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He elegido este tema de trabajo por dos motivos. El primero es que pienso que no
está tan claro a nivel práctico ni los objetivos ni los efectos de este sacramento en
la pastoral de los enfermos. La segunda razón es una experiencia personal –
repetida en varias ocasiones- de uno de dichos efectos olvidados –la sanación
corporal- que me ha movido a estudiar más a fondo la cuestión de la oración de
sanación corporal y espiritual en el ámbito ordinario de la pastoral.
Dividiré por tanto este trabajo en tres partes. En la primera aclararé cuáles son
esos objetivos y efectos según lo enseña el Magisterio más reciente que está
contenido precisamente en las praenotanda del ritual que reglamenta la
celebración de dicho sacramento. En la segunda parte haré una breve descripción
tanto de mi experiencia personal como la de otras personas acerca de algunos de
los efectos más olvidados. La tercera y más amplia de las partes la dedicaré a
reflexionar acerca del ministerio de sanación en la pastoral ordinaria hoy.
Aunque los objetivos no se miden simplemente por los efectos sin embargo es
también cierto que los efectos han marcado la reflexión teológica sobre los
sacramentos entre otras cosas porque son siempre “misterios de la fe” y nunca
terminamos de conocerlos del todo. Los efectos por tanto nos dan una información
muy determinante acerca de la esencia y finalidad de los sacramentos pues siendo
estos efectos obra divina en ellos se manifiestan su Voluntad.
Es importante que en este pasaje se vincula el poder sobre los espíritus al de curar
las enfermedades. Es lo que vamos a afirmar en este primer apartado, que la
sanación espiritual –que incluye la lucha contra los demonios- es el fundamento de
la sanación corporal y también el principal de los frutos buscados.
Finalmente podemos ver en este pasaje la materia del sacramento –el aceite- y
también el gesto –la unción- y aunque no viene indicado en este pasaje también la
imposición de manos, aunque ésta no siempre está vinculada al ministerio
apostólico sino a los creyentes en general (Cf. Mc 16,17).
Si alguno está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él
y lo unjan con óleo en el nombre del Señor.
La oración hecha con fe salvará al enfermo, el Señor lo restablecerá, y si tuviera
pecados, le serán perdonados (St 5, 14.15)
Ahora bien ¿Quién es realmente el que sana sino el Señor? Es la Presencia del
Señor la que es sanadora, su manifestación –epifanía- devuelve al cuerpo y al
espíritu una relación adecuada con su Creador, el proyecto original que no
contemplaba ni el sufrimiento, ni la enfermedad. Por ello la manifestación del
Espíritu Creador recrea, devuelve al orden original, da armonía y belleza,
devolviendo la vida de los hijos de Dios a quienes la han perdido en todas sus
dimensiones. Así lo dice el himno Veni Creator:
“Fortalece con tu poder lo que está enfermo en nuestro cuerpo”. La palabra infirma la
usa el evangelista cuando dice Jesús en Getsemaní que “el espíritu está pronto pero
la carne es débil ( infirma )” (Mt 26, 41) y también san Pablo dice “el Espíritu viene
en ayuda de nuestra debilidad (infirmitas)” (Rom 8,26). Es por tanto el Espíritu
Santo el que sana, ya sea distribuyendo carismas y ministerios a tal efecto ya sea
con su Presencia sanadora en la misma oración y la celebración de los divinos
misterios como dan testimonio tantos miles de sanados a lo largo de la historia.
Otro texto eucológico dice así “Padre de misericordia, que la fuerza curativa de tu
Espíritu en este sacramento sane nuestras maldades y nos conduzca por el camino
del bien” (Misal Romano, Domingo X del Tiempo Ordinario).
Por esto la nueva fórmula de Pablo VI del Rito de la Unción de enfermos incluye la
mención explícita al Espíritu Santo que ya recogía las oraciones más antiguas.
Este es el sentido más profundo del envío de Jesús a la Iglesia en la persona de los
apóstoles y luego de los setenta y dos: “Id y curad a los enfermos” (Lc 10,9) y aún
más después de resucitar, dando testimonio san Marcos de que “Jesús cooperaba
confirmando su Palabra con las señales que les acompañaban” (cf. Mc 16, 20). Es su
Presencia la que sana, tanto espiritual como corporalmente.
Esta certeza nunca se ha perdido en la Iglesia, pero sí se ha oscurecido. Ya desde el
siglo IX tenemos testimonio de que este efecto sanador se ha olvidado en la Iglesia
y los Concilios y Sínodos tienen que reclamar que se predique sobre su riqueza (cf.
Concilio de Pavía, año 850). Es el concilio de Trento el que define con precisión la
res del sacramento que es la gracia del Espíritu Santo y los efectos de dicha gracia
que son principalmente espirituales: perdón de los pecados y sus reliquias en el
alma si aún quedan por expiar, alivia y robustece el alma para llevar con mayor
paciencia los sufrimientos, infunde una gran confianza en medio de la tribulación o
ante la muerte, da fuerza para resistir y vencer las tentación del Maligno
especialmente en la proximidad de la muerte y si conviene para la salud del alma
también en ocasiones produce la salud corporal. Es decir incluso el efecto de la
salud corporal está ordenado a la sanación espiritual, se trata de sanar y salvar el
alma.
Sin embargo el texto del apóstol Santiago –que presupone ese arrepentimiento y
conversión al Señor- dice directamente que es la oración de fe la que salva,
restablece y perdona los pecados ¿cómo se puede entender esto?
Quizás la interpretación escolástica pasa por alto una dimensión que ahora sin
embargo estamos en condiciones de rescatar de su sentido original. Me refiero a la
dimensión afectiva de la sanación. Y por afectiva no me refiero al sentimiento o a la
impresión subjetiva de la salvación o del alivio espiritual sino al centro de la
persona, su corazón, el lugar por antonomasia del encuentro de Dios con el
hombre.
Este vínculo entre pecado –en cuanto estado y en cuanto actos concretos- y mal –
en cuanto estado y en cuanto males, sufrimientos y dolencias concretos
primeramente del alma pero también y consequenter del cuerpo está muy
silenciada. Sin embargo en los concilios se afirma una y otra vez que la sanación
corporal es consequenter a la sanación espiritual por lo que podemos deducir que
lo que ha de ser sanado corporalmente tiene al menos un vínculo con lo que ha de
ser sanado espiritualmente.
Quiero en este punto dejar claro que no me estoy adentrando en el terreno tan
manido hoy de la “conexión cuerpo-espíritu” tan propio de la new age y de teorías
psicológicas-filosóficas de ese calibre sino que esa conexión es parte de nuestra fe
desde su comienzo y que tiene grandes representantes en santos como santa
Hildegarda a un nivel físico-médico declarada doctora de la Iglesia por el poco
sospechoso papa emérito Benedicto XVI.
No vale la pena ahondar en este punto pero sí dando por supuesto que la
mentalidad revelada mira al hombre como una unidad corporal y espiritual no es
extraño que el apóstol Santiago vincule pecado con enfermedad, mal moral con
mal espiritual y con mal corporal. Somos más bien nosotros quizás los que
tenemos un prejuicio acerca de este tema que nos impide ser objetivos.
El papa san Juan Pablo II, en su carta apostólica Salvifici doloris se atreve a explicar
algo de esta vinculación con mucha delicadeza respecto a la mentalidad actual que
podría acusarnos de promover la culpabilidad y el fanatismo. El afirma este vínculo
al mismo tiempo que aclara que no quiere decir que todos nuestros sufrimientos
físicos y espirituales sean consecuencia directa de pecados personales. La misma
frase ya lo dice “no todos” pero esto mismo quiere decir que “algunos sí”. Es decir
que el sentimiento tan común en la enfermedad de debilidad psicológica y moral sí
tiene algo que ver con nuestra debilidad espiritual pues las reliquias del pecado –
también aquellas que dejaron los pecados ya confesados y reparados- están en
nosotros y salen cuando llega el momento de la prueba y el enemigo se acerca
“como león rugiente buscando a quien devorar”. Es cuando los cristianos siguiendo
el mandato de Jesús de curar a los enfermos imponiéndoles las manos y
ungiéndoles con aceite y al mismo tiempo liberarles de la opresión del demonio
salen en ayuda del hermano que sufre en su cuerpo y en su espíritu, en su
psicología y en su alma. Es entonces cuando arrepentido de todo reciben el
consuelo tan convenientemente significado por el aceite y la imposición de manos,
el consuelo de la fe que no es otro sino la Misericordia de Dios, su Amor redentor
manifestado en el Misterio Pascual, el anuncio gozoso y esperanzador de que
puede participar él también de ese Misterio Pascual acogiéndolo, viviendo ese
momento como un auténtico paso del Señor y paso personal de la muerte a la vida,
del pecado a la obediencia, de la rebeldía a la confianza. Por esto el efecto espiritual
de la infusión de la gracia del Espíritu Santo es ser salvado, levantado y perdonado,
es un momento de actualización de su aceptación de Jesús como su Salvador, de su
propia salvación.
Es por esto que el Nuevo Ritual insiste tanto en el papel de la Palabra de Dios en el
rito también cuando no hay comunidad cristiana e incluso en el caso del momento
más cercano a la muerte porque es la misma Palabra la que abre el corazón del
enfermo a la Buena Noticia de la salvación, es el kerygma que proclama a Cristo
muerto y resucitar capaz de resucitar, levantarnos de cualquier muerte, la
espiritual y consequenter la corporal. Y por esto mismo no sólo la predicación del
ministro sino también la conversación con el enfermo es fundamental como dice
de nuevo el ritual acerca del “diálogo pastoral” con el enfermo que incluya la
escucha verdadera, la empatía, la ternura y la misericordia, el anuncio del
Evangelio, la invitación a la conversión sincera, a abrir el corazón y entregar esos
males, ese sentimiento de culpabilidad, todo lo que ha habido de pecado y todavía
queda como reliquia a los pies de la Cruz Gloriosa para que El lo llene, lo unja con
el bálsamo de su Espíritu que es también fuego purificador que lo quema y
cauteriza todo, sanando en lo más profundo del alma pasando por las experiencias
traumáticas y los pecados sufridos y realizados, dejando todo en las manos del
Padre como Jesús y con El diciendo “a tus manos encomiendo mi espíritu”.
ORACIÓN DE BENDICIÓN
Señor, Dios nuestro, que enviaste al mundo a tu Hijo para que sobrellevara nuestros
sufrimientos y aguantara nuestros dolores, te pedimos por nuestros hermanos
enfermos; dales paciencia y fortaleza, reanima su esperanza; que, con tu bendición,
lleguen a superar la enfermedad y, con tu ayuda, alcancen un completo
restablecimiento. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Señor, que pasaste haciendo el bien y curando a todos, te pedimos que te dignes
bendecir + a estos servidores tuyos enfermos; da vigor a su cuerpo, firmeza a su
espíritu; dales paciencia en sus sufrimientos y haz que recuperen la salud, para que,
reintegrados a la convivencia con los hermanos, puedan bendecirte llenos de alegría.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
312. Si el ministro es laico, haciendo la señal de la cruz en la frente de cada uno, dice
la oración de bendición:
Por tu amor, sálvanos, Señor, Dios nuestro, tú que velas solícitamente por la obra de
tus manos; conforta con el poder de tu brazo el ánimo de estos servidores tuyos
enfermos, remedia sus dolencias, sana sus debilidades y haz que alcancen felizmente
el consuelo que de ti esperan. Por Jesucristo, nuestro Señor.
¿Por qué se ha hecho tan actual la sanación? Vivimos un tiempo de gran angustia
precisamente por la pérdida de Dios, y esto afecta también a los creyentes pues
vivimos en este tiempo y este ambiente. Sin duda que esto afecta directamente a la
propagación de enfermedades que están muy unidas a lo psicológico y lo moral, no
hay que olvidar que la OMS declaró que la enfermedad más importante en el 2050
será la depresión. Es por tanto más necesario que nunca una renovación de esta
pastoral de la sanación espiritual y la Iglesia tiene un tesoro escondido en el
sacramento de la unción de los enfermos.
Dimensión moral
Por tanto esta pastoral debe llevar a la predicación del kerygma y la conversión
moral del enfermo en primer lugar, fuente de la primera de las sanaciones y la
más importante que es la sanación moral y especialmente en lo que respecta a
su relación con Dios.
Dimensión espiritual
En este ámbito hay muchas secuelas del pecado –como dice Trento y recoge el
Catecismo- pero que no son pecado en sí mismas, es decir no se sanan
simplemente con la conversión. Es necesaria una curación progresiva, delicada,
que puede tener en el sacramento de la unción el comienzo y proseguir con
otras oraciones de sanación espiritual extra litúrgicas y quizás en algún caso
incluso de liberación demoníaca para lo cual debe ser entregado en manos de
quienes determine el Ordinario del lugar.
Quizás llegados a este punto puede parecer que nos salimos del sujeto que
puede recibir el sacramento que según la nueva normativa se trata de aquellas
personas gravemente enfermas o débiles por cuestión de ancianidad.
Efectivamente no creo que pudiera celebrarse el sacramento simplemente con
una persona que esté afligida o herida espiritualmente, es más como remedio
para estas dolencias el apóstol Santiago en el versículo anterior al tantas veces
citado dice: “Si alguno está afligido que cante salmos (o alabanzas)”. Es decir la
simple tristeza o sufrimiento espiritual no es sujeto del sacramento. Pero no
estamos hablando de ello sino de personas gravemente enfermas o debilitadas
por la edad que al celebrar el sacramento pedimos para ellas principalmente la
sanación espiritual y si conviene a ésta la corporal. Ahora bien esta sanación
espiritual tiene estas dimensiones que estamos explicando y todavía una más.
Dimensión psicológica
Como hemos dicho antes una buena celebración del sacramento que incluya un
examen interior profundo puede permitir que sean puestas delante del Señor
también todas estas heridas o enfermedades psicológicas,
Los fieles se acercan para ser ungidos con la Santa Unción “… para la curación del alma y
del cuerpo”. Al final del oficio el sacerdote unge a los fieles realizando la señal de la cruz
en la frente, en la nariz, en los pómulos (bajo los ojos), en la boca, en el pecho, en las
manos (por ambos lados) diciendo: “Para curación del alma y del cuerpo”.
2.Canon
En esta serie de versos que leemos y cantamos, pedimos a Dios que muestre Su
misericordia sobre nosotros y limpie nuestras almas, que nos libere del poder del
maligno, que otorgue la salvación a quienes están enfermos o abatidos y que nos
conceda la curación de nuestras almas y cuerpos. Al final de una serie de versos,
pedimos a Dios que renueve nuestras vidas para que podamos bendecir, agradecer y
glorificar a Dios por siempre.
Tropario – Tono 4
Ciego de ojos espirituales, yo avanzo hacia ti, oh Cristo, como el ciego de nacimiento,
y con arrepentimiento te clamo: Ten piedad de mí. Tú que iluminas con luz
resplandeciente a los que están en tinieblas.
Tropario – Tono 3
Troparios - Tono 4
¡Oh! Santos anárgiros que poseéis la fuente de los remedios acercad la curación a
todos los que os la piden, porque habéis sido juzgados dignos de los más grandes
favores de parte de la fuente inagotable que es Cristo Salvador. El Señor os dijo como
imitadores de los Apóstoles: 'He aquí que os he dado poder sobre los espíritus
impuros para que los podáis arrojar y curar toda enfermedad y debilidad'. Habéis
vivido sumisos a éstas órdenes: recibisteis gratuitamente, dad también
gratuitamente curando los sufrimientos de nuestros cuerpos y nuestras almas.
Accede a las oraciones de tus siervos, oh Purísima, Tú que calmas los violentos
ataques a que estamos sujetos y nos libras de toda adversidad; porque eres Tú la
única ancla firme y segura que tenemos y nos gozamos de tu mediación. Has que no
seamos confundidos, oh Madre nuestra, al invocarte; apresúrate a aceptar las
súplicas de los que te claman con fe: Salud, Señora nuestra, socorro de todos, alegría,
protección y salvación de nuestras almas.
¡Oh, Padre Santo! médico de las almas y de los cuerpos, que enviaste a tu Hijo Único,
nuestro Señor Jesucristo, a curar toda enfermedad y a librarnos de la muerte, alivia a
tu siervo (N). de la enfermedad física y espiritual que lo tiene postrado, por la gracia
de Tu Cristo, por la intercesión de nuestra Santísima Señora, la Santa Madre de Dios
y siempre Virgen María; por la virtud de la preciosa Cruz vivificadora, por las
oraciones del Santo, glorioso, profeta y precursor San Juan Bautista; de los Santos,
gloriosos y célebres Apóstoles; de los santos mártires gloriosos y triunfadores, de
nuestros justos y teóforos padres, de los Santos médicos, anárgiros, San Cosme y San
Damián, Ciro y Juan, Pantaleón y Ermelao, Sansón y Diómedes, Moisés y Aniceto,
Talaleo y Tifón, de los Santos y Justos ancestros de Dios, San Joaquín y Santa Ana, y de
todos los Santos. Porque Tú eres la fuente de la salud y te glorificamos, oh Padre, Hijo
y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
En mi opinión en la Iglesia latina quedan excluidos injustamente -no pueden recibir este
sacramento- los que sufren espiritualmente o mentalmente, cosa que no pasa en oriente.
Quizás una alternativa puede ser un sacramental de unción con aceite bendito diferente
del sacramento de la unción del mismo modo que existe el uso o la aspersión del agua
bendita distinto (pero íntimamente unido) al sacramento del bautismo, es más el agua
consagrada en el bautismo es la ideal para usarla como sacramental. En el primer
milenio con toda probabilidad junto al sacramento de la unción se administraba a forma
de sacramental otras unciones que tenían como fin la lucha espiritual –al estilo del oleo
de los catecúmenos pero no reservado sólo para ellos o los exorcismos- sino para la
lucha espiritual cotidiana de los cristianos, aceite que era bendecido por el obispo o el
sacerdote y que con toda probabilidad era el mismo aceite que se usaba tanto para la
unción de los enfermos como para la unción de los catecúmenos; que a veces
administraba el sacerdote pero que en otras ocasiones los fieles recibían en la iglesia
para luego ingerirlo o ungirse ellos mismos al modo que les entregamos agua bendita
que en el mejor de los casos es agua bautismal. Algunos grupos carismáticos han
comenzado a recuperar esta tradición pero sin permiso eclesiástico con el peligro
subsiguiente de abuso litúrgico extendido sobretodo en Latinoamérica y que ha llevado
a algunos Ordinarios a dar norma litúrgica a este respecto, por ejemplo en la diócesis de
Yucatán (México)
El efecto de la sanación corporal es sin duda el efecto que se pide como propio del
sacramento en la eucología del primer milenio, eucología que incluye la sanación
espiritual pues es una unidad, y así se pide en la oración de bendición del aceite que éste
sirva para consolar a los trabajados, ahuyentar las insidias de los demonios, disipar toda
sombra y llenar de vigor el cuerpo del enfermo, curándole de toda dolencia y
enfermedad.
Es este el concepto bíblico al que antes hemos aludido de unidad de cuerpo y alma y que
diferencia a la fe cristiana ortodoxa de los gnósticos.
La sanación corporal está recogida en la epístola de Santiago cuando éste dice que la
oración “levantará al enfermo” lo cual incluye el ser levantado del lecho de la
enfermedad.
Es unánime por tanto el testimonio del uso de este sacramento tanto en Oriente como en
Occidente para pedir la sanación corporal de los enfermos, dando por supuesta la
eficacia de esta oración.
Sin embargo es a partir del segundo milenio que aparecen algunas fórmulas que
expresan que el efecto fundamental que se pide es el espiritual y sólo si conviene a éste
el corporal. Quizás movió a ello que se fue reduciendo la administración de este
sacramento –al menos en occidente- a la preparación de la muerte y lógicamente no
producía el efecto sanador del cuerpo en muchos casos porque no era voluntad de Dios
sanarle sino prepararle para partir.
En mi opinión pienso que también ha tenido que ver la falta de fe que progresivamente
va aconteciendo en el pueblo cristiano que deja de ver los efectos sobrenaturales de los
sacramentos y empieza a dudar de su origen divino, etc hasta llegar a las herejías del
renacimiento. Es un tiempo secularizante que tiene como efecto un creciente deísmo y
debilitamiento de la fe revelada. En respuesta a ello Dios suscita nuevos santos como
santa Hildegarda, san Francisco o santo Tomás, san Juan de la Cruz o san Ignacio.
Finalmente el concilio de Trento ante las dudas de la reforma protestante afirma
dogmáticamente la sacramentariedad de la unción de los enfermos afirmando en la
misma fórmula que se busca la salud corporal pero sólo si conviene y en consecuencia
de la espiritual. La reforma del Concilio Vaticano II ha recuperado el concepto del primer
milenio sacando este sacramento del ámbito de la preparación a la muerte y situándolo
en el que le corresponde en el origen, un sacramento vinculado a la penitencia, a la
conversión y a la restauración, sanación y consuelo de los creyentes en el momento de la
enfermedad grave o la debilidad.
Ésta es la misión de la Iglesia: la Iglesia que sana, que cura. Algunas veces, he
hablado de la Iglesia como hospital de campo. Es verdad: ¡cuántos heridos hay,
cuántos heridos! ¡Cuánta gente necesita que sus heridas sean curadas! Ésta es la
misión de la Iglesia: curar las heridas del corazón, abrir puertas, liberar, decir que
Dios es bueno, que Dios perdona todo, que Dios es Padre, que Dios es tierno, que Dios
nos espera siempre.
Esta ha sido mi experiencia personal a la que aludía al comienzo de este trabajo y que
traigo al final como colofón. Recién ordenado tuve la experiencia por dos veces de ver el
efecto sanador del sacramento de la unción en un caso sanando a un enfermo en coma
irreversible y en estos años he visto en muchas ocasiones su efecto de sanación
espiritual a veces muy extraordinaria. Recuperemos la fe en Cristo pero también en su
Iglesia, en los sacramentos que el Señor ha dejado en ella signo e instrumento de su
Presencia salvadora, santificadora y sanadora.
Quiero terminar con la catequesis que el papa Francisco en la Audiencia General del 26
de febrero de 2014 que dedicó precisamente a este sacramento y que recoge
seguramente todos los aspectos que hemos subrayado en este breve trabajo, sobretodo
el de que es un sacramento de la Misericordia:
Quisiera hablar hoy del sacramento de la unción de los enfermos que nos permite
tocar con la mano la compasión de Dios por el hombre. En el pasado se lo llamaba
'extremaunción', porque se entendía como confort espiritual en el momento de la
muerte. Hablar en cambio de 'unción de los enfermos', nos ayuda a ampliar la mirada
a la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de la misericordia
de Dios.
Hay una imagen bíblica que expresa en toda su profundidad el misterio que aparece
en la unción de los enfermos. Es la parábola del buen samaritano en el Evangelio de
Lucas. Cada vez que celebramos tal sacramento, el Señor Jesús en la persona del
sacerdote, se vuelve cercano a quien sufre o está gravemente enfermo o es anciano.
Dice la parábola, que el buen samaritano se hace cargo del hombre enfermo,
poniendo sobre sus heridas, aceite y vino. El aceite nos hace pensar al que es
bendecido por el obispo cada año en la misa crismal del jueves santo, justamente
teniendo en vista la unción de los enfermos. El vino en cambio es signo del amor y de
la gracia de Cristo que nacen del don de su vida por nosotros, y expresan en toda su
riqueza en la vida sacramental de la Iglesia.
Y al final la persona que sufre es confiada a un posadero para que pueda seguir
cuidándolo sin ahorrar gastos. Ahora, ¿quién es este posadero? La Iglesia y la
comunidad cristiana, somos nosotros a quienes cada día el Señor Jesús confía a
quienes están afligidos en el cuerpo y en el espíritu para que podamos seguir
poniendo sobre ellos y sin medida, toda su misericordia de salvación.
Esto, entretanto, no tiene que hacernos caer en la búsqueda obsesiva del milagro o de
la presunción de poder obtener siempre y de todos modos la curación. Pero la
seguridad de la cercanía de Jesús al enfermo, también al anciano, porque cada
anciano o persona con más de 65 años puede recibir este sacramento. Es Jesús que se
acerca.
No piensen que esto es un tabú, porque siempre es lindo saber que en el momento del
dolor y de la enfermedad nosotros no estamos solos. El sacerdote y quienes están
durante la unción de los enfermos representan de hecho a toda la comunidad
cristiana, que como un único corazón, con Jesús se acerca entorno a quien sufre y a
sus familiares, alimentando en ellos la fe y la esperanza y apoyándolos con la oración
y el calor fraterno. Pero el confort más grande viene del hecho que quien se vuelve
presente en el sacramento es el mismo Señor Jesús, que nos toma por la mano y nos
acaricia como hacía Él con los enfermos. Y nos recuerda que le pertenecemos y que ni
siquiera el mal y la muerte nos podrán separar de Él.
Gloria Deo