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Texto 1. ¿Qué es el mundo?

La vida del hombre sobre la tierra es una milicia, es decir, una batalla, un combate
espiritual. Los doctores, teólogos y santos coinciden en afirmar que, el hombre,
durante toda su vida, se ve enfrentado con tres enemigos de su alma que quieren
perderla: el mundo, el demonio y la carne (o concupiscencia).
Con estos tres enemigos presenta un arduo combate de todos los días, de todas las
horas, de todos los instantes. En esta primera lección trataremos sobre el primero
de ellos.
Al escuchar hablar del mundo como enemigo del alma podemos extrañarnos y
preguntarnos: ¿cómo puede ser el mundo enemigo de mi alma? ¿Acaso no es
creación de Dios? ¿Puede salir algo malo de las manos de Dios? Efectivamente, el
mundo ha sido creado por Dios, ha salido de sus manos y por tanto es algo
maravilloso. Pero, entonces, ¿a qué se refería Jesús cuando dijo “el mundo no
puede odiaros; a mí, sin embargo, me aborrece, porque doy testimonio de que sus
obras son perversas” (Jn 7,7)? ¿Cuál es ese mundo que aborrece a Jesús y cuyas
obras son perversas?
Para responder a esta pregunta, lo primero que hay que decir es que la palabra
“mundo” evoca diversos significados y es preciso definir en qué sentido se ha de
utilizar en esta preparación para la Consagración Total a Jesús por María. Dice el
P. Antonio Royo Marín, O.P.:
La palabra “mundo” puede emplearse en muy diversos sentidos. Los principales son
cuatro:
I. Para significar la tierra, el planeta en que habitamos.
II. Para designar el universo, o conjunto de todos los seres creados.
III. Para señalar las vanidades y placeres pecaminosos a que se entregan las
personas que viven olvidadas de Dios. Así entendido, el “mundo” es uno de los
principales enemigos de nuestra alma […]. Es el mundo del pecado, antítesis de
Cristo, enemigo de Dios (cf. Sant 4,4). En este sentido escribe San Juan: “No améis
al mundo ni a nada de lo que hay en el mundo” (1 Jn 2,15).
IV. Como sinónimo de las estructuras terrenas que constituyen la trama de las
actividades de los laicos en su propio campo seglar: familia, profesión, política, arte,
diversiones sanas, etc.” [1](En este sentido dice el Concilio Vaticano que se debe
“consagrar a Dios el mundo mismo”[2]).
Así pues, quede claro que cuando, en esta preparación para la Consagración,
hacemos alusión al “mundo” como enemigo del alma nos referimos a las vanidades
y placeres pecaminosos, contrarios al Evangelio, a que se entregan las personas
que viven olvidadas de Dios. Desde aquí podemos entender las palabras de nuestro
Señor: “yo no soy de este mundo” (Jn 17,14), “yo no ruego por el mundo” (Jn 17,9),
ahora sabemos que se refiere a aquel “ambiente anticristiano que se respira entre
las gentes que viven totalmente olvidadas de Dios y entregadas por completo a las
cosas de la tierra”[3], y que, como lo dice el apóstol San Juan, está gobernado por
el Maligno: sabemos que somos de Dios y que el mundo entero está sometido al
poder del Maligno’ (1 Jn 5,19).
El mundo ofrece una gran fuerza de seducción a los hombres y esto lo hace a través
de diversos medios; en nuestra lección señalaremos cuatro de estas tácticas que
utiliza para seducir y engañar:
1. Frases engañosas
Son mentiras disfrazadas de verdad que pretenden cambiar la manera de pensar
bajo la premisa: “cambia tu manera de pensar y cambiará tu manera de vivir”. El
mundo utiliza un lenguaje relativista, que invierte los valores, y que termina por
convertirse en la norma de vida de quien lo escucha y adopta, y es así como hoy
llamamos “habilidad” al engaño, “arte” a la pornografía, “anticuada” a la mujer
decente, “rehacer su vida” al adulterio, “para adultos” a espectáculos inmorales,
“sexualidad responsable” a la anticoncepción, “hacer el amor” a la fornicación, “libre
desarrollo de la personalidad” al homosexualismo, etc.
Este ambiente anticristiano, que es el mundo, se guía por máximas como: “somos
jóvenes, hay que disfrutar la vida”; “Dios es muy bueno y comprensivo, no por gozar
y divertirnos nos va a condenar”; “comamos y bebamos que mañana moriremos” “si
nos amamos ¿por qué va a estar mal hacerlo?”
Como dicen por ahí: “repite una mentira cien veces y terminarás creyéndola”, y esta
es, precisamente, la estrategia del mundo: nos repite sus mentiras y engaños,
proclama sus máximas que exaltan las riquezas, los placeres, el orgullo, el pecado,
y las proclama por doquier hasta lograr que las personas las acepten como
verdaderas y terminen viviendo según esos criterios, y no según los del Evangelio.
Si Cristo nos dice: “Bienaventurados los humildes, los pobres, los limpios de
corazón, los que sufren” (Mt 5,1-12), el mundo, en oposición, proclama:
“Bienaventurados los poderosos, los que poseen fama y riquezas, bienaventurados
los lujuriosos y hedonistas”; cuando Cristo nos enseña “ama a Dios sobre todos las
cosas y a tu prójimo como a ti mismo”, el mundo nos dice “ámate a ti mismo por
sobre todas las cosas”, “odia y persigue a tus enemigos”.
Ante dicha situación, es muy importante no dejarnos engañar por estos conceptos
falsos, y más importante aún, cristianizar nuestra manera de pensar y nuestro
lenguaje.
2. Burlas y persecuciones
Cuando una persona está en un cuarto oscuro por un largo tiempo, y viene alguien
y de repente enciende una bombilla, ésta se siente encandilada, siente que la luz le
fastidia, no la soporta e intenta apagarla. Esto mismo le ocurre al mundo, se
encuentra sumergido en las tinieblas del pecado, y es por ello que cuando viene un
cristiano con la luz de Cristo, le fastidia, le incomoda y por ello intenta apagarlo. Es
así como, cuando el mundo no logra seducirnos y conformarnos a su mentalidad
entonces intenta desanimarnos y apabullarnos a través de burlas y persecuciones.
Pero no hay que olvidar que el cristianismo siempre ha estado marcado por la
persecución, el mismo Cristo la padeció y nos advirtió que sus discípulos serían
aborrecidos y perseguidos por el mundo: “Bienaventurados seréis cuando os
injurien y os persigan, y cuando, por mi causa, os acusen en falso de toda clase de
males” (Mt 5,11). En sus inicios, el cristianismo fue víctima de violentas y
sangrientas persecuciones, que se daban abiertamente, y en las que cientos de
mártires derramaron su sangre. Ahora, asistimos a una persecución solapada pero
feroz, a una persecución moral que se da a través del lenguaje -chistes y burlas que
ridiculizan lo sagrado, lo piadoso y lo moral-, de los medios de comunicación -que
se encarnizan mostrando aquellas noticias escandalosas en que aparece
involucrado un sacerdote o una religiosa-, de las leyes -que atentan contra la vida,
la familia, el matrimonio, la libertad religiosa-. En fin, es una persecución cultural,
donde tal vez no se prohíbe abiertamente el cristianismo, pero donde la estrategia
es crearle un ambiente totalmente adverso. Una persecución que busca acorralar el
cristianismo, que quiere sacar la fe del ámbito público y reducirla a lo privado.
Pero Jesús nos dijo “felices los perseguidos por causa mía”, por ello debemos estar
alegres, tener la frente en alto y estar dispuestos a dar la batalla. Debemos ser
valientes, ir contra corriente y no resignarnos a la mediocridad de este mundo, pues
los mediocres solo se burlan de aquellos a quienes no pueden imitar.
3. Placeres y diversiones ilícitos
Asistimos a una sociedad hedonista, caracterizada por una obsesiva búsqueda del
placer e incapaz de sufrir; por lo tanto, cada vez más incapaz de amar. Una sociedad
que enseña a los hombres a “vivir para sí”, ignorando que la desesperanza más
absoluta del hombre es no tener para quién vivir, por quién dar la vida, y vivir para
sí, simplemente para procurarse placeres. Se trata de placeres momentáneos y
desordenados, que esclavizan y hacen dependiente a la persona éalcohol, drogas,
sexo desordenado- que rápidamente pasan y no brindan alegría profunda al
corazón; son momentos de disfrute, mas no de alegría duradera.
Teatros, cines, discotecas, bares, bailes inmorales, centros de perversión, playas y
piscinas con inmoral promiscuidad de sexos, revistas, periódicos, novelas, vitrinas,
conversaciones torpes, que lo único que hacen es erotizar cada vez más al hombre
robándole su capacidad reflexiva. En el mundo no se piensa ni se vive más que para
la diversión, a la que se le sacrifica muchas veces el descanso, el compartir familiar
y hasta lo materialmente necesario para vivir.
4. Falsos modelos
Un modelo es un “arquetipo o punto de referencia para imitarlo o reproducirlo”[4].
En las acciones morales es un ejemplar que se debe seguir e imitar por su
perfección.
En este orden de ideas, hay que decir que toda persona adopta un modelo en su
vida, alguien a quien admira y considera digno de imitar. Hoy, los medios de
comunicación, con su gran capacidad de influenciar, son los encargados de fijar
dichos modelos tanto a adolescentes, como a adultos y niños. Pero, ¿qué clase de
modelos nos fijan? ¿Qué personas nos incitan a imitar? Se miden estos modelos
por una capacidad artística o por su belleza o su fama o por su dinero; y eso sí que
es difícil de imitar, en la mayoría de los casos, imposible. Por lo general son
“modelos” escandalosos, que viven de espaldas al Evangelio y que incitan a lo
pecaminoso, que, en muchos casos, sirven de instrumentos al “príncipe” de este
mundo para llevar las almas a la perdición. Los falsos modelos que hoy se ponen
como punto de referencia son cantantes, artistas, modelos, famosos, hombres de
ciencia que se jactan de ser ateos, prototipos, en la mayoría de los casos, superfluos
y vacíos, que incitan a la impureza, a la promiscuidad, al culto del cuerpo, a la
ambición, a la rebeldía, e incluso a la incredulidad y al rechazo y oposición a la fe.
El cristiano sabe que los auténticos modelos, dignos de imitar, son los santos:
personas arrolladoras, líderes, valientes, entusiastas, arriesgadas, emprendedoras,
virtuosas y muy heroicas que dejaron su huella en la historia. Todas ellas, personas
que han dado su vida para que otros tengan vida, personas que le han aportado a
la sociedad y que han hecho algo verdaderamente noble por la humanidad sin
esperar retribución alguna. Madre Teresa, Don Bosco, Juan Pablo II, ellos sí que
son dignos de imitar, pues ¡han llevado una vida grande! Ellos han encarnado el
Evangelio en sus vidas, han vivido la imitación de Cristo y de su Santísima Madre,
quienes deben ser nuestros principales modelos. Los santos nos hacen creíble el
Evangelio.
Mientras estudiaba en la universidad de París, San Francisco Javier, tuvo la fortuna
de encontrarse con el gran San Ignacio de Loyola, quien le repetía incansablemente
aquellas palabras del Evangelio: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero
si pierde su alma?” Palabras que lo llevaron a renunciar a su vida mundana y a
entregar su vida a Jesucristo. Y es que un verdadero cristiano sabe que este mundo
es un lugar de peregrinación y que su patria definitiva es el Cielo, mientras que un
mundano (palabra que usamos para designar a la persona que se encuentra
invadida, y es guiada, por el espíritu del mundo) se aferra a él incansablemente.
En definitiva, no queda duda que el mundo es un enemigo del alma con el que el
hombre tendrá que luchar hasta el último instante de su vida: “esta situación
dramática del mundo que “todo entero yace en poder del maligno” (1 Jn 5,19; cf. 1
Pe 5,8), hace de la vida del hombre un combate: A través de toda la historia del
hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada
ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el
Señor... ”. Ante dicha realidad, el hombre está llamado a combatir, pues es imposible
pertenecer a Jesús y al mundo. No se puede conciliar el espíritu del Evangelio con
el espíritu del mundo. Es hora de dejar de ser mundanos y de permitir que sea el
Espíritu Santo quien conduzca nuestras vidas. Desde el inicio (Gén 3,15), el mismo
Dios dividió la humanidad en dos bandos, los descendientes de la Mujer, Cristo y
sus discípulos, y los descendientes de la serpiente, los que pertenecen al mundo
dominado por el diablo. ¿De qué bando queremos estar? No hay punto medio, o se
está de un lado, el del Evangelio de Jesucristo, o se pertenece al mundo, dominado
por el diablo.

PRÁCTICA
Leer y meditar el Evangelio del san Marcos y escribir diez enseñanzas personales.

[1] ROYO, Antonio. Espiritualidad de los Seglares. Madrid: La Editorial Católica


(BAC), 1967. P. 749.
[2] Constitución Dogmática Lumen Gentium, n. 34.
[3] ROYO, Antonio. Teología de la Perfección Cristiana. 4 ed. Madrid: La Editorial
Católica (BAC), 2001. P. 297.
[4] REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Modelo. En: Diccionario de la lengua española.
[En línea]. 22 ed. [consultado 26 jun. 2013]. Disponible en
http://lema.rae.es/drae/?val=modelo.

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