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Pero… ¿esto es realmente así? ¿Estamos condenados a vivir para siempre bajo el
capitalismo? ¿Tenemos que resignarnos a aceptar esta globalización del desempleo
y la miseria? Creemos que no. Que hay otra salida. Y que esa salida sigue siendo
luchar por el único sistema verdaderamente distinto: el socialismo. Por eso hoy,
junto a todos aquellos compañeros y compañeras con quienes compartimos peleas
cotidianas, queremos reflexionar sobre las enseñanzas del Manifiesto Comunista y
sacar conclusiones que nos permitan participar con más firmeza y claridad en las
luchas presentes.
Elaborado por Federico Engels y Carlos Marx, y escrito por este último, el
Manifiesto se publicó en 1848. Hace una verdadera radiografía del capitalismo y
denuncia que es un sistema explotador, basado en la propiedad privada de los
medios de producción, que provoca crisis permanentes, es imposible de reformar y
condena a los pueblos de todo el planeta a un empobrecimiento creciente. Al
mismo tiempo, el Manifiesto afirma que el único progreso posible lo realizará la
clase obrera, conquistando el poder político, expropiando a los capitalistas y
poniendo los medios de producción al servicio de toda la sociedad.
Hace pocos años, un tal Fukuyama proclamó “el fin de la historia”. Según él, el
socialismo habría sido vencido definitivamente por el capitalismo. Ya no existirían
clases sociales en lucha, sino un desarrollo ininterrumpido de la economía y el
progreso capitalistas… Pero la realidad sigue siendo como la describió el
Manifiesto: “el pauperismo se desarrolla en proporciones mucho mayores que la
población y la riqueza”. Algunos datos de la ONU, la OIT o UNICEF, organismos
insospechables de la más mínima simpatía por el marxismo, lo confirman:
* 440 multimillonarios acumulan casi el 50% de los ingresos per capita de la
humanidad
* las mujeres son el 50% de la población, trabajan el 60% del tiempo laborable,
reciben sólo el 10% de los salarios y apenas son dueñas de menos del 1% de la
riqueza mundial
* 1.000 millones de personas jamás vieron un médico. 4.300 de los 5.800 millones
de habitantes del mundo viven sumergidos en la pobreza: 1.000 millones subsisten
con menos de un dólar diario y otros 2.000 millones con entre uno y dos dólares
diarios
Ricos más ricos y pobres cada vez más pobres. Hambre, a menudo acompañado de
represión o matanzas como en Acteal -México- o Argelia. Privatizaciones, ataques a
la educación, la salud pública y las conquistas sociales. Desempleo estructural,
flexibilización y rebajas salariales. Racismo y opresión, saqueo y prepotencia
imperial. Planes dictados por el FMI, bloqueo a Cuba, agresión militar a Irak… ¿Ese
es el “progreso”, el “triunfo” que deberíamos festejar?
Es verdad que Marx y Engels previeron un rápido hundimiento del capitalismo. Sin
embargo, la libre competencia de aquella época se fue transformando en
capitalismo monopolista (como señaló años después el propio Marx en El Capital) y
luego en imperialismo, asociando el capital industrial y bancario (como analizó
Lenin en El Imperialismo, fase superior del capitalismo). En fin: hasta principios
del siglo XX, aunque explotando a los trabajadores y expoliando a los pueblos, el
capitalismo continuó desarrollando la producción y el comercio mundial. Esto no
invalida que el Manifiesto resultó acertado en lo esencial: el sistema capitalista,
lejos de traer bienestar generalizado, trae crisis y pobreza creciente para las masas.
Justamente por eso éstas no dejan de luchar, confirmando así la primera tesis del
Manifiesto: “Toda la historia de la sociedad humana… es una historia de luchas de
clases”.
Con distinto ritmo e intensidad, la clase obrera no cesó de pelear durante todo este
siglo. Si el capitalismo sobrevivió, se debe esencialmente al rol de la
socialdemocracia y el stalinismo, que siguieron el camino opuesto al del Manifiesto.
En igual sentido, los reformistas actuales condenan tal o cual aspecto parcial del
“neoliberalismo salvaje” pero sostienen que no hay otra alternativa que el
capitalismo. Entonces plantean “humanizarlo”: “democratizar la economía de
mercado”, “distribuir mejor la riqueza”, “reordenar los gastos”… Así hablan los
integrantes del Foro de San Pablo, como Lula, la Alianza argentina o el PRD
mexicano; Blair, Jospin y la socialdemocracia, la mayoría de los PCs y la
centroizquierda mundial. El Papa y sectores de la Iglesia también son voceros de
esta política. Pero no hay que dejarse engañar: el capitalismo es salvaje e insaciable
por naturaleza. Es utópico creer que se puede “humanizar”. ¡No hay país sobre la
tierra donde exista esto!
Pero la vida confirma una vez más al Manifiesto. Contingentes obreros han salido y
salen a diario al combate en pleno corazón del imperialismo, como muestran las
grandes huelgas y movilizaciones en Francia y Alemania, en España o, desde más
atrás, los camioneros de la UPS en EE.UU. También salen a luchar sectores de
trabajadores en la ex URSS y el Este, que resisten los planes de restaurar el
capitalismo en sus países. Hubo conflictos y huelgas generales en casi toda
Latinoamérica, donde la movilización barrió con Bucaram en Ecuador. Los
despidos en una parte del mundo son contrapesados por el surgimiento de un
nuevo y combativo proletariado, como muestran las fuertes y constantes huelgas en
Corea, las revueltas en Indonesia e incluso algunas luchas en China…
Los desocupados -fruto de los cierres de empresa, la automatización o las
privatizaciones- se van incorporando a la batalla, como se ve también en Europa o
en los cortes de ruta en Argentina. En varios países los jóvenes ocupan un lugar
destacado en estas luchas, con sus demandas de trabajo o en defensa de la
educación pública. Y esto no es todo: la Intifada encabeza a las masas árabes que
salen a la calle contra la amenaza de ataque a Irak; siguen tomando tierras los
campesinos de Chiapas y de Brasil; hay peleas contra la impunidad como en
Argentina… ¡Claro que son las luchas obreras y populares las que mueven las
ruedas de la historia!
Para esa tarea es preciso convocar y unir a todos los compañeros y compañeras que
están peleando, que rechazan a los burócratas sindicales traidores y a los viejos
partidos. A la vanguardia combativa de toda Europa y la ex URSS, que está
enfrentando los planes capitalistas de sus gobiernos. A los “piqueteros” y
“fogoneros” de Argentina, a los parados de Francia y Alemania. Unir a luchadores
como los obreros químicos y metalúrgicos de Brasil, los docentes mexicanos, los
trabajadores de toda América que se movilizan contra la flexibilización laboral y el
ajuste. A los jóvenes y estudiantes de todo el mundo, que se levantan con ardiente
rebeldía contra el desempleo, la represión, las agresiones imperialistas y la
impunidad. A las trabajadoras, las jóvenes, las mujeres que defienden sus legítimos
derechos. A los intelectuales y artistas que no se dejan seducir por la globalización y
siguen sosteniendo la necesidad de una salida socialista. Y también, por supuesto,
confluir en una misma organización todos aquellos sectores revolucionarios que
mantienen en alto la consigna del poder para los trabajadores.