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ÍNDICE
Contenido
INTRODUCCIÓN ..................................................................................................................... 3
A LOS PROTAGONISTAS ..................................................................................................... 5
I. EL ESPÍRITU SANTO .......................................................................................................... 6
2. EL ESPÍRITU SANTO EN DOS HIMNOS LITÚRGICOS ............................................... 16
II. LOS APÓSTOLES ............................................................................................................. 24
3. LOS DISCÍPULOS DEL SEÑOR ....................................................................................... 24
B. LA FORJA DEL CRISTIANO ........................................................................................... 29
4. “FORMAR” PARA EL ESPÍRITU SANTO ....................................................................... 30
5. LAS RAZONES DE SU ACTUACIÓN.............................................................................. 36
6. LA META DEL ESPÍRITU SANTO .................................................................................. 41
7. LOS CAMPOS DE LA SIEMBRA DIVINA ...................................................................... 45
8. LAS ACCIONES DEL DEDO DE DIOS ........................................................................... 51
9. MÉTODOS DE SU ACTUACIÓN ..................................................................................... 63
10. OBSTÁCULOS Y DIFICULTADES ................................................................................ 69
11. LOS FRUTOS DE LA SIEMBRA DIVINA ..................................................................... 74
12. NUESTRA TAREA ........................................................................................................... 83
C. LOS RESULTADOS ........................................................................................................ 91
13. FORMADOS POR EL ESPÍRITU SANTO ...................................................................... 92
1. Autor anónimo del siglo II ................................................................................................... 92
2. Autor anónimo ..................................................................................................................... 94
3. San Columbano (543 ? - 615) .............................................................................................. 96
4. San Buenaventura (c. 1218 - 1274)...................................................................................... 97
5. Tomás de Kempis (c. 1379 - 1471) ...................................................................................... 99
6. San Francisco Javier (1506 - 1552) ................................................................................... 100
7. Santa Juana Francisca de Chantal (1572 - 1641) ............................................................... 102
8. Santa María Magdalena de Pazzi (1566 - 1607) ................................................................ 103
9. Cardenal John Henry Newman (1801 - 1890) ................................................................... 105
10. Cardenal François Xavier Nguyen van Thuan (1928 - 2002) .......................................... 106
CONCLUSIÓN ...................................................................................................................... 107
3
INTRODUCCIÓN
Estas páginas nacen con el deseo de que el Espíritu Santo, la tercera Persona de
la Santísima Trinidad, deje de ser lo que proclamaba un libro de ascética cristiana en
su mismo título: “El Divino Desconocido”.1
Los diversos capítulos de este libro buscan que los discípulos del Señor seamos
conscientes de la importancia de la presencia y obra del Espíritu Santo, como
reconoce I. Hazim, patriarca ortodoxo de Antioquía:
Sin él [el Espíritu Santo], Dios está lejos, Cristo está en el pasado, el evangelio
es letra muerta; la Iglesia, una simple organización; la autoridad, una dominación; la
misión es propaganda; el culto, una evocación, y el obrar cristiano, una moral de
esclavos. [...] Pero en él... Cristo resucitado está aquí, el evangelio es fuerza de vida,
la Iglesia quiere decir comunión trinitaria, la autoridad es un servicio liberador, la
misión es un Pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación, el obrar humano está
deificado.2
Esta obra busca, desde una perspectiva más personal y espiritual, que el
Espíritu Santo sea para cada creyente el Formador íntimo, el “Dulce Huésped del
alma”, la persona de la Santísima Trinidad con la que el discípulo de Cristo entable
unas relaciones de amistad cada vez más profundas, cordiales, transformantes. Y que
1
M. Landrieux, Le Divine Inconnu, París 1925.
2
I. Hazim, La Risurrezione e l’uomo di oggi, Roma 1970, pp. 25 - 26.
4
A este fin el libro aparece estructurado en tres apartados, cada uno con distinto
número de capítulos:
El libro está pensado para alimentar el alma del creyente y su relación con el
Espíritu Santo mediante la lectura espiritual, la meditación, la predicación de alguna
plática, de retiros o de ejercicios espirituales; como preparación para la fiesta de
Pentecostés o para algún cursillo monográfico de formación cristiana.
A LOS PROTAGONISTAS
I. EL ESPÍRITU SANTO
En el Génesis se nos dice que al principio, cuando Dios creó el cielo y la tierra
y ésta se hallaba confusa y vacía, “el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de
las aguas” (Gn 1, 2). Podemos ver en este “espíritu de Dios” una primera alusión
bíblica al Espíritu Santo, que llena con su presencia el inicio de la acción creadora de
Dios.
Más adelante, en el capítulo 18 del mismo Génesis (vv. 1 y ss.) se aparecen tres
varones a Abrahán, “sentado a la puerta de su tienda a la hora del calor” (v. 1).
Abrahán los acoge y les prepara de comer. Los tres varones acceden, comen en su
presencia, actúan en completa armonía y al final el texto cambia del plural al singular
para presentarse ellos como Yahvé (v. 13), para quien no hay nada imposible (v. 14).
Aquí descubrimos otro rasgo del Espíritu Santo, que actúa en todo de acuerdo con los
otros “dos varones”, figura elegida por Dios para esta aparición a Abrahán.
El siervo de Dios Juan Pablo II (1920 - 2005), Pastor y poeta, describe así esta
primera aparición en su “Tríptico Romano”:
Todos los profetas actúan inspirados por el Espíritu del Señor, como ellos
mismos se encargan de resaltarlo muchas veces al inicio de sus visiones y profecías.
Presento en primer lugar tres formas con las que el Espíritu Santo aparece en el
Nuevo Testamento: la paloma, el viento y el fuego. Así podemos extraer algunas
reflexiones que nos sirven para comprender algo mejor su labor como Formador del
discípulo de Cristo, labor que estudiaremos más adelante con mayor amplitud.
Así pues, extraemos de estas tres formas elegidas por el Espíritu Santo estas
respuestas: la Tercera Persona de la Santísima Trinidad es un Dios sencillo, manso y
humilde como una paloma. Y un Dios poderoso que puede invadirlo todo como un
repentino viento impetuoso. Y un Dios que es luz que elige, ilumina, purifica y
acompaña a cada hombre que lo aguarda y cree en él.
Sin formas como las anteriores, podemos añadir sintéticamente que el Espíritu
Santo interviene en distintos pasajes de la vida de Cristo, tales como la anunciación a
María (Lc 1 26 - 38), la presentación de Jesús en el Templo (Lc 2, 22 - 32), el
bautismo en el Jordán (Lc 3, 21 - 22), las tentaciones que preceden a la vida pública
(Lc 4, 1 - 13), la transfiguración (Lc 9, 28 - 36), la última cena (Jn 14 - 16) y la
ascensión (Mt 18, 16 - 20).
En su Carta a los sacerdotes del Jueves Santo de 1998, el siervo de Dios Juan
Pablo II sintetiza de este modo las intervenciones del Espíritu Santo en la vida de
Cristo:
4
JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes, Jueves Santo de 1998, n.1
10
Pero el mismo evangelista reserva la doctrina más rica sobre el Espíritu Santo
para su relato de la Última Cena (cc.13 - 18). Se trata allí de una promesa, la más
importante de las que el Señor hace a sus discípulos en las confidencias de esa hora
suprema, antes de pasar de este mundo al Padre.
El Jueves Santo Cristo nos ofrece el mejor retrato del Espíritu Santo en varios
momentos de esa última tarde que pasa con sus discípulos, cuando ellos han sido
educados por tres años y se encuentran ahora más receptivos y mejor dispuestos para
escuchar y comprender el mensaje del Señor hasta el nivel que Dios les concede
entonces.
San Ireneo explica así la misión del Espíritu Santo como Abogado o Defensor
del hombre, atacado por el demonio y malherido por otros enemigos:
El Señor, dio [el Espíritu Santo] a la Iglesia, enviando al Defensor sobre toda
la tierra desde el cielo, que fue de donde dijo el Señor que había sido arrojado
Satanás como un rayo; por esto necesitamos de este rocío divino, para que demos
fruto y no seamos lanzados al fuego; y, ya que tenemos quien nos acusa, tengamos
también un Defensor, pues que el Señor encomienda al Espíritu Santo el cuidado del
hombre, posesión suya, que había caído en manos de ladrones, del cual se compadeció
y vendó sus heridas, entregando después los dos denarios regios para que nosotros,
recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, hagamos
fructificar el denario que se nos ha confiado, retornándolo al Señor con intereses.5
5
San Ireneo. Contra los herejes 3,17,1-3
11
Es también Guía: conducirá a los discípulos hacia la verdad completa (Jn 16,
13), porque el Jueves Santo los apóstoles no pueden comprender muchas cosas dichas
o aún no dichas por el Señor (Jn 16, 12). Este Guía no hablará de sí mismo, sino lo
que oyere (Jn 16, 13). Y comunicará las cosas venideras (Jn 16, 14), que son parte de
esa “verdad completa” mencionada por el Señor.
San Hilario de Poitiers (315? - 367) explica así la naturaleza del Don de Dios
que es el Espíritu Santo en el siguiente texto de su Tratado sobre la Santísima
Trinidad:
6
San Hilario, Tratado sobre la Trinidad, lib. 2, 1, 33.35
12
Lo que en los Evangelios era todavía y sobre todo una promesa algo lejana, se
renueva como promesa más cercana y concreta y se convierte con prontitud en
realidad en los Hechos de los Apóstoles, libro que tiene como protagonista divino al
Espíritu Santo. Por lo mismo, su Persona y su acción aletean en muchas de sus
páginas, como a continuación aparecerá.
Los apóstoles, antes de la Ascensión del Señor, conocen que el Espíritu Santo
les dará poder para ser testigos de Cristo hasta el fin de la tierra (H 1, 8). Lo aguardan
reunidos en el Cenáculo en unidad y oración (H 1, 13 - 14).
Enriquece las Iglesias recién fundadas con los dones de la paz, la edificación, el
progreso y el consuelo espirituales (H 9, 31).
El Espíritu Santo viene como don a todos los que obedecen a Dios (H 5, 32).
Insiste, pero no violenta a quien se le resiste (H 7, 51 - 52). No se deja comprar por
dinero (H 8, 18 - 25). Baja a los primeros gentiles mientras escuchan la predicación de
Pedro, con la comprensible sorpresa de los fieles circuncisos (H 10, 44 - 45).
Así, ofrece también una doctrina amplia y profunda sobre el Espíritu Santo y su
acción en la Iglesia y en la vida de los discípulos del Señor. Intentaré ahora analizar y
desglosar la rica imagen del Espíritu Santo que emerge de los escritos del Apóstol de
los gentiles, distinguiendo diversas facetas.
En primer lugar, sobre la persona del Espíritu Santo dice Pablo que es uno solo
con el Señor (2 Co 3, 17; cf Ef 4, 4), al que resucitó (Rm 8, 11); lo sondea todo, hasta
las profundidades de Dios (1 Co 2, 10) y conoce, por ello, lo íntimo de Dios (1 Co 2,
14
San Pablo detalla más la acción del Espíritu Santo en el cristiano. Nos enseña
el Apóstol que el discípulo de Cristo posee las primicias del Espíritu y gime
anhelando el rescate de su cuerpo (Rm 8, 23). Es templo del Espíritu Santo que habita
en él (1 Co 3, 16; 6, 19). Depende radicalmente de él pues no puede decir “Jesús es
Señor” si no es con la ayuda del Espíritu Santo (cf 1 Co 12, 3). Es edificado hasta ser
morada de Dios en el Espíritu (Ef 2, 22).
predicación de Pablo (1 Co 2, 4): le enseña las palabras que expresan las realidades
espirituales (1 Co 2, 13). Y le da el don del consejo oportuno al tratar el tema del
matrimonio y de la virginidad (1 Co 7, 40).
Por completar brevemente la visión sobre el Espíritu Santo añado aquí algunos
otros rasgos de su persona y de su acción que aparecen en otros escritos del Nuevo
Testamento.
El autor de la carta a los Hebreos nos enseña que el Espíritu Santo es autor del
Antiguo Testamento cuando afirma: “Como dice el Espíritu Santo: “Ojalá escuchéis
hoy su voz...” (Hb 3, 7 - 8; cf 9, 8; 15, 18).
San Pedro en sus dos cartas afirma que el Espíritu Santo santifica para
obedecer a Jesucristo (1 Pd 1, 2), mueve a los profetas para hablar en nombre de Dios
(2 Pd 1, 21) y reposa en los injuriados por el nombre de Cristo (1 Pd 4, 14).
San Juan en su primera carta añade que el Espíritu Santo es signo de que el
discípulo permanece en Cristo (1 Jn 4, 13) y da testimonio porque es la Verdad (1 Jn
5, 6).
Intento de este modo presentar algunas reflexiones espirituales que nos ayuden
a conocer mejor quién es el Espíritu Santo y a enfocar mejor nuestra relación con él
como Formador del cristiano.
Sin pretender ser exhaustivo, deseo ahora referirme a siete expresiones de estas
estrofas que más aluden a la misión de Formador que el Espíritu Santo tiene en cada
alma.
Santo en el evangelio de san Juan, y uno de los oficios que cumple con el alma que
acude a él en los momentos de dolor y de prueba, en las contrariedades y
contratiempos que ha de afrontar en su camino hacia Dios. Cuando Cristo estuvo con
los discípulos, él realizó esta tarea. Después de que él subió al cielo, la encomendó al
Espíritu Santo que la realiza en Pentecostés con los apóstoles, en los Hechos de los
Apóstoles con ellos mismos, con las primitivas comunidades cristianas, con Pablo,
prisionero del amor de Cristo, con la Iglesia en su difícil travesía a través de los siglos.
San Basilio el Grande (329? - 379) desentraña así la fuerza del amor que el
Espíritu Santo infunde en nuestros corazones:
nadie nos lo ha enseñado, amamos a todos los que de algún modo están vinculados
muy de cerca a nosotros, y rodeamos de benevolencia, por inclinación espontánea, a
aquellos que nos complacen y nos hacen el bien.
Y ahora yo pregunto, ¿qué hay más admirable que la belleza de Dios? ¿Puede
pensarse en algo más dulce y agradable que la magnificencia divina? ¿Puede existir
un deseo más fuerte e impetuoso que el que Dios infunde en el alma limpia de todo
pecado y que dice con sincero afecto: Desfallezco de amor?7
7
San Basilio el Grande, Regla mayor, respuesta 2,1
20
6. Sin tu ayuda
nada hay en el hombre,
nada hay sano.
8. Doblega lo rígido,
calienta lo frío,
endereza lo desviado.
9. Da a tus fieles
que confían en ti
tus siete dones sagrados.
Se trata de una composición de diez estrofas, de tres versos cada una. Todo el
himno es una súplica que se desgrana en varios momentos. La orientación es muy
cordial, con la espontaneidad propia de la lírica y toca más aspectos de la experiencia
ordinaria del creyente.
Las diferentes súplicas se entrelazan de este modo en las diez estrofas: las dos
primeras presentan la síntesis de las plegarias con el verbo “Ven”. La tercera y la
cuarta aducen títulos y alabanzas que buscan mover a la acción al Espíritu Santo; la
quinta y la sexta imploran la luz y una vida sana; las últimas cuatro estrofas aluden a
otras acciones exclusivas de Dios, algunas de las cuales son: perdonar el pecado,
mover los corazones, premiar y salvar al hombre.
21
1. “Ven”
Es la súplica fundamental de todo el himno. El alma es consciente del propio
descarrío y de la lejanía en que se encuentra apartada de Dios. Por ello eleva
repetidamente la voz con este verbo único y tan directo: “Ven”. Desea ver a Dios,
tocarlo. Para ello necesita tenerlo cerca. No quiere andar sola por la vida, afrontar con
sus propias fuerzas las pruebas y contrariedades propias de la naturaleza humana
caída. Sabe que ni las mismas alegrías son tales sin la presencia y el beneplácito de
Dios. De allí el repetido “Ven” que invita al Espíritu Santo a salvar la distancia que
sea necesaria para acompañar al alma creyente.
8
Catecismo de la Iglesia Católica, 2671
22
4. “Consuelo en el llanto”
El alma del autor ha sufrido y derramado lágrimas, pero ha sabido elevarse
hasta el Espíritu Santo y ha recibido de él, con su compañía, el apoyo y el conforto.
Éstos no aniquilan la pena, pero la hacen mucho más llevadera y dan sentido y
fortaleza a cada sufrimiento. Es el caso de María Magdalena cuando, mientras llora,
descubre en el hortelano a su Señor resucitado; o el caso más repetido del alma que
experimenta el perdón del Espíritu Santo en el sacramento de la reconciliación en
medio del llanto -al menos espiritual- que derrama por sus culpas.
San Efrén (c. 306 - 373) ofrece la siguiente reflexión sobre la iluminación
interior del Espíritu Santo a nuestras almas. El santo se refiere a una etapa avanzada
de la vida espiritual donde Dios quiere recibirnos a todos, pero el esfuerzo que pide al
final de la cita es también para cualquier hombre o mujer que se halla al inicio de la
vida espiritual:
6. “Sana lo herido”
El autor constata la enfermedad y las heridas de su alma y el poder sanante de
la presencia del Espíritu Santo. La herida que le causan los pecados capitales, el
demonio, el mundo, las propias pasiones no controladas por la fuerza de la gracia. Y
clama por la salud que necesitan su inteligencia, su corazón, su voluntad, sus sentidos
interiores y exteriores. El Espíritu Santo, como el Buen Samaritano del evangelio, en
su venida nos encuentra heridos a la mitad del camino de la vida, y su amor le hace
detenerse ante nosotros, derramar aceite sobre nuestras heridas y llevarnos a la Iglesia
para que sus responsables sigan cuidando de nosotros hasta que sanemos del todo con
los medios divinos que administra.
9
San Efrén, De virtute, c. 10
23
Los siete dones son una necesidad permanente del individuo, de las familias, de
las comunidades, de la Iglesia y de toda la humanidad. Por lo mismo, conviene seguir
pidiéndolos con fe y con humilde insistencia para que nos sirvan siempre como guía
de nuestro obrar en nuestras relaciones con Dios, con los demás y con nosotros
mismos.
10
S. JUAN CRISÓSTOMO, In Mt Homiliae 1, 1: PG 57 - 58, 15.
24
El Espíritu Santo encontró en los discípulos del Señor, sobre todo en los
apóstoles, a hombres normales, la mayoría de ellos pescadores, sinceros, con toda la
ilusión de una vida por delante, inicialmente generosos en su seguimiento de Cristo.
Pero todos ellos eran hombres con criterios muy influidos por el mundo en que vivían
y los ambientes en que se movían, como nosotros.
Son hombres que quizás siguieron en un primer momento el llamado del Señor
por satisfacer una curiosidad: “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1, 38). Alguno habrá ido
tras este Maestro posiblemente sólo por dejar la rutina del propio ambiente: sus redes,
su barca, su mar, sus paisajes... O lo siguieron de un modo algo superficial y por
temporadas. Tal vez querían acallar una noble inquietud interior capaz de reconocer
en Jesús al “Maestro bueno” (Lc 18, 18). Ciertamente nos consta que dos de ellos,
Santiago y Juan, buscaban ser más grandes e influyentes y sentarse a la derecha y a la
izquierda de ese Maestro bueno y, no atreviéndose a presentar sus peticiones
personalmente, interponen a su madre para que ella logre la realización de ese
proyecto común (cf Mt 20, 20 - 28).
Son hombres, pues, cobardes como Pedro en casa de Caifás (cf Jn 18, 25 - 27);
con mucho respeto humano; con una inteligencia embotada (cf Mt 16, 6 - 11); con
altibajos emocionales frecuentes.
Incluso Juan Bautista, el mayor entre los nacidos de mujer (cf Mt 11, 11),
habiendo sido concebido de modo extraordinario y elegido para la misión de precursor
del Señor, es un hombre normal que se opone en un primer momento a Cristo cuando
éste le pide el bautismo. Y Dios permite que se le encarcele y pase por pruebas
difíciles en la prisión. No le ahorra las dudas y perplejidades que pueden venir a un
corazón humano en medio de la soledad y la contradicción, como se entrevé cuando
envía mensajeros al Señor preguntándole si él era el que había de venir o debían
esperar a otro (cf Mt 11, 3) antes de dar testimonio sangriento de su fidelidad.
Benedicto XVI, en una homilía reciente, explica así el doble sentido del
seguimiento de Cristo, experiencia que hacen sus discípulos:
vida para ir con Jesús. Significaba emprender una nueva profesión: la de discípulo. El
contenido fundamental de esta profesión consistía en ir con el maestro, confiar
totalmente en su guía. De este modo, el seguimiento era algo exterior y al mismo
tiempo muy interior. El aspecto exterior consistía en caminar tras Jesús en sus
peregrinaciones por Palestina; el interior, en la nueva orientación de la existencia, que
ya no tenía sus mismos puntos de referencia en los negocios, en la profesión, en la
voluntad personal, sino que se abandonaba totalmente en la voluntad de Otro. [...]
Así queda claro lo que significa para nosotros el seguimiento y su verdadera
esencia: se trata de un cambio interior de la existencia. Exige que ya no me cierre en
mi yo, considerando mi autorrealización como la razón principal de mi vida. Exige
entregarme libremente al Otro por la verdad, por el amor, por Dios, que en Jesucristo,
me precede y me muestra el camino. [...] Hay que tener en cuenta que verdad y amor
no son valores abstractos; en Jesucristo se han convertido en una Persona. Al seguirle
a Él, me pongo al servicio de la verdad y del amor. Al perderme, vuelvo a
encontrarme.11
El Señor los llama para ser sal de la tierra y luz del mundo (cf Mt 5, 13), para
permanecer con él (cf Jn 15, 4). Más profundamente, los llama a imitarlo en la
aceptación alegre de su vocación, en su unión con el Padre, en su actitud de sencillez
espiritual, en el trabajo incansable sin buscar recompensas ni compensaciones
humanas.
Hablando sobre este cambio radical o segunda conversión a que llama Cristo a
las almas -las de los discípulos y muchas otras más- reflexiona así un gran escritor
espiritual del siglo XX:
11
Benedicto XVI, Homilía del Domingo de Ramos, 1 de abril de 2007
12
GARRIGOU-LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior, II, p. 335
27
Todos ellos quedan sorprendidos por la llamada y, sinceros como son, creen en
el Maestro, confían su vida a él, lo aman sinceramente. Atienden como pueden a su
predicación y a sus indicaciones. Le obedecen con docilidad en cuanto les va
ordenando, aunque en su vida sigue habiendo distracciones, malas interpretaciones,
temores, huidas...
Dando un paso más, deseo ahora explicar varios pasajes de la Escritura donde
es lícito entrever diversas definiciones descriptivas de la formación que el Espíritu
Santo imparte a las almas.
En ese nivel profundo y decisivo es donde se gesta la delicada tarea del Espíritu
Santo. Allí busca liberar el corazón de la muerte del pecado y elevarlo a la novedad
pura de la vida de gracia. Liberarlo del lastre que pesa sobre él en su conciencia, en
sus pensamientos, palabras, obras y omisiones. Liberarlo de temores, rencillas,
resentimientos, intenciones torcidas. Ayudarle a superar complejos de superioridad o
inferioridad, de conformismo y derrotismo. Elevarlo del naturalismo y del
racionalismo a la visión sobrenatural de la fe en todas sus obras e intenciones.
13
Catecismo de la Iglesia Católica, 2563
31
La conciencia es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da
órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza...La conciencia es la
mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través
de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de
todos los vicarios de Cristo.14
Allí es donde se toman las decisiones más importantes de una vida, de una
familia, de una comunidad. Y es allí donde Dios, “más íntimo que lo más íntimo de
nosotros”, trabaja más a gusto. Y ese trabajo consiste en renovar actitudes,
propósitos, valores, métodos y actuaciones de cada persona.
En las mayores pruebas que han sufrido los santos, el Espíritu Santo los ha ido
formando precisamente así, enseñándoles en secreto la sabiduría, mostrándoles una
sabiduría secreta, la sabiduría divina que el mundo no entiende ni conoce y que juzga
locura y pérdida. Y los ha elevado hasta unas alturas desde las que juzgan y actúan
14
Catecismo de la Iglesia Católica, 1778
32
Guillermo de san Teodorico ( ? - 1148), abad del monasterio del mismo santo,
explica en el siguiente pasaje cómo el Espíritu Santo enseña en secreto la sabiduría a
las almas que saben abrírsele y las lleva a una especial iluminación sobrenatural:
Mucho tendrá que hacer en este sentido con Pedro, con Santiago y Juan, con
Tomás, con los demás apóstoles, pues todos ellos en ocasiones siguen los dictados y
prejuicios del hombre viejo, se hallan en el error y no viven la verdad, a pesar del
trabajo y del testimonio heroico del Maestro, “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14, 6).
Pentecostés significará para ellos la irrupción del Espíritu Santo como una
invasión divina de la Verdad. Captarán la fuerza serena y la seguridad espiritual que
les aporta esta nueva experiencia del don de Dios en sus vidas y se dejarán guiar
dócilmente “hasta la verdad completa”. Así aprenderán todo y recordarán “todo lo que
yo os he dicho” (cf Jn 14, 26).
Los Hechos de los Apóstoles testimonian en cada una de sus páginas esta labor
15
Guillermo de san Teodorico, Del Espejo de la fe
33
del Espíritu Santo que guía a la primitiva comunidad cristiana “hasta la verdad
completa”. Un momento de particular trascendencia fue el Concilio de Jerusalén.
Algunos fariseos convertidos decían que era necesario circuncidar a los gentiles y
mandarles guardar la Ley de Moisés al predicarles el evangelio (cf H 15, 5 - 6). Se
reúnen los apóstoles y los presbíteros. Sigue una larga discusión, con discursos de
Pedro (H 15, 8 - 11) y de Santiago (H 15 - 13 - 21), con el relato de las experiencias
apostólicas de Pedro y Bernabé bendecidos por Dios (H 15, 12). El resultado final es
una carta apostólica, decisión solemne de este Concilio de Jerusalén. Uno de los
párrafos últimos de la carta dice: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no
imponeros más cargas que las indispensables...” (H 15, 28).
El secreto para que el Espíritu Santo obre así en nuestro interior es dejarnos
guiar de un modo sencillo y humilde, que supere las meras especulaciones y esfuerzos
humanos y nos haga conscientes de que nos hallamos en un mundo sobrenatural en
34
que reina la gracia. Y los efectos son maravillosos, según los describe el obispo san
Buenaventura (1217 - 1274) en el siguiente pasaje:
Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda especulación de orden
intelectual y concentrar en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo
misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe
sino el que lo desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el
fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto, dice el Apóstol que
esta sabiduría misteriosa es revelada por el Espíritu Santo.
Formar, para el Espíritu Santo, es también orientar a los discípulos ante los
hechos y la persona de Jesús. Siendo Cristo la segunda persona encarnada de la
Santísima Trinidad y habiendo vivido en todo como uno de nosotros, menos en el
pecado, sus palabras y acciones a veces son patentes y en otras quedan envueltas
dentro de la oscuridad del misterio.
Y cuando predice por tres veces a sus apóstoles su pasión y muerte (cf Lc 18,
31 - 33), san Lucas comenta con sencilla sinceridad: “Ellos nada de esto
comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que había
dicho” (Lc 18, 33).
Misión del Espíritu Santo en Pentecostés y después de ese día será traer a la
mente y al corazón de los apóstoles todo lo que el Señor les había dicho, aclarar su
16
San Buenaventura, Obras
35
mensaje, iluminar sus palabras y sus acciones, revelar el sentido real y espiritual de
cada experiencia vivida al lado de su Maestro.
Resultado de esta misión del Espíritu Santo serán todas las páginas del Nuevo
Testamento. Inspirados por Dios mismo, sus autores narrarán con verdad y sobriedad
divinas los hechos de la vida del Señor, relatarán sus milagros, expondrán su doctrina,
recordarán sus parábolas y la explicación que el Maestro dio de algunas de ellas.
Para responder a esta pregunta acudo sobre todo a las páginas del Evangelio de
san Juan por ser el texto más completo de la imagen y misión del Espíritu Santo.
Los discípulos del Señor, aun habiendo convivido con él durante un tiempo
amplio, no lo saben todo, no lo dicen todo bien ni lo hacen todo bien. Cometen
errores, hay verdades que se les ocultan, dificultades que no son capaces de superar.
Les atenazan sus miedos y sus limitaciones, son esclavos de sus prejuicios o de la
mentalidad del ambiente. Están en el mundo y a veces se comportan como hombres
del mundo.
Por otro lado, han de guardar el depósito recibido y deberán formularlo para las
distintas generaciones de creyentes. Es la tarea que realizan en el primer Concilio de
Jerusalén y, a partir de él, en los sucesivos concilios ecuménicos. Sólo iluminados por
el Espíritu Santo podrán afrontar con garantías una misión tan importante. El siervo de
Dios Juan Pablo II expresa así la asistencia del Espíritu Santo en el Vaticano II:
Lo que el Espíritu Santo dice supone siempre una penetración más profunda
en el eterno Misterio, y a la vez una indicación, a los hombres que tienen el deber de
dar a conocer ese Misterio al mundo contemporáneo, del camino que hay que
recorrer. El hecho mismo de que aquellos hombres fueran convocados por el Espíritu
Santo y constituyeran durante el Concilio una especial comunidad que escucha unida,
reza unida, y unida piensa y crea, tiene una importancia fundamental para la
evangelización, para esa nueva evangelización que con el Vaticano II tuvo su
37
comienzo.17
Por ello, Cristo les promete la colaboración de ese “otro Abogado” (Jn 14, 16).
Les auxiliará en la “causa” de su vida: la misión recibida de su Maestro antes de su
Ascensión: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a guardar todo lo que
yo os he mandado (Mt 28, 19 - 20).
Elegidos para difundir el mensaje del Señor, necesitan tener lleno el corazón de
la gracia y del amor del Espíritu Santo, como dice en dos de sus estrofas el himno del
“Veni Creator”. Sólo de esta manera podrán acertar en el enfoque correcto y en la
realización de esa misión sobrenatural y liberarse de temores injustificados y de
17
JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza - Janés, 1994, pp.
165 - 166
18
Catecismo de la Iglesia Católica, 2764
38
intenciones torcidas.
Así conocerán cada día mejor “el don de Dios” (Jn 4, 10), lo irán apreciando
mejor y podrán distribuirlo a manos llenas, dando gratis lo que han recibido gratis (cf
Mt 10, 8).
El Espíritu Santo forma también a los apóstoles por una tercera razón: lo
necesitan los hombres de entonces y de todas las épocas.
Y aquí entramos todos, pues todos y nos convertimos en los destinatarios del
mensaje evangélico que ha de abrirse paso entre muchos otros, más atractivos y
“prácticos”, difundidos por la cultura de entonces y de siempre, entre las insinuaciones
y engaños del demonio, entre la maraña de las propias pasiones descontroladas. Él trae
al alma del creyente el sentido del discernimiento, según nos lo recuerda el Concilio
Vaticano II al comentar la última petición del Padre Nuestro:
(En ella pedimos a Dios) que no nos deje tomar el camino que conduce
al pecado, pues estamos empeñados en el combate "entre la carne y el
Espíritu". Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza.
19
Catecismo de la Iglesia Católica, 2846 - 2847
39
Esta verdad queda reflejada en la siguiente anécdota sobre el santo padre Juan
XXIII, que subraya el compromiso y la actividad incesante del Espíritu Santo sobre
las almas y sobre toda la Iglesia:
El Espíritu Santo nos abre el sentido espiritual de las palabras de Jesús sobre la
verdadera vida, como recordaba Benedicto XVI en una homilía reciente:
En segundo lugar, el Señor nos dice que la vida se tiene estando con el Pastor,
que conoce el pastizal, los lugares donde manan las fuentes de la vida. Encontramos la
vida en la comunión con Aquel que es la vida en persona; en la comunión con el Dios
vivo, una comunión en la que nos introduce el Espíritu Santo, al que el himno de las
Vísperas llama "fons vivus", fuente viva. El pastizal, donde manan las fuentes de la
vida, es la palabra de Dios como la encontramos en la Escritura, en la fe de la Iglesia.
El pastizal es Dios mismo a quien, en la comunión de la fe, aprendemos a conocer
40
El Espíritu Santo forma, por último, porque nos enseña a ser libres, nos trae la
verdadera libertad. En efecto, “donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad”
(2Co 3, 17). Quien tiene la verdadera vida posee también la verdadera libertad, es
maduro y responsable ante Dios, ante los demás y ante sí mismo. Supera la fácil y
equivocada concepción de quien cree actuar libremente porque hace todo lo que
quiere y sigue en todo únicamente su criterio y sus apetencias. Tal persona es, en
realidad, un esclavo de sus propios caprichos, cambiantes como la dirección del
viento.
Alcanzar la verdadera libertad que nos trae el Espíritu Santo es una tarea que
dura toda la vida. En ella pueden darse victorias y derrotas. Es una lucha que exige lo
mejor de nosotros mismos y que aporta las más profundas y legítimas satisfacciones
de quien, haciendo lo que quiere, quiere sólo lo que debe, obedeciendo de corazón a
las inspiraciones del Espíritu Santo.
20
BENEDICTO XVI, Homilía en las Vísperas en la Vigilia de Pentecostés, 3 de
junio de 2006
41
Surge la pregunta: ¿Qué pretende el Espíritu Santo con su obra en las almas?
Acudiendo a la Sagrada Escritura podemos encontrar varias respuestas y así descubrir
los objetivos de la acción del Espíritu Santo.
Una primera respuesta es: el Espíritu Santo, formando a los apóstoles, busca
completar la obra de Cristo. El Padre envió al Hijo para salvar al mundo y el Hijo
realizó el plan divino obedeciendo hasta la muerte de cruz. Pero la obra del Hijo, la
Iglesia, aunque fundada por él, no quedó concluida a su muerte. Esta tarea la
encomendó a sus apóstoles antes de su Ascensión cuando les mandó: “Id, pues, y
haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo, y enseñándolas a guardar todo lo que yo os he mandado (Mt 28, 19
- 20).
Por ello, el Espíritu Santo colabora concediendo el don de lenguas a los doce
apóstoles cuando los invade en Pentecostés, y capacita a Pedro para convertir a tres
mil personas con su primer discurso después de Pentecostés. Por lo mismo se dan en
diversos momentos curaciones milagrosas. Y marca a Pablo el itinerario preciso en
42
Mons. Bruno Forte (1949) resume así este fin de la actuación del Espíritu Santo
en nuestras almas:
21
San Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, I, 7, 8
22
Mons. Bruno Forte, Carta pastoral para el año 2006 - 2007, n. 4.
43
Hay también otra respuesta. El Espíritu Santo busca, además, ayudar a los
apóstoles a adquirir conciencia de cofundadores, llamados para secundar fielmente en
todo la mente y los ideales del Señor, Fundador de la Iglesia.
También el Espíritu Santo busca con su acción sobre los apóstoles que tengan
un solo corazón y una alma (H 4, 32). Quiere que, de este modo formen una auténtica
comunidad (cf H 1, 13, 4), una nueva familia espiritual, con vínculos más profundos y
decisivos que los lazos de la carne y de la sangre. Los hermanan el amor de Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo y la Madre común que les ha dejado en herencia Cristo en
el Calvario.
El Espíritu Santo los capacita para que ese corazón y alma únicos se
manifiesten en sus criterios, tal y como aparece en la carta apostólica que supera
discusiones y muestra decisiones como resultado del Concilio de Jerusalén.
en sus actitudes y reacciones, como puede verse en las respuestas al Sanedrín (cf H 5,
29), en la alegría que manifiestan después de sufrir por Cristo (cf H 5, 41).
El Espíritu Santo quiere que reine esta misma unidad en todos los cristianos, en
todos los creyentes, entre toda la humanidad. Desea colaborar para que todos los
hombres escuchen la voz del Señor y para que haya “un solo rebaño y un solo Pastor”
(Jn 10, 16). Todos los esfuerzos ecuménicos que ha realizado la Iglesia a lo largo de
los siglos, particularmente después del Vaticano II, buscan alcanzar este ideal.
La tarea formativa del Espíritu Santo con los apóstoles es intensa y variada.
Descubierto el concepto de formación subyacente a su acción y los objetivos que
persigue, conviene analizar ahora los campos en que el Espíritu Santo ejerce su tarea
formativa con los apóstoles, los campos de la siembra divina.
Algo avanzaron ellos en la vida pública del Señor, pero cuando llegó el
momento de la prueba suprema desfallecieron en la oración y, por cansancio, se
durmieron en Getsemaní. El Maestro tuvo que acudir a ellos varias veces a
despertarlos de su sueño, causado también probablemente por el desaliento al afrontar
situaciones difíciles y desconocidas.
Ya sin Cristo entre ellos, el Espíritu Santo los ilumina y les deja otro ejemplo
extraordinario de oración. Esta vez es el de una mujer de Dios: María, que los
acompaña en el Cenáculo antes de Pentecostés y después en la inicial difusión del
evangelio en la Iglesia primitiva.
Ahora los apóstoles, con la ayuda del Espíritu Santo y la compañía materna de
María, valoran más la oración en sus vidas y la convierten en una parte esencial de su
programa diario, primero en el Templo de Jerusalén, luego en el templo de su corazón
y en las iglesias que ellos mismos irán fundando por todas las partes del Imperio
romano que alcanzó su celo apostólico.
A partir de ese primer gran paso del bautismo el Espíritu Santo trabaja en los
apóstoles la fe, la esperanza y la caridad, las virtudes teologales, que son las que
relacionan al hombre directamente con Dios, fuente de la santidad y de la fecundidad
apostólica.
Son esas virtudes las que se traslucen casi en todas las páginas de los
23
Dídimo de Alejandría, Tratado sobre la Trinidad 2, 12
24
Catecismo de la Iglesia Católica, 1813
47
evangelios y de las cartas de los distintos apóstoles, que demuestran así la importancia
que les dieron en sus vidas y la hondura con que llegaron a encarnarlas, a predicarlas y
a motivarlas aun en la más avanzada ancianidad, como queda reflejado en las distintas
cartas de san Juan.
Cuando Tomás de Kempis (c. 1379 - 1471) ensalza al alma humilde, refleja la
vivencia de esta virtud por parte de los apóstoles tras su lento aprendizaje al lado del
Señor:
25
Tomás de Kempis, De la imitación de Cristo, Libro II, c. 2, De la humilde
sumisión.
48
Pueden hacer suyas estas reflexiones de san León Magno (c. 400 - 461) sobre
el admirable poder de la cruz:
Atrajiste a todos hacia ti, Señor [...] Ahora, efectivamente, brilla con mayor
esplendor el orden de los levitas, es mayor la grandeza de los sacerdotes, más santa la
unción de los pontífices, porque tu cruz es ahora fuente de todas las bendiciones y
origen de todas las gracias: por ella los creyentes encuentran fuerza en la debilidad,
gloria en el oprobio, vida en la misma muerte.26
El Espíritu Santo forma también en los apóstoles las virtudes cardinales, sobre
todo la virtud de la prudencia y la de la fortaleza. Es consciente del precioso tesoro
que ha depositado en el vaso de barro que es el alma de cada apóstol. Por lo mismo,
los acompaña en todos sus pasos como el Espíritu de Jesús. Dirige su ruta y sus
decisiones. No permite que, en éstas, se queden cortos ni se excedan como lo vemos
cuando Pedro tiene hambre y quiere comer (H 10, 9 - 16), y cuando él mismo es
testigo de la acción de Dios entre los gentiles (H 10, 17 ss.) y exclama:
“Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en
cualquier nación el que le teme y practica la justicia les es grato (H 10, 34 - 35).
26
San León Magno, Sermón 8 sobre la pasión del Señor, 6 - 8
49
Este celo se dirige a todos los hombres, sin acepción de personas. Pretende
alcanzar todas las culturas aportándoles las riquezas antropológicas y espirituales que
se derivan de la persona de Cristo y de cada página del evangelio. Busca llegar a todas
las épocas. Es perseverante y tenaz hasta morir en la raya, como lo testimoniaron
todos los apóstoles en diversos lugares del Imperio romano.
Esta verdad era muy querida por el Papa Pablo VI (1897 - 1978) y aparece en
el siguiente texto de la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, del 8 de diciembre
de 1975:
También las facultades humanas quedan potenciadas por la acción del Espíritu
Santo en los apóstoles. Manifiestan, después de Pentecostés, una inteligencia despierta
y atenta a la verdad de las personas y de las situaciones que deben afrontar; una
voluntad que busca constantemente el bien, lo realiza a pesar de las dificultades
objetivas que se le presentan; una memoria fiel de las palabras y acciones del Señor
que enriquece su experiencia espiritual y la predicación del evangelio; una
sensibilidad espiritual que produce sentimientos positivos y bien encauzados,
27
PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 75
50
evaluados según los sentimientos de Cristo Jesús (cf Fp 2, 5). Ésta queda bien descrita
en el siguiente fragmento de Diadoco de Foticé (mediados del siglo V), obispo de
Epiro:
28
Diadoco de Foticé, Capítulos sobre la perfección espiritual, 6.26.27.30
29
BENEDICTO XVI, Homilía en Verona, 19 de octubre de 2006
51
Una primera respuesta es ésta: el Espíritu Santo elige. La suya es una elección
divina, con todas las características que le son propias: el poder omnipotente, la
previsión, la compañía perpetua y fiel.
Por aportar algún caso de esta acción concreta del Espíritu Santo, podemos
comentar brevemente la elección de Saulo y Bernabé. El Espíritu Santo, ya avanzados
los Hechos de los Apóstoles, mientras la comunidad de Antioquía se halla celebrando
el culto y ayunando, les dice:”Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que
los he llamado” (H 13, 2).
Las actitudes que corresponden a un elegido así es dejar al Espíritu Santo que
ejerza su libertad divina y concrete como desee para el elegido esa llamada inicial, no
aplazar la aceptación ni excusarse con razones fatuas. Sabiéndose uno elegido por
Dios superará también la presunción, el subjetivismo, el racionalismo, el derrotismo y
otras actitudes interiores inmaduras. Y sabrá confiar, como el elegido Saulo que
escribirá después: “Sé en quién he creído y estoy seguro” (2 Tm 1, 12).
52
Trae también su luz en las pruebas particulares que él envía o permite. Así
aparece en las palabras que Ananías dirige a Saulo, ciego después de su primer
encuentro con el Señor en el camino de Damasco: “Saulo, hermano, me ha enviado a
ti el Señor... para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo” (H 9, 17).
Conviene, pues, invocar al Espíritu Santo para que encienda su luz en nuestros
corazones, venga como luz a nuestras vidas. Conviene estar atentos a las luces de
Dios, dejarnos iluminar por ellas y secundarlas con agilidad en nuestra vida espiritual,
familiar, profesional, apostólica...
Aquí entra el pedirle que ilumine de modo especial a los gobernantes, a los
legisladores, a quienes se dedican a la política, a los medios de comunicación social.
Y a los sacerdotes y consagrados, a los padres de familia y a todos los educadores.
Con la luz del Espíritu Santo todos acertarán más fácilmente en las decisiones que
53
deban tomar en la propia vida y en la vida de los demás, en las leyes que propongan,
en los programas que promuevan en los distintos órdenes de la vida humana.
Podemos hacer propia la siguiente oración de santa Edith Stein (1891 - 1942),
donde invoca al Espíritu Santo como luz que inunda y alumbra su corazón:
El siervo de Dios Juan Pablo II expresa así esta acción del Espíritu Santo en su
encíclica sobre el Señor y Dador de vida:
El Espíritu Santo es el don, que viene al corazón del hombre junto con la
oración. En ella se manifiesta ante todo y sobre todo como el don que « viene en
auxilio de nuestra debilidad ». [...] El Espíritu Santo no sólo hace que oremos, sino
que nos guía « interiormente » en la oración, supliendo nuestra insuficiencia y
remediando nuestra incapacidad de orar. Está presente en nuestra oración y le da una
dimensión divina. De esta manera, « el que escruta los corazones conoce cual es la
aspiración del Espíritu y que su intercesión a favor de los santos es según Dios ». La
oración por obra del Espíritu Santo llega a ser la expresión cada vez más madura del
30
SOR TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ, Werke, XI, Druten/Friburgo-Basilea-
Viena 1987, p. 175
54
El Espíritu Santo, además, inflama los corazones de los elegidos. Esta acción le
corresponde por ser el Amor eterno y porque lo propio del amor es encender con su
fuego el interior de las personas. Es este fuego sagrado el que explica que los
discípulos de Emaús, después de descubrir a Cristo resucitado mientras partía el pan,
no recuerden que ya hace mucho tiempo que ha atardecido y que la luz natural ha
desaparecido del paisaje. Una luz interior incendia sus corazones que, presurosos,
regresan a Jerusalén a anunciar a los apóstoles la reciente y gozosa aparición del
Señor.
Y esa misma llama inflama los corazones de los mártires en tiempos de guerra
y persecución; los corazones de los fundadores y fundadoras al recibir de Dios la
invitación para enriquecer la Iglesia con un nuevo carisma; y los corazones de los
hombres y mujeres jóvenes que responden con generosidad al llamado de Dios a una
vida de consagración total. Son las ‘locuras’ del amor, las ‘razones del corazón que no
comprende la razón’ , en expresión de Pascal.
Así expresa san Pedro Crisólogo (finales del siglo IV - 450) en uno de sus
Sermones esta acción del Espíritu Santo que incendia tantos corazones de laicos y
consagrados a lo largo de la historia:
Pero así que la llama del amor divino prendió en los corazones humanos y
toda la ebriedad del amor de Dios se derramó sobre los humanos sentidos, [...] los
hombres comenzaron a querer contemplar a Dios con sus ojos carnales.
Pero la angosta mirada humana ¿cómo iba a poder abarcar a Dios, al que no
abarca todo el mundo creado? La exigencia del amor no atiende a lo que va a ser, o a
lo que debe o puede ser. El amor ignora el juicio, carece de razón, no conoce la
medida. El amor no se aquieta ante lo imposible, no se remedia con la dificultad.
San Basilio el Grande ilustra del siguiente modo esta acción del Espíritu Santo:
Así el Espíritu Santo está presente en cada hombre capaz de recibirlo, como si
sólo él existiera y, no obstante, distribuye a todos gracia abundante y completa; todo
disfrutan de él en la medida en que lo requiere la naturaleza de la criatura, pero no en
la proporción con que él podría darse.
Por él los corazones se elevan a lo alto, por su mano son conducidos los
débiles, por él los que caminan tras la virtud, llegan a la perfección. Es él quien
ilumina a los que se han purificado de sus culpas y al comunicarse a ellos los vuelve
espirituales.33
33
San Basilio el Grande, Libro sobre el Espíritu Santo 9, 22 - 23
56
las cosas en todos. Y a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común
utilidad. A uno les es dada por el Espíritu la palabra de sabiduría; a otro, la palabra de
ciencia, según el mismo Espíritu; a otro, fe en el mismo Espíritu; a otro, don de
curaciones en el mismo Espíritu; a otro, operaciones milagrosas; a otro, profecía; a
otro, discreción de espíritus; a otro, diversidad de lenguas. Todas estas cosas las obra
el único y mismo Espíritu, que distribuye a cada uno según quiere” (1 Co 12, 4 - 11).
Es oportuno ofrecer aquí la doctrina clásica sobre los carismas que nos presenta
el Catecismo:
Los carismas se han de acoger con reconocimiento por el que los recibe, y
también por todos los miembros de la Iglesia. En efecto, son una maravillosa riqueza
de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad de todo el Cuerpo de Cristo;
los carismas constituyen tal riqueza siempre que se trate de dones que provienen
verdaderamente del Espíritu Santo y que se ejerzan de modo plenamente conforme a
los impulsos auténticos de este mismo Espíritu, es decir, según la caridad, verdadera
medida de los carismas (cf 1 Co 13).34
Un buen discípulo del Señor, al considerar esta acción del Espíritu Santo,
34
Catecismo de la Iglesia Católica, 799 - 800
57
El Espíritu Santo, además, marca un camino. Cristo nos lo dejó como Guía
hacia la verdad completa. Y el Espíritu Santo hace lo que todo buen guía: marcar el
camino, un camino seguro y bien orientado hacia la meta.
Así, el Espíritu Santo guía en todo momento a las almas y a las comunidades,
fiel a lo dicho por el profeta Isaías: “El Espíritu del Señor los condujo” (Is 63, 14).
De este modo el Espíritu Santo guía a la Iglesia misma, a partir del día de su
nacimiento en Pentecostés, por todas las vicisitudes de la historia. Esta convicción la
tienen los apóstoles y la expresa el siervo de Dios Juan Pablo II en el siguiente
número de su encíclica sobre el Espíritu Santo:
35
JUAN PABLO II, Dominum et Vivificantem, n. 25
58
Tiene muchos motivos para consolar a los apóstoles: por la partida inminente
de Cristo que parece que los deja huérfanos (cf Jn 16, 7), por las dificultades objetivas
y subjetivas de la misión: las oposiciones, los fracasos, los abandonos, las
indiferencias, las traiciones, las limitaciones personales, los peligros de diversa índole
que deberán arrostrar en la realización de una misión compleja, lenta y agotadora.
El alma creyente tiene, pues, los motivos más sólidos para cerrar las puertas de
su corazón a la tristeza, al sentimiento de abandono por parte de Dios, incluso a otros
buenos consuelos humanos que en ocasiones no aparecen o no llenan las expectativas
más íntimas del propio espíritu. Y para abrir esas puertas al Espíritu Santo, buscando
en él con afán incansable más al Dios de los consuelos que los consuelos de Dios.
El Catecismo recoge la concisa expresión con que san Atanasio (293? - 373)
alude a esta acción transformante del Espíritu Santo:
El creyente hará bien si en este campo cae más en la cuenta del contenido y de
la urgencia de vivir sus promesas bautismales que le llevan a renunciar a Satanás, a
creer en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y a vivir buscando instaurar en su interior el
señoría del hombre nuevo. Por lo mismo, procurará decir no a la pasividad, al cómodo
conformismo de una vida cristiana lánguida, y sí al amor responsable que es fiel a una
palabra dada y, sobre todo, al amor de todo un Dios que lo ilumina y acompaña en
todos los momentos de su vida.
36
Catecismo de la Iglesia Católica 1988 (S. Atanasio, ep. Serap. 1,24).
60
El Espíritu Santo también fecunda. Permite así que los sarmientos, unidos a la
Vid, den fruto abundante. Da vida a los muertos representados como huesos secos en
la conocida visión del profeta Ezequiel: “Entró en ellos el Espíritu y vivieron” (Ez 37,
10). Permite nacer según el Espíritu incluso a hombres adultos, como Cristo explica a
Nicodemo en el diálogo nocturno que le concede (cf Jn 3, 5). Hace germinar en la
Iglesia manifestaciones incesantes de vida nueva, como lo expresa esta página del
Diario de Juan XXIII (1881 - 1963):
Hay otros frutos con que el Espíritu Santo fecunda la vida y la acción del
creyente que se abre a la acción divina. Los ha expresado así san Basilio el Grande en
su Libro sobre el Espíritu Santo:
37
San Gregorio Magno, Regla pastoral 2, 4
38
JUAN XXIII, Diario
61
Así, Helí prepara a Samuel para que reconozca la voz del Señor, Natán revela a
David los designios divinos, los apóstoles conocen la primera noticia de la
resurrección a través de María Magdalena, a quien el Señor encarga esa misión.
San Juan de la Cruz (1542 - 1591) deja estos atinados consejos a los directores
espirituales para que acierten en el enfoque y en la realización de su tarea, haciéndoles
caer en la cuenta de que el protagonista principal es el Espíritu Santo:
39
San Basilio el Grande, Libro sobre el Espíritu Santo 9, 22 - 23
62
40
S. JUAN DE LA CRUZ, Llama de amor viva 3, 46
63
9. MÉTODOS DE SU ACTUACIÓN
Después de ver las múltiples acciones del Espíritu Santo, conviene centrar
ahora la atención en el método de este gran Maestro.
Con razón escribe un autor ascético: “El trabajo que Dios hace en nosotros
raramente es el que nosotros esperamos. Casi siempre el Espíritu Santo parece actuar a
contrapelo.”42
41
Catecismo de la Iglesia Católica, 2699
42
SANS VILA J., El juego de las ventanas, n. 61
64
Los que han llegado a ser hijos de Dios y han sido hallados dignos de renacer
de lo alto por el Espíritu Santo y poseen en sí a Cristo, que los ilumina y los crea de
nuevo, son guiados por el Espíritu de varias y diversas maneras, y sus corazones son
conducidos de manera invisible y suave por la acción de la gracia.
Otras veces, el Espíritu Santo los inflama con una alegría y un amor tan
grandes que, si pudieran, abrazarían en su corazón a todos los hombres, sin distinción
de buenos o malos.
Otras veces, son como un hombre valeroso que, equipado con toda la
armadura regia y lanzándose al combate, pelea con valentía contra sus enemigos y los
vence. Así también el hombre espiritual, tomando las armas celestiales del Espíritu,
arremete contra el enemigo y lo somete bajo sus pies.
En este afán siempre he contado con la complicidad del Espíritu Santo; de ese
Espíritu que no me necesita, pero que sé me tiene como instrumento para que se
cumplan aquellas palabras de Jeremías: “He aquí que yo pongo mis palabras en tu
boca... Este pueblo será como madera y el fuego lo devorará”. Sobre el fuego yo he
puesto el sello de mi sangre, unida a la de Jesús, en toda la medida que ha sido posible
a mi pequeñez humana. He entregado mi vida y veo el milagro extraordinario que se
ha producido; algo que no concierne sólo a mí, sino a una fecundidad invisible, a
pesar de tantos fracasos inmediatos.44
Por lo mismo, vale la pena ver cómo actúa allí el Espíritu Santo porque
podemos descubrir unos modos permanentes que, de otras formas y en otros tiempos y
lugares, irá empleando Dios con las almas y con las comunidades de creyentes.
43
Anónimo del siglo IV, Homilía 18, 7 - 11
44
Marcial Maciel, Cartas, 20 de diciembre de 1982, pár. 39
66
método realista. No cierra los ojos ante ninguna manifestación de la vida de los
destinatarios. Ve lo bueno y lo malo que han ido realizando y que ha dejado en el alma
sus huellas positivas o negativas.
Por ello ve las obras, trabajos, paciencia y sufrimiento por Dios de la Iglesia de
Éfeso (cf Ap 2, 2), la tribulación y la pobreza que sufre la Iglesia de Esmirna (cf Ap 2,
9), la fidelidad en mantener el nombre de Dios de la Iglesia de Pérgamo (cf Ap 2, 13),
la caridad, fe, paciencia y progresos de la Iglesia de Tiatira (cf Ap 2, 19), la fidelidad
de algunas personas de la Iglesia de Sardes (cf Ap 3, 4), la humidad de la Iglesia de
Filadelfia que tiene poco poder y ha guardado la palabra de Dios (cf Ap 3, 8). Resalta
el hecho de que el texto no menciona ningún dato positivo de la última de las Iglesias,
la de Laodicea (cf Ap 3, 14 - 22).
El Espíritu Santo nos enseña aquí que sólo después de ver la situación real y
completa de las personas y de las instituciones corresponde dar pasos ulteriores, so
pena de precipitación, de ineficacia o incluso de empeoramiento de esas personas o
comunidades.
El método del Espíritu Santo es, además, concreto. A cada Iglesia marca unas
pautas determinadas que puede poner en práctica para seguir avanzando en el camino
de su fidelidad a Dios a través de la historia.
De allí que pida a la Iglesia de Éfeso que se arrepienta, practique las obras
primeras y se abra para oír el mensaje del Espíritu (cf Ap 2, 5 - 7). A la Iglesia de
Esmirna le dice que no tema por lo que va a sufrir y que sea fiel hasta la muerte (cf Ap
2, 10). A la de Pérgamo le pide que se arrepienta y tenga los oídos abiertos al Espíritu
(cf Ap 2, 16 - 17). A la de Tiatira, que persevere con la carga que lleva, recordándole
que el Señor no se la aumentará (cf Ap 2, 25). A la de Sardes, que esté alerta, se
acuerde de lo recibido y consolide lo que está para morir (cf Ap 3, 2 - 3). A la de
Filadelfia, que guarde bien lo que tiene porque el Señor viene pronto (cf Ap 3, 11).
Finalmente, a la de Laodicea, que compre al Señor oro, vestiduras y colirio; que sea
fervorosa y se arrepienta (cf Ap 3, 18 - 19).
El Catecismo nos ofrece una síntesis del método motivador del Espíritu Santo
que, en su acción en las almas, sabe apelar a las distintas facultades y experiencias de
la persona que busca un bien en cada de sus acciones:
La perfección moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por
su voluntad sino también por su apetito sensible según estas palabras del salmo: "Mi
68
corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo" (Sl 84, 3).45
Así se santificaron, entre otros: Agustín (354 - 430) cuando hizo caso al canto
cercano que escuchó y que le decía: “Toma y lee”; Martín de Tours (316 - 397) al dar
la mitad de su capa a un pobre que resultó ser Cristo en el camino de Amiens;
Francisco de Asís (1181 - 1227) cuando obedeció a la invitación de Dios de restaurar
su Iglesia; Maximiliano Kolbe (1893 - 1941) al secundar la invitación interior de
ofrecerse al fusilamiento en lugar de un padre de familia...
45
Catecismo de la Iglesia Católica 1769 - 1770
69
Parecería, por los capítulos anteriores, que la obra del Espíritu Santo en el alma
del creyente se realiza de modo sencillo y sin obstáculos ni dificultades. Pero bien
sabemos que no es así. Desde el pecado original de nuestros primeros padres la
realización del bien en nuestras vidas ha sido una meta elevada y de consecución
difícil.
Deseo por ello, en este capítulo, repasar algunos de los obstáculos y casos
difíciles que ha debido afrontar el Espíritu Santo en su acción en determinadas almas.
De este modo no nos extrañaremos de que nos cueste advertir su acción en nuestras y
dejarlo actuar con plena libertad, sin ponerle condiciones ni exigirle garantías ni
recompensas.
Tendrá que venir el Espíritu Santo en Pentecostés para ayudarles a superar ese
inicial y universal miedo a la cruz. Lo hará robusteciendo su fe y transformando su
fragilidad en consistente fortaleza que será capaz de afrontar variadas dificultades que,
lejos de amilanarlos, los hace crecer en su talla humana y espiritual. Así lo refleja san
León Magno en el siguiente Sermón:
Esta fe, aumentada por la ascensión del Señor y fortalecida con el don del
Espíritu Santo, ya no se amilana por las cadenas, la cárcel, el destierro, el hambre, el
fuego, las fieras ni los refinados tormentos de los crueles perseguidores. Hombres y
mujeres, niños y frágiles doncellas han luchado, en todo el mundo, por esta fe, hasta
derramar su sangre. Esta fe ahuyenta a los demonios, aleja las enfermedades, resucita
a los muertos.46
Como esa dificultad no es sólo de los apóstoles, sino de todos nosotros, mucho
bien espiritual podremos sacar meditando el siguiente capítulo del Kempis, inspirado y
concreto como siempre, sobre el corazón puro y la recta intención:
Con dos alas se levanta el hombre de las cosas terrenas, que son
sencillez y pureza. La sencillez ha de estar en la intención y la pureza en la
afición. La sencillez pone la intención en Dios; la pureza le reconoce y gusta.
Ninguna buena obra te impedirá, si interiormente estuvieres libre de todo
desordenado deseo. Si no piensas ni buscas sino el beneplácito divino y el
46
San León Magno, Sermón sobre la Ascensión del Señor 2, 1 - 4
71
Si pasamos del Evangelio a los Hechos de los Apóstoles, encontramos allí otras
dificultades que revisten también su importancia. Entre las más importantes cabe
mencionar las siguientes:
47
Tomás de Kempis, De la Imitación de Cristo, libro 2, c. 4
72
en otra ocasión...
De esta forma, los obstáculos no resultan muros insalvables, sino que son una
parte imprescindible del realismo evangélico y les sirven como rampa de lanzamiento
para alcanzar mayores alturas en su fidelidad al Señor y en la entrega a la misión por
él encomendada.
Hay, sin duda, más dificultades que aparecen en la vida de los apóstoles y en la
de los discípulos del Señor de todos los tiempos. A algunas de ellas aluden las estrofas
séptima y octava del “Veni, Sancte Spiritus”, que dicen:
Doblega lo rígido,
calienta lo frío,
endereza lo desviado.”
Quiero concluir este capítulo con unas atinadas reflexiones que nos deja Tomás
de Kempis sobre el provecho que debemos sacar de las dificultades y adversidades en
que el Señor permita que nos encontremos en las distintas situaciones y etapas de
nuestra vida. Mucho nos ayudará el meditarlas:
Porque entonces mejor buscamos a Dios por testigo interior, cuando por fuera
somos despreciados de los hombres, y no nos dan crédito.
Por eso debía uno afirmarse de tal manera en Dios, que no le fuese necesario
buscar muchas consolaciones humanas.
Entonces se entristece, gime y ora a Dios por las miserias que padece.
74
Entonces le es molesta la vida larga, y desea hallar la muerte para ser desatado
de este cuerpo y estar con Cristo.
Una siembra divina tan continuada y profunda en las almas de los apóstoles
produce frutos innumerables en los individuos, las familias y las sociedades.
También sus obras son nuevas, como sus actitudes. Se alegrarán de sufrir por el
nombre de Cristo y no desistirán de realizar su misión. Realmente, en su vida se
refleja el programa de vida que san Pablo traza para los discípulos del Señor en la
carta a los Efesios: “Dejando, pues, vuestra antigua conducta, despojados del hombre
viejo, viciado por las concupiscencias seductoras, renovaos en el espíritu de vuestra
mente y vestíos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad
verdaderas” (Ef 4, 22 - 24). Caminan como hijos de la luz, cuyo fruto se percibe en
toda bondad, justicia y verdad, probando lo que es grato al Señor (cf Ef 5, 8 - 10).
48
Tomás de Kempis, De la Imitación de Cristo, libro 1, c. 12
75
San Cirilo de Alejandría (376 - 444) comenta así este primer fruto del Espíritu
Santo en la vida y acción de los apóstoles:
Este mismo Espíritu transforma y traslada a una nueva condición de vida a los
fieles en que habita y tiene su morada. Esto puede ponerse fácilmente de manifiesto
con testimonios tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
Esta novedad de vida la aporta el Espíritu Santo con sus siete dones,
prometidos desde el Antiguo Testamento en el conocido texto del profeta Isaías: “Se
posará sobre él [el vástago de Jesé] el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e
inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de temor de Dios” (Is
11, 2 - 3).
Santo y el Papa contestó sin vacilar que cuando, después de haberlo meditado mucho,
se decidió a firmar la Humanae Vitae.
Cuando el discípulo es sacerdote, bien hará en meditar las reflexiones que nos
deja el siervo de Dios Juan Pablo II en una de sus ricas Cartas a los sacerdotes.
Extraerá de ellas consignas muy valiosas para su vida espiritual y para su acción
pastoral con las almas:
El papa Alejandro IV, en una carta sobre san Francisco y santa Clara de Asís,
describe la oportunidad con que actúa de este modo el Espíritu Santo:
51
Catecismo de la Iglesia Católica, 799 - 800
77
así como una norma para reformar las costumbres. No dudaría en llamar a los nuevos
fundadores, con sus verdaderos seguidores, luz del mundo, indicadores del camino,
maestros de vida.52
La novedad de vida aparece también en los frutos del Espíritu en sus almas y
en sus vidas. Son “perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como
primicias de la gloria eterna”, según nos recuerda el Catecismo.53 San Pablo los
sintetiza cuando escribe, hacia el final de su carta a los Gálatas, como quien tiene
experiencia vivida de los mismos: “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Ga 5, 22 - 23).
Otro fruto de la acción del Espíritu Santo en las almas es la penetración
progresiva de la verdad revelada. Cristo había prometido a los apóstoles un Guía que
los conduciría “hasta la verdad completa” (Jn 16, 13). Sin duda, después de la
Ascensión, les quedaban muchos puntos algo oscuros de la doctrina y vida del Señor,
no porque él no se los hubiera explicado -incluso detalladamente y a ellos solos en
ocasiones- sino porque ellos no lo podían comprender de momento (cf Jn 16, 12).
La venida del Espíritu Santo, “Espíritu de la Verdad”, que se posa sobre cada
uno de ellos en forma de lenguas de fuego expresa de este modo la cercanía accesible
de la Verdad divina que está ahora más al alcance de los apóstoles.
Es un árbol que engendra la vida, sin ocasionar la muerte; que ilumina sin
producir sombras; que introduce en el paraíso, sin expulsar a nadie de él; es un
madero al que Cristo subió, como rey que monta en su cuadriga, para derrotar al
diablo que detentaba el poder de la muerte, y librar al género humano de la esclavitud
a que la tenía sometido el diablo.
52
Fonti francescane, II, Asís 1977, pp. 2391 - 1393 passim
53
Catecismo de la Iglesia Católica, 1832
78
Otro fruto del Espíritu Santo en las almas de los apóstoles, derivado del
anterior, es su fidelidad al mensaje del Señor. Lo que transmiten no es producto de su
cosecha personal, ni de la genialidad de sus elucubraciones, ni del ambiente -siempre
cambiante- en que se mueven. Los temores de los apóstoles no recortan el mensaje ni
sus prejuicios o limitaciones lo desfiguran.
En esta tarea el Espíritu Santo realiza lo que Cristo había prometido sobre su
misión: enseñar y recordar todo lo que el Señor les había dicho (cf Jn 14, 25). No
había que añadir ni quitar una sola tilde del mensaje evangélico. Gracias a ellos
podemos contar con ese mensaje íntegro: con las bienaventuranzas y las parábolas, los
hechos y los milagros, las páginas agradables a la naturaleza humana y las que la
contrarían.
Ven en el mensaje del Señor un tesoro que Pedro, Juan, Santiago y Pablo
defienden en sus cartas contra los falsos pastores activos entonces y en las distintas
54
San Teodoro Estudita, Sermón en la adoración de la Cruz
79
Esta transmisión fiel del mensaje del Señor constituye el tesoro que ellos
descubren y confían a la Iglesia y constituye el depósito de la fe que han legado a los
creyentes de todos los tiempos. Por ello, san Pablo podrá resumir su vida diciendo
hacia el final de la misma lo que sin duda suscribirían todos los demás apóstoles: “He
combatido el buen combate, he corrido la carrera, he conservado la fe” (2 Tm 4, 7).
Durante la vida pública del Señor la habían conocido como Madre del Maestro
y así la habían respetado mostrándole su gratitud y reconocimiento. Muerto su Hijo, la
Madre acompaña a los apóstoles en el Cenáculo porque ha recibido otra misión que
sólo escucharon ella y Juan: “He ahí a tu Hijo. He ahí a tu Madre.” (Cf Jn 19, 26 - 27).
Desde ese momento y sobre todo después de Pentecostés captan los apóstoles
que en María el Señor les dejó el regalo más precioso que tenía en la tierra y cada uno
la considera en adelante como su Madre. Así ha actuado ella desde que los acompaña
en el Cenáculo.
Los apóstoles descubren ahora en ella, después del testimonio del Maestro, a la
Hija que cumple la voluntad del Padre, hallan en María el mejor modelo de fe en Dios,
de sabiduría divina que conoce las tácticas de Dios: “Derribó a los potentados de sus
tronos y exaltó a los humildes” (Lc 1, 52). Admiran su confianza en amorosa
Providencia divina, el amor fiel y delicado al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; su
sumisión humilde y fiel a la Voluntad de Dios: “Aquí está la esclava del Señor: hágase
en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).
80
Además, el Espíritu Santo lleva a las almas de los apóstoles por un camino de
progreso espiritual. Cercanos a María y abiertos a las inspiraciones y a las luces
divinas, los apóstoles van avanzando en su experiencia de Cristo.
Su confianza es más real y total. Ahora más que antes, como dijo Pedro en la
primera pesca milagrosa, lanzan sus redes en el mar del mundo “en tu nombre” (Lc 5,
5). No trabajan basados primeramente en la propia experiencia, en las cualidades
humanas con que el Señor los dotó, en las influencias que van adquiriendo en los
nuevos ambientes, en la edad... Su fuerza les viene del poder de la gracia, de la certeza
alimentada cada día de la compañía y del poder de Dios.
Su amor es más práctico. Los lleva en la práctica a “lanzar las redes” (Lc 5, 5)
diariamente en la parte del mar en que están faenando. Y este amor se manifiesta en
una obediencia más sencilla al Señor, en una entrega intensa e ininterrumpida, en un
trabajo que los saca de sí mismos para dar lo mejor que ellos tienen -la fe en Cristo- a
las personas y a los grupos humanos que van evangelizando. Aman a Dios y a los
demás con su oración y con su sacrificio. Y les demuestran el amor con el testimonio
de una vida que busca ser fiel reflejo de la de su Señor, con la palabra que extraen
cada día de su experiencia del Maestro, con la acción que consideran en cada
momento más oportuna.
y Laodicea.
Juan XXIII comenta así este fruto en una página de su Diario escrita en el
segundo año de su corto pontificado:
Con el paso de los siglos esta fecundidad se manifestó primero en las distintas
regiones de Europa y del norte de África, pasó a mediados del segundo milenio a
América, y se ha extendido después por Asia y para llegar por último a Oceanía.
Ésta es una realidad muy querida por Benedicto XVI, como nos lo manifiesta
en el siguiente pasaje de una homilía reciente:
55
Cf Prefacio de la misa de Pentecostés
56
JUAN XXIII, Diario del alma, 24 de septiembre de 1959
57
Benedicto XVI, Homilía en las Vísperas en la Vigilia de Pentecostés, 3 de junio de
2006
82
83
San Juan de la Cruz, que vivió sólo cuarenta y nueve años y alcanzó muy
elevadas cimas de vida espiritual, aconseja a este respecto lo siguiente al alma que
desea llegar a intimar con el Espíritu Santo:
Para que esta ascesis diaria discurra por cauces fecundos, se hace necesaria la
atención a las inspiraciones del Espíritu Santo. El dulce Huésped del alma nunca está
inactivo. San Pablo nos recuerda que actúa en nuestros corazones derramando el amor
de Dios. El modo más común de su actuación son sus inspiraciones. Al respecto, nos
enseña el texto de san Francisco de Sales:
58
San Juan de la Cruz, Cautelas, 1
84
Estas inspiraciones nos pueden venir en la oración, a través de una lectura, del
testimonio de una persona cercana (el marido, la esposa, un hijo, un amigo, un
formador...). Normalmente son interiores, silenciosas y exquisitamente respetuosas de
nuestra libertad, como lo es siempre Dios en su relación con el hombre. Nos aclaran,
motivan o refuerzan la voluntad de Dios en nuestras vidas. Nos afianzan en nuestros
hábitos virtuosos y en los buenos propósitos. Nos impulsan a la realización de una
buena obra concreta. Refuerzan la pureza de intención de nuestros actos. Así podemos
diferenciar las inspiraciones divinas de lo que es un mero sentimiento, un acto de
egoísmo, un deseo meramente humano de grandeza...
Por ser una voz tenue, puede captar los mensajes del Espíritu Santo sólo el
alma que está atenta a su interior, es decir, que tiende hacia el centro de sí misma. Esta
atención está hecha de silencio interior y exterior, que crea el mejor ambiente para
escuchar la voz del Espíritu Santo. Es esta atención silenciosa la que nos permite
apagar otras ‘emisoras’ de mensajes que nos pueden distraer de lo esencial, como son
nuestros sentimientos, preocupaciones, prejuicios, temores, actividades propias y
opiniones ajenas que nos apartan de lo esencial.
Hemos de procurar que nuestra atención al Espíritu Santo sea ágil como la del
adolescente Samuel que, cuando sabe que Dios lo llama, dice de inmediato: “Habla,
Señor, que tu siervo te escucha” (1 Sm 3, 9) , superando nuestra natural tendencia a
hacer caso a propuestas más cómodas y prácticas, más tangibles y ventajosas según
nuestro reducido modo de ver.
59
S. FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota, II, 18
60
SOR BENEDICTA TERESA DE LA CRUZ, Antología de pensamientos, n. 209
85
Este conocimiento interior es, en primer lugar, un don de Dios que hay que
suplicar diariamente al Espíritu Santo en la oración, y que hay que enriquecer
contemplando la acción del Consolador en la vida de Cristo según los evangelios. Y
es, también, resultado de un esfuerzo personal mediante la asidua meditación de los
dones del Espíritu Santo y de los dos himnos litúrgicos más conocidos sobre él: el
“Veni Creator” y el “Veni, Sancte Spiritus”. Conviene que sea una meditación
periódica, pausada, cordial, profunda, para que poco a poco nos vayan penetrando con
su luz las verdades y experiencias espirituales encerradas en esas dos fuentes clásicas
de la piedad cristiana.
Juan Pablo II, gran devoto del Espíritu Santo desde su juventud, nos deja el
siguiente testimonio del influjo del Consolador sobre su alma que se abría a la acción
de Dios también mediante el estudio y convertía así esta actividad en una escuela de
transformación interior progresiva:
61
JUAN PABLO II, Don y misterio, BAC, Madrid 1996, p. 109
86
Esta amistad es una experiencia que no se puede describir con palabras y que
tiene sus requisitos. No se logra sólo con desearla y quererla teóricamente; y exige un
saber escuchar y un actuar fielmente, cueste lo que cueste, según le agrade al dulce
“Huésped del alma”.62
Como nos enseña Benedicto XVI comentando la acción del Espíritu Santo en
san Pablo, en este diálogo experimentaremos que “no existe una oración verdadera sin
la presencia del Espíritu Santo, [...] que es como el alma de nuestra alma, la parte más
secreta de nuestro ser, desde donde se eleva a Dios incesantemente una oración.”63
Este diálogo revela una relación de amor creciente que nos irá convirtiendo en
personas espiritualmente más sencillas y, por lo mismo, más dóciles, que no pretenden
fijarle pistas sino secundar sus más leves inspiraciones. En él lo escucharemos y le
hablaremos, pediremos y nos dará, nos pedirá y le daremos de un modo cada vez más
delicado y ágil. Haremos la experiencia más profunda de Dios, nos enriqueceremos
con las más decisivas lecciones divinas sobre nuestras vidas, la vida de la Iglesia, el
desarrollo de la historia de la humanidad. Y algún día podremos captar la verdad de un
autor de nuestra época que escribe sobre esta experiencia:
También nos sitúa en una perspectiva capaz de contemplar todo el devenir del
mundo, con la relatividad que encierra el tiempo frente a la eternidad y con la
serenidad de quien se sabe un pobre peregrino en el tiempo hacia la posesión eterna
de Dios.64
64
MARCIAL MACIEL, Cartas, 3 de mayo de 1986, nn. 26 - 27
88
Esta colaboración implica también estar unido a él y depender de él, sobre todo
en decisiones y pasos importantes de nuestra vida como pueden ser la opción por el
matrimonio o la vida consagrada, la elección de carrera, la elección de la persona con
la que deseo compartir toda mi vida... En ocasiones de esta naturaleza y en otras de
mayor o menor trascendencia convendrá consultar a personas de confianza y más
experimentadas en la vida espiritual, como puede ser una alma consagrada, un
sacerdote amigo, el confesor o el director espiritual. Así nos liberaremos del
subjetivismo, de la precipitación superficial y del fácil error, pues nadie es buen juez
en su propia causa.
Esta colaboración nos aportará el principal fruto que buscamos en nuestra tarea
y en nuestras relaciones con el Espíritu Santo: la transformación interior. Iremos
asimilando progresivamente las virtudes que él nos inspira, las actitudes que nos
sugiere, los hábitos que nos inculca.
65
GARRIGOU - LAGRANGE R., O.P., Las tres edades de la vida interior, p. 459
89
contristar al Espíritu Santo que habita en nosotros (cf Ef 4, 30). Dejaremos de ser
personas engreídas, autosuficientes, esclavas de su comodidad y de sus caprichos,
veleidosas, incoherentes. Superaremos nuestros temores y nuestros complejos. No nos
vencerá nuestro egoísmo en sus diversas versiones: infidelidad, respeto humano,
sentimentalismo, inconstancia, superficialidad...
Será verdad en nuestra vida la afirmación paulina de que somos templos del
Espíritu Santo (1 Co 3, 16; 6, 19). Y la tomaremos como una vocación y una misión
personal. Así, como templos de él, estaremos siempre abiertos a su acción, nos
dejaremos habitar por él con su gracia santificante, nos mantendremos ordenados y
limpios, nos adornaremos para él con las distintas virtudes, seremos para los demás
una invitación al recogimiento...
Un autor espiritual del siglo XX describe así la meta a la que conduce a las
almas el gobierno transformante del Espíritu Santo:
El último paso en nuestra tarea es la difusión de esta amistad y de sus dones. Si,
según el espíritu de un adagio latino, el amor tiende a difundirse por sí mismo, tal
verdad es mucho mayor tratándose del Espíritu Santo, el Amor con mayúscula.
Cuando el alma va experimentando los frutos del trato íntimo con el Consolador
66
Lallemant, S.I., La Doctrine Spirituelle, IV p., c. 1, a. 3
90
interior, advierte que es un don tan sublime y tan práctico, que no puede represarlo en
su corazón.
Ha de darle salida generosa y constante entre todas las personas que frecuenta y
en todas las actividades que realiza. Y lo hará con presteza, como María en su visita a
su prima Isabel. Actuará con la audacia que vemos en Pedro la mañana misma de
Pentecostés, cuando sale del Cenáculo poseído por el reciente fuego del Espíritu Santo
a predicar el Evangelio a todas las gentes, empezando por Jerusalén.
De este mismo paso procede el espíritu misionero que infunde el Espíritu Santo
en el alma y que expresa así Benedicto XVI:
67
BENEDICTO XVI, Homilía en las Vísperas en la Vigilia de Pentecostés, 3 de junio de
2006
91
C. LOS RESULTADOS
68
JUAN XXIII, Alocución del 5 de junio de 1960.
93
cristiano que permea toda su conducta y los convierte en auténtica “alma” del cuerpo
del mundo que alienta en su vida personal, familiar, social, política...
Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen les
costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida
y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos,
increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo
como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda sierra extraña es patria
para ellos, pero están en toda patria como en sierra extraña. Igual que todos, se casan y
engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en
común, pero no el lecho.
Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es
en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo;
así también los cristianos se encuentran dispersos por todas les ciudades del mundo.
El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el
mundo, pero no son del mundo. El alma invisible esta encerrada en la cárcel del
cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es
invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio
alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a
los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.
94
2. Autor anónimo
69
Anónimo, Carta a Diogneto, 5 - 6, Funk 1, 397 - 401
95
Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu
hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados:
«salid»; y a los que se encuentran en las tinieblas: «iluminaos»; y a los que dormís:
«levantaos».
que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la
vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te
concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.
En esa tarea el Espíritu Santo sugiere las actitudes más propias para un cristiano que
ora, como son la humildad, el deseo de ser inflamado por el amor divino, la conciencia
sentida y urgente de ser luz evangélica para los demás en la propia vida, el deseo de
contemplar y amar a Dios en el cielo con un amor inextinguible y por encima de las aguas
torrenciales de las dificultades terrenas.
¡Cuán dichosos son los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentra en vela!
Feliz aquella vigilia en la cual se espera al mismo Dios y Creador del universo, que todo lo
llena y todo lo supera.
¡Ojalá se dignara el Señor despertarme del sueño de mi desidia, a mí, que, aun siendo
vil, soy su siervo! Ojalá me inflamara en el deseo de su amor inconmensurable y me
encendiera con el fuego de su divina caridad!; resplandeciente con ella, brillaría más que los
astros, y todo mi interior ardería continuamente con este divino fuego.
70
Anónimo, Homilía sobre el grande y santo Sábado, PG 43, 439. 451. 462 - 463
97
¡Ojalá mis méritos fueran tan abundantes que mi lámpara ardiera sin cesar, durante la
noche, en el templo de mi Señor e iluminara a cuantos penetran en la casa de mi Dios!
Concédeme, Señor, te lo suplico en nombre de Jesucristo, tu Hijo y mi Dios, un amor que
nunca mengüe, para que con él brille siempre mi lámpara y no se apague nunca, y sus llamas
sean para mí fuego ardiente y para los demás luz brillante.
Te ruego, Jesús mío, que enciendas tan intensamente mi lámpara con tu resplandor
que, a la luz de una claridad tan intensa, pueda contemplar el santo de los santos que está en
el interior de aquel gran templo, en el cual tú, Pontífice eterno de los bienes eternos, has
penetrado; que allí, Señor, te contemple continuamente y pueda así desearte, amarte y
quererte solamente a ti, para que mi lámpara, en tu presencia, esté siempre luciente y
ardiente.
Que esto llegue a realizarse, al menos parcialmente, por don tuyo, Señor Jesucristo, a
quien pertenece la gloria por los siglos de los siglos. Amén. 71
71
San Columbano, Instrucción 12, Sobre la compunción 2 - 3
98
todas las aspiraciones humanas y síntesis entre Antiguo y Nuevo Testamento. Este don centra
la experiencia espiritual del alma en la persona y vida de Cristo, orienta al hombre a
superar la mera especulación intelectual y marca un particular camino: la gracia, el deseo y
el gemido de la oración, la oscuridad y el fuego divino.
Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda especulación de orden
intelectual y concentrar en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso
y secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino el que lo
desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el fuego del Espíritu Santo,
que Cristo envió a la tierra. Por esto, dice el Apóstol que esta sabiduría misteriosa es revelada
por el Espíritu Santo.
Si quieres saber cómo se realizan estas cosas pregunta a la gracia, no al saber humano;
pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al
estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre;
pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y
que transporta hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos afectos.
Este fuego es Dios, cuyo horno, como dice el profeta, está en Jerusalén, y Cristo es
quien lo enciende con el fervor de su ardentísima pasión, fervor que sólo puede comprender
el que es capaz de decir: Preferiría morir asfixiado y la misma muerte. El que de tal modo
ama la muerte puede ver a Dios, ya que está fuera de duda aquella afirmación de la Escritura:
Nadie puede ver mi rostro y quedar con vida. Muramos, pues, y entremos en la oscuridad,
impongamos silencio a nuestras preocupaciones, deseos e imaginaciones; pasemos con Cristo
crucificado de este mundo al Padre, y así, una vez que nos haya mostrado al Padre, podremos
decir con Felipe: Eso nos basta; oigamos aquellas palabras dirigidas a Pablo: Te basta mi
gracia; alegrémonos con David, diciendo: Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi
lote perpetuo. Bendito sea el Señor por siempre, y todo el pueblo diga: «¡Amén!» 72
72
San Buenaventura, Obras
99
En síntesis: “No hay cosa más dulce que el amor; nada más fuerte, nada más alto,
nada más ancho, nada más alegre, nada más lleno, ni mejor en el cielo ni en la tierra.”
El Alma: 1. Te bendigo, Padre celestial, Padre de mi Señor Jesucristo, que tuviste por
bien acordarte de este pobre. ¡Oh Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación!
Gracias te doy porque a mí, indigno de todo consuelo, algunas veces recreas con tu
consolación. Te bendigo y te glorifico siempre con tu Unigénito Hijo, con el Espíritu Santo
consolador por los siglos de los siglos. ¡Oh Señor Dios, amador santo mío! Cuando Tú
vinieres a mi corazón, se alegrarán todas mis entrañas. Tú eres mi gloria y la alegría de mi
corazón. Tú eres mi esperanza y refugio en el día de mi tribulación.
2. Mas porque soy aún flaco en el amor e imperfecto en la virtud, por eso tengo
necesidad de ser fortalecido y consolado por Ti. Por eso visítame, Señor, más veces, e
instrúyeme con santas doctrinas. Líbrame de mis malas pasiones, y sana mi corazón de todas
mis aficiones desordenadas; porque sano y buen purgado en lo interior, sea apto para amarte,
fuerte para sufrir, y firme para perseverar.
3. Gran cosa es el amor, y bien sobremanera grande; él solo hace ligero todo lo
pesado, y lleva con igualdad todo lo desigual. Pues lleva la carga sin carga, y hace dulce y
sabroso todo lo amargo. El amor noble de Jesús nos anima a hacer grandes cosas, y mueve a
desear siempre lo más perfecto. El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido de
ninguna cosa baja. El amor quiere ser libre, y ajeno de toda afición mundana; porque no se
impida su vista, ni se embarace en ocupaciones de provecho temporal, o caiga por algún
daño. No hay cosa más dulce que el amor; nada más fuerte, nada más alto, nada más ancho,
100
nada más alegre, nada más lleno, ni mejor en el cielo ni en la tierra; porque el amor nació de
Dios, y no puede aquietarse con todo lo criado, sino con el mismo Dios.
4. El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre y no embarazado. Todo lo da por todo;
y todo lo tiene en todo; porque descansa en un Sumo bien sobre todas las cosas, del cual
mana y procede todo bien. No mira a los dones, sino que se vuelve al dador sobre todos los
bienes. El amor muchas veces no guarda modo, mas se enardece sobre todo modo. El amor
no siente la carga, ni hace caso de los trabajos; desea más de lo que puede: no se queja que le
manden lo imposible; porque cree que todo lo puede y le conviene. Pues para todos es bueno,
y muchas cosas ejecuta y pone por obra, en las cuales el que no ama, desfallece y cae.
6. Dilátame en el amor, para que aprenda a gustar con la boca interior del corazón
cuán suave es amar y derretirse y nadar en el amor. Sea yo cautivo del amor, saliendo de mí
por él grande fervor y admiración. Cante yo cánticos de amor: sígate, amado mío, a lo alto, y
desfallezca mi alma en tu alabanza, alegrándome por el amor. Ámete yo más que a mí, y no
me ame a mí sino por Ti, y en Ti a todos los que de verdad te aman como manda la ley del
amor, que emana de Ti como un resplandor de tu divinidad.
73
Tomás de Kempis, La Imitación de Cristo, libro III, c. 5
101
El Espíritu Santo formó en san Francisco Javier de un modo especial el celo por las
almas y le infundió el ansia de desgastar toda su vida en las tareas de evangelización en el
Extremo Oriente.
Venimos por lugares de cristianos que ahora hará ocho años que se hicieron
cristianos. En estos lugares no habitan portugueses, por ser la tierra muy estéril extremo y
paupérrima. Los cristianos de estos lugares, por no haber quien les enseñe en nuestra fe, no
saben más de ella que decir que son cristianos. No tienen quien les diga misa, ni menos quien
los enseñe el Credo, Pater noster, Ave María, ni los mandamientos.
En estos lugares, cuando llegaba, bautizaba a todos los muchachos que no eran
bautizados; de manera que bauticé una grande multitud de infantes que no sabían distinguir la
mano derecha de la izquierda. Cuando llegaba en los lugares, no me dejaban los muchachos
ni rezar mi Oficio, ni comer, ni dormir, sino que los enseñase algunas oraciones. Entonces
comencé a conocer por qué de los tales es el reino de los cielos.
Como tan santa petición no podía sino impíamente negarla, comenzando por la
confesión del Padre, Hijo y Espíritu Santo, por el Credo, Pater noster, Ave María, así los
enseñaba. Conocí en ellos grandes ingenios; y, si hubiese quien los enseñase en la santa fe,
tengo por muy cierto que serían buenos cristianos.
Muchos cristianos se dejan de hacer, en estas partes, por no haber personas que en tan
pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los estudios de
esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la
universidad de París, diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para
disponerse a fructificar con ellas: «¡Cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno
por la negligencia de ellos!»
Y así como van estudiando en letras, si estudiasen en la cuenta que Dios, nuestro
Señor, les demandará de ellas, y del talento que les tiene dado, muchos de ellos se moverían,
tomando medios y ejercicios espirituales para conocer y sentir dentro de sus ánimas la
voluntad divina, conformándose más con ella que con sus propias afecciones, diciendo: «Aquí
102
estoy, Señor, ¿qué debo hacer? Envíame adonde quieras; y, si conviene, aun a los indios. »74
Santa nacida en Dijon, Francia, y madre de seis hijos. Muerto su marido, la dirige
san Francisco de Sales, funda el Instituto de la Visitación y se dedica a servir a los pobres y
enfermos.
Cierto día, la bienaventurada Juana dijo estas encendidas palabras, que fueron en
seguida recogidas fielmente:
«Pues yo creo que esto es debido a que hay otro martirio, el del amor, con el cual
Dios, manteniendo la vida de sus siervos y siervas, para que sigan trabajando por su gloria,
los hace, al mismo tiempo, mártires y confesores. Creo que a las Hijas de la Visitación se les
asigna este martirio, y algunas de ellas, si Dios así lo dispone, lo conseguirán si lo desean
ardientemente».
Nos dimos cuenta de que estaba hablando de sí misma. Al preguntarle otra hermana
74
S. Francisco Javier, Cartas, De una carta a san Ignacio.
103
«Desde el momento en que nos entregamos a Dios sin reservas hasta el fin de la vida.
Pero esto lo hace Dios sólo con los corazones magnánimos que, renunciando completamente
a sí mismos, son completamente fieles al amor; a los débiles e inconstantes en el amor, no les
lleva el Señor por el camino del martirio, y les deja continuar su vida mediocre, para que no
se aparten de él, pues nunca violenta a la voluntad libre».
Por último, se le preguntó, con insistencia, si este martirio de amor podría igualar al
del cuerpo. Respondió la madre Juana:
«No nos preocupemos por la igualdad. De todos modos, creo que no tiene menor
mérito, pues es fuerte el amor como la muerte, y los mártires de amor sufren dolores mil
veces más agudos en vida, para cumplir la voluntad de Dios, que si hubieran de dar mil vidas
para testimoniar su fe, su caridad y su fidelidad». 75
Esta santa virgen y carmelita florentina llevó una vida oculta de oración y de
abnegación que ofreció sobre todo por la reforma de la Iglesia. Ayudó con su consejo
a muchas hermanas de religión y murió con sólo cuarenta y un años de edad.
El Espíritu Santo viene al alma, sellado con el sello de la sangre del Verbo o
Cordero inmolado; más aún, la misma sangre le incita a venir, aunque el propio
Espíritu se pone en movimiento y tiene ya ese deseo.
75
Santa Juana Francisca de Chantal, De las Memorias escritas por una religiosa,
secretaria suya
104
Este Espíritu, además, dispensador de los tesoros del seno del Padre y custodio
de los designios del Padre y el Hijo, se infunde en el ánimo con tal suavidad que su
irrupción resulta imperceptible, y pocos estiman su valor.
Ven, Espíritu Santo. Que venga la unión del Padre, el beneplácito del Verbo.
Tú, Espíritu de la verdad, eres el premio de los santos, el refrigerio de las almas, la luz
en las tinieblas, la riqueza de los pobres, el tesoro de los amantes, la hartura de los
hambrientos, el consuelo de los peregrinos; eres, por fin, aquel en el que se contienen
todos los tesoros.
Ven, tú, el que, descendiendo sobre María, hiciste que el Verbo tomara carne;
realiza en nosotros por la gracia lo mismo que realizaste en ella por la gracia y la
naturaleza.
Ven, y llévate de nosotros todo aquello que nos impide el ser llevados por ti. 76
76
Santa María Magdalena dei Pazzi, Del libro de las revelaciones y del libro de la
prueba
105
Uno de los guías del Movimiento de Oxford de la Iglesia anglicana que mantenía
tradiciones católicas. Intelectual de gran talla, escritor fecundo, con el tiempo se convirtió al
catolicismo y fue creado cardenal.
Más en particular, el autor reconoce y admira las acciones del Espíritu Santo en
cada alma: es fuego que purifica, luz que ilumina; amor que fortalece al mártir, apoya al
confesor, enciende al predicador, resucita al pecador; inspira los actos de fe, esperanza y
caridad; guía la oración y la penitencia de los fieles.
FUENTE DE AMOR
Dios mío, te adoro como la tercera Persona de la Santísima Trinidad, bajo el nombre
de Amor que te designa. Tú eres el amor vivo en el que se aman el Padre y el Hijo, y eres el
autor del amor sobrenatural en nuestros corazones - Fons vivus, ignis, caritas. Tú has bajado
del cielo bajo la forma de fuego el día de Pentecostés; y siempre como fuego, purificas en
nuestros corazones las escorias de la vanidad y del pecado, e iluminas allí la llama pura de la
devoción y de los santos afectos. [...]
Dios mío, eterno Consolador, yo os reconozco como el autor de este don inmenso que
es el único que nos salva, el amor sobrenatural. El hombre es por naturaleza ciego y duro de
corazón en todos los temas espirituales; ¿cómo podría ganar el cielo? [...] Eres tú, Consolador
todopoderoso, quien has sido y eres la fuerza, el vigor y la resistencia del mártir en medio de
sus tormentos. Tú eres el apoyo del confesor en sus largos trabajos monótonos y humillantes.
Tú eres el fuego por el que el predicador conquista las almas, olvidándose de sí mismo en sus
tareas de misionero. Por ti nos levantamos de la muerte del pecado, para cambiar la idolatría
de la creatura por el amor puro del Creador. Por ti nosotros hacemos actos de fe, esperanza,
caridad, contrición. Por ti vivimos en la atmósfera de la tierra al abrigo de su infección. Por ti
podemos consagrarnos al sagrado ministerio y cumplir nuestros tremendos compromisos. Por
106
Una noche, desde lo profundo del corazón, una voz me dijo: “¿Por qué te
atormentas así? Tienes que distinguir entre Dios y las obras de Dios. Todo lo que has
hecho y deseas seguir haciendo: visitas pastorales, formación de seminaristas,
religiosos, religiosas, laicos, jóvenes, construcción de escuelas, de foyers para
estudiantes, misiones para la evangelización de los no cristianos...; todo eso es una
obra excelente, son obras de Dios, ¡pero no son Dios! Si Dios quiere que abandones
77
Card. J. H. Newman, Meditaciones y plegarias
107
todo eso, hazlo enseguida, y ¡ten confianza en él! Dios hará las cosas infinitamente
mejor que tú. Él confiará sus obras a otros que son mucho más capaces que tú. ¡Tú has
elegido a Dios sólo, no sus obras!”.
Esta luz me dio una paz nueva, que cambió totalmente mi modo de pensar y me
ayudó a superar momentos físicamente casi imposibles. Desde ese momento, una
fuerza nueva llenó mi corazón y me acompañó durante trece años. Sentía mi debilidad
humana, renovaba esta elección ante las situaciones difíciles, y la paz no me faltó
nunca.
CONCLUSIÓN
Cada santo es una obra maestra del Espíritu Santo. Usted y yo podemos y
debemos buscar ser santos. Para fortuna nuestra, no necesitamos realizar milagros ni
acciones extraordinarias con el fin de alcanzar esta meta. Lo único que precisamos es
avanzar a diario en esa dirección, colaborar constantemente y con creciente delicadeza
con el Espíritu Santo, Formador del cristiano. Un sano amor propio cristiano nos
debería inducir a formularnos la pregunta que convirtió a Agustín en san Agustín: “Si
éste y éste [han logrado ser santos], ¿por qué yo no?”
A este fin ofrezco en esta conclusión una última reflexión. Una oración al
Espíritu Santo repetida con frecuencia dice: “Llena los corazones de tus fieles y
enciende en ellos el fuego de tu amor”. Alude al amor como a un fuego. Esta imagen
se basa en la aparición del Espíritu Santo en Pentecostés, en forma de lenguas de
fuego que se posan sobre la cabeza de cada uno de los apóstoles, que se hallaban en
oración con María la Madre de Jesús.
78
F. X. Nguyen van Thuan, Testigos de esperanza, Ciudad Nueva, pp. 54 - 55
108
Lo que Cristo realiza una vez con los dos discípulos en el camino de Emaús es
la tarea incesante del Espíritu Santo a lo largo de toda la historia con los creyentes que
lo buscan y escuchan en la oración. Lo realiza por vez primera en Pentecostés y, a
partir de ese momento, en todas las etapas de la vida de la Iglesia y del creyente.
Aporta por primera vez o reaviva el ardor propio de todo amor sincero que busca con
serena intensidad corresponder al Amor divino. Y es un ardor que no apagarán las
dificultades, ni las persecuciones, ni las calumnias. Un ardor que irá alimentando el
paso de los días y de las pruebas y que se manifestará como una intimidad creciente
con el Espíritu Santo y una fidelidad delicada a sus inspiraciones en la vida personal,
familiar, comunitaria, social, apostólica.
El mismo fuego interior es también una luz que ilumina. Una luz intensa y
cálida que vence oscuridades, disipa confusiones, esclarece decisiones. Es la columna
que en el Éxodo guiaba durante la noche los pasos del pueblo elegido y la luz con la
que Cristo se identifica en el Nuevo Testamento y pide que se le siga para no caminar
las tinieblas y llegar a la vida.
Por último, este fuego interior del Espíritu Santo alimenta el fervor de los
sentimientos y, sobre todo, de la voluntad. Se ve en el viaje de regreso a Jerusalén de
los dos discípulos de Emaús, que no reparan ni en el momento del mismo (ya de
noche), ni en la distancia que deben recorrer, ni en lo que puedan pensar los apóstoles
cuando lleguen al cenáculo. Este fervor, alimentado por el Espíritu Santo, explica que
los discípulos salgan de la prisión, después de ser azotados, contentos de haber
109
padecido algo por el nombre del Señor (cf H 5,41). Y que Pablo “sobreabunde de
gozo en medio de las tribulaciones” (2 Co 7,4).