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La categoría “memoria colectiva” resulta operativa para designar ciertas formas de conciencia

del pasado aparentemente compartidas por un conjunto de individuos a fin de dar cuenta de
ciertos acontecimientos memorizados u olvidados por una determinada sociedad. Respecto a
“qué” se recuerda y olvida, podemos decir que participan en ello creencias, sentidos comunes,
saberes, patrones de comportamiento, sentimientos, experiencias, emociones. Todos ellos son
transmitidos, recibidos y modificados en la interacción social, en los procesos de socialización
(por ejemplo, la escuela) y en otras prácticas grupales. En general, la memoria y el olvido, la
conmemoración y el recuerdo, se tornan cruciales cuando se vinculan a acontecimientos de
carácter político y a situaciones de represión, sufrimiento colectivo y aniquilación. El recuerdo
evocado es siempre construido desde el fundamento común de un grupo contribuyendo así a
estructurar identidades sociales. Estas memorias de los grupos pueden ser compartidas y
sostenidas a través del tiempo porque se basan en prácticas transmitidas como tradición,
ligadas a ciertos hábitos y rituales, así como a particulares visiones del mundo.

No obstante, la noción de “memoria colectiva” ha sido largamente discutida puesto que tiene
dos problemas: por un lado, puede transmitir la imagen de una entidad establecida por fuera
de los individuos y de las luchas sociales y, por otro, puede dar una idea de construcción
homogénea y unívoca. Esto es problemático porque: […] es imposible encontrar una memoria,
una visión y una interpretación únicas del pasado, compartidas por toda una sociedad. Pueden
encontrarse momentos o períodos históricos en los que el consenso es mayor, en los que un
libreto único del pasado es más aceptado o aun hegemónico. Sin embargo, siempre habrá
otras historias, otras memorias e interpretaciones alternativas.

Hay experiencias y marcas –tanto simbólicas como materiales– que construyen y activan la
memoria. Asimismo, determinados climas y contextos socio-culturales y luchas de carácter
político e ideológico habilitan u obstaculizan las rememoraciones. Es por eso que la memoria
se construye y es objeto de disputas, tensiones y conflictos por lo que resulta permeable a los
cambios.

Diversos actores sociales, con diferentes vinculaciones con el pasado, construyen e intentan
legitimar y transmitir una narración de sentido sobre ese pasado. Entre estos actores se
destacan los agentes estatales quienes han tenido un papel central en la elaboración de una
“historia nacional y una memoria oficial”. En los Estados-nación una de las operaciones
simbólicas más importantes fue la elaboración de un gran relato nacional para la cohesión del
conjunto social a través de un mito colectivo identitario que definía y reforzaba sentimientos
de pertenencia. En este proceso, la historiografía ocupó un lugar privilegiado produciendo una
versión “oficial” de un pasado común.

De este modo, se activan sentimientos, se interrogan sentidos, se hacen públicas diversas


interpretaciones del pasado, registrándose, en ocasiones, la tensión entre los rituales que se
reiteran y reflejan continuidades identitarias, por un lado, y las fracturas, los cambios y
transformaciones en las prácticas y significados de la conmemoración, por el otro. El modo en
que se construyen las memorias demuestra que tienen un transfondo y un sentido político.

Un rasgo característico de la memoria es su carácter dinámico: no es posible fijarla, sino que se


transforma de manera permanente, tanto por acción del tiempo como del olvido. La memoria
conlleva un proceso de construcción desde el presente hacia el pasado, y es esa mediación de
lo actual la que modifica la mirada hacia el pasado.

En términos de Carretero (2006)5 el concepto de memoria colectiva alude a:


“… procesos de recuerdo y de olvido producidos en colectividades y sociedades, que se apoyan
en instrumentos del recuerdo, ya sean objetos materiales (por ejemplo, monumentos y lápidas
conmemorativas, la toponimia urbana o geográfica, los nombres que se imponen a edificios,
las imágenes que se imprimen en el papel moneda), mediadores literarios (relatos, mitos, etc.),
o rituales (conmemoraciones, efemérides). Estos instrumentos del recuerdo actúan como
material, como argumento y como guión para la representación de algo ya desaparecido, pero
que resulta de alguna utilidad presente, por lo menos a juicio de algunos de quienes
participan, ejecutan y dirigen los actos del recuerdo que se sustentan sobre estos artefactos
culturales”.

La historia no puede juzgar a la memoria sino comprenderla e integrarla en un relato más


denso y plural comprendiendo que la memoria colectiva es un hecho social que no se puede
negar ni excluir.

Como forma de superar la oposición entre historia y memoria, ciertos autores han hablado de
un diálogo, de una conjunción nutrida entre ambas. Es el caso de Paul Ricoeur quien entiende
que historia y memoria son dos formas de representación del pasado. Ricoeur señala que no
se trata de plantear una contraposición sino un vínculo dialéctico, de interpelación e
influencia. En este diálogo lo que se produce es una interacción mutuamente cuestionadora
que somete a la memoria a la dimensión crítica de la historia y coloca a la historia en el
“movimiento de la retrospección y el proyecto” de la memoria.

Visto desde la historia, la relación con la memoria puede construirse de varias formas: la
memoria puede ser recurso para la investigación en el proceso de obtener y construir “datos”
sobre el pasado; puede ser un espacio que es “corregido” por la historia y finalmente, la
memoria puede ser objeto de estudio de la historia. Desde el lado de la memoria, ésta le
puede señalar a la historia qué temas debe investigar, preservar y transmitir (especialmente en
trozos del pasado que se conservan a través de la rememoración). Es decir, memoria e historia
se influyen mutuamente. Por un lado, la historia se ve influenciada por las luchas por la
memoria que se instalan en la agenda pública. Por otro, la memoria es influida por la historia:
no existe una memoria literal, original que no haya sido “contaminada” por elementos que no
derivan de la experiencia misma. Los recuerdos son reelaborados desde marcos sociales,
donde son influenciados tanto por las aproximaciones académicas como por los modos de
pensamiento colectivos.

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