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A 150 años… ¡El Manifiesto Comunista vive!

El Manifiesto Comunista es uno de los textos más difundidos de toda la historia.


Pero la mayoría de los jóvenes activistas de hoy apenas saben que existe. Y
numerosos luchadores ya no tan jóvenes, que quizás sí lo conocen, dudan que el
socialismo sea la solución de fondo o que sea posible lograrlo. Los regímenes
burocráticos de la ex URSS y el Este, supuestamente “socialistas”, se derrumbaron.
Sobre esos hechos, que sacudieron al mundo, el imperialismo montó su campaña
de que “el socialismo fracasó”. Para la propaganda burguesa que inunda los medios
masivos de comunicación, reclamarse hoy socialista, comunista o marxista resulta
de una antigüedad completa. Parecería no haber más opción que esta
“globalización” que pomposamente se nos ofrece como modelo universal.

Pero… ¿esto es realmente así? ¿Estamos condenados a vivir para siempre bajo el
capitalismo? ¿Tenemos que resignarnos a aceptar esta globalización del desempleo
y la miseria? Creemos que no. Que hay otra salida. Y que esa salida sigue siendo
luchar por el único sistema verdaderamente distinto: el socialismo. Por eso hoy,
junto a todos aquellos compañeros y compañeras con quienes compartimos peleas
cotidianas, queremos reflexionar sobre las enseñanzas del Manifiesto Comunista y
sacar conclusiones que nos permitan participar con más firmeza y claridad en las
luchas presentes.

Elaborado por Federico Engels y Carlos Marx, y escrito por este último, el
Manifiesto se publicó en 1848. Hace una verdadera radiografía del capitalismo y
denuncia que es un sistema explotador, basado en la propiedad privada de los
medios de producción, que provoca crisis permanentes, es imposible de reformar y
condena a los pueblos de todo el planeta a un empobrecimiento creciente. Al
mismo tiempo, el Manifiesto afirma que el único progreso posible lo realizará la
clase obrera, conquistando el poder político, expropiando a los capitalistas y
poniendo los medios de producción al servicio de toda la sociedad.

Capitalismo: más miseria y más crisis

Hace pocos años, un tal Fukuyama proclamó “el fin de la historia”. Según él, el
socialismo habría sido vencido definitivamente por el capitalismo. Ya no existirían
clases sociales en lucha, sino un desarrollo ininterrumpido de la economía y el
progreso capitalistas… Pero la realidad sigue siendo como la describió el
Manifiesto: “el pauperismo se desarrolla en proporciones mucho mayores que la
población y la riqueza”. Algunos datos de la ONU, la OIT o UNICEF, organismos
insospechables de la más mínima simpatía por el marxismo, lo confirman:
* 440 multimillonarios acumulan casi el 50% de los ingresos per capita de la
humanidad

* el 30% de la población activa mundial está desempleada o subempleada

* 250 millones de niños sufren explotación laboral en los países subdesarrollados;


2 millones de ellos son víctimas del turismo sexual

* las mujeres son el 50% de la población, trabajan el 60% del tiempo laborable,
reciben sólo el 10% de los salarios y apenas son dueñas de menos del 1% de la
riqueza mundial

* 1.000 millones de personas jamás vieron un médico. 4.300 de los 5.800 millones
de habitantes del mundo viven sumergidos en la pobreza: 1.000 millones subsisten
con menos de un dólar diario y otros 2.000 millones con entre uno y dos dólares
diarios

La ofensiva capitalista es atroz. Los propagandistas de la globalización la defienden


como una fase nueva y superior de desarrollo económico. Pero en realidad es la
concentración del dominio mundial por parte de un puñado de multinacionales y
bancos. Y si bien se ha generado tecnología y producción en nuevas ramas, como la
informática, en manos capitalistas eso no significa otra cosa que ganancia para
unos pocos y mayor desocupación y miseria para millones. ¿Se puede hablar
entonces de un genuino desarrollo, cuando más y más seres humanos -la principal
fuerza productiva- empeoran a diario sus condiciones de vida y prosigue la
destrucción de la naturaleza?

Ricos más ricos y pobres cada vez más pobres. Hambre, a menudo acompañado de
represión o matanzas como en Acteal -México- o Argelia. Privatizaciones, ataques a
la educación, la salud pública y las conquistas sociales. Desempleo estructural,
flexibilización y rebajas salariales. Racismo y opresión, saqueo y prepotencia
imperial. Planes dictados por el FMI, bloqueo a Cuba, agresión militar a Irak… ¿Ese
es el “progreso”, el “triunfo” que deberíamos festejar?

El capitalismo, por estar organizado en función de la ganancia, tampoco logra


controlar sus crisis, cada vez más agudas. Como sostenía el Manifiesto, “las crisis
comerciales, de periódica reiteración… aniquilan una parte considerable de las
fuerzas productivas”. ¿Un ejemplo? Los “tigres asiáticos”, hasta hace poco
mostrados como grandes modelos. Crecieron durante años, merced a bajísimos
salarios y alto endeudamiento. Pero el capital -sobre todo especulativo- se
sobreacumuló, cayó la tasa de ganancia y estalló una crisis brutal. Los tigres
dejaron de rugir. Temblaron las bolsas del mundo. Las quiebras en Corea se
proyectan por todo el sudeste asiático. El crac afecta al gigante chino y a Japón,
segunda economía del planeta. Repercute en el Cono Sur latinoamericano y
empieza a hacerlo en Europa. No se descarta el inicio de un ciclo recesivo mundial.
Los capitalistas, como siempre, descargan la crisis sobre los trabajadores, con
devaluaciones, despidos masivos y más flexibilización. ¿Y a esto denominan
“desarrollo” los defensores de la globalización?

Es verdad que Marx y Engels previeron un rápido hundimiento del capitalismo. Sin
embargo, la libre competencia de aquella época se fue transformando en
capitalismo monopolista (como señaló años después el propio Marx en El Capital) y
luego en imperialismo, asociando el capital industrial y bancario (como analizó
Lenin en El Imperialismo, fase superior del capitalismo). En fin: hasta principios
del siglo XX, aunque explotando a los trabajadores y expoliando a los pueblos, el
capitalismo continuó desarrollando la producción y el comercio mundial. Esto no
invalida que el Manifiesto resultó acertado en lo esencial: el sistema capitalista,
lejos de traer bienestar generalizado, trae crisis y pobreza creciente para las masas.
Justamente por eso éstas no dejan de luchar, confirmando así la primera tesis del
Manifiesto: “Toda la historia de la sociedad humana… es una historia de luchas de
clases”.

Tomar el poder para expropiar a los capitalistas

Como bien plantea el Manifiesto, “la existencia y el predominio de la clase burguesa


tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos
cuantos individuos”. Los medios de producción -fábricas, máquinas, tierras,
bancos- siguen en manos de los capitalistas. Unos pocos y poderosos monopolios
como Exxon, Ford, Nabisco, General Electric, Toyota, Mitsubishi o Siemens,
asociados a grandes bancos, dominan el mundo. Mientras eso no cambie, la
economía girará en función de sus ganancias y no de las necesidades del pueblo
trabajador. No es posible reformar este sistema. La única alternativa es
transformar esa propiedad privada en social, colectiva, es decir expropiar: “Los
proletarios sólo pueden conquistar para sí las fuerzas sociales de la producción
aboliendo todo el régimen de apropiación”.

¿Cómo hacerlo? “El proletariado se valdrá del poder para ir despojando


paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la
producción…” Y debe tomar el poder porque “el gobierno actualmente no es más
que una junta que administra los intereses de toda la clase burguesa”. Los
capitalistas conservan su dominación apoyándose en el Estado y sus instituciones:
justicia, parlamento y sobre todo fuerzas represivas. Así funciona, por ejemplo, la
“democracia” burguesa. Ante el desgaste de un gobierno, los políticos patronales y
sus cómplices le proponen a la gente que no luche, que espere a las elecciones, y
recién entonces, mediante el voto, “cambie” al “viejo” gobierno por uno “nuevo”…
que aplicará otro plan antipopular, igual o parecido al anterior. Con dictaduras o
“democracias” -que también apelan a la represión-, el Estado burgués busca
imponer siempre sus planes de ajuste y hambre, violentos ya de por sí. Por eso el
poder político para los trabajadores “sólo puede alcanzarse mediante el
derrocamiento violento del orden social existente”, mediante una revolución.
Como propone el Manifiesto, los trabajadores deben luchar en cada país por
imponer sus propios gobiernos y expropiar a los grandes pulpos. Entonces los
planes económicos ya no serán decididos por el FMI, el Banco Mundial y las
transnacionales, sino por las masas trabajadoras en su propio beneficio. Sólo así
habrá trabajo, salario digno, vivienda, salud y educación para todos Esos gobiernos
obreros, por otra parte, serán pasos en la perspectiva del socialismo mundial.
Porque como ya lo planteó Marx: “la burguesía, al explotar el mercado mundial, da
a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita… Crea un
mundo a su imagen y semejanza”. Y si el capitalismo es mundial, la lucha por el
socialismo también lo es.

¿Por qué todavía perdura el capitalismo?

Con distinto ritmo e intensidad, la clase obrera no cesó de pelear durante todo este
siglo. Si el capitalismo sobrevivió, se debe esencialmente al rol de la
socialdemocracia y el stalinismo, que siguieron el camino opuesto al del Manifiesto.

Los partidos de la IIª Internacional, apoyados en una burocracia y aristocracia


obrera compradas por el imperialismo, afirmaron que la revolución era imposible y
que había que limitarse a obtener reformas por vía parlamentaria. Ante la Primera
Guerra Mundial, abandonaron el internacionalismo y arrastraron a los
trabajadores europeos a la masacre detrás de “sus” burguesías imperialistas. Con
eso ayudaron al capitalismo a salir adelante y se transformaron en defensores del
Estado burgués, renegando del marxismo. Por eso millones de trabajadores y
jóvenes, con toda razón, descreen de esos partidos “socialistas”.

En igual sentido, los reformistas actuales condenan tal o cual aspecto parcial del
“neoliberalismo salvaje” pero sostienen que no hay otra alternativa que el
capitalismo. Entonces plantean “humanizarlo”: “democratizar la economía de
mercado”, “distribuir mejor la riqueza”, “reordenar los gastos”… Así hablan los
integrantes del Foro de San Pablo, como Lula, la Alianza argentina o el PRD
mexicano; Blair, Jospin y la socialdemocracia, la mayoría de los PCs y la
centroizquierda mundial. El Papa y sectores de la Iglesia también son voceros de
esta política. Pero no hay que dejarse engañar: el capitalismo es salvaje e insaciable
por naturaleza. Es utópico creer que se puede “humanizar”. ¡No hay país sobre la
tierra donde exista esto!

La Revolución Bolchevique de 1917, dirigida por Lenin y Trotsky, demostró que


sólo tomando el poder los trabajadores pueden lograr soluciones de fondo. Pero la
revolución no logró avanzar a otros países y la URSS quedó aislada. Sobre ese
retroceso se montó la burocracia stalinista, que liquidó la democracia obrera y
utilizó el nuevo Estado para obtener enormes privilegios y oprimir violentamente a
los trabajadores y los pueblos. En nombre de la reaccionaria teoría del “socialismo
en un solo país”, Stalin se negó a extender la revolución. En Yalta y Postdam pactó
la coexistencia pacífica de la URSS con el imperialismo y siguió traicionando
revoluciones. Esta fue la causa primordial del boom capitalista de posguerra.
Lo que fracasó en la ex URSS y el Este europeo no fue el socialismo sino su siniestra
caricatura stalinista. Por eso, más allá de las contradicciones, la caída de esos
regímenes totalitarios -y el justo rechazo que millones de obreros y jóvenes sienten
hacia los PCs- abrió nuevas perspectivas para la revolución.

Las luchas también se “globalizan”

Frente al brutal ataque que significa la globalización capitalista se alza una


respuesta generalizada de las masas, que muchas veces desbordan a sus propios
dirigentes. La clase trabajadora ocupa el centro de la escena, desmintiendo a
aquellos que niegan su papel como motor del cambio histórico. Según esos
“modernos” analistas, a raíz de una supuesta reducción numérica y falta de
protagonismo, el movimiento obrero habría dejado de ser el sujeto de la
transformación social. Ahora los cambios los produciría la “sociedad civil” o los
“excluidos” en general, categorías ambiguas que diluyen deliberadamente al
proletariado.

Pero la vida confirma una vez más al Manifiesto. Contingentes obreros han salido y
salen a diario al combate en pleno corazón del imperialismo, como muestran las
grandes huelgas y movilizaciones en Francia y Alemania, en España o, desde más
atrás, los camioneros de la UPS en EE.UU. También salen a luchar sectores de
trabajadores en la ex URSS y el Este, que resisten los planes de restaurar el
capitalismo en sus países. Hubo conflictos y huelgas generales en casi toda
Latinoamérica, donde la movilización barrió con Bucaram en Ecuador. Los
despidos en una parte del mundo son contrapesados por el surgimiento de un
nuevo y combativo proletariado, como muestran las fuertes y constantes huelgas en
Corea, las revueltas en Indonesia e incluso algunas luchas en China…
Los desocupados -fruto de los cierres de empresa, la automatización o las
privatizaciones- se van incorporando a la batalla, como se ve también en Europa o
en los cortes de ruta en Argentina. En varios países los jóvenes ocupan un lugar
destacado en estas luchas, con sus demandas de trabajo o en defensa de la
educación pública. Y esto no es todo: la Intifada encabeza a las masas árabes que
salen a la calle contra la amenaza de ataque a Irak; siguen tomando tierras los
campesinos de Chiapas y de Brasil; hay peleas contra la impunidad como en
Argentina… ¡Claro que son las luchas obreras y populares las que mueven las
ruedas de la historia!

¡Proletarios del mundo, uníos!

Que el capitalismo esté en crisis no significa que su derrota sea inexorable. La


historia mostró las tremendas complejidades de esta batalla y el rol insustituible de
la actividad revolucionaria organizada y conciente. No cabe duda que hay
dificultades: las viejas conducciones -aunque debilitadas- siguen reciclándose y
actuando, y aparecen “nuevos” dirigentes que también frenan y traicionan. Por eso
el problema clave, vital, es impulsar la construcción del partido revolucionario
nacional y mundial que acaudille ese proceso hasta el final. Sin esa conducción, no
habrá revolución socialista internacional.

El Manifiesto Comunista no fue sólo un análisis sino también un programa, una


guía para la acción. En el siglo pasado, Marx y Engels forjaron partidos
revolucionarios en varios países y la Iª Internacional con ese objetivo. Como vimos,
su batalla se prolongó más de lo previsto. Años después, tras la traición de la IIª,
Lenin, junto con Trotsky, construyó el Partido Bolchevique. Y en 1919 ambos, al
calor del Octubre ruso, fundaron la IIIª Internacional para seguir impulsando la
revolución mundial. Pero vino la noche negra del stalinismo. Trotsky retomó la
posta tras la liquidación de la IIIª por Stalin y fundó la IVª Internacional en 1938.

Evidentemente, construir una organización revolucionaria internacional es una


tarea harto difícil: es quizás el máximo desafío que se haya planteado la
humanidad. Pero decir difícil no es decir imposible. Hoy en el mundo crecen las
luchas, a cuyo frente hay una nutrida vanguardia obrera y juvenil. Esas luchas
enfrentan problemas similares y un mismo enemigo: el imperialismo y sus socios.
Por eso entre la vanguardia reverdece la conciencia internacionalista. Muchas
luchas despiertan simpatía y solidaridad en otros países, como lo muestran
Chiapas, los sem terra de Brasil o el extendido rechazo al ataque contra Irak. Y hay
una tendencia a la unidad por sobre las fronteras, como en las marchas contra
Maastricht y el paro en Europa. Todo este proceso pone más de relieve la necesidad
de unir fuerzas para construir una organización revolucionaria a nivel
internacional.

Para esa tarea es preciso convocar y unir a todos los compañeros y compañeras que
están peleando, que rechazan a los burócratas sindicales traidores y a los viejos
partidos. A la vanguardia combativa de toda Europa y la ex URSS, que está
enfrentando los planes capitalistas de sus gobiernos. A los “piqueteros” y
“fogoneros” de Argentina, a los parados de Francia y Alemania. Unir a luchadores
como los obreros químicos y metalúrgicos de Brasil, los docentes mexicanos, los
trabajadores de toda América que se movilizan contra la flexibilización laboral y el
ajuste. A los jóvenes y estudiantes de todo el mundo, que se levantan con ardiente
rebeldía contra el desempleo, la represión, las agresiones imperialistas y la
impunidad. A las trabajadoras, las jóvenes, las mujeres que defienden sus legítimos
derechos. A los intelectuales y artistas que no se dejan seducir por la globalización y
siguen sosteniendo la necesidad de una salida socialista. Y también, por supuesto,
confluir en una misma organización todos aquellos sectores revolucionarios que
mantienen en alto la consigna del poder para los trabajadores.

Hagamos realidad el llamado del Manifiesto: “¡Proletarios del mundo, uníos!”


¡Retomemos sus enseñanzas, que desde hace 150 años traen luz a nuestras cabezas
y fuego a nuestros corazones! ¡Enfrentemos con un mismo puño a la globalización
capitalista! ¡Luchemos por una sociedad justa y solidaria, sin explotación, violencia
ni opresión de ningún tipo! ¡Luchemos por el socialismo mundial!
Pablo Vasco (MST)

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