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OBJETIVOS Y LOS EFECTOS DEL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS

ENFERMOS. EL PAPEL DEL MINISTERIO DE SANACIÓN EN LA PASTORAL


ORDINARIA DE LA IGLESIA

He elegido este tema de trabajo por dos motivos. El primero es que pienso que no
está tan claro a nivel práctico ni los objetivos ni los efectos de este sacramento en
la pastoral de los enfermos. La segunda razón es una experiencia personal –
repetida en varias ocasiones- de uno de dichos efectos olvidados –la sanación
corporal- que me ha movido a estudiar más a fondo la cuestión de la oración de
sanación corporal y espiritual en el ámbito ordinario de la pastoral.

Dividiré por tanto este trabajo en tres partes. En la primera aclararé cuáles son
esos objetivos y efectos según lo enseña el Magisterio más reciente que está
contenido precisamente en las praenotanda del ritual que reglamenta la
celebración de dicho sacramento. En la segunda parte haré una breve descripción
tanto de mi experiencia personal como la de otras personas acerca de algunos de
los efectos más olvidados. La tercera y más amplia de las partes la dedicaré a
reflexionar acerca del ministerio de sanación en la pastoral ordinaria hoy.

1.- EFECTOS Y OBJETIVOS

Aunque los objetivos no se miden simplemente por los efectos sin embargo es
también cierto que los efectos han marcado la reflexión teológica sobre los
sacramentos entre otras cosas porque son siempre “misterios de la fe” y nunca
terminamos de conocerlos del todo. Los efectos por tanto nos dan una información
muy determinante acerca de la esencia y finalidad de los sacramentos pues siendo
estos efectos obra divina en ellos se manifiestan su Voluntad.

1.1 EFECTO DE LA SANACIÓN ESPIRITUAL

Es testimonio común de las fuentes bíblicas que la Iglesia es fiel continuadora de la


obra sanadora de Jesús, el cual envía a sus apóstoles a anunciar el evangelio con
poder sobre los espíritus inmundos de modo que ellos: “Yéndose de allí predicaban
la conversión, expulsaban muchos demonios y ungían con aceite a muchos enfermos y
los curaban” (Mc 6, 7.12-13). Sin ninguna duda aquí se encuentra el origen del
sacramento de la unción fieles al mandato de Jesús aún en vida terrena y como
extensión de su propia misión curativa.

Es importante que en este pasaje se vincula el poder sobre los espíritus al de curar
las enfermedades. Es lo que vamos a afirmar en este primer apartado, que la
sanación espiritual –que incluye la lucha contra los demonios- es el fundamento de
la sanación corporal y también el principal de los frutos buscados.

Finalmente podemos ver en este pasaje la materia del sacramento –el aceite- y
también el gesto –la unción- y aunque no viene indicado en este pasaje también la
imposición de manos, aunque ésta no siempre está vinculada al ministerio
apostólico sino a los creyentes en general (Cf. Mc 16,17).

Respecto a la primera práctica de la Iglesia, encontramos el pasaje principal en la


carta del apóstol Santiago:

Si alguno está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él
y lo unjan con óleo en el nombre del Señor.
La oración hecha con fe salvará al enfermo, el Señor lo restablecerá, y si tuviera
pecados, le serán perdonados (St 5, 14.15)

Ahora bien ¿Quién es realmente el que sana sino el Señor? Es la Presencia del
Señor la que es sanadora, su manifestación –epifanía- devuelve al cuerpo y al
espíritu una relación adecuada con su Creador, el proyecto original que no
contemplaba ni el sufrimiento, ni la enfermedad. Por ello la manifestación del
Espíritu Creador recrea, devuelve al orden original, da armonía y belleza,
devolviendo la vida de los hijos de Dios a quienes la han perdido en todas sus
dimensiones. Así lo dice el himno Veni Creator:

Infirma nostri corporis


virtute firmans perpeti

“Fortalece con tu poder lo que está enfermo en nuestro cuerpo”. La palabra infirma la
usa el evangelista cuando dice Jesús en Getsemaní que “el espíritu está pronto pero
la carne es débil ( infirma )” (Mt 26, 41) y también san Pablo dice “el Espíritu viene
en ayuda de nuestra debilidad (infirmitas)” (Rom 8,26). Es por tanto el Espíritu
Santo el que sana, ya sea distribuyendo carismas y ministerios a tal efecto ya sea
con su Presencia sanadora en la misma oración y la celebración de los divinos
misterios como dan testimonio tantos miles de sanados a lo largo de la historia.

Otro texto eucológico dice así “Padre de misericordia, que la fuerza curativa de tu
Espíritu en este sacramento sane nuestras maldades y nos conduzca por el camino
del bien” (Misal Romano, Domingo X del Tiempo Ordinario).

Y finalmente el himno Ven Espíritu divino pide “sana el corazón enfermo”.

Por esto la nueva fórmula de Pablo VI del Rito de la Unción de enfermos incluye la
mención explícita al Espíritu Santo que ya recogía las oraciones más antiguas.

Es el Espíritu Santo el que hace contemporáneo nuestro a Jesús Resucitado muy


especialmente a través de los sacramentos y por esto es Jesús mismo quien cura
hoy manifestando como entonces que el Reino de Dios ha llegado, cumpliéndose
ciertamente la petición “Venga a nosotros tu Reino” que pide dicha manifestación
sanadora y también aquella “Hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo”
puesto que en el cielo no hay enfermedad ni dolor ni sufrimiento pues toda la vida
de los bienaventurados está ya en perfecta armonía con la Voluntad divina, con “el
Sol de Justicia que lleva la salud en sus alas” (cf. Mal 4,2).

Este es el sentido más profundo del envío de Jesús a la Iglesia en la persona de los
apóstoles y luego de los setenta y dos: “Id y curad a los enfermos” (Lc 10,9) y aún
más después de resucitar, dando testimonio san Marcos de que “Jesús cooperaba
confirmando su Palabra con las señales que les acompañaban” (cf. Mc 16, 20). Es su
Presencia la que sana, tanto espiritual como corporalmente.
Esta certeza nunca se ha perdido en la Iglesia, pero sí se ha oscurecido. Ya desde el
siglo IX tenemos testimonio de que este efecto sanador se ha olvidado en la Iglesia
y los Concilios y Sínodos tienen que reclamar que se predique sobre su riqueza (cf.
Concilio de Pavía, año 850). Es el concilio de Trento el que define con precisión la
res del sacramento que es la gracia del Espíritu Santo y los efectos de dicha gracia
que son principalmente espirituales: perdón de los pecados y sus reliquias en el
alma si aún quedan por expiar, alivia y robustece el alma para llevar con mayor
paciencia los sufrimientos, infunde una gran confianza en medio de la tribulación o
ante la muerte, da fuerza para resistir y vencer las tentación del Maligno
especialmente en la proximidad de la muerte y si conviene para la salud del alma
también en ocasiones produce la salud corporal. Es decir incluso el efecto de la
salud corporal está ordenado a la sanación espiritual, se trata de sanar y salvar el
alma.

Generalmente se ha explicado dicho perdón de los pecados y sus reliquias unido al


sacramento de la reconciliación del que el apóstol Santiago habla en el siguiente
versículo: Confiesen mutuamente sus pecados y oren los unos por los otros, para ser
curados. La oración perseverante del justo es poderosa (St 5, 16). No puede ser
casualidad que use el mismo verbo “curar” para ambos casos. Está claro que la
sanación espiritual incluye el arrepentimiento, la confesión de los pecados y la
intercesión de la comunidad -“los unos por los otros”- pues si no ¿cómo podría ser
perdonado y sanado espiritualmente sin arrepentimiento ni reconciliación? La fe
que aparece una y otra vez tanto en quien pide la sanación como en quién ora por
ella está siempre unida a la conversión del corazón, al arrepentimiento, al
abandono de los dioses de este mundo y la entrega al Dios verdadero, es nuestra fe
la que vence al mundo y también la que es capaz de hacer de causa instrumental
para que Dios sane a ese hermano, a uno mismo.

Sin embargo el texto del apóstol Santiago –que presupone ese arrepentimiento y
conversión al Señor- dice directamente que es la oración de fe la que salva,
restablece y perdona los pecados ¿cómo se puede entender esto?

Quizás la interpretación escolástica pasa por alto una dimensión que ahora sin
embargo estamos en condiciones de rescatar de su sentido original. Me refiero a la
dimensión afectiva de la sanación. Y por afectiva no me refiero al sentimiento o a la
impresión subjetiva de la salvación o del alivio espiritual sino al centro de la
persona, su corazón, el lugar por antonomasia del encuentro de Dios con el
hombre.

La expresión et si peccata operatus fierit se puede referir a pecados actuales


cometidos y todavía no arrepentidos, confesados y reparados como presupone
probablemente Trento y en cualquier caso así lo han entendido todos los
comentaristas posteriores, pero también se puede referir a un estado de vida,
“andar en pecados” -que incluyen por supuesto los pecados concretos, no es un
tipo “opción fundamental”, pero va más allá. De este modo el enfermo, que se
siente débil también en su alma por la vinculación entre pecado y mal, entre
pecados personales y sufrimientos actuales, puede recibir el alivio de la oración de
intercesión de los hermanos cristianos representados en los presbíteros en cuanto
a la acción sacramental de la imposición de las manos, la unción y la oración pero
que incluye –como presupone el nuevo ritual- la presencia de otros miembros de la
comunidad cristiana, ese “los unos por los otros”.

Este vínculo entre pecado –en cuanto estado y en cuanto actos concretos- y mal –
en cuanto estado y en cuanto males, sufrimientos y dolencias concretos
primeramente del alma pero también y consequenter del cuerpo está muy
silenciada. Sin embargo en los concilios se afirma una y otra vez que la sanación
corporal es consequenter a la sanación espiritual por lo que podemos deducir que
lo que ha de ser sanado corporalmente tiene al menos un vínculo con lo que ha de
ser sanado espiritualmente.

Quiero en este punto dejar claro que no me estoy adentrando en el terreno tan
manido hoy de la “conexión cuerpo-espíritu” tan propio de la new age y de teorías
psicológicas-filosóficas de ese calibre sino que esa conexión es parte de nuestra fe
desde su comienzo y que tiene grandes representantes en santos como santa
Hildegarda a un nivel físico-médico declarada doctora de la Iglesia por el poco
sospechoso papa emérito Benedicto XVI.

No vale la pena ahondar en este punto pero sí dando por supuesto que la
mentalidad revelada mira al hombre como una unidad corporal y espiritual no es
extraño que el apóstol Santiago vincule pecado con enfermedad, mal moral con
mal espiritual y con mal corporal. Somos más bien nosotros quizás los que
tenemos un prejuicio acerca de este tema que nos impide ser objetivos.

El papa san Juan Pablo II, en su carta apostólica Salvifici doloris se atreve a explicar
algo de esta vinculación con mucha delicadeza respecto a la mentalidad actual que
podría acusarnos de promover la culpabilidad y el fanatismo. El afirma este vínculo
al mismo tiempo que aclara que no quiere decir que todos nuestros sufrimientos
físicos y espirituales sean consecuencia directa de pecados personales. La misma
frase ya lo dice “no todos” pero esto mismo quiere decir que “algunos sí”. Es decir
que el sentimiento tan común en la enfermedad de debilidad psicológica y moral sí
tiene algo que ver con nuestra debilidad espiritual pues las reliquias del pecado –
también aquellas que dejaron los pecados ya confesados y reparados- están en
nosotros y salen cuando llega el momento de la prueba y el enemigo se acerca
“como león rugiente buscando a quien devorar”. Es cuando los cristianos siguiendo
el mandato de Jesús de curar a los enfermos imponiéndoles las manos y
ungiéndoles con aceite y al mismo tiempo liberarles de la opresión del demonio
salen en ayuda del hermano que sufre en su cuerpo y en su espíritu, en su
psicología y en su alma. Es entonces cuando arrepentido de todo reciben el
consuelo tan convenientemente significado por el aceite y la imposición de manos,
el consuelo de la fe que no es otro sino la Misericordia de Dios, su Amor redentor
manifestado en el Misterio Pascual, el anuncio gozoso y esperanzador de que
puede participar él también de ese Misterio Pascual acogiéndolo, viviendo ese
momento como un auténtico paso del Señor y paso personal de la muerte a la vida,
del pecado a la obediencia, de la rebeldía a la confianza. Por esto el efecto espiritual
de la infusión de la gracia del Espíritu Santo es ser salvado, levantado y perdonado,
es un momento de actualización de su aceptación de Jesús como su Salvador, de su
propia salvación.
Es por esto que el Nuevo Ritual insiste tanto en el papel de la Palabra de Dios en el
rito también cuando no hay comunidad cristiana e incluso en el caso del momento
más cercano a la muerte porque es la misma Palabra la que abre el corazón del
enfermo a la Buena Noticia de la salvación, es el kerygma que proclama a Cristo
muerto y resucitar capaz de resucitar, levantarnos de cualquier muerte, la
espiritual y consequenter la corporal. Y por esto mismo no sólo la predicación del
ministro sino también la conversación con el enfermo es fundamental como dice
de nuevo el ritual acerca del “diálogo pastoral” con el enfermo que incluya la
escucha verdadera, la empatía, la ternura y la misericordia, el anuncio del
Evangelio, la invitación a la conversión sincera, a abrir el corazón y entregar esos
males, ese sentimiento de culpabilidad, todo lo que ha habido de pecado y todavía
queda como reliquia a los pies de la Cruz Gloriosa para que El lo llene, lo unja con
el bálsamo de su Espíritu que es también fuego purificador que lo quema y
cauteriza todo, sanando en lo más profundo del alma pasando por las experiencias
traumáticas y los pecados sufridos y realizados, dejando todo en las manos del
Padre como Jesús y con El diciendo “a tus manos encomiendo mi espíritu”.

El Catecismo de la Iglesia Católica resume estos efectos de la siguiente manera:

IV. Efectos de la celebración de este sacramento

1520 Un don particular del Espíritu Santo.


La gracia primera de este sacramento es un gracia de consuelo, de paz y de ánimo
para vencer las dificultades propias del estado de enfermedad grave o de la
fragilidad de la vejez. Esta gracia es un don del Espíritu Santo que renueva la
confianza y la fe en Dios y fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente
tentación de desaliento y de angustia ante la muerte (cf. Hb 2,15). Esta asistencia del
Señor por la fuerza de su Espíritu quiere conducir al enfermo a la curación del alma,
pero también a la del cuerpo, si tal es la voluntad de Dios (cf Concilio de Florencia: DS
1325). Además, "si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (St 5,15; cf
Concilio de Trento: DS 1717).
1521 La unión a la Pasión de Cristo.
Por la gracia de este sacramento, el enfermo recibe la fuerza y el don de unirse más
íntimamente a la Pasión de Cristo: en cierta manera es consagrado para dar fruto
por su configuración con la Pasión redentora del Salvador. El sufrimiento, secuela del
pecado original, recibe un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvífica
de Jesús.
1522 Una gracia eclesial.
Los enfermos que reciben este sacramento, "uniéndose libremente a la pasión y
muerte de Cristo, contribuyen al bien del Pueblo de Dios" (LG 11). Cuando celebra
este sacramento, la Iglesia, en la comunión de los santos, intercede por el bien del
enfermo. Y el enfermo, a su vez, por la gracia de este sacramento, contribuye a la
santificación de la Iglesia y al bien de todos los hombres por los que la Iglesia sufre y
se ofrece, por Cristo, a Dios Padre.
1523 Una preparación para el último tránsito.
Si el sacramento de la unción de los enfermos es concedido a todos los que sufren
enfermedades y dolencias graves, lo es con mayor razón "a los que están a punto de
salir de esta vida" (in exitu viae constituti; Concilio de Trento: DS 1698), de manera
que se la llamado también sacramentum exeuntium ("sacramento de los que
parten"; ibid.). La Unción de los enfermos acaba de conformarnos con la muerte y
resurrección de Cristo, como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la última de
las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del Bautismo había
sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos había fortalecido para el
combate de esta vida. Esta última unción ofrece al término de nuestra vida terrena
un escudo para defenderse en los últimos combates antes entrar en la Casa del
Padre (cf ibid.: DS 1694).

En la “Instrucción sobre las oraciones para obtener la curación” de la Congregación


para la Doctrina de la Fe se dan unas orientaciones muy claras acerca de cómo este
anhelo de sanación hoy se ha hecho aún mayor y cómo la Iglesia tiene toda una
pastoral que busca la sanación espiritual y también si conviene a ésta la corporal.
Aclarando la diferencia entre las celebraciones litúrgicas, la más importante el
sacramento de la unción de los enfermos, pero también las misas por los enfermos
y las bendiciones a los enfermos, y otras oraciones que piden la sanación podemos
concluir que esta dimensión de la fe que incluso puede estar vinculada en algunos
casos a un carisma más o menos estable pero que sobretodo pertenece a la Iglesia
universal, es decir a todos los “creyentes” –como afirma el evangelio de Marcos- es
ahora más actual que nunca.

Esto es importante también respecto al ministro. El ministro de la unción es sin


duda el sacerdote o el obispo pero el de la pastoral de enfermos no sólo ellos,
también los laicos pueden serlo. En ese caso el Bendicional no prevé la imposición
de manos pero sí la signación con la señal de la cruz sobre la frente del enfermo
seguramente para que no haya confusión respecto al signo. Y sin embargo el gesto
que Jesús dice es: “impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos” (Mc 16)
no sólo referido a los ministros sino a los creyentes. Este es el texto del Bendicional
que en su parte segunda se ocupa de los enfermos:

ORACIÓN DE BENDICIÓN

310. El ministro, si es sacerdote o diácono, imponiendo, según las circunstancias, las


manos sobre todos los enfermos a la vez o sobre cada uno en particular, dice la
oración de bendición: (la imposición de las manos, como puede advertirse,
corresponde exclusivamente al ministro ordenado)

Señor, Dios nuestro, que enviaste al mundo a tu Hijo para que sobrellevara nuestros
sufrimientos y aguantara nuestros dolores, te pedimos por nuestros hermanos
enfermos; dales paciencia y fortaleza, reanima su esperanza; que, con tu bendición,
lleguen a superar la enfermedad y, con tu ayuda, alcancen un completo
restablecimiento. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

311. O bien, sin imposición de manos:

Señor, que pasaste haciendo el bien y curando a todos, te pedimos que te dignes
bendecir + a estos servidores tuyos enfermos; da vigor a su cuerpo, firmeza a su
espíritu; dales paciencia en sus sufrimientos y haz que recuperen la salud, para que,
reintegrados a la convivencia con los hermanos, puedan bendecirte llenos de alegría.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

312. Si el ministro es laico, haciendo la señal de la cruz en la frente de cada uno, dice
la oración de bendición:

Por tu amor, sálvanos, Señor, Dios nuestro, tú que velas solícitamente por la obra de
tus manos; conforta con el poder de tu brazo el ánimo de estos servidores tuyos
enfermos, remedia sus dolencias, sana sus debilidades y haz que alcancen felizmente
el consuelo que de ti esperan. Por Jesucristo, nuestro Señor.
¿Por qué se ha hecho tan actual la sanación? Vivimos un tiempo de gran angustia
precisamente por la pérdida de Dios, y esto afecta también a los creyentes pues
vivimos en este tiempo y este ambiente. Sin duda que esto afecta directamente a la
propagación de enfermedades que están muy unidas a lo psicológico y lo moral, no
hay que olvidar que la OMS declaró que la enfermedad más importante en el 2050
será la depresión. Es por tanto más necesario que nunca una renovación de esta
pastoral de la sanación espiritual y la Iglesia tiene un tesoro escondido en el
sacramento de la unción de los enfermos.

Respecto a la sanación espiritual podríamos distinguir varios ámbitos o


dimensiones que tanto el Catecismo como el Ritual como los otros documentos que
tratan sobre este sacramento afirman pero no distinguen claramente. Estos
aspectos son:

Dimensión moral

Es aquella que se refiere a los actos y actitudes propios de su responsabilidad.


Lo primero y más importante que debe ser sanado en primer lugar es lo que se
refiere al pecado. Como hemos dicho antes el apóstol Santiago afirma que el
sacramento perdona los pecados y hemos concluido que esto supone un
proceso de conversión y arrepentimiento. Pero es cierto también que hay
dimensiones del corazón humano que están endurecidas por el pecado, en
consecuencia de él y también estas áreas oscuras son raices de pecados
concretos, se podría decir que “el alma está enferma” como le gustaba decir a
santa Teresa del Niño Jesús acerca de una hermana del convento para justificar
la necesidad de una especial misericordia hacia ella pues si la tenemos hacia los
enfermos físicos más aún debemos tenerlo hacia los del espíritu.

El sacramento de la unción es un medio fantástico cuando es celebrado en su


totalidad, con todos sus elementos, especialmente el de la predicación del
kerygma y posteriormente el silencio meditativo para que la persona
interiorice, se arrepienta, identifique esas áreas enfermas moralmente y
finalmente suplique junto a toda la Iglesia la salvación/sanación, no es de
extrañar que como indica el Catecismo el mismo verbo “salvar” se usa para
“sanar” en la mentalidad bíblica, y de igual modo la afirmación del apóstol “y
será levantado” se usa en otras ocasiones en el Evangelio para expresar la
vuelta a la vida o la resurrección de los muertos. Este aspecto es quizás el
menos profundizado de este sacramento y sin embargo es lógico que sea el más
importante pues es “la oración de fe” la que está llena de poder para sanar y la
fe comienza precisamente con la conversión y la aceptación la salvación.

Se cumple una vez más la expresión de Sacrosanctum Concilium: que los


sacramentos son misterios de la fe en cuanto que la presuponen y a su vez la
provocan o la hacen crecer, además de que son celebraciones de la fe de la
Iglesia.

También se realiza entonces la llamada del mismo documento vaticano a que


las celebraciones litúrgicas se conviertan en ocasiones de evangelización y que
no se separe nunca celebración de pastoral, como si el sacramento pudiese
tener una eficacia separado de la intención de la Iglesia al celebrarlo, y la
intención de la Iglesia al celebrar el sacramento de la unción de los enfermos
como bien expresa el Ritual es realizar una pastoral completa con el enfermo
que partiendo de su situación acogida y escuchada con gran respeto y empatía
se le anuncie la Buena noticia del Misterio Pascual, de la presencia de Cristo a
su lado, del poder de la Cruz Gloriosa y del Espíritu Santo para transformar su
sufrimiento, enfermedad y muerte en fuente de vida y así llevarle
progresivamente a ofrecerse juntamente con Cristo por la redención del
mundo, llenando de sentido su lucha y su dolor.

Por tanto esta pastoral debe llevar a la predicación del kerygma y la conversión
moral del enfermo en primer lugar, fuente de la primera de las sanaciones y la
más importante que es la sanación moral y especialmente en lo que respecta a
su relación con Dios.

Dimensión espiritual

Es aquella que no se refiere a los actos y actitudes propios de su


responsabilidad sino a las realidades profundas de la persona respecto a su
relación con Dios, consigo mismo y con los demás. Aquí entra la dimensión de
la sanación de heridas, fortalezas mentales, falsas concepciones, algunas de
ellas engaños o influencias del demonio, así como debilidades de la carne, falsas
seguridades, etc.

En este ámbito hay muchas secuelas del pecado –como dice Trento y recoge el
Catecismo- pero que no son pecado en sí mismas, es decir no se sanan
simplemente con la conversión. Es necesaria una curación progresiva, delicada,
que puede tener en el sacramento de la unción el comienzo y proseguir con
otras oraciones de sanación espiritual extra litúrgicas y quizás en algún caso
incluso de liberación demoníaca para lo cual debe ser entregado en manos de
quienes determine el Ordinario del lugar.

Quizás llegados a este punto puede parecer que nos salimos del sujeto que
puede recibir el sacramento que según la nueva normativa se trata de aquellas
personas gravemente enfermas o débiles por cuestión de ancianidad.
Efectivamente no creo que pudiera celebrarse el sacramento simplemente con
una persona que esté afligida o herida espiritualmente, es más como remedio
para estas dolencias el apóstol Santiago en el versículo anterior al tantas veces
citado dice: “Si alguno está afligido que cante salmos (o alabanzas)”. Es decir la
simple tristeza o sufrimiento espiritual no es sujeto del sacramento. Pero no
estamos hablando de ello sino de personas gravemente enfermas o debilitadas
por la edad que al celebrar el sacramento pedimos para ellas principalmente la
sanación espiritual y si conviene a ésta la corporal. Ahora bien esta sanación
espiritual tiene estas dimensiones que estamos explicando y todavía una más.

Dimensión psicológica

Es importante diferenciarla de las anteriores pero no separarla porque siempre


están unidas.

Lo propio de esta dimensión es sanación de lo meramente psicológico: traumas


de todo tipo, obsesiones, fobias, adicciones, etc. También esta dimensión entra
dentro de la sanación espiritual para diferenciarla de la sanación corporal.

Como hemos dicho antes una buena celebración del sacramento que incluya un
examen interior profundo puede permitir que sean puestas delante del Señor
también todas estas heridas o enfermedades psicológicas,

El gesto sacramental es muy significante pues no por casualidad la unción se


hace en la frente, sede de los pensamientos y no en el pecho –como la unción de
los catecúmenos- sede de los sentimientos. Sabemos cuanto afecta
psicológicamente la enfermedad física en la psicología y las fases psicológicas
por las que pasa el enfermo, lo cual es importante a la hora de celebrar con
todo el fruto posible el sacramento pues no es lo mismo que el enfermo esté en
la fase de negación, de rebeldía, de negociación o de aceptación. En cada una de
estas etapas quizás la elección de las lecturas y de la predicación debe ser
distinta, en unos casos ayudándole a abrirse a la súplica, en otros acogiendo sus
quejas y lamentos, y siempre intentando llevarle hacia la entrega en los brazos
del Padre. Precisamente uno de los efectos más importante y que el Catecismo
resalta es el de acrecentar la confianza en Dios Padre, quizás el terreno de
mayor combate contra Satanás que libra el enfermo en su interior.

Un tema abierto teológicamente es si las enfermedades mentales se pueden


considerar “graves” o “debilidad” asimilable a la de la edad. Algunas como la
demencia senil, el alzeimer o el parkinson parece que encajarían bien en la
definición del sujeto del sacramento, quizás otras como los diferentes
síndromes (de Down, de asperje, autismo, etc) lo harían menos por tener más
relación con la identidad de la persona. En el mismo sentido entrarían los
trastornos del tipo afectivo-sexual, de identidad, alimenticios,… que quizás no
tengan en el sacramento de la unción su ámbito más propio pero sí en el ámbito
extra litúrgico de la oración de sanación espiritual como de hecho se ha
comprobado que en muchísimos casos han sido sanados, normalmente como
un proceso pero también en algún caso de forma inmediata.
Es muy interesante como conciben este sacramento nuestros hermanos ortodoxos. En
las oraciones que realizan después de cada una de las siete lecturas –es clara la
referencia al Espíritu Santo en el septenario- se pide principalmente esta sanación en el
sentido que arriba hemos explicado con la mención al combate contra el demonio y con
una presencia muy acentuada de la intercesión de la Santísima Virgen María, de los
santos y de los ángeles (mucho mayor que en la iglesia latina que ha reservado esa
intercesión para los ámbito extra litúrgicos).

El sacramento propiamente dicho requiere de siete sacerdotes, siete lecturas de las


Epístolas, siete del Evangelio, siete oraciones y siete unciones con aceite especialmente
bendecido para el oficio. Aunque no siempre se puede celebrar el sacramento de esta
manera, el procedimiento normal sigue siendo reunir la mayor cantidad de sacerdotes
posible.

Los fieles se acercan para ser ungidos con la Santa Unción “… para la curación del alma y
del cuerpo”. Al final del oficio el sacerdote unge a los fieles realizando la señal de la cruz
en la frente, en la nariz, en los pómulos (bajo los ojos), en la boca, en el pecho, en las
manos (por ambos lados) diciendo: “Para curación del alma y del cuerpo”.

Orden del Oficio

1.Oraciones introductorias y Salmos 142 & 50


En estos Salmos confesamos a Dios nuestra pecaminosidad y Le pedimos que nos
limpie y “renueve un espíritu recto dentro de nuestro” (Salmo 50:10).

2.Canon
En esta serie de versos que leemos y cantamos, pedimos a Dios que muestre Su
misericordia sobre nosotros y limpie nuestras almas, que nos libere del poder del
maligno, que otorgue la salvación a quienes están enfermos o abatidos y que nos
conceda la curación de nuestras almas y cuerpos. Al final de una serie de versos,
pedimos a Dios que renueve nuestras vidas para que podamos bendecir, agradecer y
glorificar a Dios por siempre.

3. Plegarias cortas o Troparios a los Santos


Rezamos a los santos, especialmente a aquellos que han ayudado a los enfermos y
sufrientes, y a aquellos que han sido martirizados para Gloria de Dios, y también a la
Madre de Dios para que intercedan por nosotros y por la salvación de nuestra alma.

4. Lecciones y oraciones de las Epístolas y Evangelios


Hay siete lecturas de las Epístolas y del Evangelio, y siete oraciones.

a. Santiago 5:10-16; San Lucas: 10:25-37


b. Romanos 15:1-7; San Lucas 19:1-10
c. I Corintios 12:27-31; 13:1-8; San Mateo 10:1,5-8
d. II Corintios 6:16-18, 7:1; San Mateo 8:14-23
e. II Corintios 1:8-11; San Mateo 25:1-13
f. Gálatas 5:22-6:2; San Mateo 15:21-28
g. I Tesalonicenses 5:14-23; San Mateo 9:9-13
Cada una de las siete oraciones pide por la remisión de nuestros pecados, la curación
de nuestras almas y cuerpos y la vida eterna.

Himnos y Oraciones del Sacramento de la Santa Unción

Tropario – Tono 4

Ciego de ojos espirituales, yo avanzo hacia ti, oh Cristo, como el ciego de nacimiento,
y con arrepentimiento te clamo: Ten piedad de mí. Tú que iluminas con luz
resplandeciente a los que están en tinieblas.

Tropario – Tono 3

Por tu divina intercesión, oh Señor, despierta a mi alma, cruelmente paralizada por


pecados de toda especie y por acciones abominables, como tu anteriormente pusiste
de pie al paralítico, pueda yo exclamarte: Concédeme la salud, oh Cristo compasivo.

Troparios - Tono 4

¡Oh! Santos anárgiros que poseéis la fuente de los remedios acercad la curación a
todos los que os la piden, porque habéis sido juzgados dignos de los más grandes
favores de parte de la fuente inagotable que es Cristo Salvador. El Señor os dijo como
imitadores de los Apóstoles: 'He aquí que os he dado poder sobre los espíritus
impuros para que los podáis arrojar y curar toda enfermedad y debilidad'. Habéis
vivido sumisos a éstas órdenes: recibisteis gratuitamente, dad también
gratuitamente curando los sufrimientos de nuestros cuerpos y nuestras almas.

Accede a las oraciones de tus siervos, oh Purísima, Tú que calmas los violentos
ataques a que estamos sujetos y nos libras de toda adversidad; porque eres Tú la
única ancla firme y segura que tenemos y nos gozamos de tu mediación. Has que no
seamos confundidos, oh Madre nuestra, al invocarte; apresúrate a aceptar las
súplicas de los que te claman con fe: Salud, Señora nuestra, socorro de todos, alegría,
protección y salvación de nuestras almas.

Oración para la Unción

¡Oh, Padre Santo! médico de las almas y de los cuerpos, que enviaste a tu Hijo Único,
nuestro Señor Jesucristo, a curar toda enfermedad y a librarnos de la muerte, alivia a
tu siervo (N). de la enfermedad física y espiritual que lo tiene postrado, por la gracia
de Tu Cristo, por la intercesión de nuestra Santísima Señora, la Santa Madre de Dios
y siempre Virgen María; por la virtud de la preciosa Cruz vivificadora, por las
oraciones del Santo, glorioso, profeta y precursor San Juan Bautista; de los Santos,
gloriosos y célebres Apóstoles; de los santos mártires gloriosos y triunfadores, de
nuestros justos y teóforos padres, de los Santos médicos, anárgiros, San Cosme y San
Damián, Ciro y Juan, Pantaleón y Ermelao, Sansón y Diómedes, Moisés y Aniceto,
Talaleo y Tifón, de los Santos y Justos ancestros de Dios, San Joaquín y Santa Ana, y de
todos los Santos. Porque Tú eres la fuente de la salud y te glorificamos, oh Padre, Hijo
y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
En mi opinión en la Iglesia latina quedan excluidos injustamente -no pueden recibir este
sacramento- los que sufren espiritualmente o mentalmente, cosa que no pasa en oriente.

Quizás una alternativa puede ser un sacramental de unción con aceite bendito diferente
del sacramento de la unción del mismo modo que existe el uso o la aspersión del agua
bendita distinto (pero íntimamente unido) al sacramento del bautismo, es más el agua
consagrada en el bautismo es la ideal para usarla como sacramental. En el primer
milenio con toda probabilidad junto al sacramento de la unción se administraba a forma
de sacramental otras unciones que tenían como fin la lucha espiritual –al estilo del oleo
de los catecúmenos pero no reservado sólo para ellos o los exorcismos- sino para la
lucha espiritual cotidiana de los cristianos, aceite que era bendecido por el obispo o el
sacerdote y que con toda probabilidad era el mismo aceite que se usaba tanto para la
unción de los enfermos como para la unción de los catecúmenos; que a veces
administraba el sacerdote pero que en otras ocasiones los fieles recibían en la iglesia
para luego ingerirlo o ungirse ellos mismos al modo que les entregamos agua bendita
que en el mejor de los casos es agua bautismal. Algunos grupos carismáticos han
comenzado a recuperar esta tradición pero sin permiso eclesiástico con el peligro
subsiguiente de abuso litúrgico extendido sobretodo en Latinoamérica y que ha llevado
a algunos Ordinarios a dar norma litúrgica a este respecto, por ejemplo en la diócesis de
Yucatán (México)

1) Evítese la bendición y el uso de aceites con fines similares al Óleo de los


Enfermos que se bendice exclusivamente según el Ritual de Bendición de Óleos en
la Misa Crismal. Sólo queda vigente lo contenido en el Bendicional, capítulo XLII
“Bendición de bebidas, comestibles u otras cosas por motivos de devoción”. El Sr.
Arzobispo nos dijo en la Misa Crismal que el uso de estos aceites confunde al
Pueblo de Dios, que al usarlos de otro modo, puede restar el auténtico valor del
Sacramento de la Unción de los Enfermos. Dijo además que existe el riego de caer
en el gravísimo pecado de la simonía, al cometer un sacrilegio posiblemente con el
interés económico de la venta de estos productos
2) No teniendo sustento en la práxis litúrgica ni sacramental de la Iglesia, evítese
también el uso de lociones, cremas y bálsamos que circulan entre las personas
como si tales objetos produjeran sanación o curación.
3) Evítese emplear el término “sacramental” para aplicarlo ambiguamente a
cualquier realidad material, pues la idea de que “Dios salva por contacto”, es reflejo
de una mentalidad mágico sacramental y una falta de catequesis que profundice en
la revelación dada por Dios en Jesucristo. Una mal llamada “pastoral afectiva”, sin
fundamento consistente en la Escritura y sin referencia a la liturgia vigente en
nuestra Iglesia católica, ha llevado a algunos ministros a hacer una especie de
alternativa ante la deserción de algunos católicos, creando “sacramentales” en
donde no las hay o no las ha considerado la Iglesia en su experiencia secular.
4) En cuanto a la práxis de “exorcizar” agua, aceite y sal, el Bendicional vigente no
las contempla, pues la reforma litúrgica fue clara al señalar el necesario retorno a
la práctica más antigua, sencilla y sobria de las celebraciones litúrgicas, tanto en
las bendiciones de las personas y los objetos, como de los exorcismos. Quien use
estos elementos, los toma fuera de su contexto, pues incluso el Ritual de
Exorcismos, para uso exclusivo del sacerdote, ya no considera pronunciar
oraciones para exorcizar estos elementos, más que el agua bendita y la sal bendita,
dentro del rito propio y nunca fuera de él (praenotanda 21, RE 41-43), como
también se propone en el Misal Romano 3ª edición típica (Apéndice III, formulario
I). De tal manera que se pide encarecidamente a los presbíteros y comunidades
donde se practiquen oraciones de sanación y liberación, A NO EMPLEAR estos
elementos, toda vez que no están para uso de los laicos, según la normativa vigente
de la Iglesia, sino sólo a los exorcistas legítimamente nombrados por el Ordinario
del Lugar.

1.2 EFECTO DE LA SANACIÓN CORPORAL

El efecto de la sanación corporal es sin duda el efecto que se pide como propio del
sacramento en la eucología del primer milenio, eucología que incluye la sanación
espiritual pues es una unidad, y así se pide en la oración de bendición del aceite que éste
sirva para consolar a los trabajados, ahuyentar las insidias de los demonios, disipar toda
sombra y llenar de vigor el cuerpo del enfermo, curándole de toda dolencia y
enfermedad.

Es este el concepto bíblico al que antes hemos aludido de unidad de cuerpo y alma y que
diferencia a la fe cristiana ortodoxa de los gnósticos.

La sanación corporal está recogida en la epístola de Santiago cuando éste dice que la
oración “levantará al enfermo” lo cual incluye el ser levantado del lecho de la
enfermedad.

Es unánime por tanto el testimonio del uso de este sacramento tanto en Oriente como en
Occidente para pedir la sanación corporal de los enfermos, dando por supuesta la
eficacia de esta oración.

Sin embargo es a partir del segundo milenio que aparecen algunas fórmulas que
expresan que el efecto fundamental que se pide es el espiritual y sólo si conviene a éste
el corporal. Quizás movió a ello que se fue reduciendo la administración de este
sacramento –al menos en occidente- a la preparación de la muerte y lógicamente no
producía el efecto sanador del cuerpo en muchos casos porque no era voluntad de Dios
sanarle sino prepararle para partir.

En mi opinión pienso que también ha tenido que ver la falta de fe que progresivamente
va aconteciendo en el pueblo cristiano que deja de ver los efectos sobrenaturales de los
sacramentos y empieza a dudar de su origen divino, etc hasta llegar a las herejías del
renacimiento. Es un tiempo secularizante que tiene como efecto un creciente deísmo y
debilitamiento de la fe revelada. En respuesta a ello Dios suscita nuevos santos como
santa Hildegarda, san Francisco o santo Tomás, san Juan de la Cruz o san Ignacio.
Finalmente el concilio de Trento ante las dudas de la reforma protestante afirma
dogmáticamente la sacramentariedad de la unción de los enfermos afirmando en la
misma fórmula que se busca la salud corporal pero sólo si conviene y en consecuencia
de la espiritual. La reforma del Concilio Vaticano II ha recuperado el concepto del primer
milenio sacando este sacramento del ámbito de la preparación a la muerte y situándolo
en el que le corresponde en el origen, un sacramento vinculado a la penitencia, a la
conversión y a la restauración, sanación y consuelo de los creyentes en el momento de la
enfermedad grave o la debilidad.

El Magisterio reciente insiste en integrar la celebración de este sacramento en toda una


pastoral de los enfermos y los que sufren. Es muy interesante la introducción española al
Ritual que incluye no solamente el Rito de la Unción de enfermos sino dentro de la visita
a los enfermos que sea la comunidad entera la que se comprometa en el cuidado de los
enfermos, es el pueblo de Dios el que ha recibido esta misión de “anunciar y curar”, de
hechos me llamó mucho la atención que el ritual prevé que el sacerdote dentro de esa
visita pueda hacer una imposición de manos orando por el enfermo para que reciba
consuelo y sanación independientemente del Rito de la Unción de enfermos,
precisamente para que se pueda llevar también este signo diferente al Rito de la Unción
pero vinculado (por algo el ritual se llama de “la unción y la pastoral de enfermos”), es
en número 90 que dice: “En su visita a los enfermos el sacerdote sirviéndose de los
elementos más apropiados y preparándola en fraterna conversación con el enfermo, podrá
componer una plegaria común a modo de breve celebración de la palabra de Dios.
Acompañe a la lectura de la Biblia una plegaria tomada de los salmos, de otros textos
oracionales o de las letanías; al final, bendiga al enfermo, imponiéndole las manos si le
parece oportuno”. Me parece muy importante este número porque permite que los
enfermos que no entran dentro del sujeto propio del sacramento de la unción sin
embargo reciban una oración de sanación en la que creo que podría estar incluida la
sanación mental o espiritual de la que hablaba antes –porque se invita al sacerdote a
“componer” esa oración de acuerdo a las necesidades que el enfermo le presente,
anunciando la Palabra de Dios y tomando elementos del rito de la Unción., y las
catequesis del papa Francisco:

Ésta es la misión de la Iglesia: la Iglesia que sana, que cura. Algunas veces, he
hablado de la Iglesia como hospital de campo. Es verdad: ¡cuántos heridos hay,
cuántos heridos! ¡Cuánta gente necesita que sus heridas sean curadas! Ésta es la
misión de la Iglesia: curar las heridas del corazón, abrir puertas, liberar, decir que
Dios es bueno, que Dios perdona todo, que Dios es Padre, que Dios es tierno, que Dios
nos espera siempre.

Cuando olvidamos esta misión, olvidamos la pobreza, olvidamos el celo apostólico y


ponemos la esperanza en estos medios, la Iglesia lentamente cae en una Ong y se
transforma en una bella organización: potente, pero no evangélica, porque falta
aquel espíritu, aquella pobreza, aquella fuerza para curar (Homilía en Santa Marta,
02 de mayo de 2015).

Esta ha sido mi experiencia personal a la que aludía al comienzo de este trabajo y que
traigo al final como colofón. Recién ordenado tuve la experiencia por dos veces de ver el
efecto sanador del sacramento de la unción en un caso sanando a un enfermo en coma
irreversible y en estos años he visto en muchas ocasiones su efecto de sanación
espiritual a veces muy extraordinaria. Recuperemos la fe en Cristo pero también en su
Iglesia, en los sacramentos que el Señor ha dejado en ella signo e instrumento de su
Presencia salvadora, santificadora y sanadora.
Quiero terminar con la catequesis que el papa Francisco en la Audiencia General del 26
de febrero de 2014 que dedicó precisamente a este sacramento y que recoge
seguramente todos los aspectos que hemos subrayado en este breve trabajo, sobretodo
el de que es un sacramento de la Misericordia:

Quisiera hablar hoy del sacramento de la unción de los enfermos que nos permite
tocar con la mano la compasión de Dios por el hombre. En el pasado se lo llamaba
'extremaunción', porque se entendía como confort espiritual en el momento de la
muerte. Hablar en cambio de 'unción de los enfermos', nos ayuda a ampliar la mirada
a la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de la misericordia
de Dios.

Hay una imagen bíblica que expresa en toda su profundidad el misterio que aparece
en la unción de los enfermos. Es la parábola del buen samaritano en el Evangelio de
Lucas. Cada vez que celebramos tal sacramento, el Señor Jesús en la persona del
sacerdote, se vuelve cercano a quien sufre o está gravemente enfermo o es anciano.

Dice la parábola, que el buen samaritano se hace cargo del hombre enfermo,
poniendo sobre sus heridas, aceite y vino. El aceite nos hace pensar al que es
bendecido por el obispo cada año en la misa crismal del jueves santo, justamente
teniendo en vista la unción de los enfermos. El vino en cambio es signo del amor y de
la gracia de Cristo que nacen del don de su vida por nosotros, y expresan en toda su
riqueza en la vida sacramental de la Iglesia.

Y al final la persona que sufre es confiada a un posadero para que pueda seguir
cuidándolo sin ahorrar gastos. Ahora, ¿quién es este posadero? La Iglesia y la
comunidad cristiana, somos nosotros a quienes cada día el Señor Jesús confía a
quienes están afligidos en el cuerpo y en el espíritu para que podamos seguir
poniendo sobre ellos y sin medida, toda su misericordia de salvación.

Este mandato es reiterado de manera explícita y precisa en la carta de Santiago. Se


recomienda que quien está enfermo llame a los presbíteros de la Iglesia, para que
ellos recen por él ungiéndolo con aceite en nombre del Señor, y la oración hecha con
fe salvará al enfermo. El Señor lo aliviará y si cometió pecados le serán perdonados.
Se trata por lo tanto de una praxis que se usaba ya en el tiempo de los apóstoles.
Jesús, de hecho, le enseñó a sus discípulos a que tuvieran su misma predilección por
los que sufren y les transmitió su capacidad y la tarea de seguir dando en su nombre
y según su corazón, alivio y paz, a través de la gracia especial de tal sacramento.

Esto, entretanto, no tiene que hacernos caer en la búsqueda obsesiva del milagro o de
la presunción de poder obtener siempre y de todos modos la curación. Pero la
seguridad de la cercanía de Jesús al enfermo, también al anciano, porque cada
anciano o persona con más de 65 años puede recibir este sacramento. Es Jesús que se
acerca.

Pero cuando hay un enfermo y se piensa: 'llamemos al cura, al sacerdote'. 'No, no lo


llamemos, trae mala suerte, o el enfermo se va a asustar'. Por qué, porque se tiene un
poco la idea que cuando hay un enfermo y viene el sacerdote, después llegan las
pompas fúnebres, y eso no es verdad.
El sacerdote, viene para ayudar al enfermo o al anciano, por esto es tan importante
la visita del sacerdote a los enfermos. Llamarlo para que a un enfermo le dé la
bendición, lo bendiga, porque es Jesús que llega, para darle ánimo, fuerza, esperanza
y para ayudarlo. Y también para perdonar los pecados y esto es hermoso.

No piensen que esto es un tabú, porque siempre es lindo saber que en el momento del
dolor y de la enfermedad nosotros no estamos solos. El sacerdote y quienes están
durante la unción de los enfermos representan de hecho a toda la comunidad
cristiana, que como un único corazón, con Jesús se acerca entorno a quien sufre y a
sus familiares, alimentando en ellos la fe y la esperanza y apoyándolos con la oración
y el calor fraterno. Pero el confort más grande viene del hecho que quien se vuelve
presente en el sacramento es el mismo Señor Jesús, que nos toma por la mano y nos
acaricia como hacía Él con los enfermos. Y nos recuerda que le pertenecemos y que ni
siquiera el mal y la muerte nos podrán separar de Él.

Tengamos esta costumbre de llamar al sacerdote para nuestros enfermos, no digo


para los resfriados de tres o cuatro días, pero cuando se trata de una enfermedad
seria, para que el sacerdote venga a darle también a nuestros ancianos este
sacramento, este confort, esta fuerza de Jesús para ir adelante.

Gloria Deo

Alumno: Carlos Ruiz Saiz

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