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Ellen G.

White Estate
Spalding and Magan Collection (1985), Pág. 1, párrafo 5 (En
inglés)

“I saw the nominal church and nominal Adventists, like Judas, would
betray us to the Catholics to obtain their influence to come against the
truth. The saints then will be an obscure people, little known to the
Catholics; but the churches and nominal Adventists who know of our
faith and customs (for they hated us on account of the Sabbath, for they
could not refute it) will betray the saints and report them to the
Catholics as those who disregard the institutions of the people; that is,
that they keep the Sabbath and disregard Sunday”.
“Vi que la iglesia nominal y los adventistas nominales, como Judas, nos
traicionarían [entregándonos] a los católicos para obtener su influencia
para venir contra la verdad. Entonces los santos serán un pueblo
desconocido, poco conocidos a los católicos; pero las iglesias y
adventistas nominales que conocen nuestra fe y costumbres (por
habernos odiado a causa del Sábado, por no poder refutarlo)
traicionarán a los santos y los reportarán a los católicos como aquellos
que ignoran las instituciones del pueblo; es decir, por guardar el Sábado
e ignorar al domingo”.

You think, that those who worship before the saint's feet, (Revelation
3:9), will at last be saved. Here I must differ with you; for God shew me
that this class were professed Adventists, who had fallen away, and
"crucified to themselves the Son of God afresh, and put him to an open
shame." And in the "hour of temptation," which is yet to come, to show
out every one's true character, they will know that they are forever lost;
and overwhelmed with anguish of spirit, they will bow at the saint's feet.
{A Word to the Little Flock, Page 12.2}

Vi que Dios tenía hijos que no reconocen ni guardan el sábado. No han


rechazado la luz referente a él. Y al empezar el tiempo de angustia,
fuimos henchidos del Espíritu Santo, cuando salimos a proclamar más
plenamente el sábado.* Esto enfureció las otras iglesias y a los
adventistas nominales,* pues no podían refutar la verdad sabática, y
entonces todos los escogidos de Dios, comprendiendo claramente que
poseíamos la verdad salieron y sufrieron la persecución con nosotros. Vi
guerra, hambre, pestilencia y grandísima confusión en la tierra. Los
impíos pensaron que nosotros habíamos acarreado el castigo sobre ellos,
y se reunieron en consejo para raernos de la tierra, creyendo que así
cesarían los males.
En el tiempo de angustia, huimos todos de las ciudades y pueblos pero
los malvados nos perseguían y entraban a cuchillo en las casas de los
santos; pero al levantar la espada para matarnos, se quebraba ésta, y
caía tan inútil como una brizna de paja. Entonces clamamos día y noche
por la liberación, y el clamor llegó a Dios. Salió el sol y la luna se paró.
Cesaron de fluir las corrientes de aguas. Aparecieron negras y densas
nubes que se entrechocaban unas con otras. Pero había un espacio de
gloria fija, del que, cual estruendo de muchas aguas, salía la voz de Dios
que estremecía cielos y tierra. El firmamento se abría y cerraba en
honda conmoción. Las montañas temblaban como cañas agitadas por el
viento y lanzaban peñascos en su derredor. El mar hervía como una olla
y despedía piedras sobre la tierra. Y al anunciar Dios el día y la hora de
la venida de Jesús, cuando dio, el sempiterno pacto a su pueblo,
pronunciaba una frase y se detenía de hablar mientras las palabras de la
frase rodaban por toda la tierra. El Israel de Dios permanecía con los
ojos en alto escuchando las palabras según salían de labios de Jehová y
retumbaban por la tierra como fragor del trueno más potente. El
espectáculo era pavorosamente solemne, y a terminar cada frase, los
santos exclamaban: "¡Gloria ¡Aleluya!" Sus rostros estaban iluminados
con la gloria de Dios , y resplandecían como el de Moisés al bajar del
Sinaí. A causa de esta gloria, los impíos no podían mirarlos. Y cuando la
bendición eterna fue pronunciada sobre quienes habían honrado a Dios
santificando su sábado, resonó un potente grito por la victoria lograda
sobre la bestia y su imagen (Primeros Escritos, Págs. 33, 34).

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