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PEREGRINOS

José María Rodríguez Olaizola


25 de julio de 2017

Hoy es un buen día para recordar el camino. Los caminos. De Santiago, y de la vida. Tantas
ocasiones de salir de rutinas y certidumbres, para descubrir algo nuevo. Caminos que son
encuentro, que forjan amistades, que se vuelven memorias vivas, escuela y raíz. Caminos que
evocan risas, libertad, despreocupación en medio de los cansancios y las jornadas intensas.
Caminos que te enseñan que el equipaje necesario es muy poco; que te ayudan a valorar las
comodidades que, en otras circunstancias, pasan inadvertidas: un vaso de agua, una sombra,
una mano amiga. Caminos en los que el tiempo disponible permite conversar de verdad. Y esas
conversaciones a veces son profundas, sinceras, a corazón abierto. Otras veces vas jugando,
para matar el rato, para aliviar el cansancio de alguien. Caminos en los que asoma lo mejor de
quien tira de otros, y la sencillez de quien aprende a dejarse ayudar. Caminos que vas haciendo
por fuera, y por dentro. Es bonito recordar esos primeros tramos de la mañana, en silencio, aún
a oscuras, mientras uno deja que resuene la lectura del día, y en la quietud solo se oye el ruido
de los pasos, mientras dentro, cada uno lidia con sus esperanzas y sus batallas. ¡Ultreia,
caminantes! Que nunca olvidemos lo que un día vivimos.

(Un fuerte abrazo para todos los que hemos compartido algún camino. Y los que los
compartimos a distancia. Los etiquetados, y muchos más que habría que etiquetar, aunque la
superficie de la foto no nos lo permita, que sabéis que ahí estamos...)
José María Rodríguez Olaizola
25 de julio de 2017

PEREGRINOS II

Y ahora, miremos más a fondo a ese otro camino que es la vida misma. Demasiado corta para
no arriesgarse algunas veces. En algún punto descubres que de nada sirven muchos de tus
preparativos, de los planes y las fuerzas que creías tener. Porque mucho no depende de ti. No
depende de ti el clima, ni está en tu mano sortear algunas dificultades que, sin duda,
aparecerán. Tampoco puedes asegurar que algún dolor no te vaya a atormentar mientras
avanzas. No terminas de entender por qué algunos días caminas entre sombras y otros tu
interior brilla y sientes más pasión y fuerza de la que podías imaginar. No adivinas, al principio
del camino, que lo que te parece imprescindible se volverá superfluo cuando descubras las
pocas cosas que de verdad te importan. Pero esas pocas, cuántos anhelos y cuántas alegrías te
darán. Compartes etapas con gente que deja una huella indeleble en tu vida. Pero tampoco
puedes apresarlos ni pretender revivir una y otra vez los mismos episodios. Porque cada día es
diferente, aunque muchos se parezcan.
Y así, en el camino vas a prendiendo a conocer. Conocerte a ti mismo, poniendo nombre a lo que
vives. Descubres que tus miedos son tuyos, de nadie más, y tienen que ver con tu historia, y tus
heridas, y tus memorias. Pero también descubres que el resto de peregrinos tiene sus propias
batallas, que quizás nunca llegues a entender. Comprendes también que la música que suena
dentro es diferente a cualquier otra. Hasta cuando la música es grito. Hay jornadas en que te
sientes muy solo aunque camines rodeado de gente y no tengas un instante de silencio; y otras
en que, aunque nadie te acompañe, sabes que llevas contigo amigos que nunca faltarán. Hay
momentos en que la marcha es canto, otros en que es plegaria, y otros en que es ruido. Te vas
adentrando en diversos escenarios, la cuesta de las preguntas, la montaña de los logros, la
llanura de los intentos, la barrera de la necesidad, la cuesta de la ternura. A veces atajas. Otras
te extravías y la noche te cae encima. Llegas también a conocer mejor el mundo, que es
diferente cuando no lo ves desde una burbuja y lo vives en primera persona. Aprendes a
descubrir lo hermoso –tan inesperado en ocasiones-. Un día te das cuenta de que el tiempo
importa, que es uno de los bienes más intangibles, y más preciosos. También comprendes que
hay márgenes en los que la niebla deja demasiadas asignaturas pendientes. Y caminantes que
quizás no pueden llegar si alguien no tira de ellos. No siempre estás dispuesto a hacerlo. Así,
entre la belleza de unos espacios y la fealdad de otros, avanzas. Y también llegas, de algún
modo, a conocer a Dios, vértigo y llamada, más allá de un manual o una teoría. Vaya camino,
esto de la vida.

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