, ocurrida en un aquí y ahora concretos.
En lo que concierne a la relación entre sentidos externos y sentido común,
santo Tomás mantiene cuatro tesis fundamentales. Primera, la inmutación
recibida en el sentido común no proviene directamente del estímulo externo,
sino de la misma sensación externa producida por el estímulo. Segunda, los
sentidos externos influyen objetivamente en el sentido común, pues “en éste se
concentran las inmutaciones de todos los sentidos propios, como a su término
común”145; y es que la capacidad de sentir se difunde en los órganos de los cinco
sentidos “desde una raíz común, de la que procede la capacidad de sentir en
todos los órganos; y en esa raíz tienen su término todas las inmutaciones de los
órganos singulares”146. Tercera, el sentido común puede funcionar sin el
concurso actual de los sentidos externos147; pues en particular es excitado
durante el sueño por la imaginación, sin el concurso de los sentidos externos,
como cuando un hombre juzga que existen las cosas que ve en duermevela148.
Cuarta, el sentido común ejerce una función unificadora, por cuya razón recibe
el nombre que tiene: “Se llama común este sentido interno, no por una
atribución genérica, como si fuera un género, sino porque es raíz y principio co-
mún (communis radix et principium) de los sentidos externos”149.
Incluso llega a decir santo Tomás que cada sentido propio puede distinguir
entre objetos sensibles contrarios, porque participa algo de la virtud del sentido
común, “pues el mismo sentido propio es un término de inmutaciones diversas
que se producen por medio de objetos sensibles contrarios. Pero el último juicio
145
In De anima, III, c3.
146
In De anima, III, c3.
147
“Los sentidos exteriores necesitan para realizar sus actos exteriores objetos sensibles que los
inmuten, cuya presencia no está en poder de la razón. Pero las facultades interiores, tanto las
apetitivas como las aprehensivas, no necesitan de las cosas exteriores” (Summa Theologiae, I,
q81, a3, ad3).
148
Summa Theologiae, I, q84, a8, ad2.
149
Summa Theologiae, I, q78, a4, ad1.
Dialéctica de la presencia sensible 99
2. La conciencia sensible
150
In De anima, III, c3
151
In De anima, II, c13.
100 Juan Cruz Cruz
152
In De anima, III, c12.
Dialéctica de la presencia sensible 101
153
Summa Theologiae, I, q84, a8, ad2.
154
“Y esto aunque el que mueve sea más noble que lo movido y el agente que el paciente. Pero
tampoco es más noble el objeto sensible externo que el sentido propio, aunque lo mueva: pues en
cuanto que es en acto blanco o dulce, es relativamente más noble que el sentido propio que está en
potencia. El sentido común es absolutamente más noble por la capacidad sensitiva, ya que de un
modo más noble recibe sin materia: pues todo el que recibe algo lo recibe a su manera. De tal
suerte, el sentido común recibe de modo más noble que el sentido propio, porque la capacidad
sensitiva se considera en el sentido común como en su raíz y como menos dividida. Y no es
preciso que por alguna acción del sentido común se produzca en él la impresión informativa
recibida en el órgano, porque todas las facultades de la parte sensitiva son pasivas y no es posible
que una facultad sea activa y pasiva” (In De anima, III, c3).
102 Juan Cruz Cruz
155
Summa Theologiae, I, q87, a3, ad3.
156
Manuel Barbado, op. cit., p. 198.
157
In III Sententiarum, d23, a1, a2, ad3.
158
In I Sententiarum, d17, q1, a5, ad3.
Dialéctica de la presencia sensible 103
simples sensaciones, sino también percepción que unifica los objetos sensibles
de los diversos sentidos.
Así, pues, una potencia sensitiva más alta, como es el sentido común, conoce
los actos de las demás potencias cognoscitivas inferiores, de los sentidos
externos. Se trata de un grado elemental de conciencia.
2. Según observa santo Tomás, la palabra conciencia “designa unas veces la
cosa misma hecha consciente, otras veces la potencia por la que somos
conscientes, otras veces el hábito y otras el acto; aunque en estas denomina-
ciones hay que seguir la costumbre: en el empleo de los nombres hay que
mantener el uso común que se da en la mayoría de los casos (ut in pluribus). El
uso más común de hablar es significar con este nombre la cosa de que tenemos
conciencia (re conscita), como al decir: te abriré mi conciencia, o sea, lo que
hay en mi conciencia. Ahora bien, ese nombre no puede atribuirse propiamente
ni a la potencia ni al hábito, sino solamente al acto [...]. Y en la primera aplica-
ción que hace el conocimiento al acto para saber si es un hecho, se trata de la
aplicación a un acto particular de conocimiento sensitivo, como el de la me-
moria, por la que nos acordamos de lo que está hecho; o como el del sentido,
por el que percibimos este acto particular que realizamos ahora”159. En el nivel
de la sensibilidad, pues, conciencia significa propiamente un acto, un conoci-
miento actual aplicado a los actos sensitivos.
Para santo Tomás, el sentido externo no conoce su operación propia por
reflexión, volviendo intencionadamente sobre la sensación que ha tenido lugar
(conciencia temática refleja o in actu signato), de tal manera que la sensación
sea término directo y único de la operación del sentido; ni tampoco la conoce
connotándola espontáneamente de modo atemático (conciencia concomitante o
in actu exercito)160, mientras tiene conciencia de su objeto como el olor o el
159
De veritate, q17, a13.
160
Algunos escolásticos antiguos –como Lossada, Juan de santo Tomás y Suárez– y otros más
recientes –como Urráburu en Psychologia (Valladolid, 1896, 534) y Gredt– sostienen que para
Aristóteles y santo Tomás el sentido externo, en el mismo acto con que conoce su objeto, conoce
también a la vez su propia operación: tal sentido ejercería una conciencia concomitante, in actu
exercito, de su mismo acto (J. Gredt, De cognitione sensuum externorum, Roma, 1924, pp. 10 y
30). El sentido externo tendría tanto conciencia temática del objeto sensible como conciencia
concomitante de su propia operación. Los referidos autores creen encontrar ya en Aristóteles esta
postura, indicando que en De anima, III, c2 mantiene la tesis de que los sentidos externos conocen
su propia operación. Sin embargo, el planteamiento expreso que el filósofo hace allí de esa
cuestión no se debe confundir con una actitud favorable a lo planteado. Desgraciadamente
Temistio, Simplicio y Filopón consideraron, en sus respectivos comentarios, que Aristóteles
sostenía que cada sentido percibe su propia sensación. En cambio, Alejandro de Afrodisia aseguró
correctamente que Aristóteles rechazaba esa tesis. Pero lo cierto es que en el lugar aludido (De
anima, III, c2) Aristóteles aduce dos argumentos, a los que no pone reparos, para probar que los
sentidos externos sienten su propia sensación; y a continuación pone otro argumento en contra,
104 Juan Cruz Cruz
rebatiéndolo detenidamente. Pues bien, es lógico pensar que el texto De anima, III, c2 no debe ser
descuajado del resto de afirmaciones que, sobre el particular, expresó Aristóteles, como la
contundente que se halla en De somno et vigilia, c2: “Los sentidos tienen algo propio y algo
común. Lo propio, como el ver, que es propio de la vista, y el oír que es propio del oído, y lo
mismo se diga de los demás sentidos. Lo común es como una capacidad general que está en todos,
por la cual el animal ve, oye y siente; pero no es el caso que por la vista vea que ve”. En varios
lugares santo Tomás interpretó esta tesis de manera clara: “El sentido mismo no es una entidad
que cause una pasión en sí mismo, porque el sentido no es de sí mismo, sino de otra cosa, la cual
es necesario que exista naturalmente antes que el sentido, como el que mueve es naturalmente
anterior al movimiento. Así, pues, la vista no se ve a sí misma, sino al color” (In Metaphysicarum,
IV, lect14).
161
Contra Gentes, II, c66.
162
Summa Theologiae, I, q87, a3, ad3.
163
Summa Theologiae, I, q78, a4, ad2.
164
In III Sententiarum, d23, q1, a2, ad3.
165
In de somno et vigilia, lect13.
Dialéctica de la presencia sensible 105
166
De anima, III, q1; y Contra Gentes, II, c66.
167
De anima, II, q56.
168
In Summa Theologiae, I, q75, a2.
169
De anima, III, lect2.
170
In Summa Theologiae, I, q78, a3, d10.
171
De anima, III, disp15, q1.
172
De anima, III, c3, q4.
173
De anima, III, c2, q3.
174
De anima, III, c2, q1, a2.
175
Summa Theologiae, I-II, q17, a7, ad3.
106 Juan Cruz Cruz
inmaterial [spiritualiter]”176. Y así hay que leer el texto aristotélico –en el que se
distinguen dos funciones en la conciencia sensorial– comentado por santo
Tomás: “Una vez que Aristóteles ha mostrado que no hay más sentidos propios
que los cinco, procede a investigar si hay otra potencia sensitiva que sea común
a estos cinco sentidos. Y esto lo investiga partiendo de ciertas acciones que no
parecen pertenecer a un sentido propio concreto, sino parecen exigir otra
potencia sensitiva común. Hay dos clases de estas acciones. Una es aquella por
la que percibimos las acciones de los sentidos propios, por ejemplo sentimos
que vemos y oímos. Otra es aquella por la que distinguimos entre los objetos
sensibles propios de los diversos sentidos, por ejemplo, que lo dulce es distinto
de lo blanco. [...] Si el sentido [común] de la visión, por el que sentimos que
vemos, es distinto de la vista, de nuevo tendríamos que preguntarnos, acerca de
tal sentido, si siente que siente y, si no fuere así, será necesario preguntarse por
un tercer sentido que lo siente sentir. Por tanto, o bien se procedería al infinito –
lo cual es imposible, porque imposible es cumplir una acción que dependa de
infinitas acciones, como tampoco una misma cosa puede proceder de infinitas
facultades–, o bien sería preciso llegar a algún sentido que fuese juez de sí
mismo, esto es, que sienta que siente. Pero el mismo argumento podría aplicarse
al primer sentido, a saber, que la vista [común] siente que ve. Luego no es dis-
tinto el sentido que siente el color y el que siente la visión del color.
De modo que por la vista [común] sentimos que vemos; y sentir por la vista
[común] no es otra cosa que ver: en consecuencia vemos que vemos. Pero no se
ve sino solamente el color o lo que tiene color [...]. Luego, sentir por la vista
tiene dos significados. a) De un modo, en cuanto por la vista [común] sentimos
que vemos. b) De otro modo, en cuanto por la vista [singular] vemos el color.
Ahora bien, que sentir por la vista tenga muchas acepciones, se manifiesta
porque algunas veces decimos sentir por la vista [singular] cuando esta es
inmutada directamente por el objeto visible, a saber, por el color. Otras, por la
vista [común] discernimos tanto la oscuridad como la luz, incluso cuando no
vemos por inmutación del objeto sensible externo. Sin embargo, el sentir por la
vista no se toma de igual modo en ambas acepciones.
En consecuencia, [...] la acción de la vista puede considerarse, o bien en
cuanto consiste en la inmutación del órgano por un objeto sensible externo, y
así la vista [singular] no siente sino el color; y de ahí que por esta acción, la
vista no ve que ve. Otra es la acción de la vista [común] por la que, después de
la inmutación del órgano, juzga la misma inmutación del órgano hecha por lo
sensible, incluso cuando se ha retirado lo sensible. Y así la vista [común] no
sólo ve el color, o siente, sino que también siente la visión del color. Además
hay que señalar [...] que el color tiene una doble realidad, una física (naturale)
176
In I Sententiarum, d17, q1, a5, ad3. (In De anima, III, c2).
Dialéctica de la presencia sensible 107
177
In De anima, III, c2.
178
In De anima, III, c3.
179
In De anima, III, c3.
180
In De anima, III, c3.
108 Juan Cruz Cruz
181
In De anima, III, c3.
182
In De anima, III, c3.
183
In De anima, III, c3.
Dialéctica de la presencia sensible 109
184
In De anima, III, c3.
110 Juan Cruz Cruz
instancia. Por tanto, en lo que se refiere al sentido común hay que distinguir el
objeto inmediato interior y el objeto mediato exterior que está en la periferia.
Dentro de este contexto orgánico, queda por indicar el modo en que el
sentido común conoce las sensaciones de los sentidos externos. Cuando el
objeto sensible externo excita el órgano sensorial periférico, esta excitación no
se queda en el solo órgano sensorial, sino que a través de los nervios con-
ductores se transmite al cerebro y allí produce unas operaciones de orden
sensitivo intencional que son análogas a las sensaciones externas. La principal
diferencia entre el acto por el que la vista, por ejemplo, alcanza su objeto propio
y el acto por el que el sentido común capta la misma visión, se reduce a que en
el primer caso la excitación viene del objeto externo, mas en el segundo viene
del órgano periférico. Es lo que Aristóteles expresó diciendo que los objetos de
los sentidos externos son aijsqhta;, mientras que los objetos del sentido común
son aijsqhvmata.
II. LA ESTIMATIVA
185
Summa Theologiae, I, q83, a1.
186
Summa Theologiae, I, q78, a4 y q79, a7, ad2; De anima, a13.
187
In IV Sententiarum, d5, q1, a1, ad3; Contra Gentes, II, c60; De veritate, q10, a5; q15, a1.
112 Juan Cruz Cruz
188
In I Sententiarum, d3, q4, a1, ad2.
189
De veritate, q25, a2.
190
In II Sententiarum, d20, q2, a2. Santo Tomás indica que el sentido común está localizado en
el cerebro, sin especificar dónde.
Dialéctica de la presencia sensible 113
tiva» –palabra originada del hecho de que, al enfocar su objeto, obra bajo cierto
influjo intelectual, bajo la tarea de un pensamiento191–.
Esa cogitativa o estimativa ya intelectualizada tiene –además de las dos
funciones antes explicadas de la estimativa animal– la tercera función de co-
nocer los objetos accidentalmente sensibles. Ahora bien, la cogitativa no conoce
las especies sobresentidas en abstracto, sino en concreto: percibe en concreto el
sujeto en que están, y lo hace en un nivel superior, pues las intenciones sobre-
sentidas son más abstractas y más perfectas que las meramente sentidas: de la
misma manera que la vista y el sentido común perciben lo coloreado en
concreto, pero el sentido común lo percibe en un plano más elevado que la vista.
Y así, ambas facultades perciben el mismo sujeto material, pero proceden bajo
diversas razones formales: sienten bajo diversa cognoscibilidad y, por ello, tie-
nen simplemente diversos objetos.
En cuarto lugar, la estimativa intelectualizada –o cogitativa– percibe el
individuo en cuanto comprendido bajo la naturaleza común: “Lo que por el
sentido propio no se conoce, por ser algo universal, se capta por la inteligencia
[...]. Mas si es aprehendido en singular –como cuando veo lo coloreado percibo
este hombre o este animal–, este tipo de aprehensión ocurre en el hombre por
medio de la cogitativa, llamada también razón particular, porque compara las
determinaciones intencionales individuales, al igual que la razón universal
compara las razones universales. Pero esta facultad se encuentra en la parte
sensitiva; porque en su grado más alto la parte sensitiva del hombre participa
algo de la parte intelectiva, y en ese nivel el sentido se une a la inteligencia.
Pero en el animal irracional acontece la aprehensión de las determinaciones
individuales mediante la estimativa natural, en cuanto que por el oído o la vista
la oveja conoce a su cría, y a cosas semejantes. Ahora bien, estimativa animal y
cogitativa se comportan de manera diferente acerca de esto. Pues la cogitativa
aprehende el individuo en cuanto existe bajo una naturaleza común (cogitativa
aprehendit individuum ut existens sub natura communi), y esto le acontece por
estar unida en el mismo sujeto a la parte intelectiva; luego conoce este hombre
en cuanto es este hombre, y este leño en cuanto es este leño. Pero la estimativa
animal no aprehende un individuo en cuanto incluido en una naturaleza común,
sino sólo en cuanto es término o principio de alguna acción o pasión”192. El
hombre capta los objetos singulares como sujetos concretos de esencias
universales concebidas por la inteligencia; compara estos objetos entre sí y
191
“El pensamiento, cogitatio, implica cierta indagación: pues cogitare es como agitar a la vez,
simul agitare”. Cf. Summa Theologiae, II-II, q2, a1, ob1.
192
In De anima, II, c13. Dicho de otro modo: el conocimiento animal está comprendido en las
exigencias de una utilidad práctica, incapaz de atisbos teóricos o desasidos de los límites del
instinto.
114 Juan Cruz Cruz
V. LA EXPANSIÓN DE LA PRESENCIA
I. LA FANTASÍA
193
In Met, I, lect1.
194
In III Sententiarum, d14, q1, a3, q3. El texto completo dice: “Por el hecho de que nuestra
inteligencia toma sus contenidos de las imágenes sensibles, se sigue que su ciencia es
comparativa, por cuanto de muchas sensaciones surge una memoria, de muchos recuerdos un
experimento, y de muchos experimentos un principio universal, a partir del cual se concluye lo
demás, y así adquiere la ciencia”.
195
Summa Theologiae, I, q78, a4, ad5.
Dialéctica de la presencia sensible 115
no es producido por el objeto sensible, sino por el sentido, esto es, por el objeto
ya conocido 196.
2. Mas en su acepción estricta, la fantasía designa especialmente una fa-
cultad distinta tanto de los sentidos externos y del sentido común, como de la
estimativa y de la memoria.
a) La fantasía no es un sentido propio o externo. Ella no es una de las fa-
cultades que disciernen entre lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo. Eso lo
hace, en cierta manera, el sentido externo, por cuanto éste es de suyo siempre
verdadero197: “En las cosas sensibles, cuando sentimos algo, asentimos que es
así. Mientras que, cuando se percibe algo por la fantasía, no asentimos que así
es, sino que así nos parece o se nos aparece. Porque el nombre de fantasía se
toma de la visión o apariencia”198. Además, la fantasía se actualiza en nosotros
cuando queremos; no así las sensaciones: “porque está en nuestro poder el
formar algo que aparece ante nuestros ojos, como montañas de oro o algo que
queremos, lo que se evidencia en aquellos que recuerdan y forman imágenes de
las cosas que desean”199.
b) El sentido común se ordena a recibir las formas sentidas; la fantasía las
conserva y reproduce; e incluso produce formas representativas de cosas au-
196
In De anima, III, c6. Sobre esta definición, cfr. Juan de santo Tomás, Phil Nat, IV Pars, q8,
a1. Así lo aclara puntualmente santo Tomás en su Comentario al texto aristotélico: “Para inves-
tigar qué es la fantasía Aristóteles [...] aclara que la fantasía es cierto movimiento, pues como el
que siente es movido por los objetos sensibles, así el que imagina se mueve por ciertas
representaciones que se llaman imágenes sensibles. A continuación señala la afinidad que tiene la
fantasía con el sentido, porque la fantasía no puede producirse sino por el sentido, pues existe sólo
en los que tienen sentido y es propia solamente de los que tienen sensación, a saber de aquéllos
que sienten. Aquellas cosas, empero, que son sólo inteligibles no pertenecen a la fantasía. Luego
explica que por el acto del sentido se produce cierto movimiento. Esto se evidencia por lo que
señalaba primeramente, a saber, que lo movido mueve a otro. Ahora bien, el sentido se actualiza
en cuanto es movido por los objetos sensibles; de donde resulta que por el sentido en acto se
produce algún movimiento. Lo cual también surge porque el movimiento causado por el sentido
en acto es necesario que sea semejante al sentido, porque todo agente produce algo semejante a sí
mismo. De donde aquello que mueve, en cuanto es movido, causa un movimiento semejante al
movimiento por el que él mismo se mueve. De todo esto concluye que la fantasía es cierto
movimiento causado por el sentido en cuanto está en acto, movimiento que no se produce sin el
sentido, ni puede darse en los que no sienten. Si algún movimiento es producido por el sentido en
cuanto está en acto, como semejante es el sentido a lo movido, sólo a la fantasía le corresponde
ser tal. Resulta por lo tanto que la fantasía sería un movimiento de este tipo. Y porque es un
movimiento causado por el sentido y semejante a él, se sigue que el que tiene fantasía puede por
medio de ella hacer y padecer muchas cosas” (In De anima, III, c6).
197
In De anima, III, c5.
198
In De anima, III c4 y c5.
199
In De anima, III c4.
Dialéctica de la presencia sensible 117
200
De veritate, q15, a1 y a2.
201
In De anima, III, c6.
202
Quodlibeta, VIII, a3.
203
“El hombre tiene el acto de la potencia imaginativa más perfecto que otros animales, según lo
que conviene a su racionalidad” (De potentia, q2, a2).
118 Juan Cruz Cruz
204
Summa Theologiae, I, q84, a3.
205
In De anima, III, c4.
206
Summa Theologiae, I, q78, a4: “Est enim phantasia sive imaginatio quasi thesaurus quidam
formarum per sensum acceptarum”.
207
De veritate, q19, a1. En general, y fuera de los casos anormales, las imágenes son menos in-
tensas, menos complejas y menos ricas que las cosas particulares que muestran; tienen además
menos estabilidad y constancia que las sensaciones; dependen menos de condiciones externas y,
por lo tanto, pueden darse en diversas condiciones.
Dialéctica de la presencia sensible 119
208
In IV Sententiarum, d49, q2, a7, ad6. Aunque Aristóteles utiliza con frecuencia el término
fantasía para referirse a todos los sentidos internos, hay también lugares suficientes para sacar un
cuerpo bastante homogéneo de doctrina y determinar lo peculiar de esta facultad. Cfr. J. Freudent-
hal, Über den Begriffe des Wortes fantasiva bei Aristoteles, Göttingen, 1863.
209
De veritate, q10, a24, ad1.
210
In De anima, III, c6.
120 Juan Cruz Cruz
211
El tiempo concreto y particular puede ser captado por los sentidos internos al percibir el
movimiento sucesivo. “El tiempo, como medida del movimiento y primariamente del movimiento
local, es un sensible común, que es aprehendido ya por el sentido común y la fantasía en las co-
sas, en los objetos móviles. Tanto el sentido común, en efecto, como la fantasía pueden percibir y
reproducir, respectivamente, continuos sucesivos (una carrera, una melodía, por ejemplo). De
suyo, el sentido común, sometido al estímulo actual, sólo percibe el instante; pero lo percibe como
tránsito, como flujo, como movimiento. La fantasía puede reproducir todo el desarrollo de un
movimiento; pero este modo suyo de conocer el tiempo supone, aquí como en el espacio, una
especie de contracción fenoménica, de abreviación proporcional que abstrae tanto del tiempo que
mide el movimiento real externo, como del tiempo interior, el que mide la sucesión de los propios
estados subjetivos, acerca de los cuales no puede reflexionar para adquirir conciencia. El sentido
común, en cambio, percibe el instante temporal y mide de algún modo el movimiento en cuanto
cobra conciencia, sucesiva ella a su vez, de instantes sucesivos y sucesivos actos. Pero, así como
el resultado de su discriminación actual de los diferentes objetos esencialmente sensibles (propios
y comunes) es recogida por la fantasía, que los analiza, descompone, construye y sintetiza, así la
conciencia actual –el otro aspecto captado por el sentido común, el más formal– pasa a la
memoria en forma de recuerdo”. A. Suárez, “Los sentidos internos en los textos y en la temática
tomista”, Salmanticensis, 1959 (6), pp. 401-475, cf. pp. 421-422. Pero la imaginación representa a
las cosas mismas y no el tiempo en que éstas se encuentran.
212
De veritate, q15, a2. Un triángulo particular es un objeto imaginable, aunque como triángulo
es una entidad inteligible.
Dialéctica de la presencia sensible 121
213
Avicena, según cuenta santo Tomás en Contra Gentes, II, c74, enseñó la opinión opuesta a
ésta. Para Avicena, tanto la imaginación, que guarda las especies sentidas, como la memoria, que
conserva las especies sobresentidas, no aprehenden, sino sólamente conservan. Pero, santo Tomás
(De anima, a13, Summa Theologiae, I, q78, a4 y I-II, q15, a1) enseña que la imaginación
desempeña las dos funciones: conservar las especies y conocer las cosas ausentes.
214
Summa Theologiae, I, q85, a2, ad3: “En la parte sensitiva hay dos clases de operaciones. Una
solamente depende de la inmutación: y así se efectúa la operación del sentido en cuanto inmutado
o afectado por el objeto sensible. Otra depende de la formación, en cuanto que la imaginación se
forma alguna imagen sensible de la cosa ausente e incluso de la nunca vista. Y ambas clases de
operación se dan juntas en la inteligencia”. Pero en la imaginación, la expresión representativa
(species expressa) es una modalidad de imagen sensible (phantasma); esta última es un término
genérico que manifiesta las representaciones expresas de la fantasía, de la memoria y de la
estimativa.
122 Juan Cruz Cruz
Ahora bien, si el objeto que antes era sentido aparece en el sujeto sentiente
bajo forma de imagen sensible, esto sólo puede ocurrir porque perdura algo de
la sensación pretérita en este sujeto. Lo que queda es una disposición o hábito
de orden psicofísico, un hábito que afecta al ser compuesto de alma y cuerpo y
que reside en el cerebro, como se manifiesta por la estricta dependencia que las
imágenes tienen del estado cerebral. En la reproducción de imágenes, los
vestigios materiales son regidos por un principio superior, propio del alma
sensitiva; por eso, tales vestigios no permanecen por necesidad materialmente
los mismos; basta que permanezcan de manera formal, o sea, de manera que
sean informados por un mismo principio (el alma y las potencias). Esta
disposición no está formalmente en los órganos sensoriales periféricos, sino en
el cerebro.
2. Pero, ¿existe una diferencia esencial entre las sensaciones y las imágenes?
¿No se ven ambas afectadas intrínsecamente por las condiciones de materia-
lidad y singularidad? ¿Acaso las cualidades sensibles que muestran las imá-
genes son las mismas que se adquieren por sensación? ¿Quizás no se trata sino
de una diferencia de orden gradual? Estos interrogantes, que se refieren al plano
cognoscitivo, son despejados por el Aquinate indicando que el conocimiento de
la fantasía difiere, específicamente, del conocimiento del sentido común. Esta es
la tesis que defendieron algunos tomistas del Renacimiento, como los del
Cursus Carmelitano215, aunque Báñez mantiene la opinión contraria,
considerando que las especies intencionales por las que la fantasía conoce son
de la misma categoría que aquellas por las que el sentido común conoce, ya que
las conserva. Pero debe tenerse en cuenta lo que santo Tomás plantea: “El
pretérito y el presente pueden ser las diferencias que diversifican a las
facultades sensitivas –de acuerdo con la diferencia de objetos–, y siempre que
no se trate de facultades intelectivas”216. Es evidente que la diferencia del
conocimiento entre el sentido común y la imaginación está en función de lo
presente y lo ausente, que constituyen una diferencia específica en el plano
cognoscitivo. Porque ya se sirvan de la misma especie intencional, ya se sirvan
de especies intencionales diversas, lo cierto es que la fantasía se vale de ellas de
un modo más elevado, más inmaterial, extendiéndose a muchas más cosas;
luego, se da la diversidad específica en el plano cognoscitivo.
En realidad, la fantasía hace referencia a su objeto como re-presentable; este
objeto es más abstracto, más universal y más libre que el sensible, el cual sólo
depende de la inmutación y presencia del objeto sensible. Como las facultades
se distinguen, en el plano cognoscitivo, por la especie de su objeto, según que
éste sea más o menos abstracto, más o menos universal y superior, consiguien-
215
De anima, d15, q2, §5, n53.
216
Summa Theologiae, q79, a7, ad2.
Dialéctica de la presencia sensible 123
II. L A MEMORIA
1. La memoria y lo pretérito
que los llevan a desplazarse hasta alcanzar un fin. En estos, la memoria no cum-
ple un papel cualquiera, sino el más principal, puesto que es el que rige su con-
ducta.
Con lo pasado están conectados el objeto de recordación, el acto mismo de
recordar, el hábito recordativo y, por último, la potencia recordativa. Y a estos
cuatro elementos también se les suele llamar «memoria»217. Tiene esta facultad
dos funciones básicas: primera, conservar las especies intencionales; y segunda,
asignarles la determinación de lo pretérito o ya conocido.
a) En primer lugar, conserva y retiene las determinaciones intencionales de
la fantasía y de la estimativa, especialmente las sobresentidas: pues el principio
del recuerdo en los animales nace de alguna de las intenciones de este tipo, v. g.
de lo nocivo o de lo conveniente y semejantes. Y a partir de ahí, el animal se
orienta a rememorar algo que conoció antes.
b) En segundo lugar, conoce la determinación intencional de pretérito que
las imágenes pueden tener: dicho de otra manera, el acto propio de la memoria
es el recuerdo o el reconocimiento, pues conoce ahora un objeto como ya
conocido anteriormente. Esta determinación de pretérito puede ser aplicada a
dos cosas: a nuestros propios actos y a los objetos que hemos conocido por
ellos; pues nos acordamos de haber ejercido antes operaciones que ya no
ejercemos y nos acordamos también de los objetos que actualmente no tenemos
presentes. “Conocer el pretérito como pretérito es propio de aquella facultad que
conoce el presente como presente, o el ahora como ahora; y esta facultad es de
orden sensorial. Pues al igual que la inteligencia no conoce el singular como
«esto», sino según una razón «común», por ejemplo, en cuanto es hombre o es
blanco; o también lo particular, no en cuanto es este hombre o este particular:
así también la inteligencia conoce el presente y el pretérito no en cuanto que es
ahora este pretérito. Consiguientemente, como la memoria, en su acepción
propia, se orienta a lo que es pretérito respecto de este ahora, por eso ella, en
sentido propio, no está en la parte intelectual, sino en la sensitiva solamente”218.
Considerada de una manera general, la memoria implica conocimiento de lo
pretérito o de lo ya conocido del modo que sea. Mas en sentido estricto es
reconocimiento del pretérito concreto, conocido antes por los sentidos. Por lo
cual, la memoria es de orden sensitivo, no intelectivo.
217
Memoria como el «objeto» de recuerdo (v. gr., «voy a escribir mis memorias»): In Meteor, I,
lect17; In de caelo et mundo, lect7. Memoria como «hábito» o retención habitual de imágenes
recordativas: De veritate, q19 a1; De Malo q16 a11. Memoria como «acto» (v. gr. «hago examen
de conciencia de mis actos recordables»): In Met, IV, lect6; In Physicam, VIII, lect20; Contra
Gentes, II, c83. Memoria como «potencia»: In I Sententiarum, d3, q4, a1; De veritate, q10, a3;
Summa Theologiae, I, q78, aa4-5. Su etimología no está en el griego mnéme (memoria), sino en la
raíz sánscrita mem (mente).
218
De veritate, q10, a2.
Dialéctica de la presencia sensible 125
219
De veritate, q10, a3.
126 Juan Cruz Cruz
Como aquello que antes se conoció no puede ser re-conocido aquí y ahora
por el sujeto si en éste no se hace presente a su vez la misma forma mediante la
cual anteriormente conocía, es claro que existe entre la memoria y la fantasía
una estrecha relación. La principal diferencia entre las dos se reduce a que la
fantasía se orienta a las imágenes en sí mismas, o sea, se mantiene en aquello
que estas imágenes representan; y la memoria se orienta a las imágenes en la
medida en que representan las cosas ya aprehendidas en un tiempo pasado.
Dicho de otro modo: la memoria alcanza su objeto bajo la razón formal de
pretérito. Y como el aspecto de pretérito está en general entre las intenciones
sobresentidas –las que no pueden ser logradas por ningún sentido externo–, la
memoria es un caudal de intenciones sobresentidas. La facultad de captar el
pretérito como tal es la memoria en sentido propio.
La memoria pertenece esencialmente a la sola facultad sensitiva: los objetos
que mediante la memoria recordamos son esencialmente los sensibles; por
tanto, en la inteligencia no hay memoria, a no ser accidentalmente: pues
captamos los objetos inteligibles como pretéritos, en cuanto captamos como
pretérita aquella imagen sensitiva que precedió al conocimiento intelectual.
“Conocer el pretérito como pretérito conviene al ser que conoce el presente
como presente o el ahora como ahora”220. Conocer el presente como presente es
propio de la facultad que conoce lo singular como tal, pues el presente como
presente es esencialmente singular: o sea, es propio de una facultad sensitiva.
2. La reminiscencia
220
De veritate, q10, a2.
Dialéctica de la presencia sensible 127
221
Summa Theologiae, q78, a4, ad5.
128 Juan Cruz Cruz
222
In de mem et rem, c5.
223
In de mem et rem, c4.
224
In I Sententiarum, d3, q4, a1, ad3: “Según lo cual hay tres potencias en el alma, distintas entre
sí: la memoria, la inteligencia y la voluntad”. Cfr. A. Gardeil, “Le «mens» d’après St. Augustin et
St. Thomas d’Aquin”, Revue des Sciences Philosophiques et Théologiques, 1924 (13), pp. 145-
161.
225
De veritate, q10, aa2-3.
226
Summa Theologiae, I, q7,9 a6. V. J. Bourke llega a decir que santo Tomás se «retractó» sobre
este punto: “Intellectual memory in the thomistic theory of knowledge”, The Modern Schoolman,
Dialéctica de la presencia sensible 129
1941 (19), pp. 21-22. Probablemente esta apreciación es exagerada; pues en la Exposición de las
Sentencias bien pudiera tratarse de un uso poco matizado (el contexto es nada menos que el
asunto teológico de la imagen de la Trinidad en el hombre) y, en cualquier caso, tomaba de
prestado un ilustre y conocido planteamiento, el agustiniano, con su correspondiente termino-
logía.
227
Perciben el tiempo el sentido común, la fantasía y la memoria. El sentido común percibe el
tiempo presente como movimiento actual; la fantasía es capaz de representarse el tiempo pasado,
aunque sólo lo conozca como interiormente presente; la memoria lo reconoce como ya conocido
antes: versa sobre lo pretérito en cuanto pretérito. Cfr. M. F. Manzanedo, La imaginación y la
memoria según Santo Tomás, Herder, Roma, 1978, p. 301.
130 Juan Cruz Cruz
228
De anima, III, 4, 429 b 5.
229
Summa Theologiae, I, q79, a7.
Dialéctica de la presencia sensible 131
***
230
Summa Theologiae, I, q79, a6, ad2.
231
Summa Theologiae, I, q79, a6, ad3.
132 Juan Cruz Cruz
232
Summa Theologiae, I, q78, a4; In de mem et rem, c2; De veritate, q10, a1, ad1.
233
In de mem et rem c1, c3, c5; De anima, a4, ad2.
234
In de sensu et sensato, c1.
235
El experimento o la experiencia resulta de la comparación de muchos casos singulares
recibidos y conservados en la memoria, siendo esa comparación obra de la razón particular
(llamada cogitativa), la cual nos acostumbra a hacer unas cosas y evitar otras, de modo que
aprendemos a obrar en determinadas direcciones. Lo que santo Tomás llama «experimentum» es
el resultado de la memoria repetida del mismo objeto.
236
He contado, para la traducción de los Comentarios al De sensu et sensato y al De memoria et
reminiscentia, con las ediciones latinas de Parma, Vivès y Marietti, teniendo presente de manera
especial la acreditada edición crítica de esas obras realizada por la Comisión Leonina (1985).