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Ahora luchemos para cumplir aquellas promesas, luchemos por liberar al mundo, por acabar con las barreras, con
los odios e intolerancia. Luchemos por un mundo con raciocinio, un mundo donde la ciencia y el progreso nos conducirán a
la felicidad. Soldados, en nombre de la democracia ¡unámonos!
Charles Chaplin, 1940.
Desde que en la antigua Grecia Heráclito afirmó que todo cambia permanentemente y
Parménides replicó que lo esencial es inmutable, calibrar la entidad y el significado de los
cambios ha resultado bastante problemático. Sin embargo, el cambio parece ser el
denominador común de las últimas décadas. En la Argentina como en el mundo, en la política
como en la economía, en la tecnología como en las ideas y la vida cotidiana, en las
comunicaciones como en la educación, rápidos y significativos cambios han transformado la
vida de gran parte de los hombres, a los que nos toca vivir un complejo final de siglo. Aunque
el cambio lo afecta todo y produce una crisis global de las distintas sociedades, hay territorios,
sectores, instituciones, grupos y generaciones, más o menos dinámicos, más o menos
dependientes, que viven la crisis de modo diferente. No es difícil advertir la interrelación entre
los diversos procesos de cambio: un descubrimiento tecnológico en el mundo desarrollado
lleva a que tiempo después se instale un video-club a la vuelta de nuestra casa, lo que traerá
como consecuencias, entre muchas otras, menos salidas al cine, con una reducción en el
número de salas, y un mayor acceso al mundo de la imagen televisiva, con una reducción del
tiempo dedicado a otras actividades; el generalizado uso del walk-man entre los jóvenes,
replantea su relación con la música que se hace omnipresente en los contextos más diversos,
incluida el aula de la escuela que debe dar alguna respuesta a este nuevo fenómeno. Aunque
advertimos la interrelación de los cambios entre sí, más difícil resulta encontrar un hilo
conductor que nos permita aproximarnos a comprender las grandes líneas de los procesos de
cambio de los que participamos, un hilo conductor que nos permita llegar a entender, aunque
sea de un modo provisional, el sentido global de los mismos y nos posibilite una ubicación
más o menos lúcida en relación con ellos. Naturalmente se puede intentar buscar este hilo
conductor en muy distintas áreas y acudiendo a distintos conceptos; explicarlo todo desde la
economía, a partir de la revolución científico-tecnológica o postular una crisis de los valores.
Sin embargo, estas explicaciones suelen ser un tanto reduccionistas: todo sería consecuencia
de ciertos desarrollos producidos en el área que se privilegia. En lugar de definir una clara,
pero a la vez unilateral perspectiva, para intentar una comprensión de los procesos de cambio,
hemos optado, en este trabajo, por algo más difuso cual es considerar como punto de
referencia la transición, el corte o el enfrentamiento modernidad-posmodernidad que atraviesa
las disciplinas científicas, pero también las expresiones estéticas, el mundo de los valores, la
política, la economía, la educación y la vida cotidiana. Este corte modernidad-posmodernidad
ha resultado fecundo para entender diferentes áreas sociales y aunque se lo ha aplicado a la
comprensión de la educación, en general, y a la universidad en particular, casi no se lo ha
empleado para comprender la crisis de la escuela secundaria y la situación del adolescente en
relación con esta institución en las presentes circunstancias. La expresión "posmodernidad"
fue ocupando un espacio a partir de los años ochenta. Desde su uso en los medios de
comunicación en primer término, y en el vocabulario de algunos jóvenes posteriormente,
quienes la abreviaron "posmo", nos fuimos habituando a una palabra que, en casi todos los
casos, se emplea con un significado extremadamente vago. Comencemos por indagar sus
orígenes. A fines de los sesenta, Alain Touraine escribe un libro titulado La sociedad
postindustrial; en la década del setenta se habla de cultura posmoderna, con especial
referencia a la arquitectura. De 1979 es el libro de JeanFrancois Lyotard, La condición
posmoderna, donde sostiene la hipótesis de que el saber cambia de estatuto al mismo tiempo
que las sociedades entran en la llamada edad posindustrial y las culturas en la edad
posmoderna. (1) La posmodernidad sería entonces la cultura que correspondería a las
sociedades posindustriales, sociedades que se habrían desarrollado en los países capitalistas
avanzados a partir de los años cincuenta sobre la base de la reconstrucción de posguerra.
Más adelante consideramos en este trabajo las características de estas sociedades
posindustriales y, lo que será objeto de nuestro especial interés, las de la cultura posmoderna.
Pero hay un punto de referencia inevitable de donde la posmodernidad recibe su nombre que
es la modernidad La posmodernidad, como edad de la cultura, debe comprenderse por
referencia a lo que se denomina "modernidad", ya sea que se la considere como su
contrapartida, como su continuidad o su superación. Nuestro planteo nos llevará entonces
inicialmente a la consideración de las ideas de la modernidad en los siglos XVII y XVIII y al
replanteo y las críticas de estas ideas en el siglo XIX; posteriormente estudiaremos el
desenvolvimiento de las sociedades posindustriales y la crisis de la modernidad; seguiremos
desarrollando las ideas que conforman la cultura posmoderna, para finalizar con una
valoración crítica de lo expuesto.
Pronto la Humanidad entera sabrá exactamente dónde habita, en qué clase de cuerpo celeste
le ha tocado vivir. Al hombre ya no le alcanza con lo que dicen los viejos textos, y donde la fe
reinó mil años, hoy reina la duda. Sí, los libros dicen eso, pero ahora yo quiero mirar con mis
propios ojos, piensa. Hasta las verdades más respetadas son puestas en tela de juicio, y ha
empezado a soplar un viento que levanta las doradas vestiduras de príncipes y prelados,
dejando al desnudo piernas más gordas o más flacas, pero exactamente iguales a las
nuestras. Yo te aseguro, Andrea, que antes de morirnos vamos a oír hablar de astronomía
hasta en los mercados." (2)
(2) Brecht, Bertold. Galileo Galilei. Bs.As. Teatro Municipal General San martín, 1984,p.34.
Es en este contexto que Descartes inicia sus Meditaciones metafísicas, de 1641,con las
que se considera que comienza la filosofía moderna diciendo: "Hace ya algún tiempo que me
he dado cuenta de que desde mis primeros años había admitido como verdaderas una
cantidad de opiniones falsas y que lo que después había fundado sobre principios tan poco
seguros no podía ser sino muy dudoso e incierto, de modo que me era preciso intentar
seriamente, una vez en mi vida, deshacerme de todas las opiniones que hasta entonces había
creído y empezar enteramente de nuevo desde los fundamentos si quería establecer algo
firme y constante en las ciencias." (3)
Descartes afirma que a lo largo de su vida ha considerado como verdaderas una cantidad de
opiniones falsas y que todo lo edificado sobre ellas no puede ser sino dudoso e incierto. De
este modo, expresa sus dudas sobre todo aquello que le han enseñado: los principios
aristotélicos y los valores tradicionales; pero la duda no aqueja a Descartes individualmente,
sino que es el sentimiento de la época frente a las transformaciones que han tenido lugar. Si el
conocimiento tradicional ha mostrado no ser muy firme, es necesario "empezar de nuevo,
desde los fundamentos", es decir, refundar el edificio todo del saber; por esta. idea de
"empezar de nuevo" es que Hegel considera a Descartes un "héroe" de la filosofía. Para esta
tarea es que necesita un método; el elemento esencial de ese método es justamente la duda,
ahora transformada en instrumento: no habrá que admitir proposición alguna que no sea
indubitable. Para la misma época la preocupación por el método también está presente en F.
Bacon, filósofo británico. El método es concebido por ambos como un camino para descubrir
nuevas verdades, a diferencia del silogismo que sólo permite convalidar lo ya sabido, y como
un conjunto de procedimientos sencillos que cualquier persona podría aplicar. Estas
características implican una democratización del saber y una concepción revolucionaria para
la época. Inicialmente Descartes duda de todo, y, en ese momento, aparece como un
escéptico, pero profundizando en la duda descubre que en tanto que duda piensa y si piensa
existe. "Pienso luego existo" se constituye en la primera verdad. La primera certeza es la
existencia del yo que piensa. La misma existencia de Dios y la del mundo se derivarán de esta
verdad. Nunca antes de Descartes se le había dado un papel tan fundamental al sujeto
pensante. La preeminencia del mismo será el signo fundamental de casi toda la modernidad.
Mientras en Europa continental se desarrolla el racionalismo, en Inglaterra crece
vigorosamente otra rama de la filosofía moderna: el empirismo. Según el empirismo, el
conocimiento se halla fundado en la experiencia y por experiencia, en última instancia, se
entiende algún tipo de información sensorial. Para los empiristas no hay ideas innatas; por el
contrario, la conciencia es una tabla rasa, un papel en blanco por escribir y quien escribe es la
experiencia. La escuela empirista británica incluye a F. Bacon, contemporáneo de Descartes,
J. Locke, G. Berkeley y David Hume.
Ya en el siglo XVIII los empiristas británicos por boca de Hume, mucho más drásticamente que
Descartes, afirmaban: "Si procediéramos a revisar las bibliotecas convencidos de estos
principios, ¡qué estragos no haríamos! Si cogemos cualquier volumen de Teología o metafísica
escolástica, por ejemplo, preguntemos: ¿Contiene algún razonamiento abstracto sobre la
cantidad y el número? No. ¿Contiene algún razonamiento experimental acerca de cuestiones
de hecho o existencia? No. Tírese entonces a las llamas, pues no puede contener más que
sofistería e ilusión." (4).
Si se repara que todavía en el año 1600 Giordano Bruno había sido quemado por la
Inquisición por adherir a las ideas de Copérnico en contra de las verdades reveladas de la
teología, es notable y sintomático de un cambio de la mentalidad imperante que sólo ciento
cincuenta años después Hume, en nombre de los principios del empirismo, se permita sugerir,
metafóricamente, que los libros de teología o metafísica escolástica pueden ser quemados sin
ninguna pérdida. La tradición racionalista francesa, el empirismo británico y el desarrollo de
las ciencias son en el plano de las ideas las fuentes de las que se nutre el Iluminismo, o
filosofía de la ilustración, en el siglo XVIII. Esta corriente de pensamiento defiende una razón
que se apoya en la experiencia, que va de lo singular a lo universal, de los hechos a los
principios y que, cada vez más, va tomando a la ciencia natural como el modelo de todo
conocimiento. El auge de la burguesía, el desarrollo del capitalismo y las revoluciones inglesa,
norteamericana y francesa constituyen el marco económico, social y político en el que se
forman las ideas iluministas, ideas que a su vez van a ejercer decisiva influencia en la
sociedad en general y en los procesos revolucionarios mencionados en particular. En 1751
comenzó a publicarse la Enciclopedia o Diccionario Razonado de las Ciencias, de las Artes y
de los Oficios, bajo la dirección de Diderot y D'Alembert, que buscaba reunir y sistematizar
todos los conocimientos, incluidos los pertenecientes a los oficios y las artes mecánicas, para
difundirlos entre los contemporáneos y trasmitirlos a la posteridad "para que nuestros nietos,
al convertirse en más instruidos, lleguen también a más virtuosos y más felices".
Esta posición sostiene que en el fondo de las distintas religiones históricas habría una
religiosidad racional común. Las distintas tradiciones históricas deformarían ese núcleo natural
llevando a la superstición y el fanatismo; Dios, denominado preferentemente "Ser supremo es
considerado el gran arquitecto, punto de referencia último para la explicación del universo. La
Revolución Francesa con su lema "Libertad, igualdad y fraternidad" y la democracia política
son deudoras de la Ilustración y forman parte del núcleo de las ideas de la modernidad que
tanto influyen en nuestra Revolución de Mayo y, en general, en el proceso independentista en
Hispanoamérica. Una esfera particularmente importante en el desarrollo de la modernidad
está constituida por el campo de las ideas éticas. Las normas morales y jurídicas de un pueblo
se originan generalmente a partir de las tradiciones religiosas. Durante siglos se concibió al
Estado como dotado de una religión oficial. En la Europa medieval, más allá de las diferencias
entre los distintos pueblos que la conforman, la religión católica es la fuente de las normas
morales y jurídicas, las cuales dejan poco margen para el desarrollo de ideales de vida
individuales que contradigan las tradiciones sociales. En ese marco, las minorías musulmana
y judía son apenas toleradas. Con la Reforma Protestante y las guerras de religión del siglo
XVII se quiebra la unidad religiosa y la idea de fundamentar la moral y el derecho en la religión
cede su paso entre los iluministas a una concepción que busca establecer normas universales
fundamentadas racionalmente. El progreso que ha proclamado la ilustración tiene en el
dominio de la moral un ámbito privilegiado y, en esta esfera, el progreso consistirá en buscar
establecer normas que, en lugar de valer para un pueblo o una cultura determinadas, valgan
para todos, sean universales y, en vez de estar basadas en la tradición o en la religión, tengan
un fundamento racional. En realidad, los requisitos de racionalidad y universalidad se
complementan. La ética de Kant, expuesta en la Fundamentación de la metafísica de las
costumbres y en la Crítica de la razón práctica va a constituir el más elaborado intento por
construir una ética universal de naturaleza racional. Según Kant puede haber muchas cosas
buenas como el valor, la decisión, la perseverancia y otras muchas cualidades, pero ninguna
de ellas puede ser llamada buena sin restricción, porque cualquiera de estas cualidades
pueden llegar a ser malas y dañinas si la voluntad que ha de hacer uso de ellas no es buena.
Una voluntad buena, en cambio, lo es en cualquier circunstancia y con independencia de que
alcance un fin propuesto. No importa el éxito de la acción. Así, por ejemplo, si hago todo lo
posible por ayudar a una persona y finalmente fracaso en el intento, esto no diminuye el valor
moral de la acción. La buena voluntad es buena cuando obra no por inclinación, es decir,
siguiendo alguna tendencia de nuestra sensibilidad, sino cuando obra por deber. En nuestras
acciones podemos obrar en forma contraria al deber, siguiendo alguna inclinación, por
ejemplo, cuando no ayudo a una persona que se encuentra en apuros porque privilegio mi
comodidad. También puedo obrar de acuerdo al deber, pero por inclinación, cuando ayudo a
una persona, pero lo hago porque soy amigo de ella. Finalmente, puedo obrar simplemente
por deber cuando ayudo a una persona porque el deber manda ayudar a un semejante. Sólo
estas últimas acciones merecen la calificación de moralmente buenas. Las contrarias al deber
son moralmente malas y las que se efectúan de acuerdo con el deber, pero por inclinación,
son moralmente neutras. Así, por ejemplo, Kant analiza el caso de los actos de beneficencia y
señala que hacer beneficencia es un deber pero que en realidad muchas personas
experimentan un cierto regocijo al efectuar la beneficencia; en consecuencia, obran de
acuerdo al deber, siguiendo una inclinación, pero no por deber y su acción, aunque no es
moralmente reprochable, tampoco es digna de que se le adjudique valor moral. Kant define al
deber como la necesidad de una acción por respeto a la ley. Se refiere a la ley moral universal
que la razón práctica da a la voluntad y que dice que " ... no debo obrar nunca más que de
modo que pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal" (5).
Como se habrá advertido, el conjunto de ideas gestadas en los siglos XVII y XVIII constituyó
una concepción del mundo alternativa a la cosmovisión cristiana indiscutiblemente
hegemónica en el medioevo y se tradujo en instituciones y pautas concretas de conducta que
orientaron la vida de los hombres en todo el mundo. América no fue ajena a este proceso y en
ocasiones se consideró que la modernidad tenía más posibilidades de plasmarse
integralmente por constituir un territorio virgen en el que sería más fácil organizar la sociedad
desde las pautas modernas. El proceso de revoluciones independentistas que desde fines del
siglo XVIII se desarrolla en el continente es expresión del clima de ideas de la modernidad.
Lo estético es más valorado que lo utilitario. Los románticos admiran lo exótico y lo misterioso
que se identifica con lo remoto, lo asiático, lo antiguo, lo primitivo, la naturaleza, y reivindican
la Edad Media y sus historias de castillos y brujas. Se idealizan las labores campesinas y se
condena el industrialismo -en una época de pleno desarrollo industrial- que se asocia con la
fealdad. La personalidad debe liberarse de la moralidad y los convencionalismos sociales al
servicio del orden. Hay un culto del héroe y del gran hombre que vive la vida intensa y
arriesgadamente. Políticamente el romanticismo es antiuniversalista y nacionalista,
considerando que la nación es una especie de organismo que posee un alma o espíritu que la
anima, siendo los individuos miembros de la misma. Separados de la nación, los individuos no
son nada, pierden sus "raíces", para usar una metáfora naturalista frecuentemente empleada
por los románticos. El romanticismo es fuertemente antiliberal en la medida en que el
liberalismo considera a la sociedad como la suma de los individuos y defiende los derechos de
éstos. Como contrapartida, es fuertemente aristocratizante. Por sus propias concepciones, el
romanticismo es un movimiento más literario que filosófico y que dará grandes poetas como el
inglés Byron o el italiano Leopardi. La crítica de la modernidad en el siglo XIX iniciada por el
romanticismo culminará en su segunda mitad con el pensamiento de un filósofo
extremadamente corrosivo: Federico Nietzsche. Para éste, la filosofía occidental, con
excepción de Heráclito y otro puñado de filósofos, ha sido una filosofía del ser que busca un
fundamento absoluto y que se ha olvidado del devenir, una filosofía del concepto que ignora la
vida y la voluntad de vivir, una filosofía de la razón que se opone al testimonio de los sentidos.
Nietzsche también critica la moral por su antinaturalidad, por su oposición a la vida, por
condenar los instintos y por constituir una evasión del mundo real, de las condiciones
concretas de existencia. En realidad, la moral tradicional es para Nietzsche una moral de
esclavos que exalta el dolor, la pequeñez, la humildad, la amabilidad, la bondad, la objetividad,
el amor al prójimo y que niega la que sería una moral de señores que apreciaría la vida, el
poder, la grandeza, el placer, la virilidad. La moral tradicional ha significado un ascenso de los
valores de los débiles; el liberalismo, la democracia, la Revolución Francesa y los movimientos
sociales del siglo XIX se inscriben en esta línea valorativa a la que Nietzsche opone la
voluntad de vivir que es el mayor desmentido a la objetividad, al igualitarismo, a la piedad y a
la compasión. Vivir es arriesgar la vida y vivir peligrosamente. La crítica de la religión
comienza por hacer notar que la religión nace del miedo. El cristianismo invierte los valores
greco-romanos y destruye los valores de los pueblos germánicos, la bestia rubia, el germano
bárbaro, es domesticado. El cristianismo significa la pérdida del sentido de la tierra, la pérdida
de los instintos y la introducción de los valores mezquinos, propios del rebaño, y de la noción
de pecado, una idea que atenta contra los instintos de la vida. Para que el hombre viva, Dios
ha de morir; para que la vida florezca en la tierra, no debe haber más allá. Pero Dios ha
muerto como fruto de la modernidad. A través de las experiencias del antropocentrismo del
Renacimiento, el racionalismo desde Descartes, el poder del pueblo con la Ilustración y del
auge de la ciencia con el positivismo, no hay lugar para Dios en la cultura moderna que es una
cultura secularizada. Hemos matado a Dios. Como resultado de la muerte de Dios, el hombre
moderno ha llegado al nihilismo que significa una falta de metas, una falta de respuestas a los
porqué que se habían respondido desde Dios. Nos hallamos perdidos. No hay posibilidad de
obrar a partir de un fundamento sólido. La experiencia del nihilismo se acentuará en la
experiencia vital del siglo XX después de las dos grandes guerras mundiales y todos sus
horrores.
Pero el siglo XIX no es todo romanticismo, sino que en buena medida puede encendérselo
como una continuación crítica de la línea que arrancando con Descartes y el empirismo
británico se prolonga hasta el Iluminismo y Kant. Tres son los grandes pensadores que
expresan esta continuidad crítica respecto de la Ilustración: Comte, Hegel y Marx. Augusto
Comte funda el positivismo en la primera mitad del siglo XIX. ¿Qué significa "positivo"? Comte
dice que positivo significa lo real frente a lo quimérico o lo fantástico, lo real es lo dado en la
experiencia; positivo también significa lo útil, frente a lo ocioso, con lo cual Comte defiende
una concepción instrumentalista del conocimiento que tiene fuerza por lo menos desde Bacon;
positivo significa también lo preciso, contra lo vago, lo indefinido; positivo es lo constructivo, lo
organizador, frente a lo destructivo; por último, positivo es lo relativo, frente a lo absoluto,
conocimiento de fenómenos, no de esencias. El punto de partida de Comte es una filosofía de
la historia que se resume en la ley de los tres estados. En el estado teológico se explican los
fenómenos por medio de seres sobrenaturales, sus fases son el fetichismo, el politeísmo y el
monoteísmo, y se corresponde con un poder espiritual teocrático y un poder temporal
monárquico unidos en un estado de tipo militar. El estado metafísico arranca del monoteísmo
y despersonaliza la fuerza divina, y la causa de los fenómenos pasan a ser ideas abstractas o
principios racionales. Es un período crítico en el que irrumpen las fuerzas negativas,
disolventes de la inteligencia. En el estado positivo la especulación metafísica es sustituida
por una investigación de los fenómenos limitada a la búsqueda de sus relaciones. En este
estado, los sabios o científicos pasan a desempeñar el poder espiritual que antes ejercieran
los teólogos y los industriales ocupan el poder temporal que en el primer estado ejercieran los
monarcas. Esta reivindicación de los industriales es de origen saintsimoniano y en ella se
expresa el carácter burgués y la aguda percepción de Comte de la importancia de este nuevo
sector social que se está desarrollando con la revolución industrial. El pasaje por los tres
estados, además de una dimensión social tiene una dimensión individual: el niño es un
teólogo; el adolescente, un metafísico; y el adulto, un científico o una mentalidad positiva. La
ciencia, para el positivismo, se apoya en una metodología general de tipo inductivista. Los
hechos singulares son conocidos por la observación y la experimentación; no hay
conocimientos a priori; por vía inductiva se pueden llegar a establecer leyes que no explican
los fenómenos, sino que describen las regularidades observables en los mismos. La ciencia
tiene un carácter instrumental, es valiosa porque sirve a la técnica y a la industria. Las
ciencias se ordenan en una jerarquía que tiene en su base a la ciencia más general, menos
compleja y que ha alcanzado en primer término el estado positivo: la matemática; apoyándose
sobre la matemática se encuentra la astronomía que es un poco menos general y poco más
compleja que la matemática; a continuación se hallan la física, la química, la biología y,
finalmente, la sociología. Esta última es la más compleja, la menos general y la menos
desarrollada. La sociología es concebida por Comte como una ciencia natural, la denomina
"física social" y tiene por objeto establecer las leyes que rigen el desarrollo social como el de
un organismo vivo. Comte lamenta que la sociología todavía esté en pañales y atribuye a este
escaso desarrollo los desórdenes sociales de su época. Naturalmente, el atraso de la
sociología se explica por la complejidad del objeto de que se ocupa: el hombre en sus
relaciones sociales, lo que ha hecho que todavía no haya llegado al estado positivo. Cuando
la sociología ingrese, con Comte, al estado positivo, la humanidad en su conjunto habrá
ingresado al tercer estado.
Esta concepción de las ciencias sociales como desarrollo de las ciencias naturales es típica
del positivismo. En la sociología de Comte se distinguen la estática y la dinámica social. La
estática social estudia al individuo, la familia y la sociedad desde la perspectiva del orden, es
decir, desde la estructura que le da a estos objetos estabilidad y firmeza. La dinámica social,
en cambio, estudia el progreso; es decir, el cambio, el pasaje de un estado a otro. Cada
estado (teológico, metafísico y positivo) constituye una situación transitoria, a excepción del
último, que es el estado definitivo. . En una línea de pensamiento muy distinta de la de Comte,
Hegel, en los primeros años del siglo XIX, en su Filosofía de la historia, trata de demostrar que
el mundo de la voluntad no está sometido al azar, que lo que sucede en la historia tiene un
carácter racional, que hay un espíritu que se está desenvolviendo en la historia. La primera
categoría que surge al pensar el proceso histórico es la de "variación", la de que en la historia
todo pasa y nada permanece: "En la historia caminamos entre las ruinas de lo egregio" (8);
pero a la categoría de variación incesante, sucede la categoría del "rejuvenecimiento": de la
muerte surge una nueva vida, como en el mito del ave fénix; pero la nueva vida no es idéntica
a la anterior, la nueva vida encarna otro momento en el desarrollo del espíritu, el espíritu se
sublima. Cada pueblo, según Hegel, encarna un momento en el desarrollo del espíritu y
ningún individuo puede saltar por encima del espíritu de su pueblo. El papel de los grandes
hombres de la historia es encarnar o interpretar adecuadamente el espíritu del pueblo, éstos
son los conductores de los pueblos, como Napoleón, por ejemplo. En realidad, los grandes
hombres, creyendo perseguir sus propios fines, su gloria, cumplen con el papel asignado por
la historia. A esta superposición entre el fin de la historia y el fin subjetivo, Hegel la llama la
argucia de la razón. Con estas categorías analiza el papel desempeñado en la historia por
cada pueblo o cultura, desde China e India hasta los pueblos germánicos, considerando que
"América es el continente del porvenir", es decir, que todavía no ha ingresado en la historia
universal pero lo hará en el futuro. A grandes rasgos, Hegel ve en el desarrollo histórico una
marcha hacia mayores grados de libertad. En los grandes imperios orientales, uno solo, el
emperador, es libre. En las polis griegas y la república romana, muchos, los ciudadanos, son
libres. El cristianismo proclama la igualdad de los hombres ante Dios y, con la reforma
protestante que reivindica la libre interpretación de la Biblia, los pueblos germánicos encarnan
el mayor grado de libertad alcanzado.
(8) Hegel, Georg Wilhelm. Filosofía de la historia universal. Bs.As. Anaconda,1946,p.19.
A mediados del siglo XIX, Marx construye su filosofía sobre la base de las doctrinas de la
filosofía clásica alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés.'De la filosofía
alemana Marx rescata buena parte del pensamiento de Hegel y Feuerbach, un filósofo de la
izquierda hegeliana. De la economía política británica, Marx toma la teoría del trabajo como
base del valor, teoría ya enunciada por Adam Smith y David Ricardo. Desde la revolución de
1789, Francia había sido el caldo de cultivo de doctrinas socialistas con figuras como Babeuf,
que ya en 1789 levanta las banderas rojas y que termina guillotinado, o SaintSimon y hechos
políticos de la envergadura de la Comuna de París de 1871, primera experiencia de una
insurrección obrera y popular que logra controlar París durante unos meses. Este
pensamiento socialista es calificado por Marx como socialismo utópico, como una expresión
voluntarista al que opondrá el socialismo científico. Mientras los socialistas utópicos
imaginaban al socialismo como una vuelta hacia un pasado más simple, Marx lo entiende
como el avance hacia un mayor grado de complejidad y desarrollo social, posibilitado por el
capitalismo.
Podemos ahora volver atrás y recordar que, para Lyotard, la posmodernidad sería una edad
de la cultura que se correspondería con un tipo de sociedad a la que se llama sociedad
posindustrial. Para comprender entonces la cultura posmoderna, debemos ahora presentar
sucintamente las sociedades posindustriales, el marco en el que se gesta la cultura
posmoderna.. La sociedad posindustrial, también llamada capitalismo tardío, era tecnotrónica,
se habría desarrollado fundamentalmente en los países capitalistas avanzados luego de
finalizada la segunda guerra mundial, desde los años cincuenta en adelante y se
caracterizaría por un notable desarrollo de las fuerzas productivas -a través de la
automatización y la cibernética que produciría una enorme riqueza material, y una profunda
modificación en la composición de las clases sociales: disminución de la cantidad de obreros
agrícolas e industriales, aumento de profesionales liberales, técnicos, científicos y empleados.
Las sociedades industriales se habían desarrollado sobre la base del modelo taylorista de
producción en grandes series, la línea de montaje que tan fácilmente se asocia con la
producción de los sólidos Ford T, y que en su momento satirizara Chaplin en "Tiempos
Modernos"; en cambio, en las sociedades posindustriales predominaría la producción de,
relativamente, pequeñas series de artículos que son fabricados para una duración mucho más
breve, ya que la constante innovación tecnológica los tornará obsoletos rápidamente. Dicho en
forma gráfica: ya no hay unos pocos modelos de televisores o heladeras repetidos hasta el
infinito, sino una infinita variedad; tampoco se pretende que estos artículos vayan a "durar
toda la vida", sino un corto período de tiempo porque pronto serán reemplazados por modelos
más avanzados. Por otra parte, el sector terciario, la producción de servicios concentra la
mayor parte de la población económicamente activa, porque la industria automatizada
necesita menos personal pero mucho más capacitado. En este contexto, el conocimiento es la
fuerza de producción fundamental y la información y su adecuada circulación es
imprescindible para el éxito de los emprendimientos económicos. También la producción
agropecuaria sufre importantes modificaciones: continúa el desarrollo de la tecnificación, pero
hay mucho más cuidado en el empleo de agroquímicos, apreciándose una producción más
"natural", libre de agentes contaminantes. Los cultivos orgánicos, sin embargo, no suponen un
retorno a métodos artesanales, sino, por ejemplo, un control biológico de plagas que requiere
un gran conocimiento de las distintas especies y una tecnología capaz de interferir en su
reproducción sin necesidad de rociar los cultivos con productos químicos de alta toxicidad. Las
modificaciones tienen lugar no sólo en la faz productiva, sino también en la comercialización
de millones de mercancías en la que se desarrollan nuevas y sofisticadas formas de
marketing. El supermercado tradicional, por ejemplo, en el que se compra y vende
masivamente una gama de productos poco variados, se corresponde más bien con la fase
industrial; hoy, en cambio, los grandes supermercados realizan sus ganancias sobre la base
de diseñar políticas de venta muy cuidadas para intentar diferenciarse evidenciando un gran
conocimiento de las necesidades y deseos de los clientes. Ejemplo de estas políticas es el
ofrecimiento de múltiples productos, envasados de distintas maneras, con presentaciones
especiales, premios, y asociados entre sí (una gaseosa puede venderse junto con un vaso
que tiene impresa una imagen de los "Simpsons"). Quizás la cara más visible para el gran
público de las nuevas formas de comercialización esté dada por la presencia de los
"shoppings", esos gigantescos centros comerciales que constituyen un monumento al
consumo v que reorganizan la vida de millones de personas pues, al decir del norteamericano
Alan T. Durning: "Los centros comerciales se convirtieron en las plazas de nuestra vida
pública, y las marcas y cadenas de negocios que allí conviven son los íconos de nuestra
cultura popular." (9)
Lyotard, por su parte, denomina, peyorativamente, "grandes relatos" (12) a los proyectos o
utopías cuya finalidad era legitimar, dar unidad y fundamentar las instituciones y las prácticas
sociales y políticas, las legislaciones, las éticas y las maneras de pensar. Uno de los grandes
relatos modernos es de origen hegeliano: la historia humana es concebida como la marcha del
espíritu hacia la libertad, todo lo real es racional y todo lo racional es real. Otro de los grandes
relatos es el de la emancipación de los trabajadores y la lucha por la sociedad sin clases, de
origen marxista. Un tercer gran relato de origen positivista promete un mundo de bienestar
para todos basado en el desarrollo de la ciencia y la industria.
A la luz de estos "grandes relatos", para aceptar provisionalmente el nombre con que Lyotard
denomina a estos proyectos de la modernidad, se podía fundamentar la institución escolar:
formación del espíritu y búsqueda del saber por el saber mismo en las pedagogías idealistas
de tanta influencia en el desarrollo de una escuela clásica, humanista y "desinteresada" o por
lo menos no crudamente utilitaria, apoyada en la enseñanza del arte, la ciencia y la filosofía;
concientización para la emancipación y escuela productiva en las pedagogías de orientación
socialista; escuela científica y tecnológica, con base en la biología y la psicología, desprecio
por la metafísica y afirmación explícita de fines utilitarios, en las pedagogías de orientación
positivista y liberal. Pero, según Lyotard, todos los "grandes relatos" han entrado en crisis, han
sido invalidados en el curso de los últimos cincuenta años, por diferentes acontecimientos,
desde los campos de concentración, pues no todo lo real es racional, hasta la crisis del
marxismo en la versión de los países del este. Estas diferentes maneras de contar una historia
universal de la humanidad que conducen a la emancipación de la misma han fracasado. Es la
muerte de las utopías o de las ideologías (en el sentido de sistemas de ideas que apuntan al
futuro y prometen, cada uno a su manera, emancipar a la humanidad). Dice Lyotard:
"El pensamiento y la acción de los siglos XIX y XX están dominados por la idea de la
emancipación de la humanidad. Esta idea es elaborada a finales del siglo XVIII en la filosofía
de las Luces y en la Revolución Francesa. El progreso de las ciencias, de las artes y de las
libertades políticas liberará a toda la humanidad de la ignorancia, de la pobreza, de la
incultura, del despotismo y no sólo producirá hombres felices sino que, en especial gracias a
la Escuela, generará ciudadanos ilustrados, dueños de su propio destino. 'De esta fuente
surgen todas las corrientes políticas de los últimos dos siglos, con excepción de la reacción
tradicional y del nazismo. Entre el liberalismo político, el liberalismo económico, los
marxismos, los anarquismos, el radicalismo de la III República, los socialismos, las
divergencias, incluso violentas, pesan poco si se las compara con la unanimidad que reina en
todas partes cuando se trata del fin que se ha de alcanzar.
(11) Díaz,Esther. "¿Qué es la posmodernidad?". En autores varios. ¿Posmodernidad?
Bs.As., Biblos,1988,p.22.
(12) Lyotard,J.F.Op.Cit.p.63.
La promesa de libertad es para todos nosotros el horizonte del progreso y su
legitimación. Todos conducen o creen conducir hacia una humanidad trasparente para sí
misma, hacia una ciudadanía mundial. "Estos ideales están en declinación en la opinión
general de los países llamados desarrollados. La clase política continúa discurriendo de
acuerdo con la retórica de la emancipación. Pero no consigue cicatrizar las heridas infringidas
al ideal 'moderno' durante casi dos siglos de historia. No es la ausencia de progreso sino, por
el contrario, el desarrollo tecnocientífico, artístico, económico y político, lo que ha hecho
posible el estallido de las guerras totales, los totalitarismos, la brecha creciente entre la
riqueza del Norte y la pobreza del Sur, el desempleo y la 'nueva pobreza', la deculturación
general con la crisis de la Escuela..." (13)
La declinación de los ideales modernos, un hecho que constata en la opinión pública de los
países desarrollados, sería, según Lyotard, el resultado del desarrollo de los mismos que han
llevado a las guerras, los totalitarismos, la pobreza, etc. Sólo el lenguaje de la política con sus
promesas y sus exhortaciones por un mundo mejor, seguiría siendo moderno, pero, también
en este campo, en los últimos tiempos, el tema de la presunta muerte de las ideologías es uno
de los tópicos que se ha convertido en un lugar común del lenguaje de vastos sectores
políticos que justifican de esta manera una conducta pragmática y la adaptación de su
discurso a las nuevas condiciones. Por otra parte, el surgimiento de candidatos ajenos por sus
antecedentes al mundo de la política supone una asunción de los políticos tradicionales de la
crisis en que se encuentran. La modernidad fue un producto típicamente europeo en sus
orígenes y cuando se extendió, en nombre de lo universal, fuera de Europa lo hizo de una
manera avasallante; frente a ella sucumbieron culturas asiáticas, africanas y americanas que
carecían de un desarrollo científico-tecnológico comparable al europeo. Sin embargo, allí
donde había fuertes culturas autóctonas, la modernización de las sociedades fue sólo parcial y
puede hablarse de una modernidad periférica; en cambio, donde la inmigración europea
ocupó un espacio vacío o desalojó a débiles culturas indígenas, como en Estados Unidos de
América o Australia, los principios de la modernidad calaron hondo. Hoy, que se anuncia una
crisis o un colapso definitivo de la modernidad, hay un espacio para que reaparezcan los
particularismos culturales en su momento sometidos. Así, por ejemplo, la crisis de los
principios de la modernidad también ha sido diagnosticada desde ciertas cosmovisiones
orientales que consideran que las ideas de dominio de la naturaleza desarrolladas en
Occidente a partir de
Bacon y Descartes están llevando a la aniquilación de la vida y la destrucción del mundo. En
esa línea, Takeshi Umehara, filósofo japonés contemporáneo se pregunta: "¿Es tan difícil, hoy
en día, ver que la modernidad por haber perdido su relación con la naturaleza y el espíritu, no
es otra cosa que una filosofía de muerte?" (14)
Si es cierto que asistimos al colapso de las filosofías de la modernidad, si se trata de una crisis
terminal, corresponde preguntarse qué alternativas se abren o cómo es el mundo
posmoderno. La posmodernidad no sería un proyecto o un ideal más, sino, por el contrario, lo
que resta de la crisis de los "grandes relatos", lo que queda de la clausura de las ideologías.
De ahí la denominación de "condición posmoderna", utilizada por Lyotard, para indicar que se
trata de un estado de cosas en el que vive el hombre contemporáneo de los países
capitalistas avanzados. La posmodernidad tendría la fuerza de los hechos consumados, pero
no es unívoca la interpretación y valoración de esos hechos; por el contrario, distintos autores
han destacado ciertos sucesos y menospreciado otros con lo que han llegado a distintas
cosmovisiones posmodernas, a veces contrapuestas entre sí. Una primera pregunta que
podría formularse es: ¿qué queda cuando se desvanecen las utopías? En lugar del futuro, el
presente y algo del pasado. Esto se advierte en el lenguaje. La modernidad había acuñado
toda una constelación de palabras que giraban alrededor del término "futuro", palabras que
sólo tenían sentido por referencia al mismo tales como "ideal", "proyecto", "progreso", palabras
que habían servido como nombre de cines, teatros, mueblerías y confiterías. También estas
palabras (podría constatar Lyotard) se encuentran en "declinación en la opinión general" y no
sólo en los países desarrollados. En su reemplazo, se acuñan o reactualizan otras
expresiones más propias de la época como "reciclaje", "relax", "imagen", "consumo", "final de
la historia", etc. En lo que sigue exploraremos las ideas de posmodernidad en las áreas de la
arquitectura y la expresión estética, las concepciones antropológicas y el mundo de los
valores, las nuevas actitudes ante la ciencia y las teorías sobre el final de la historia,
considerando a diversos autores que han llamado la atención sobre ideas y sucesos que
signan el mundo en que vivimos.
En arquitectura, la piqueta que en nombre del progreso derriba lo viejo sería típicamente
moderna, el "reciclaje" que recupera el pasado, posmoderno. Otra tendencia de cuño
posmodernista es el predominio de lo ornamental y lo escenográfico: columnas de plástico
que nada sostienen, arcos que nada dividen, etcétera, por sobre lo racional y lo funcional, que
definían, en general, el punto de vista moderno. Producto de volver superficialmente la mirada
al pasado son las "modas retro", el culto por las antigüedades o la nostalgia irónica de los
programas radiales o televisivos dedicados a las décadas pasadas. En forma paralela, en arte
y literatura, se imponen la deconstrucción y la recomposición, es decir, la descomposición de
un todo y la organización de un nuevo producto con la mezcla de partes, dando lugar a un
"collage", la ruptura de la distinción entre literatura y crítica, cierto populismo estético y el
desvanecimiento de la antigua frontera entre la cultura de élite y la cultura comercial o de
masas.
Este tipo de conductas le permiten al argentino Oscar Landi preguntarse no sólo qué es lo que
la televisión ha hecho con la gente, sino qué es lo que la gente hace con la televisión,
constatando que hay una acción recíproca. Según el mismo autor, el videoclip se constituye
en el lenguaje de fin de siglo, en el videoclip predominan las siguientes características
técnicas y formales: "...'collage' electrónico (imágenes movidas de objetos movidos en varias
capas espaciales); división, simultaneidad y fragmentación de la narración en planos y
significados; secuencias en un tiempo no lineal; manipulación digital de los colores y formas;
absoluta artificiosidad de la composición de la imagen; simulación de escenas;
transformaciones geométricas libres; efectos gráficos; fusión, disolución y simultaneidad de
imágenes; superposiciones; tomas desde ángulos extremos; iluminación desde atrás de la
escena; montajes rápidos; utilización del dibujo animado, de ¡imágenes computarizadas y de
la danza." (16)
Estas características del videoclip a las que se podría agregar la ausencia de palabras, se
trasladan, en buena medida, al conjunto de la producción televisiva; así, la otrora inmóvil señal
de cada canal se construye ahora con el mecanismo del 'collage" electrónico que termina
haciendo surgir de las profundidades de la pantalla el número que identifica a cada emisora;
los montajes rápidos, las superposiciones, fusiones, disoluciones, etc. están a la orden del día
en los programas para jóvenes, que se acostumbran rápidamente a las pautas de un lenguaje
visual muy complejo y rápido y que se aburren frente a un paneo, una cámara fija o una
comunicación con muchas palabras. La estética del videoclip también se traslada al cine en
films como JFK de Oliver Stone quien dice: "JFK es una de las películas más rápidas. Son
como esquirlas dirigidas al cerebro. Tuvimos 2.500 cortes, quizás unos 2.200 enfoques de
cámara." (17)
(15) Verón,Eliseo. "Zapping,zipping,flipping,grazing".Bs.As., Clarín,24-10-91.
(16) Landi,Oscar. Devórame otra vez Bs.As., Planeta ,1992,p.35.
(17) Citado por Landi,O.Op.Cit,p.39.
Por otra parte, muchos films publicitarios son costosísimas y sofisticadas producciones
hechas sobre la base de los recursos y la estética del videoclip. La publicidad, que mueve
millones de dólares, se torna omnipresente; las marcas abandonan el púdico dobladillo y se
exhiben, como "Adidas" o "Benetton", en un par de zapatillas o en letras en gran tamaño en
una remera. La publicidad es aceptada como arte y el artista integrado al sistema social, en la
medida en que los nuevos medios de producción, sofisticados y caros, sólo están al alcance
de grandes empresas o muy ricos mecenas. La producción estética posmoderna, a diferencia
del modernismo artístico, ya no escandaliza a nadie, por el contrario se encuentra incorporada
a la cultura oficial de la sociedad occidental en la medida en que, como dice Jameson, se ha
integrado en la producción de mercancías en general. (18)
Aunque más adelante será objeto de estudio específico, vale la pena señalar que la escuela,
en general, permanece al margen de esta revolución en las comunicaciones que implican los
medios e ignorante de la cultura de la imagen en la que se encuentra, a pesar de que sus
alumnos, los jóvenes, son los mayores consumidores de esa cultura de la imagen. Como dice
Oscar Landi: 'En un mundo hipermediado como el que vivimos, en el que una imagen borra a
la otra y una noticia desaparece rápidamente de la escena por la superposición de otra nueva,
la escuela podría jugar un gran rol en la formación de competencias para clasificar, ordenar,
interpretar, jerarquizar y criticar el tan fluido y caótico mundo de imágenes y palabras en el que
vivimos." (19)
Por el contrario, lejos de desempeñar el papel de un ámbito para el lúcido análisis del mundo
de las imágenes, la escuela desarrolla para los alumnos, en la figura de las autoridades y los
profesores, una imagen, vetusta y obsoleta, que no puede competir con las imágenes de los
medios y cuyos mensajes son tratados como uno más de los que reciben permanentemente.
Más que nunca antes la consigna es mantenerse joven. Se exalta el cuerpo a través de - una
variedad de dietas, gimnasias de distinto tipo, tratamientos revitalizantes y cirugías estéticas
cuyo significado como señala Paula Andaló ha cambiado: "Ahora todas quieren tener veinte
años. No es como antes, cuando la cirugía plástica servía para borrar alguna arruga rebelde o
mejorar una nariz demasiado aguileña. Ahora es distinto. Las mujeres que llegan hoy a la
operación pretenden transformar sus cuerpos. Se rebelan contra las leyes de la Naturaleza e
intentan detener el paso del tiempo desde la camilla de un quirófano. El rostro deja de ser el
mismo, las facciones y hasta las expresiones cambian radicalmente. Se desafía a la biología
para lograr una meta que parece inalcanzable: quitarse por lo menos dos décadas de vida de
la superficie de la piel." (21)
Aunque, en general, esta exaltación del cuerpo que abarca a hombres y mujeres es
presentada como un cuidado del mismo, como la defensa de un tipo de vida sana y saludable,
y, a veces, algunas de las dietas o gimnasias pueden efectivamente producir este resultado,
en la mayor parte de las ocasiones se trata más bien de lucir un envase o un envoltorio
superficialmente presentable y es por eso que esta exaltación del cuerpo se acompaña de una
exaltación de los sentidos y de un hedonismo que, en general, conspira contra la salud. Dos
mil quinientos años después comprobamos que Platón estaba equivocado, no somos el alma,
sino el cuerpo. Porque somos el cuerpo es que lo mostramos desnudo con llamativa facilidad
y el nudismo se encuentra en ascenso en la cultura posmoderna. El sujeto se autoconcibe
como un individuo constituido por un cuerpo con necesidades que deben ser satisfechas
constantemente y que, al mismo tiempo, se va consumiendo irremediablemente, aunque, una
batería de terapias logre demorar la decadencia.
(18) Jameson,Frederic. Op.Cit.,p.17.
(19) Landi,Oscar. Op.Cit.,p.141.
(20) Lipovetzky,Gilles. La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo
contemporáneo. Barcelona,Anagrama,1986.
(21) Andaló, Paula "Las señoras teenagers" .Bs.As. ,Clarín,15-9-92.
Este individuo, aunque establezca vínculos con otros semejantes, se halla
fundamentalmente solo, entre otros individuos que persiguen su propia satisfacción; la imagen
de la realización personal y la felicidad es el "relax", un estado de ausencia de tensiones, difícil
de alcanzar por los esfuerzos que se requieren, precisamente, para llegar al mismo. Aislado,
vive su existencia como perpetuo presente, con un pasado que es el tenue recuerdo de
frustraciones y satisfacciones y un futuro, que sólo es concebido como un juego de nuevas
necesidades y satisfacciones. En consecuencia, busca el consumo, el confort, los objetos de
lujo, el dinero y el poder, elementos necesarios para dar respuesta a las necesidades que se
le plantean y que definen a la sociedad posmoderna como la apoteosis de la sociedad de
consumo. Mientras la modernidad exaltaba el ahorro, ahora se estimula el crédito a través de
tarjetas que con un simple "track- track" todo lo resuelven de un modo casi mágico y facilitan
el consumo, porque en la antinomia tener o ser, para la cultura posmoderna soy lo que tengo.
Este sujeto posmoderno se halla muy lejos de aquel sujeto que hacía de la conciencia y del
cultivo esforzado de una persona su mayor orgullo. Al contrario, la publicidad nos invita a
adelgazar sin esfuerzo, a estudiar un idioma sin esfuerzo, a dejar de fumar sin esfuerzo y a
lograr el colmo de la felicidad en una playa del Caribe, con la piel tostada, bebiendo un trago,
recostado en una reposera, con los ojos cerrados y el walk-man colocado. A fines de
noviembre de 1992, el linyera de la popular historieta de Tabaré satirizaba esta idea de
felicidad y su recepción entre los pobres diciendo: "A veces me gustaría poner la mente en
blanco"; "No pensar en nada"; "Ser solo un cuerpo con sensaciones placenteras"; para
rematar en el último cuadro: "Pero pienso cuánto me costaría y me pongo loco", lo que daba
pie a la reflexión de Diógenes, el perro: "En materia de sensaciones, el escalofrío es lo más
barato". (22)
Para Lipovetzky, la sociedad posmoderna es la era del vacío en la que los sucesos y las
personas pasan y se deslizan, en la que no hay ní ojos ni tabúes definitivos, pero tampoco
tragedia o apocalipsis. En la sociedad posmoderna no hay lugar para la revolución, ni para
fuertes compromisos políticos, la sociedad es como es y la idea de cambiar radicalmente a la
misma, no se le ocurre a nadie. Naturalmente, también la educación se modifica de una época
a otra: después de la educación autoritaria y mecánica, que Lipovetzky atribuye a la
modernidad, se constituye el "régimen homeopático y cibernético"; después de la
administración imperativa, la programación opcional, a la carta, que sería propia de la
posmodernidad. Más adelante volveremos sobre la cuestión de la educación en las
condiciones de posmodernidad. La sociedad posmoderna es la del consumo cool, más
discreto, más íntimo que el consumo ostentoso o hot de unas décadas atrás. Se necesitaba
de la riqueza proporcionada por la sociedad posindustrial, de la afluencia de bienes y su
inmensa diversidad, para que se produjera esta segunda revolución individualista, que rompe
con la etapa democráticaautoritaria" que caracterizó la primera irrupción del individualismo en
los inicios de la modernidad definitiva de una segunda fase de la modernidad en la que se
acentúa el proceso de personalización. Otros autores, como el antropólogo francés Marc
Augé, en una línea afín con Lipovetzky, han señalado, que no hay una posmodernidad, sino
más bien una "sobremodernidad", expresión con la que se quiere indicar que las sociedades
posindustriales viven los desarrollos o "excesos" de la modernidad, exceso de
acontecimientos, saturación de imágenes que nos permiten visualizarlo todo, desde las calles
de San Francisco hasta los desiertos de África, y exceso de individualización. (26)
Para Finkielkraut, sin embargo, hay una abismo entre el surgimiento del individuo en los
tiempos modernos que, significó una emancipación del yo del nosotros, de la razón frente a
los tabúes, del pensamiento frente a las tradiciones seculares, y el egoísmo posmoderno en el
que el individuo sustituye su razón por sus pulsiones. Así dice: "Vivimos en la hora de los
feelíngs: ya no existe verdad ni mentira, estereotipo ni invención, belleza ni fealdad, sino una
paleta infinita de placeres, diferentes e iguales. La democracia que implicaba el acceso de
todos a la cultura se define ahora por el derecho de cada cual a la cultura de su elección (o a
denominar cultura su pulsión del momento)." (27)
La crisis del individuo constituido en los tiempos modernos también es aprovechada para
revitalizar concepciones orientalistas, de tipo holístico y naturalistas. Según ellas, la armonía
del hombre con la naturaleza se lograría a través de una suerte de disolución del individuo en
el cosmos, ya no habría que proponerse dominar la naturaleza, sino, más bien, insertarse en
ella como un ente más para vivir en paz con los otros hombres, las otras especies vivas y en
equilibrio con todo el medio ambiente. Muchos planteos ecologistas se inscriben en esta línea
de pensamiento y se constituyen en un lugar común en el pensamiento de vastos sectores.
Aunque estos planteos naturalistas de cuño oriental puedan enfrentarse en muchos aspectos
con la sociedad de consumo y la era del vacío de Lipovetzky, tienen en común la disolución
del sujeto racional que se proponía transformar el mundo a través de las grandes utopías,
para dar paso, por una parte a un sujeto egoísta y por el otro a un sujeto que se disuelve en.
la naturaleza, parecidos, al fin y al cabo, en la pérdida de la autoconciencia.
(25) Lipovetzky, G. Op. Cit. Prefacio.
(26) Halperín, Jorge. "Entrevista a Marc Augé", Bs.As., Clarín,22-10-92.
(27) Finkielkraut,A.Op.Cit.p.121.
Desde las ideas de posmodernidad no sólo se cuestionan los valores estéticos y éticos, el
individuo y el valor de las grandes ideologías, sino también el papel y el lugar de la ciencia en
las nuevas condiciones. La modernidad había inventado la ciencia y le había consagrado un
lugar fundamental en la sociedad por sus promesas de llegar a la verdad y lograr un mundo
mejor. Estas promesas de la ciencia habían triunfado por sobre las promesas de la religión:
verdad y salvación, y desde los siglos XVII y XVIII habían definido el ideal del científico como
un hombre consagrado a la búsqueda de la verdad y al servicio de la humanidad. Podía
ocurrir que a veces ambos ideales no coincidieran y que se produjera el consecuente conflicto
ético, pero esto no invalidaba los ideales. Sin embargo, ambos ideales son cuestionados en el
siglo XX. La verdad ya no parece poder alcanzarse. A lo sumo, las teorías científicas son
consideradas como una aproximación infinita a la verdad por las concepciones hipotético-
deductivistas de la ciencia sostenidas por Karl Popper y otros filósofos de la ciencia; estas
concepciones no serían más que una razonable adecuación del ideal moderno. Pero,
posiciones más radicales como la de Thomas Kuhn, autor de la obra La estructura de las
revoluciones científicas (28), se fueron desarrollando desde los años sesenta en adelante.
Kuhn sostiene que en el desarrollo de la ciencia se producen revoluciones científicas que
constituyen enfrentamientos entre paradigmas; es decir, entre una teoría que define un
campo, un área de problemas y métodos legítimos, lo suficientemente abarcadora y lo
bastante incompleta para dejar muchos problemas para ser resueltos por los científicos y otro
paradigma alternativo. Kuhn afirma que, en los momentos de crisis, la adhesión a uno u otro
paradigma en disputa no puede decidirse acudiendo a una instancia que esté por encima de
los paradigmas, ni por medios o procedimientos "científicos", pues estos mismos están en
disputa. La adhesión a uno u otro paradigma es más bien una cuestión emocional que lógica.
Todo esto le hace destacar la semejanza entre las revoluciones científicas y las revoluciones
políticas. Kuhn ha llamado la atención sobre los aspectos sociales de la ciencia, mostrando
que en la concreta producción del conocimiento científico juegan un papel importante las
comunidades científicas y sus prejuicios y que, aunque la ciencia busca superar los
condicionamientos ideológicos, no siempre lo logra.
Otros autores, como Paul Feyerabend, en obras como Tratado contra el método y Adiós a la
razón (29), han ido más lejos que Kuhn en el cuestionamiento de las comunidades científicas
a las que consideran como grupos de presión política e interesadas, tras la bandera de la
importancia de la ciencia, en defender sus propios privilegios.
Por otra parte, desde la ciencia misma la idea de un universo regular, ordenado, parece una
utopía. Hay un lugar para el azar y la idea de un edificio científico perfectamente construido
donde las teorías armonicen, al menos en un momento dado, no parece poder alcanzarse,
desde la coexistencia de las teorías de la relatividad y cuántica que no podrían ser
simultáneamente verdaderas. En consecuencia, la ciencia, según Lyotard, constituye
simplemente un "juego de lenguaje" (30) o, mejor, una pluralidad de juegos de lenguaje
creados por los científicos y no hay otro criterio de legitimidad que el consenso de los que
participan.
La otra gran promesa de la ciencia moderna, el ideal de un mundo mejor que podría obtenerse
gracias al desarrollo científico, se ve cuestionada por las aplicaciones militares y la posibilidad
de contaminación y destrucción de la naturaleza debida a las aplicaciones tecnológicas de la
ciencia. Sin embargo, vale la pena hacer notar que la crisis afecta los relatos de la modernidad
y el papel que ésta le había asignado a la ciencia, pero no a los conocimientos científicos que
se desarrollan en todas direcciones. La actitud posmodernista más general, en este respecto,
es la aceptación de la ciencia, validada por sus aplicaciones tecnológicas, pero despojada de
los ideales de verdad y progreso. Sin embargo, al mismo tiempo, junto a la ciencia hay lugar
para el mito, la magia o la religión y prácticas de origen oriental -cuestionadas por las grandes
filosofías de la modernidad- en la medida en que sean eficaces o presuntamente eficaces. Así,
la crítica posmodernista de la ciencia aunque termina con cierto cientificismo que había
reducido todo conocimiento a conocimiento científico, abre el camino a una ciencia que puede
desarrollarse lejos de cualquier humanismo, que es otra forma del cientificismo.
(28) Jun, Thomas. La estructura de las revoluciones científicas. Madrid, Fondo de
Cultura Económica,1975.
(29) Feyerabend,Paul. Adiós a la razón. Bs.As. ,REI, 1990 Tratado contra el método. Madrid
Tecnos, 1981.
(30) Lyotard, J.F. La condición postmoderna. Ed.cit.,p.25.
Más allá de la estética, las concepciones antropológicas, la ética y la ciencia, otra área
fuertemente conmovida por la irrupción de las ideas de posmodernidad es la historia. Si los
grandes proyectos de la modernidad están agotados, si no hay lugar para la utopía de un
futuro distinto, ¿puede todavía seguirse hablando de la historia humana como un proceso
abierto, no concluido o es más razonable pensar que los países desarrollados han llegado a
una especie de poshistoria, en la que nada significativamente nuevo es dable esperar? En
1989 el norteamericano de origen japonés Francis Fukuyama Publicó un artículo que tuvo un
alto impacto especialmente fuera de los medios académicos con el título "¿El fin de la
historia?" (31) En el mismo se plantea que a lo largo del siglo XX el liberalismo contendió en la
primera guerra mundial con los restos del absolutismo todavía fuerte en Alemania y el Imperio
Austro-Húngaro, luego con el bolchevismo triunfante en Rusia en 1917, y contra el fascismo
en la segunda guerra mundial y, finalmente, con el maoísmo chino que amenazaba con la
tercera guerra mundial. Con el derrumbe de los regímenes comunistas en Europa Oriental y la
Unión Soviética, que en ese momento se insinuaba y se concretaría poco después, la
democracia liberal de estilo occidental habría quedado sin rivales a la vista y la historia política
de la humanidad habría llegado a su fin.
No habría ya, según Fukuyama, un modelo social con pretensiones de representar una forma
diferente y más avanzada de organización de la sociedad humana, aunque por mucho tiempo
podrían sobrevivir regímenes que no sean de tipo democrático-liberal. Paralelamente,
asociada a la democracia liberal, la cultura occidental de consumo -música rock,
videocaseteras y estéreos- sería la aspiración de todo el mundo, desde los campesinos chinos
a los estudiantes españoles, desde Moscú a Teherán. El ascenso del fundamentalismo
religioso, manifiesto en los años ochenta en el cristianismo, el judaísmo y, con más fuerza, en
la religión mahometana (especialmente en el caso de Irán o Argelia) y del nacionalismo y otras
formas de la conciencia étnica, serían incapaces de poner seriamente en cuestión, según
Fukuyama, la preeminencia de la democracia liberal en los estados más grandes y
desarrollados del mundo. La poshistoria en la que ya se hallarían los países democráticos y
desarrollados se caracterizaría por priorizar el desarrollo económico, el desentendimiento y la
apatía política, la construcción de riqueza material en grado acelerado y la "mercadización
común" (por el Mercado Común Europeo) de la política mundial; es decir, más centrada en la
economía que en la política. La no participación de amplios sectores en las elecciones, la
crisis de representatividad de los partidos políticos, el surgimiento de candidatos no políticos,
la importancia creciente que se le otorga a los ministros de economía en varios países
occidentales se explicaría por esta clausura de una lucha política en la que ya no hay
alternativas excluyentes, sino apenas una diferencia de matices entre candidatos, por lo
demás, muy semejantes. Esta clausura de la historia con el presunto triunfo mundial de la
democracia liberal y la cultura occidental de consumo con sus estéreos y videocaseteras, pero
también con sus serios problemas sociales como el racismo, la violencia, la marginación y la
droga, plantea también una clausura de los ideales de la modernidad, afirmando,
paradójicamente, que se han realizado, y aceptando la condición posmoderna como un estado
definitivo de la humanidad. Otros autores, como el ya citado Takeshi Umehara han polemizado
con Fukuyama señalando que al colapso del marxismo, al que considera como una rama
lateral desprendida de la modernidad, seguirá el colapso del liberalismo occidental, el tronco
principal de las ideas modernas. Con sus palabras:
"Lejos de ser la alternativa viable para ocupar el lugar del marxismo derrotado y la ideología
reinante ' al finalizar la historia, el liberalismo será la próxima pieza de dominó que caerá."(32)
Como alternativa, el pensador japonés supone que se desarrollará una sociedad humana en
armonía con la naturaleza fundada en una ética mutualista y una concepción cíclica del
tiempo, tradicional en las culturas orientales, que interpreta a la vida, la muerte y la
reencarnación como partes del mismo todo. La clausura de la historia humana o la postulación
de un carácter cíclico para la misma que la asimila a una historia natural constituyen desde
distintas ópticas posturas que impugnan las utopías y luchas por una sociedad mejor que se
habían desarrollado con la modernidad.
(31) Fukuyama,Francis. "¿El fin de la historia ?" .En Doxa, Bs.As., año 1, número1,
1990.
(32) Umehara, Takeshi. "¿Un mundo dominado por la disciplina de oriente?" Buenos Aires
Carín,17-10-92.
Las ideas de Lyotard, Lipovetzky y Fukuyama, con diferencias innegables entre sí, dan por
sentado el final o el agotamiento de la modernidad y sus proyectos, y su reemplazo por una
posmodernidad sin utopías, individualista, eficiente, consumista. Frente a este panorama
muchos autores han asumido una postura crítica de la posmodernidad y planteado la
necesidad de recrear y profundizar los proyectos de la modernidad. Para el ya citado Alain
Finkielkraut se trata de evitar la derrota del pensamiento que significa vivir en la época de los
feelings, los sentimientos, para los que ya no hay ni verdad ni mentira, belleza o fealdad, sino
una paleta infinita de placeres. Finkielkraut cuestiona la exaltación de la noción antropológica
de cultura, como el conjunto de hábitos o valores que el individuo adquiere por formar parte de
la sociedad en la que vive, a la que contrapone la noción de cultura como "la vida guiada por
el pensamiento" que posibilita la constitución y la autonomía del individuo en el seno de la
comunidad. Según Finkielkraut no se nace individuo, sino que se llega a serlo superando la
ignorancia, el desorden de los apetitos, la mezquindad del interés privado, la tiranía de las
tradiciones. La educación debe significar la emancipación de la cultura antropológicamente
concebida para alcanzar la cultura del sujeto que guía por el pensamiento, la emancipación
del "yo", frente al "nosotros". Pero en el contexto posmoderno los términos "educación" y
"cultura" han sido vaciados de contenido. Los ideales de la ilustración como los enunciaba
Kant con su "¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!" deben defenderse frente al
deslizamiento posmoderno. Desde una posición bastante similar a la anterior, el argentino
Juan José Sebreli en su libro El asedio a la modernidad, de 1991, sostiene que en las últimas
décadas, la sociedad occidental ha abandonado los rasgos que la distinguieron: racionalismo,
creencia en la ciencia y la técnica, idea de progreso, humanismo, etc. El asedio a las ideas de
la modernidad que Sebreli hace remontar a Herder y al romanticismo alemán, se habría
multiplicado en algunas de las filosofías y ciencias sociales del siglo XX como el
existencialismo heideggeriano, el estructuralismo y el posestructuralismo, la antropología
culturalista, los diversos orientalismos y campesinismos y las filosofías de posmodernidad que
coincidirían en atacar a la modernidad.
En verdad, dice Sánchez Vázquez, hay una condición posmoderna en la que vivimos
que está constituida por las amenazas del holocausto nuclear, la catástrofe ecológica, y la
tragedia genética y por una existencia humana enajenada y cosificada. La conciencia de esta
condición posmoderna es necesaria para contribuir a que la "autodestrucción de la
humanidad" no se convierta en una realidad. Pero el posmodernismo, lejos de aportar a una
toma de conciencia de esta situación, contribuye a condenar a los hombres a la inacción, la
impotencia o la pasividad. Frente a esto, Sánchez Vázquez afirma que no es posible renunciar
a un proyecto de emancipación, más necesario ahora que nunca antes, y que ese proyecto de
emancipación pasa por el socialismo. La distinción que realiza entre una condición
posmoderna constituida por un cierto estado de cosas, y el posmodernismo como una
ideología reaccionaria que aspira a legitimar ese estado de cosas constituye un aporte
interesante que permite aceptar la existencia de la primera y rechazar, eventualmente, la
segunda.