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Brasil 2003: metas para la inflación y dinámica de las deudas

Fue a principios de la década de los ’90 que en todo el mundo se comenzaron a fijar
metas para la inflación, pues existía la convicción de que una inflación baja incidía
positivamente en el crecimiento económico del país. Primero fueron los países
industrializados, y luego adscribieron los emergentes, entre ellos, Brasil.

La asunción de Lula da Silva a la presidencia de Brasil en el 2003, generó en los


mercados conmoción y escepticismo. La razón, un presidente de izquierda gobernaría
el país. No obstante su afiliación antimercado, Lula se comprometió en su gobierno a:

1.- No desmantelar radicalmente la estructura económica que traía el país, sino que se
encargó de dar señales positivas al mercado prometiendo una austera disciplina fiscal.
En rigor, impulsaría una política fiscal restrictiva que impactaría en una modernización
del sistema de pensiones y mejoraría la captación de impuestos, generando así un
superávit fiscal, que le asegurara de algún modo, el pago de la deuda externa,

2.- Otorgar plena autonomía al Banco Central, por lo cual el ejecutivo no intervendría
el tipo de cambio (dejándolo flotar libremente) ni en las tasas de interés y

3.- Mantener las políticas de metas de inflación, que quedarían en manos del Central,
a través de la fijación de las tasas de interés.

Es interesante indicar que el triunfo de Lula en las urnas produjo una serie de efectos
negativos, como el desplome del mercado de valores, una alza en la prima de riesgo
país, alzas en los precios y la depreciación de la moneda; los que fueron aplacados en
parte por el refuerzo de sus compromisos y por la credibilidad de su futuro equipo
económico. Uno de los primeros efectos positivos de su futura performance, fue la
apreciación del real frente al dólar a finales del 2002.

Respecto de las metas de inflación, es importante destacar que éstas no se venían


cumpliendo desde el gobierno de Cardoso. La economía que recibió Lula en 2003 era
la suma caótica de la inercia de su predecesor y las malas expectativas y prejuicios
que el mercado le atribuía a su futura gestión.

Lula recibió un país con una alta inflación y altas tasas de intereses como paliativos de
esa alta inflación, pero a mediados de julio de ese año, el riesgo país había bajado, se
había estancado la fuga de capitales del país, la situación de la deuda se veía
promisoria, el tipo de cambio se había apreciado considerablemente, sólo la inflación
se mantenía alta.

La Decisión de Lula

La batalla de Lula se centró entonces en su credibilidad. ¿Sería capaz de cumplir con


la palabra empeñada en sus compromisos de campaña? El tema central y
fundamental era si podría cumplir con las metas de inflación impuestas sin bajar las
tasas de interés.

Dado que durante su gobierno, la deuda aumentó, se debía decidir si se seguiría


empujando por mantener las metas de inflación o bajar las tasas de interés para paliar
la deuda. Al interior del gobierno de Lula también había voces disonantes, como las de
su vicepresidente, quién en alguna ocasión manifestó que las altas tasas de interés,
ponían a Brasil en una situación competitiva desventajosa y frenaban su crecimiento.
Él consideraba que al principio del mandato de Lula, cuando la inflación estaba fuera
de control, las altas tasas de interés habían sido el mecanismo de ajuste o corrector de
la inflación, pero de momento que ésta se tenía relativamente controlada, era tiempo
de bajarlas.

Como parte de sus promesas de campaña, Lula se había comprometido con la


independencia del Central, por lo que difícilmente lo intervendría, o le haría “un guiño”
para que éste bajara las tasas. Aquello era una decisión autónoma del banco, en
función de las metas de inflación impuestas. Metas que por cierto, eran interesantes
de evaluar o considerar ajustarlas eventualmente. Si bien es cierto que el Central tenía
la imposición de cumplirlas, también sabía que dado una conmoción externa (llámense
crisis de distinta índole), las metas no necesariamente se alcanzarían, por lo que,
habiendo razones fundadas para ello, existía flexibilidad para ajustarlas, y conservar la
credibilidad, pues de lo contrario, si se cumplían a rajatabla, lo más probable es que al
ciudadano de a pie, le parecerían “cocinadas” como decimos en Chile, y eso era más
dañino para la imagen del Central que el no cumplirlas.

Lo anterior significaba una suerte de válvula de escape para el Central y para el


gobierno de Lula da Silva, ya que de esa forma no sólo centrarían sus esfuerzos en
controlar la inflación, sino que también podrían enfocarse en los demás indicadores
macroeconómicos tan relevantes para el mercado, como el tipo de cambio, por
ejemplo etc.

Tasas de interés vs tipo de cambio

La tasa de interés real corresponde a la tasa de interés ajustada por la inflación (i/INF).
Si la inflación sube, pero no la tasa de interés, la tasa real disminuye, volviéndose
poco atractiva para los inversionistas. Dado que las decisiones que toman los
inversionistas son decisiones de rentabilidad, éstos moverán sus capitales a lugares
donde la razón anterior los favorezca.

Como el tipo de cambio también está asociado a la tasa de interés y a la inflación, una
forma de incidir sobre ésta es a través del tipo de cambio. Esta es una salida corta,
para manejar la inflación.

Durante el último gobierno de Cardoso (enero de 1999), se devaluó


administradamente el real por última vez. Desde entonces el Central fue forzado a
dejar flotar libremente la moneda. En julio de ese mismo año, se decidió un nuevo
marco de referencia enfocado netamente en las metas de inflación. Fue el inicio de la
escalada de alzas de tasas de interés.

Podríamos decir que desde entonces el tipo de cambio pasó a un segundo plano, no
obstante aquello, seguía siendo importante, obviamente, para muchos grupos de
interés. El Central lo sabía, por lo que intervenía el mercado del tipo de cambio para
obtener resultados más rápidos sobre las metas de inflación y de paso beneficiar a
dichos grupos de interés.

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