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La moda en el primer período del siglo XVIII en Europa es caracterizada por marcadas
figuras en la silueta de hombres y mujeres siguiendo la influencia de los años anteriores. Las
pelucas continúan siendo esenciales en el hombre y la mujer, casi siempre siendo de color
blanco. El pelo natural era empolvado para obtener el look a la moda.
Apenas nos imaginamos una dama del siglos XVIII, ya la vestimos con pesados
vestidos, amplios, anchos e incómodos, aunque también hermosos. Estos vestidos, los
miriñaques o panniers, fueron variando con el tiempo (aunque la comodidad dudo que haya
variado!) y fueron presentando notables diferencias. He aquí una descripción breve de cada
uno de los cambios a través del siglo XVIII.
El Polonaise, o Polonesa
LOS PEINADOS DEL SIGLO XVIII_________________________________
EL POUF
En algún momento a mediados de 1770, los peinados empezaron a crecer. Afloró hacia
una estructura compleja y empezó a ser tan alto como nunca antes se había imaginado. El
ingenio de las mujeres hacía que usaran casi todo lo que encontraban a su alrededor para
ponerlo en sus peinados, incluyendo cinturones, joyas, telas, flores, frutas, plumas, etc. Por su
puesto, su propio pelo solamente no alcanzaba para semejante obra de arte en sus cabezas, así
que tomaban pelo de sus sirvientes o de caballos, por ejemplo. Así nació el pouf.
Una vez convertida en Reina, María Antonieta pasaba mucho tiempo dedicado a la
moda, creando nuevos estilos para el pelo y la ropa. Su peluquero personal, Lèonard, convirtió
todas sus fantasías en realidad. El trabajo en conjunto trajo al mundo este tipo de creaciones. A
continuación muestro algunos ejemplos de la época. Cabe destacar que muchos de estos
peinados estaban dedicados a situaciones particulares, o a fechas patrias, celebraciones
nacionales o alegorías, como por ejemplo aquel peinado que la Reina portó con un barco al
tope del pouf.
Las mujeres más elegantes usaban muñecos de aves, estatuas o incluso mini-jardines con
pequeños árboles artificiales sobre el tope de su cabeza. Diseñar estos peinados podía tomar
todo el día o incluso la semana entera. Para colmo, traía infinidad de dificultades: era casi
imposible dormir sin que se desarmara (para lo cual inventaron un molde "protector" para que
el peinado dure semanas); tampoco se podía viajar, porque las mujeres no entraban en la
berlina, por lo que muchas veces tenían que sacar su cabeza por la ventana o viajar arrodilladas.
Estos peinados no eran para nada higiénicos. Las mujeres no se lavaban el pelo para no
quitárselo. Esto además hacía que su cabeza sea el hogar de insectos y parásitos, para lo cual
también habían creado una varilla especial para rascarse la cabeza.
ESTILO DE MARIA ANTONIETA__________________________________
En este retrato María Antonieta definitivamente se alejó de los estándares en los que se
solía representar a las reinas francesas. Lejos quedó aquel retrato hecho por Gautier-Dagoty
donde la Reina fue representada con un grandísimo vestido de corte, el pouf, las joyas, las
flores de lis representando la corona francesa y las rosas a un costado, signo de los Habsburgo,
simbolizando su origen austríaco. Ahora, Vigeé-Lebrun la retrataba con sombrero de paja y un
simple vestido de muselina blanca, que muchos confundieron con ropa de cama. María
Antonieta no buscaba más que resaltar el nuevo estilo de vida que quería encarar iniciados los
años ochenta del siglo XVIII caracterizado por la simpleza, la búsqueda de la naturaleza,
alejarse del protocolo y olvidarse de las exigencias del puesto que le tocaba. El cuadro en nada
recuerda a una Reina.
Cuando Vigeé-Lebrun presentó este cuadro en el Salón de Paris la reacción negativa fue
casi absoluta, ya que el público en general juzgó que la Reina esta vez había ido demasiado lejos
con sus caprichos. La muestra estaba abierta al público en general y las noticias anunciaban que
se podía observar a la Reina vestida "como una sirvienta".
Como ya no era de extrañar, la gente empezó a relacionar este cambio con su origen
austríaco. Uno de los concurrentes, siguiendo a Caroline Weber, dijo que el cuadro de Vigeé-
Lebrun debería en realidad llamarse Francia vestida como Austria, reducida a cubrirse con
paja. Por otra parte, Mary Sheriff, historiadora del arte, sugirió que se representa el deseo de
"abandonar el sentimiento de identidad francesa a la fuerza", al no utilizar los vestidos típicos de
la corte de Francia, costumbre que hacía a la cultura del país, reemplazándolos por vestidos de
muselina, tela producida en territorio austrohúngaro. Para más, María Antonieta aparece con la
rosa, símbolo de los Habsburgo.
La utilización de estos vestidos por parte de María Antonieta se había hecho tan
frecuente, que llegó a pedir más de un vestido nuevo para cada día. Los utilizaba para cualquier
ocasión, incluso fuera de su Petit Trianon. Solo en las ocasiones más solemnes y formales la
Reina los dejaba a un lado para utilizar vestidos de Corte.
El día 1 de noviembre del año 1700 muere Carlos II, último de los Habsburgo que
dirigió el imperio español. Las presiones en torno al rey muriendo son ciertamente novelescas,
superando como mucho cualquier ambición política que se quiera imaginar. Varias veces las
potencias europeas se reúnen para discutir cómo se repartirán los dominios del rey que está
muriendo sin sucesión. Las presiones sobre la sucesión son tan absurdas que incluso el nuncio
(embajador) del Papa lo acusa de endemoniado (hechizado, se dice) y lo exorciza. A pesar de
eso el rey desfalleciente tiene la lucidez de decidir la mejor opción entre los herederos
postulados: Felipe de Anjou, de la familia reinante en Francia.
Felipe de Anjou
Al reinar Felipe de Anjou con el nombre de Felipe V, al Rey Sol se le plantean dos
opciones contrapuestas: cumplir lo pactado anteriormente con demás potencias europeas o
cumplir el testamento de Carlos II, y reeditar el imperio español, esta vez con Francia en la
jefatura; su ministro Torcy dice: Si la guerra es inevitable, se hará para defender la cusa de la
justicia, y la justicia es el testamento.
Luis XIV, en el palacio de Versalles, proclama rey de España a su nieto duque de
Anjou; es más, llega a reconocer los derechos sucesorios de Felipe a la corona francesa. La
respuesta es inmediata: la gran Alianza de la Haya, fruto de la cual Francia y España, el abuelo y
el nieto tienen que luchar solos contra Alemania, Inglaterra, Holanda, Dinamarca, Prusia,
Portugal y Saboya. Se llega al tratado de Utrecht, que modifica sustancialmente el mapa político
europeo y la correlación de fuerzas.
La supremacía española se disuelve. Comienza la grandeza marítima de Inglaterra. Una
última etapa del siglo es la independencia de los Estados Unidos, reequilibrando la balanza con
un contrapeso un poco alejado de Europa.
Por una parte, en los países al oeste de Elba, orientados hacia el liberalismo, una
burguesía libre y activa confirma su posición en el comercio y participa en el reciente
crecimiento industrial. Al contrario, al este de Elba, la autoridad señorial limita los progresos
sociales en las clases medias y bajas y los atasca en una situación feudal poco favorable a los
cambios económicos.
Hay entonces una civilización que empieza a distinguirse no sólo como europea sino
europea occidental, que se forma sobre las nuevas potencias marítimas. En la zona oriental,
solamente pequeñas élites asimilarán estos cambios, aislando a las masas populares y
excluyéndolos de los avances culturales. Es sobre todo pues gracias a corrientes intelectuales y
espirituales como se harán los intercambios internacionales, y el traje, expresión del gusto y el
refinamiento, se volverá uno de los medios de interrelación cultural entre los pueblos.
Abajo del Elba, frontera cristiana e intelectual del pensamiento occidental, las modas
cambiarán no solamente en los cortesanos y los nobles sino en todo el mundo: es así que es la
sociedad y no sólo a ciertas clases sociales donde llegan los cambios en los modales, en la
fantasía, en la búsqueda del placer, causas en fin que modifican nuestra forma de vestirnos;
razón de más para que precisamente en esta época salga tan beneficiada la indumentaria
femenina, mientras que el traje masculino había mantenido su preponderancia sobre el de la
mujer hasta aquel tiempo.
En 1785 se instala la primera máquina a vapor para mover un telar de algodón, ingenio
inventado por el escocés James Watt sólo un año antes; ello da de por sí una idea suficiente de
cuán importante era el textil para la industria en Inglaterra. Inmediatamente, tejedurías e
hilaturas se desarrollan considerablemente en Manchester para el algodón, en Norwich para la
lana y Coventry para la seda. Esta aparición de la mecanización implica una reducción de los
precios de coste y los tejidos ingleses, por ser los más baratos, conquistan los mercados
mundiales.
El auge del algodón tuvo una repercusión menos deseada: el tráfico de los esclavos. En
efecto, los negreros de Liverpool transportaban cargamentos de algodón de la India o a través
del Atlántico, de los nuevos Estados Unidos de América, donde el cultivo del algodón se daba
ya desde el siglo XVII, de Virginia a la Carolina del sur, Georgia y la Louisiana. 45.000 esclavos
negros se vendían al año en las plantaciones inglesas del Nuevo Mundo. Es precisamente este
abastecimiento de mano de obra de África lo que permite proporcionar la materia prima a la
gran industria del Lancashire.
En las primeras décadas del siglo llegan también los grandes postulados científicos de
Isaac Newton; y sus investigaciones sobre la luz y el color tienen una gran importancia en las
técnicas del tintado que enseguida mejoran. Newton define los llamados colores primarios y
después J. T. Mayer establece los principios químicos de estas mezclas, llegando a obtener 91
matices principales y 9.381 tonalidades de color discernibles por el ojo humano. Sobre estas
bases entonces se buscaron las condiciones de fabricación de estos colores. Estas nuevas
posibilidades de tonos compuestos, medias tintas y gamas ofrecían a los fabricantes de tejidos
numerosas combinaciones de colores. Durante todo el siglo aparecen logros científicos de los
que los tintoreros extraen aplicaciones prácticas. Berthollet descubre en 1791 el blanqueo
mediante el cloro.
La época es tan convulsa política y socialmente que seguir los avatares de la moda ligada
a ella es un trabajo mucho más extenso del que podemos hacer aquí. Todos lo acaecido
determina cambios en la indumentaria, algunos formalmente, con leyes que no cesan en su
intento de modular los cambios, y otros con leyes no escritas, como fueron las guerras y la
pobreza que éstas ocasionaron. La Revolución francesa, como insurrección que era por la
libertad, debiera haber traído una libertad incuestionable en cuanto a la indumentaria, sin
embargo era también una coacción contra ciertas costumbres de moda. En todo caso, se da una
incesante sucesión de cambios que, vistos desde hoy, parecen de verdadero furor. Si algo se
puede extraer con certeza de esta larga etapa es que el individuo, y no una clase social o la
corte, toman por fin como iniciativa propia modificar su indumentaria. Ésta cuestión es
precisamente la que constituye un último y definitivo precedente de moda.
Bajo el reinado de Luis XVI de Francia (1643-1715) y durante la Guerra de los Treinta
Años, en la indumentaria destaca precisamente la falta de uniformidad, que hacía ver un
vestuario distinto de una ciudad a la otra que le era vecina. Por destacar algo en contra, cabe
recordar la prepotencia de las Leyes de Indumentaria dictadas por la corte de Versalles y cómo
se esfuerza París por difundir su moda hacia el resto de Europa.
Le sucede un período de Regencia (1715-1730) y la llegada del joven rey Luis XV, que
prácticamente desmontan el rigor del protocolo versallesco. La consecuencia más notable es
que el carácter ceremonioso de la indumentaria cede el paso a una neta frivolidad. Vestidos
más finos y ligeros, unidos a fuerte influencia de lo oriental.
Aparece la falda de amplísimo vuelo soportado por una armadura de ballenas (extraída
en verdad de la ballena) que forma la llamada cesta. Hasta 1780 las faldas son exageradamente
amplias. Su incomodidad está ya en desuso a finales de siglo (la Revolución francesa).
Al movimiento artístico del Barroco sucede del Rococó (1730-1789). La vestimenta reaviva un
tono excesivamente aristocrática, por un lado, y militarista por otro.
Composición El paseo de los elegantes, una recreación de la indumentaria del Madrid a mitad del
XVIII. El paseo del Prado fue un regalo de Carlos III al pueblo de Madrid. Como fondo, el grabado
del mismo nombre de Ginés de Aguirre, recrea esa atmósfera de la segunda mitad del siglo XVIII. Los
3 vestidos femeninos representan la moda de entonces. La mujer del lado izquierdo lleva vestido a la
francesa, llamado en España bata, con sus singulares pliegues en la espalda. El vestido de la mujer en el
centro es la polonesa, en tonos salmón y verde, con la falda exterior recogida; es menos ceremonioso y
más cómodo. El de la derecha es el vestido a la inglesa, conocido en España como vestido vaquero. Ese
tramo de La Castellana que hoy es el Paseo del Prado, en la época de Carlos III se llamaba El Salón del
Prado y era el lugar donde acudían los elegantes para ver y ser vistos. Las damas que paseaban en sus
carruajes vestían a la francesa: batas, deshabillés, pirros, polonesas y vestidos vaqueros; las damas que
iban a pie vestían basquiñas, jubón y mantilla. Detalles de los vestidos, véase abajo. Museo del Traje,
CIPE, Madrid, 2010.
El Rococó recarga de adornos los vestidos y busca acentuar un erotismo nuevo y muy
pujante. La seda recobra su interés como tejido que acentúa la decoración. Faldas voluminosas
y busto muy ajustado. El corsé es la prenda más de moda. El estilo rococó podría ser la única
uniformidad de vestimenta que se da en toda Europa.
La burguesía, que ya es una clase social definitivamente asentada, determina una
vestimenta diferenciada para cada uno de los gremios profesionales: los artesanos importantes,
los banqueros, los comerciantes, los hombres de leyes, se distinguen por su indumentaria
característica, adaptada a su oficio. El final del Rococó es la Revolución francesa.
Las prendas se hacen más cómodas y prácticas; las modas que sobreviven del antiguo
régimen se han simplificado. La sociedad modifica sus relaciones intersexuales. Todo es fruto
también de la culminación de la revolución industrial inglesa y los cambios económicos que
ello supone. Pero es de notar que pierde más ornamentación el traje del hombre que el de la
mujer, en el que se descubren los senos y destacan cada vez más.
En la indumentaria femenina, aparece la falda de amplísimo vuelo soportado por una
armadura de ballenas (extraída en verdad de la ballena) que forma la llamada cesta. Hasta 1780
las faldas son exageradamente amplias. Su incomodidad estará ya en desuso a finales del siglo
(con la Revolución francesa).
La bata es un vestido nacido precisamente en estos tiempos; un "vestido a la francesa"
que en España se llamó bata. Larga y abierta por delante, nos permite ver la falda de debajo. En
la espalda, partiendo del escote, los pliegues planos se abren hasta el bajo del vestido a modo
de cola.
Otro ejemplo nacido en Francia como “robe a la polonaise” es característico de la
época. En España se llamó la polonesa, y estuvo "de moda" durante el reinado de Carlos III. El
rasgo más característico de este vestido fue la falda abullonada en tres partes por medio de un
cordón deslizante. Una identidad española de esta polonesa la dan elementos decorativos,
como el drapeado de las hombreras que tapan las costuras de los hombros.
Ya a finales del XVII, y también a través de Francia, se ven en España vestidos "a la
inglesa". Ejemplo de ellos es el vestido vaquero. Trae una novedad que consiste en incorporar
las ballenas propias de las cotillas dieciochescas al cuerpo del vestido, que cierra por delante. Al
igual que en la bata, la falda del vaquero va abierto por delante, dejando ver una falda interior.
El conjunto formado por la casaca femenina y la falda basquiña era un vestido común
de la mujer en la primera mitad del XVIII.
Vestido en
damasco de seda, con
cintas de seda. Catalunya
1735-1740. Corsé bajo el
vestido, marcando el busto
y alzando los senos. Museo
Textil y de la Indumentaria
de Barcelona, Col. M.
Rocamora. Foto © Quim
Puyol - EDYM, Es. 2009
Las casacas usadas por las damas son largas hasta la cadera, abiertas por delante y con
pliegues laterales que parten de un botón forrado en la misma tela. La manga, tres cuartos, con
vuelta de forma triangular.
Las chupas femeninas de la primera mitad del siglo XVIII en España llevan faldones
largos y cortados rectos en los bordes delanteros; también es característico el tejido de sedas
policromadas en su confección.
Napoleón se proclama emperador en 1804 y dice a sus militares vístanse como quieran.
Aparece el pantalón largo.
En el 1800 aparece el Don Juan en la moda. En Inglaterra, este tipo tiene un nombre
propio y se llama George Bryan Brummell (1778-1840). Se nos ocurre una forma sencilla de
describir el estilo donjuanesco de Brummell en palabras de hoy: “es un tipo al que todo le
sienta bien”. No es el suyo un vestido amanerado o rebuscado sino al contrario, es su sencillez
lo más atractivo.
La industrialización de la producción textil y del comercio hizo que ésta aumentara para
llegar a toda la población. Por consiguiente, la indumentaria se diversificó de un modo
nada parecido a la historia pasada.
Consecuencia de lo anterior, nacen los complementos de la indumentaria. No sólo se
viste el cuerpo, también las manos y los pies. Y, por motivos idénticos, aparece la
joyería.
La explicación del punto primero está en lo que antecede de este capítulo y en todo el
anterior. El razonamiento para fundar el inicio de LA MODA en el 1850 lo ampliaremos en el
capítulo siguiente y obedece a los principios ya definidos en nuestra introducción. Y en lo
tocante al punto dos, esto es el contenido a continuación.
El calzado. Los zapatos femeninos podían ser cerrados o sin talón como las chinelas.
Durante todo el XVII aún no se diferencia entre la horma del pie derecho o del izquierdo.
Su evolución va desde los muy cerrados y puntiagudos de principio de siglo, a los más
escotados, con punta estrecha curvada hacia arriba de influencia oriental.
Los zapatos femeninos del período rococó se caracterizan por su elevado tacón, situado
en la combadura del pie para dar mayor estabilidad. La base del zapato es siempre de suela.
Mujeres retratadas por Francisco de Goya (como Tadea Arias de Enríquez, cuadro que
está en el Museo de Prado, o la Duquesa de Alba, en la Hispanic Society of America de Nueva
York) llevan zapatos de similar horma y con punta afilada, como los de 1790 que vemos abajo
(en tercer lugar de la tabla). Tras la Revolución Francesa y el cambio de moda en la
indumentaria femenina, el tacón del zapato de mujer pierde altura hasta casi desaparecer.
Bajo los zapatos, las medias de seda son las más apreciadas, ya fueran lisas o bordadas
en oro o plata.
A medida que avanza el siglo, las medias se van estrechando y se estiliza cada vez más la
forma triangular, hasta que desaparece. A su vez, la decoración bordada también evoluciona
hacia una mayor simplificación y el grosor del tejido se va aligerando.
La guantería.
En cuanto a los guantes, se da una curiosa evolución en el breve período en que esta
prenda se está implantando como prenda de vestir y no sólo como protección, como se daba
en la Edad Media. Parece indicar una cierta duda en su aceptación. Aparte del manguito que
también vistió las manos y los brazos, el guante oscila rápido desde una pieza larga, recta y sin
dedos (los mitones) a los guantes cortos y más complejos, con dedos o medio dedo.
Finalmente, y también hay que decir que deprisa, quedan definidos cada uno en su estilo.
Tal rapidez afecta incluso a los materiales, ampliados a una variedad que no es mucho
menor de la que hoy seguimos usando (si exceptuamos los materiales sintéticos): desde el
algodón, lanas (de punto) y sedas hasta la piel de cabritilla que tanto se valora todavía. En las
muestras que aparecen en los museos, abundan los guantes y mitones bordados en el dorso con
motivos de flores y aves exóticas.
También abunda bibliografía que habla de ricas esencias que perfumaban la guantería y
que ésta era un preciado obsequio entre la alta sociedad europea.
Manguitos.
Magnífico ejemplo para abrigar las manos es el manguito, apreciado tanto por las
mujeres como por los hombres por su cálida funcionalidad.
Manguito de seda listada en líneas verticales con espolines policromos
intercalados. La decoración es floral y rayada, enriquecida con puntilla en los laterales.
El orillo es visible en la costura central. Ca. 1780. Museo del Traje, CIPE, Madrid.
Mitones.
El uso del mitón gozó de gran aceptación durante el siglo XVIII. Se hicieron tanto de
piel como de tejido. El color azul claro, como las gamas de colores en tonos pastel, fueron
característicos del primer tercio de siglo, así como la aplicación de bandas de encaje de "puntos
de España", que embellecieron y enriquecieron las prendas de gusto rococó.
Mitones cortos tejidos en seda
azul y enriquecidos con hilo metálico
plateado en las costuras y en la
decoración de los costados. La boca
del mitón se remata con una
decoración de punto calado. La pala
muestra un brocado en lámina de
metal dorado con motivos vegetales
esquemáticos. Rococó.
Guantes. La técnica del anudado (knotting) o mallado (netting) tuvo gran aceptación en los
años 80 del siglo XVIII.
Guantes largos
hasta el antebrazo
realizados en piel de
cabritilla y con la boca
recortada a tijera. Son de
color beige y llevan
decoración bordada en
hilo de seda con motivo
floral a modo de ramo
asimétrico ascendente.
Rococó , ca. 1760. Museo
del Traje, CIPE, Madrid.
Guantes tejidos en hilo de
seda color negro, a punto de aguja
manual, siguiendo un esquema
de red de rombos con alternancia de
franjas horizontales que se organizan
por distintos tamaños. La boca está
rematada por un fleco realizado en el
mismo material. 1780 - 1800.
Museo del Traje, CIPE,
Madrid.
Los gorros.
Este gorro, que se ajusta a la cabeza y cierra en el cuello con cintas, fue utilizado para los
niños en el siglo XVIII. Tanto los tejidos como los motivos decorativos son los mismos que los
utilizados en los vestidos. Las cintas que sujetaban el gorro bajo la barbilla, en sedas de colores.
Los abanicos.
Durante el siglo XVIII, los abanicos están Abanico tipo “esqueleto” con
asociados al traje de la maja en España; sin país doble: en el anverso representa
embargo siempre fueron de uso general en el ajuar una escena campestre con un paisaje
del adorno femenino. Eran, y lo siguen siendo en acuático, mientras que en el reverso
ocasiones, un complemento más para vestir la reproduce una escena galante de tres
mano. parejas en una fuente. En las guardas
está embellecido con un medallón con
una figura femenina. El varillaje,
calado, está grabado. Tiene calvillo de
remache sobre la virola de metal
dorado. Guarda= 25 cm; país= 10.5
cm; vuelo= 180 grados. Francia, Estilo
Luis XVI; ca. 1770. Museo del Traje,
CIPE, Madrid, procedente del Museo
Nacional de Artes Decorativas.
Abanico con país doble de seda pintado a la aguada. El anverso representa una
escena goyesca, mientras que el reverso está decorado con un sencillo ramillete floral. Su
ornamentación se completa con un varillaje de hueso calado y grabado. Tiene el clavillo
remachado sobre virola de nácar. Guarda= 23.2 cm; país= 12.6 cm; vuelo= 180 grados.
España, 1840. Museo del Traje, CIPE, Madrid, procedente del Museo Nacional de Artes
Decorativas.
Los bolsos.
Junto con los monederos y carteras, a finales de siglo aparece el bolso, que ha venido a
ser el complemento femenino por excelencia. Estos bolsos, de variadas formas, en España
fueron satíricamente llamados Ridículos por su tamaño tan pequeño.
Las joyas.
En este punto nos vamos a referir no sólo a la joyería propiamente dicha sino a un
grupo de objetos de algún modo afines a la joyería: sonajeros, hebillas de cinturón o zapatos,
botones, cadenas de reloj, broches y pulseras.
Los sonajeros.
Como objeto que ha quedado en desuso, se nos ocurre que el sonajero merece algo
más que una atención por curiosidad. Como anotan los estudiosos del tema, el sonajero porta
un sentido de amuleto protector, además del carácter de adorno; y aunque el destinatario era el
niño de cuna, este no era el único.
Las joyas.
Colgante de plata de
dos cuerpos. Primero: lazo con
anilla en la parte superior para
suspensión. Segundo: paloma
invertida con las alas abiertas,
motivo derivado del emblema
de la Orden francesa del
Espíritu Santo. Todo ello con
engastes de estrás. Intercuerpo
con anillas. Francia 1790-1799.
Museo del Traje, CIPE,
Madrid.
AAVV, “Moda. Una historia des del siglo XVIII al siglo XX. Tomo 1”, Editorial Taschen,
Barcelona, 1980.
LAVER, James, “Breve historia del traje y la moda”, Editorial Cátedra (5ed), Madrid, 1982.
http://dunkelheit.com.ar/vestibulum/modules/newbb/viewtopic.php?topic_id=2385.
http://esbuenocomunicarnos.blogspot.com/2010/11/el-corse-su-historia.html.
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